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Capítulo 39: Doctrina y Convenios 101


“Capítulo 39: Doctrina y Convenios 101”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 39”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 39

Doctrina y Convenios 101

Introducción y cronología

A finales de 1833, los populachos atacaron a los miembros de la Iglesia en el condado de Jackson, Misuri, y los echaron de sus casas. Cuando llegaron las noticias de esos ataques a Kirtland, Ohio, el profeta José Smith se afligió por los santos de Misuri, y le rogó al Señor que los restaurara a sus tierras y a sus hogares. Los días 16 y 17 de diciembre de 1833, el Señor reveló al Profeta por qué había permitido Él que Sus santos sufrieran. Esa revelación, que se encuentra en Doctrina y Convenios 101, incluía también palabras de consejo y consolación en cuanto a “la redención de Sion” (D. y C. 101:43).

23 de julio de 1833Bajo la amenaza de los populachos, los líderes de la Iglesia en Misuri firman un acuerdo conforme al cual todos los mormones se irían del condado de Jackson el 1º de abril de 1834 a más tardar.

20 de octubre de 1833Los líderes de la Iglesia en Misuri anuncian que los santos se proponen permanecer en el condado de Jackson y defender los derechos de sus propiedades.

31 de octubre–8 de noviembre de 1833Los populachos atacan los asentamientos mormones en el condado de Jackson, queman casas y obligan a los santos a abandonar el condado.

25 de noviembre de 1833El profeta José Smith se entera de que las turbas han expulsado con violencia a los santos del condado de Jackson.

16–17 de diciembre de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 101.

Doctrina y Convenios 101: Antecedentes históricos adicionales

Debido a la violencia que ejercieron los populachos contra los santos en el condado de Jackson, Misuri, en el verano de 1833, los líderes de la Iglesia se vieron forzados a firmar un acuerdo por el cual la mitad de los santos abandonaría el condado de Jackson para el 1º de enero de 1834, y el resto saldría a más tardar el 1º de abril de 1834. Sin embargo, en agosto de 1833, el profeta José Smith y un consejo de líderes reunidos en Kirtland, Ohio, aconsejaron a los santos de Misuri que no dejaran sus casas, sino que pidieran ayuda al gobierno estatal. A principios de octubre de 1833, los élderes Orson Hyde y William W. Phelps se reunieron con el gobernador de Misuri, Daniel Dunklin, y solicitaron ayuda y protección para los santos en el condado de Jackson. El gobernador aconsejó a los santos que solicitaran ayuda ante los tribunales locales. Después de que los líderes de la Iglesia pusieran su demanda ante los tribunales del condado de Jackson, los santos se prepararon para defenderse (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, editado por Gerrit J. Dirkmaat y otros, 2014, pág. 386; La historia de la Iglesia en el cumplimiento de los tiempos: Manual del alumno, 2.ª ed., Sistema Educativo de la Iglesia, 2003, págs. 145–146).

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Río Big Blue, Misuri

A principios de noviembre de 1833, una turba atacó a los santos en el poblado Whitmer, al oeste del río Big Blue, en el condado de Jackson, Misuri.

La noche del 31 de octubre de 1833, un populacho de unos cincuenta hombres a caballo atacó el poblado de Whitmer, al oeste de Independence, Misuri. Se dirigieron a la casa del líder de la Iglesia, David Whitmer, “sacaron a su esposa de la casa sujetándola del cabello, y procedieron a demoler la casa” (declaración jurada de Orrin [Oren] Porter Rockwell, en Mormon Redress Petitions: Documents of the 1833–1838 Missouri Conflict, editado por Clark V. Johnson, 1992, pág. 526). Siguieron con sus actos de violencia hasta “destruir los techos y demoler parcialmente diez viviendas”. Los miembros de la Iglesia huyeron a los bosques, no sin que antes la turba “azotara y golpeara en forma salvaje a varios hombres”. A la noche siguiente, un populacho en Independence “comenzó a apedrear las casas, rompiendo puertas y ventanas [y] destruyendo el mobiliario”. Más tarde esa noche rompieron las puertas de la tienda de Gilbert y Whitney, propiedad de la Iglesia en Independence, y arrojaron las mercancías a la calle (Parley P. Pratt, “History of the Late Persecution”, en Mormon Redress Petitions, págs. 65–66).

Varios días después, unos sesenta habitantes de Misuri se apostaron armados frente a la casa de unos miembros de la Iglesia amenazándolos con violencia. Un grupo de Santos de los Últimos Días corrió al lugar para defender el asentamiento. Tras intercambiar disparos de ambos bandos, dos ciudadanos de Misuri y un miembro de la Iglesia resultaron muertos, y hubo muchos heridos de ambas partes. Posteriormente, circularon rumores exagerados por todo el condado de que los santos se habían aliado con los indios y habían tomado Independence. La gente de Misuri oyó otros falsos rumores de que los miembros de la Iglesia habían amenazado de muerte a los ciudadanos que habían mostrado hostilidad hacia ellos. Aunque esos rumores carecían de fundamento, los agentes parapoliciales de Misuri usaron esos alegatos como una justificación para llamar a la milicia (véase The Joseph Smith Papers, Histories, tomo II, Assigned Histories, 1831–1847, editado por Karen Lynn Davidson y otros, 2012, págs. 217–218; declaración jurada de Orrin Porter Rockwell, en Mormon Redress Petitions, págs. 527–528).

En vista de su inferioridad numérica, y temiendo que muchos de los santos resultaran muertos, los miembros de la Iglesia buscaron una solución pacífica. El coronel Thomas Pitcher, de la milicia, quien había tomado parte activa en los actos violentos de los populachos, obligó a los santos a entregar sus armas y a abandonar el condado inmediatamente. No obstante, aun después de haberse comprometido a partir, grupos armados parapoliciales marcharon por todo el condado expulsando a los santos por la fuerza (véase The Joseph Smith Papers, Histories, tomo II, Assigned Histories, 1831–1847, págs. 219–221).

