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Capítulo 14: Doctrina y Convenios 35–36; 39–40


Capítulo 14

Doctrina y Convenios 35–36; 39–40

Introducción y cronología

En el invierno de 1830, Sidney Rigdon y Edward Partridge viajaron de Ohio a Nueva York para conocer al profeta José Smith. Ambos hombres habían escuchado el Evangelio restaurado predicado por Oliver Cowdery, Parley P. Pratt, Ziba Peterson y Peter Whitmer, hijo, en el área de Kirtland, Ohio. Poco después de que Sidney y Edward llegaron a Fayette, Nueva York, José Smith recibió revelaciones para cada uno de ellos. En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 35, el Señor dio a Sidney Rigdon responsabilidades específicas dentro de la recién restaurada Iglesia. En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 36, el Señor llamó a Edward Partridge a proclamar el Evangelio.

Varias semanas después, James Covel, que había sido un ministro metodista durante unos cuarenta años, visitó al profeta José Smith e hizo convenio con el Señor de obedecer cualquier mandamiento que se le diera por medio del Profeta. Por consiguiente, el 5 de enero de 1831, José Smith recibió la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 39. En ella, el Señor mandó a James Covel que se bautizara y predicara el Evangelio restaurado. No obstante, el día después de que se recibió la revelación, James dejó Fayette, Nueva York, sin bautizarse y “regresó a sus antiguos principios y a su gente” (Joseph Smith, en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio de 1828–junio de 1831, ed. por Michael Hubbard MacKay y otros, 2013, pág. 237). El Señor entonces dio a José Smith la revelación registrada en Doctrina y Convenios 40, en la que explica que “el temor a la persecución y los afanes del mundo hicieron que [James Covel] rechazara la palabra [de Dios]” (véase D. y C. 40:2).

29 de octubre de 1830Oliver Cowdery, Parley P. Pratt, Ziba Peterson y Peter Whitmer, hijo; predican el Evangelio en la región noreste de Ohio durante varias semanas.

Principios de diciembre de 1830Sidney Rigdon y Edward Partridge viajan de Ohio a Nueva York para conocer al profeta José Smith.

7 de diciembre de 1830Se recibe Doctrina y Convenios 35.

9 de diciembre de 1830Se recibe Doctrina y Convenios 36.

11 de diciembre de 1830José Smith bautiza a Edward Partridge.

2 de enero de 1831La tercera conferencia de la Iglesia tiene lugar y José Smith anuncia que los santos se deben congregar en Ohio.

Enero de 1831James Covel, un ministro metodista, conoce a José Smith.

5 de enero de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 39.

6 de enero de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 40.

Doctrina y Convenios 35: Antecedentes históricos adicionales

Dentro de los seis meses siguientes a la organización de la Iglesia, Oliver Cowdery, Peter Whitmer, hijo, Ziba Peterson y Parley P. Pratt fueron llamados a predicar el Evangelio a los amerindios. De camino a la frontera occidental de Misuri pararon en Mentor y en Kirtland, Ohio, donde compartieron el mensaje del Evangelio restaurado con Sidney Rigdon, que era amigo y exministro religioso del élder Pratt. En poco tiempo, se bautizaron más de 120 personas, entre ellas Sidney Rigdon y muchos miembros de su congregación; lo cual duplicó aproximadamente el número total de miembros de la Iglesia.

Sidney Rigdon había sido ordenado como ministro bautista en 1821. Poco tiempo después, se unió al movimiento bautista reformado de Alexander Campbell. A aquellos que seguían a Campbell, con el tiempo, se los llamó Discípulos de Cristo o campbelitas; estos procuraban una restauración del cristianismo del Nuevo Testamento. Sidney Rigdon ganó renombre como un influyente predicador bautista reformado en Mentor, Ohio, y en las comunidades aledañas, incluyendo Kirtland. El compromiso de Sidney para con una restauración del cristianismo del Nuevo Testamento lo preparó a él y a sus seguidores para escuchar atentamente el mensaje que trajeron los misioneros de Nueva York.

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Sidney Rigdon

El Señor llamó a Sidney Rigdon, un converso reciente de Ohio, “escri[bir] por [José]” a medida que él traducía la Biblia (D. y C. 35:20).

Cuando Sidney Rigdon recibió un ejemplar del Libro de Mormón que le dieron los misioneros, comenzó un estudio concienzudo. Más adelante, su hijo comentó que Sidney se concentró tanto en la lectura del Libro de Mormón que “con dificultad podía dejarlo suficiente tiempo como para comer. Siguió leyéndolo noche y día hasta que lo terminó, y entonces reflexionó y meditó al respecto” (John W. Rigdon, “Lecture on the Early History of the Mormon Church”, 1906, pág. 18, Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City; se estandarizó el uso de las mayúsculas y la puntuación). Una vez que se convenció de la veracidad del evangelio restaurado de Jesucristo, Sidney dijo a su esposa Phebe: “Mi adorada, una vez me seguiste en la pobreza, ¿estás dispuesta a volver a hacer lo mismo?”; ella respondió: “He meditado el asunto, he contemplado las circunstancias en las que podríamos encontrarnos, he considerado el precio y estoy totalmente convencida de seguirte. [Sí], es mi deseo hacer la voluntad de Dios, para vida o para muerte” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio de 1828–junio de 1831, pág. 213, nota 91).

