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Capítulo 34: Doctrina y Convenios 88:70–141


“Capítulo 34: Doctrina y Convenios 88:70–141”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 34”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 34

Doctrina y Convenios 88:70–141

Introducción y cronología

El profeta José Smith recibió la revelación que Se encuentra en Doctrina y Convenios 88:1–126 los días 27 y 28 de diciembre de 1832. Aproximadamente una semana después, el 3 de enero de 1833, el Profeta dictó la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 88:127–137, luego que los sumos sacerdotes, reunidos en conferencia, orasen para conocer la voluntad del Señor concerniente al establecimiento de Sion. El Profeta se refirió a la revelación como una “‘hoja de olivo’… tomada del Árbol del Paraíso” (D. y C. 88, encabezamiento de la sección), quizás por tratarse de un mensaje de paz con capacidad de ablandar los sentimientos hostiles que algunos santos de Misuri albergaban contra los líderes de la Iglesia en Kirtland, Ohio (véase D. y C. 84:76). En la publicación de la edición de 1835 de Doctrina y Convenios se agregaron cuatro versículos adicionales (D. y C. 88:138–141).

Este es el segundo de los dos capítulos del manual del alumno donde se analiza Doctrina y Convenios 88. En la porción de la revelación que se analiza en este capítulo, el Señor mandó a los élderes de la Iglesia que se enseñaran los unos a los otros y que se prepararan para servir como misioneros. También reveló señales de Su segunda venida, el orden general en el que resucitarán las personas y algunos acontecimientos en torno a la batalla final con Satanás al final del Milenio. Además, el Señor mandó a los santos que edificaran una Casa de Dios en Kirtland, y mandó a los élderes que organizaran “la escuela de los profetas” (D. y C. 88:127) bajo la dirección de José Smith. Quienes tomaran parte en la Escuela debían aprender juntos tanto por el estudio como por la fe, y demostrar amor y amistad unos por los otros.

Junio de 1832–enero de 1833Surgen desacuerdos entre los líderes de la Iglesia en Misuri y los líderes de la Iglesia en Ohio.

27 y 28 de diciembre de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 88:1–126.

3 de enero de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 88:127–137.

5 de enero de 1833Se llama a Frederick G. Williams por revelación para reemplazar a Jesse Gause como consejero en la Presidencia del Sumo Sacerdocio.

11 de enero de 1833José Smith envía Doctrina y Convenios 88:1–126, y probablemente Doctrina y Convenios 88:127–137, a William W. Phelps, en Misuri, calificándola como una “hoja de olivo” y un “mensaje de paz”.

23 de enero de 1833Comienza a funcionar la Escuela de los Profetas en Kirtland, Ohio.

Septiembre de 1835Se publica Doctrina y Convenios 88 en la edición de 1835 de Doctrina y Convenios; contiene las revelaciones recibidas en diciembre de 1832 y enero de 1833, más cuatro versículos adicionales.

Doctrina y Convenios 88:70–141: Antecedentes históricos adicionales

Los días 27 y 28 de diciembre de 1832, el profeta José Smith dictó la revelación registrada en Doctrina y Convenios 88:1–126 en una habitación de la planta alta de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio. El 3 de enero de 1833, el Profeta recibió una revelación aparte, que se registró en Doctrina y Convenios 88:127–137. Cuatro versículos adicionales, en Doctrina y Convenios 88:138–141, se agregaron al prepararse la edición de 1835 de Doctrina y Convenios para su publicación.

La revelación recibida el 27 y 28 de diciembre de 1832 mandaba a los santos que establecieran una escuela en la que los élderes de la Iglesia pudieran ser enseñados “en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios” (D. y C. 88:78) así como en asuntos temporales, a fin de que estuvieran preparados para predicar el Evangelio (véase D. y C. 88:74, 77–80, 118, 122). La revelación recibida el 3 de enero de 1833 hacía referencia a esta escuela como “la escuela de los profetas” (D. y C. 88:127, 136–137), dando a entender que sería similar a las escuelas de los profetas de la época del Antiguo Testamento. En ocasiones, los miembros de esas escuelas eran llamados “los hijos de los profetas”, y recibían instrucción de parte de Samuel, Elías el Profeta y Eliseo (véanse 2 Reyes 2:3, 5; 4:38; 6:1; véanse también 1 Samuel 10:10–11; 19:19–20; Guía para el estudio de las Escrituras, “Escuela de los profetas”). También se mandó a los santos “establece[r]… una casa de Dios” en la que funcionaría la Escuela de los Profetas (D. y C. 88:119).

