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Capítulo 35: Doctrina y Convenios 89–92


“Capítulo 35: Doctrina y Convenios 89–92”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 35”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 35

Doctrina y Convenios 89–92

Introducción y cronología

A comienzos de 1833, cuando la Escuela de los Profetas comenzó a reunirse, el profeta José Smith preguntó al Señor concerniente al consumo de tabaco por parte de los poseedores del sacerdocio durante esas reuniones. El 27 de febrero de 1833, en respuesta a la pregunta de José, el Señor dio la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 89. En esa revelación, que llegó a conocerse como la Palabra de Sabiduría, el Señor advirtió contra el uso de sustancias dañinas, alentó el consumo de alimentos saludables y prometió bendiciones a los obedientes.

El 8 de marzo de 1833, el Señor dio la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 90. Esta revelación contiene instrucciones para la Presidencia del Sumo Sacerdocio y constituyó “un paso adicional en el establecimiento de la Primera Presidencia” (D. y C. 90, encabezamiento de la sección).

Mientras trabajaba en la traducción inspirada del Antiguo Testamento, el Profeta preguntó al Señor para saber si debía incluir los libros apócrifos como parte de su traducción de la Biblia. El 9 de marzo de 1833, el Señor respondió la pregunta del Profeta por medio de la revelación que está en Doctrina y Convenios 91, y le indicó que no era necesario que tradujese los libros apócrifos.

El 15 de marzo de1833, el Profeta recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 92, en la que se manda que Frederick G. Williams sea un miembro activo de la Firma Unida, la cual se había establecido para supervisar los asuntos financieros y de bienestar de la Iglesia.

2 de febrero de 1833José Smith finaliza la revisión de su traducción del Nuevo Testamento.

27 de febrero de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 89.

8 de marzo de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 90.

9 de marzo de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 91.

15 de marzo de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 92.

18 de marzo de 1833Sidney Rigdon y Frederick G. Williams son ordenados como Presidentes (consejeros) en la Presidencia del Sumo Sacerdocio.

Doctrina y Convenios 89: Antecedentes históricos adicionales

En la década de 1830, era común el consumo de tabaco y alcohol en los Estados Unidos, aun entre los Santos de los Últimos Días. En las últimas décadas de 1700 y primeras décadas de 1800, diversas agrupaciones religiosas dieron comienzo a un movimiento de sobriedad que pregonaba la reforma y la abstinencia del consumo de alcohol. Se organizó una sociedad local para la sobriedad en Kirtland, Ohio, en octubre de 1830, antes de que los misioneros llegaran de Nueva York para predicar el Evangelio (véase Jed Woodworth, “La Palabra de Sabiduría”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, págs. 196–198, o history.lds.org; véase también The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, editado por Gerrit J. Dirkmaat y otros, 2014, pág. 12).

La Escuela de los Profetas, organizada el 23 de enero de 1833, comenzó a reunirse regularmente en una habitación de la planta alta de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio. Esa habitación formaba parte del espacio en que residían José y Emma Smith. El consumo de tabaco durante esas reuniones produjo las circunstancias que llevaron al profeta José Smith a procurar una revelación.

En un sermón dado en 1868, el presidente Brigham Young describió el ambiente de la Escuela de los Profetas: “Los hermanos llegaban a ese lugar tras viajar cientos de kilómetros para asistir a la Escuela en una pequeña habitación que probablemente no era mayor de tres por cuatro metros. Al reunirse en esa habitación después del desayuno, lo primero que hacían era encender sus pipas y, mientras fumaban, comenzar a hablar acerca de las grandes cosas del Reino y escupir por todo el piso; y tan pronto se sacaban la pipa de la boca, comenzaban a mascar una gran bola de tabaco. Cuando el Profeta entraba en la habitación para dar instrucciones a los de la Escuela, a menudo se veía envuelto en una nube de humo de tabaco. Eso, junto con las quejas de su esposa por tener que limpiar un piso tan sucio [por causa de los que mascaban tabaco], hizo que el Profeta meditara sobre el asunto y preguntara al Señor con respecto a la conducta de los élderes que empleaban tabaco; la revelación que se conoce como la Palabra de Sabiduría fue el resultado de su indagación” (“Remarks”, Deseret News, 26 de febrero de 1868, pág. 18).

Zebedee Coltrin, uno de los participantes en la Escuela de los Profetas, relató que después de que el Profeta leyó esa revelación a los hermanos, ellos “inmediatamente arrojaron el tabaco y sus pipas al fuego” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 15, nota 73).

