Instituto
Capítulo 8: Doctrina y Convenios 19


Capítulo 8

Doctrina y Convenios 19

Introducción y cronología

En junio de 1829, al ir llegando a su fin la traducción del Libro de Mormón, el profeta José Smith y Martin Harris contrataron los servicios del impresor Egbert B. Grandin para que imprimiera 5000 ejemplares del Libro de Mormón por $3000 dólares estadounidenses. Sin embargo, Grandin no iniciaría la impresión hasta que se le garantizara el pago del trabajo, por lo que Martin Harris hizo un acuerdo verbal para pagar la impresión hipotecando parte de su granja. Tiempo después de haber hecho el acuerdo inicial, Martin Harris se sintió inquieto en cuanto a la perspectiva de hipotecar su granja. En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 19, que probablemente se dio en el verano de 1829, el Señor le mandó a Martin Harris que “[diera] una parte de [sus] bienes… [y pagara] la deuda que [había] contraído con el impresor” (D. y C. 19:34–35). Además, el Señor reveló verdades importantes acerca de Su sacrificio expiatorio y enseñó acerca del arrepentimiento.

Principios de junio de 1829José Smith y Martin Harris hacen arreglos para que Egbert Grandin publique 5000 ejemplares del Libro de Mormón.

1 de julio de 1829José Smith termina la traducción del Libro de Mormón.

Verano de 1829Se recibe Doctrina y Convenios 19.

25 de agosto de 1829Martin Harris hipoteca su granja por la cantidad de $3000 dólares para costear la impresión del Libro de Mormón.

26 de marzo de 1830Se ponen a la venta ejemplares del Libro de Mormón.

Doctrina y Convenios 19: Antecedentes históricos adicionales

En junio de 1829, el profeta José Smith y Martin Harris se pusieron en contacto con impresores tanto de Palmyra como de Rochester, Nueva York, con la esperanza de conseguir que alguien imprimiera el Libro de Mormón. Egbert B. Grandin tenía 23 años y trabajaba como propietario, editor y director del periódico Wayne Sentinel, de Palmyra, Nueva York, cuando lo contactaron para la tarea de imprimir el Libro de Mormón. Él rehusó hacerlo al principio, debido a las fuertes actitudes antagónicas en contra de José Smith en la región de Palmyra. Cuando hablaron con Grandin una segunda vez, Martin Harris se comprometió a hipotecar su granja para garantizar el pago de los costos de publicación. El precio de Grandin para publicar el pedido inusualmente grande de 5000 ejemplares del Libro de Mormón fue de $3000 dólares estadounidenses.

El 11 de junio de 1829, José presentó una solicitud para obtener los derechos de autor del Libro de Mormón. Una vez concluida la traducción del Libro de Mormón, aproximadamente el 1º de julio de 1829, José Smith le pidió a Oliver Cowdery que hiciera un duplicado de todo el manuscrito para evitar repetir los problemas que surgieron por la pérdida anterior de las ciento dieciséis páginas. A fin de salvaguardar el manuscrito, solo se llevaban al impresor unas pocas páginas de dicho manuscrito a la vez.

A pesar de que Martin Harris había acordado previamente garantizar el pago, Grandin decidió que no compraría nuevos caracteres tipográficos de metal ni empezaría a imprimir hasta que se finiquitara el acuerdo de pago. Eso requeriría que Martin arriesgara casi toda su propiedad a fin de asegurar el pago. Doctrina y Convenios 19 probablemente se recibió en el verano de 1829, proporcionándole la confianza necesaria para seguir adelante con el acuerdo. (Nota: En versiones anteriores de Doctrina y Convenios, la fecha de la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 19 figura como marzo de 1830. Investigaciones recientes indican que la revelación probablemente se recibió durante el verano de 1829. Esa fecha se refleja en la edición de 2013 de las Escrituras y en este capítulo). El 25 de agosto de 1829, Martin Harris hipotecó su propiedad a Grandin como pago por la publicación (véase The Joseph Smith Papers, Documents [Los Documentos de José Smith], Volume 1: July 1828–June 1831, editado por Michael Hubbard MacKay y otros, 2013, págs. 86–89). “Al hacerlo, confirmó su posición como el pilar financiero más importante del Libro de Mormón y, por lo tanto, de la Iglesia en sus primeros tiempos. Ninguna de las amistades de José Smith, que eran más jóvenes y más pobres, podría haber aportado esa contribución crucial” (véase Matthew McBride, “La contribución de Martin Harris”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, pág. 9, véase también history.lds.org).

