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Capítulo 18: Doctrina y Convenios 46–49


Capítulo 18

Doctrina y Convenios 46–49

Introducción y cronología

Durante el invierno de 1831, algunos miembros de la Iglesia en Kirtland, Ohio, se preocuparon cuando vieron a algunos de los nuevos conversos actuar de manera extraña mientras afirmaban estar bajo la influencia del Espíritu. El profeta José Smith preguntó al Señor en cuanto a ese comportamiento, así como sobre la práctica de los santos de Kirtland de excluir a los no miembros de las reuniones sacramentales y otras reuniones de la Iglesia. En respuesta, el 8 de marzo de 1831, el Señor dio la revelación que actualmente está registrada en Doctrina y Convenios 46. En esa revelación el Señor explicó la forma de dirigir las reuniones de la Iglesia y cómo evitar ser engañados al procurar los dones del Espíritu.

Antes de marzo de 1831, Oliver Cowdery había sido el escriba de José Smith y el registrador de la Iglesia. Sin embargo, cuando fue llamado a servir en una misión, ya no le fue posible cumplir con esos deberes. En la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 47, el Señor llamó a John Whitmer a tomar el lugar de Oliver y a escribir y llevar la historia de la Iglesia. Durante ese mismo tiempo, los santos de Ohio también desearon saber cómo debían ayudar a los miembros de la Iglesia que emigraban de Nueva York. En la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 48, el Señor indicó a los santos cómo ayudar a los conversos que iban llegando.

Leman Copley, que era un converso reciente a la Iglesia, quería que los misioneros predicaran el Evangelio a los miembros de su anterior credo religioso, los tembladores; no obstante, él seguía conservando algunas de las creencias falsas de esa religión. Preocupado por las creencias persistentes de Leman, José Smith preguntó al Señor el 7 de mayo de 1831, y recibió la revelación que ahora está en Doctrina y Convenios 49. En esa revelación, el Señor aclaró Su verdadera doctrina y condenó varias creencias falsas de los tembladores.

Primavera de 1831Nuevos conversos en Kirtland, Ohio, experimentan manifestaciones espirituales falsas.

8 de marzo de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 46.

8 de marzo de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 47.

10 de marzo de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 48.

Marzo de 1831John Whitmer es nombrado para servir como historiador y registrador de la Iglesia.

Finales de marzo de 1831Parley P. Pratt regresa a Kirtland de una misión al Territorio Indio y a Misuri.

7 de mayo de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 49.

7 de mayo de 1831Sidney Rigdon, Parley P. Pratt y Leman Copley salen de Kirtland para visitar una comunidad de tembladores.

Doctrina y Convenios 46: Antecedentes históricos adicionales

En los inicios de la Iglesia, los santos en Kirtland, Ohio, no permitían que personas de otras religiones asistieran a las reuniones de adoración. Eso contradecía la instrucción dada en el Libro de Mormón, en donde se enseña específicamente que los seguidores de Cristo no deben prohibir a nadie el participar en las reuniones con los santos (véase 3 Nefi 18:22). Es más, en junio de 1829, cuando Oliver Cowdery preparó un documento llamado “Artículos de la Iglesia de Cristo” (que se escribió para brindar dirección a los fieles hasta que la Iglesia fuera organizada formalmente), hizo referencia a esa instrucción del Libro de Mormón cuando escribió: “‘Y la Iglesia ha de reunirse a menudo para orar [y] suplicar sin desechar a persona alguna de sus lugares de adoración, sino invitándolas a concurrir’ [‘Articles of the Church of Christ’, junio de 1829, pág. 372]” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 1: July 1828–June 1831, editado por Michael Hubbard MacKay y otros, 2013, pág. 281; se estandarizó la ortografía). La práctica de excluir a los no creyentes de las reuniones públicas era, por tanto, una preocupación y, según John Whitmer, “el Señor se dignó a hablar en cuanto al tema, para que Su pueblo pudiera entenderlo” (en The Joseph Smith Papers, Histories, Volume 2: Assigned Histories, 1831–1847, editado por Karen Lynn Davidson y otros, 2012, pág. 34). La revelación que siguió (Doctrina y Convenios 46) puso en claro la voluntad del Señor; mandó a los santos “nunca desechar a nadie de [sus] servicios públicos” (D. y C. 46:3).

Además de esas prácticas excluyentes, algunos de los nuevos miembros de la Iglesia estaban manifestando un comportamiento inusual como parte de su adoración. John Whitmer escribió: “Algunos se imaginaban que tenían la espada de Labán [véase 1 Nefi 4:8–9], y la empuñaban como si fueran [soldados] expertos…; algunos se deslizaban… [en] el suelo con la rapidez de una serpiente, lo cual denominaban navegar en un barco hacia los lamanitas, predicando el Evangelio; y muchos otros movimientos vanos e insensatos que son impropios y que no vale la pena mencionar. De ese modo el diablo cegó los ojos de algunos discípulos buenos y sinceros” (en The Joseph Smith Papers, Histories, Volume 2: Assigned Histories, 1831–1847, pág. 38). En la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 46, el Señor enseñó a los santos cómo discernir entre la influencia del Espíritu y la de espíritus falsos, y aclaró el verdadero propósito y naturaleza de los dones del Espíritu.