Muchos miembros de la anterior congregación de Sidney de bautistas reformados (que no estaban entre aquellos que aceptaron el mensaje de los misioneros) estaban furiosos con la conversión de Sidney y Phebe a la Iglesia recién restaurada y rehusaron permitir que los Rigdon se mudaran a la nueva casa que habían construido, y no quisieron tener nada más que ver c Al haber perdido su fuente de ingreso, hogar, y muchas de sus amistades y conocidos, Sidney y Phebe se mudaron junto con su familia a Kirtland para vivir junto con otros miembros de la Iglesia que recién se habían bautizado.

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Mapa 5: La región de Nueva York, Pensilvania y Ohio, Estados Unidos

Doctrina y Convenios 35

El Señor llama a Sidney Rigdon a una obra mayor

Doctrina y Convenios 35:2. “… uno en mí, como yo soy uno en el Padre”

El Señor no estaba enseñando que Él y el Padre Celestial fueran la misma persona cuando dijo: “… como yo soy uno en el Padre, como el Padre es uno en mí” (D. y C. 35:2). Más bien, ese pasaje aclara que el Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo están unidos en propósito y poseen el mismo carácter, perfección y atributos. Ellos invitan a los verdaderos seguidores a llegar a ser uno con Ellos. El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó de qué manera podemos llegar a ser “uno” con el Padre Celestial y Su Hijo:

“Jesús logró una unidad perfecta con el Padre al someterse, tanto en cuerpo como en espíritu, a la voluntad del Padre. Su ministerio estuvo siempre claramente definido porque en Él no había una doble mentalidad que lo debilitara ni lo distrajera. Al referirse a Su Padre, Jesús dijo: ‘… yo hago siempre lo que a él le agrada’ (Juan 8:29)…

“No cabe la menor duda de que no seremos uno con Dios y con Cristo hasta que logremos que la voluntad y el interés de Ellos sean nuestro mayor deseo. Esa sumisión no se logra en un día, pero mediante el Espíritu Santo, el Señor nos ayudará, si estamos dispuestos, hasta que, con el tiempo, podamos decir con certeza que Él es en nosotros como el Padre es en Él. A veces tiemblo al pensar en lo que ello pueda requerir, pero sé que es solo en esa unión perfecta que se puede hallar una plenitud de gozo. Me siento agradecido más allá de lo que las palabras puedan expresar de haber sido invitado a ser uno con esos Seres Santos que venero y adoro como mi Padre Celestial y mi Redentor” (véase “Para que todos sean uno en nosotros”, Liahona, noviembre de 2002, págs. 72–73).

Doctrina y Convenios 35:3. “… te he preparado para una obra mayor”

El Señor dijo a Sidney Rigdon que Él había “puesto [los] ojos” en él y en sus obras y que había oído sus oraciones (véase D. y C. 35:3). No solo conocía el Señor a Sidney, su experiencia y su trabajo como ministro protestante, sino también conocía el gran potencial que tenía. El Señor además dijo que había preparado a Sidney Rigdon para una “obra mayor” que la que ya había efectuado (D. y C. 35:3). Esa “obra mayor” incluía ayudar a los demás a recibir el bautismo y el don del Espíritu Santo mediante la debida autoridad y de ese modo abrir la llave para que recibieran la plenitud del evangelio de Jesucristo (véase D. y C. 35:5–6). Tal como lo hizo con Sidney Rigdon, el Señor nos brinda oportunidades y experiencias que nos preparan para llevar a cabo una “obra mayor” que Él nos llama a hacer.

Tras compartir experiencias de su vida, el presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, testificó: “La vida de ustedes está siendo observada con detenimiento, como lo fue la mía. El Señor sabe tanto lo que Él necesitará que ustedes hagan como lo que ustedes van a necesitar saber para hacerlo. Él es bondadoso y omnisciente, de modo que pueden esperar con confianza que Él ha preparado oportunidades a fin de que ustedes aprendan [lo necesario] en preparación para el servicio que prestarán. No reconocerán esas oportunidades a la perfección, como me sucedió a mí, mas cuando pongan lo espiritual en primer lugar en la vida, se les bendecirá para que se sientan dirigidos hacia determinado aprendizaje y se les motivará para trabajar más arduamente. Después, reconocerán que su poder para servir ha aumentado y se sentirán agradecidos” (“Education for Real Life”, Ensign, octubre de 2002, págs. 18–19).

Doctrina y Convenios 35:4–6. Como Juan el Bautista, Sidney Rigdon fue “enviado… a fin de preparar la vía”

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representación de Juan el Bautista bautizando

Así como Juan el Bautista preparó la vía para Jesucristo, la obra que Sidney Rigdon desempeñó como ministro bautista reformado preparó el camino para la predicación del Evangelio restaurado.