Los santos exiliados se guarecieron en refugios temporales a lo largo de la orilla norte del río Misuri en pleno invierno. Al describir esas terribles condiciones, Parley P. Pratt escribió:

“A orillas [del río Misuri] comenzaron a formarse filas de hombres, mujeres y niños a ambos lados del transbordador; había bienes, carretas, cajas, provisiones, etc., y el transbordador estaba en constante funcionamiento… Hacia donde se mirara, se podían ver a centenares de personas, algunas en tiendas y otras a la intemperie alrededor de fogatas, mientras la lluvia descendía en torrentes. Los esposos preguntaban por sus esposas, las esposas por sus maridos; los padres por sus hijos y los hijos por sus padres. Algunos tuvieron la fortuna de escapar con su familia, artículos domésticos y algunas provisiones, mientras que otros no tuvieron la suerte de sus amigos y habían perdido todos sus bienes. La escena era indescriptible, y estoy seguro de que hubiera compungido el corazón de cualquier pueblo sobre la tierra, salvo el de nuestros siniestros opresores y el de esa comunidad ciega e ignorante… 

“Todos los miembros de [nuestra] sociedad fueron expulsado del condado, y los campos de cultivo fueron asolados y destruidos; quemaron las pilas de trigo; saquearon los bienes de las familias y destruyeron todo tipo de propiedades y mejoras” (Autobiography of Parley P. Pratt, editado por Parley P. Pratt , hijo, 1938, págs. 102–103).

Más de mil santos fueron expulsados del condado de Jackson, y más de doscientas de sus casas fueron quemadas.

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monumento en recuerdo de los santos desplazados del condado de Jackson, Misuri

Algunos de los santos desplazados del condado de Jackson, Misuri, vivieron cerca de aquí desde 1834 hasta 1836, en la hacienda de Michael Arthur, al sur del condado de Clay, Misuri.

Cuando el profeta José Smith supo que los santos habían sido expulsados de Sion, se sintió muy desolado. En una carta a los líderes de la Iglesia en Misuri, el 10 de diciembre de 1833, el Profeta escribió: “Siempre he creído que Sion padecería algunas aflicciones, según lo que he podido entender de los mandamientos que se han dado… Sé que Sion será redimida en el debido tiempo del Señor; pero cuántos serán los días de su purificación, tribulación y aflicción, el Señor lo ha mantenido oculto a mis ojos; y cuando pregunto concerniente a este asunto, la voz del Señor es: ¡Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios! Todos los que sufren por mi nombre reinarán conmigo, y el que diere su vida por causa de mí la hallará otra vez. Pero hay dos cosas que ignoro, y el Señor no ha querido mostrármelas: … por qué Dios ha permitido que sobrevinieran tan grandes calamidades sobre Sion y cuál es la gran causa desencadenante de esta enorme aflicción; y, además, por cuáles medios la restaurará Él a su heredad” (en Manuscript History of the Church, tomo A-1, pág. 393, josephsmithpapers.org). El Profeta continuó buscando respuestas de Dios, y el 16 y 17 de diciembre de 1833 recibió una revelación concerniente a Sion y el sufrimiento de los santos en Misuri.

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Mapa 2: Algunas ubicaciones importantes de los albores de la historia de la Iglesia
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Mapa 8: La región de Misuri, Iowa e Illinois - Estados Unidos

Doctrina y Convenios 101:1–21

El Señor explica por qué permitió que los santos sufrieran, y brinda consejo y consuelo

Doctrina y Convenios 101:1–8. “… yo, el Señor, he permitido que les sobrevenga la tribulación”

El Señor reveló que los santos de Misuri fueron afligidos y expulsados del condado de Jackson “por motivo de sus transgresiones”, que incluían “contiendas, y envidias, y disputas, y deseos sensuales y codiciosos” (D. y C. 101:2, 6; véase también D. y C. 105:2–9). Como resultado, ellos “profanaron sus heredades” en la tierra de Sion (D. y C. 101:6).

Algunos de los santos de Misuri habían transgredido los mandamientos del Señor al apresurarse a ir al condado de Jackson desobedeciendo el consejo que el Señor dio a los santos de no congregarse “con prisa, no sea que haya confusión, lo cual trae pestilencia” (D. y C. 63:24). Solo podrían ir a Sion aquellos que se hubieran preparado material y espiritualmente, y quienes, al llegar, vivirían la ley de consagración. Además, debían ser llamados, o designados, por “el Santo Espíritu… para subir a Sion” y, al llegar, debían presentar “un certificado de tres de los élderes de la iglesia o un certificado del obispo” que indicara su dignidad y buena reputación (D. y C. 72:24–25). John Corrill, líder de la Iglesia en Misuri antes de que apostatara de la fe, escribió que muchos santos no siguieron esas instrucciones, “porque los de la Iglesia se volvieron locos por subir a Sion… Los ricos temían enviar su dinero para comprar tierras, y los pobres se amontonaban en gran número, sin que hubiera lugares preparados, desobedeciendo el consejo del obispo y de otros” (en The Joseph Smith Papers, Histories, tomo II, Assigned Histories, 1831–1847, pág. 146). La rápida llegada de Santos de los Últimos Días al condado de Jackson alarmó a los habitantes de Misuri, quienes temían perder poder económico y político si los santos llegaban a ser mayoría en el condado.

Hubo desunión entre los miembros de la Iglesia en Misuri cuando despreciaron la ley de consagración, rehusándose a emplear sus riquezas materiales para cuidar de los pobres y edificar Sion. El presidente Lorenzo Snow (1814–1901) explicó: “Los santos en el condado de Jackson y otras localidades se rehusaron a cumplir con el mandato de la consagración y, en consecuencia, se permitió que fueran expulsados de sus heredades, y no podrían regresar hasta que estuvieran mejor preparados para obedecer la ley de Dios, habiendo sido instruidos más perfectamente en cuanto a sus deberes y habiendo aprendido por experiencia la necesidad de la obediencia” (“Discourse”, Deseret News, 7 de enero de 1874, pág. 772).

