Instituto
Capítulo 32: Doctrina y Convenios 85–87


“Capítulo 32: Doctrina y Convenios 85–87”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 32”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 32

Doctrina y Convenios 85–87

Introducción y cronología

A finales de noviembre de 1832, algunos de los santos que se habían mudado a Sion, en Misuri, no habían consagrado sus propiedades como lo había mandado el Señor. Debido a eso, no habían recibido una heredad de la tierra de acuerdo con las leyes de la Iglesia. El profeta José Smith abordó el asunto en una carta inspirada dirigida a William W. Phelps, con fecha del 27 de noviembre de 1832. Una parte de esa carta se encuentra registrada en Doctrina y Convenios 85.

El 6 de diciembre de 1832, José Smith recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 86, el mismo día en que estaba trabajando en la traducción inspirada de la Biblia. Esta revelación aportó explicaciones adicionales de la parábola del Trigo y la Cizaña y sobre la función del sacerdocio de ayudar al Señor a recoger a los justos en los últimos días.

En el transcurso de 1832, el profeta José Smith y otros miembros de la Iglesia probablemente se enteraron por la prensa de las calamidades que asolaban la tierra. Por ejemplo, estaban al tanto de las disputas relativas a la esclavitud en los Estados Unidos y también sabían en cuanto a la anulación de los impuestos federales en el estado de Carolina del Sur. El 25 de diciembre de 1832, José Smith recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 87, que incluye profecías acerca de las guerras y los juicios que se derramarían “sobre todas las naciones” (D. y C. 87:3) en los últimos días.

6 de noviembre de 1832Emma Smith da a luz a Joseph Smith III.

6 de noviembre de 1832José Smith regresa de predicar en el este de los Estados Unidos.

8 de noviembre de 1832José Smith conoce a Brigham Young.

27 de noviembre de 1832Se escribe Doctrina y Convenios 85 (extracto de una carta que José Smith escribió a William W. Phelps).

6 de diciembre de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 86.

25 de diciembre de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 87.

Doctrina y Convenios 85: Antecedentes históricos adicionales

En noviembre de 1832, más de 800 Santos de los Últimos Días se habían reunido en la tierra de Sion, en el condado de Jackson, Misuri (véase The Joseph Smith Papers, Documents, Tomo II: julio de 1831–enero de 1833, edición de Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 315). Se esperaba de los miembros de la Iglesia que se asentaran en Sion que vivieran de acuerdo con el sistema de consagración que había mandado el Señor (véanse D. y C. 42:30–36; 57:4–7; 58:19, 34–36; 72:15). Eso quería decir que un miembro consagraba o dedicaba su propiedad y recursos al Señor mediante una escritura legal que firmaban tanto el miembro como el obispo. A cambio, al miembro se le daban, mediante otra escritura legal, propiedades y recursos llamados “heredad” o “mayordomía”, de acuerdo con las necesidades y las carencias de la familia de ese miembro. Los miembros que se asentaron en el condado de Jackson, Misuri, y fueron obedientes a la ley de consagración, recibieron una heredad de tierra que habían adquirido los representantes de la Iglesia.

Imagen
Tienda de Newel K. Whitney, Kirtland, Ohio

El profeta José Smith y su familia vivieron en la planta superior de la tienda de Newel K. Whitney entre septiembre de 1832 y febrero de 1834.

En octubre y noviembre de 1832, el profeta José Smith recibió correspondencia de los líderes de la Iglesia en Sion, entre ellos William W. Phelps, que supervisaba las operaciones de impresión de la Iglesia en Independence, Misuri, como miembro de la Firma Unida. El 27 de noviembre de 1832, José Smith escribió una carta en la que respondía a las preguntas de William W. Phelps. El Profeta estaba al tanto de que algunos santos de Sion no participaban en el sistema de consagración que requería el Señor y abordó la cuestión de si debían darse heredades de la tierra a los santos que no habían consagrado su propiedad. Doctrina y Convenios 85 contiene un extracto de la carta que el Profeta le remitió a William W. Phelps.