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Mapa 5: La región de Nueva York, Pensilvania y Ohio, Estados Unidos

Doctrina y Convenios 46

El Señor instruye a los santos en cuanto a las reuniones de la Iglesia y los dones del Espíritu

Doctrina y Convenios 46:2. “… dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu”

Cuando se organizó la Iglesia, el Señor mandó que Sus santos “se [reunieran] con frecuencia” (D. y C. 20:55). De conformidad con ese mandamiento, los santos se reunían con frecuencia en reuniones sacramentales y a veces en conferencias. También se congregaban en “reuniones de confirmación”, en las que personas que habían sido bautizadas recientemente eran confirmadas miembros de la Iglesia (véase D. y C. 46:6). Esos primeros miembros habían leído que los seguidores de Cristo en el Libro de Mormón dirigían sus reuniones “de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu… porque conforme los guiaba el poder del Espíritu Santo, bien fuese predicar, o exhortar, orar, suplicar o cantar, así se hacía” (Moroni 6:9). El Señor volvió a hacer hincapié en ese principio en nuestros días, pues mandó que los líderes de la Iglesia dirigieran las reuniones “conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu” (D. y C. 46:2; véase también D. y C. 20:45).

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representación del profeta José Smith dirigiendo una reunión

Los líderes de la Iglesia deben “dirigir todas las reuniones conforme los oriente y los guíe el Santo Espíritu” (D. y C. 46:2).

Doctrina y Convenios 46:3–6. “… nunca desech[éis] a nadie”

En Doctrina y Convenios 46:3–6, el Señor corrigió la práctica de aquella época de excluir de las reuniones sacramentales y de confirmación a quienes eran de otras religiones. Los miembros de la Iglesia deben ayudar a toda persona que desee asistir a las reuniones públicas de la Iglesia a sentir que es bienvenida. El presidente Russell M. Nelson, como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “Puesto que invitamos a todos a venir a Cristo, los amigos y vecinos siempre son bienvenidos, pero no se espera que participen de la Santa Cena. Sin embargo, no se les prohíbe; ellos deben escoger. Esperamos que a los que lleguen por primera vez siempre se les haga sentir bienvenidos y cómodos. Los niños pequeños, como beneficiarios sin pecado de la expiación del Señor, pueden participar de la Santa Cena como preparación para los convenios que harán más adelante en la vida” (“La adoración en la reunión sacramental”, Liahona, agosto de 2004, pág. 14).

Doctrina y Convenios 46:7–8. “… para que no seáis engañados, buscad diligentemente los mejores dones”

Algunos de los miembros de la Iglesia en Kirtland, Ohio, se comportaban de manera extraña cuando asistían a las reuniones de la Iglesia, afirmando que sus acciones eran inspiradas por el Espíritu Santo. Algunos miembros les creyeron, y otros pensaban que el comportamiento no era de Dios. El día antes de que se diera la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 46, el profeta José Smith recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 45. En esa revelación, el Señor recordó a los miembros de la Iglesia que pueden evitar ser engañados si “han tomado al Santo Espíritu por guía” (D. y C. 45:57). El adversario procura engañar a los santos a fin de “destruir la obra de Dios” y “las almas de los hombres” (D. y C. 10:23, 27). Entre sus tácticas se encuentra el uso de “espíritus malos… doctrinas de demonios, [o] los mandamientos de los hombres” (D. y C. 46:7). Sin embargo, el Señor prometió que no seremos engañados si obramos “con toda santidad de corazón, andando rectamente ante [Él]” y si “busca[mos] diligentemente los mejores dones” (D. y C. 46:7–8). Los “mejores dones” se refiere a los dones espirituales que están a disposición de quienes han recibido el don del Espíritu Santo.

Doctrina y Convenios 46:9–11. Los dones espirituales son para el beneficio de aquellos que aman a Dios y procuran guardar Sus mandamientos

Dios no impone Sus dones espirituales sobre Sus hijos, sino que los invita a “busc[arlos] diligentemente” (D. y C. 46:8). El Señor explicó que esos dones son para el beneficio de quienes lo aman y se esfuerzan por guardar Sus mandamientos (véase D. y C. 46:9). Él otorga dones espirituales a fin de bendecir a las personas y a la Iglesia en general (véase D. y C. 46:12), y no para probar la veracidad del Evangelio a quienes buscan señales.

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jovencita siendo confirmada

Los dones del Espíritu se dan a quienes han recibido el don del Espíritu Santo (véase D. y C. 46:9–11).

