Instituto
Capítulo 38: Doctrina y Convenios 98–100


“Capítulo 38: Doctrina y Convenios 98–100”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 38”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 38

Doctrina y Convenios 98–100

Introducción y cronología

En 1833, la creciente población de Santos de los Últimos Días en el condado de Jackson, Misuri, se convirtió en motivo de gran preocupación para los pobladores originales del condado debido a las profundas diferencias culturales, políticas y religiosas entre ambos grupos. El 20 de julio de 1833, un grupo de ciudadanos de Misuri exigieron a los Santos de los Últimos Días que abandonaran el condado de Jackson. Antes de que los santos pudiesen reaccionar apropiadamente, un populacho destruyó la oficina de la imprenta de la Iglesia y cubrió con brea y plumas al obispo Edward Partridge y a Charles Allen. Tres días después, una inmensa turba amenazó con más actos de violencia, y los líderes de la Iglesia se vieron forzados a firmar un acuerdo por el cual todos los mormones abandonarían el condado de Jackson a más tardar el 1` de abril de 1834. El 6 de agosto de 1833, en Kirtland, Ohio, el profeta José Smith recibió la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 98, en la que el Señor instruyó a los santos en cuanto a la manera de reaccionar ante la persecución. El Señor también aconsejó a los santos que apoyasen “la ley constitucional del país” (D. y C. 98:6), y advirtió que guardasen sus convenios.

John Murdock se unió a la Iglesia cuando los primeros misioneros llegaron a Kirtland, Ohio, en noviembre de 1830, provenientes de Nueva York, y de inmediato comenzó a predicar el Evangelio. En junio de 1832 regresó de servir una misión en las regiones del Medio Oeste de los Estados Unidos. En una revelación que se le dio al profeta José Smith el 29 de agosto de 1832, y que está registrada en Doctrina y Convenios 99, el Señor llamó a John Murdock a continuar prestando servicio como misionero.

En octubre de 1833, el profeta José Smith y Sidney Rigdon partieron para servir una breve misión en el Alto Canadá. El 12 de octubre de 1833 se detuvieron en Perrysburg, Nueva York, y el Profeta recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 100. El Señor le aseguró al Profeta y a Sidney que sus familias en Ohio estaban bien. También los consoló concerniente a los santos en Misuri, los cuales estaban sufriendo persecución.

Junio de 1832John Murdock regresa de una misión en las regiones del Medio Oeste de los Estados Unidos.

29 de agosto de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 99.

20 de julio de 1833Un populacho del condado de Jackson, Misuri, destruye la oficina de la imprenta de la Iglesia y cubre con brea y plumas al obispo Edward Partridge y a Charles Allen.

23 de julio de 1833Bajo la amenaza de los populachos, los líderes de la Iglesia en Misuri firman un acuerdo por el cual los mormones comenzarían a marcharse del condado de Jackson, Misuri, a finales del año a más tardar.

6 de agosto de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 98.

9 de agosto de 1833Oliver Cowdery llega a Kirtland, Ohio, con noticias de la violencia de los populachos contra los santos en Misuri.

5 de octubre de 1833José Smith y Sidney Rigdon salen de Kirtland, Ohio, para predicar el Evangelio en Nueva York y Mount Pleasant, Alto Canadá (actual Ontario).

12 de octubre de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 100.

Doctrina y Convenios 98: Antecedentes históricos adicionales

Poco después de que el Señor declarara que había de construirse la ciudad de Sion y un templo en Independence, Misuri (véase D. y C. 57:1–3), centenares de Santos de los Últimos Días comenzaron a congregarse en la región del condado de Jackson. Para el verano de 1833, se estima que más de mil doscientos miembros de la Iglesia se habían establecido en Misuri (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, ed. Gerrit J. Dirkmaat y otros, 2014, pág. 121). Esa creciente población de Santos de los Últimos Días, o mormones, se convirtió en motivo de gran preocupación para los pobladores originales del condado de Jackson, debido a las profundas diferencias culturales, políticas y religiosas entre ambos grupos, que condujeron a malentendidos y conflictos.

Imagen
copia de la primera página del ejemplar del periódico The Evening and the Morning Star de junio de 1832

The Evening and the Morning Star fue el primer periódico de la Iglesia; se comenzó a publicar a comienzos de junio de 1832 en Independence, Misuri, hasta que un populacho destruyó la oficina de la imprenta. Posteriormente se publicó en Kirtland, Ohio, hasta septiembre de 1834.