Imagen
Mapa 2: Algunas ubicaciones importantes de los albores de la historia de la Iglesia

Doctrina y Convenios 85

El Señor manda que se lleve un registro de aquellos que hayan consagrado o recibido heredades

Doctrina y Convenios 85:1–5. El “libro de la ley de Dios”

En marzo de 1831, el Señor llamó a John Whitmer a “llevar continuamente el registro y la historia de la iglesia” (D. y C. 47:3). Este mandamiento dado anteriormente se repitió cuando el profeta José Smith escribió: “Es el deber del secretario del Señor, a quien él ha nombrado, llevar una historia y un registro general de la iglesia de todas las cosas que acontezcan en Sion” (D. y C. 85:1). Como parte de su deber, el secretario debía registrar los nombres de aquellos que consagraran su propiedad y recibieran heredades o mayordomías del obispo, junto con su “manera de vivir, su fe y sus obras” (D. y C. 85:2). Además, la dirección inspirada que se dio a los líderes de la Iglesia de Misuri fue que aquellos que no estuvieran dispuestos a consagrar sus propiedades para recibir una heredad en Sion no debían tener su nombre, ni el nombre de los miembros de su familia, registrados “en el libro de la ley de Dios” (D. y C. 85:5; véase también Josué 24:15, 25–26).

En esta revelación se mencionan tres libros de registros: “el libro de la ley de Dios” (D. y C. 85:5, 7), “el libro de memorias” (D. y C. 85:9) y “el libro de la ley” (D. y C. 85:11). Es probable que todas esas descripciones se refieran al mismo libro. Más adelante, después de que los santos se asentaran en Nauvoo, Illinois, José Smith indicó que se debía llevar un registro que contuviera las entradas de su diario y una lista de los donativos de diezmos para la construcción del Templo de Nauvoo. Ese libro también se debía llamar “el libro de la ley del Señor” (véase The Joseph Smith Papers, Documents, Tomo II: julio de 1831–enero de 1833, pág. 319, nota 160).

El mandamiento del diezmo que se menciona en Doctrina y Convenios 85 y en otras revelaciones anteriores se refiere a todas las ofrendas a la Iglesia, incluida la propiedad consagrada (véanse D. y C. 64:23–24; 85:3; 97:11–12; encabezado de D. y C. 119).

Doctrina y Convenios 85:7–8. ¿A quién hace referencia la expresión “uno poderoso y fuerte”?

Durante las primeras visitas de los líderes de la Iglesia a Misuri durante el verano de 1831, se produjo un desacuerdo entre el obispo Edward Partridge y el profeta José Smith. El Profeta había indicado que se debía adquirir terreno en Independence, Misuri, pero surgió un conflicto cuando el obispo Partridge expresó su preocupación por la calidad del terreno. El Señor reprendió al obispo, pero el problema de la desunión no se resolvió de inmediato. Un poco antes de abril de 1832, el Profeta y el obispo Partridge se reconciliaron (véanse D. y C. 58:14–17; 82:1–7; véase también The Joseph Smith Papers, Documents, Tomo II: julio de 1831–enero de 1833, págs. 12–13).

Las palabras inspiradas que se encuentran en la carta del Profeta a William W. Phelps en noviembre de 1832 hablan de “uno poderoso y fuerte” que se levantaría para poner en orden la casa de Dios, debido a uno “que [extiende] su mano para sostener el arca de Dios” (D. y C. 85:7–8). Esa advertencia se podría haber aplicado al obispo Edward Partridge si no se hubiera arrepentido. En 1834, Oliver Cowdery escribió que José Smith aclaró posteriormente que la advertencia de esa carta no se aplicaba a una persona concreta, “sino que se dio como aviso para que aquellos que ocupaban posiciones importantes tuvieran cuidado, no fuera que cayeran por el dardo de la muerte, como había declarado el Señor” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Tomo II: julio de 1831–enero de 1833, pág. 320, nota 161).

La referencia a “uno poderoso y fuerte” (D. y C. 85:7) que pondrá en orden la casa de Dios y la referencia al hombre que “extienda su mano para sostener el arca” (D. y C. 85:8) han sido utilizadas por muchos apóstatas para justificar su alejamiento de la Iglesia. Afirman que varios presidentes de la Iglesia han perdido el favor de Dios y son rechazados, y que ellos, los apóstatas, son ese “uno poderoso y fuerte” que Dios ha llamado para poner las cosas en orden. Tales afirmaciones se contradicen con el significado de las Escrituras.

En una declaración oficial publicada en 1905, la Primera Presidencia (Joseph F. Smith, John R. Winder y Anthon H. Lund) analizaron las circunstancias que condujeron a recibir la profecía registrada en Doctrina y Convenios 85:7–8 e indicaron a quiénes se refieren esas dos frases: “uno poderoso y fuerte” (D. y C. 85:7) y “extienda su mano para sostener el arca de Dios” (D. y C. 85:8):

“El obispo Partridge era uno de aquellos hermanos que —aunque digno, amado del Señor, y, según la declaración del Profeta, ‘ejemplo de piedad’ y ‘uno de los grandes hombres del Señor’— en ocasiones se oponía a José Smith en aquellos primeros tiempos e intentaba corregir su manera de administrar los asuntos de la Iglesia; en otras palabras, ‘extendía la mano para sostener el arca’… 

