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Capítulo 31: Doctrina y Convenios 84


“Capítulo 31: Doctrina y Convenios 84”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 31”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 31

Doctrina y Convenios 84

Introducción y cronología

En septiembre de 1832, los misioneros regresaron a Kirtland, Ohio, después de haber predicado el Evangelio en los estados del este de EE. UU. y de haber informado a José Smith de sus logros. Durante la reunión, el Profeta preguntó al Señor y recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 84. En esta revelación, el Señor explicó cómo el sacerdocio prepara a los santos para entrar en la presencia de Dios y recibir todo lo que Él tiene. El Señor enseñó acerca de la importancia de prestar oído a Sus palabras y reprendió a los santos del condado de Jackson, Misuri, por tratar ligeramente el Libro de Mormón y Sus mandamientos. También mandó a los santos que predicaran el Evangelio al mundo y les dio instrucciones sobre cómo hacerlo.

Finales de junio de 1832José Smith regresa a Kirtland, Ohio, desde Independence, Misuri.

12 de septiembre de 1832José y Emma Smith se mudan de Hiram a Kirtland, Ohio, para vivir sobre la tienda de Newel K. Whitney.

22–23 de septiembre de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 84.

Principios de octubre de 1832José Smith y Newel K. Whitney viajan a Boston, Massachusetts; Albany, Nueva York; y la ciudad de Nueva York para predicar el Evangelio y adquirir mercancías para la tienda de Kirtland.

Doctrina y Convenios 84: Antecedentes históricos adicionales

Durante una conferencia de poseedores del sacerdocio que se llevó a cabo en Amherst, Ohio, el 25 de enero de 1832, se llamó a algunos élderes a predicar el Evangelio en diferentes lugares de los Estados Unidos (véase D. y C. 75). En septiembre de 1832, algunos de esos élderes regresaron de sus misiones en los estados del este. José y Emma se acababan de mudar de la casa de John y Alice (Elsa) Johnson en Hiram, Ohio, a la vivienda de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio. Cuando los misioneros regresaron a Kirtland, presentaron un informe de sus experiencias y el profeta José Smith se regocijó por su éxito. Mientras el Profeta se encontraba con esos élderes el 22 de septiembre, preguntó al Señor y recibió una revelación sobre el sacerdocio. El Profeta continuó recibiendo instrucciones del Señor al día siguiente, el 23 de septiembre. Esa revelación, que se recibió en el espacio de dos días, se encuentra registrada en Doctrina y Convenios 84. Varias personas fueron testigos de cuando el profeta José Smith dictó la revelación. Doctrina y Convenios 84:1 sugiere que había seis élderes presentes cuando comenzó a dictar, pero una nota de la copia original de la revelación escrita a mano indica que había diez sumos sacerdotes presentes durante la última parte de la revelación (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II: julio 1831–enero 1833, edición de Matthew C. Godfrey y otros, 2013, págs. 289–290).

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Mapa 2: Algunas ubicaciones importantes de los albores de la historia de la Iglesia

Doctrina y Convenios 84:1–32

El Señor declara que se ha de construir un templo en la ciudad de la Nueva Jerusalén y explica el propósito del sacerdocio

Doctrina y Convenios 84:2–5. Un templo “se edificará en esta generación” en la ciudad de la Nueva Jerusalén

Durante la primera visita del profeta José Smith al condado de Jackson, Misuri, en julio de 1831, el Señor declaró que esa zona era el lugar que había “señalado y consagrado para el recogimiento de los santos” (D. y C. 57:1). Y luego continuó: “Por tanto, esta es la tierra prometida y el sitio para la ciudad de Sion… el lugar que ahora se llama Independence es el lugar central” (D. y C. 57:2–3). Al poco tiempo, José Smith y Sidney Rigdon dedicaron la tierra de Sion y un lugar para la edificación del templo. Estaban familiarizados con revelaciones anteriores en las que el Señor había indicado que el lugar central de Sion se conocería como la ciudad de la Nueva Jerusalén, donde el pueblo de Dios se reuniría y edificaría un templo, y donde algún día Jesucristo vendría a visitar a Su pueblo (véanse Éter 13:6, 8; D. y C. 42:9, 35–36; 45:66–67).

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Independence, Misuri, 1831, por Al Rounds

Independence, Misuri, 1831, por Al Rounds. El 3 de agosto de 1831, el profeta José Smith dedicó un lugar para el templo en Independence, condado de Jackson, Misuri (véase D. y C. 84:3–4).

Durante los meses posteriores a la dedicación del terreno por José y Sidney, cientos de miembros de la Iglesia llegaron y se establecieron en el condado de Jackson. En septiembre de 1832, como está registrado en Doctrina y Convenios 84, el Señor reafirmó Su voluntad de que los santos edificaran “la ciudad de la Nueva Jerusalén” (D. y C. 84:2), comenzando con el templo, el cual el Señor mandó que se debía edificar “en esta generación” (D. y C. 84:4).

Sin embargo, a finales de 1833, los Santos de los Últimos Días habían sido expulsados por sus enemigos del condado de Jackson y, con el tiempo, se establecieron en otros lugares. Los santos llegaron a saber que sus propias transgresiones habían contribuido a su expulsión de Sion (véanse D. y C. 101:1–6; 105:1–6). En aquel entonces no se edificaron ni la Nueva Jerusalén ni el templo, como se había mandado en Doctrina y Convenios 84:4–5. Varios años más tarde, después de que los santos se establecieran en Nauvoo, Illinois, el Señor declaró que estaban exentos del mandamiento de edificar la ciudad de la Nueva Jerusalén y el templo sigue vigente (véase D. y C. 124:49–51). Sin embargo, las promesas del Señor de que algún día Sion será redimida y se edificará la Nueva Jerusalén siguen vigentes (véanse D. y C. 100:13; 105:9; 136:18).