Durante muchos meses, algunos de los líderes de la Iglesia en Misuri habían estado criticando y buscando faltas en el profeta José Smith y en los líderes de la Iglesia en Ohio (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 364). En una carta enviada a William W. Phelps, fechada el 11 de enero de 1833, José Smith lamentaba ciertas acusaciones proferidas por Phelps y A. Sidney Gilbert: “Nuestros corazones están muy afligidos por el espíritu que se respira tanto en su carta [como] en la del [hermano Sidney Gilbert], que es el mismo espíritu que está disipando la fortaleza de Sion como una peste, y si no se detecta [y] erradica de entre ustedes, hará que Sion madure para los amenazantes juicios de Dios” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, pág. 367; se ha estandarizado la ortografía).

Varios días después, Orson Hyde y Hyrum Smith, designados por “una conferencia de doce sumos sacerdotes”, escribieron una carta al obispo Edward Partridge, a sus consejeros y a los santos en Misuri. Comenzaron su carta citando el mandamiento del Señor de que los santos “merecen ser reprochados por motivo de sus corazones malos de incredulidad, así como [los] hermanos en Sion por su rebelión contra [José Smith]” (véase D. y C. 84:76). Ellos hacían alusión a una carta de Sidney Gilbert que contenía “insinuaciones bajas, oscuras [y] ciegas”. También condenaron otra carta en la que se insinuaba que el Profeta estaba “procurando poder y autoridad monárquicos”. Debido a estas y otras transgresiones en que los santos de Misuri habían incurrido, Orson Hyde y Hyrum Smith, con “sentimientos de enorme ansiedad por el bienestar de Sion”, los amonestaron diciéndoles que “los juicios de Dios… habrían de caer sobre [Sion] a menos que se arrepintiera y se purificara ante el Señor” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, págs. 373–375).

Doctrina y Convenios 101:3–5. “Porque todos los que no quieren soportar la disciplina… no pueden ser santificados”

A pesar de las transgresiones de los santos, el Señor dijo que Él aún “los poseer[ía]”, y prometió que serían Suyos cuando Él viniera de nuevo para “integrar [Sus] joyas” (véase D. y C. 101:3; véase también Malaquías 3:17). Las “joyas” del Señor hacen referencia a Sus fieles santos, quienes son preciosos para Él y serán apartados como Su tesoro cuando Él vuelva. A fin de prepararse para llegar a ser Sus joyas, los santos debían ser “disciplinados y probados, así como Abraham” (D. y C. 101:4). La fe de Abraham fue probada en gran medida cuando el Señor le mandó sacrificar a su hijo Isaac (véase Génesis 22:1–13).

De manera similar, a fin de probar su fe y ayudarles a entender su necesidad de arrepentirse, el Señor permitió que los santos de Misuri fuesen afligidos y disciplinados. Él explicó: “Porque todos los que no quieren soportar la disciplina, antes me niegan, no pueden ser santificados” (D. y C. 101:5). Ser santificado significa llegar a ser puro, santo y libre de pecado. El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó los propósitos de Dios para disciplinar a Sus hijos:

“La disciplina divina tiene por lo menos tres propósitos: (1) persuadirnos al arrepentimiento, (2) purificarnos y santificarnos y (3) a veces reorientar nuestro rumbo en la vida hacia lo que Dios sabe que es un mejor camino… 

“Si estamos abiertos a ella, la debida corrección vendrá de muchas maneras y de muchas fuentes. Puede venir en el curso de nuestras oraciones cuando Dios hable a nuestra mente y a nuestro corazón mediante el Espíritu Santo (véase D. y C. 8:2). Puede venir en forma de oraciones que se respondan con un no o de forma diferente de la que esperábamos. La amonestación puede llegar a medida que estudiemos las Escrituras y se nos recuerden las deficiencias, la desobediencia o la negligencia en pequeños asuntos.

“La corrección puede venir mediante otras personas, especialmente de los que son inspirados por Dios para promover nuestra felicidad. En la actualidad, los apóstoles, profetas, patriarcas, obispos y otros se han constituido en la Iglesia como se hizo en la antigüedad ‘a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo’ (Efesios 4:12)” (“Yo reprendo y disciplino a todos los que amo”, Liahona, mayo de 2011, págs. 98–100).

Doctrina y Convenios 101:9. “… mis entrañas están llenas de compasión por ellos”

En la antigüedad, se consideraba que las entrañas eran el centro de las emociones de una persona, en especial de la compasión y el amor (véanse Génesis 43:30; Colosenses 3:12; 1 Juan 3:17; 3 Nefi 17:6; véanse también D. y C. 101:9; 121:3–4, 45). “En las Escrituras, el vocablo compasión significa, literalmente ‘sufrir con otro’. También significa mostrar comprensión, piedad y misericordia por otra persona” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Compasión”, scriptures.lds.org). Aunque los miembros de la Iglesia en Misuri habían sido disciplinados por causa de sus transgresiones, el Señor tenía compasión por ellos. Él les aseguró que no los había rechazado como Su pueblo y que “en el día de la ira”, o durante la disciplina que se les impondría, Él se “acordar[ía] de tener misericordia” (véase D. y C. 101:9). Jesucristo tomó sobre Sí nuestros “dolores, aflicciones y tentaciones”, así como nuestras “debilidades [por medio de Su sacrificio expiatorio] para que Sus entrañas sean llenas de misericordia” y compasión hacia nosotros (véase Alma 7:11–12). A medida que venimos a Él, nos arrepentimos y nos esforzamos con todo el corazón por obedecer Su evangelio, el Salvador mostrará compasión, extenderá misericordia y perdonará nuestros pecados.