El Señor comparó la obra de Sidney Rigdon como ministro protestante con la de Juan el Bautista en el Nuevo Testamento (véase D. y C. 35:4). Mediante su ministerio, ambas personas prepararon a la gente para escuchar y aceptar la plenitud del evangelio de Jesucristo. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó la forma en que Sidney Rigdon había preparado el camino para que otras personas recibieran el mensaje del Evangelio restaurado: “Cabe destacar que un gran número de hombres decididos e inteligentes que llegaron a ser líderes de la Iglesia habían sido congregados por Sidney Rigdon, con la ayuda del Señor, en esta parte de la tierra… Por lo tanto, cuando Parley P. Pratt, Ziba Peterson y sus compañeros vinieron a Kirtland, encontraron la vía preparada para ellos a causa de la predicación, en gran parte, de Sidney Rigdon; de modo que para esos misioneros no fue algo difícil convencer de la verdad a ese grupo. Aunque Sidney estaba predicando y bautizando por inmersión sin autoridad —cosa que el Señor le informó en esa revelación—, todo resultó para bien cuando recibieron el mensaje del Evangelio. Esos hombres no solo estaban convencidos y listos para el bautismo, sino que también estaban en condición de recibir el sacerdocio; y así se hizo” (Church History and Modern Revelation, 1953, tomo I, pág. 160).

Doctrina y Convenios 35:8–11. El Señor obra milagros de acuerdo con la fe de aquellos que creen en Él

El Señor enseñó a Sidney Rigdon que son dados “milagros, señales y maravillas” en respuesta a la fe (D. y C. 35:8; compárese con D. y C. 63:7–12). Es importante recordar que los milagros y las maravillas “no deben ser vistos como desviaciones del curso común de la naturaleza, sino, más bien, como manifestaciones del poder divino o espiritual. En cada caso, alguna ley menor se sustituye mediante la acción de una mayor” (Bible Dictionary, “Miracles” [Milagros]). El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, describió dos tipos de “milagros genuinos”:

“Primero, los milagros efectuados por el poder del sacerdocio siempre están presentes en la verdadera Iglesia de Jesucristo. El Libro de Mormón enseña que ‘Dios ha dispuesto un medio para que el hombre, por la fe, pueda efectuar grandes milagros’ (Mosíah 8:18). El ‘medio’ que se ha dispuesto es el poder del sacerdocio (véanse Santiago 5:14–15; D. y C. 42:43–48) y ese poder efectúa milagros por medio de la fe (véanse Éter 12:12; Moroni 7:37)…

“Un segundo tipo de milagro genuino es el milagro que tiene lugar mediante el poder de la fe, sin invocar específicamente el poder del sacerdocio. Muchos de esos milagros ocurren dentro de nuestra Iglesia, tales como los que suceden mediante las oraciones de las mujeres fieles; y muchos ocurren fuera de ella. Como Nefi enseñó, Dios ‘se manifiesta por el poder del Espíritu Santo a cuantos en él creen; sí, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, obrando grandes milagros, señales y maravillas entre los hijos de los hombres, según su fe’ (2 Nefi 26:13; véanse también 1 Nefi 7:12; Santiago 5:15)” (“Miracles”, Ensign, junio de 2001, págs. 8–9).

El élder Oaks explicó un poco más sobre por qué algunos milagros pueden no ocurrir incluso cuando nuestra fe es suficiente: “He estado hablando de los milagros que se cumplen, pero, ¿qué hay de los que no tienen lugar? La mayoría de nosotros ha ofrecido oraciones que no fueron respondidas con el milagro que solicitamos en el momento en que lo deseábamos. Los milagros no están disponibles por solo pedirlos… La voluntad del Señor siempre es superior. El sacerdocio del Señor no puede usarse para obrar un milagro contrario a la voluntad del Señor. También debemos recordar que, aunque vaya a ocurrir un milagro, no tendrá lugar en el momento de nuestra preferencia. Las revelaciones enseñan que las experiencias milagrosas ocurren ‘en su propio tiempo y a su propia manera’ (D. y C. 88:68)” (“Miracles”, pág. 9).

Doctrina y Convenios 35:13. “… llamo a lo débil del mundo”

Lo “débil del mundo” (D. y C. 35:13) se refiere a aquellos que son considerados débiles en los criterios mundanos tales como las influencias, las riquezas y la formación académica, pero que por el Señor son considerados personas de fortaleza espiritual, ya que son mansos, humildes, llenos de amor y confían en la fortaleza y la inspiración de Dios. El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, explicó por qué el Señor llama a tales individuos a llevar a cabo Su gran obra:

“El Señor tiene una gran obra para que cada uno de nosotros lleve a cabo. Tal vez se pregunten cómo puede ser eso, porque quizás piensen que no hay nada especial ni sobresaliente en ustedes ni en sus habilidades…

“El Señor puede llevar a cabo extraordinarios milagros con una persona de talento común que sea humilde, fiel y diligente en servirle y que trate de mejorar… La razón es que Dios es la fuente máxima de poder” (véase “Actuar por nosotros mismos, sin ser obligados”, Liahona, enero de 1996, pág. 53).

El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Hoy en día, la obra de la Iglesia la efectúan hombres y mujeres comunes y corrientes llamados y sostenidos para presidir, enseñar y administrar. Es mediante el poder de la revelación y el don del Espíritu Santo que se guía a quienes son llamados para que conozcan la voluntad del Señor” (“Guiados por el Santo Espíritu”, Liahona, mayo de 2011, pág. 31).

Doctrina y Convenios 35:13. ¿Qué significa “para trillar a las naciones por el poder de mi Espíritu”?

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personas trillando granos

Así como los granos deben ser separados de la paja, los siervos del Señor son enviados para “trillar a las naciones” a fin de separar a los pobres y mansos de la tierra y predicarles el Evangelio (véase D. y C. 35:13, 15).