Doctrina y Convenios 84:5–31. “Y los hijos de Moisés, de acuerdo con el Santo Sacerdocio”

Doctrina y Convenios 84 hace referencia a los acontecimientos y temas que se encuentran en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, y destaca vínculos importantes entre la obra de Dios en la antigüedad y en nuestros días. Por ejemplo, el Señor profetizó que una nube cubriría el templo de los últimos días en la Nueva Jerusalén, tal como ocurrió cuando Moisés y los hijos de Israel erigieron el tabernáculo en el desierto (véanse Éxodo 40:34–35; D. y C. 84:5). La revelación habla brevemente de “los hijos de Moisés, de acuerdo con el Santo Sacerdocio” (D. y C. 84:6), refiriéndose a aquellos que, como Moisés, recibieron el Sacerdocio de Melquisedec, que también se llama “sacerdocio mayor” en esta revelación (D. y C. 84:19). A continuación de esa frase, el Señor interpone instrucciones sobre el sacerdocio. Esas instrucciones incluyen una explicación de que el sacerdocio vino de una línea ininterrumpida de Adán a Moisés, así como verdades importantes sobre el sacerdocio y sus ordenanzas (véase D. y C. 84:6–30). Sin esta interposición, la revelación diría: “Y los hijos de Moisés, de acuerdo con el Santo Sacerdocio… ofrecerán una ofrenda y un sacrificio aceptables en la casa del Señor” (D. y C. 84:6, 31; véase también D. y C. 128:24).

Doctrina y Convenios 84:16–18. El sacerdocio es “sin principio de días ni fin de años”

Después de trazar la línea de autoridad del Sacerdocio de Melquisedec desde Moisés hasta Adán (véase D. y C. 84:6–16), el Señor explicó que el sacerdocio “continúa en la iglesia de Dios en todas las generaciones” (D. y C. 84:17). Eso significa que, mediante el sacerdocio, se han enseñado las verdades del Evangelio y se han administrado las ordenanzas de salvación en todas las dispensaciones. El profeta José Smith (1805–1844) enseñó que el sacerdocio es “el conducto mediante el cual el Todopoderoso comenzó a revelar Su gloria al principio de la creación de esta tierra, y por el cual ha seguido revelándose a los hijos de los hombres hasta el tiempo actual” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 114).

El Señor también reveló que el sacerdocio “es sin principio de días ni fin de años” (D. y C. 84:17), o sea, que es de naturaleza eterna. El profeta José Smith explicó:

“El sacerdocio se dio primeramente a Adán; él recibió la Primera Presidencia y tuvo las llaves de ella de generación en generación. La recibió en la Creación, antes de que se formara el mundo… él es Miguel el Arcángel, de quien se habla en las Escrituras. Después se dio a Noé, que es Gabriel; este sigue a Adán en la autoridad del sacerdocio… Esos hombres tuvieron las llaves primeramente en la tierra y luego en los cielos.

“El sacerdocio es un principio sempiterno, y existió con Dios desde la eternidad y existirá por la eternidad, sin principio de días ni fin de años” (Enseñanzas: José Smith, pág. 109).

Doctrina y Convenios 84:19. El Sacerdocio de Melquisedec “posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios”

El Señor recalca la función central del Sacerdocio de Melquisedec en la administración del Evangelio a los hijos de Dios. Solamente mediante el poder y la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec, el cual “posee la llave de los misterios del reino, sí, la llave del conocimiento de Dios” (D. y C. 84:19), los hombres y las mujeres pueden llegar a conocer a Dios, recibir la plenitud de Su evangelio y entrar en Su presencia.

El profeta José Smith enseñó que el Sacerdocio de Melquisedec es “el medio por el cual se revela de los cielos todo conocimiento, doctrina, el Plan de Salvación y todo otro asunto importante” (véase Enseñanzas: José Smith, pág. 113; véase también D. y C. 107:18–19). El Señor ha revelado estas verdades en los últimos días mediante Sus profetas escogidos y autorizados, comenzando con el profeta José Smith y hasta el Presidente de la Iglesia en el día de hoy. Estas verdades también se hicieron saber a los hijos de Dios mediante las ordenanzas administradas por la autoridad del santo sacerdocio.

Todo miembro de la Iglesia que recibe el don del Espíritu Santo por la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec puede saber, por revelación personal, la veracidad del Evangelio, así como obtener conocimiento del Padre Celestial y de Jesucristo (véanse Juan 17:3; 1 Nefi 10:17–19; D. y C. 132:24). El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó que, como miembros de la Iglesia, deberíamos “regocijarnos al pensar que tenemos la gran autoridad mediante la cual podemos conocer a Dios. No solo los hombres que poseen el sacerdocio conocen esa gran verdad, sino que por motivo de ese sacerdocio y sus ordenanzas, todos los miembros de la Iglesia, varones y mujeres por igual, pueden conocer a Dios” (Doctrines of Salvation, compilación de Bruce R. McConkie, 1956, tomo III, págs. 142–143).