“El obispo Edward Partridge, mediante su arrepentimiento, sacrificios y sufrimiento, obtuvo indudablemente una atenuación del anunciado juicio en su contra de caer ‘por el dardo de la muerte, como el árbol herido por el fulgente golpe del rayo’; así, la necesidad de enviar a otro a ocupar su lugar, ‘uno poderoso y fuerte… para poner en orden la casa de Dios y para disponer por sorteo las heredades de los santos’, puede considerarse igualmente sin efecto y todo el incidente de la profecía como cerrado” (en Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, compilación de James R. Clark, 1970, tomo IV, págs. 113, 117).

Doctrina y Convenios 85:8. ¿Qué significa “sostener el arca de Dios”?

La expresión “sostener el arca de Dios” hace referencia a un incidente que se encuentra registrado en el Antiguo Testamento, ocurrido durante el reinado de David, en el antiguo Israel. Los filisteos habían tomado posesión del arca del convenio durante la batalla, pero la devolvieron al verse asolados por las plagas (véase 1 Samuel 4–6). Posteriormente, David y su pueblo llevaron el arca a Jerusalén en un carro tirado por bueyes, conducido por Uza y Ahío, “[y] cuando llegaron a la era de Nacón, Uza extendió su mano al arca de Dios y la sostuvo, porque los bueyes tropezaban. Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y allí mismo lo hirió Dios por ese yerro, y cayó allí muerto junto al arca de Dios” (2 Samuel 6:6–7). El arca era el símbolo de la presencia de Dios, de Su gloria y majestad. Al principio, cuando se le concedió a Israel tenerla, la habían colocado en el Lugar Santísimo del tabernáculo y ni siquiera se permitía al sacerdote que se acercara a ella. Solamente podía hacerlo el sumo sacerdote, un hombre que simbolizaba a Cristo, y eso únicamente después de someterse a un complejo ritual de purificación personal que representaba la limpieza de sus pecados.

En la revelación de los últimos días, el Señor se refirió a ese incidente para enseñar el principio de que no debemos asumir la responsabilidad de dar instrucciones (“sostener el arca”) a aquellos a quienes Dios ha llamado y designado para revelar Su voluntad y dirigir Su reino en la tierra (véase D. y C. 85:8). Es posible que algunas personas teman que el arca se esté tambaleando y supongan que pueden sostenerla. Es posible que algunos miembros de la Iglesia vean problemas y se sientan frustrados con la manera en que les parece que los siervos del Señor u otras personas abordan esos problemas. Tal vez sientan que, aunque no tienen la autoridad para ello, deben corregir la dirección que sigue su barrio o incluso la Iglesia. No obstante, las mejores intenciones no justifican dicha interferencia en la Iglesia del Señor por parte de aquellos que no han sido llamados y designados por Dios.

El presidente David O. McKay (1873–1970) enseñó: “Es un poco peligroso para nosotros salir de nuestra propia esfera e intentar dirigir los esfuerzos de un hermano sin haber recibido autoridad alguna para ello. Recordarán el caso de Uza, que extendió la mano para sostener el arca [véase 1 Crónicas 13:7–10]. Parece que se justificaría que, al tropezar los bueyes, él extendiera la mano para sostener aquel símbolo del convenio. Hoy día pensamos que el castigo que recibió fue muy severo; pero sea como fuere, el incidente nos enseña una lección. Miremos a nuestro alrededor y observemos cuán rápidamente mueren espiritualmente aquellos que sin ninguna autoridad intentan sostener el arca. Su alma se llena de amargura, se les ofusca la mente, yerran en sus juicios y su espíritu es presa de la depresión. Tal es la triste condición de hombres que, olvidando sus propias responsabilidades, pasan el tiempo buscando faltas en los demás” (en Conference Report, abril de 1936, pág. 60).

Doctrina y Convenios 85:9–11. “… no tendrán herencia entre los santos”

Las heredades de tierra que iban a recibir los santos en Sion mediante la ley de consagración, y a las que se hace referencia en Doctrina y Convenios 85, se pueden comparar con las heredades eternas prometidas a los fieles. El registro de las heredades terrenales que recibían los miembros fieles de la Iglesia mediante la consagración incluía sus nombres y un registro de su “manera de vivir, su fe y sus obras” (D. y C. 85:2). El nombre de aquellos que no eran fieles o que apostataban no se encontraba en el “libro de la ley de Dios” (D. y C. 85:5). De forma similar, cuando guardamos nuestros convenios se nos asegura que recibiremos heredades eternas en el Reino Celestial (véase D. y C. 38:17–20; véase también D. y C. 63:47–49).