Grandin y su ayudante, John H. Gilbert, empezaron de inmediato a trabajar en la impresión. En marzo de 1830, los ejemplares del Libro de Mormón se pusieron a la venta.

Imagen
Mapa 4: Palmyra-Manchester, Nueva York, 1820–1831

Doctrina y Convenios 19:1–20

El Señor explica las consecuencias si no hay arrepentimiento y describe Su sufrimiento por el pecado

Doctrina y Convenios 19:2–3. “Habiendo ejecutado y cumplido la voluntad… [del] Padre”

Jesucristo siempre ha obedecido la voluntad de Su Padre en todas las cosas. En el Concilio de los Cielos, cuando el Padre preguntó a quién debía enviar para redimir a Sus hijos, Jesucristo declaró: “Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre” (Moisés 4:2). El Salvador testificó del propósito de Su misión terrenal cuando enseñó a Sus discípulos: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). En Doctrina y Convenios 19:2, la frase “[h]abiendo ejecutado y cumplido la voluntad de aquel de quien soy” se refiere al cumplimiento de la misión terrenal del Salvador, en particular Su sacrificio expiatorio. En el momento final de la agonía de Jesucristo sobre la cruz, habiendo satisfecho las demandas eternas de la justicia por los pecados del mundo, Él exclamó: “Padre, consumado es, se ha hecho tu voluntad, y entregó el espíritu (Traducción de José Smith, Mateo 27:54 [en Mateo 27:50, nota a al pie de página]). Tras Su resurrección, el Salvador se presentó a la multitud nefita diciendo: “… he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual me he sometido a la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio” (3 Nefi 11:11).

Esa perfecta sumisión a la voluntad del Padre Celestial dio como resultado que Jesucristo recibiera todo poder, incluso el poder de destruir a Satanás y todo mal al fin del mundo. El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó cómo el llevar a cabo la voluntad del Padre Celestial invistió a Jesucristo de poder: “Para poder llegar a ser el Redentor de todos los hijos de nuestro Padre, Jesús tenía que obedecer todas las leyes de Dios a la perfección. Puesto que se sometió a la voluntad del Padre, continuó ‘de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud’ del poder del Padre. Por consiguiente tuvo ‘todo poder, tanto en el cielo como en la tierra’ (D. y C. 93:13, 17)” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Ezra Taft Benson, 2014, pág. 101).

Imagen
Divine Redeemer

Divine Redeemer [Divino Redentor], por Simon Dewey.

Doctrina y Convenios 19:3. Jesucristo juzgará a cada persona de acuerdo con sus obras

El evangelio de Jesucristo enseña que la obediencia es un principio fundamental. Las bendiciones que reciben aquellos que eligen ser obedientes son inmediatas y eternas. La desobediencia hace que una persona pierda las bendiciones y acarrea el castigo y la pérdida del Espíritu. Todos los hijos de Dios serán juzgados de acuerdo con sus obras, o sus esfuerzos por ser obedientes. El “último gran día del juicio” (D. y C. 19:3) se refiere al juicio final, que tendrá lugar al final del Milenio.

El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, aclaró cómo nuestras obras y hechos influyen en cómo seremos juzgados:

“Muchos pasajes de la Biblia y de las Escrituras modernas hablan de un juicio final en el que todas las personas serán recompensadas según sus hechos u obras y los deseos de su corazón. Pero otros pasajes se extienden sobre el tema aludiendo que seremos juzgados según la condición que hayamos logrado.