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Mapa 7: Kirtland, Ohio, EE. UU., 1830–1838

Doctrina y Convenios 89

El Señor revela la Palabra de Sabiduría

Doctrina y Convenios 89:1–2. “… no por mandamiento ni restricción”

Muchas de las revelaciones que recibió el profeta José Smith fueron dadas a los santos como mandamientos del Señor. La revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 89, sin embargo, fue descrita como enviada “no por mandamiento ni restricción, sino por revelación y la palabra de sabiduría” (D. y C. 89:2). Esta revelación llegó a conocerse entre los miembros de la Iglesia como la Palabra de Sabiduría. Aunque no se requirió de los miembros de la Iglesia que vivieran conforme a la Palabra de Sabiduría de manera inmediata después de haberla recibido, los líderes de la Iglesia fueron invitando gradualmente a los santos a vivir más plenamente la Palabra de Sabiduría a lo largo de la etapa inicial de la historia de la Iglesia. En la conferencia general de otoño de 1851, el presidente Brigham Young propuso que todos los santos hicieran un convenio formal de abstenerse del consumo de té, café, tabaco y whisky. El 13 de octubre de 1882, el Señor le reveló al presidente John Taylor que la Palabra de Sabiduría debía considerarse un mandamiento. En 1919, la Primera Presidencia, bajo el liderazgo del presidente Heber J. Grant, hizo que la observancia de la Palabra de Sabiduría fuese un requisito para recibir la recomendación para el templo. La Palabra de Sabiduría sigue siendo un mandamiento importante en la actualidad, y obedecerlo es un requisito previo para el bautismo, la asistencia al templo, el servicio misional y otros tipos de servicio digno en la Iglesia.

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habitación de la tienda de Newel K. Whitney en Kirtland, Ohio, donde se reunía la Escuela de los Profetas

Los participantes en la Escuela de los Profetas arrojaron el tabaco y sus pipas al fuego cuando oyeron la revelación que llegó a conocerse como la Palabra de Sabiduría.

La forma gradual en que el Señor requirió que los santos obedecieran esa revelación es un ejemplo de la misericordia y el amor que Dios tiene por Sus hijos. El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) explicó: “En aquel momento… si [la Palabra de Sabiduría] hubiera sido dada como mandamiento habría puesto bajo condenación a todo hombre habituado al consumo de esos productos nocivos; de manera que el Señor fue misericordioso y les dio la oportunidad de vencer el mal hábito antes de ponerlos bajo el peso de la ley” (en Conference Report, octubre de 1913, pág. 14).

Doctrina y Convenios 89:2. Para “la salvación temporal de todos los santos en los últimos días”

En el tiempo que se recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 89, la ciencia médica aún no había reconocido los beneficios para la salud física que se derivan de la abstinencia del consumo de alcohol y del tabaco. El Señor declaró en esa revelación que las enseñanzas de la Palabra de Sabiduría demostraban “el orden y la voluntad de Dios en la salvación temporal de todos los santos en los últimos días” (D. y C. 89:2). Esta salvación temporal puede hacer referencia a una promesa de mayor salud y fortaleza físicas. El Señor ha revelado que el cuerpo físico es un don de Dios y una parte importante del futuro eterno de una persona (véanse Alma 11:43; 40:23; D. y C. 88:15).

Anteriormente, el Señor había enseñado a los santos: “… todas las cosas son espirituales; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese temporal” (D. y C. 29:34–35). Por consiguiente, los beneficios temporales de vivir la Palabra de Sabiduría son, en definitiva, bendiciones espirituales. Cuando era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, el presidente Russell M. Nelson explicó algunas maneras en que el cuerpo físico puede influir en el espíritu:

“A pesar de lo grandioso que es el cuerpo, su propósito principal es aun mayor: es ser la morada de tu espíritu… 

“Tu espíritu obtuvo un cuerpo al nacer, y se convirtió en un alma para vivir en esta tierra y pasar por períodos de prueba. Uno de los fines de cada prueba es determinar si tu espíritu puede dominar al cuerpo en el cual vive… 

“Si ingieres cualquier sustancia que cause adicción, desobedeciendo así la Palabra de Sabiduría, tu espíritu se rinde a tu cuerpo. La carne entonces esclaviza al espíritu. Esto va en contra del propósito de tu existencia mortal, y al volverte adicto, tu vida se acorta reduciendo el tiempo que tienes para arrepentirte y de esa forma lograr que el espíritu obtenga dominio sobre el cuerpo” (véase “El autodominio”, Liahona, enero de 1986, pág. 24).

Doctrina y Convenios 89:3. “…un principio con promesa”

Desde el momento en que se recibió la Palabra de Sabiduría, los líderes de la Iglesia han interpretado que la revelación prohíbe el consumo de alcohol, tabaco, café y té. También se prohíbe el consumo de drogas ilegales y el abuso de fármacos con prescripción médica. Más allá de eso, los santos han de decidir qué otras sustancias podrían no estar en armonía con la Palabra de Sabiduría. Afortunadamente, el Señor explicó que la instrucción fue “dada como un principio con promesa” (D. y C. 89:3), dando a entender que hay suficiente verdad en la revelación para servir de guía en las decisiones de una persona. El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, describió cómo la Palabra de Sabiduría incorpora principios específicos que podemos usar como guía para tomar decisiones:

“La Palabra de Sabiduría fue ‘dada como un principio con promesa’ (D. y C. 89:3). El término principio es muy importante en la revelación, ya que un principio es una verdad perdurable, una ley, una regla que se puede adoptar como una guía para tomar decisiones. Por lo general, los principios no se explican en detalle. De ese modo tenemos la libertad de decidir cómo habremos de proceder, usando esa verdad o principio como punto de referencia.