El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, enseñó lo que debemos hacer para recibir una heredad eterna:

“Su Padre Celestial tiene grandes aspiraciones para ustedes, pero su origen divino en sí no les garantiza una herencia eterna. Dios [los] envió aquí para preparar[los] para un futuro más grandioso que cualquier cosa que puedan imaginar… 

“Por esa razón, hablamos en cuanto a seguir el sendero del discipulado.

“Hablamos sobre la obediencia a los mandamientos de Dios.

“Hablamos en cuanto a vivir el Evangelio gozosamente, con todo el corazón, alma, mente y fuerza” (véase“Vivir el Evangelio con gozo”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 121).

Doctrina y Convenios 86: Antecedentes históricos adicionales

En algún momento de la primavera de 1831, el profeta José Smith hizo cambios inspirados en Mateo 13 como parte de su traducción inspirada del Nuevo Testamento. En ese momento había hecho muy pocos cambios a la parábola del Trigo y la Cizaña, que se encuentra registrada en ese capítulo (véase Mateo 13:24–30, 36–43). Entre julio de 1832 y febrero de 1833, mientras José trabajaba en la traducción inspirada del Antiguo Testamento, revisó los cambios que había hecho en el Nuevo Testamento. Aunque no está claro si estaba revisando Mateo 13 de nuevo o trabajando en pasajes del Antiguo Testamento sobre el recogimiento de Israel, la entrada en su diario del 6 de diciembre de 1832, que fue el día en que se recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 86, indica que había estado traduciendo ese día y “recibió una revelación que explicaba la parábola [del] Trigo y la [Cizaña]” (en The Joseph Smith Papers, Journals, Tomo I: 1832–1839, edición de Dean C. Jessee y otros, 2008, pág. 11).

Doctrina y Convenios 86

El Señor explica la parábola del Trigo y la Cizaña

Doctrina y Convenios 86:1–7. “… la parábola del trigo y la cizaña”

El profeta José Smith (1805–1844) explicó que las parábolas registradas en Mateo 13 hacen referencia al establecimiento de la Iglesia de Cristo durante Su vida terrenal y también al crecimiento y el destino de esa Iglesia en los últimos días (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 311).

Imagen
trigo y cizaña

Mientras revisaba su traducción de la Biblia, el profeta José Smith recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 86, una traducción inspirada de la parábola del Trigo y la Cizaña (véase el encabezado de D. y C. 86).

Varios años después de que se recibiera la revelación registrada en Doctrina y Convenios 86, José Smith ofreció enseñanzas adicionales sobre la parábola del Trigo y la Cizaña, enseñanzas que se publicaron en la edición de diciembre de 1835 de Latter Day Saints’ Messenger and Advocate (véase “To the Elders of the Church of the Latter Day Saints”, págs. 225–227). Hablando específicamente de esa parábola, el profeta José Smith explicó:

“Por esta parábola, no solo aprendemos del establecimiento del Reino en los días del Salvador, representado por la buena semilla que dio fruto, sino también de las corrupciones de la Iglesia, representadas por la cizaña que sembró el enemigo, la cual Sus discípulos de buena voluntad habrían arrancado o purgado de la Iglesia si el Salvador hubiese favorecido sus puntos de vista. Mas Él, sabiendo todas las cosas, dijo que no fuese así. Fue como si les hubiera dicho que sus ideas no son acertadas, y que la Iglesia está en su infancia, y si dieran tan arrebatado paso, destruirían el trigo, o sea la Iglesia, junto con la cizaña; por tanto, es mejor dejarlos crecer juntos hasta la siega o el fin del mundo, que significa la destrucción de los malvados, lo cual todavía no se ha cumplido… 

“Aquí los hombres no pueden hallar razón posible para decir que [la aclaración del Salvador de la parábola a Sus discípulos, que se encuentra registrada en Mateo 13:36–39] se trata de una metáfora o que no da a entender lo que dice, porque en estas palabras Él ahora explica lo que previamente había hablado en parábolas; y según esta aclaración, el fin del mundo es la destrucción de los malvados; la siega y el fin del mundo aluden directamente no a la tierra, como muchos han supuesto, sino a la familia humana en los últimos días… 

“‘De manera que, como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo’ [Mateo 13:40]; es decir, al salir los siervos de Dios para amonestar a las naciones, tanto a los sacerdotes como al pueblo, y en vista de que estos endurecen sus corazones y rechazan la luz de la verdad, habiendo sido entregados estos primeros a los bofetones de Satanás, y habiéndose ligado la ley y el testimonio… se quedan en la oscuridad y son entregados para el día del fuego; y así, atados por sus credos, aseguradas sus ligaduras por sus sacerdotes, están listos para el cumplimiento de estas palabras del Salvador: ‘El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el crujir de dientes’ [Mateo 13:41–42].