“… el juicio final no es simplemente una evaluación de la suma total de las obras buenas y malas, o sea, lo que hemos hecho. Es un reconocimiento del efecto final que tienen nuestros hechos y pensamientos, o sea, lo que hemos llegado a ser. No es suficiente que cualquiera tan solo actúe mecánicamente. Los mandamientos, las ordenanzas y los convenios del Evangelio no son una lista de depósitos que tenemos que hacer en alguna cuenta celestial. El evangelio de Jesucristo es un plan que nos muestra cómo llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser” (véase “El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, pág. 40).

Doctrina y Convenios 19:4–12. Castigo sin fin y castigo eterno

Al referirse al juicio que recae sobre aquellos que optan por no arrepentirse de sus pecados, los términos “castigo sin fin” y “castigo eterno” (véase D. y C. 19:11–12) no se refieren a la duración del tiempo que los malvados sufrirán. El Salvador dijo: “Yo soy sin fin, y el castigo que por mi mano se da es castigo sin fin, porque Sin Fin es mi nombre” (D. y C. 19:10). Debido a que el Salvador es Infinito y Eterno, los términos “castigo sin fin” y “castigo eterno” se refieren a la fuente del castigo más que a la duración.

Con excepción de aquellos que hereden las tinieblas de afuera, toda persona que sufra el castigo de Dios será redimida finalmente y asignada a un reino de gloria (véase D. y C. 76:31, 38–39). El élder James E. Talmage (1862–1933), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “El infierno tiene una salida así como una entrada. El infierno no es un lugar al que un juez vengativo envía prisioneros para que sufran y sean castigados únicamente para que él tenga más gloria, sino que es un lugar preparado para enseñar y disciplinar a quienes no aprendieron aquí en la tierra lo que debieron haber aprendido. Es cierto que leemos sobre el castigo eterno, el sufrimiento interminable, la condenación eterna; esas son expresiones terribles; pero en Su misericordia, el Señor aclaró lo que dichas palabras significan. ‘Castigo eterno’, dice Él, es castigo de Dios, puesto que Él es eterno; y esa condición o estado o posibilidad existirá siempre para el pecador que merezca y en verdad necesite tal condenación; mas eso no significa que se obligue al pecador a soportar y sufrir eternamente. No se ha de mantener a nadie en el infierno más de lo que sea necesario para ponerlo en condiciones de ir a un lugar mejor. Cuando alcance esa condición, se abrirán las puertas de la prisión y habrá gozo entre las huestes que le darán la bienvenida a un estado mejor. El Señor no ha cambiado en nada lo que ha dicho en dispensaciones anteriores concerniente a la aplicación de Su ley y Su evangelio, sino que en todo ello nos ha dejado en claro Su bondad y misericordia, puesto que Su obra y Su gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (en Conference Report, abril de 1930, pág. 97).

Doctrina y Convenios 19:13, 15, 20. “… te mando que te arrepientas”

A lo largo de la revelación registrada en Doctrina y Convenios 19 el Señor repite el mandato de arrepentirse, lo que ilustra el amor del Señor por Martin Harris, ya que si este se arrepentía, no tendría que sufrir como lo hizo el Señor. A cada uno de nosotros se nos extiende esa misma invitación. El Señor desea que nos arrepintamos para que no tengamos que sufrir.

El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó por qué el arrepentimiento nos permite recibir la misericordia y el perdón de Dios: “El arrepentimiento existe como una opción únicamente debido a la expiación de Jesucristo. Es Su sacrificio infinito que ‘[provee] a los hombres la manera de tener fe para arrepentimiento’ (Alma 34:15). El arrepentimiento es la condición necesaria, y la gracia de Cristo es el poder por el que ‘la misericordia satisface las exigencias de la justicia’ (Alma 34:16)” (“El divino don del arrepentimiento”, Liahona, noviembre de 2011, pág. 38).

