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Estudio doctrinal

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Reseña

Todos somos hijos de Dios y Él nos ama, conoce nuestras necesidades y desea que nos comuniquemos con Él mediante la oración. Debemos orar a Él y a nadie más. El Señor Jesucristo ha mandado: “… siempre debéis orar al Padre en mi nombre” (3 Nefi 18:19). Al crear el hábito de dirigirnos a Dios por medio de la oración, llegaremos a conocerlo y a acercarnos aún más a Él; nuestros deseos llegarán a ser más semejantes a los de Él. Podremos obtener para nosotros mismos y para otras personas las bendiciones que Él está dispuesto a dar si tan solo se las pedimos con fe.

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Los principios de la oración

Nuestro Padre Celestial siempre está dispuesto a escucharnos y contestar nuestras oraciones. El poder de nuestras oraciones depende de nosotros. Al esforzarnos por integrar la oración en la vida diaria, debemos recordar estos consejos:

Demos significado a nuestras oraciones. El profeta Mormón advirtió que si una persona “ora y no lo hace con verdadera intención de corazón […], nada le aprovecha, porque Dios no recibe a ninguno de estos” (Moroni 7:9). Para que las oraciones sean más significativas, debemos orar con sinceridad y “con toda la energía de [nuestro corazón]” (Moroni 7:48). Debemos tener cuidado y evitar las “vanas repeticiones” al orar (véase Mateo 6:7).

Usemos un lenguaje que demuestre amor, respeto, reverencia y una estrecha relación con Dios. La aplicación de este principio variará de acuerdo con el idioma que hablemos. Por ejemplo, al orar en español debemos utilizar los pronombres personales familiares cuando nos dirijamos a Dios; por ejemplo: Tú, Te, Tu y Tuyo, en lugar de los pronombres más formales usted, le, su y suyo. El principio es el mismo sea cual sea el idioma en que se hable. Al orar, debemos usar palabras que comuniquen apropiadamente una relación de amor con Dios y de adoración hacia Él.

Siempre demos gracias al Padre Celestial. Debemos “[vivir] cada día en acción de gracias por las muchas misericordias y bendiciones que él confiere sobre [nosotros]” (Alma 34:38). Al dedicar tiempo a recordar las bendiciones recibidas, reconoceremos lo mucho que nuestro Padre Celestial ha hecho por nosotros. Debemos expresarle gratitud.

Procuremos la guía y la fortaleza del Padre Celestial en todo lo que hagamos. Alma aconsejó a su hijo Helamán: “… implora a Dios todo tu sostén; sí, sean todos tus hechos en el Señor, y dondequiera que fueres, sea en el Señor; deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre. Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día” (Alma 37:36–37; véase también Alma 34:17–26).

Al orar, recordemos las necesidades de otras personas. Ofrezcamos oraciones “por [nuestro] bienestar, así como por el bienestar de los que [nos] rodean” (Alma 34:27). Pidamos a nuestro Padre Celestial que bendiga y dé consuelo a los necesitados.

Busquemos la guía del Espíritu Santo para saber qué decir en nuestras oraciones. El Espíritu Santo puede enseñarnos a orar y guiarnos en lo que debemos decir (véanse Romanos 8:26; 2 Nefi 32:8; 3 Nefi 19:9, 24); Él puede ayudarnos a orar “según la voluntad de Dios” (Doctrina y Convenios 46:30).

Cuando hagamos una petición en la oración, debemos hacer todo lo posible por contribuir a su cumplimiento. El Padre Celestial espera que hagamos algo más que limitarnos a pedirle bendiciones. Cuando tengamos que tomar una decisión importante, Él a menudo nos requerirá “estudiarlo en [nuestra] mente” antes de darnos una respuesta (véase Doctrina y Convenios 9:7–8). Nuestras oraciones para pedir guía serán eficaces en la medida en que nos esforcemos por ser receptivos a las impresiones del Espíritu Santo. Las oraciones por nuestro propio bienestar y por el de otras personas serán vanas si “[volvemos] la espalda al indigente y al desnudo, y no [visitamos] al enfermo y afligido, y si no [damos] de [nuestros] bienes, si los [tenemos], a los necesitados” (Alma 34:28).

Cuando tengamos que realizar una tarea difícil, si nos arrodillamos y pedimos ayuda, y después nos levantamos y nos ponemos a trabajar, complaceremos con ello a nuestro Padre Celestial. Él nos ayudará con todos los objetivos que sean rectos, pero pocas veces hará por nosotros algo que podamos hacer por nosotros mismos.

La oración personal

En el Sermón del Monte, Jesucristo aconsejó: “… entra en tu aposento, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mateo 6:6). La oración personal y privada es una parte esencial de nuestro progreso espiritual.

Al menos cada mañana y cada noche, debemos buscar un lugar libre de distracciones, arrodillarnos con humildad y comunicarnos con nuestro Padre Celestial. Aunque habrá ocasiones en las que tengamos que orar en silencio, debemos hacer un esfuerzo mayor por orar en voz alta (véanse Doctrina y Convenios 19:28; 20:51).