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habitación de la tienda de Newel K. Whitney, Kirtland, Ohio

El profeta José Smith dictó varias revelaciones, incluida la que se encuentra registrada en Doctrina y Convenios 84, en esta habitación de la planta superior de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio.

Doctrina y Convenios 84:20–22. El poder de la divinidad se manifiesta por medio de las ordenanzas del sacerdocio

El poder de la divinidad incluye el poder de llegar a ser como Dios (véanse 2 Pedro 1:3–4; D. y C. 76:53–59; 93:19–22). Mediante las ordenanzas del Sacerdocio de Melquisedec, aprendemos cómo regresar a la presencia de Dios, y recibimos el poder para hacerlo cuando vivimos de acuerdo con nuestros convenios. El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó una manera en la que el poder de la divinidad se manifiesta en nuestra vida por medio de las ordenanzas y los convenios del sacerdocio.

“El compromiso que hacemos con Él mediante convenio permite a nuestro Padre Celestial dejar que Su influencia divina, el ‘poder de la divinidad’ (D. y C. 84:20), fluya hacia nuestra vida. Él puede hacer eso porque al participar en las ordenanzas del sacerdocio ejercemos nuestro albedrío y elegimos recibirlo… 

“En todas las ordenanzas, en especial las del templo, somos investidos con poder de lo alto. Ese ‘poder de la divinidad’ viene por medio de la persona e influencia del Espíritu Santo… 

“También es el Espíritu Santo, en Su carácter de Espíritu Santo de la Promesa, que confirma la validez y eficacia de tus convenios y sella sobre ti las promesas de Dios” (“El poder de los convenios”, Liahona, mayo de 2009, págs. 21–22).

El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó cómo se relaciona el poder de la divinidad con las bendiciones que vienen del Salvador mediante Su sacrificio expiatorio: “Los convenios recibidos y honrados con integridad, y las ordenanzas efectuadas mediante la debida autoridad del sacerdocio, son necesarios para recibir todas las bendiciones que brinda la expiación de Jesucristo. Es mediante las ordenanzas del sacerdocio que el poder de la divinidad se manifiesta a los hombres en la carne, incluso las bendiciones de la Expiación (véase D. y C. 84:20–21)” (“Soportar sus cargas con facilidad”, Liahona, mayo de 2014, pág. 88).

Doctrina y Convenios 84:22. “… porque sin esto, ningún hombre puede ver la faz de Dios… y vivir”

Sin el poder de la divinidad, ningún hombre o mujer puede soportar la presencia de Dios. Moisés vio a Dios y habló con Él cara a cara, y dijo que habría “desfallecido y [se] habría muerto” si no hubiera sido “transfigurado delante de [Dios]” (Moisés 1:11). Tal como se encuentra registrado en Doctrina y Convenios 67, el Señor enseñó que solo quien haya sido “vivificado por el Espíritu de Dios” puede ver la faz de Dios y estar en Su presencia (véase D. y C. 67:11–12). Esas narraciones se refieren a la transfiguración, un cambio temporal que ha permitido a las personas justas de varias dispensaciones ver a Dios y vivir. Sin embargo, Doctrina y Convenios 84:20–22 enseña acerca de la santificación: un cambio duradero en nuestra naturaleza caída que se obtiene mediante las ordenanzas y los convenios del Sacerdocio de Melquisedec (véanse también D. y C. 67:10; 88:68; 93:1). El Señor enseñó a Adán que “ninguna cosa inmunda puede… morar en su presencia” (Moisés 6:57). Únicamente al recibir las ordenanzas mediante el poder del sacerdocio y guardar los mandamientos correspondientes, podemos quedar limpios del pecado y llegar a ser santos y puros como Dios. El profeta José Smith enseñó: “Si desean ir a donde Dios está, deben ser semejantes a Dios o poseer los principios que Dios posee” (Enseñanzas: José Smith, pág. 76).

Doctrina y Convenios 84:23–25. Moisés “procuró diligentemente santificar a los de su pueblo”

En Doctrina y Convenios 84:23, el Señor resume los esfuerzos de Moisés por santificar a los hijos de Israel para que pudieran recibir las ordenanzas prometidas del sacerdocio y el poder para entrar en la presencia de Dios (véase también Éxodo 19:10–11). En un principio, los hijos de Israel hicieron convenio de hacer todo lo que el Señor les mandara (véase Éxodo 19:7–8), y algunos de ellos, incluso Aarón y sus dos hijos, “vieron al Dios de Israel” (Éxodo 24:9–10). Sin embargo, los hijos de Israel endurecieron el corazón y se corrompieron con la idolatría (véase Éxodo 32:7–8). Como consecuencia, perdieron el privilegio de recibir las ordenanzas y convenios del Sacerdocio de Melquisedec que les hubieran permitido entrar en el reposo de Dios, “el cual es la plenitud de su gloria” (D. y C. 84:24; véanse también Jacob 1:7; Alma 12:33–37; 13:12–16; 3 Nefi 27:19).

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Monte Sinaí, Egipto

En el monte Sinaí, Moisés procuró preparar a los hijos de Israel para recibir las ordenanzas del sacerdocio a fin de que pudieran ver “la faz de Dios” (véase D. y C. 84:19–23).