Doctrina y Convenios 19:15–17. Arrepiéntete o sufre como sufrió el Salvador

A fin de recibir las bendiciones de la Expiación de Jesucristo, debemos arrepentirnos de nuestros pecados. Los que se nieguen a aceptar a Jesucristo y a arrepentirse sufrirán por sus pecados. El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó lo siguiente sobre la opción de arrepentirse o sufrir: “No permitamos que la redención de Jesús por nosotros se detenga en la dimensión de la Expiación que nos confiere inmortalidad… ¡Alcancemos el don que nos ofrece de la vida eterna! Al fin, terminaremos escogiendo ya sea ¡la forma de vivir de Cristo o la forma en que padeció!” (véase “Al que venciere… así como yo he vencido”, Liahona, julio de 1987, pág. 72).

El élder D. Todd Christofferson explicó por qué debemos optar por arrepentirnos: “Si un hombre rechaza la expiación del Salvador, deberá pagar él mismo la deuda que tenga con la justicia… El sufrimiento por el pecado de una persona que no es redimida se conoce como infierno y significa estar sujeto al diablo; las metáforas de las Escrituras lo describen como estar en cadenas o como un lago de fuego y azufre. Lehi suplicó a sus hijos que escogieran la redención de Cristo ‘y no… la muerte eterna según el deseo de la carne y la iniquidad que hay en ella, que da al espíritu del diablo el poder de cautivar, de hundiros en el infierno, a fin de poder reinar sobre vosotros en su propio reino’ (2 Nefi 2:29). Aun así, gracias a la expiación de Jesucristo, el infierno tiene un final, y quienes estén obligados a pasar por él son ‘redimidos del diablo [en] la última resurrección’ (Doctrina y Convenios 76:85). Los relativamente pocos ‘hijos de perdición’ son ‘los únicos sobre quienes tendrá poder [perdurable] la segunda muerte; sí, en verdad, los únicos que no serán redimidos en el debido tiempo del Señor, después de padecer su ira’ (Doctrina y Convenios 76:32, 37–38)” (“Redención,” Liahona, mayo de 2013, pág. 112, nota 4) .

Aunque el arrepentimiento nos permite recibir las bendiciones del sacrificio expiatorio del Salvador, todavía experimentaremos algún sufrimiento como consecuencia del pecado. El élder Dallin H. Oaks aclaró la relación que existe entre el pecado y el sufrimiento:

“… entre el pecado y el sufrimiento existe una relación que no comprenden aquellos que pecan a sabiendas con la esperanza de que Él lleve toda la carga del sufrimiento, pensando que el pecado es todo de ellos pero que todo el sufrimiento le corresponde a Él. Ese no es el caso. El arrepentimiento, aun cuando es un pasaje seguro hacia una destinación eterna, no es un don gratuito.

“Pensemos en estos dos pasajes de las Escrituras: (1)‘… el arrepentimiento no podía llegar a los hombres a menos que se fijara un castigo’ (Alma 42:16); y (2) el Salvador dijo que Él había sufrido todas esas cosas por todos ‘para que no padezcan, si se arrepienten; mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo’ (D. y C. 19:16–17).

“Obviamente, esto quiere decir que el transgresor que no se arrepienta tendrá que sufrir por sus propios pecados. ¿Significa también que el Salvador sobrelleva todo el castigo del que se arrepienta, que este no tiene por qué sufrir porque se ha arrepentido? No es posible que tenga ese significado, pues eso no estaría de acuerdo con las otras enseñanzas del Salvador. Lo que quiere decir es que la persona que se arrepienta no tendrá que sufrir ‘así como’ sufrió el Salvador por el pecado. Los pecadores arrepentidos pasarán por cierto sufrimiento, pero a causa de su arrepentimiento y de la Expiación, no experimentarán en su plenitud los tormentos tan‘[intensos]’ que sufrió el Salvador” (véase “El pecado y el sufrimiento”, Liahona, abril de 1994, págs. 29–30).