En julio de 1833, William W. Phelps publicó un editorial titulado “Gente de color liberada” en The Evening and the Morning Star, el periódico de la Iglesia en Misuri. Algunos lugareños que apoyaban la esclavitud consideraron el título del artículo de William W. Phelps una declaración política, y la interpretaron como una invitación a que los antiguos esclavos se establecieran en Misuri. Esto hizo crecer la tensión y, unos días más tarde, unos trescientos ciudadanos firmaron un documento pidiendo que todos los mormones abandonaran el condado de Jackson. El 20 de julio de 1833, un comité que representaba a esos ciudadanos presentó una lista de sus demandas a los líderes de la Iglesia en el condado de Jackson, y les ordenaron responder en quince minutos. Cuando los líderes de la Iglesia se negaron a satisfacer las demandas del grupo, una multitud hostil en la ciudad de Independence procedió a destruir la imprenta de la Iglesia donde se estaba imprimiendo el Libro de Mandamientos. La turba también cubrió de brea y plumas al obispo Edward Partridge y a Charles Allen (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, págs. 186–187). Tres días después, el 23 de julio de 1833, un populacho compuesto por unos quinientos residentes amenazó con ejercer más violencia contra los miembros de la Iglesia que vivían en el condado de Jackson. Seis líderes de la Iglesia se “‘ofrecieron como rescate [al populacho] a cambio de la Iglesia, dispuestos a ser azotados y morir si eso aplacaba su ira en contra de la Iglesia’ [“To His Excellency, Daniel Dunklin”, The Evening and the Morning Star, diciembre de 1833, pág. 114], pero el populacho decretó que todos los miembros de la Iglesia debían irse o perecer” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 187). Bajo esa amenaza de violencia, los líderes de la Iglesia firmaron un acuerdo en el que se comprometían a que los líderes de la Iglesia y la mitad de los miembros de la Iglesia abandonarían el condado de Jackson para el 1º de enero de 1834, mientras que el resto saldría, a más tardar, el 1º de abril de 1834 (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 187).

Oliver Cowdery partió inmediatamente de Independence, Misuri, y viajó a Kirtland, Ohio, para dar un informe de primera mano a los líderes de la Iglesia de todo lo sucedido; llegó a Kirtland el 9 de agosto de 1833. El 6 de agosto de 1833, el profeta José Smith había dictado la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 98, en la que el Señor enseñaba a los santos cómo debían responder ante la persecución. Esa revelación, junto con las revelaciones registradas en Doctrina y Convenios 9497, fueron transcritas en una carta que se envió a los líderes de la Iglesia en Misuri el 7 de agosto, dos días antes de la llegada de Oliver Cowdery a Kirtland. Si bien el Profeta ciertamente estaba al tanto de las tensiones en aumento que había entre los miembros de la Iglesia y los residentes no mormones del condado de Jackson, él no podía haber sabido de las agresiones que habían tenido lugar el 20 y el 23 de julio en Independence, Misuri, antes de recibir esa revelación.

Imagen
plaza pública de Independence, Misuri

Plaza pública de Independence, Misuri, cerca del sitio donde el populacho agredió al obispo Edward Partridge y al hermano Charles Allen.

Doctrina y Convenios 98:1–22

El Señor consuela a los santos y les aconseja que observen las leyes del país y guarden sus convenios

Doctrina y Convenios 98:1–3. “… todas las cosas… obrarán juntamente para vuestro bien”

Aunque el profeta José Smith aún no había recibido noticias de los ataques y las agresiones que habían tenido lugar en el condado de Jackson, Misuri, los días 20 y 23 de julio de 1833, la revelación que recibió el día 6 de agosto en Kirtland, Ohio, demuestra que el Señor estaba bien al tanto de las pruebas y los sufrimientos de los miembros de la Iglesia allí. El Señor aseguró a los santos que Él había escuchado sus oraciones, y los alentaba diciendo: “no temáis… todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien” (D. y C. 98:1, 3; véase también Romanos 8:28). El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que las pruebas pueden refinarnos y fortalecernos:

“Las revelaciones por las que estamos agradecidos manifiestan que debemos dar gracias aun por nuestras aflicciones ya que estas hacen que nos volvamos a Dios y nos brindan oportunidades de prepararnos para llegar a ser lo que Dios desea… Brigham Young [comprendía este principio]: ‘En esta vida no hay ni una sola condición [o] experiencia de siquiera una hora que no sea provechosa para aquellos que la estudian y se esfuerzan por mejorar gracias a lo que de ello aprenden’ (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 189… 

“Leemos estas palabras del presidente John Taylor, sobre el tema de la gratitud por el sufrimiento: ‘Por los padecimientos experimentados, hemos aprendido mucho. Lo llamamos sufrimiento. Yo lo llamo la escuela de la experiencia… Nunca he considerado esas cosas sino como pruebas cuya finalidad es purificar a los santos de Dios para que puedan ser, como dicen las Escrituras, como el oro que ha sido purificado siete veces en el fuego’ (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2001, pág. 225). Pioneros como el presidente John Taylor, que fueron testigos del asesinato de su profeta y que sufrieron una prolongada persecución y penurias increíbles a causa de su fe, alabaron a Dios y le dieron gracias. Por medio de sus desafíos y de los actos valientes e inspirados que realizaron para afrontarlos, crecieron en fe y en espíritu. Por medio de sus aflicciones se convirtieron en lo que Dios deseaba que llegasen a ser y pusieron los cimientos para la gran obra que bendice nuestra vida en la actualidad” (véase “Demos las gracias en todas las cosas”, Liahona, mayo de 2003, págs. 96–97).