La oración es una comunicación que fluye en ambas direcciones, por tanto, al terminar nuestras oraciones, debemos dedicar tiempo a hacer una pausa y escuchar. A veces, el Padre Celestial nos dará consejos, guía o consuelo mientras todavía estemos de rodillas.

Nunca cedamos a la idea de que no somos dignos de orar. Esa idea proviene de Satanás, que quiere convencernos de que no debemos orar (véase 2 Nefi 32:8). Si no sentimos el deseo de orar, debemos orar hasta que lo sintamos.

El Salvador ha mandado: “Ora siempre para que salgas triunfante; sí, para que venzas a Satanás y te libres de las manos de los siervos de Satanás que apoyan su obra” (Doctrina y Convenios 10:5). Aunque no nos es posible estar continuamente de rodillas y ofrecer en todo momento una oración personal y privada, podemos permitir que nuestro corazón rebose, “entregad[o] continuamente en oración a [Dios]” (Alma 34:27; véase también 3 Nefi 20:1). En el transcurso del día, podemos conservar en el corazón un sentimiento constante de amor por nuestro Padre Celestial y por Su Hijo Amado. Expresemos gratitud en silencio al Padre y pidámosle que nos fortalezca en nuestras responsabilidades. En los momentos de tentación o de peligro físico, podemos pedir Su ayuda en silencio.

La oración familiar

Además de mandarnos a orar en privado, el Salvador nos ha exhortado a que oremos con nuestra familia. Él ha dicho: “Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos” (3 Nefi 18:21).

Debemos hacer de la oración familiar una parte constante de nuestra vida familiar. Por la mañana y por la noche, debemos arrodillarnos juntos con humildad, y darles oportunidades frecuentes a todos los miembros de la familia de ofrecer una oración. Debemos unirnos en gratitud por las bendiciones que nos ha dado nuestro Padre Celestial. También debemos unirnos con fe para suplicar las bendiciones que necesitemos y para orar por otras personas.

Por medio de la oración familiar frecuente, los miembros de nuestra familia se acercarán más a Dios, así como los unos a los otros. Nuestros hijos aprenderán a comunicarse con el Padre Celestial y todos estaremos mejor preparados para servir a los demás y para mantenernos firmes ante la tentación. Nuestro hogar será un lugar de fortaleza espiritual, un refugio de las influencias inicuas del mundo.

La oración en público

Habrá ocasiones en las que se nos pedirá que ofrezcamos una oración en público, quizás en una reunión o clase de la Iglesia. Cuando tengamos esa oportunidad, recordemos que no estamos dando un discurso, sino que estamos comunicándonos con el Padre Celestial. No tenemos que preocuparnos por lo que otros piensen sobre lo que digamos, sino que debemos ofrecer una oración sencilla y sincera.

Cómo recibir respuestas a las oraciones

El Salvador enseñó: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7–8). Él dijo a los nefitas: “y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, creyendo que recibiréis, he aquí, os será concedida” (3 Nefi 18:20).

Nuestro Padre Celestial escucha nuestras oraciones. Tal vez no siempre las conteste como esperamos que Él lo haga, pero las contesta, en Su debido momento y de acuerdo con Su voluntad. Aunque nuestras peticiones sean sinceras, en ocasiones podría respondernos “no”, ya que Él sabe lo que es mejor para nosotros.

Las respuestas a las oraciones se reciben de muchas formas. A menudo llegan por medio de la voz apacible y delicada del Espíritu Santo (véase “Revelación”). También las recibimos por las circunstancias de la vida o mediante los actos de bondad de quienes nos rodean. Al continuar acercándonos al Padre Celestial por medio de la oración, reconoceremos más fácilmente las respuestas misericordiosas y sabias que Él dé a nuestras súplicas. Nos daremos cuenta de que Él es nuestro “refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos 46:1).

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“El milagro de última hora”, Liahona, marzo de 2017

“Maestro de la multiplicación”, Liahona, febrero de 2017

“Santiago 1:5–6”, Liahona, enero de 2017

“Cinco promesas de la oración”, Liahona, enero de 2017

“Cinco preguntas que hay que hacer cuando se piensa que no se han contestado las oraciones”, Liahona, enero de 2017

   

“El poder rehabilitador de la oración”, Liahona, enero de 2011

“¿Por qué debo orar por mi cuenta si ya lo hago con mi familia?”, Liahona, enero de 2011

“Se empieza por la oración”, Liahona, octubre de 2009

“La oración de mis hijos”, Liahona, junio de 2008

“Unidos por la oración”, Liahona, agosto de 2007

“Ricardo lo sabe”, Liahona, septiembre de 2006

“No quería morir”, Liahona, agosto de 2004

“La oración ayuda”, Liahona, septiembre de 2001

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“Oración”, Recursos para enseñar a los niños

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