El profeta José Smith incluyó esta revelación en una carta que envió a William W. Phelps en Independence, Misuri, el 11 de enero de 1833, y escribió: “Verá que el Señor nos ha mandado edificar una Casa de Dios en Kirtland, y establecer una escuela para los profetas. Esta es la palabra del Señor a nosotros, y debemos obedecer; sí, y con la ayuda del Señor, lo haremos” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 367; se ha estandarizado la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas). En su carta, el Profeta describió también la revelación como una “hoja de olivo” y un “mensaje de paz” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, pág. 365; se ha estandarizado la ortografía y el uso de las mayúsculas).

Para conocer más antecedentes históricos de Doctrina y Convenios 88, véase el capítulo 33 de este manual.

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Mapa 2: Algunas ubicaciones importantes de los albores de la historia de la Iglesia

Doctrina y Convenios 88:70–86

El Señor manda a los élderes de la Iglesia que se queden y se preparen para su ministerio

Doctrina y Convenios 88:70–76. “Convocad una asamblea solemne”

En la antigüedad, las asambleas solemnes formaban parte prominente de la adoración entre los israelitas, y eran un tiempo de ayuno y oración al Señor (véanse Levítico 23:36; Deuteronomio 16:8; Joel 1:14; 2:15–17). El Señor mandó a los miembros de Su Iglesia restaurada que continuaran con esas sagradas reuniones como una parte importante de su adoración (véanse D. y C. 124:39; 133:6). En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 88 se manda a los santos que se preparen para celebrar una asamblea solemne, en la que el Señor cumpliría “la grande y última promesa” de descubrir Su faz ante ellos (véase D. y C. 88:68–70, 75) y, como les había prometido previamente, de investirlos con “poder de lo alto” (D. y C. 38:32; véase también D. y C. 95:8–9). Se les mandó prepararse para esta asamblea solemne santificándose y purificándose (véase D. y C. 88:68, 74). Se celebraron asambleas solemnes en Misuri en 1833, así como en Kirtland, Ohio, entre 1833 y 1837, algunas de ellas en el Templo de Kirtland (véase “Solemn assembly”, en Glossary, josephsmithpapers.org/topic/solemn-assembly). Hubo abundantes manifestaciones espirituales en algunas de esas reuniones.

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Representación de Cristo resucitado con los discípulos

Se les dijo a los élderes de la Iglesia que permanecieran en Kirtland, Ohio, hasta que se pudiera celebrar la asamblea solemne en la que serían “investidos con poder de lo alto” (D. y C. 38:32; véase D. y C. 88:70). En la antigüedad, se mandó a los discípulos del Señor que permanecieran en Jerusalén hasta que recibieran un poder similar (véanse Lucas 24:49; Hechos 1:4).

Tres días después de la dedicación del Templo de Kirtland, el 27 de marzo de 1836, se celebró una asamblea solemne que tal vez fuese el cumplimiento del mandato de “convoca[r] una asamblea solemne de aquellos que son los primeros obreros en este último reino” (D. y C. 88:70; véanse también D. y C. 88:117; 95:7; 108:4; 109:6, 10). El profeta José Smith registró que, el 30 de marzo de 1836, se reunió una congregación de unos trescientos líderes y miembros de la Iglesia en el Templo de Kirtland y participaron de las ordenanzas de lavamiento de los pies y de la Santa Cena. El Profeta impartió instrucción, y los líderes de la Iglesia pronunciaron bendiciones y profetizaron. José Smith registró que él salió de la reunión “a eso de las 9 de la noche”, y los miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles continuaron con la reunión, durante la cual hubo “exhortación, profecía y hablar en lenguas hasta las 5 de la mañana. El Salvador se apareció ante algunos, en tanto que ángeles ministraron a otros; ciertamente fue un Pentecostés y una investidura digna de ser recordada por mucho tiempo” (en The Joseph Smith Papers, Journals, tomo I, 1832–1839, págs. 215–216; se ha estandarizado la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas).

En la actualidad se siguen celebrando asambleas solemnes, tal como explicó el élder David B. Haight (1906–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles: “Una asamblea solemne, tal como el nombre lo indica, es una ocasión reverente, sagrada y seria en que los santos se reúnen bajo la dirección de la Primera Presidencia. Estas asambleas se realizan por tres motivos: para dedicar un templo, para dar instrucciones especiales a los líderes del sacerdocio y para sostener a un nuevo Presidente de la Iglesia” (“Las asambleas solemnes”, Liahona, enero de 1995, pág. 16).