Imagen
Cristo en Getsemaní

Jesucristo sufrió por los pecados del mundo.

Doctrina y Convenios 19:16–19. El Salvador describió Su sufrimiento por nuestros pecados

Doctrina y Convenios 19:16–19 contiene el relato personal que el Salvador dio de Su sufrimiento. Otras personas, aparte de Él, dan otras descripciones del sufrimiento de Jesucristo durante Su sacrificio expiatorio (véanse Mateo 26:36–39; Marcos 14:32–41; Lucas 22:39–44; Mosíah 3:7). El élder James E. Talmage describió la intensidad del sufrimiento que soportó el Salvador durante Su sacrificio expiatorio:

“Para la mente finita, la agonía de Cristo en el jardín es insondable, tanto en lo que respecta a intensidad como a causa… Luchó y gimió bajo el peso de una carga que ningún otro ser que ha vivido sobre la tierra puede siquiera concebir de ser posible. No fue el dolor físico, ni la angustia mental solamente, lo que lo hizo padecer tan intenso tormento que produjo una emanación de sangre de cada poro, sino una agonía espiritual del alma que solo Dios era capaz de conocer. Ningún otro hombre, no importa cuán poderosa hubiera sido su fuerza de resistencia física o mental, podría haber padecido en tal forma, porque su organismo humano hubiera sucumbido, y [la perdida de sangre en el cerebro] le habría causado la pérdida del conocimiento y ocasionado la muerte anhelada. En esa hora de angustia, Cristo resistió y venció todos los horrores que Satanás, ‘el príncipe de este mundo’ [Juan 14:30] pudo infligirle…

“En alguna forma efectiva y terriblemente real, aun cuando incomprensible para el hombre, el Salvador tomó sobre sí la carga de los pecados de todo el género humano, desde Adán hasta el fin del mundo” (Jesús el Cristo, 1964, págs. 643–644).

El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó por qué Jesucristo estuvo dispuesto a sufrir por nuestros pecados: “… de una manera milagrosa que ninguno de nosotros puede comprender totalmente, el Salvador tomó sobre Sí los pecados del mundo. A pesar de que Su vida era pura y estaba libre de pecado, Él pagó el castigo máximo del pecado: el de ustedes, el mío y el de todos los que han vivido. Su agonía mental, emocional y espiritual fue tan grande que hizo que sangrara por cada poro (véanse Lucas 22:44; D. y C. 19:18). No obstante, Jesús sufrió voluntariamente a fin de que todos pudiésemos tener la oportunidad de ser limpios mediante la fe en Él, al arrepentirnos de nuestros pecados, al ser bautizados por la debida autoridad del sacerdocio, al recibir el don purificador del Espíritu Santo mediante la confirmación y al aceptar todas las demás ordenanzas esenciales. Sin la expiación del Señor, ninguna de esas bendiciones estarían a nuestro alcance, y no podríamos llegar a ser dignos y estar preparados para regresar a morar en la presencia de Dios” (véase “La Expiación y el valor de un alma”, Liahona, mayo de 2004, pág. 85).

Doctrina y Convenios 19:18–19. El Salvador no desmayó

La frase “y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar” (D. y C. 19:18) se refiere al deseo del Salvador de no echarse atrás bajo el peso de Su sufrimiento. Aunque Su sufrimiento sobrepasaba cualquier cosa que podamos comprender, se sometió a la voluntad del Padre Celestial y llevó a cabo la Expiación.

El élder Neal A. Maxwell describió cómo podríamos aplicar a nuestra propia vida las verdades que se enseñan en Doctrina y Convenios 19:18–19: “… a medida que enfrentemos nuestras pruebas y tribulaciones… también nosotros podemos suplicarle al Padre, tal como lo hizo Jesús, que no tengamos que ‘desmayar’, es decir, retroceder o rehuir (D. y C. 19:18). ¡No desmayar es mucho más importante que sobrevivir! Más aún, el beber de una amarga copa sin amargarse es asimismo parte del emular a Jesús” (“Aplicar la sangre expiatoria de Cristo”, Liahona, enero de 1998, pág. 26).