La palabra trillar en Doctrina y Convenios 35:13 se refiere a la práctica de trillar el grano. Trillar es el proceso en el que se separa el grano, como el trigo del tallo y de la cáscara. El grano se guarda, y el tallo y la cáscara se desechan. Por lo tanto, “trillar a las naciones” se refiere a la obra de predicar el Evangelio para que los conversos puedan ser juntados como el grano.

Doctrina y Convenios 35:14. “… su brazo será mi brazo”

El Señor usó el simbolismo de una batalla para ayudar a Sus siervos llamados a comprender cómo Él los ayudará a “lu[char]… varonilmente” (véase D. y C. 35:14), o con valor, por Su causa. El brazo, tal como se usa en D. y C. 35:14, denota poder o fortaleza. El Señor prometió que Su poder y fortaleza estarán con aquellos que Él llama a efectuar Su obra. Además, el Señor aseguró a Sus siervos que Él “será su escudo y su broquel” (D. y C. 35:14), lo que significa que Él los defenderá y protegerá. El Señor también “ceñi[rá] sus lomos” (véase D. y C. 35:14). Esa frase se refiere a la costumbre del antiguo Israel de juntar y asegurar la ropa suelta bajo un cinturón o una faja en preparación para trabajar o para la batalla. Usando ese simbolismo, el Señor prometió ayudar a Sus siervos a congregar al Israel disperso mediante la predicación del Evangelio.

El presidente Thomas S. Monson enseñó que el Señor nos ayudará a llevar a cabo la obra que Él nos llame a hacer: “Algunos de ustedes tal vez sean tímidos por naturaleza o se consideren inadecuados para aceptar un llamamiento. Recuerden que esta obra no es de ustedes ni mía solamente, es la obra del Señor; y cuando estamos en la obra del Señor, tenemos derecho a recibir Su ayuda. Recuerden que Él fortalecerá nuestros hombros para que soporten la carga que se coloque sobre ellos” (véase “Aprendamos, hagamos, seamos”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 62).

Doctrina y Convenios 35:17. “… y en debilidad lo he bendecido”

El Señor llama “a lo débil del mundo” a hacer Su obra (D. y C. 35:13), lo cual incluye a José Smith. La traducción del Libro de Mormón muestra una manera en la que el Señor bendijo a José en sus debilidades. Al acercarse el final de su vida, Emma Smith (1804–1879) testificó:

“José Smith [cuando era un joven]… no era capaz de escribir ni dictar una carta coherente y bien redactada, ni mucho menos un libro como el Libro de Mormón. Y, aunque participé activamente en estos acontecimientos tan notorios, estuve presente durante la traducción de las planchas y tuve conocimiento de las cosas conforme ocurrían, me parecen una maravilla, ‘una obra maravillosa y un prodigio’, tanto como a cualquier otra persona…

“Mi creencia es que el Libro de Mormón es de autenticidad divina; no tengo la más mínima duda al respecto. Estoy convencida de que ningún hombre habría podido dictar los manuscritos si no hubiese sido inspirado, pues, cuando [yo fui] su escriba, [José] me dictaba hora tras hora; y cuando retomábamos la labor tras las comidas o tras una interrupción, inmediatamente comenzaba donde lo había dejado, sin siquiera ver el manuscrito ni hacer que se le leyese parte alguna de este. Así es como lo hacía usualmente. Habría sido improbable que un hombre instruido pudiera hacer eso; y para alguien con tan poco conocimiento y sin instrucción formal como era él, era básicamente imposible” (“Last Testimony of Sister Emma”, The Saints’ Herald, 1 de octubre de 1879, pág. 290).

Doctrina y Convenios 35:18. “… las llaves del misterio”

El “misterio de aquellas cosas que han sido selladas” (D. y C. 35:18) se refiere a la luz divina y al conocimiento que solamente puede conocerse mediante la revelación. José Smith tenía las llaves del sacerdocio, que le permitían recibir, por el Espíritu, las verdades divinas que Dios había escondido del mundo (véase D. y C. 84:19). El profeta José Smith (1805–1844) declaró:

“[El Sacerdocio de Melquisedec] es el medio por el cual todo conocimiento, doctrina, el Plan de Salvación y cualquier otro asunto importante es revelado de los cielos…

“Es el conducto mediante el cual el Todopoderoso comenzó a revelar Su gloria al principio de la creación de esta tierra, y por el cual ha seguido revelándose a los hijos de los hombres hasta el tiempo actual, y es el instrumento por el que dará a conocer Sus propósitos hasta el fin del tiempo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, págs. 113–114).

Doctrina y Convenios 35:20. Tú “escri[birás] por él”

John Whitmer, quien había sido escriba del profeta José Smith durante la traducción de la Biblia, fue llamado a una misión para predicar (véase D. y C. 30:9–11). Casi al mismo tiempo, Sidney Rigdon se bautizó y, apenas un poco después, llegó a ser el escriba principal para esa sagrada labor. En respuesta a la instrucción del Señor en la revelación registrada en Doctrina y Convenios 35, Sidney comenzó a escribir sin demora para el Profeta a medida que José le dictaba una traducción extensa e inspirada de Génesis 5:22–24 (como se registra en Moisés 6:26–8:4; véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio de 1828–junio de 1831, pág. 223, nota 147).