Doctrina y Convenios 101:16. “… quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios”

Las Escrituras contienen profecías maravillosas concernientes a la edificación de Sion y la ciudad de la Nueva Jerusalén como un lugar de refugio y seguridad (véanse Isaías 35:10; Éter 13:5–8; D. y C. 42:9; 45:66–71). Por esa razón, los primeros santos estaban ansiosos por congregarse en el condado de Jackson, Misuri, para comenzar a establecer Sion tal como el Señor había mandado. Cuando más adelante fueron echados de sus casas y de sus tierras en el condado de Jackson, los santos se sintieron devastados y llenos de incertidumbre en cuanto al futuro de Sion. En medio de su aflicción y confusión, el Señor les aconsejó que se “queda[ran] tranquilos”, y les pidió que confiaran en Él (véase D. y C. 101:16).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) habló de una ocasión en que halló consuelo en los principios que se encuentran en Doctrina y Convenios 101:16:

“No hace mucho, me encontraba analizando en mi mente un problema que consideraba serio y me arrodillé a orar. Me invadió un sentimiento de paz y acudieron a mi mente las palabras del Señor: ‘… quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios’. Luego busqué el pasaje de las Escrituras y leí otra vez las reconfortantes palabras que se le dijeron al profeta José Smith hace ciento cincuenta años: ‘Consuélense, pues, vuestros corazones en lo concerniente a Sion, porque toda carne está en mis manos; quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios’ (D. y C. 101:16).

“Dios está entretejiendo el tapiz de Su obra de acuerdo con Su voluntad. Toda carne está en Sus manos y nosotros no tenemos el derecho de aconsejarlo. Tener paz en el corazón y en la mente no es solo una oportunidad para nosotros sino también una responsabilidad, al igual que saber que Él es Dios, que esta es Su obra y que Él no permitirá que fracase.

“No debemos temer, ni preocuparnos. No necesitamos especular. La necesidad imperiosa que tenemos es que se nos encuentre desempeñando nuestra responsabilidad individualmente en los llamamientos que hemos recibido. Y gracias a que la mayor parte de los Santos de los Últimos Días andan en la fe y obran con convicción, la Iglesia continuamente crece y se fortalece” (véase “No se adormecerá ni dormirá”, Liahona, julio de 1983, págs. 3–4).

Doctrina y Convenios 101:17–21. Sion y sus estacas serán establecidas

Pese a la expulsión de los santos del condado de Jackson, Misuri, el Señor confirmó que “Sion no será quitada de su lugar, a pesar de que sus hijos han sido esparcidos” (D. y C. 101:17). Aunque las estacas de Sion están por toda la faz de la tierra, el Señor continúa designando “el lugar central”, el condado de Jackson, como la ubicación de la ciudad de la Nueva Jerusalén (véanse D. y C. 57:1–3; 101:17, 20–21).

El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “No hay motivo para que haya incertidumbre o ansiedad sobre la edificación de Sion —es decir, la Nueva Jerusalén— en los últimos días. El Señor ya ofreció una vez a Su pueblo la oportunidad de edificar esa Sion de donde saldrá la ley a todo el mundo, y ellos fracasaron. ¿Por qué? Porque no estaban preparados ni eran dignos, tal como es todavía el caso con los de nosotros que ahora constituimos el Reino. Cuando nosotros, como pueblo, estemos preparados y seamos dignos, el Señor nos mandará de nuevo y la obra avanzará; y será en la fecha prevista, antes de la Segunda Venida y bajo la dirección del Presidente de la Iglesia. Hasta entonces, ninguno de nosotros necesita tomar acciones personales para congregarse en Misuri ni prepararse para recibir una heredad de tierra allí. Más bien, aprendamos los grandes conceptos que implica y hagámonos dignos para realizar cualquier labor que el Señor nos dé en nuestra época y tiempo. Hay cosas que aún deben preceder a la edificación del condado de Jackson” (véase A New Witness for the Articles of Faith, 1985, pág. 586).

Doctrina y Convenios 101:22–42

El Señor describe las condiciones durante el Milenio y declara que Su pueblo del convenio es “la sal de la tierra”

Doctrina y Convenios 101:22–34. Características de la vida durante el Milenio

Tras haber sido expulsados del condado de Jackson, los santos en Misuri estaban esparcidos en las regiones circunvecinas. El Señor les mandó “congreg[arse] y permane[cer] en lugares santos” (véase D. y C. 101:22). Un lugar santo no es solo un templo o una capilla, sino que puede ser cualquier lugar donde una persona disfrute del Espíritu de Dios. En la actualidad, el pueblo del Señor en Su Iglesia se congrega en lugares santos tales como las ramas, los barrios y las estacas; las familias y los hogares; y los templos. Una de las razones por las que nos congregamos en esos lugares santos es a fin de “prepar[arnos] para la revelación que ha de venir” (véase D. y C. 101:23). Esto hace referencia a la segunda venida de Jesucristo, cuando todas las personas lo verán. De ese acontecimiento mundial serán testigos no solo los que estén vivos sobre la tierra, sino todos los justos que hayan muerto, los cuales resucitarán en ese momento (véanse D. y C. 61:39; 63:49–50; 101:35).

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una familia en el terreno de un templo

“… que todos los que invoquen mi nombre, y me adoren de acuerdo con mi evangelio eterno, se congreguen y permanezcan en lugares santos” (D. y C. 101:22).

La segunda venida del Salvador va a dar inicio al período de mil años conocido como el Milenio. La tierra será limpiada de su corrupción y será transformada o renovada para que el “conocimiento y [la] gloria [del Señor] moren sobre toda la tierra” (véase D. y C. 101:24–25; véase también Artículos de Fe 1:10). El Milenio será también un tiempo de gran paz. Cesará la “enemistad”, o el odio y la violencia, entre la vida animal y el hombre y la mujer sobre la tierra (véanse Isaías 11:6–9; D. y C. 101:26). El poder de Dios y la rectitud de quienes permanezcan en la tierra atarán a Satanás, de modo que “no tendrá poder para tentar a ningún [hijo de Dios]” (véanse Apocalipsis 20:2–3; 1 Nefi 22:26; D. y C. 101:28).