Doctrina y Convenios 88:70–76. “Deteneos, deteneos”

La frase “deteneos, en este lugar” (D. y C. 88:70) evoca el recuerdo del mandato del Señor a Sus discípulos de la antigüedad de “que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre” (Hechos 1:4). Mediante el Espíritu Santo, los discípulos habían de recibir poder que los habilitaría para ser los testigos del Señor en Jerusalén y por todo el mundo (véase Hechos 1:8). Esa promesa se cumplió el día de Pentecostés, cuando “fueron llenos del Espíritu Santo” y predicaron el mensaje del Evangelio con convincente poder (Hechos 2:4; véase Hechos 2:1–6, 41).

Los santos se habían enterado previamente de que ellos podían ser “investidos con poder de lo alto” (D. y C. 38:32, 38). Mediante esa investidura de poder que se derramó sobre los santos en la Casa del Señor, ellos estarían preparados para llevar el Evangelio a otras personas (véanse D. y C. 43:15–16; 95:8–9; 105:33; 109:22–23). En la dedicación del Templo de Kirtland y en las reuniones que siguieron, el Señor derramó las manifestaciones de poder espiritual que había prometido. El 3 de abril de 1836, el Señor Jesucristo se apareció al profeta José Smith y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland, y confirmó que se había producido la investidura de poder y que “el corazón de millares y decenas de millares se regocijará en gran manera como consecuencia de las bendiciones que han de ser derramadas, y la investidura con que mis siervos han sido investidos en esta casa” (D. y C. 110:9).

Doctrina y Convenios 88:70–73. “… apresuraré mi obra en su tiempo”

El Señor aseguró a los primeros líderes y misioneros de la Iglesia que el Evangelio restaurado era Su obra, y que Él “apresurar[ía] [Su] obra en su tiempo” (D. y C. 88:73). El presidente Thomas S. Monson describió cómo se ha cumplido esta promesa en nuestros días mediante la obra misional y el servicio en el templo:

“¿Se dan cuenta de que antes de que la Iglesia tuviera cien estacas habían transcurrido noventa y ocho años desde su restauración? Sin embargo, menos de treinta años después, la Iglesia ya había organizado otras cien estacas; y solo ocho años más tarde tenía más de trescientas. Hoy contamos con más de tres mil.

“¿Por qué se está produciendo este crecimiento a un ritmo acelerado? ¿Es porque se nos conoce más? ¿Es porque tenemos capillas bonitas?

“Estos son aspectos importantes, pero la razón del crecimiento actual de la Iglesia es que el Señor señaló que así sería. En Doctrina y Convenios, Él dijo: ‘He aquí, apresuraré mi obra en su tiempo’ [D. y C. 88:73].

“Como hijos de nuestro Padre Celestial, procreados en espíritu, se nos envió a la tierra en este tiempo para que pudiésemos participar en el apresuramiento de esta gran obra.

“Que yo sepa, el Señor jamás ha indicado que Su obra se limita a la vida terrenal; más bien, Su obra abarca la eternidad. Creo que Él está apresurando Su obra en el mundo de los espíritus” (véase “Apresurar la obra”, Liahona, junio de 2014, pág. 4).

Doctrina y Convenios 88:77–80. “Enseñaos diligentemente”

El Señor mandó al profeta José Smith y a otros élderes de la Iglesia que establecieran una escuela en la que serían “perfeccionados en [su] ministerio” de predicar el Evangelio y preparar a los hijos de Dios para la segunda venida de Jesucristo (D. y C. 88:84; véase también D. y C. 88:80, 127). Les mandó “enseñ[arse] el uno al otro la doctrina del reino” así como otros temas relacionados con “cosas tanto en el cielo como en la tierra… cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero” (D. y C. 88:77, 79). Estos mandatos ponen de relieve la importancia de aprender verdades tanto espirituales como temporales en preparación para la prédica del Evangelio.

El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, hizo hincapié en la importancia del aprendizaje tanto espiritual como secular:

“Es evidente que nuestra prioridad principal debe ser el aprendizaje de lo espiritual. Para nosotros, la lectura de las Escrituras debería anteponerse a la lectura de los libros de historia. La oración debería anteponerse a la memorización de los verbos. La recomendación para el templo debería ser más valiosa que ser el primero de nuestra clase en la graduación. Pero también es evidente que el aprendizaje espiritual no podría reemplazar nuestro anhelo de aprendizaje secular.