“Entendemos que la obra de juntar el trigo en alfolíes o graneros se efectuará mientras se esté atando y preparando la cizaña para el día en que será quemada; y que, después de ese día, ‘los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga’ [Mateo 13:43]” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, págs. 316, 317; véase también Manuscript History of the Church, Tomo B-1, págs. 645–646, josephsmithpapers.org).

Doctrina y Convenios 86:3–4. “… hace huir a la iglesia al desierto”

En el meridiano de los tiempos, Jesucristo estableció Su Iglesia y encomendó a Sus apóstoles que llevaran el mensaje del Evangelio al mundo. Después, “al dormirse estos” Apóstoles, o sea, después de que murieron, las llaves del sacerdocio se quitaron y las ordenanzas y organizaciones de la Iglesia primitiva se corrompieron (véase D. y C. 86:3; véase también D. y C. 1:15–16). Satanás y sus seguidores “[hicieron] huir a la Iglesia al desierto”, o sea, que la Iglesia ya no estaba siendo guiada por profetas y apóstoles vivientes, y las personas cayeron en la apostasía y la oscuridad espiritual (véase D. y C. 86:3; véase también Apocalipsis 12:1–6). Siglos después, Dios llamó a José Smith para sacar la Iglesia de Jesucristo “de la obscuridad y de las tinieblas” (D. y C. 1:30; véanse también D. y C. 1:17; 5:14; 33:5; 86:3–4; 109:73).

Doctrina y Convenios 86:6–7. “Dejad, pues, que crezcan juntos el trigo y la cizaña”

En la parábola del Señor del Trigo y la Cizaña, el trigo representaba a “los hijos del reino” y la cizaña, o las malas hierbas que plantaba el enemigo, representaba a “los hijos del malo” (Mateo 13:38). La cosecha hacía referencia a un tiempo en que los segadores recogerían la cizaña para quemarla y el trigo lo pondrían en el alfolí (véase Mateo 13:30). En la revelación de los últimos días, el Señor aclaró el orden del recogimiento o la cosecha, indicando que primero se recogería el trigo y luego se ataría la cizaña (véase D. y C. 86:7; véase también la Traducción de José Smith, Mateo 13:29 [en Mateo 13:30, nota b al pie de página]). La parábola hace hincapié en la decisión de esperar hasta que llegue la cosecha para separar el trigo de la cizaña. Esto demostraba la misericordia de Dios al dar tiempo a Sus hijos para fortalecerse en la fe antes de separar a justos e injustos cuando llegue el fin del mundo (véanse D. y C. 38:12; 63:54; 88:94; 101:64–66). Hasta el tiempo de la cosecha durante el fin del mundo, los justos y los injustos seguirán creciendo “juntos” (D. y C. 86:7).

El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló del desafío que esto supone para los Santos de los Últimos Días:

“Los miembros de la Iglesia vivirán en estas condiciones de trigo y cizaña hasta el Milenio. Algunas cizañas se hacen pasar por trigo, incluso unos pocos que están ansiosos por enseñar al resto de nosotros las doctrinas de la Iglesia en las que ellos ya no creen; critican el empleo de los recursos de la Iglesia a los cuales ya no contribuyen; tratan, con condescendencia, de aconsejar a las Autoridades Generales a quienes ya no sostienen. Críticos, excepto de sí mismos, por supuesto, dejan la Iglesia pero no pueden dejar a la Iglesia en paz (véase [“The Net Gathers of Every Kind”, Ensign, noviembre de 1980, pág. 14]… 

“Por lo tanto, hermanos y hermanas, la bondad humilde debe permanecer, aun cuando, como se ha profetizado, haya quienes sientan ira hacia lo que es bueno (véase 2 Nefi 28:20); por el mismo motivo, los creyentes deben afrontar la arrogancia de los críticos con mansedumbre y clara elocuencia. Aunque estemos a veces rodeados de resentidos, debemos tratar de ayudarlos, especialmente a los de manos caídas (véase D. y C. 81:5). Si nuestros puntos débiles, como pueblo de la Iglesia, se hacen destacar, hagamos lo posible por mejorar” (véase “Se vuelva como un niño”, Liahona, julio de 1996, págs. 74, 75).