El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó tocante a quién puede recibir dones espirituales:

“El Espíritu de Cristo se da a todo hombre y mujer para que distinga el bien del mal, y las manifestaciones del Espíritu Santo se dan a fin de guiar al arrepentimiento y al bautismo a quienes busquen sinceramente [la verdad]. Esos son dones preparatorios, y los que siguen son los que llamamos dones espirituales.

“Los dones espirituales los reciben quienes han recibido el don del Espíritu Santo. Tal como el profeta José Smith enseñó, los dones del Espíritu ‘se obtienen por ese medio’ [el Espíritu Santo] y ‘no se pueden recibir… sin el don del Espíritu Santo’ (Enseñanzas del Profeta José Smith, compilación de Joseph Fielding Smith, Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1954, pág. 295; véase también élder Marion G. Romney en Conference Report, abril de 1956, pág. 72)” (“Spiritual Gifts”, Ensign, septiembre de 1986, pág. 68).

Todos los miembros fieles de la Iglesia tienen por lo menos un don espiritual. Aun cuando “no a todos se da cada uno de los dones” (D. y C. 46:11), todos los dones espirituales se encuentran de manera colectiva entre los miembros de la Iglesia, “para que así todos se beneficien” (D. y C. 46:12). El élder Robert D. Hales, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó cómo podemos buscar los dones del Espíritu:

“Un requisito para buscar estos dones podría ser que averigüemos qué dones se nos han dado…

“Debemos orar y ayunar para encontrar los dones que se nos han otorgado. A menudo las bendiciones patriarcales nos hablan de los dones que hemos recibido y declaran la promesa de dones que podemos recibir si los procuramos. Insto a cada uno de ustedes a descubrir sus dones y a procurar obtener aquellos que les servirán de guía en su obra en la vida y que harán avanzar la obra de los cielos” (“Gifts of the Spirit”, Ensign, febrero de 2002, pág. 16).

El otorgarnos dones del Espíritu es una forma en que el Padre Celestial nos ayuda a llegar a ser más como Él. El presidente George Q. Cannon (1827–1901), de la Primera Presidencia, explicó: “Si alguno de nosotros es imperfecto, es nuestro deber orar con el fin de recibir el don que nos haga perfectos. ¿Tengo yo imperfecciones? Estoy lleno de ellas. ¿Cuál es mi deber? Orar a Dios para que me dé los dones que corregirán esas imperfecciones. Si soy un hombre iracundo, es mi deber orar para tener caridad, la cual es sufrida y benigna. ¿Soy un hombre envidioso? Es mi deber procurar la caridad, que no tiene envidia. Así es con todos los dones del Evangelio; están allí para ese propósito. Ningún hombre debería decir: ‘No lo puedo evitar; es mi naturaleza’; no se justifica que lo haga por la sencilla razón de que Dios ha prometido darnos fortaleza para corregir esas cosas, y darnos los dones que las erradicarán. Si un hombre tiene falta de sabiduría, es su deber pedir a Dios sabiduría; igual es con todo lo demás. Ese es el designio de Dios en lo que concierne a Su Iglesia; Él desea que Sus santos se perfeccionen en la verdad. Para ese propósito da estos dones y los otorga a los que los procuran, con el fin de que sean un pueblo perfecto sobre la faz de la tierra a pesar de sus muchas debilidades, porque Dios ha prometido dar los dones que sean necesarios para su perfeccionamiento” (“Discourse by President George Q. Cannon”, Millennial Star, 23 de abril de 1894, págs. 260–261).

Doctrina y Convenios 46:13–27. Dones espirituales

Doctrina y Convenios 46:13–27 enumera una diversidad de dones espirituales clave que son similares a los que se indican en 1 Corintios 12:8–11 y Moroni 10:8–17. Los primeros santos necesitaban un entendimiento correcto de los dones espirituales a fin de corregir las falsas expresiones espirituales que algunos de los nuevos conversos en Kirtland, Ohio, habían estado manifestando mediante un comportamiento religioso extremo. El Señor explicó que, al recordar esos dones y procurarlos, los miembros de la Iglesia no serían engañados (véase D. y C. 46:7–8). Mandó a los santos “siempre… ret[ener] en [sus] mentes cuáles son esos dones que se dan a la iglesia” (D. y C. 46:10). Años después, el profeta José Smith reafirmó la importancia de los dones espirituales en la Iglesia cuando escribió el séptimo artículo de fe, en el que se nombran varios de los dones.

Los dones del Espíritu se pueden manifestar de innumerables maneras en nuestra vida. Aun cuando Doctrina y Convenios 46:13–27 contiene una lista de aproximadamente catorce dones espirituales, tal como el élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, declaró: “Esos no son de ninguna manera todos los dones. En el sentido más amplio, son infinitos en número e ilimitados en sus manifestaciones” (Mormon Doctrine, 2ª edición, 1966, pág. 315).