“Obviamente, el Señor valora lo que hallaremos en ese libro de historia y en un texto sobre teoría política. Recuerden Sus palabras; Él desea que aprendan ‘cosas que han sido, que son y que pronto han de acontecer; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero; las guerras y perplejidades de las naciones’ (D. y C. 88:79); y no solo fomenta el estudio de los verbos, sino también de la geografía y la demografía. Recuerden que Su programa de estudio requiere que tengamos ‘el conocimiento de los países y de los reinos’ (versículo 79). También se promueven las cuestiones que estudiamos en las ciencias. Es evidente que poner en primer lugar el aprendizaje de lo espiritual no nos exime de la necesidad de prender las cosas seculares; todo lo contrario, concede un propósito a nuestro aprendizaje secular y nos motiva esforzarnos más” (“Education for Real Life”, Ensign, octubre de 2002, págs. 17–18).

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alumnos en una clase de instituto

Se manda a los santos “enseñ[arse] el uno al otro la doctrina del reino” (véase D. y C. 88:77).

Cuando era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, el élder Dallin H. Oaks y su esposa, la hermana Kristen M. Oaks, enseñaron por qué es importante que los miembros de la Iglesia adquieran una amplia formación: “Nuestra búsqueda de la verdad debe ser tan amplia como las actividades de la vida y tan profunda como nuestras circunstancias lo permitan. Un Santo de los Últimos Días instruido debe tratar de entender los asuntos religiosos, físicos, sociales y políticos importantes de actualidad. Cuanto más conocimiento tengamos de las leyes celestiales y de las cosas terrenales, mayor será la influencia que tendremos para el bien en la vida de quienes nos rodean y estaremos más protegidos de los influjos difamatorios y malignos que puedan confundirnos y destruirnos” (“La educación y los Santos de los Últimos Días”, Liahona, abril de 2009, págs. 26–27).

Doctrina y Convenios 88:81. “… conviene que todo hombre que ha sido amonestado, amoneste a su prójimo”

En noviembre de 1831, el Señor declaró que “todo pueblo” ha de escuchar el mensaje de amonestación del Evangelio “por boca de mis discípulos” (D. y C. 1:4). El evangelio de Jesucristo invita a las personas a venir al Salvador y las amonesta a arrepentirse de sus pecados y a prepararse para la segunda venida del Señor. El Señor mandó a los santos que amonestaran a su prójimo “con mansedumbre y humildad” (D. y C. 38:41; véase también D. y C. 88:81).

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó acerca de nuestra responsabilidad de compartir el Evangelio:

“Todos compartimos esta gran responsabilidad [de la obra misional]; no podemos evadirla. Que no haya ningún hombre ni mujer que piense que, por causa del lugar en donde vive, o por la posición que ocupa en la sociedad, o por su ocupación o condición social, puede encontrarse exento de esta responsabilidad.

“El ser miembro de la Iglesia del Señor es un don y una bendición que Él nos ha otorgado en la vida terrenal, y espera que compartamos esa bendición con aquellos que no la han recibido” (véase “Nuestra responsabilidad de compartir el Evangelio”, Liahona, julio de 1985, pág. 8).

Doctrina y Convenios 88:84–85. “La abominación desoladora”

Poco antes de Su crucifixión, Jesucristo profetizó que Jerusalén y el gran templo serían destruidos. Él se refirió a estos acontecimientos como “la abominación desoladora de la cual habló Daniel el profeta” (José Smith—Mateo 1:12; véanse también Daniel 11:31; 12:11). El Señor también profetizó que, en los últimos días, luego que el Evangelio sea “predicado en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones… de nuevo se cumplirá la abominación desoladora predicha por Daniel el profeta” (José Smith—Mateo 1:31–32). El Señor repitió esta profecía en 1832, cuando mandó a los élderes que se habían congregado que se preparasen para “ir entre los gentiles por última vez… y preparar a los santos para la hora del juicio que ha de venir; a fin de que sus almas escapen de la ira de Dios, la abominación desoladora que espera a los malvados, tanto en este mundo como en el venidero” (D. y C. 88:84–85).

Véanse también los comentarios sobre Doctrina y Convenios 84:117 en este manual.