Doctrina y Convenios 84:26–30. El Sacerdocio Aarónico posee la llave del Evangelio preparatorio

Aunque el Señor quitó el Sacerdocio de Melquisedec de entre los hijos de Israel, les proporcionó “el sacerdocio menor”, o el Sacerdocio Aarónico, y sus ordenanzas (véase D. y C. 107:13–14). El obispo Keith B. McMullin, que sirvió en el Obispado Presidente, explicó cómo el Sacerdocio Aarónico prepara a los hijos de Dios para la plenitud del evangelio del Salvador:

“La porción menor del Evangelio comprende verdades vitales y salvadoras, y se basa en la piedra angular de la obediencia y el sacrificio. Estas verdades enseñan a los hombres, a las mujeres, a los jóvenes y a las señoritas los fundamentos de la rectitud, los que consisten en el arrepentimiento, el bautismo y la observancia de la ley de los mandamientos carnales para la remisión de los pecados. Los mandamientos carnales son los que nos permiten sobreponernos a la lujuria, a las pasiones y a los deseos de nuestro cuerpo y mente naturales o mortales… Esta porción menor del Evangelio dará sustento a los que son nuevos en la Iglesia, guiará de regreso a los que se hayan apartado, ayudará a los jóvenes a reconocer y a sobreponerse a las tentaciones y los engaños del mundo. Sin esta preparación, la plenitud de las bendiciones del Evangelio no se puede alcanzar ni disfrutar.

“La responsabilidad de administrar esta porción preparatoria del Evangelio se le confía al Sacerdocio Aarónico” (véase “¡He aquí el hombre!”, Liahona, enero de 1998, pág. 47).

El presidente Boyd K. Packer (1924– 2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, compartió el siguiente relato del presidente Wilford Woodruff para ilustrar el poder que es inherente al Sacerdocio Aarónico y cómo, por medio de ese sacerdocio, se puede guiar a los hijos de Dios a recibir el Evangelio:

“Después de unirse a la Iglesia, el presidente Wilford Woodruff sintió el deseo de servir como misionero.

“‘Yo era simplemente un maestro’, escribió, ‘pero no es parte del oficio de maestro el salir a predicar. No me atreví a comentar con ninguna de las autoridades de la Iglesia mi deseo de ser misionero, ya que no quería que pensaran que estaba en procura de un oficio’ (Leaves from My Journal, Salt Lake City: Juvenile Instructor Office, 1882, pág. 8).

“Oró al Señor y, sin que revelara sus deseos a nadie, fue ordenado presbítero y se le envió como misionero al territorio de Arkansas.

“Junto con su compañero, tuvo que recorrer 160 km por una tierra pantanosa infestada de cocodrilos, mojado, embarrado y cansado. El hermano Woodruff comenzó a sentir un agudo dolor en la rodilla que le impidió continuar. Su compañero lo dejó sentado sobre un tronco y se marchó a casa. El hermano Woodruff se arrodilló en el fango y oró pidiendo ayuda. Fue sanado y continuó la misión él solo.

“Tres días más tarde, llegó a Memphis, Tennessee, agotado, hambriento y cubierto de barro. Se dirigió a la posada más concurrida del lugar y, a pesar de que no tenía dinero para pagar, pidió algo de comer y un lugar donde dormir.

“Cuando el posadero supo que se trataba de un predicador, se echó a reír y decidió divertirse a su costa. Ofreció cama y comida al hermano Woodruff con la condición de que predicara a sus amigos.

“Allí se encontraba reunida la gente más rica y destacada de Memphis, a la que le pareció muy chistoso el aspecto tan descuidado del misionero.

“Nadie quería cantar ni orar, de modo que el hermano Woodruff hizo ambas cosas. Se arrodilló ante ellos y suplicó al Señor que le acompañara con Su Espíritu y le mostrara el corazón de las personas. ¡Y el Espíritu llegó! El hermano Woodruff pudo predicar con gran poder y hasta revelar algunas acciones secretas de aquellos que habían querido ridiculizarle.

“Cuando terminó, nadie se rio de aquel humilde poseedor del Sacerdocio Aarónico y de allí en adelante lo trataron con bondad” (véase Leaves from My Journal, págs. 16–18.)

“Él contaba con el poder orientador y protector del Sacerdocio Aarónico, el cual también puede acompañarlos a ustedes [que poseen el Sacerdocio Aarónico]… 

“Por el hecho de que se le llame el sacerdocio menor, no quiere decir que el Sacerdocio Aarónico tenga menos importancia” (véase “El Sacerdocio Aarónico”, Liahona, febrero de 1982, págs. 53–55).

Doctrina y Convenios 84:31–32. ¿Quiénes son los hijos de Moisés y los hijos de Aarón?

En Doctrina y Convenios 84:31, el Señor continúa el análisis que había comenzado en Doctrina y Convenios 84:5–6 sobre la función de “los hijos de Moisés y también los hijos de Aarón… en la casa del Señor”, incluyendo el templo de los últimos días que se edificará en la ciudad de la Nueva Jerusalén. Los hijos de Moisés son aquellos que poseen el Sacerdocio de Melquisedec. Los hijos de Aarón son aquellos que poseen el Sacerdocio Aarónico. Estos poseedores del sacerdocio “ofrecerán una ofrenda y un sacrificio aceptables en la casa del Señor” (D. y C. 84:31). (Para obtener más información sobre estas ofrendas de los últimos días, véanse Isaías 66:20–21; Omni 1:26; D. y C. 13:1; 128:24).