“Hay miembros que nos escriben para tratar de averiguar si esto o aquello va en contra de la Palabra de Sabiduría. Aunque no se ha explicado en mayor detalle, es bien sabido que el té, el café, las bebidas alcohólicas y el tabaco están en contra de ella. Más bien enseñamos el principio junto con las bendiciones prometidas. Hay muchas sustancias que no se mencionan en la revelación y que uno puede beber, mascar, inhalar o inyectar, las cuales no solo crean hábito y adicción, sino que dañan tanto el cuerpo como el espíritu.

“No se especifica todo lo que causa daño. El arsénico, por ejemplo, es ciertamente malo… ¡aunque no crea hábito! Aquel a quien se le debe mandar en todas las cosas, dijo el Señor, ‘es un siervo perezoso y no sabio’ (D. y C. 58:26).

“En algunas culturas hay bebidas tradicionales que se consideran inofensivas, pues no se mencionan específicamente en la revelación. Sin embargo, alejan a los miembros de sus familias, particularmente a los varones, al atraerlos a fiestas que ciertamente atentan contra el principio. Quien sea descuidado o imprudente se verá privado de las promesas que se hacen en la revelación.

La obediencia al consejo los mantendrá en los senderos seguros de la vida” (véase “La Palabra de Sabiduría: El principio y las promesas”, Liahona, julio de 1996, págs. 18–19).

Doctrina y Convenios 89:4. “Por motivo de las maldades y designios”

El Señor advirtió a los santos de “las maldades y designios que existen… en el corazón de hombres conspiradores” (D. y C. 89:4). El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) explicó:

“Hay otra parte de esta revelación [D. y C. 89] que constituye una amonestación oportuna a la generación moderna. ‘Por motivo de las maldades y designios que existen y que existirán en el corazón de hombres conspiradores en los últimos días, os he amonestado y os prevengo, dándoos esta palabra de sabiduría por revelación’ (D. y C. 89:4).

“El Señor previó la situación de hoy en día cuando la ambición del dinero llevaría a hombres conspiradores a persuadir a los demás a consumir sustancias nocivas. La propaganda de la cerveza, el vino, licores, café, tabaco y otras sustancias dañinas es muestra de lo que previó el Señor. Pero el ejemplo más pernicioso de maligna conspiración en el presente lo representan los que inducen a los jóvenes a consumir drogas.

“Mis hermanos y hermanas jóvenes, con todo amor les advertimos que Satanás y sus emisarios se esforzarán por persuadirles a consumir sustancias perjudiciales porque saben bien que, si las usan, se inhibirá el poder espiritual de ustedes y caerán en su maligno poder. Consérvense alejados de los lugares y las personas que podrían ejercer influencia en ustedes para llevarlos a quebrantar los mandamientos de Dios. Guarden los mandamientos de Dios y tendrán la sabiduría para saber y discernir lo que es malo” (véase “Un principio con una promesa”, Liahona, julio de 1983, pág. 79).

Doctrina y Convenios 89:5–7. “… vino o bebidas fuertes”

Aunque el consumo de bebidas alcohólicas era una práctica generalizada en los Estados Unidos en las primeras décadas de 1800, algunos grupos religiosos y organizaciones civiles impugnaban su consumo (véase Woodworth, “La Palabra de Sabiduría”, en Revelaciones en contexto, págs. 196–199, o history.lds.org). Poco después de haberse organizado la Iglesia, el Señor indicó al profeta José Smith que, para la Santa Cena, usara únicamente vino hecho por ellos mismos, y le advirtió que no se lo comprara a sus enemigos (véase D. y C. 27:3–4). La revelación de 1833 sobre la Palabra de Sabiduría indicaba que el consumo de “vino o bebidas fuertes… no es bueno” (D. y C. 89:5). No obstante, siguió siendo aceptable utilizar para la Santa Cena vino hecho por ellos mismos.

Cuando se dio a conocer la Palabra de Sabiduría a los santos, algunos miembros de la Iglesia dejaron de beber alcohol inmediatamente, mientras que otros consideraron aceptable su consumo ocasional o moderado. Otros veían apropiado beber alcohol por motivos médicos (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, págs. 15–17). Al momento de recibirse la revelación, las medicinas eran escasas y el alcohol era un valioso medio de limpieza y desinfección de heridas. Con el tiempo, los miembros y los líderes de la Iglesia entendieron que la Palabra de Sabiduría prohibía beber todo tipo de bebidas alcohólicas (véase Woodworth, “La Palabra de Sabiduría”, en Revelaciones en contexto, págs. 198–199, o history.lds.org).

