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Capítulo 27: Doctrina y Convenios 76:1–49


Capítulo 27

Doctrina y Convenios 76:1–49

Introducción y cronología

El 16 de febrero de 1832, el profeta José Smith y Sidney Rigdon estaban trabajando en las revisiones inspiradas de la Biblia (lo que se conoce como la Traducción de José Smith). Cuando José Smith estaba traduciendo Juan 5:29, él y Sidney meditaron sobre el significado del versículo y se les mostró una visión, la cual está registrada en Doctrina y Convenios 76. En la visión, el Salvador afirmó Su realidad y divinidad, enseñó sobre la caída de Satanás y los hijos de perdición, y reveló la naturaleza de los tres reinos de gloria y quiénes los heredarán.

Los comentarios sobre Doctrina y Convenios 76 se dividirán en dos lecciones. La primera lección cubre Doctrina y Convenios 76:1–49, que incluye las bendiciones que el Señor promete a los fieles, el testimonio de José Smith y de Sidney Rigdon acerca del Padre y del Hijo, y una relación de la caída de Lucifer y los hijos de perdición.

25 de enero de 1832José Smith es ordenado Presidente del Sumo Sacerdocio durante una conferencia de la Iglesia en Amherst, Ohio.

Finales de enero de 1832José Smith y Sidney Rigdon regresan a Hiram, Ohio, para trabajar en la traducción inspirada del Nuevo Testamento.

16 de febrero de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 76.

24–25 de marzo de 1832Un populacho toma de noche a José Smith y a Sidney Rigdon en Hiram, Ohio, los golpea violentamente y los llena de alquitrán y de plumas.

Doctrina y Convenios 76: Antecedentes históricos adicionales

A principios de 1832, el profeta José Smith y Sidney Rigdon estaban trabajando en la traducción del Nuevo Testamento en Hiram, Ohio, en la casa de John y Alice (Elsa) Johnson. Durante ese estudio intensivo de las Escrituras, el Profeta reflexionó sobre las muchas verdades que el Señor había revelado a los santos y observó: “… era evidente que se habían quitado de la Biblia muchos puntos importantes tocantes a la salvación del hombre, o se habían perdido antes de su compilación” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 229; véase también Manuscript History of the Church, vol. A-1, página 183, josephsmithpapers.org).

Una de las preguntas sobre las que José y Sidney meditaban en ese tiempo es lo que sucede después de la muerte. Las verdades sobre la vida después de la muerte que se dieron por revelación (véanse, por ejemplo, 1 Nefi 15:32; D. y C. 19:3) llevaron al Profeta a observar que “si Dios recompensa a todos de conformidad con los hechos realizados en la carne, el término ‘cielo’, tal como se utiliza en relación al hogar eterno de los santos, debe incluir más de un reino” (en Manuscript History, tomo A-1, página 183; se estandarizó la ortografía y la puntuación). El 16 de febrero de 1831, José Smith y Sidney Rigdon estaban traduciendo Juan 5:29, que declara que “los [muertos] que hicieron el bien saldrán a resurrección de vida, mas los que hicieron el mal, a resurrección de condenación”.

Después de que el Profeta dictó la traducción de ese versículo (véase D. y C. 76:15–17), él y Sidney vieron una visión “concerniente a la economía de Dios y Su vasta creación por toda la eternidad” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 2: July 1831–January 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 183; se estandarizó la ortografía). Jesucristo se les apareció y conversó con ellos (véase D. y C. 76:14), y se les mandó escribir la visión mientras se “hall[aban] aún en el Espíritu” (D. y C. 76:28, 10, 113). La visión reveló verdades sobre la naturaleza del Padre y del Hijo, los reinos de gloria, la rebelión de Satanás y el sufrimiento de los hijos de perdición.

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Cuarto de traducción dentro de la casa de John Johnson, Hiram, Ohio

El profeta José Smith y Sidney Rigdon recibieron una serie de visiones en este cuarto de la casa de John Johnson, en Hiram, Ohio, mientras trabajaban en la traducción inspirada de la Biblia.