Doctrina y Convenios 86:8–11. “… ha continuado el sacerdocio por el linaje de vuestros padres”

Después de revelar la interpretación de la parábola del Trigo y la Cizaña, el Señor explicó las implicaciones de esta parábola para los miembros de Su Iglesia “en quienes ha continuado el sacerdocio por el linaje de [sus] padres” (D. y C. 86:8). La cosecha del trigo de los últimos días, o sea, el recogimiento de los justos, la organizan y la llevan a cabo los siervos autorizados del Señor. Eso se prometió a Abraham en la antigüedad, cuando Jehová declaró que la simiente o posteridad de Abraham llevaría “este ministerio y sacerdocio a todas las naciones” y que mediante ese sacerdocio “serán bendecidas todas las familias de la tierra, sí, con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, sí, de vida eterna” (Abraham 2:9, 11). Aunque no podemos reconocer a los descendientes de Abraham por su apariencia exterior, el Señor sabe quiénes son y dónde están. descendientes literales de Abraham y “herederos legítimos, según la carne”, lo cual los califica para recibir las bendiciones del sacerdocio (véase D. y C. 86:8–9; véase también D. y C. 113:6, 8). El Señor reveló que los descendientes de Abraham tienen la comisión de proporcionar las ordenanzas de salvación del sacerdocio a otras personas, para así llegar a ser “un salvador para [Su] pueblo Israel” (D. y C. 86:11; véase también D. y C. 103:9–10).

Imagen
representación de la restauración del Sacerdocio de Melquisedec

Mediante el sacerdocio, el profeta José Smith ayudó a que se produjera “la restauración de todas las cosas” (D. y C. 86:10).

El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Usted es uno de los espíritus grandes y nobles de Dios, reservado para venir a la tierra en esta época (véase D. y C. 86:8–11). En la vida preterrenal se le asignó para ayudar a preparar al mundo para la gran congregación de almas que precederá a la segunda venida del Señor. Usted desciende de un pueblo del convenio; es [heredero] de la promesa de que toda la tierra será bendecida por la simiente de Abraham y de que el convenio que Dios hizo con él se cumplirá por medio de su linaje en estos, los últimos días (véanse 1 Nefi 15:18; 3 Nefi 20:25)” (véase “Elecciones”, Liahona, enero de 1991, pág. 84).

Doctrina y Convenios 87: Antecedentes históricos adicionales

Durante los primeros años de historia de los Estados Unidos, hubo serios desacuerdos sobre cuánto control debía tener el gobierno nacional sobre los estados individuales. En 1832, se produjo una crisis nacional cuando el estado de Carolina del Sur promulgó un decreto que declaraba que las leyes de aranceles nacionales (impuestos sobre bienes importados) eran inconstitucionales y muchos ciudadanos de Carolina del Sur comenzaron a prepararse para emprender acciones militares en contra del gobierno federal. El presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson, lo consideró una rebelión y, como muestra de fuerza, envió tropas federales a Carolina del Sur y un buque de guerra al puerto de Charleston. La promulgación de un nuevo decreto sobre leyes de aranceles en marzo de 1833, que se consideró un compromiso, evitó que se produjera una guerra civil en ese momento.

Muchos periódicos, incluida la edición del 21 de diciembre de 1832 del Painesville Telegraph, publicaron artículos sobre esa agitación política y otras circunstancias preocupantes en todo el mundo. Debido a que Painesville, Ohio, se encontraba tan solo a unos 16 km de Kirtland, el Painesville Telegraph pudo haber sido una de las fuentes de información que llevaron al profeta José Smith a declarar lo siguiente:

“La aparición de problemas entre las naciones comenzó a ser cada vez más visible en esta temporada de lo que había sido previamente desde que la Iglesia comenzó su jornada para salir del desierto. Los estragos del cólera eran aterradores en casi todas las grandes ciudades del globo y hubo un brote de peste en la India. Mientras tanto, los Estados Unidos, con toda su pompa y grandiosidad, se veían amenazados por una disolución inmediata. La gente de Carolina del Sur, reunida en convención (en noviembre), aprobó decretos y declaró a su estado una nación libre e independiente… 

“El presidente [Andrew] Jackson emitió su proclamación contra esta rebelión; llamó a una fuerza suficiente para apaciguarla e imploró las bendiciones de Dios para ayudar a la nación a librarse de los horrores de esa inminente y solemne crisis.

“El día de Navidad de [1832] recibí la siguiente [revelación]” (en Manuscript History of the Church, tomo A-1, pág. 244, josephsmithpapers.org). Esa revelación está registrada en Doctrina y Convenios 87.