Refiriéndose a dones espirituales adicionales, el élder Marvin J. Ashton (1915–1994), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

“Quisiera mencionar algunos dones, los cuales no siempre son evidentes ni destacados, pero que son muy importantes. Tal vez entre ellos encuentren algunos de los dones que ustedes tienen; dones no muy evidentes, pero sí reales y valiosos.

“Repasemos algunos de esos dones menos obvios: el don de preguntar, el don de escuchar, el don de oír y de emplear una voz suave y apacible, el don de poder llorar, el don de evitar la contención, el don de congeniar, el don de evitar las repeticiones vanas, el don de procurar lo que es recto, el don de no condenar, el don de buscar la guía de Dios, el don de ser un discípulo, el don de preocuparse por los demás, el don de ser capaces de meditar, el don de ofrecer oraciones, el don de testificar con poder y el don de recibir el Espíritu Santo” (véase “Hay muchos dones”, Liahona, enero de 1988, pág. 19).

Doctrina y Convenios 46:13–14. “A algunos el Espíritu Santo da a saber… a otros les es dado creer en las palabras de aquellos”

El Señor enseñó a los santos de Kirtland, Ohio, que algunos reciben la bendición de saber, por el poder del Espíritu Santo, que Jesús es el Cristo (véase D. y C. 46:13); otros reciben la bendición de creer en sus palabras (véase D. y C. 46:14) hasta que llegan a saber por sí mismos. La creencia, y no la duda, es siempre el primer paso hacia el testimonio y la convicción; creer en el testimonio de los demás es un don del Espíritu.

Doctrina y Convenios 46:23, 27. El don de discernimiento

Mediante el don del Espíritu Santo podemos hacernos merecedores de obtener guía y perspectiva espiritual para discernir o ver las cosas claramente. El presidente George Q. Cannon explicó por qué es importante que los miembros de la Iglesia busquen el don de discernimiento: “… el don de discernimiento de espíritus no solo da a los hombres y las mujeres que lo poseen el poder para discernir el espíritu que posea a otras personas o que influya en ellas, sino que les concede el poder para discernir el espíritu que influye en ellos mismos. Pueden detectar un falso espíritu y saber cuándo mora en ellos el Espíritu del Señor, y eso es de suma importancia en la vida privada de los Santos de los Últimos Días. El poseer y el ejercer ese don no permitirá que ninguna influencia maligna entre en sus corazones ni influya en sus pensamientos, palabras y obras. La repelerán; y si por casualidad alguno de esos espíritus se posesionara de ellos, en cuanto perciban sus efectos, lo expulsarán o, en otras palabras, se negarán a ser conducidos e influidos por él” (citado en David A. Bednar, “Prestos para observar”, Liahona, diciembre de 2006, pág. 18).

El Señor da a los líderes de la Iglesia el don de “discernir todos esos dones, no sea que haya entre vosotros alguno que profesare tenerlos y, sin embargo, no sea de Dios” (D. y C. 46:27). Ese don especial hace posible que los que presiden la Iglesia disciernan entre los espíritus falsos y las manifestaciones legítimas del Espíritu Santo.

Doctrina y Convenios 46:24. El don de lenguas

El don de lenguas se manifiesta de diferentes maneras:

  • Ha habido ocasiones a lo largo de la historia de la Iglesia en las que personas han sido inspiradas por el Espíritu a hablar el idioma de Dios, es decir, el idioma adámico descrito en la revelación moderna como “puro y sin mezcla” (véase Moisés 6:5–6, 46). Durante acontecimientos relacionados con la dedicación del Templo de Kirtland, muchos de los santos hablaron en lenguas y las interpretaron.

  • En el día de Pentecostés, cuando el don del Espíritu Santo se derramó de manera inusualmente poderosa, el Espíritu dio poder a hombres y mujeres para hablar en lenguas extranjeras conocidas, y para entenderlas (véase Hechos 2:1–6). A los siervos del Señor de todo el mundo se les otorgan regularmente privilegios especiales para aprender idiomas, hablarlos con soltura y comunicar el mensaje de salvación a los de toda nación, tribu, lengua y pueblo.

  • Las personas hablan en lenguas cuando hablan por el poder del Espíritu Santo, cuando hablan “con lengua de ángeles” o, en otras palabras, cuando “declaran las palabras de Cristo” (2 Nefi 31:13; 32:2–3).

El élder Robert D. Hales resumió algunas advertencias en cuanto al don de lenguas:

“Los profetas de esta dispensación nos han dicho que la revelación para dirigir la Iglesia no se dará mediante el don de lenguas. La razón de ello es que es muy fácil para Lucifer duplicar el don de lenguas y confundir a los miembros de la Iglesia.

“Satanás tiene el poder de engañarnos en lo que se relaciona con algunos de los dones del Espíritu. Uno con el que es particularmente engañoso es el don de lenguas. José Smith y Brigham Young… explicaron la necesidad de ser cautelosos al considerar el don de lenguas.

“‘Pueden hablar en lenguas para su propia conveniencia, pero les doy esto por ley: que si se enseña algo por medio del don de lenguas, no se debe recibir como doctrina’ (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 408).