Doctrina y Convenios 88:87–116

El Señor revela los acontecimientos que acompañarán a Su segunda venida

Doctrina y Convenios 88:87–91. Las señales de la Segunda Venida

El Señor mandó a Sus élderes que se preparasen para predicar el Evangelio a fin de “preparar a los santos para la hora del juicio que ha de venir” (D. y C. 88:84; véanse también D. y C. 24:19; 39:19–21; 43:28). La inminente “hora del juicio” abarca los acontecimientos que tendrán lugar antes y durante la segunda venida de Jesucristo. El Señor declaró que, después del testimonio de Sus siervos, Él enviará el testimonio de terremotos, relámpagos, tempestades y otras fuerzas destructivas sobre los habitantes de la tierra (véase D. y C. 88:88–90). La destrucción descrita en estos versículos puede ser causa de preocupación, pero su propósito es preparar la tierra y a sus habitantes para el regreso de Jesucristo.

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tormenta con relámpagos

En los últimos días, la ira y la indignación del Señor descenderán sobre el pueblo como “la voz de truenos, y la voz de relámpagos” (véase D. y C. 88:88–90).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó por qué se derramarán juicios tan severos sobre el mundo inicuo en los últimos días: “No es la voluntad del Señor que desciendan sobre el pueblo desastres, dificultades, calamidades y crisis económicas…  sino que, por motivo de que el hombre mismo quebranta los mandamientos de Dios y se niega a andar en justicia, el Señor permite que todas esas calamidades le sobrevengan” (véase Doctrina de Salvación, compilación de Bruce R. McConkie, 1979, tomo III, pág. 26).

Doctrina y Convenios 88:92–110. “Y ángeles volarán… tocando la trompeta de Dios”

Siete trompetas, cada una tocada por un ángel diferente, señalarán el inicio de los acontecimientos clave que acompañarán la segunda venida de Jesucristo. Entre esos acontecimientos están la caída de “la madre de las abominaciones” (véase D. y C. 88:94, 105), la resurrección en orden de los muertos (véase D. y C. 88:95–102), el anuncio de que “la hora de su juicio ha llegado” (véase D. y C. 88:103–104), y la proclamación de que la obra de Dios se ha consumado (véase D. y C. 88:106). Los siete ángeles tocarán sus trompetas una segunda vez, y cada uno anunciará un repaso de mil años de la historia de la tierra, desde la caída de Adán hasta el Milenio (véase D. y C. 88:108–110).

Doctrina y Convenios 88:93. “… aparecerá una gran señal en el cielo”

Si bien Doctrina y Convenios 88:93 no revela cuál será la “gran señal en el cielo”, sí dice que “todo pueblo la verá juntamente”. El Señor enseñó a Sus discípulos en Jerusalén que “después de la tribulación de [los últimos] días… aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra; y verán al Hijo del Hombre que viene en las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (véase José Smith—Mateo 1:36; véase también Mateo 24:29–30).

Al describir las señales que precederán a la segunda venida de Jesucristo, el profeta José Smith (1805–1844) declaró: “… entonces aparecerá en el cielo la gran señal del Hijo del Hombre. ¿Pero qué hará el mundo? Dirán que es un planeta o un cometa, etc. Mas el Hijo del Hombre vendrá como la señal de la venida del Hijo del Hombre, que será como la luz de la mañana que aparece en el oriente” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 266).

Después de compartir estas palabras del profeta José Smith, el élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Todo pueblo la verá juntamente. ¡Se esparcirá por toda la tierra como la luz de la mañana! ‘Porque así como la luz de la mañana nace en el oriente y resplandece hasta el occidente, y cubre toda la tierra, así también será la venida del Hijo del Hombre’ [José Smith—Mateo 1:26]. Seguramente es esto de lo que habló Isaías: ‘Entonces se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá, porque la boca de Jehová ha hablado’ (Isaías 40:5); y también a lo que se refiere nuestra revelación: ‘y se preparen para la revelación que ha de venir, cuando el velo que cubre mi templo, en mi tabernáculo, el cual esconde la tierra, será quitado, y toda carne me verá juntamente’ (D. y C. 101:23). Con toda seguridad este es ese día del cual profetizó Zacarías: ‘… vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos. Y acontecerá que en ese día la luz no será clara ni oscura. Y será un día, el cual es conocido de Jehová, que no será ni día ni noche; mas acontecerá que al atardecer habrá luz… Y Jehová será rey sobre toda la tierra’ (Zacarías 14:5–9)” (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man, 1982, págs. 419–420).

Doctrina y Convenios 88:96–102. Los ángeles declararán la secuencia de la resurrección

Tal como se registra en Doctrina y Convenios 88:96–102, los ángeles de Dios anunciarán el orden de la resurrección con el sonido de la trompeta. La resurrección de los muertos es posible gracias a Jesucristo y Su expiación (véase D. y C. 88:14, 16; véase también D. y C. 76:39). Todos los que han vivido en la tierra resucitarán. Su grado de obediencia a la ley de Cristo determinará el orden por el cual salgan de la tumba (véase D. y C. 88:21–24).