Doctrina y Convenios 87

El Señor revela que la guerra se derramará sobre todas las naciones

Doctrina y Convenios 87:1–6. “… se derramará la guerra sobre todas las naciones”

El evangelio de Jesucristo tiene poder para llevar paz a aquellos que obedecen los mandamientos de Dios y que acuden a Él en oración (véanse D. y C. 27:15–16; 42:61; 59:23). Jesucristo es el Príncipe de Paz y se invita a Sus seguidores a recibir la paz que Él ofrece (véanse Isaías 9:6; D. y C. 19:23; 84:102). Aunque las personas deben procurar la paz espiritual mediante el Evangelio, el Señor ha declarado que “la hora… está próxima, cuando la paz será quitada de la tierra” (D. y C. 1:35). Mediante revelación, el Señor advirtió a los santos de que el aumento de la maldad en el mundo provocaría conflictos y guerras (véanse D. y C. 38:29; 45:26, 63, 68–69). Las noticias de los preocupantes eventos en el mundo condujeron a que el profeta José Smith recibiera una “revelación y profecía sobre la guerra” (D. y C. 87, encabezado de la sección).

En esta revelación, el Señor hizo una advertencia “concerniente a las guerras que pronto acaecerán” y declaró que “se derramará la guerra sobre todas las naciones” (D. y C. 87:1–2). La guerra continuaría, junto con la hambruna, plagas, terremotos y otros problemas, “hasta que la consumación decretada haya destruido por completo a todas las naciones” (D. y C. 87:6), lo cual hace referencia a la segunda venida de Jesucristo (véase Apocalipsis 11:15). Aunque la profecía que está registrada en Doctrina y Convenios 87 concerniente a la guerra entre los estados del Sur y del Norte se cumplió con la Guerra Civil de los Estados Unidos que tuvo lugar entre 1861 y 1865 (véase D. y C. 87:3), esas profecías relativas a las guerras y calamidades antes de la segunda venida del Señor continúan cumpliéndose.

El élder Neal A. Maxwell señaló el número continuo de guerras que han tenido lugar en la era moderna:

“Aunque se nos ha pedido que seamos pacificadores, vivimos en una época en que la paz ha sido quitada de la tierra (véase D. y C. 1:35). La guerra ha sido una experiencia casi continua para el hombre moderno. Solo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945, ha habido 141 conflictos, algunos grandes y otros de menor importancia. Poco antes de que la Guerra Civil de los Estados Unidos se iniciara, el Señor declaró que habría una sucesión de guerras en todas las naciones y su resultado sería ‘la muerte y la miseria de muchas almas’ (véase D. y C. 87:1).

Por otra parte, la continuidad del conflicto culminaría en la destrucción completa de ‘todas las naciones’ (véase D. y C. 87:6). Mientras tanto, dejemos que los mortales confíen en la protección que brindan las armaduras de los hombres, si así lo desean, pero nosotros nos vestiremos ‘de toda la armadura de Dios’ (véase Efesios 6:11). Y en medio de esa aflicción, si llegamos a morir y somos justos, moriremos para Él; y si vivimos, viviremos para Él (véase D. y C. 42:44)” (véase “Tened buen ánimo”, Liahona, enero de 1983, págs. 126–127).

Doctrina y Convenios 87:1–4. La profecía de José Smith sobre la guerra

En una revelación que recibió el profeta José Smith el 25 de diciembre de 1832, el Señor habló de guerras que comenzarían en los últimos días con “la rebelión de Carolina del Sur” (D. y C. 87:1; véase también D. y C. 130:12–13). Esa profecía se cumplió casi 28 años más tarde, el 20 de diciembre de 1860, cuando Carolina del Sur fue el primero de once estados sureños que anunciaron que se separaban, o retiraban, de los Estados Unidos. Esa declaración condujo a la batalla que tuvo lugar el 12 de abril de 1861 en Fort Sumter, Carolina del Sur. Otros estados del Sur se unieron en una guerra civil contra los estados del Norte. Con el tiempo, como se había profetizado, los estados del Sur pidieron ayuda a Gran Bretaña (véase D. y C. 87:3). De 1861 a 1865, el terrible conflicto conocido como la Guerra Civil de los Estados Unidos hizo estragos entre los estados del Sur y los del Norte.

Imagen
Fort Sumpter, Carolina del Sur

La profecía sobre la guerra que está registrada en Doctrina y Convenios 87 se cumplió parcialmente cuando se dispararon los primeros tiros de la Guerra Civil de los Estados Unidos durante el violento ataque a las tropas de la Unión en Fort Sumter, Carolina del Sur (véase D. y C. 87:1–3).