Cuando era miembro de la Primera Presidencia, el élder Dieter F. Uchtdorf amplió nuestro entendimiento de lo que significa ser agradecidos en todas las cosas:

“Es fácil estar agradecido por cosas cuando la vida parece marchar sin problemas; pero ¿qué ocurre con las ocasiones en las que lo que deseamos parece ser algo inalcanzable?

“Permítanme proponer que consideremos la gratitud como una disposición, un modo de vida que es independiente de nuestra situación actual. En otras palabras, lo que quiero decir es que en vez de estar ‘agradecidos por cosas’, nos concentremos en estar ‘agradecidos en nuestras circunstancias’, cualesquiera que sean… 

“Cuando somos agradecidos a Dios en nuestras circunstancias, podemos sentir una serena paz en medio de la tribulación; en la angustia, podemos elevar nuestro corazón en alabanza; en el dolor, podemos regocijarnos en la expiación de Cristo; en el frío del amargo dolor, podemos sentir la cercanía y la calidez del abrazo de los cielos.

“A veces pensamos que el ser agradecido es lo que hacemos después de que se resuelven nuestros problemas, pero esa es una perspectiva sumamente estrecha. ¿Cuánto pasamos por alto en la vida cuando esperamos ver el arco iris antes de darle gracias a Dios por la lluvia?

“El ser agradecido en tiempos de aflicción no significa que estamos complacidos con nuestras circunstancias; lo que significa es que mediante los ojos de la fe podemos ver más allá de nuestras dificultades actuales.

“Esta no es una gratitud que proviene de los labios, sino del alma; es gratitud que sana el corazón y ensancha la mente” (“Agradecidos en cualquier circunstancia”, Liahona, mayo de 2014, págs. 75–76).

Doctrina y Convenios 98:4–8. “… la ley constitucional del país”

Los santos que sufrieron un trato cruel en el condado de Jackson, Misuri, durante el verano de 1833, debían haber recibido protección de acuerdo con la ley constitucional de los Estados Unidos. El Señor explicó que, cuando “la ley del país… es constitucional [y] apoya ese principio de libertad en la preservación de derechos y privilegios”, esa ley “pertenece a toda la humanidad y es justificable ante [Él]” (véase D. y C. 98:5). Los santos están, entonces, justificados en apoyar esa ley (véase D. y C. 98:6; véase también D. y C. 101:77–80). El Señor enseñó a los santos que, a pesar de haber sufrido por causa de quienes ignoraron la ley, ellos aún debían apoyar “la ley constitucional del país” (D. y C. 98:6).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enseñó: “La Constitución bajo la cual vivimos [en los Estados Unidos] y la cual no solo nos ha bendecido sino que se ha convertido en el modelo para otras constituciones, es nuestra seguridad nacional inspirada por Dios, que asegura libertad, justicia e igualdad ante la ley” (“Los tiempos en los que vivimos”, Liahona, enero de 2002, pág. 85).

El élder L. Tom Perry (1922–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, instó a los santos de todo el mundo a conocer y apoyar las leyes de sus propias naciones: “Como miembros de la Iglesia, vivimos bajo la bandera de diversos países. ¡Cuán importante es que comprendamos cuál es nuestro lugar y posición en los varios países en que vivimos! Tenemos que conocer la historia, el legado y las leyes de los países que nos gobiernan. En los países que nos otorgan el derecho de participar en los asuntos del gobierno, debemos utilizar nuestro albedrío y tomar parte activa en la causa de apoyar y defender los principios de la verdad, la justicia y la libertad” (véase “Una celebración conmemorativa”, Liahona, enero de 1988, pág. 70).

Doctrina y Convenios 98:9–10. “… a hombres buenos y sabios debéis esforzaros por apoyar”

El Señor mandó a los santos que apoyaran “la ley constitucional del país” (D. y C. 98:6), que se ha formulado para mantener los “derechos y privilegios” de todas las personas (D. y C. 98:5), y que busquen “diligentemente” líderes cívicos que sean “honrados”, “buenos” y “sabios” (D. y C. 98:10). No importa cuán éticas sean las leyes, cuando los líderes del gobierno son corruptos “el pueblo se lamenta” y sufre las consecuencias de un liderazgo inicuo (véase D. y C. 98:9; véase también Proverbios 29:2).