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inscripción en la Biblia que José Smith usó

José Smith escribió lo siguiente dentro de la versión de la Biblia del Rey Santiago que él usó para su traducción inspirada: “El Libro de los Judíos y propiedad de José Smith y Oliver Cowdery, adquirido el 8 de octubre de 1829 en la librería de Egbert Grandin, Palmyra, condado de Wayne, Nueva York, precio $3,75. Santidad al Señor”.

El Señor declaró que la traducción de la Biblia sería dada “tal como se hallan en mi propio seno” (D. y C. 35:20). El profeta José Smith no “tradujo” la Biblia en el sentido estricto de la palabra; no estudió idiomas antiguos a fin de hacer una nueva traducción al inglés; más bien, recibió el don espiritual de hacer revisiones inspiradas. Mientras que algunas de las revisiones que el Profeta hizo restauraron pasajes bíblicos que se habían perdido; otros cambios corrigieron, expandieron y complementaron el texto bíblico existente. En general, por medio de la revelación, José revisó pasajes para reflejar el significado que Dios deseaba comunicar. Los cambios que se encuentran en la actualidad en la Traducción de José Smith de la Biblia restauran verdades y convenios claros y preciosos que en un primer momento se hallaban en la Biblia (véase 1 Nefi 13:28–36). El Señor explicó que la traducción inspirada haría mucho más que proporcionar información, e incluso edificación, para los santos; Él dijo que también fue dada para “la salvación de mis escogidos” (D. y C. 35:20). Además, varias revelaciones contenidas en Doctrina y Convenios se recibieron como resultado directo del trabajo de traducción de José (véanse D. y C. 76; 7791). La traducción inspirada de la Biblia es un testigo más del llamamiento y ministerio divinos del profeta José Smith.

Doctrina y Convenios 35:22. “… permanece con él… no lo abandones”

Sidney Rigdon cumplió el mandato del Señor de “permane[cer]” con el profeta José Smith (véase D. y C. 35:22) hasta el martirio del profeta. Él fue el único consejero de la Primera Presidencia que sirvió durante la administración completa del Profeta. También fue escriba de muchas otras revelaciones, algunas de las cuales se recibieron de manera conjunta con José Smith (véanse D. y C. 40; 44; 71; 73; 76100). Cumplió con el mandamiento de “no… abando[narlo]” (véase D. y C. 35:22) cuando soportó que los llenaran de brea y plumas en Hiram, Ohio, en 1832, y sufrió en la cárcel de Liberty con el Profeta durante el invierno de 1838–1839.

Doctrina y Convenios 35:24. “… haré estremecer los cielos para vuestro beneficio”

El Señor prometió a Sidney Rigdon que Él “ha[ría] estremecer los cielos para [su] beneficio” (véase D. y C. 35:24). Uno de los significados de la palabra estremecer es sacudir, lo cual puede desprender o liberar algo de un soporte o un recipiente. Por tanto, una interpretación de ese versículo podría ser que cuando los cielos se estremecen “para [nuestro] beneficio”, se liberan y derraman revelaciones y bendiciones sobre nosotros.

Doctrina y Convenios 36: Antecedentes históricos adicionales

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Edward Partridge

Tras conocer a Edward Partridge, José Smith dijo que él era “era un modelo de piedad y uno de los grandes hombres del Señor” (D. y C. 36, encabezamiento de la sección).

El profeta José describió a Edward Partridge como “un modelo de piedad y uno de los grandes hombres del Señor” (en Manuscript History of the Church, 1838–1856, tomo A–1, pág. 78). Edward era un comerciante de éxito de Painesville, Ohio, y muy respetado en su comunidad. Él y su esposa, Lydia, escucharon el Evangelio restaurado que Oliver Cowdery, Parley P. Pratt y sus compañeros enseñaron. Lydia fue bautizada enseguida, pero Edward permaneció escéptico. Lydia escribió que su esposo “creía en parte, pero que debía viajar al estado de Nueva York y ver al Profeta” antes de estar satisfecho (relato de Lydia Partridge, en Edward Partridge genealogical record, 1878, pág. 6, Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City). Edward viajó con Sidney Rigdon a Nueva York y llegaron en diciembre de 1830. Después de escuchar predicar al profeta José Smith, Edward declaró su creencia en el Evangelio restaurado y dijo que estaba listo para ser bautizado, si el Profeta lo bautizaba. Al poco tiempo, el Profeta dictó una revelación para Edward que ahora se encuentra registrada en Doctrina y Convenios 36. Dos días más tarde, el 11 de diciembre de 1830, José Smith bautizó a Edward Partridge.

Doctrina y Convenios 36

El Señor perdona a Edward Partridge y lo llama a predicar el Evangelio

Doctrina y Convenios 36:2. “… pondré sobre ti mi mano por conducto de las de mi siervo”

En Doctrina y Convenios 36:2, el Señor dijo que Él “pon[dría]… [Su] mano” sobre Edward Partridge mediante Su “siervo Sidney Rigdon” y le daría el don del Espíritu Santo. El presidente Harold B. Lee (1899–1973) hizo referencia a ese versículo como un ejemplo de la manera en la que el Señor manifiesta Su poder mediante Sus siervos: “Allí [en D. y C. 36:2], el Señor dice que cuando uno de sus siervos autorizados pone sus manos con autoridad sobre la cabeza de alguien para bendecirlo, es como si Él mismo estuviera poniendo Sus manos sobre ellos para llevar a cabo esa ordenanza. Así comenzamos a vislumbrar la manera en que Él manifiesta Su poder entre los hombres por medio de Sus siervos a los que ha confiado las llaves de autoridad” (Be Secure in the Gospel of Jesus Christ, Brigham Young University Speeches of the Year, 11 de febrero de 1958, pág. 6).