Había aproximadamente otras doce personas que estuvieron presentes durante la visión. Un testigo, Philo Dibble, más tarde recordó:

“La visión que se halla registrada en Doctrina y Convenios se recibió en la casa de ‘Papá Johnson’, en [Hiram,] Ohio, y durante el tiempo en que José y Sidney estuvieron en el espíritu y vieron los cielos abrirse había otros hombres en el cuarto, quizás unos doce, entre los cuales yo estuve parte del tiempo —… vi la gloria y sentí el poder, pero no vi la visión—…

“En ocasiones, José diría: ‘¿Qué veo?’, como lo diría alguien que mira por una ventana y contempla lo que los demás que están en la sala no pueden ver; luego describía lo que había visto o estaba viendo. Entonces Sidney respondía: ‘Yo veo lo mismo’. Poco después Sidney decía: ‘¿Qué veo?’ y relataba lo que había visto o veía, a lo que José respondía: ‘Yo veo lo mismo’.

“Ese tipo de diálogo continuó a cortos intervalos hasta el fin de la visión…

“José se encontraba sentado, firme y calmado en medio de una gloria magnífica, pero Sidney permanecía sentado, desfallecido y pálido, visiblemente lánguido en su postura, ante lo cual José dijo sonriendo: ‘Sidney no está acostumbrado a esto como lo estoy yo’” (en “Recollections of the Prophet Joseph Smith”, Juvenile Instructor, mayo de 1892, págs. 303–304).

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Mapa 5: La región de Nueva York, Pensilvania y Ohio, Estados Unidos

Doctrina y Convenios 76:1–10

El Señor promete bendiciones a los que le sirven

Doctrina y Convenios 76:5–10. “… a ellos les revelaré todos los misterios… por mi Espíritu los iluminaré”

Las revelaciones que el profeta José Smith recibió son evidencia de que Dios guía a Sus hijos y les enseña la verdad. El Señor prometió a Sus santos que “cuando fuesen humildes, [serían] fortalecidos y bendecidos desde lo alto, y recibi[rían] conocimiento de cuando en cuando” (D. y C. 1:28). Además de recibir guía mediante las enseñanzas del Profeta, los primeros miembros de la Iglesia aprendieron que “si p[edían], recibir[ían] revelación tras revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que cono[cieran] los misterios y las cosas apacibles, aquello que trae gozo, aquello que trae la vida eterna” (D. y C. 42:61). El Señor presentó la sagrada visión que está registrada en Doctrina y Convenios 76 con la promesa de que Él honraría a quienes le sirvieran revelándoles los misterios de Su reino por medio del poder del Espíritu (véase D. y C. 76:5–10).

El profeta José Smith (1805–1844) explicó cómo la revelación personal nos puede bendecir:

“Los hijos de Dios tienen el privilegio de acercarse a Él y recibir revelación… Dios no hace acepción de personas; todos tenemos el mismo privilegio.

“Creemos que tenemos derecho a recibir de Dios, nuestro Padre Celestial, revelaciones, visiones y sueños, así como luz e inteligencia por medio del Espíritu Santo y en el nombre de Jesucristo, en todos los asuntos que correspondan a nuestro bienestar espiritual; todo ello si guardamos Sus mandamientos al grado de ser dignos ante Su vista.

“Una persona podrá beneficiarse si percibe la primera indicación del espíritu de revelación; por ejemplo, cuando sientan que la inteligencia pura fluye en ustedes, podrá darles una repentina corriente de ideas, de manera que, por atenderla, verán que se cumple el mismo día o poco después; (es decir) se verificarán las cosas que el Espíritu de Dios haya comunicado a su mente; y así, al aprender a reconocer y entender el Espíritu de Dios, podrán crecer en el principio de la revelación hasta que lleguen a ser perfectos en Cristo Jesús” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 138).

Doctrina y Convenios 76:7–10. ¿Cuáles son los “misterios ocultos”?

El Señor prometió “revel[ar] todos… los misterios ocultos de [Su] reino” y “los secretos de [Su] voluntad” (D. y C. 76:7, 10) a quienes “[le sirvan] en rectitud y en verdad” (D. y C. 76:5). Entre esos misterios se encuentran principios y verdades del Evangelio que solo se pueden entender por el poder del Espíritu Santo. Algunos misterios o verdades se revelan en los sagrados templos.

El profeta José Smith testificó que “la luz… inundó el mundo” por medio de la visión que él y Sidney Rigdon recibieron el 16 de febrero de 1832 (en Manuscript History of the Church, tomo A-1, página 192, josephsmithpapers.org). Aun cuando José y Sidney escribieron mucha de la doctrina que se les reveló en la visión, el Señor mandó que algunas de las verdades reveladas no se escribieran (véase D. y C. 76:114–117). El profeta José Smith más adelante dijo: “Podría explicar cien veces más [cosas] de lo que he hecho en cuanto a las glorias de los reinos que se me manifestaron en la visión, si se me permitiera hacerlo y si la gente estuviera preparada para recibirlo. El Señor trata con este pueblo como un tierno padre con un hijo, comunicando luz e inteligencia y el conocimiento de Sus caminos, según puedan escucharlo” (en Manuscript History of the Church, tomo D-1, página 1556, josephsmithpapers.org; se estandarizó la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas).