Doctrina y Convenios 89:9. ¿A qué se refiere la expresión “bebidas calientes”?

Hay reportes que indican que el profeta José Smith y Hyrum Smith específicamente se refirieron al café y al té como las “bebidas calientes” que se mencionan en la Palabra de Sabiduría, y el presidente Brigham Young confirmó posteriormente esa explicación (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 14).

Doctrina y Convenios 89:18–21. “Y yo, el Señor, les prometo”

El Señor prometió bendiciones específicas a aquellos que siguieran las enseñanzas de la Palabra de Sabiduría y además “rindie[ran] obediencia a los mandamientos” (véase D. y C. 89:18). La promesa de hallar “sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos” (D. y C. 89:19) puede referirse a la capacidad de tener un mayor acceso a la revelación personal. El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Cuando obedecemos la Palabra de Sabiduría, se nos abren ventanas de revelación personal y nuestra alma se llena de luz y verdad divinas. Si mantenemos nuestro cuerpo sin mancha, el Espíritu Santo ‘vendrá sobre [nosotros] y morará en [nuestro] corazón’ [véase D. y C. 8:2], y nos enseñará ‘las cosas pacíficas de la gloria inmortal’ [véase Moisés 6:61]” (“Las ventanas de luz y verdad”, Liahona, enero de 1996, págs. 88–89).

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jóvenes trotan juntos

Se prometen bendiciones temporales y espirituales a quienes obedezcan la Palabra de Sabiduría junto con todos los mandamientos del Señor (véase D. y C. 89:18–21).

El presidente Boyd K. Packer enseñó:

“He llegado a saber… que el propósito fundamental de la Palabra de Sabiduría está ligado a la revelación… 

“Si una persona que se encuentra ‘bajo los efectos’ de [sustancias nocivas] apenas puede entender unas simples palabras, ¿cómo podrá percibir las impresiones espirituales que apelan a sus sentimientos más delicados?

“Pese a lo valioso de la Palabra de Sabiduría como ley de salud, puede resultarles de mayor valor en lo espiritual que en lo físico” (véase “El don de saber escuchar”, Liahona, enero de 1980, pág. 30).

Al observar la Palabra de Sabiduría también podemos ser bendecidos con un aumento de salud física. Sin embargo, algunos miembros de la Iglesia que obedecen la Palabra de Sabiduría padecen enfermedades. Puede ser útil que tengamos en cuenta que algunas de las promesas relacionadas con la Palabra de Sabiduría se cumplirán más plenamente después de esta vida terrenal, en la resurrección. Por ejemplo, se promete a los obedientes que “correrán sin fatigarse, y andarán sin desmayar” (D. y C. 89:20). El profeta Isaías utilizó palabras similares para describir la fortaleza inagotable de Dios mismo, y profetizó que “los que esperan en Jehová” llegarán a ser como Dios y recibir la misma fortaleza sin fin (véase Isaías 40:28–31; véanse también Romanos 8:11; Alma 11:42–45).

Doctrina y Convenios 90: Antecedentes históricos adicionales

En abril de 1830, el profeta José Smith y Oliver Cowdery fueron sostenidos como “el primer élder” y “el segundo élder” de la Iglesia (véase D. y C. 20:2–3). En aquellos días, el Señor no implementó la estructura organizacional de la Iglesia que conocemos actualmente. En noviembre de 1831 una revelación dio esta instrucción a los santos: “… es menester que se nombre a uno del sumo sacerdocio para presidir al sacerdocio; y se le llamará presidente del sumo sacerdocio de la iglesia” (D. y C. 107:65; véase el encabezamiento de D. y C. 107 para saber la fecha de esta revelación). En una conferencia efectuada en Amherst, Ohio, en enero de 1832, José Smith fue ordenado como Presidente del Sumo Sacerdocio en cumplimiento con esa instrucción divina (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, págs. 491–492). Más tarde, el 8 de marzo de 1832, José Smith llamó a Jesse Gause y a Sidney Rigdon para servir como sus consejeros en la Presidencia del Sumo Sacerdocio. Sin embargo, Jesse Gause no permaneció fiel, y el Señor llamó a Frederick G. Williams para ocupar el puesto del hermano Gause en la Presidencia el día 5 de enero de 1833 (véanse los antecedentes históricos adicionales de Doctrina y Convenios 81 en este manual). El 8 de marzo de 1833, el Señor aclaró que Sidney Rigdon y Frederick G. Williams habrían de ser “igual que [el Presidente de la Iglesia] en la posesión de las llaves de este último reino” (véase D. y C. 90:6). Seguidamente, el 18 de marzo de 1833, ellos fueron ordenados como consejeros de la Presidencia del Sumo Sacerdocio. El profeta José Smith describió los acontecimientos de aquel día:

“Impuse las manos sobre los hermanos Sidney y Frederick, y los ordené para que tuvieran parte conmigo en poseer las llaves de este último Reino y para ayudar en la Presidencia del Sumo Sacerdocio, como mis consejeros, después de lo cual exhorté a los hermanos a ser fieles y diligentes en guardar los mandamientos de Dios, y di mucha instrucción para el beneficio de los santos, con la promesa de que los puros de corazón verían una visión celestial. Luego de permanecer un breve tiempo en secreta oración, la promesa se cumplió; porque el Espíritu de Dios abrió los ojos del entendimiento de muchos de los presentes, de modo que contemplaron muchas cosas… 

“Tras [participar de la Santa Cena], muchos de los hermanos tuvieron una visión celestial del Salvador, de concursos de ángeles y de muchas otras cosas, y cada quien tiene un registro de lo que vio” (en Manuscript History of the Church, tomo A-1, pág. 281, josephsmithpapers.org; se ha estandarizado la ortografía).

Para 1835, la Presidencia del Sumo Sacerdocio llegó a conocerse como la Primera Presidencia (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 26).

Doctrina y Convenios 90

El Señor instruye a los miembros de la Primera Presidencia en cuanto a sus deberes y autoridad

Doctrina y Convenios 90:1–4. El profeta José Smith posee las llaves del reino

En una revelación que se recibió en abril de 1829, el profeta José Smith y Oliver Cowdery supieron que el Señor había entregado a Sus santos apóstoles de la antigüedad, Pedro, Santiago y Juan, “las llaves de este ministerio hasta que yo venga” (D. y C. 7:7), confiriéndoles la autoridad del sacerdocio para que fueran los líderes de Su Iglesia sobre la tierra en aquella época. Muchos siglos después, Pedro, Santiago y Juan, como mensajeros celestiales, confirieron las mismas llaves del sacerdocio a José Smith y Oliver Cowdery (véanse José Smith—Historia 1:72; D. y C. 27:12–13; 128:20). Esas llaves constituyen “el derecho a presidir” (D. y C. 107:8), el poder rector por el cual se gobierna el sacerdocio (véase D. y C. 42:69; 65:2; 90:2–3).

En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 90, se recordó al profeta José Smith que él poseía las llaves del Reino, y que continuaría poseyéndolas en la vida venidera (véase D. y C. 90:2–3). El Señor explicó además que, bajo las llaves de esa Presidencia, se darían los “oráculos”, o revelaciones de Dios (D. y C. 90:4).

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ilustración de José Smith, de pie y enseñando

El profeta José Smith poseía “las llaves del reino” (véase D. y C. 90:2–3).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) explicó cómo las llaves del sacerdocio han continuado desde José Smith hasta el profeta viviente actual en esta dispensación: “Esa misma autoridad que José poseía, esas mismas llaves y poderes que eran de igual naturaleza que su derecho divinamente otorgado a presidir, fueron conferidos por él a los Doce Apóstoles, con Brigham Young a la cabeza. Cada Presidente de la Iglesia desde aquel entonces ha llegado a ese altísimo y sagrado oficio habiendo sido escogido de entre el Consejo de los Doce. Cada uno de esos hombres ha sido bendecido con el espíritu y poder de revelación de lo alto. Desde José Smith, hijo, hasta [el Profeta actual] ha habido una cadena ininterrumpida. De esto doy solemne testimonio ante ustedes en este día” (citado en Enseñanzas de los profetas vivientes [manual del Sistema Educativo de la Iglesia, 2016] pág. 15).

Doctrina y Convenios 90:4–5. El Profeta recibe los “oráculos” para toda la Iglesia

El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó uno de los significados del término oráculos: “Las revelaciones que Dios da por medio de Sus profetas son oráculos. (Hechos 7:38; Romanos 3:2; Hebreos 5:12). La Primera Presidencia es nombrada para ‘recibir los oráculos para toda la iglesia’. (D. y C. 124:126)” (Mormon Doctrine, 2.ª ed., 1966, pág. 547).

La palabra oráculos también puede referirse a las personas divinamente autorizadas que reciben revelaciones de Dios (véase 1 Pedro 4:11). El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, habló de las responsabilidades y cualificaciones de los oráculos vivientes:

“A través de los tiempos, el Señor se ha comunicado con Sus hijos por medio de los profetas. Amós nos dice: ‘Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas’ (Amós 3:7). Ellos son los oráculos proféticos, quienes, a través de los siglos, se han mantenido en sintonía con ‘la emisora celestial’ y han tenido la responsabilidad de transmitir las palabras del Señor a los demás… Las cualificaciones principales de un profeta, en todos los tiempos, no han sido la riqueza, los títulos, la posición económica, la estatura física ni los logros académicos o intelectuales. Las dos cualidades que se han requerido es que sea Dios quien lo llame a ser profeta por medio de profecía, siendo ordenado por alguien que tenga la autoridad legal y espiritual para hacerlo, y que reciba y declare la palabra de Dios (véase D. y C. 42:11). Ningún hombre conoce las sendas de Dios a menos que le sean reveladas (véase Jacob 4:8)… 