Doctrina y Convenios 84:33–44

El Señor revela el juramento y el convenio del sacerdocio

Doctrina y Convenios 84:33–44. ¿En qué consiste el juramento y el convenio del sacerdocio?

El Salvador declaró: “… todos los que reciben el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre” (D. y C. 84:40). La Guía para el Estudio de las Escrituras explica: “Un juramento es una afirmación solemne de ser fiel a las promesas que se hayan hecho; un convenio es una promesa solemne que se hacen dos personas entre sí” (“Juramento y convenio del sacerdocio”, scriptures.lds.org). El élder Carlos E. Asay (1926–1999), de la Presidencia de los Setenta, explicó la naturaleza sagrada del juramento y convenio asociados al sacerdocio: “De todos los acuerdos que incumben al evangelio de Jesucristo, pocos, si los hay, tienen más importancia que el juramento y convenio del sacerdocio. Es eminentemente sagrado por tratarse de un poder celestial dado al hombre y del esfuerzo de este por lograr metas eternas. No podemos hacer caso omiso de las condiciones de este contrato; por esa ignorancia podríamos no cumplir nuestro deber, con el resultado de la pérdida de las bendiciones prometidas” (véase “El juramento y convenio del sacerdocio”, Liahona, enero de 1986, pág. 35).

El Señor ha prometido que aquellos que obtengan el sacerdocio y que magnifiquen sus llamamientos fielmente serán santificados por el Espíritu, recibirán la autoridad de los hijos de Moisés y Aarón y llegarán a ser descendencia de Abraham y elegidos de Dios (véase D. y C. 84:33–34). Ser la descendencia o los hijos de Abraham significa convertirse en herederos de las bendiciones prometidas a Abraham (véanse Abraham 2:9–11; D. y C. 132:28–31).

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Moisés llama a Aarón al ministerio, por Harry Anderson

Moisés llama a Aarón al ministerio, por Harry Anderson. Aquellos que reciben el sacerdocio y magnifican fielmente su llamamiento “llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón” (véase D. y C. 84:33–34).

Ser fiel para obtener “estos dos sacerdocios” (D. y C. 84:33) incluye obtener el poder y las bendiciones que llegan al recibir las ordenanzas del Sacerdocio Aarónico y del de Melquisedec, así como guardar fielmente los convenios correspondientes. El profeta José Smith enseñó que una persona obtiene la plenitud del sacerdocio al “guardar todos los mandamientos y obedecer todas las ordenanzas de la casa del Señor” (Enseñanzas: José Smith, pág. 445). Por tanto, las bendiciones del juramento y eñ convenio del sacerdocio no son solo para los poseedores del sacerdocio. Las más grandes bendiciones de Dios las reciben los hombres y las mujeres que se sellan el uno al otro en el templo. El élder Paul B. Pieper, de los Setenta, enseñó:

“Las bendiciones plenas del sacerdocio se reciben juntos como esposo y esposa o no se reciben en absoluto.

“Es interesante que en el juramento y el convenio del sacerdocio, el Señor utilice los verbos obtener y recibir; no utiliza el verbo ordenar. En el templo es donde el hombre y la mujer —juntos— obtienen y reciben tanto las bendiciones y el poder del Sacerdocio Aarónico como del de Melquisedec” (“Las realidades reveladas de la vida terrenal”, Liahona, enero de 2016, pág. 47).

El presidente Russell M. Nelson también puso de relieve las bendiciones que están a disposición de todos los miembros de la Iglesia por medio del sacerdocio:

“Un día, la hermana Nelson y yo moraremos juntos en la presencia de nuestra familia y del Señor para siempre. Habremos sido fieles a convenios hechos en el templo y al juramento y convenio del sacerdocio, con los cuales se nos ha asegurado, en las palabras del Señor, que ‘todo lo que mi Padre tiene [les] será dado’ (D. y C. 84:38).

“Las hermanas fieles comparten las bendiciones del sacerdocio. Piensen en las palabras ‘todo lo que mi Padre tiene’… Esto significa que ninguna recompensa terrenal —ningún otro éxito— podría compensar la abundancia que el Señor conferirá a los que le aman, guardan Sus mandamientos (véase Moroni 4:3) y perseveran hasta el fin (véase D. y C. 14:7)” (“Identity, Priority, and Blessings, Ensign, agosto de 2001, pág. 10).

Doctrina y Convenios 84:36. “… el que recibe a mis siervos, me recibe a mí”

El Señor enseñó que aquellos que reciben a Sus siervos lo reciben a Él (véase D. y C. 84:36). Recibir a los siervos del Señor quiere decir seguir a aquellos que poseen las llaves del sacerdocio, comenzando con los profetas y apóstoles e incluyendo a otros líderes del sacerdocio, como los presidentes de estaca, obispos y presidentes de cuórum. Si recibimos al Señor y a Sus siervos, también recibimos al Padre Celestial y Él nos concederá todo lo que tiene (véase D. y C. 93:26–28). Debido a que el recibir a los siervos del Señor y las llaves del sacerdocio que poseen es un paso necesario para recibir todo lo que el Padre Celestial tiene, Satanás tratará de debilitar nuestra fe en esas llaves del sacerdocio y en quienes las poseen. El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, advirtió: “Satanás siempre tentará a los santos de Dios para debilitar su fe en las llaves del sacerdocio. Una de las formas en la que lo hace es señalar las imperfecciones humanas de los que las poseen. De ese modo puede disminuir nuestra fe y así separarnos de las llaves del sacerdocio mediante las cuales el Señor nos ata a Él y puede llevarnos a nosotros y a nuestros familiares a Su lado y al de nuestro Padre Celestial” (“Fe y llaves”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 28).