Doctrina y Convenios 76:11–24

José Smith y Sidney Rigdon ven al Padre Celestial y a Jesucristo

Doctrina y Convenios 76:11–14. “… fueron abiertos nuestros ojos… por el poder del Espíritu”

El profeta José Smith y Sidney Rigdon escribieron que, mientras estaban traduciendo Juan 5:29, estaban “en el Espíritu” (D. y C. 76:11) y que “fueron abiertos [sus] ojos… por el poder del Espíritu” (D. y C. 76:12). Cuando uno de los hijos de Dios recibe la influencia del Espíritu Santo, esa persona puede comenzar a ver cosas desde la perspectiva de Dios. El élder Kim B. Clark, de los Setenta, testificó: “Si miramos hacia Cristo y abrimos nuestros ojos y oídos, el Espíritu Santo nos bendecirá para ver cómo Jesucristo influye en nuestra vida y fortalece nuestra fe en Él con seguridad y evidencia. Cada vez veremos más a nuestros hermanos y hermanas como Dios los ve, con amor y compasión. Oiremos la voz del Salvador en las Escrituras, en los susurros del Espíritu y en las palabras de los profetas vivientes. Veremos el poder de Dios que está sobre Su profeta y sobre todos los líderes de Su Iglesia verdadera y viviente, y sabremos con seguridad que esta es la sagrada obra de Dios. Nos veremos y nos entenderemos a nosotros y al mundo que nos rodea como lo hace el Salvador. Llegaremos a tener lo que el apóstol Pablo llamó ‘la mente de Cristo’ [1 Corintios 2:16]. Tendremos ojos para ver y oídos para oír, y edificaremos el Reino de Dios” (“Ojos para ver y oídos para oír”, Liahona, noviembre de 2015, pág. 125).

Doctrina y Convenios 76:15–19. “… mientras meditábamos en estas cosas”

La visión que el profeta José Smith y Sidney Rigdon vieron la recibieron mientras estaban meditando sobre la traducción inspirada de Juan 5:29. La traducción inspirada del versículo les “fue revela[da]” (D. y C. 76:15) y, “a causa de [ello, se] maravilla[ron]” (D. y C. 76:18). Profetas han recibido otras visiones y revelaciones a medida que han meditado y reflexionado sobre las Escrituras (véanse D. y C. 138:1–11; José Smith—Historia 1:8–20).

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Representación de Jesús enseñando a discípulos

Las palabras de Jesús sobre las recompensas que están disponibles por medio de la Resurrección se registraron en Juan 5:29. El profeta José Smith y Sidney Rigdon estaban traduciendo ese pasaje y meditando sobre él cuando recibieron las visiones que están registradas en Doctrina y Convenios 76 (véase D. y C. 76:15–16).

El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó sobre la diferencia que existe entre estudiar y meditar, y la relación que hay entre meditar y recibir revelación: “… leer, estudiar y meditar no son la misma cosa. Al leer palabras quizás obtengamos ideas. Al estudiar, quizás descubramos modelos que se repiten y conexiones entre pasajes. Pero al meditar, invitamos a la revelación por medio del Espíritu. Meditar, para mí, es pensar y orar después de leer y estudiar las Escrituras con detenimiento” (“Presten servicio con el Espíritu”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 60).

El presidente David O. McKay (1873–1970) afirmó: “La meditación es una de las puertas más secretas y sagradas por la que entramos en la presencia del Señor” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: David O. McKay, 2004, pág. 35).

Doctrina y Convenios 76:19–24. “… ¡[Él] vive! Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios”

El profeta José Smith y Sidney Rigdon vieron la gloria de Jesucristo cuando estaba de pie “a la diestra del Padre” (D. y C. 76:20). Vieron “a los santos ángeles y a los que son santificados… adorando a Dios” (D. y C. 76:21) y “o[yeron] la voz testificar que [Jesucristo] es el Unigénito del Padre” (D. y C. 76:23). Esa extraordinaria experiencia llevó a los dos testigos a declarar: “… después de los muchos testimonios que se han dado de él, este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!” (D. y C. 76:22). La frase “el último de todos” no significa que ese fue el último testimonio del Salvador que se haya dado; más bien, su testimonio de la realidad del Hijo de Dios fue el más reciente en una larga lista de testimonios proclamados por profetas y santos de la antigüedad. Profetas, apóstoles y santos de todo el mundo siguen proclamando su testimonio de la realidad viviente del Salvador Jesucristo.