Los justos saldrán primero, en la resurrección de los justos, también llamada la Primera Resurrección (véase D. y C. 76:64–65). El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “Aunque se produjo una resurrección general de los justos en la época en que Cristo se levantó de entre los muertos, es costumbre entre nosotros hablar de la resurrección de los justos con relación a la segunda venida de Cristo y llamarla la primera resurrección. Es la primera para nosotros… El Señor ha prometido que, al tiempo de Su segundo advenimiento, los sepulcros se abrirán y los justos saldrán para reinar con Él en la tierra durante mil años” (véase Doctrina de Salvación, tomo II, pág. 278).

Los justos que estén vivos durante la segunda venida del Señor “serán vivificados y arrebatados para recibirlo” (D. y C. 88:96). Las personas que heredarán el Reino Celestial resucitarán primero (véase D. y C. 88:96–98). Luego que hayan resucitado aquellos que heredarán el Reino Celestial, resucitarán los que heredarán el Reino Terrestre (véase D. y C. 88:99; véase también D. y C. 76:71–79). Esas son las personas que no recibieron a Jesucristo en vida, mas lo recibieron en el mundo de los espíritus (véase D. y C. 88:99). Después del Milenio tendrá lugar la “última resurrección” (D. y C. 76:85), o resurrección de los injustos. Estas son las personas que heredarán el Reino Telestial y, por último, los hijos de perdición, “quienes permanecerán sucios aún” (véase D. y C. 88:100–102).

Doctrina y Convenios 88:107. “… los santos serán llenos de la gloria de él… y serán hechos iguales con él”

Al relatar su visión de los reinos de gloria, en febrero de 1832, el profeta José Smith y Sidney Rigdon registraron que los que heredan el Reino Celestial son “aquellos en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas”, y “que han recibido de su plenitud y de su gloria” (D. y C. 76:55–56). En la revelación sobre el sacerdocio que se recibió en septiembre de 1832, el Salvador prometió que los santos heredarían “todo lo que mi Padre tiene” (véase D. y C. 84:33–38). En Doctrina y Convenios 88, el Señor volvió a hacer hincapié en esta misma gloriosa doctrina, y proclamó que “los santos serán llenos de la gloria de [Dios], y recibirán su herencia y serán hechos iguales con él” (D. y C. 88:107).

El profeta José Smith explicó que ser “herederos de Dios y coherederos con Jesucristo” significa “heredar el mismo poder, la misma gloria y la misma exaltación hasta llegar al estado de un dios y ascender al trono de poder eterno, al igual que los que se han ido antes” (Enseñanzas: José Smith, pág. 234). Además, él explicó: “Así es Dios glorificado y exaltado en la salvación y exaltación de todos Sus hijos” (en Manuscript History of the Church, tomo E-1, pág. 1971, josephsmithpapers.org).

Doctrina y Convenios 88:111–116. “… quedará suelto por una corta temporada”

Al concluir el reinado milenario del Salvador —el período de mil años de rectitud y paz— Satanás “quedará suelto por una corta temporada, para reunir a sus ejércitos” (D. y C. 88:111; véase también D. y C. 43:30–31). Satanás y las huestes del infierno combatirán contra las huestes del cielo, dirigidas por Miguel, o Adán. Satanás y sus seguidores serán derrotados y expulsados para siempre (véase D. y C. 88:112–115). Si deseas más información, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 29:22 en este manual.

Doctrina y Convenios 88:117–141

El Señor manda a los poseedores del sacerdocio que edifiquen la fe de los demás, que procuren aprender por la fe, que establezcan una casa de Dios y que organicen la Escuela de los Profetas

Doctrina y Convenios 88:117–118. “… buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”

A fin de preparar a los santos para los acontecimientos que precederán a “la hora del juicio” (D. y C. 88:84), el Señor les mandó que se “enseñ[asen] el uno al otro la doctrina del reino” (véase D. y C. 88:77) y convocasen una asamblea solemne (véase D. y C. 88:70, 117). Él mandó a los élderes que procuraran conocimiento tanto del Evangelio como de todos los demás campos del saber (véase D. y C. 88:78–80). El Señor explicó además que nosotros debemos aprender “tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118).