Doctrina y Convenios 19:20. ¿Cuándo le retiró el Señor Su Espíritu a Martin Harris?

Aunque no está claro a qué ocasión o acontecimiento se refiere en la frase “la ocasión en que retiré mi Espíritu” (D. y C. 19:20), es probable que el Señor se refiriera a la ocasión en que Martin Harris perdió ciento dieciséis páginas del manuscrito del Libro de Mormón. En esa ocasión el Señor expresó desagrado, describiendo a Martin como un “hombre inicuo” que había “despreciado los consejos de Dios y quebrantado las más santas promesas hechas ante Dios, y ha confiado en su propio juicio y se ha jactado de su propia sabiduría” (D. y C. 3:12–13). El descuido de Martin que resultó en la pérdida del manuscrito ciertamente le hizo sentir un alejamiento del Espíritu del Señor por una temporada. Más tarde, Martin halló gran esperanza en el hecho de que el Señor estuviese dispuesto a permitirle ver las planchas como uno de los Tres Testigos (véanse D. y C. 5:23–28; 17:1–8).

Lucy Mack Smith, la madre del profeta José Smith, describió los sentimientos que tenían en su hogar después de que Martin Harris hubo perdido las ciento dieciséis páginas manuscritas del Libro de Mormón: “Recuerdo muy bien ese día de oscuridad que nos invadió tanto en nuestro interior como en el ambiente que nos rodeaba. Por lo menos para nosotros, los cielos parecían cubiertos de oscuridad y la tierra envuelta en un velo de tristeza. Muchas veces me he dicho que si los seres más inicuos que jamás hayan puesto un pie en el estrado del Todopoderoso recibieran continuamente un castigo tan severo como el que experimentamos en esa ocasión, aun cuando su castigo no fuera más grande que ese, yo sentiría compasión por ellos” (“Lucy Mack Smith, History, 1845”, págs. 134–135, josephsmithpapers.org).

Imagen
Copia de los derechos de autor del Libro de Mormón

Una de las dos copias de la solicitud de derechos de autor del Libro de Mormón presentada ante el tribunal de distrito de los Estados Unidos en Utica, Nueva York

Doctrina y Convenios 19:21–41

El Señor da a Martin Harris varios mandamientos, entre ellos el mandato de ofrecer su granja para la impresión del Libro de Mormón

Doctrina y Convenios 19:23. “Aprende de mí… y en mí tendrás paz”

A Martin Harris no solo se le mandó que se arrepintiera a fin de progresar como discípulo de Jesucristo, sino que también debía aprender de Jesucristo, escucharlo y caminar en la mansedumbre como Él lo hace (véase D. y C. 19:23). El presidente Thomas S. Monson enseñó que estudiar la palabra revelada de Dios es una manera de aprender del Salvador y recibir Su paz en nuestra vida:

Llenen la mente con la verdad. No encontramos la verdad al arrastrarnos en el error. La verdad se encuentra al buscar, estudiar y vivir la palabra revelada de Dios. Adoptamos el error cuando nos asociamos con él; aprendemos la verdad cuando nos relacionamos con ella.

“El Salvador del mundo instruyó: ‘… buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe’ [D. y C. 88:118]. Y agregó: ‘Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí’ (Juan 5:39).

“Él invita a cada uno de nosotros: ‘Aprende de mí y escucha mis palabras; camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mí tendrás paz’ [D. y C. 19:23]” (“Sé ejemplo”, Liahona, enero de 2002, pág. 115).