Doctrina y Convenios 84:40. “… todos los que reciben el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre”

El presidente Henry B. Eyring habló de la confianza que los poseedores del sacerdocio deben tener al entrar en el juramento y el convenio del sacerdocio:

“El estar a la altura de las posibilidades [que ofrece el] juramento y el convenio conlleva el más grande de todos los dones de Dios: la vida eterna. Esa es la finalidad del Sacerdocio de Melquisedec. Al guardar los convenios después de recibir el sacerdocio, y al renovarlos en las ceremonias del templo, se nos promete, mediante un juramento que hizo Elohim, nuestro Padre Celestial, que obtendremos la plenitud de Su gloria y viviremos como Él vive. Tendremos la bendición de ser sellados en una familia para siempre, con la promesa de una posteridad eterna… 

“Primero, el hecho mismo de que se les haya ofrecido el juramento y convenio es una evidencia de que Dios los ha elegido y reconoce el poder y la capacidad que ustedes poseen. Él los ha conocido desde que estuvieron con Él en el mundo de los espíritus. Con el conocimiento previo que Dios tiene de la fortaleza de ustedes, les ha permitido encontrar la verdadera Iglesia de Jesucristo y que se les brinde el sacerdocio; pueden tener confianza porque tienen evidencia de la confianza que Dios tiene en ustedes” (véase “La fe y el juramento y convenio del sacerdocio”, Liahona, mayo de 2008, págs. 61, 62).

Doctrina y Convenios 84:41–42. “Pero el que violare este convenio… no recibirá perdón”

El Señor advirtió que aquellos que quiebren el juramento y convenio del sacerdocio “y lo [abandonen] totalmente, no [recibirán] perdón de los pecados en este mundo ni en el venidero” (D. y C. 84:41). Las personas que se aparten completamente de sus convenios y no se arrepientan renunciarán a las bendiciones de la exaltación prometidas a los fieles, aunque no lleguen a ser necesariamente hijos de perdición (véase Joseph Fielding Smith, Doctrines of Salvation, tomo III, págs. 141–142).

Doctrina y Convenios 84:45–59

El Señor explica por qué el mundo está en tinieblas y amonesta a los santos a que se arrepientan

Doctrina y Convenios 84:45–48. “Y el Espíritu da luz a todo hombre que viene al mundo”

Toda persona que viene a la tierra recibe luz y la influencia del “Espíritu de Jesucristo” (véase D. y C. 84:45–46), al que también se llama la Luz de Cristo. Aquellos que sigan esa luz serán dirigidos a Dios el Padre, que es la fuente de toda verdad y luz (véase D. y C. 84:47).

El élder Richard G. Scott (1928–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó diferentes funciones de la luz de Cristo, que ayuda a las personas a venir a Dios: “La luz de Cristo es el poder o influencia divinos que proceden de Dios por medio de Jesucristo [véase la Guía para el Estudio de las Escrituras, ‘Luz, luz de Cristo’], y es lo que da vida y luz a todas las cosas. Induce a todos los seres racionales de la tierra a discernir la verdad del error, lo correcto de lo incorrecto. Activa la conciencia [véase Moroni 7:16]. Su influencia se debilita a causa de la transgresión y la adicción, y se restablece mediante un arrepentimiento adecuado. La luz de Cristo no es una persona, sino un poder y una influencia que provienen de Dios, y, cuando se sigue, guía a la persona y la prepara para recibir la guía y la inspiración del Espíritu Santo [véanse Juan 1:9; D. y C. 84:46–47]” (“Paz de conciencia y paz mental”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 15).

Si deseas más información sobre el Espíritu de Jesucristo o la luz de Cristo, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 88:5–13 de este manual.

Doctrina y Convenios 84:49–59. “… recuerden el nuevo convenio, a saber, el Libro de Mormón”

El Señor contrastó la luz que proviene del Espíritu de Cristo con la oscuridad del pecado, y declaró que aquellos que decidan no venir a Él quedarán en oscuridad y bajo las ataduras del pecado (véase D. y C. 84:45–46, 49–50). El Señor advirtió a los santos de Sion que sus mentes se habían “ofuscado a causa de la incredulidad” y porque habían tratado a la ligera las cosas que Él les había dado (D. y C. 84:54). Tratar algo ligeramente es ignorarlo o tratarlo sin respeto o sin cuidado. Los santos de Sion estaban bajo condenación por tratar ligeramente el Libro de Mormón y los “mandamientos anteriores” que el Señor les había dado (D. y C. 84:57). Los mandamientos anteriores podían ser revelaciones anteriores dadas al profeta José Smith o enseñanzas de la Biblia. Al hablar sobre esta advertencia y admonición en cuanto al Libro de Mormón, el presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) dio a los miembros de la Iglesia el siguiente consejo:

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Presidente Ezra Taft Benson

En 1986, el presidente Ezra Taft Benson aconsejó a los miembros de la Iglesia sobre la importancia del Libro de Mormón e hizo referencia a Doctrina y Convenios 84:54–58 (véase “El Libro de Mormón: La clave de nuestra religión”, Liahona, enero de 1987, pág. 3).