También cesará el dolor por la muerte de nuestros seres queridos. Aunque continuará habiendo muerte en la tierra durante el Milenio, los niños no morirán prematuramente, sino que crecerán hasta envejecer y vivirán hasta “la edad de un árbol” (D. y C. 101:30; véase también D. y C. 63:50–51). Al profetizar sobre el Milenio, el profeta Isaías sugirió que la edad de un árbol es aproximadamente “de cien años” (véase Isaías 65:20, 22). El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó que, en el momento de la segunda venida de Jesucristo, “habrá un cambio en todos los que permanezcan sobre la tierra; serán vivificados para que no estén sujetos a la muerte hasta que hayan envejecido. Los hombres [y las mujeres] morirán cuando tengan cien años de edad, y el cambio al estado inmortal será repentino. Durante esos mil años no se harán tumbas” (The Way to Perfection, 1970, págs. 298–299). De modo que, durante el Milenio, las personas pasarán instantáneamente, o “en un abrir y cerrar de ojos”, de la mortalidad a un glorioso estado resucitado (D. y C. 101:31).

Doctrina y Convenios 101:32–34. “… el Señor… revelará todas las cosas”

Al explicar cómo “el Señor… revelará todas las cosas” cuando Él venga de nuevo (D. y C. 101:33), el élder Bruce R. McConkie enseñó: “Todas las cosas han de ser reveladas en los días del Milenio. La parte sellada del Libro de Mormón saldrá a la luz; las planchas de bronce serán traducidas; los escritos de Adán, Enoc, Noé, Abraham y un sinnúmero de profetas serán revelados. Aprenderemos mil veces más acerca del ministerio terrenal del Señor Jesús de lo que sabemos ahora. Aprenderemos los grandes misterios del Reino que ni siquiera conocieron aquellos que en la antigüedad anduvieron y conversaron con el Eterno. Aprenderemos los detalles de la Creación y del origen del hombre”. El élder McConkie concluyó que, en los días del Milenio, “nada de lo que hay en la tierra, o sobre ella o encima de ella será retenido” (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man, 1982, pág. 676; véanse también 2 Nefi 30:15–18; D. y C. 121:26–28).

Doctrina y Convenios 101:35–38. “… todos los que padezcan persecución por mi nombre”

Los santos en Misuri afrontaron dificultades tremendas como resultado de una intensa persecución religiosa. El Señor les prometió: “Y todos los que padezcan persecución por mi nombre, y la soporten con fe, aunque les sea requerido dar su vida por mi causa, aun así participarán de toda esta gloria” (D. y C. 101:35; véase también D. y C. 101:26–34).

El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, compartió un relato de cómo dos fieles líderes de la Iglesia que vivieron en México a principios del siglo XX soportaron fielmente la persecución por causa del Salvador:

“Rafael Monroy era el presidente de la pequeña Rama San Marcos, México, y Vicente Morales era su primer consejero. El 17 de julio de 1915, ambos fueron apresados por los zapatistas [un grupo revolucionario mexicano] y se les dijo que serían liberados si entregaban sus armas y renunciaban a su extraña religión. El hermano Monroy les dijo a sus captores que no tenían armas y sacó una Biblia y un Libro de Mormón del bolsillo y agregó: ‘Caballeros, estas son las únicas armas que llevo conmigo; son las armas de la verdad contra el error’.

“Al no encontrar arma alguna, ambos hermanos fueron cruelmente torturados para obligarlos a confesar dónde ocultaban las armas. Pero no las había. Fueron escoltados a las afueras del pueblo, donde sus captores los sujetaron a un fresno frente a un pelotón de fusilamiento. El oficial a cargo les ofreció la libertad si renunciaban a su religión y se unían a los zapatistas, a lo que el hermano Monroy contestó: ‘Mi religión vale para mí más que la vida, y no puedo renunciar a ella’.

“Se les comunicó que iban a ser fusilados y se les preguntó si tenían alguna petición. El hermano Rafael pidió que le permitieran orar antes de ser ejecutado. Allí mismo, en presencia de sus ejecutores, se arrodilló, y con una voz que todos pudieron oír, pidió a Dios que protegiera y bendijera a sus seres queridos, así como a su pequeña rama que iba a quedar sin su líder. Al término de la oración, empleó las palabras del Salvador cuando fue colgado en la cruz y rogó por Sus ejecutores: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’ [Lucas 23:34]. Entonces el pelotón de fusilamiento disparó contra los hermanos Monroy y Morales” (“El discipulado”, Liahona, noviembre de 2006, págs. 21–22).

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Rafael Monroy y los miembros de su familia

Rafael Monroy junto con su hija, esposa, madre y hermanas. Él era un líder de la Iglesia en México y fue torturado y asesinado por un pelotón de fusilamiento junto con Vicente Morales por rehusarse a negar su creencia en la Iglesia.

Este relato ilustra que los Santos de los Últimos Días, aun permaneciendo fieles, no siempre son protegidos de la persecución y la muerte. No todas las persecuciones son tan intensas o violentas como las que experimentaron los santos en Misuri o esos líderes de la Iglesia en México. Para la mayoría de las personas, la persecución religiosa se presenta en una variedad de formas, entre ellas el recibir insultos o desprecios por motivo de sus convicciones religiosas.