Doctrina y Convenios 19:26–27, 34–35. “Paga la deuda que has contraído con el impresor”

Martin Harris había puesto su propiedad como garantía para ayudar a pagar la impresión del Libro de Mormón, pero le preocupaba que pudiera perder su granja. Finalmente, vendió 151 acres de su tierra para pagar la deuda. Aunque a Martin le costó mucho, el vender su tierra fue un precio pequeño para ayudar a sacar a luz el Libro de Mormón, que ha llevado a incontables almas al Padre y a Su Hijo Jesucristo. Más tarde, Martin testificó que de los ingresos de la venta del libro, recuperó todo el dinero que había dado como adelanto para la impresión del libro [véase “Additional Testimony of Martin Harris (One of the Three Witnesses) to the Coming forth of the Book of Mormon”, The Latter-day Saints’ Millennial Star, tomo XXI, 20 de agosto de 1859, pág. 545].

Imagen
La granja de Martin Harris en Palmyra, Nueva York

Martin Harris vendió parte de su granja para pagar la impresión del Libro de Mormón (fotografía de aproximadamente 1907).

Cortesía de la Biblioteca y los Archivos de Historia de la Iglesia

Doctrina y Convenios 19:25–26. “… te mando no codiciar”

El Señor mandó a Martin Harris que diera liberalmente de sus bienes para la impresión del Libro de Mormón; y para ayudarlo a comprender la importancia de ese mandamiento y alentarlo a actuar con respecto al mismo, el Señor utilizó en Doctrina y Convenios 19:25–26 un lenguaje similar al de Éxodo 20:17, el cual advierte del pecado de la codicia. No existe evidencia de que Martin estuviese codiciando la esposa de un vecino o que estuviera atentando contra la vida de un vecino. El Señor le estaba enseñando que la codicia puede extenderse incluso hasta nuestras propias pertenencias o tiempo, si los valoramos más que al Señor y a Su obra.

Imagen
Retrato de Egbert B. Grandin; foto de Johan H. Gilbert

Egbert B. Grandin (izquierda) imprimió los primeros 5000 ejemplares del Libro de Mormón. John H. Gilbert (derecha) fue el tipógrafo de la impresión original del Libro de Mormón.

Doctrina y Convenios 19:29–31. No denigres a los que denigran

Al compartir el Evangelio o defender las creencias, los miembros de la Iglesia deben hablar y actuar con humildad y civilidad. El Señor manda a Sus discípulos amar a los demás, especialmente cuando haya una diferencia de opinión. El élder Dallin H. Oaks explicó la importancia de evitar la contención:

“El Evangelio tiene muchas enseñanzas en cuanto a guardar los mandamientos mientras vivimos entre personas que tienen diferentes creencias y prácticas. Las enseñanzas relacionadas con la contención son fundamentales. Cuando el Cristo resucitado encontró a los nefitas que disputaban acerca de la manera de bautizar, Él dio instrucciones claras en cuanto a cómo se debía efectuar esa ordenanza. Después enseñó este gran principio:

“‘… no habrá disputas entre vosotros, como hasta ahora ha habido; ni habrá disputas entre vosotros concernientes a los puntos de mi doctrina, como hasta aquí las ha habido.

“‘Porque en verdad, en verdad os digo que aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la contención, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros.

“‘He aquí… mi doctrina es esta, que se acaben tales cosas’ (3 Nefi 11:28–30; cursiva agregada).

“El Salvador no limitó Su advertencia contra la contención a aquellos que no estaban guardando el mandamiento del bautismo. Él prohibió la contención por parte de cualquier persona. Incluso aquellos que guardan los mandamientos no deben agitar el corazón de los hombres para que contiendan con ira. El ‘padre de la contención’ es el diablo; el Salvador es el Príncipe de Paz.