“Esta Iglesia constantemente necesita la guía de quien la dirige: el Señor y Salvador, Jesucristo. Este principio lo enseñó muy bien el presidente George Q. Cannon: ‘Tenemos la Biblia, el Libro de Mormón y Doctrina y Convenios. Pero todos ellos, sin los profetas vivientes y una corriente constante de revelación del Señor no guiarían a nadie hacia el Reino Celestial’ [Gospel Truth: Discourses and Writings of George Q. Cannon, compilado por Jerreld L. Newquist, 1987, pág. 252]” (véase “La revelación continua”, Liahona, enero de 1990, págs. 8, 10).

Los miembros de la Iglesia se les advierte de la condenación que vendrá sobre aquellos que no reciban los oráculos, es decir, a los siervos del Señor, así como el consejo y las revelaciones que ellos brindan. Los santos que menosprecien los oráculos “trop[ezarán] y ca[erán]” (véase D. y C. 90:5; véase también D. y C. 124:45–46).

Doctrina y Convenios 90:6–9. “… se les considera igual que a ti en la posesión de las llaves”

Con la ordenación de Sidney Rigdon y Frederick G. Williams, el 18 de marzo de 1833, como consejeros del profeta José Smith en la Presidencia del Sumo Sacerdocio, se estableció un cuórum que llegó a conocerse como la Primera Presidencia (véanse D. y C. 107:22; 124:125–126). Esos consejeros poseían las llaves del Reino en forma conjunta con el Presidente. No obstante, que se les “considera[se] igual” que al Presidente significaba que lo que Sidney Rigdon y Frederick G. Williams hicieran bajo la dirección del Presidente de la Iglesia debía considerarse igual que si lo hiciese el Presidente (véase Joseph Fielding McConkie y Craig J. Ostler, Revelations of the Restoration, 2000, pág. 659). Los consejeros no habían de actuar independientemente de la dirección y el consentimiento del Presidente de la Iglesia. Cuando el Presidente de la Iglesia fallece, el Cuórum de la Primera Presidencia se disuelve automáticamente. Los Consejeros que servían en la Primera Presidencia retoman sus puestos de antigüedad dentro del Cuórum de los Doce Apóstoles, si es que eran miembros de ese Cuórum antes de ser llamados como consejeros.

El élder John A. Widtsoe (1872–1952), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que, en la revelación registrada en Doctrina y Convenios 90, “se mantenía la preeminencia del Presidente de la Iglesia. No tardó en debatirse entre la gente el asunto de si los consejeros poseían el mismo poder que el Presidente. ¿Qué podían hacer los consejeros sin designación directa del Presidente? Esas preguntas recibieron respuesta en una reunión el 16 de enero de 1836. El Profeta dijo allí: ‘Los Doce no tienen que responder ante nadie sino la Primera Presidencia… y donde yo no estuviere, no habrá Primera Presidencia sobre los Doce’ [véase History of the Church, tomo II, pág. 374]. En otras palabras, si el Presidente muriese, los consejeros no tendrían autoridad. Los consejeros no poseen el poder del Presidente y no pueden actuar en asuntos de la Iglesia sin la dirección y el consentimiento del Presidente” (Joseph Smith: Seeker after Truth, Prophet of God, 1951, pág. 303). Además, solo el Presidente de la Iglesia puede recibir revelación para toda la Iglesia (véase D. y C. 28:2; 43:2–5).

El presidente Gordon B. Hinckley explicó cómo funcionan los consejeros en un obispado o una presidencia:

“En algunas circunstancias, un consejero puede actuar como representante de su presidente. El poder de representación debe darlo el presidente, y el consejero no debe nunca abusar de ese poder. La obra tiene que seguir adelante a pesar de las ausencias de un presidente, causadas por enfermedad, empleo u otros factores que él no pueda controlar. En esos casos, y en interés de la obra, el presidente debe dar a sus consejeros autoridad para actuar con absoluta confianza, puesto que él los ha capacitado al servir juntos como obispado o presidencia… 

“Durante la época en que el presidente Kimball estuvo enfermo, la salud del presidente Tanner empezó a decaer, y finalmente falleció. Entonces se llamó al presidente Romney como Primer Consejero y a mí como Segundo Consejero del presidente Kimball. Luego, el presidente Romney enfermó, dejando así en mis manos una carga de responsabilidad que era casi abrumadora. Con frecuencia buscaba el consejo de mis hermanos de los Doce, y no puedo agradecerles lo suficiente su comprensión y la sabiduría de sus decisiones. En asuntos en que la norma estaba ya bien establecida, seguíamos adelante; pero nunca se anunció ni se puso en práctica una norma, ni se cambió una práctica establecida, sin sentarnos primero con el presidente Kimball y recibir su pleno consentimiento y su completa aprobación… 

“El presidente Benson tiene ahora 91 años y le faltan la fortaleza y la vitalidad que antes poseía en abundancia. El hermano Monson y yo, siendo sus consejeros, seguimos haciendo lo que se hizo antes, o sea, seguir adelante con la obra de la Iglesia, pero teniendo mucho cuidado de no pasar por encima del Presidente ni iniciar ningún cambio en las normas establecidas sin que él lo sepa y sin contar con su completa aprobación” (véase “En… [los] consejeros hay seguridad”, Liahona, enero de 1991, págs. 57–58).