El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que los Santos de los Últimos Días deben cuidarse de no perseguir a otros, ni ser intolerantes hacia quienes tengan creencias que difieran de las suyas:

“… todos debemos seguir las enseñanzas del Evangelio de amar a nuestro prójimo y evitar la contención. Los seguidores de Cristo deben ser ejemplos de civismo. Debemos amar a todas las personas, ser buenos oyentes, y demostrar interés por sus creencias sinceras. Aunque podamos estar en desacuerdo, no es apropiado ser desagradables. Nuestra postura y comunicaciones relacionadas con temas polémicos no deben ser contenciosas. Debemos ser prudentes al explicar y poner en práctica nuestras posturas y al ejercer nuestra influencia. Al hacerlo, pedimos que los demás no se sientan ofendidos por nuestras sinceras creencias religiosas y el libre ejercicio de nuestra religión. Exhortamos a todos para que pongamos en práctica la regla de oro del Salvador: ‘… las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos’ (Mateo 7:12).

“… debemos ser personas de buena voluntad hacia todos, rechazando la persecución en cualquiera de sus formas, incluyendo la persecución basada en raza, origen étnico, creencia religiosa o incredulidad, y diferencias en la orientación sexual” (véase “Amar a los demás y vivir con las diferencias”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 27).

Doctrina y Convenios 101:39–42. “… la sal de la tierra y el sabor de los hombres”

En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 101, el Salvador comparó a los miembros de Su Iglesia con “la sal de la tierra” (D. y C. 101:39; véanse también Mateo 5:13; 3 Nefi 12:13). El élder Carlos E. Asay (1926–1999), de los Setenta, explicó el simbolismo de la sal: “De acuerdo con los historiadores: ‘En un tiempo la sal tuvo importancia religiosa, y fue símbolo de pureza… Entre muchos pueblos, todavía se emplea como señal de distinción, amistad y hospitalidad…’  (The World Book Encyclopedia, 1978, tomo XVII, pág. 69)” (“La sal de la tierra”, Liahona, julio de 1980, pág. 67).

Bajo la ley mosaica, se agregaba sal a las ofrendas de sacrificio, lo que demuestra que la sal también está relacionada con hacer convenios (véase Levítico 2:13). Al ser “la sal de la tierra”, los miembros de la Iglesia deben ser ejemplo de pureza y de fidelidad a los convenios que han hecho. El Señor llama a Su pueblo del convenio a “ser el sabor de los hombres” (D. y C. 101:40). Sabor hace referencia al gusto y la sazón; la sal mejora el sabor y la calidad de los alimentos. Sabor también se refiere a las propiedades únicas de la sal para preservar y curar. Al ser “el sabor de los hombres”, los miembros de la Iglesia que han hecho convenios deben ser una influencia de rectitud en el mundo, y ayudar a preservar, o salvar, a los demás, trayéndolos a Jesucristo y a Su evangelio sempiterno (véase D. y C. 103:9–10). No obstante, si los miembros de la Iglesia pierden su “sabor”, pierden su capacidad de influir en otras personas para bien y para dirigirlos hacia el Salvador.

El élder Carlos E. Asay enseñó también:

“Un químico mundialmente famoso me dijo que la sal no pierde su sabor con el paso del tiempo, sino que lo pierde solo cuando se mezcla y contamina… 

“El sabor y la virtud se apartan del hombre que contamina su mente con pensamientos impuros, que profana su boca al no ser totalmente verídico, que hace mal uso de su fuerza realizando actos inicuos… 

“Quisiera ofrecerles unas pautas sencillas… como un medio para que preserven el sabor: Si no es limpio, no lo piensen; si no es verdadero, no lo digan; si no es bueno, no lo hagan (véase Marco Aurelio, ‘The Meditations of Marcus Aurelius’, en The Harvard Classics, editado por Charles W. Eliot, Nueva York, P. F. Collier and Son, 1909, pág. 211)” (véase “La sal de la tierra”, pág. 68).

Es importante que recordemos que, a diferencia de la sal, los miembros de la Iglesia que han hecho convenios pueden recuperar su “sabor” o pureza y atributos de rectitud mediante el don de Dios del arrepentimiento, disponible mediante Jesucristo y Su expiación.

Doctrina y Convenios 101:43–75

El Señor da la parábola del noble y los olivos, y amonesta a los santos a continuar la obra de congregarse

Doctrina y Convenios 101:43–62. La parábola del noble y los olivos

La parábola del noble y los olivos en Doctrina y Convenios no aparece en ningún otro lugar, aunque guarda ciertas semejanzas con parábolas que enseñaron Isaías y Jesucristo (véanse Isaías 5:1–7; Mateo 21:33–46). El Señor utilizó esta parábola para explicar por qué los santos habían sido expulsados de la tierra de Sion y para revelar Su voluntad concerniente a la redención de Sion.

El Señor comparó la tierra de Sion en el condado de Jackson, Misuri, con un terreno muy escogido que pertenecía a un noble. La instrucción del noble a sus siervos de plantar doce olivos en su terreno puede representar el mandamiento del Señor a los santos de establecer asentamientos en Sion (véase D. y C. 57:8, 11, 14). El colocar centinelas alrededor de los olivos podría representar el llamamiento de los líderes y oficiales de la Iglesia de guiar a los santos en Sion. En la antigüedad, los centinelas sobre las murallas o las torres tenían la responsabilidad de proteger las ciudades, así como los viñedos y los campos, advirtiendo del peligro inminente de un ataque enemigo (véase Ezequiel 33:1–6). Las Escrituras comparan a los profetas y a los líderes del Señor con esos centinelas o atalayas (véanse Isaías 62:6; Jeremías 6:17; Ezequiel 3:17; 33:7). Por medio de la revelación, esos atalayas son capaces de ver al enemigo desde lejos, y pueden advertir a los santos ante la aproximación de peligros.

La interpretación de la torre en la parábola no es clara. Podría representar el templo que el Señor mandó que los santos edificaran en el condado de Jackson (véanse D. y C. 57:2–3; 84:1–5; 97:10–12). En un sentido más amplio, la torre podría representar a Sion, la cual los santos solo podrían edificar mediante la obediencia a los mandamientos del Señor (véanse D. y C. 101:11–12; 105:3–6). En la parábola, los siervos del noble “comenzaron a construir una torre”, pero luego, “se volvieron muy perezosos y no hicieron caso de los mandamientos de su señor” (D. y C. 101:46, 50). En consecuencia, sus enemigos los esparcieron y destruyeron sus obras.