“De igual manera, la Biblia nos enseña que ‘los sabios apartan la ira’ (Proverbios 29:8). Los Apóstoles de los primeros días enseñaron que debemos ‘[seguir] lo que conduce a la paz’ (Romanos 14:19) y ‘[hablar] la verdad en amor’ (Efesios 4:15), ‘porque la ira del hombre no produce la justicia de Dios’ (Santiago 1:20). En la revelación moderna, el Señor mandó que las buenas nuevas del Evangelio restaurado se debían declarar ‘cada hombre a su vecino, con mansedumbre y humildad’ (D. y C. 38:41), ‘con toda humildad… no denigrando a los que denigran’ (D. y C. 19:30)” (véase “Amar a los demás y vivir con las diferencias”, Liahona, noviembre de 2014, págs. 25–26) .

Imagen
exterior del edificio de la imprenta de E. B. Grandin

El edificio donde E. B. Grandin imprimió la versión de 1830 del Libro de Mormón

Doctrina y Convenios 19:35. La deuda es una forma de servidumbre

Así como se debe pagar una deuda para escapar del cautiverio del pecado, los seguidores del Señor deben pagar sus deudas monetarias para escapar de la servidumbre financiera. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) explicó cómo el consejo que se dio a Martin Harris de “[pagar] la deuda” (D. y C. 19:35) se puede aplicar a nosotros en la actualidad:

“Desde los inicios de la Iglesia, el Señor ha hablado en cuanto [al] tema de las deudas. Por medio de la revelación, dijo a Martin Harris: ‘Paga la deuda que has contraído con el impresor. Líbrate de la servidumbre’ (D. y C. 19:35).

“El presidente Heber J. Grant habló del asunto en repetidas ocasiones… Él dijo: ‘Si hay algo que puede traer paz y contentamiento al corazón humano y a la familia, es vivir dentro de los límites de nuestros ingresos. Y si hay algo desalentador y que corroe el espíritu, es tener deudas y obligaciones que no podemos cumplir” (Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, pág. 111).

“Estamos llevando a toda la Iglesia el mensaje de la autosuficiencia, la cual no se puede lograr cuando pesan deudas gravosas sobre la familia. Las personas no son independientes ni están libres de la servidumbre cuando tienen compromisos financieros con otras personas…

“Qué espléndido sentimiento es estar libre de deudas y tener ahorrado un poco de dinero en un lugar al que se pueda recurrir en caso de necesidad, para alguna emergencia.

“… los insto a evaluar su situación económica. Los exhorto a gastar en forma moderada, a disciplinarse en las compras que hagan para evitar las deudas hasta donde sea posible. Liquiden sus deudas lo antes posible y líbrense de la servidumbre.

“Esto es parte del Evangelio temporal en el que creemos. Que el Señor los bendiga… para que pongan sus casas en orden. Si han liquidado sus deudas y cuentan con una reserva, por pequeña que sea, entonces, aunque las tormentas azoten a su alrededor, tendrán refugio para [sus familias] y paz en el corazón. Eso es todo lo que tengo que decir al respecto, pero quiero decirlo con todo el énfasis con el que me es posible expresarlo” (véase “A los jóvenes y a los hombres”, Liahona, enero de 1999, págs. 65–66).

Doctrina y Convenios 19:38. Bendiciones más grandes que los tesoros de la tierra

El Señor le prometió a Martin Harris que si era obediente, “[derramaría Su] Espíritu sobre [él]” y que recibiría bendiciones más grandes que los tesoros de la tierra (D. y C. 19:38). Aunque quizás haya sido difícil para Martin comprenderlo en ese momento, las bendiciones asociadas con la salida a luz del Libro de Mormón superaban con creces sus propiedades personales y su riqueza.

El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Cuórum de los Doce Apóstoles, comparó las bendiciones celestiales y los tesoros terrenales: “En las Escrituras dice: ‘No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo’ [Mateo 6:19–20]. Las riquezas de este mundo son como polvo en comparación con las riquezas que esperan a los fieles en las moradas de nuestro Padre Celestial. Insensato es quien pasa sus días en busca de lo que se herrumbra y desvanece. Cuán sabio es quien pasa sus días en busca de la vida eterna” (véase “Deudas terrenales y deudas celestiales”, Liahona, mayo de 2004, pág. 43).