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“Hermanos y hermanas, les imploro de todo corazón que consideren con gran solemnidad la importancia del Libro de Mormón para ustedes personalmente y para la Iglesia colectivamente.

“Hace más de diez años hice la siguiente declaración acerca del Libro de Mormón:

“‘¿Hay consecuencias eternas que dependen de cómo respondamos a este libro? Sí, ya sea para nuestra bendición o para nuestra condenación.

“‘Todo Santo de los Últimos Días debería hacer del estudio de este libro un empeño de toda la vida. De otro modo, está poniendo en peligro su alma, descuidando aquello que puede darle unidad espiritual e intelectual a toda su vida’ [véase “El Libro de Mormón es la palabra de Dios”, Liahona, mayo de 1975, pág. 65]…

“Hoy día les reafirmo esas palabras. No permanezcamos bajo condenación, con sus castigos y juicios, por el hecho de tratar ligeramente este gran y maravilloso don que el Señor nos ha concedido. Más bien, obtengamos las promesas que se reciben al atesorarlo en nuestro corazón” (“El Libro de Mormón: La [piedra] clave de nuestra religión”, Liahona, enero de 1987, págs. 6–7).

El presidente Thomas S. Monson enseñó acerca de las bendiciones que los miembros de la Iglesia recibirán al estudiar el Libro de Mormón de forma constante: “Mis amados compañeros en la obra del Señor, imploro que cada día todos estudiemos y meditemos en el Libro de Mormón con espíritu de oración. Al hacerlo, estaremos en condiciones de oír la voz del Espíritu, resistir la tentación, superar la duda y el temor, y recibir la ayuda del cielo en nuestras vidas. De ello testifico con todo mi corazón” (“El poder del Libro de Mormón”, Liahona, mayo de 2017, pág. 87).

Doctrina y Convenios 84:60–120

El Señor manda a los santos que lleven el Evangelio a todo el mundo e instruye a aquellos que son llamados a servir

Doctrina y Convenios 84:60–62. La responsabilidad de predicar el Evangelio a todo el mundo

Al igual que el mandato que dio a Sus apóstoles de la antigüedad (véanse Mateo 28:19–20; Marcos 16:15–18), el Señor indicó a los santos de esta dispensación que debían predicar el Evangelio a todo el mundo. Mandó que si había algún lugar donde los santos no pudieran ir personalmente, debían enviar su testimonio de alguna otra manera para que el Evangelio se pudiera proclamar “a toda criatura” (D. y C. 84:62). El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, invitó a los miembros de la Iglesia a usar las innovaciones inspiradas de la comunicación y la tecnología para enviar el mensaje del Evangelio a las personas de todo el mundo:

“El Señor está apresurando Su obra, y no es ninguna coincidencia que estas poderosas innovaciones e inventos en la comunicación estén llevándose a cabo en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Los medios de las redes sociales son herramientas globales que pueden afectar personal y positivamente a muchas personas y familias; y creo que ha llegado el momento de que nosotros, como discípulos de Cristo, utilicemos estos medios inspirados de manera apropiada y mucho más eficaz para testificar de Dios el Eterno Padre, de Su plan de felicidad para Sus hijos, y de Su Hijo Jesucristo como el Salvador del mundo; para proclamar la realidad de la restauración del Evangelio en los últimos días y para llevar a cabo la obra del Señor… 

“Lo que se ha logrado hasta ahora en esta dispensación al comunicar mensajes del Evangelio a través de los medios de las redes sociales es un buen comienzo, pero es solo una pequeña gota. Ahora les extiendo la invitación para que ayuden a transformar esa gota en un diluvio… los exhorto a que inunden la tierra con mensajes llenos de rectitud y de verdad, mensajes que sean auténticos, edificantes y dignos de alabanza, y que literalmente inunden la tierra como con un diluvio (véase Moisés 7:59–62)” (David A. Bednar, “Inundar la tierra a través de las redes sociales”, Liahona, agosto de 2015, págs. 50, 53).

Doctrina y Convenios 84:77–95. “… no os afanéis por el día de mañana”

Muchos de los consejos que se encuentran en Doctrina y Convenios 84:77–95 son similares a las instrucciones que el Señor dio a Sus apóstoles de la antigüedad antes de mandarlos a predicar el Evangelio (véase la Traducción de José Smith, Mateo 6:25–27 [en el apéndice de la Biblia]; Mateo 10:5–20). Es importante recordar que esas instrucciones se dieron a personas a las que se llamó a servir en misiones de tiempo completo, no a los miembros de la Iglesia en general. En el momento en que se recibió Doctrina y Convenios 84, el Señor mandó a Sus misioneros que fueran y proclamaran el Evangelio sin bolsa ni alforja, o sea, sin dinero u otras provisiones (véase D. y C. 84:78, 86). En la época del Salvador, una bolsa servía para llevar dinero, mientras que se utilizaba una alforja o un bolso pequeño para llevar alimentos y otros suministros. Asimismo, el Señor instruyó a Sus misioneros que no se “[afanaran] por el día de mañana” (D. y C. 84:81) en cuanto a sus necesidades temporales. En otras palabras, no debían preocuparse demasiado por la comida, la vestimenta o el alojamiento. Por el contrario, debían confiar en el Señor para recibir sustento y para satisfacer sus necesidades mediante otras personas. De manera similar, los misioneros no debían preocuparse demasiado en cuanto a qué debían enseñar, sino que debían “[atesorar] constantemente en [sus] mentes las palabras” de Dios, a fin de que pudieran recibir inspiración para saber qué decir en el momento justo (D. y C. 84:85). Los misioneros de hoy en día se apoyan en la inspiración del Espíritu para que los ayude a saber qué enseñar y de qué manera, pero el Señor ya no los manda sin bolsa y alforja.