“‘No hablen por el don de lenguas sin entenderlo o sin interpretación. El diablo puede hablar en lenguas’ (Enseñanzas: José Smith, pág. 408).

“El don de lenguas no… otorga la facultad de hablar en nombre de… la Iglesia. Todos los dones y talentos que el Señor da a los miembros de Su Iglesia no se dan para controlarla; sino que están bajo el control y la guía del sacerdocio, y son juzgados por él’ (Discourses of Brigham Young, compilación de John A. Widtsoe, 1941, pág. 343)” (“Gifts of the Spirit”, págs. 14–15).

Doctrina y Convenios 47: Antecedentes históricos adicionales

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John Whitmer

John Whitmer fue llamado para servir como historiador y registrador de la Iglesia (véase D. y C. 47).

John Whitmer, uno de los Ocho Testigos del Libro de Mormón, había ayudado al profeta José Smith como escriba durante una parte de la traducción del Libro de Mormón, y más adelante durante la traducción inspirada que el Profeta hizo de la Biblia. Los deberes de John aumentaron después de que Oliver Cowdery partió en octubre de 1830 a servir en una misión entre los lamanitas. John ayudó a tomar notas en conferencias de la Iglesia y continuó compilando las revelaciones que José Smith había recibido y copiándolas en un libro de registro manuscrito que llegaría a ser conocido como el Libro de Mandamientos y Revelaciones. En marzo de 1831, el profeta José Smith designó a John Whitmer para que escribiera la historia de la Iglesia. Más adelante John relató: “Prefería no hacerlo, pero manifesté que debía hacerse la voluntad del Señor y, si ese era Su deseo, yo deseaba que lo manifestara mediante José el Vidente” (en The Joseph Smith Papers, Histories, Volume 2: Assigned Histories, 1831–1847, pág. 36). La revelación subsiguiente dada al Profeta confirmó el llamamiento de John Whitmer de “escrib[ir] y llev[ar] una historia sistemática” de la Iglesia (D. y C. 47:1). John aceptó la voluntad del Señor y con el tiempo preparó “una historia narrativa de noventa y seis páginas que principalmente describía acontecimientos desde el otoño de 1830 hasta mediados de la década de 1830” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 1: July 1828–June 1831, pág. 285).

Doctrina y Convenios 47

El Señor llama a John Whitmer para que lleve una historia de la Iglesia y sea escribiente del Profeta

Doctrina y Convenios 47:1. “… que… escriba y lleve una historia sistemática”

El Señor ha mandado a la Iglesia llevar registros con precisión (véanse D. y C. 21:1; 47:1–3; 72:5–6; 123:1–6; 127:6–9; 128:4–9). En la actualidad, el llevar y preservar registros es una alta prioridad de la Iglesia. En 2009, la Iglesia dedicó una nueva Biblioteca de Historia de la Iglesia con el propósito de preservar manuscritos, libros, registros de la Iglesia, fotografías, historias orales, bendiciones patriarcales, dibujos arquitectónicos, folletos, periódicos, revistas, mapas, microfilmes y materiales audiovisuales. El élder Marlin K. Jensen, de los Setenta, explicó por qué la labor de preservar la historia de la Iglesia continúa:

“El propósito principal de la historia de la Iglesia es ayudar a los miembros a incrementar su fe en Jesucristo y a guardar sus convenios sagrados. Al procurar cumplir con ese propósito, hay tres consideraciones principales que nos guían:

“Primero, procuramos testificar de las verdades fundamentales de la Restauración y defenderlas.

“Segundo, deseamos contribuir a que los miembros de la Iglesia recuerden las grandes cosas que Dios ha hecho por Sus hijos.

“Tercero, tenemos la responsabilidad que se nos ha dado en las Escrituras de preservar el orden revelado del Reino de Dios. Eso comprende las revelaciones, los documentos, los procedimientos, los procesos y los modelos que proporcionan orden y continuidad para el ejercicio de las llaves del sacerdocio, el funcionamiento apropiado de los cuórums del sacerdocio, la realización de las ordenanzas, etc., o sea, todos los elementos esenciales para la salvación” (véase “Se llevará entre vosotros una historia”, Liahona, diciembre de 2007, págs. 26–27).

Doctrina y Convenios 48: Antecedentes históricos adicionales

Edward Partridge había sido llamado por revelación para ser el primer obispo de la Iglesia y se le dio la responsabilidad de “suministr[ar] a los pobres y a los necesitados” (D. y C. 42:34; véase también D. y C. 41:9). En anticipación de la llegada de los santos que emigraban de Nueva York a Ohio, el obispo Partridge estaba “ansioso de saber algo” en cuanto a la manera de satisfacer sus necesidades (John Whitmer, en The Joseph Smith Papers, Histories, Volume 2: Assigned Histories, 1831–1847, pág. 35). También surgieron preguntas sobre dónde se establecería la ciudad de Sion. Los nuevos miembros de la Iglesia se preguntaban si debían planificar permanecer en Ohio de forma permanente o prepararse para trasladarse nuevamente adondequiera que Sion estaría ubicada. Por esas razones, el profeta José Smith procuró la dirección del Señor y, en consecuencia, recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 48.