En la parábola, el noble mandó a un siervo que juntara “la fuerza de [su] casa” y fuera a la tierra de su viña y la redimiera (véase D. y C. 101:55). El siervo representa al profeta José Smith (véase D. y C. 103:21–22). Obedeciendo el mandato del Señor, el Profeta organizó el Campo de Israel (posteriormente llamado Campo de Sion) para redimir a Sion y restaurar a los santos a sus tierras y a sus hogares (véase D. y C. 103:29–40).

La parábola presagiaba que transcurriría algún tiempo entre el Campo de Israel y la redención final de Sion. Cuando el siervo preguntó al noble cuándo sería redimida la viña, el noble respondió: “Cuando sea mi voluntad” (véase D. y C. 101:59–60). La parábola concluye diciendo que “después de muchos días todo se cumplió” (D. y C. 101:62). En una revelación posterior que disolvía el Campo de Israel, el Señor explicó por qué los santos debían esperar “un corto tiempo la redención de Sion” (D. y C. 105:9; véase D. y C. 105:1–19).

Doctrina y Convenios 101:63–66. “… he de juntar a los de mi pueblo”

Después de dar la parábola del noble y los olivos, el Señor explicó Su voluntad “en cuanto a todas las iglesias”, refiriéndose a todas las congregaciones de Santos de los Últimos Días (D. y C. 101:63). Él mandó a los santos que continuaran congregándose para que Él pudiera “estable[cerlos] en [Su] nombre en lugares santos” (D. y C. 101:64). El Señor prometió “juntar a los de [Su] pueblo, de acuerdo con la parábola del trigo y la cizaña” (véase D. y C. 101:65). La cizaña es una hierba nociva que, cuando es joven, se parece mucho al trigo, pero que al madurar se puede diferenciar de este. En la parábola del Trigo y la Cizaña, el trigo representa a los miembros fieles de la Iglesia, y la cizaña representa a los inicuos que están esparcidos entre ellos (véanse Mateo 13:24–30, 36–43; D. y C. 86:1–7).

El Señor comparó el recogimiento de Su pueblo con el recogimiento del trigo en los “graneros” (D. y C. 101:65). Antiguamente se juntaba el trigo en los graneros para protegerlo y almacenarlo en forma segura. Al hablar sobre Alma 26:5, en donde Ammón menciona las “gavillas”, o manojos de espigas, que son “recogidas en los graneros”, el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Los graneros son los santos templos” (“Honorablemente [retener] un nombre y una posición”, Liahona, mayo de 2009, pág. 97). Los miembros de la Iglesia reciben bendiciones de protección y se preparan para la gloria celestial y la vida eterna al congregarse en los santos templos del Señor para recibir las ordenanzas de salvación y hacer convenios tanto por ellos mismos como por sus antepasados.

El profeta José Smith (1805–1844) enseñó: “¿Cuál era el objeto del recogimiento del… pueblo de Dios en cualquier época del mundo?… El objeto principal era edificar una casa al Señor en la cual Él pudiera revelar a Su pueblo las ordenanzas de Su casa y las glorias de Su reino, y enseñar a la gente el camino de la salvación” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 443).

Si deseas más explicaciones sobre la parábola del Trigo y la Cizaña, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 86:1–7 en este manual.

Doctrina y Convenios 101:76–101

El Señor aconseja a los santos que busquen maneras de regresar a sus hogares en Misuri

Doctrina y Convenios 101:76–80. Dios estableció la Constitución de los Estados Unidos

El Señor instruyó a los santos de Misuri que siguieran “insistiendo” y apelaran al Gobierno “para obtener indemnización y redención” (D. y C. 101:76), es decir, que debían continuar procurando justicia y ayuda para volver a sus tierras en el condado de Jackson. También explicó que las leyes de la Constitución de los Estados Unidos “deben preservarse para los derechos y la protección de [todas las personas], conforme a principios justos y santos;

“para que todo hombre obre en doctrina y principio… de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para que todo hombre responda por sus propios pecados en el día del juicio” (D. y C. 101:77–78).

“… para este fin”, dijo el Señor, “he establecido la Constitución de [los Estados Unidos], por mano de hombres sabios que levanté para este propósito mismo” (véase D. y C. 101:80).

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) expresó su gratitud y respeto por la Constitución de los Estados Unidos: “Siento reverencia hacia la Constitución de los Estados Unidos como un documento sagrado. Para mí, sus palabras son como las revelaciones de Dios, porque Dios ha puesto Su sello de aprobación en la Constitución de esta nación. Testifico que el Dios del cielo seleccionó y envió a algunos de Sus espíritus más selectos para establecer la fundación de este gobierno como un prólogo para la restauración del Evangelio y la segunda venida de nuestro Salvador” (“The Constitution—A Glorious Standard”, Ensign, mayo de 1976, pág. 93).

Doctrina y Convenios 101:78. La libertad religiosa y la Constitución de los Estados Unidos

La persecución de los primeros santos por causa de sus creencias demostró la importancia de proteger la libertad religiosa para poder establecer el Evangelio restaurado y finalmente llevarlo a toda la tierra. En diciembre de 1833, durante una temporada de intensa persecución contra los santos en Misuri, el Señor testificó de Su divina mano en el establecimiento de la Constitución y los derechos y privilegios de la libertad religiosa que en ella se protegen. El élder Bruce R. McConkie explicó:

“Los primeros colonos que vinieron a [los Estados Unidos] huyendo de la persecución religiosa, trajeron consigo sus diversas creencias religiosas e inmediatamente comenzaron a implantar sus propios sistemas de adoración por separado, y a condenar y perseguir a todos los demás. Se quemaron brujas y se persiguió a herejes tal como en el Viejo Mundo. Los colonos norteamericanos simplemente habían trasladado a nuevas tierras las tradiciones de un cristianismo falso y decadente. Pero la Guerra de la Independencia y la necesidad de supervivencia de la nación dieron lugar a la Constitución, que contemplaba esta provisión: ‘El Congreso no hará ley alguna respecto al establecimiento de una religión ni prohibirá la libre práctica de ninguna’. Así, prácticamente les fue impuesta la libertad religiosa por un poder que escapaba a su control, y la unión de la Iglesia y el Estado quedó proscrita para siempre en los Estados Unidos.