Aprender por la fe “requiere que tengamos el deseo sincero de conocer la verdad (véase Moroni 10:4–5) y que estemos dispuestos a vivir conforme a lo que Dios ha revelado (véase Juan 7:17). Nuestro deseo sincero nos conducirá a buscar la verdad mediante la oración (véanse Santiago 1:5–6; 2 Nefi 32:8–9) y a estudiar diligentemente la palabra de Dios (véanse 2 Timoteo 3:15–17; 2 Nefi 32:3)” (Documento de base sobre el Dominio de la doctrina [manual del Sistema Educativo de la Iglesia, 2016], pág. 3).

El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó lo que se requiere de nosotros para que podamos aprender por la fe, y las bendiciones que se reciben:

“El alumno que ejerce su albedrío para actuar en consonancia con principios que son correctos, abre su corazón al Espíritu Santo e invita Sus enseñanzas, Su poder para testificar y Su testimonio confirmador. Aprender por la fe requiere un esfuerzo espiritual, mental y físico, y no tan solo una recepción pasiva. Es la sinceridad y la constancia de nuestros actos inspirados en la fe lo que indica a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo nuestra disposición para aprender y recibir instrucción del Espíritu Santo… 

“El aprendizaje que estoy describiendo va más allá de una simple comprensión cognitiva o de retener y recordar información. El tipo de aprendizaje del que hablo hace que nos despojemos del hombre natural (véase Mosíah 3:19), que experimentemos un cambio en el corazón (véase Mosíah 5:2), y que nos convirtamos al Señor y nunca nos desviemos (véase Alma 23:6). Aprender por la fe requiere ‘el corazón y una mente bien dispuesta’ (D. y C. 64:34). Aprender por la fe es el resultado de que el Espíritu Santo lleve el poder de la palabra de Dios no solo al corazón, sino también al interior del mismo. Aprender por la fe no se puede transferir del instructor al alumno mediante un discurso, una demostración o un ejercicio experimental; antes bien, el alumno debe ejercer su fe y actuar a fin de obtener el conocimiento por sí mismo” (véase “Buscar conocimiento por la fe”, Liahona, septiembre de 2007, pág. 20).

Doctrina y Convenios 88:119. Se manda a los santos “establece[r]… una casa de Dios”

El mandamiento del Señor a los santos de establecer “una casa de Dios” (D. y C. 88:119) se refiere específicamente a la construcción de un templo, el primero en esta dispensación (véase D. y C. 95:8, 11). El templo del Señor no habría de ser solo un lugar de adoración, sino también “una casa de instrucción” (D. y C. 88:119) y un lugar donde los misioneros podrían prepararse para predicar el Evangelio.

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piedra en el templo: Santidad al Señor, la Casa del Señor

Todos los templos son designados como “la Casa del Señor”, dando a entender su carácter sagrado (véase D. y C. 88:119).

El mandamiento del Señor de establecer una casa de oración, ayuno, fe, instrucción, gloria y orden: una casa de Dios, implica más que la mera construcción de un templo. El élder Gary E. Stevenson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó cómo se pueden aplicar en nuestros propios hogares las normas que el Señor estableció para Su casa: “Para mantener al templo, y a quienes asistan, sagrados y dignos, el Señor ha establecido normas a través de Sus siervos, los profetas. Un buen consejo para nosotros es que consideremos juntos, en consejo familiar, las normas para que nuestro hogar se mantenga sagrado y que permitan que sea una ‘casa del Señor’. La admonición ‘estableced una casa, sí, una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios’ [D. y C. 88:119], nos da una percepción divina sobre la clase de hogar que el Señor desea que edifiquemos. El hacerlo comienza la edificación de una ‘mansión espiritual’ en la que todos podamos vivir independientemente de nuestras circunstancias terrenales” (“Hogares sagrados, templos sagrados”, Liahona, mayo de 2009, pág. 102).

Doctrina y Convenios 88:121–126. El Señor nos prepara para recibir Su consejo

Muchas de las instrucciones en Doctrina y Convenios 88 fueron dirigidas a quienes iban a participar en la Escuela de los Profetas. Los principios que se enseñan en Doctrina y Convenios 88:121–126 ayudarían a los élderes de la Iglesia a estar listos espiritual y mentalmente para recibir instrucción en la Casa de Dios. No obstante, todos los Santos de los Últimos Días pueden aplicar estos principios a fin de invitar al Espíritu Santo a ayudarles a aprender y a prepararse para la adoración en el templo. El élder L. Lionel Kendrick, de los Setenta, compartió lo siguiente en cuanto a nuestra preparación para asistir al templo:

“Cuando entremos en el templo debemos dejar el mundo atrás; debemos sentir cómo sería entrar en la presencia del Señor. Podríamos considerar los pensamientos y las conversaciones que tendríamos en Su santa presencia. El poder captar la visión de ese momento nos ayudará a prepararnos para entrar en Su presencia y dejar el mundo atrás al entrar en el templo… 

“Al acercarnos a las inmediaciones del templo, debemos hacer a un lado nuestros pensamientos triviales y concentrarnos en nuestras sagradas responsabilidades mientras servimos en la Casa del Señor… 

“El Salvador nos ha dado importantes consejos concernientes a nuestras conversaciones en el templo, y ha dicho: ‘Por consiguiente, cesad de todas vuestras conversaciones livianas, de toda risa… de todo vuestro orgullo y frivolidad’ (D. y C. 88:121).

“Del mismo modo que dejamos nuestros pensamientos triviales atrás al aproximarnos a las inmediaciones del templo, también debemos dejar atrás nuestras conversaciones mundanas. En el templo es inapropiado hablar de cuestiones de negocios, de placer o de sucesos de actualidad.

“No solo lo que hablamos en el templo es importante, sino la manera en que lo hablamos. La voz que usemos para comunicarnos en todo lugar del templo debe ser siempre suave y apacible” (véase “Cómo mejorar nuestra experiencia en el templo”, Liahona, julio de 2001, págs. 95–96).

Doctrina y Convenios 88:127–141. La Escuela de los Profetas

En la revelación que se recibió los días 27 y 28 de diciembre de 1832, el Señor mandó a los santos que edificaran una “casa de Dios” y establecieran una escuela para los élderes (véase D. y C. 88:1–126). El 3 de enero de 1833, el Señor dio más instrucciones con respecto a la organización y el funcionamiento de la Escuela de los Profetas (véase D. y C. 88:127–137).

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habitación en la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio, donde se reunía la Escuela de los Profetas

La Escuela de los Profetas se reunía en la habitación de la planta alta de la tienda de Newel K. Whitney hasta que se construyó el Templo de Kirtland.

Aunque todavía no se había construido el templo, el 23 de enero de 1833 se organizó la Escuela de los Profetas como parte de una conferencia de dos días celebrada en una habitación de la planta alta de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio. Si bien la escuela era para los hombres que habían sido ordenados al sacerdocio, tanto hombres como mujeres asistieron a la primera reunión de la conferencia, el día 22 de enero. En esa reunión fueron “grandes y gloriosas las manifestaciones divinas del Santo Espíritu, se [entonaron] alabanzas a Dios [y] al Cordero, además de muchas palabras [y] oraciones, dichas todas en lenguas” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, pág. 381). Durante el segundo día de la conferencia, el profeta José Smith lavó las manos, las caras y los pies de los élderes de la Iglesia, en lo que puede considerarse “la ceremonia definitoria en el establecimiento de la Escuela de los Profetas” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, pág. 380).

“A diferencia de una escuela convencional, con semestres y horarios fijos y un espacio concreto, la Escuela de los Profetas era intermitente y cambiaba de lugar. En comunidades agrícolas como Kirtland, los meses de invierno ofrecían más tiempo para actividades como la enseñanza. La primera sesión duró unos tres meses y concluyó en el mes de abril. Las sesiones posteriores, que recibieron diversos nombres como la ‘escuela de los profetas’, la ‘escuela de mis apóstoles’ y la ‘escuela de élderes’, se llevaron a cabo ese verano en Misuri, y nuevamente en Kirtland en el otoño de 1834 y el invierno de 1835–1836, en la oficina de la imprenta de la Iglesia o en la planta superior del inacabado Templo de Kirtland” (Nathan Waite, “Una escuela y una investidura”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, pág. 188, o history.lds.org).

Doctrina y Convenios 88:138–141. “… la ordenanza del lavamiento de los pies”

El profeta José Smith instituyó la ceremonia u ordenanza del lavamiento de los pies al tiempo que organizó la Escuela de los Profetas el 23 de enero de 1833. Cada uno de los presentes se lavó las manos y los pies, y luego José Smith lavó los pies de cada uno como símbolo de la purificación de esas personas. Al hacerlo, estaba siguiendo el ejemplo que Jesucristo estableció (véase Juan 13:4–17). Esta importante ceremonia se repitió en otras reuniones de la Escuela de los Profetas, y también en algunas reuniones en el Templo de Kirtland cuando se hubo concluido su construcción (véase Waite, “Una escuela y una investidura”, en Revelaciones en contexto, pág. 189, o history.lds.org).