La revelación que recibió el profeta José Smith indicaba que las guerras que comenzaron con la Guerra Civil de Estados Unidos resultarían en “la muerte y la miseria de muchas almas” (D. y C. 87:1). Se ha estimado que más ciudadanos estadounidenses murieron en la Guerra Civil que en todo el resto de guerras combinadas (véase Donald Q. Cannon, “Prophecy of War (DC 87)”, en Studies in Scripture, Volume One: The Doctrine and Covenants, edición de Robert L. Millet y Kent P. Jackson, 1984, pág. 337). Asimismo, dan testimonio del cumplimiento de esta profecía las muertes de millones de personas que, desde entonces, han resultado de guerras en todo el mundo.

La turbulencia política que existía en 1832, cuando se dio esta revelación, se centraba en la acción que llevaría a cabo el estado de Carolina del Sur para anular o rechazar las leyes de aranceles nacionales. Sin embargo, más adelante, el profeta José Smith profetizó que la guerra entre los estados del Sur y del Norte surgiría por la cuestión de la esclavitud (D. y C. 130:12–13). El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) señaló: “Los mofadores han dicho que no fue nada asombroso que en 1832 José Smith predijera el comienzo de la Guerra Civil, y que otras personas que no afirmaban estar inspiradas por visiones proféticas habían hecho lo mismo… Es bien sabido que los senadores y los congresistas del Sur habían declarado que su parte del país tenía derecho a separarse de la Unión, puesto que era una confederación; y en 1832 se veían nubes de guerra en el horizonte. Fue por ese hecho que el Señor dio a conocer esta revelación a José Smith en la que declaró que pronto se producirían guerras, comenzando por la rebelión de Carolina del Sur, y que finalmente resultarían en guerras sobre todas las naciones y en la muerte y la aflicción de muchas almas. Es posible que en 1832, o incluso en 1831, resultara fácil para alguien predecir que habría una división entre los estados del Norte y los del Sur, puesto que ya entonces había rumores y Carolina del Sur había dado muestras de su espíritu rebelde. Sin embargo, los hombres no tenían poder para predecir, con el detalle con el que el Señor lo reveló a José Smith, lo que acontecería al poco tiempo como fruto de la Guerra Civil y la proliferación de guerras en todas las naciones” (Church History and Modern Revelation, 1953, tomo I, págs. 358–359).

Doctrina y Convenios 87:8. “Permaneced en lugares santos y no seáis movidos”

Imagen
Templo de Tijuana, México

El Señor aconsejó a Sus santos que “[permanecieran] en lugares santos y no [fueran] movidos, hasta que venga el día del Señor ” (D. y C. 87:8).

Conociendo las condiciones de maldad y hostilidad que reinarían en los últimos días, el Señor instruyó a los santos que “[permanecieran] en lugares santos y no [fueran] movidos, hasta que venga el día del Señor” (D. y C. 87:8). Esos lugares santos se encuentran en la seguridad que ofrece Sion (véanse D. y C. 45:66–68; 97:21). Cuando servía en la Presidencia de los Setenta, el élder Dennis B. Neuenschwander explicó:

“En Doctrina y Convenios, tres veces el Señor aconseja a Su pueblo ‘permanec[er] en lugares santos’ (véanse D. y C. 45:32; 87:8; 101:22). El contexto de Su consejo tiene aún más significado si nos fijamos en la condición presente de nuestro mundo: enfermedades devastadoras, persecuciones y guerras son todos acontecimientos conocidos y se han hecho parte de nuestra vida diaria. Frente a esos problemas desconcertantes, el Señor aconseja esto: ‘He aquí, es mi voluntad que todos los que invoquen mi nombre, y me adoren de acuerdo con mi evangelio eterno, se congreguen y permanezcan en lugares santos’ (D. y C. 101:22).

“Los lugares santos siempre han sido esenciales para la forma apropiada de adorar a Dios. Para los Santos de los Últimos Días, esos lugares santos son los lugares de importancia histórica, nuestros hogares, las reuniones sacramentales y los templos. Mucho de lo que veneramos y que enseñamos a nuestros hijos a venerar como sagrado se refleja en esos lugares. La fe y la reverencia relacionadas con estos y el respeto que sentimos por lo que sucede o ha sucedido en ellos los hacen santos. Nunca será demasiado recalcar la importancia que tienen los lugares santos y el espacio sagrado en nuestra adoración… 

“Esos lugares sagrados nos inspiran a tener fe y nos alientan a ser fieles y avanzar pese a las dificultades que puedan cruzarse en nuestro camino” (véase “Lugar santo, espacio sagrado”, Liahona, mayo de 2003, págs. 71, 72).