“Que la mano del Señor estuvo en todo eso es axiomático [claro]. ‘Yo he establecido la Constitución de este país’, nos dice Él, ‘por mano de hombres sabios que levanté para este propósito mismo’. ¿Para qué? Para establecer leyes ‘que deben preservarse para los derechos y la protección de toda carne, conforme a principios justos y santos; para que todo hombre obre en doctrina y principio pertenecientes a lo futuro, de acuerdo con el albedrío moral que yo le he dado, para que todo hombre responda por sus propios pecados en el día del juicio’ (D. y C. 101:77–80)” (A New Witness for the Articles of Faith, pág. 679).

Doctrina y Convenios 101:78. “El albedrío moral” y la libertad religiosa

El Señor reveló que el “albedrío moral” —el poder para elegir y actuar por nosotros mismos— es vital para poder ser responsables y para poder “obr[ar] en doctrina y principio” (véase D. y C. 101:78).

“El albedrío es esencial en el plan de salvación del Padre Celestial, y la libertad religiosa garantiza que podamos usar nuestro albedrío para vivir y compartir lo que creemos. Todos necesitamos tener esa libertad, sin importar cuáles sean nuestras creencias.

“Pero, a pesar de su importancia, la libertad religiosa está siendo cada vez más atacada en el mundo. Es por esa razón que los Apóstoles han hablado acerca de este tema decenas de veces en la última década. Como profetas, videntes y reveladores, ellos reconocen la necesidad de defender la libertad religiosa. Cada uno de nosotros desempeña un función [en ello]” (Religious Freedom”, LDS.org).

Imagen
una familia sale de un centro de reuniones de la Iglesia

La libertad religiosa garantiza que podamos usar nuestro albedrío para vivir y compartir lo que creemos (véase D. y C. 101:77–78).

El élder Robert D. Hales, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Al caminar por el sendero de la libertad espiritual en estos últimos días, debemos entender que el uso fiel de nuestro albedrío depende de que tengamos libertad religiosa. Ya sabemos que Satanás no desea que tengamos esa libertad. Él intentó destruir el albedrío moral en los cielos; y ahora en la tierra está oponiéndose y diseminando confusión de manera implacable acerca de la libertad religiosa y socavándola; algo que es tan esencial para nuestra vida espiritual y nuestra propia salvación” (véase “Cómo preservar el albedrío y cómo proteger la libertad religiosa”, Liahona, mayo de 2015, págs. 111–112).

Doctrina y Convenios 101:81–95. “Los compararé a la parábola de la mujer y el juez injusto”

En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 101, el Señor repitió la parábola del Nuevo Testamento sobre la mujer que insistió en apelar al juez hasta que este le concedió su petición (véase D. y C. 101:81–84; véase también Lucas 18:1–8). Él comparó esta parábola con los santos en Misuri a fin de alentarlos a seguir pidiendo ayuda a los líderes gubernamentales. Los santos debían procurar justicia, comenzando por apelar ante un juez y luego, si era necesario, ante el gobernador de Misuri, y finalmente ante el presidente de los Estados Unidos (véase D. y C. 101:85–88). El Señor dijo que, si sus súplicas no recibían respuesta, Él “se levantar[ía] y saldr[ía] de su morada oculta, y en su furor afligir[ía] a la nación” (véase D. y C. 101:89).

Los santos en Misuri siguieron las instrucciones del Señor y acudieron a los tribunales del condado de Jackson para pedir indemnización (véase D. y C. 101:76) o compensación por las propiedades perdidas. Sin embargo, los jueces locales y los jurados, que estaban a favor de los que expulsaron a los santos del condado de Jackson, impidieron que los santos recibieran indemnización ante las cortes (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, págs. 468–469).

Los santos “pidieron ayuda al gobernador de Misuri, Daniel Dunklin, para restablecer a los miembros de la Iglesia a sus propiedades en el condado de Jackson; así como protección ante nuevos actos de violencia hasta que pudieran protegerse a sí mismos, y que se iniciaran las investigaciones penales por los actos de violencia cometidos contra los mormones”. El gobernador Dunklin estaba dispuesto a utilizar la milicia del estado, o soldados civiles, para escoltar a los miembros de la Iglesia de regreso a sus propiedades, pero “indicó que no tenía autoridad para mantener una fuerza militar en el condado de Jackson que protegiera a los mormones de posibles ataques en el futuro” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 407). En ese entonces, las milicias locales hacían cumplir la ley y mantenían el orden, en lugar de los departamentos de policía de la actualidad. Aunque el gobernador Dunklin había acordado ayudar a los santos a recuperar sus propiedades, al final no proporcionó la protección que había prometido (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 334).

En abril de 1834, los líderes de la Iglesia enviaron una carta al presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson, pidiendo que enviara tropas federales al condado de Jackson para proteger los derechos religiosos y de propiedad de los santos. En respuesta, el secretario de guerra, Lewis Cass, envió una carta a los líderes de la Iglesia en Misuri “declarando que el presidente no tenía el derecho de enviar tropas a Misuri para asegurar el cumplimiento de las leyes estatales” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 396, nota 441).

A pesar de sus repetidos esfuerzos, los santos de Misuri no recibieron de las autoridades gubernamentales ni protección ni compensación por las injusticias que padecieron. El Señor prometió que, si eso ocurría, Él saldría y “afligir[ía] a la nación” (véase D. y C. 101:89), es decir, que Él derramaría Sus juicios sobre ellos.