Doctrina y Convenios 36:2–3. “… las cosas apacibles del reino”

El Señor instruyó a Edward Partridge que declarara Su evangelio, o “las cosas apacibles del reino”, las cuales el Espíritu Santo le enseñaría (véase D. y C. 36:1–2). El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó cómo el Evangelio de Jesucristo nos trae paz: “La paz —la paz real que se siente hasta lo más profundo del alma— solo se recibe con y por medio de la fe en el Señor Jesucristo. Cuando se descubre esa valiosa verdad, y se entienden y se aplican los principios del Evangelio, puede derramarse una gran paz sobre los corazones y las almas de los hijos de nuestro Padre Celestial. Por medio de José Smith, el Salvador dijo: ‘… el que hiciere obras justas recibirá su galardón, sí, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero’ (D. y C. 59:23)” (véase “Las cosas apacibles del reino”, Liahona, julio de 2002, pág. 99).

Doctrina y Convenios 36:6. ¿Qué significa “salid del fuego, aborreciendo aun hasta las ropas contaminadas con la carne”?

Se manda a los santos que aborrezcan “las ropas contaminadas con la carne” (D. y C. 36:6; véanse también Judas 1:23; Apocalipsis 3:4). El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó: “Es lenguaje simbólico, sin embargo, es claro para el entendimiento. Esta es una generación [malvada], que camina en oscuridad espiritual, y se habla del castigo de los pecados cual si fuera un castigo por fuego. Las ropas contaminadas con la carne están manchadas por las prácticas de los deseos carnales y la desobediencia a los mandamientos del Señor. Se nos manda mantener nuestras ropas sin manchas de todo pecado, de cualquier práctica que pudiera ensuciarlas. Por lo tanto, se nos manda salir del mundo de iniquidad y abandonar las cosas de este mundo” (Church History and Modern Revelation, tomo I, pág. 163).

Doctrina y Convenios 39: Antecedentes históricos adicionales

Cuando los santos se congregaron en Fayette, Nueva York, a inicios de enero de 1831, para la tercera conferencia de la Iglesia, analizaron el mandato del Señor de mudarse a Ohio (véanse D. y C. 37:3; 38:32). Un ministro metodista llamado James Covel probablemente asistió a esa conferencia y después de eso habló con los líderes de la Iglesia. Al parecer estaba listo para convertirse al Evangelio restaurado. Según John Whitmer, James Covel “hizo convenio con el Señor de que obedecería cualquier mandamiento que el Señor diera mediante Su siervo José” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio 1828–junio 1831, págs. 233–234). El profeta José Smith recibió una revelación para James Covel el 5 de enero de 1831.

La primera copia de la revelación registrada en Doctrina y Convenios 39 indicaba solamente que era una revelación dada a alguien que se llamaba James. El ejemplar publicado de la revelación amplió el nombre del destinatario a “James (C.)”. En la edición de 1835 de Doctrina y Convenios, se indicó su nombre como “James Covill”. En la edición de 1981 de Doctrina y Convenios [en inglés], se dijo que era un ministro bautista. Sin embargo, las investigaciones recientes indican que esa revelación se dio a James Covel, que era ministro metodista.

Doctrina y Convenios 39

Jesucristo manda a James Covel bautizarse y trabajar en Su viña

Doctrina y Convenios 39:5–6. “… el que recibe mi evangelio, me recibe a mí”

Para recibir a Jesucristo, una persona debe estar dispuesta a creer y obedecer Su evangelio, lo que incluye arrepentirse, ser bautizado y recibir el don del Espíritu Santo. Ya que había sido un predicador metodista por cerca de cuarenta años, James Covel pudo haber sentido que ya había recibido al Salvador y Su evangelio. Sin embargo, el mensaje del Señor a James Covel era que se arrepintiera de sus pecados y se bautizara en Su Iglesia restaurada. En la actualidad, el mensaje del Señor es el mismo. Sin importar las creencias que profese una persona o su bautismo anterior en alguna otra religión cristiana, el Señor manda a las personas en todos lados que, para recibirlo a Él, deben aceptar el Evangelio restaurado, arrepentirse de sus pecados y ser bautizados por medio de Sus siervos autorizados.

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representación de Jesucristo mirando más allá de Su hombro

“… el que recibe mi evangelio, me recibe a mí” (D. y C. 39:5).

Doctrina y Convenios 39:7–9. “… tu corazón es recto delante de mí”

El Señor reveló que, en el pasado, James Covel había tenido dificultades con el orgullo y se había ocupado mucho de los afanes del mundo (véase D. y C. 39:9). Sin embargo, en el momento en el que se recibió la revelación que se registró en Doctrina y Convenios 39, su corazón era recto ante Dios (véase D. y C. 39:8). El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que podemos disciplinar los deseos de nuestro corazón, lo que hará que nuestro corazón sea recto ante Dios:

“¿Cuándo podemos decir que nuestro corazón es recto ante Dios? Lo es cuando deseamos verdaderamente lo que es recto. Es recto ante Dios cuando deseamos lo que Él desea.