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Representación del Cristo resucitado

“… este es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive! Porque lo vimos” (véase D. y C. 76:22–23).

El 1º de enero de 2000, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles emitieron una declaración en la que afirmaban su testimonio de la realidad del Cristo viviente: “Damos testimonio, en calidad de Sus apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, pág. 3).

Doctrina y Convenios 76:24. Jesucristo como creador

Dios reveló a Sus profetas en la antigüedad que el hombre no puede contar los mundos que han sido creados (véanse Moisés 1:28–33; 7:30; Abraham 3:11–12). Esta visión reafirmó que Jesucristo fue el creador de esos mundos. El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

“Muchísimo antes de que naciera en Belén y se le llegase a conocer como Jesús de Nazaret, nuestro Salvador era Jehová. Ya entonces, bajo la dirección del Padre, Cristo era el Señor del universo, quien creó incontables mundos, de los cuales el nuestro es solo uno (véanse Efesios 3:9; Hebreos 1:2).

“¿Cuántos planetas con habitantes hay en el universo? No sabemos, ¡pero no estamos solos en el universo! ¡Dios no es el Dios de un solo planeta!” (en “Testigos especiales de Cristo”, Liahona, abril de 2001, pág. 5).

Doctrina y Convenios 76:24. “… sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios”

Los que vienen a Jesucristo y guardan Sus mandamientos llegan a ser Sus hijos e hijas. Jesucristo es el padre de todos los que se arrepienten y experimentan el renacimiento espiritual (véanse Mosíah 5:7; 15:11–12; 27:25–26; Alma 5:14; 7:14; Éter 3:14; D. y C. 11:28–30). La voz que el profeta José Smith y Sidney Rigdon escucharon en la visión declaró que los habitantes de todo mundo creado por Jesucristo “son engendrados hijos e hijas para Dios” (D. y C. 76:24). Eso significa que Jesús es tanto el Creador como el Salvador de “incontables mundos” (Moisés 1:33).

El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, describió los efectos del amplio alcance de la expiación de Jesucristo: “Su expiación es infinita: no tiene fin [véanse 2 Nefi 9:7; 25:16; Alma 34:10, 12, 14]. También es infinita en el sentido de que todo el género humano se salvará de la muerte sin fin, y es infinita en el sentido de Su intenso sufrimiento. Es infinita en el tiempo, dando fin al prototipo anterior del sacrificio de animales. Es infinita en lo que abarca: se hizo una sola vez por todos [véase Hebreos 10:10]. Y la misericordia de la Expiación [del Salvador] se extiende no solo a una cantidad infinita de personas, sino también a un número infinito de mundos creados por Él [véanse D. y C. 76:24; Moisés 1:33]. Es infinita más allá de cualquier escala de dimensión humana y de comprensión mortal” (véase “La Expiación”, Liahona, enero de 1997, págs. 38–39).

Doctrina y Convenios 76:25–29

José Smith y Sidney Rigdon ven la rebelión de Lucifer en la existencia preterrenal

Doctrina y Convenios 76:25–29. Satanás “hace la guerra a los santos de Dios”

Después de ser testigos de “la gloria del Hijo, a la diestra del Padre” (D. y C. 76:20), el profeta José Smith y Sidney Rigdon contemplaron una visión contrastante de Satanás, o Lucifer. Vieron a Lucifer, que ocupaba una posición de autoridad en la existencia preterrenal, caer de la presencia de Dios después de rebelarse contra Él y de guiar a muchos de los hijos que Él procreó en espíritu a hacer lo mismo (véanse Isaías 14:12; Apocalipsis 12:7–10; D. y C. 29:36–37; Abraham 3:27–28). Lucifer llegó a ser conocido como Perdición (véase D. y C. 76:26), que significa pérdida o destrucción.