Doctrina y Convenios 48

El Señor indica a los santos cómo ayudar a los miembros de la Iglesia que se trasladarían de Nueva York a Ohio

Doctrina y Convenios 48:1–3. Compartir con los demás

El Señor aconsejó a los santos de Kirtland que utilizaran sus medios para ayudar a los nuevos conversos que llegarían a Ohio. Esa instrucción dio a los miembros de la Iglesia la oportunidad de poner en práctica los principios de la consagración que se detallaron en revelaciones anteriores (véanse D. y C. 38:24–25, 35; 41:5; 42:30). El presidente Thomas S. Monson compartió una experiencia que ilustra la forma en que podemos ayudar a los necesitados en la actualidad:

“Alguien llamó a mi puerta una fría noche invernal de 1951. Era un hermano alemán que residía en Ogden, Utah. ‘¿Es usted el obispo Monson?’, me preguntó. Le respondí que sí. Entonces comenzó a sollozar y me dijo: ‘Mi hermano y su familia vienen de Alemania y vivirán en su barrio. ¿Podría acompañarme a ver el apartamento que hemos alquilado para ellos?’.

“De camino al apartamento, me explicó que hacía muchos años que no veía a su hermano. Durante el holocausto de la Segunda Guerra Mundial, su hermano había permanecido fiel a la Iglesia, y había servido como presidente de rama antes de que se le mandara al frente de batalla en Rusia.

“Vi el apartamento; era frío e inhóspito. La pintura estaba descascarada, el empapelado de las paredes estaba manchado y los estantes estaban vacíos. Una bombilla de 40 vatios colgaba del techo de la sala e iluminaba un gran agujero que había en el linóleo que cubría el piso. Se me partió el corazón. Pensé: ‘Qué lugar tan lúgubre para una familia que ha tenido que soportar tantas penurias’…

“El día siguiente era domingo y en nuestra reunión de comité de bienestar del barrio, uno de mis consejeros dijo: ‘Obispo, se le ve preocupado. ¿Hay algún problema?’.

“Les conté a los presentes mi experiencia de la noche anterior, revelándoles el deprimente estado del apartamento. Se produjo un momento de silencio. Entonces el hermano Eardley, el líder del grupo de sumos sacerdotes, dijo: ‘Obispo, ¿dijo usted que el apartamento no tiene buena luz y que los electrodomésticos de la cocina necesitan ser reemplazados?’. Le respondí que sí. Él continuó: ‘Yo soy electricista. ¿Daría permiso para que los sumos sacerdotes del barrio arreglaran la instalación eléctrica del apartamento? También me gustaría invitar a mis proveedores a donar una estufa o cocina y un refrigerador nuevos. ¿Tenemos su aprobación?’…

“Entonces, el hermano Balmforth, presidente de los setentas, dijo: ‘Obispo, como sabe, estoy en el negocio de las alfombras. Me gustaría invitar a mis proveedores a donar algo de material para el piso, y los setentas podemos fácilmente instalarlo y eliminar ese linóleo deteriorado’.

“Después habló el hermano Bowden, el presidente del cuórum de élderes y pintor de profesión, y dijo: ‘Yo proveeré la pintura. ¿Pueden los élderes encargarse de pintar y empapelar el apartamento?’.

“La hermana Miller, la presidenta de la Sociedad de Socorro, fue la siguiente en hablar: ‘Las hermanas de la Sociedad de Socorro no podemos soportar la idea de que haya estantes vacíos. ¿Podemos llenarlos?’.

“Las siguientes tres semanas fueron inolvidables. Parecía que el barrio entero se había sumado al proyecto. Transcurrieron los días y en el momento previsto llegó la familia de Alemania. Una vez más llegó a mi puerta el hermano de Ogden y, lleno de emoción en la voz, me presentó a su hermano, a su cuñada y a sus sobrinos, y luego me preguntó: ‘¿Podríamos ir a ver el apartamento?’. Mientras subíamos por la escalera que llevaba al apartamento, él repitió: ‘No es mucho, pero por lo menos es mejor que lo que tenían en Alemania’. Ni siquiera sospechaba la transformación que había tenido lugar y que muchos de los que habían participado en ella estaban adentro esperando nuestra llegada.