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misioneros enseñan a unos investigadores

El Señor ha prometido que, en los últimos días, “todo hombre oirá la plenitud del evangelio en su propia lengua y en su propio idioma” (véase D. y C. 90:11).

Doctrina y Convenios 90:24: “… todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien”

El Señor prometió a los miembros de la Primera Presidencia que “todas las cosas obrar[ían] juntamente para [su] bien” si eran rectos y recordaban el convenio que habían hecho (D. y C. 90:24). Todos los miembros de la Iglesia pueden hallar esperanza en la promesa del Señor de que todas las cosas obrarán juntamente para su bien si siguen el modelo que se da en Doctrina y Convenios 90:24 (véase también Mormón 9:27). El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, dio este consejo: “Debemos ‘escudriña[r] diligentemente, ora[r] siempre [y ser] creyentes… [entonces] todas las cosas obrarán juntamente para [n]uestro bien, si and[amos] en la rectitud y record[amos] el convenio que [hemos] hecho”’ [véase D. y C. 90:24]. Los últimos días no son un tiempo para temer y temblar; son un tiempo para ser creyentes y recordar nuestros convenios” (véase “El ministerio de ángeles”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 30).

Doctrina y Convenios 90:25–27. “Sean pequeñas vuestras familias… en cuanto al número de los que no son de vuestras familias”

En 1833, debido a que muchos de los santos tenían necesidades temporales, los líderes de la Iglesia, incluso el padre del profeta José Smith, habían abierto sus hogares para ayudar a esas personas. Esas circunstancias podían obstaculizar los esfuerzos de los líderes de la Iglesia por cumplir con la obra del Señor. El consejo: “Sean pequeñas vuestras familias” (D. y C. 90:25) no se refería al número de hijos que los santos podían decidir tener en sus familias, sino más bien era una advertencia a José Smith, padre, y a otros líderes de la Iglesia, para que tuvieran prudencia y buen juicio al dar de sus recursos temporales a personas que no fuesen de sus propias familias, y que no incluyeran en sus familias a más personas de las que pudieran atender razonablemente.

Doctrina y Convenios 90:28–31. “… mi sierva Vienna Jaques”

Emma Smith y Vienna Jaques son las únicas mujeres que se mencionan por nombre en Doctrina y Convenios (véanse D. y C. 25; 90:28). Vienna Jaques es un ejemplo de la fidelidad de muchos de los primeros Santos de los Últimos Días. Ella nació el 10 de junio de 1787. En 1831, luego de conocer a los misioneros en Boston, Massachusetts, viajó hasta Kirtland, Ohio. Allí permaneció seis semanas y fue bautizada. Al regresar a Boston, Vienna se dedicó activamente a la obra misional, ayudando a varios miembros de su familia a unirse a la Iglesia y a los misioneros a establecer allí una pequeña rama de la Iglesia. Luego “finiquitó su negocio y regresó a Kirtland para unir sus intereses a los de la Iglesia para siempre” (“Home Affairs”, Woman’s Exponent, 1º de julio de 1878, pág. 21; véase también “In Memoriam”, Woman’s Exponent, 1º de marzo de 1884, pág. 152; Brent M. Rogers, “Vienna Jaques: Woman of Faith”, Ensign, junio de 2016, pág. 42).

En 1833, Vienna donó una importante suma de dinero a la Iglesia en una época en que se necesitaba urgentemente el dinero para comprar tierras en Kirtland, —incluyendo el terreno del templo— y en Misuri. El 8 de marzo de 1833, el profeta José Smith recibió una revelación en la que se indicaba “que ella sub[iera] a la tierra de Sion [Misuri] y recib[iera] una heredad” (véase D. y C. 90:30). Vienna viajó a Misuri, pero poco después de llegar allí padeció persecuciones junto con los santos. En junio de 1834, cuando la compañía del Campo de Sion tuvo el brote de cólera, ella estuvo entre los que ayudaron a atender a los enfermos. Heber C. Kimball escribió: “Fui tratado con gran bondad por parte de ellos, y también de la hermana Vienna Jaques, quien atendió mis necesidades y las de mis hermanos; que el Señor los premie por sus bondades” (“Extracts from H. C. Kimball’s Journal”, Times and Seasons, 15 de marzo de 1845, págs. 839–840; véase también The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, editado por Gerrit J. Dirkmaat y otros, 2014, págs. 289, 291; Rogers, “Vienna Jaques”, págs. 42–43).