A José y a Sidney se les recordó que Satanás es un ser real que se opone a Dios y a todos los que buscan la rectitud. Satanás procuró “usurpar el reino de nuestro Dios y su Cristo” (D. y C. 76:28), y continúa procurando hacerlo a medida que “hace la guerra a los santos de Dios, y los rodea por todos lados” (D. y C. 76:29). El profeta José Smith más adelante explicó: “Respecto del Reino de Dios, el diablo siempre establece su reino al mismo tiempo para oponerse a Dios” (Enseñanzas: José Smith, págs. 15–16).

Tal como el diablo se opone al Reino de Dios, también se opone a las personas que buscan progresar espiritualmente, porque “él busca que todos los hombres sean miserables como él” (2 Nefi 2:27).

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Personas entran al Centro de Conferencias para una sesión de conferencia general

Mediante su fidelidad, los miembros de la Iglesia serán protegidos cuando Satanás “ha[ga] la guerra a los santos de Dios” (véase D. y C. 76:28–29).

Doctrina y Convenios 76:30–49

José Smith y Sidney Rigdon ven el sufrimiento de los hijos de perdición

Doctrina y Convenios 76:30–35. ¿Quiénes son los hijos de perdición?

Después de que el profeta José Smith y Sidney Rigdon fueron testigos de la rebelión de Lucifer, el Señor les mostró el sufrimiento de los hijos de perdición. No escribieron los detalles de la visión, sino más bien registraron lo que la voz del Señor dijo sobre lo que habían visto. El Señor explicó que los hijos de perdición son personas que reciben un conocimiento del poder de Dios y que “han llegado a participar de él”, pero que luego “se de[jan] vencer a causa del poder del diablo, y niegan la verdad y se rebelan contra [el] poder [de Dios]” (D. y C. 76:31). Además, niegan “al Santo Espíritu después de haberlo recibido” y niegan “al Unigénito del Padre” (D. y C. 76:35).

Años después de haber recibido esa visión, el profeta José Smith explicó: “Todos los pecados serán perdonados salvo el pecado contra el Espíritu Santo; porque Jesús salvará a todos menos a los hijos de perdición. ¿Qué debe hacer el hombre para cometer el pecado imperdonable? Debe haber recibido el Espíritu Santo, deben habérsele manifestado los cielos y, después de haber conocido a Dios, pecar contra Él. Después que un hombre ha pecado contra el Espíritu Santo, no hay arrepentimiento para él. Tiene que decir que el sol no brilla, cuando lo está mirando; negar a Jesucristo, cuando se le han manifestado los cielos y renegar del Plan de Salvación mientras sus ojos están viendo su verdad” (en Manuscript History of the Church, tomo E-1, página 1976, josephsmithpapers.org; se estandarizó la puntuación y el uso de las mayúsculas).

El pecado imperdonable no se comete por descuido ni por accidente; más bien, quienes llegan a ser hijos de perdición lo hacen por su propia voluntad y deliberadamente. Los hijos de perdición han “negado al Unigénito del Padre, crucificándolo para sí mismos” (D. y C. 76:35; véase también Hebreos 6:4–6). El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, declaró: “Para cometer ese pecado imperdonable, el hombre tiene que haber recibido el Evangelio; obtenido, del Espíritu Santo mediante revelación, el conocimiento absoluto de la divinidad de Cristo; y luego negado ‘el nuevo y sempiterno convenio, mediante el cual fue santificado, llamándolo cosa impía y ofendiendo al Espíritu de gracia’ [José Smith, en History of the Church, tomo III, pág. 232]. La persona, por consiguiente, comete asesinato al asentir a la muerte del Señor, es decir que, teniendo un conocimiento perfecto de la verdad, se rebela manifiestamente y se coloca a sí misma en una posición en la que habría crucificado a Cristo sabiendo perfectamente que era el Hijo de Dios. Es así como Cristo es crucificado nuevamente y expuesto al vituperio (D. y C. 132:27)” (Mormon Doctrine, 2ª edición, 1966, págs. 816–817).

Doctrina y Convenios 76:37. “… la segunda muerte”

Todos los hijos de Dios que han nacido en esta tierra, incluso los que lleguen a ser hijos de perdición, se levantarán de la tumba y vencerán la muerte física mediante el poder de la resurrección de Jesucristo (véanse 1 Corintios 15:22; Alma 11:42–45; D. y C. 88:27–32). Además de la muerte física, todos los hijos de Dios han sufrido los efectos de la muerte espiritual, o la separación de la presencia física del Padre y del Hijo, “hallándose separados de la presencia del Señor” a causa de la Caída (Helamán 14:16). La muerte espiritual, o el estar separados de Dios, también se vence por medio de la Resurrección, la cual llevará a todos de regreso a la presencia del Señor (por lo menos en forma temporal) para ser juzgados (véase Helamán 14:15–17).