“Abrimos la puerta y se nos presentó una renovación de vida. Nos recibió el aroma de la madera recién pintada y las paredes recién empapeladas. La tenue luz de la bombilla de 40 vatios ya no alumbraba el linóleo estropeado. Caminamos sobre alfombras gruesas y hermosas. Nos encontramos también con una estufa (cocina) y un refrigerador nuevos. Las puertas de los armarios todavía estaban abiertas, pero los estantes estaban llenos de comida. Como de costumbre, la Sociedad de Socorro había hecho su trabajo…

“El padre, comprendiendo que todo lo que allí veía era suyo, me dio un apretón de manos como muestra de su agradecimiento. Se hallaba totalmente embargado por la emoción…

“Era ya hora de irnos. Bajamos la escalera y una vez en la calle vimos que estaba nevando. Nadie pronunció ni una sola palabra. Finalmente, una jovencita dijo: ‘Obispo, nunca me había sentido tan bien como en este momento. ¿Puede decirme por qué?’.

“Yo le respondí con las palabras del Maestro: ‘… en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis’ (Mateo 25:40)” (véase “Un plan providente—Una promesa preciosa”, Liahona, julio de 1986, págs. 58–59).

Doctrina y Convenios 48:4–6. “Todavía no será revelado el lugar”

El Señor instó a los santos a que ahorraran dinero para el momento en que necesitarían comprar terrenos para edificar la ciudad de Sion. Para ese entonces el Señor todavía no había revelado la ubicación de Sion; lo único que había declarado era que estaría localizado “en las fronteras cerca de los lamanitas” (D. y C. 28:9). A los pocos meses de haberse recibido la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 48, el Señor reveló a los líderes de la Iglesia que Sion se edificaría en Independence, Misuri (véanse D. y C. 52:2–3; 57:1–5).

Doctrina y Convenios 49: Antecedentes históricos adicionales

A unos 24 kilómetros al suroeste de Kirtland, Ohio, había una congregación que pertenecía a la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Venida de Cristo. Se les llamaba comúnmente tembladores debido a su manera de adorar, sacudiendo su cuerpo mientras cantaban, danzaban y batían las palmas al son de la música. Los tembladores creían que Cristo había regresado a la tierra en la forma de una mujer llamada Ann Lee, que era la líder del movimiento temblador. También creían en el celibato total (abstenerse del matrimonio y las relaciones sexuales); no consideraban que el bautismo fuera esencial, y algunos prohibían que se comiera carne. A principios de 1831, un miembro de los tembladores, Leman Copley, se convirtió a la Iglesia y deseó que los élderes de la Iglesia fueran a predicar el Evangelio entre sus antiguos compañeros. No obstante, como puede ser el caso con algunos nuevos conversos, siguió conservando algunas de sus creencias falsas anteriores. La revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 49, que el profeta José Smith recibió el 7 de mayo de 1831, refutó varias creencias de los tembladores. Además, Sidney Rigdon, Parley P. Pratt y Leman Copley fueron llamados a ir a predicar entre la comunidad de los tembladores. Al poco tiempo de haberse dado la revelación, los tres visitaron a los tembladores y se les permitió leer la revelación a la congregación, pero el grupo rechazó el mensaje.

Leman Copley hizo convenio, bajo los principios de la consagración, de permitir que muchos de los santos inmigrantes de Nueva York vivieran en su granja, que estaba localizada en Thompson, Ohio. Sin embargo, después de un breve tiempo, quebrantó su convenio y exigió que abandonaran su propiedad. La fe de Leman en la Restauración flaqueó y a partir de entonces ya no se asoció completamente con los santos.

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sitio histórico de población de tembladores en North Union, Ohio

En marzo de 1831, misioneros de la Iglesia visitaron la comunidad de tembladores en este lugar en North Union (Shaker Heights), Ohio (véase D. y C. 49:1).

Doctrina y Convenios 49

El Señor llama a Sidney Rigdon, a Parley P. Pratt y a Leman Copley a ir a predicar a los tembladores en el norte de Ohio

Doctrina y Convenios 49:1–4. “… desean conocer la verdad en parte, pero no toda”

El Señor explicó que los tembladores “desea[ban] conocer la verdad en parte, pero no toda” (D. y C. 49:2). Aun cuando los tembladores procuraban seguir a Dios, finalmente rechazaron el mensaje de la Restauración tal como lo enseñaron los misioneros que fueron llamados a declararles la palabra del Señor. Es esencial que los hijos de Dios acepten todas las verdades doctrinales que forman parte del Evangelio sempiterno. El élder Glenn L. Pace (1940–2017), de los Setenta, describió la forma en que algunos miembros de la Iglesia en la actualidad eligen solamente “conocer la verdad en parte”:

“Existen algunos de nuestros miembros que practican la obediencia selectiva. Un profeta no es alguien que presenta un bufé de verdades ante el cual somos libres de elegir y preferir… Un profeta no hace encuestas para ver hacia dónde se inclina la opinión pública; él nos revela la voluntad del Señor…

“En 1831, algunos conversos querían llevar consigo a la Iglesia algunas de sus anteriores creencias. Hoy en día, nuestro problema radica en los miembros que parecen muy vulnerables a las tendencias de la sociedad (y al dedo acusador que las acompaña) y desean que la Iglesia cambie su posición para complacerlas. Les gusta la doctrina ajena, más por ajena que por buena.