Junto con los otros santos, la hermana Jaques fue expulsada de su casa en Misuri, y marchó hacia Nauvoo, Illinois. Finalmente, en 1847, viajó al Oeste, a Utah, y a la edad de sesenta años condujo su propio carromato a través de las planicies. Se estableció en Salt Lake City y hasta el fin de sus días trabajó con ahínco para sostenerse económicamente y para estudiar diligentemente las Escrituras. Vienna falleció el 7 de febrero de 1884 a los 96 años. En su memoria, alguien escribió: “Ella fue fiel a sus convenios y estimaba la restauración del Evangelio como un tesoro invaluable” (“In Memoriam”, Woman’s Exponent, 1º de marzo de 1884, pág. 152; véase también Rogers, “Vienna Jaques”, págs. 44–45).

Doctrina y Convenios 91: Antecedentes históricos adicionales

Los libros apócrifos del Antiguo Testamento son una colección de textos antiguos que no se incluyeron en la Biblia hebrea pero sí fueron incluidos en la traducción griega del Antiguo Testamento, llamada la Septuaginta. Posteriormente, esos textos antiguos formaron parte de la Biblia cristiana hasta que Martín Lutero los colocó en una sección aparte titulada “Libros apócrifos”. Con el tiempo, muchas ediciones de la Biblia eliminaron esa sección, mientras que otras la conservaron. El profeta José Smith tradujo la Biblia valiéndose de la versión del Rey Santiago, la cual contenía una sección llamada “Libros apócrifos” ubicada entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Al acabar la traducción del Nuevo Testamento, y mientras continuaba revisando los libros del Antiguo Testamento, el Profeta se preguntó si debía traducir los libros apócrifos; entonces recibió la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 91 (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, págs. 32–33).

Doctrina y Convenios 91

El Señor manda a José Smith que no traduzca los libros apócrifos

Doctrina y Convenios 91. “… quien los lea [los libros apócrifos]… y… sea iluminado por el Espíritu logrará beneficio de ellos”

El profeta José Smith y Oliver Cowdery compraron un ejemplar de la versión de la Biblia del rey Santiago el 8 de octubre de 1829, de manos de E. B. Grandin, en Palmyra, Nueva York (véase “Bible Used for Bible Revision”, josephsmithpapers.org). Era una edición grande, como para un púlpito, que contenía el Antiguo y el Nuevo Testamento y los libros apócrifos. Había sido impresa en 1828 por H. y E. Phinney Company, ubicada en Cooperstown, Nueva York (puedes ver imágenes de esa Biblia en “Bible Used for Bible Revision”, josephsmithpapers.org). Este fue el libro que utilizó el Profeta para hacer su traducción inspirada de la Biblia.

Tal como se registra en Doctrina y Convenios 91:1–3, en respuesta a la pregunta del Profeta de si debía traducir los libros apócrifos, el Señor dijo que [esos textos] contienen tanto verdades como errores, y le mandó a José que no los tradujera. El Señor explicó además que, quienes deseen beneficiarse del estudio de estos textos antiguos deben procurar la ayuda del Espíritu del Señor para discernir aquellas cosas que son verdaderas (véase D. y C. 91:4–6). El élder Bruce R. McConkie enseñó: “… para obtener algún valor real del estudio de los textos apócrifos, el estudiante debe primeramente tener un extenso conocimiento del Evangelio, una vasta comprensión de los libros canónicos de la Iglesia, además de la guía del Espíritu” (Mormon Doctrine, pág. 42). La Guía para el estudio de las Escrituras en la edición SUD de la versión de la Biblia del rey Santiago contiene una breve descripción bajo la entrada titulada “Apócrifos”.

Doctrina y Convenios 92: Antecedentes históricos adicionales

El 5 de enero de 1833 se llamó a Frederick G. Williams para reemplazar a Jesse Gause como consejero de la Presidencia del Sumo Sacerdocio. El 15 de marzo de 1833, el Señor mandó que el hermano Williams también pasara a ser miembro de la Firma Unida. Eso significaba que debía unirse a los nueve miembros de la Firma Unida llamados previamente para administrar las operaciones literarias y mercantiles de la Iglesia.

Doctrina y Convenios 92

Frederick G. Williams es llamado a unirse a la Firma Unida

Doctrina y Convenios 92. La Firma Unida

Luego que Frederick G. Williams fuera llamado como nuevo miembro de la Primera Presidencia, el Señor le mandó que se uniera al grupo de hombres que estaban a cargo de los asuntos económicos y temporales de la Iglesia (véanse D. y C. 78:1–8; 82:11–12, 15–24). Se llamó a este grupo la Firma Unida o la Orden Unida.