“La fuerza de voluntad con la que se nos ha dotado por medios divinos nos permite controlar nuestros deseos, pero es posible que nos lleve muchos años estar seguros de que los hemos disciplinado y educado hasta el punto de que sean completamente rectos.

“El presidente Joseph F. Smith enseñó que ‘la educación de nuestros deseos es de importancia trascendental para nuestra felicidad en la vida’ (véase Doctrina del Evangelio, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1978, pág. 291).

“¿Y cómo podemos educar nuestros deseos? Supongo que empezamos por los sentimientos… Los deseos de nuestros corazones están profundamente arraigados y son fundamentales. Pero nuestros sentimientos están más cerca de la superficie, y nos es más sencillo determinarlos e influir en ellos…

“A fin de tener deseos rectos, debemos controlar nuestros pensamientos y lograr tener sentimientos adecuados… Mi madre viuda comprendía ese principio. ‘Ora en cuanto a tus sentimientos’, solía decir. A nosotros, sus tres hijos, nos enseñó que debíamos orar para tener la clase correcta de sentimientos en cuanto a nuestras vivencias —positivas o negativas— y en cuanto a la gente que conocíamos. Si nuestros sentimientos eran los correctos, era más factible que actuáramos con rectitud y que lo hiciéramos por las razones correctas” (véase “Los deseos de nuestro corazón”, Liahona, junio de 1987, pág. 23).

Doctrina y Convenios 39:9. “… me has rechazado muchas veces a causa del orgullo”

A los ojos del Señor, James Covel tenía dificultades con el orgullo y lo había rechazado en el pasado. El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) enseñó cómo el orgullo puede impedir que aceptemos la palabra y autoridad de Dios en nuestra vida:

“Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios dé dirección a sus vidas (véase Helamán 12:6). Ellos oponen sus percepciones de la verdad contra el gran conocimiento de Dios, sus aptitudes contra el poder del sacerdocio de Dios, sus propios logros contra las prodigiosas obras de Él…

“Los orgullosos quieren que Dios esté de acuerdo con ellos; pero no tienen interés en cambiar de opinión para que la suya esté de acuerdo con la de Dios…

“El orgulloso no acepta mansamente los consejos ni la corrección (véanse Proverbios 15:10; Amós 5:10). Se pone a la defensiva para justificar sus debilidades y sus faltas (véanse Mateo 3:9; Juan 6:30–59)…

“El orgulloso no es fácil de enseñar (véase 1 Nefi 15:3, 7–11). No cambia su manera de pensar para aceptar la verdad, porque eso implicaría que ha estado equivocado” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Ezra Taft Benson, 2014, págs. 254, 258–259).

Doctrina y Convenios 39:12. “… el poder descansará sobre ti… y estaré contigo”

El Señor prometió a James Covel que, si él se bautizaba, recibiría poder, gran fe y ayuda de Dios. El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó la manera en que la promesa del Señor a James Covel en Doctrina y Convenios 39:12 se aplica a los miembros de la Iglesia de la actualidad: “Lo que se dice aquí a James [Covel] en esta dispensación, cuando la Iglesia solo tenía nueve meses, se aplica a nosotros con el mismo rigor ahora; y es una reiteración notable y elocuente de la promesa hecha por el Salvador durante Su ministerio terrenal. Su promesa de que estará en medio de nosotros cuando dos o tres estén congregados en su nombre es una declaración maravillosa de su amor ilimitado por cada uno de nosotros y nos asegura Su presencia en nuestros servicios de la Iglesia, en nuestra vida personal y en el círculo privado de nuestra familia” (“There Am I in the Midst of Them”, Ensign, mayo de 1976, pág. 55).

Doctrina y Convenios 39:21. “… ningún hombre sabe el día ni la hora”

En enero de 1831, el Señor repitió lo que enseñó a Sus discípulos en Jerusalén: que nadie sabe el tiempo de Su segunda venida (véase D. y C. 39:21; véase también Mateo 24:36). El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, declaró:

“He sido llamado como uno de los Apóstoles para ser testigo especial de Cristo en estos tiempos emocionantes y de prueba, y no sé cuándo Él va a volver nuevamente. Hasta donde sé, ninguno de mis hermanos del Cuórum de los Doce, ni siquiera los de la Primera Presidencia, lo saben. Y yo deseo indicar humildemente que, si nosotros no lo sabemos, entonces nadie lo sabe, no importa cuán convincentes sean sus razonamientos ni cuán razonables sean sus estimaciones. El Salvador dijo que ‘de aquel día y hora, nadie sabe; no, ni los ángeles de Dios en el cielo, sino mi Padre únicamente’ (José Smith—Mateo 1:40).

“Yo creo que cuando el Señor dice que ‘nadie’ sabe, realmente está diciendo que nadie sabe” (“When Shall These Things Be?”, Ensign, diciembre de 1996, pág. 56).

Doctrina y Convenios 40: Antecedentes históricos adicionales

El 6 de enero de 1831, el día posterior a que se recibiera la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 39, James Covel salió abruptamente de Fayette, Nueva York. En ese mismo día, el Señor dio a José Smith y a Sidney Rigdon la revelación que se registró en Doctrina y Convenios 40, que “explica la razón por la que [James Covel] no obedeció la palabra”. El profeta José Smith dijo tiempo después que James había “rechazado la palabra del Señor y había regresado a sus principios y gente anteriores” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio de 1828–junio de 1831, pág. 237).