Después de regresar de la presencia del Señor, los hijos de perdición sufrirán una segunda muerte. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó que la segunda muerte “acarrea erradicación espiritual… por la cual a aquellos que participan de ella se les niega la presencia de Dios y son condenados a morar con el diablo y sus ángeles a través de la eternidad” (Doctrina de Salvación, compilado por Bruce R. McConkie, 1978, tomo I, pág. 46). Solamente los hijos de perdición sufrirán tal muerte (véanse Helamán 14:18; D. y C. 76:37; 88:35).

El élder Bruce R. McConkie dio las siguientes descripciones de la segunda muerte, la cual solo sobreviene a los hijos de perdición:

“La muerte espiritual es ser expulsado de la presencia del Señor, morir en cuanto a la justicia, morir en relación a las impresiones y susurros del Espíritu” (Mormon Doctrine, pág. 761).

“Finalmente, todos son redimidos de la muerte espiritual excepto los que han ‘pecado de muerte’ (D. y C. 64:7), esto es, aquellos que están destinados a ser hijos de perdición. Para enseñar esto, Juan dice que después de que la muerte y el infierno hayan entregado a sus muertos, la muerte y el infierno serán ‘lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda’ (Apocalipsis 20:12–15). De ahí que el Señor dijo en nuestra época que los hijos de perdición son ‘los únicos sobre quienes tendrá poder alguno la segunda muerte’ (D. y C. 76:37), refiriéndose a tener poder después de la resurrección” (Mormon Doctrine, pág. 758).

Doctrina y Convenios 76:39–44. “… a todos salva él”

Después de aprender sobre los hijos de perdición y su terrible destino, el profeta José Smith y Sidney Rigdon aprendieron que “mediante el triunfo y la gloria del Cordero… [pueden ser] salvos todos” (D. y C. 76:39, 42) y que Jesucristo “a todos salva… menos a [los hijos de perdición]” (D. y C. 76:44). El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que la palabra salvo tiene varios significados:

“En el uso que hacen los Santos de los Últimos Días de las palabras salvo y salvación existen, por lo menos, seis significados diferentes. Según algunos de ellos, nuestra salvación está garantizada; ya hemos sido salvos. Según otros, debemos hablar de la salvación dentro del contexto de un acontecimiento futuro (por ejemplo, 1 Corintios 5:5) o como algo que depende de un suceso que está por venir (por ejemplo, Marcos 13:13). Pero en todos esos significados o clases de salvación, esta se logra en Jesucristo y por medio de Él…

“Para los Santos de los Últimos Días, el ser ‘salvos’… puede querer decir ser salvos o rescatados de la segunda muerte (o sea la muerte espiritual final) gracias a la seguridad de un reino de gloria en el mundo venidero (véase 1 Corintios 15:40–42). Así como la resurrección es universal, afirmamos que todo ser que haya vivido sobre la faz de la tierra —a excepción de unos pocos— tienen asegurada la salvación en este sentido…

“El profeta Brigham Young enseñó esa doctrina cuando declaró que ‘toda persona que no pierda el día de gracia por causa del pecado ni se convierta en uno de los ángeles del diablo será levantada para heredar un reino de gloria’ (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 302). Este significado de la palabra salvo ennoblece a la totalidad de la raza humana por medio de la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

“… en otro contexto familiar y singular entre los Santos de los Últimos Días, los términos salvo y salvación se emplean también para denotar la exaltación o vida eterna (véase Abraham 2:11). Algunas veces se le llama a esto la ‘plenitud de la salvación’ (Bruce R. McConkie, The Mortal Messiah, 4 tomos, 1979–1981, tomo I, pág. 242). Esta salvación requiere más que el arrepentimiento y el bautismo mediante la debida autoridad del sacerdocio. También requiere que se efectúen convenios sagrados, entre ellos el matrimonio eterno en los templos de Dios, así como el ser fieles a esos convenios mediante la perseverancia hasta el fin” (véase “¿Ha sido usted salvo?”, Liahona, julio de 1998, págs. 64–66).

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representación de la Crucifixión

Jesucristo vino al mundo para ser crucificado, a fin de “llevar los pecados del mundo… para que por medio de él fuesen salvos todos” (D. y C. 76:41–42).