Doctrina y Convenios 84:88. “… iré delante de vuestra faz”

Aquellos llamados a servir al Señor tienen la promesa alentadora de que Él irá delante de ellos para preparar el camino, y Su Espíritu y los ángeles ministrantes les ayudarán a cumplir con Su obra. El presidente Henry B. Eyring explicó una manera en la que los miembros de la Iglesia pueden ser receptores del cumplimiento de esa promesa:

“Lo primero que se deben comprometer a hacer es ir y servir, sabiendo que no lo harán sol[os]. Cuando vayan a consolar y a prestar servicio a una persona en nombre del Salvador, Él preparará el camino delante de ustedes. Como les podrán decir [los exmisioneros] aquí presentes, eso no significa que detrás de cada puerta haya una persona lista para recibir[los] o que cada persona a quien traten de servir les dará las gracias. Sin embargo, el Señor irá delante de su faz para preparar el camino… 

“Una de las maneras en que Él va delante de su faz es que prepara el corazón de la persona a quien Él les ha pedido que sirvan; y también preparará el corazón de ustedes.

“También notarán que el Señor pone ayudantes a su lado, a su diestra, a su siniestra y a su alrededor. No van sol[os] a servir a los demás en nombre de Él” (“Pongan su confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno”, Liahona, mayo de 2016, pág. 17).

Doctrina y Convenios 84:92. “… lavaos los pies”

Si deseas obtener más información acerca de las instrucciones del Señor a Sus siervos de lavarse los pies cuando las personas rechazan su mensaje, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 24:15 de este manual.

Doctrina y Convenios 84:98–102. El nuevo cántico de la redención de Sion

Tras la segunda venida de Jesucristo y el comienzo del Milenio, todas las personas conocerán al Señor y “[alzarán] sus voces, y al unísono [cantarán] [el] nuevo cántico” de la redención de Sion (D. y C. 84:98). Los santos se regocijarán y alabarán al Señor por establecer Sion y redimirlos mediante Su gracia, la cual se recibe al guardar fielmente Sus mandamientos. También se regocijarán porque Satanás estará atado y la ciudad de Enoc, “Sion desde lo alto”, regresará y se encontrará con “Sion desde abajo” (D. y C. 84:100; véase también Moisés 7:62–64).

Doctrina y Convenios 84:106–110. Edificarse y fortalecerse unos a otros

Se necesita a cada miembro de la Iglesia para ayudar en la obra del Señor. El Señor aconsejó a los élderes de la Iglesia que invitaran a aquellos que eran débiles a ayudar en la obra con aquellos que eran fuertes en el Espíritu, para hacerse fuertes también (véase D. y C. 84:106). El Señor también explicó que cada miembro de la Iglesia debe contribuir al Reino trabajando en el llamamiento que se le haya dado (véase D. y C. 84:109). Luego, el Señor comparó a la Iglesia y a sus miembros con el cuerpo físico y sus distintas partes (véase D. y C. 84:109–110; véase también 1 Corintios 12:13–27).

Cada parte del cuerpo es necesaria para que el cuerpo funcione correctamente en su totalidad. Asimismo, cada miembro de la Iglesia, sin importar su llamamiento o posición, es valioso y necesario; cada uno puede fortalecer a la Iglesia y ayudar a edificar a sus miembros. El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, enseñó: “Tal vez sientan que hay otras personas con mayor capacidad o experiencia que podrían cumplir con los llamamientos y las asignaciones de ustedes mejor de lo que ustedes pueden hacerlo, pero el Señor les dio esas responsabilidades por una razón. Es posible que haya personas y corazones a los cuales solo ustedes puedan llegar y conmover, y que nadie más pueda hacerlo de la misma manera” (véase “Impulsen desde donde estén”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 56).

Doctrina y Convenios 84:117. ¿Qué es la “abominación desoladora”?

El Señor indicó al obispo Newel K. Whitney y a otros élderes de la Iglesia que predicaran el Evangelio en “notables ciudades y pueblos” y que advirtieran al pueblo de la “abominación desoladora de los últimos días” (D. y C. 84:117). Daniel, el profeta del Antiguo Testamento, profetizó acerca de “la abominación desoladora” (Daniel 11:31). El Salvador enseñó a Sus discípulos que la profecía de Daniel se cumpliría en dos ocasiones. El primer cumplimiento de esta profecía tuvo lugar cuando los romanos destruyeron Jerusalén y el templo en el año 70 d. C. (véase José Smith—Mateo 1:12). La segunda ocasión se producirá en los últimos días, después de que el Evangelio restaurado se predique en todo el mundo (véase José Smith—Mateo 1:31–32). La “abominación desoladora de los últimos días” (D. y C. 84:117) se refiere, de forma más general, a los juicios que caerán sobre los inicuos, tanto los que estén vivos como los muertos del mundo de los espíritus (véase D. y C. 88:84–85). Por esta razón, el Señor manda a Sus siervos a advertir a los inicuos y proclamar el Evangelio sempiterno para que se arrepientan y escapen de la destrucción y desolación que se avecinan (véase Bible Dictionary, “Abomination of desolation”, en inglés).