“El consejo del Señor en 1831 es relevante hoy en día: ‘He aquí, os digo que ellos desean conocer la verdad en parte, pero no toda, porque no son rectos delante de mí y es necesario que se arrepientan’ (D. y C. 49:2).

“Debemos aceptar la verdad completa —en su totalidad—, ‘vesti[rnos] de toda la armadura de Dios’ (Efesios 6:11) y poner manos a la obra para edificar el Reino” (véase “Seguid al profeta”, Liahona, julio de 1989, pág. 33).

Tal como el élder Dallin H. Oaks enseñó, el evangelio de Jesucristo nos requiere que, al convertirnos en miembros de la Iglesia, renunciemos a prácticas que sean contrarias a las enseñanzas del Evangelio:

“A fin de ayudarnos a guardar los mandamientos de Dios, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tienen lo que llamamos una cultura del Evangelio. Es un modo de vida particular; un grupo de valores, expectativas y prácticas comunes a todos los miembros. Esa cultura del Evangelio deriva del Plan de Salvación, de los mandamientos de Dios y de las enseñanzas de los profetas vivientes; nos proporciona una guía en cuanto a la forma de criar a nuestra familia y de vivir nuestra vida personal…

“Para ayudar a los miembros de todo el mundo, la Iglesia nos enseña que dejemos de lado cualquier tradición o práctica personal o familiar que sea contraria a las enseñanzas de la Iglesia de Jesucristo y a esa cultura del Evangelio” (véase “La cultura del Evangelio”, Liahona, marzo de 2012, págs. 22–23).

Doctrina y Convenios 49:7. Nadie sabe la hora ni el día de la segunda venida de Jesucristo

Los tembladores creían que la segunda venida de Jesucristo ya había ocurrido y que Él había regresado en la forma de una mujer llamada Ann Lee. Esa creencia es un ejemplo de las enseñanzas falsas que el Salvador profetizó que prevalecerían en los últimos días.

“He aquí… si alguien os dijere: He aquí el Cristo, o allí, no le creáis;

“porque en aquellos días también se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, a tal grado que engañarán, si fuere posible, aun a los mismos escogidos, que son los escogidos conforme al convenio…

“por tanto, si os dijeren: He aquí, está en el desierto; no vayáis. Helo aquí en las cámaras secretas; no lo creáis.

“Porque así como la luz de la mañana nace en el oriente y resplandece hasta el occidente, y cubre toda la tierra, así también será la venida del Hijo del Hombre” (José Smith—Mateo 1:21–22, 25–26).

El profeta José Smith (1805–1844) advirtió en cuanto a los que afirman conocer el momento de la segunda venida del Salvador: “Jesucristo jamás reveló a ningún hombre el tiempo preciso en que Él vendría [véase Mateo 24:36; D. y C. 49:7]. Vayan y lean las Escrituras, y verán que no hay nada que especifique la hora exacta en que ha de venir; y todos los que dicen lo contrario son maestros falsos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 266).

Doctrina y Convenios 49:15–17. El matrimonio es ordenado por Dios

Los tembladores establecieron una comunidad en la que los hombres y las mujeres vivían por separado y se abstenían de casarse y tener hijos. El apóstol Pablo describió enseñanzas falsas que llevarían a la apostasía en los últimos días, incluso el “[prohibir] casarse” (véase 1 Timoteo 4:1, 3).

En una proclamación oficial que se emitió en 1995, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles declararon que “el matrimonio entre el hombre y la mujer es ordenado por Dios y que la familia es fundamental en el plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos” (“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129).

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pareja de novios afuera del Templo de Curitiba, Brasil

El Señor reveló que “el matrimonio lo decretó Dios para el hombre” (D. y C. 49:15).

El élder L. Tom Perry (1922–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó por qué el matrimonio y la familia son tan importantes:

“Toda la teología de nuestro Evangelio restaurado gira en torno a la familia y al nuevo y sempiterno convenio del matrimonio…

“Creemos que los vínculos matrimoniales y familiares pueden continuar más allá del sepulcro, que los matrimonios efectuados por quienes poseen la autoridad debida en Sus templos seguirán siendo válidos en el mundo venidero. En nuestras ceremonias matrimoniales se quitan las palabras ‘hasta que la muerte los separe’ y en su lugar se dice ‘así por el tiempo como por toda la eternidad’.

“También creemos que las familias tradicionales fuertes no solo son la unidad básica de una sociedad estable, de una economía estable y de una cultura de valores estable, sino que también son la unidad básica de la eternidad y del reino y el gobierno de Dios…

“Es debido a nuestra creencia de que el matrimonio y la familia son eternos que, como Iglesia, deseamos ser líderes y participantes en movimientos mundiales que los fortalezcan” (“Por qué son importantes el matrimonio y la familia — En todo el mundo”, Liahona, mayo de 2015, pág. 41).