Doctrina y Convenios 40

El Señor revela el motivo por el cual James Covel rechazó Sus palabras

Doctrina y Convenios 40:2. “… el temor a la persecución y los afanes del mundo hicieron que rechazara la palabra”

Usando un lenguaje similar al de Su parábola del Sembrador en el Nuevo Testamento, el Señor describió a James Covel como alguien que “recibió la palabra con alegría”, pero luego “el temor a la persecución y los afanes del mundo hicieron que rechazara la palabra” (D. y C. 40:2; véase Mateo 13:20–22). El Señor reveló que el corazón de James “fue recto ante [Él]” (véase D. y C. 40:1; cursiva agregada) y que la palabra en verdad había echado raíz en su corazón, pero que, aun así, él había elegido romper su convenio con el Señor (véase D. y C. 40:3).

En el momento en el que James Covel escuchó el Evangelio restaurado de Jesucristo, tenía unos sesenta años. Era un líder prominente del movimiento de reforma metodista y tenía muchos conocidos de sus cuarenta años de carrera como predicador itinerante; es más, dos de sus hijos eran predicadores metodistas. El llegar a ser miembro de la Iglesia y mudarse al oeste, a Ohio, para cumplir con el llamado del Señor de predicar el Evangelio, hubiera requerido dejar su hogar en Nueva York y romper relaciones con sus anteriores conocidos. El sacrificio que el Señor requería aparentemente fue demasiado para él; el adversario lo tentó y el miedo a la persecución y a la pérdida personal hicieron que rechazara la palabra de Dios.

El presidente Thomas S. Monson exhortó a los miembros de la Iglesia a tener valor cuando afrontan burlas y oposición: “Sin duda, sentiremos temor, soportaremos burlas y experimentaremos oposición. Tengamos el valor de desafiar la opinión popular, el valor de defender lo que sea justo. El tener valor y no transigir es lo que trae la aprobación de Dios. El valor llega a ser una virtud real y atractiva cuando no solo se considera como el estar dispuesto a morir con hombría, sino también como la determinación de vivir con decencia. Un cobarde moral es el que tiene miedo de hacer lo que sabe que es correcto porque otros puedan estar en su contra o burlarse de él. Recuerden que todos los hombres tienen sus temores, pero los que enfrentan sus temores con dignidad también tienen valor” (véase “El llamado al valor”, Liahona, mayo de 2004, pág. 55).

El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, relató una experiencia en la que los afanes del mundo pudieron haberlo llevado a no dar la importancia debida a sus esfuerzos por guardar los mandamientos:

“En 1980, nuestra familia se mudó frente al hospital donde yo hacía mis prácticas y trabajaba todos los días, incluso los domingos. Si terminaba mi trabajo del domingo antes de las 14:00 h, podía sumarme a mi esposa y a mi hija, y conducir hasta la Iglesia para asistir a las reuniones, que comenzaban a las 14:30 h.

“Un domingo, a fines de mi primer año de prácticas, sabía que terminaría antes de las 14:00 h, pero pensé que si me quedaba un rato más, mi esposa y mi hija se irían sin mí y entonces podría caminar a casa y dormir la siesta que tanto necesitaba. Lamento decirles que eso fue lo que hice; esperé hasta las 14:15 h, caminé lentamente a casa y me acosté en el sofá con la intención de dormir la siesta, pero no pude dormirme; estaba inquieto y preocupado. Siempre me había gustado asistir a la Iglesia y me preguntaba por qué no sentía ese día el fuego del testimonio y el fervor que siempre había sentido.

“No tuve que pensarlo mucho. Debido a mi horario, había descuidado mis oraciones y el estudio de las Escrituras. Me levantaba una mañana, ofrecía mi oración personal e iba al trabajo. Muchas veces, el día se convertía en noche y en día otra vez antes que regresara a casa muy tarde, a la noche siguiente; entonces estaba tan cansado que me quedaba dormido antes de decir la oración o de leer las Escrituras. A la mañana siguiente empezaba el proceso de nuevo. El problema era que no estaba haciendo las cosas básicas que debía hacer para que mi corazón, que había tenido un gran cambio, no se convirtiera en piedra.

“Me levanté del sofá, me arrodillé y supliqué a Dios que me perdonara, prometiéndole que cambiaría. Al día siguiente, llevé conmigo al hospital un Libro de Mormón. En la lista de ‘cosas para hacer’ de ese día, y de allí en adelante, hubo dos elementos: orar al menos por la mañana y por la noche, y leer las Escrituras. A veces, llegaba la medianoche y rápidamente tenía que buscar un lugar para orar en privado; había días en que mi estudio de las Escrituras era breve. También prometí al Padre Celestial que siempre haría todo lo posible por asistir a la Iglesia, aunque fuera a una parte de la reunión. Al cabo de algunas semanas, volví a sentir aquel fervor, y el fuego del testimonio volvió a arder intensamente en mí. Prometí que, no importa cuáles fueran las circunstancias, nunca más caería en la trampa mortal para el espíritu de descuidar esas acciones aparentemente pequeñas y arriesgar así los asuntos de naturaleza eterna” (véase “Cómo conservar el gran cambio en el corazón”, Liahona, noviembre de 2009, págs. 98–99).