Debido a que a veces resulta difícil distinguir entre los justos y los inicuos (véase D. y C. 10:37), se alienta a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a estudiar seriamente los problemas así como las posturas de los candidatos en su ámbito local y nacional. El élder Joseph B. Wirthlin (1917–2008), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

“Debemos apoyar a aquellos que creemos actuarán con integridad y cumplirán nuestras ideas de buen gobierno… 

“La Iglesia tiene una norma de estricta neutralidad política, sin favorecer a ningún partido ni candidato, pero todo miembro debe tomar parte activa en el proceso político. Debemos estudiar los asuntos y los candidatos para estar seguros de que nuestros votos se basen en el conocimiento y no en los rumores. Tenemos que orar por los que ocupan puestos públicos y pedirle al Señor que les ayude al tomar decisiones importantes que nos afecten” (“Busquemos lo bueno”, Liahona, julio de 1992, págs. 97–98).

Doctrina y Convenios 98:11–15. “… he decretado… probaros… para ver si permanecéis en mi convenio”

El Señor prometió a Sus santos en Misuri que, si eran obedientes a Sus mandamientos, no tendrían necesidad de temer a sus enemigos (véase D. y C. 98:14). También les explicó que Él impartiría instrucción espiritual a Su pueblo “línea sobre línea” (D. y C. 98:12), es decir, que recibirían comprensión gradualmente en lugar de todo de una vez. Con el conocimiento limitado que habían recibido los santos, Dios “[l]os pondr[ía] a prueba y [l]os probar[ía]” para ver si serían fieles y guardarían el convenio que Él les había ofrecido (véase D. y C. 98:12; véase también D. y C. 66:2). El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó: “La prueba que nos da un Dios amoroso no es ver si somos capaces de sobrellevar la dificultad, sino si la sobrellevamos bien. Superamos la prueba cuando demostramos que lo recordamos a Él y los mandamientos que nos ha dado. Perseverar o sobrellevar bien las pruebas consiste en guardar esos mandamientos sea cual sea la oposición, la tentación o la confusión que nos rodee” (véase “Con la fuerza del Señor”, Liahona, mayo de 2004, pág. 17).

Doctrina y Convenios 98:19–22. “… las puertas del infierno no prevalecerán en contra de vosotros”

El Señor dijo que Él no estaba “bien complacido con muchos” de los santos en Kirtland, Ohio, porque “no abandona[ba]n sus pecados, ni sus malas costumbres, ni el orgullo de sus corazones, ni su codicia ni todas sus cosas abominables, para observar las palabras de sabiduría y de vida eterna que [Él] les [había] dado” (véase D. y C. 98:19–20). Él les advirtió que los disciplinaría si no se arrepentían y obedecían Sus mandamientos (véase D. y C. 98:21).

El Señor aseguró a los santos de Misuri que, si obedecían Sus mandamientos, Él “apartar[ía] toda ira e indignación… y las puertas del infierno no prevalecer[ían] en contra” de ellos (véase D. y C. 98:22). El presidente Gordon B. Hinckley enseñó:

“Nuestra seguridad yace en el arrepentimiento. Nuestra fortaleza proviene de la obediencia a los mandamientos de Dios.

“Oremos siempre; oremos por la rectitud; oremos por las fuerzas del bien. Tendamos una mano para ayudar a hombres y mujeres de buena voluntad de cualquier religión y doquiera que vivan. Permanezcamos firmes en contra del mal, tanto aquí como en el extranjero. Vivamos dignos de las bendiciones del cielo, reformando nuestra vida en lo que sea necesario, y con la mirada puesta en Él, el Padre de todos nosotros. Él ha dicho: ‘Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios’ (Salmos 46:10)” (véase “Los tiempos en los que vivimos”, pág. 86).

Doctrina y Convenios 98:23–48

El Señor enseña a los santos cómo responder a la persecución, y explica cuándo se justifica la guerra

Doctrina y Convenios 98:16, 23–48. “… renunciad a la guerra y proclamad la paz”

El consejo de “renuncia[r] a la guerra y proclama[r] la paz” (véase D. y C. 98:16), junto con las instrucciones detalladas que dio el Señor tocante a cuándo está justificada la guerra, ayudaron a aclarar cómo debían responder los santos a la violenta persecución que enfrentaban en el condado de Jackson, Misuri.

Los principios que se enseñan en Doctrina y Convenios 98 han sido recalcados por los profetas y apóstoles modernos. El presidente Russell M. Nelson, en aquel entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, analizó cómo podemos “proclama[r] la paz” a nivel personal: “Como Iglesia, debemos ‘renuncia[r] a la guerra y proclama[r] la paz’ [véase D. y C. 98:16]. Como personas, debemos seguir ‘lo que conduce a la paz’ [Romanos 14:19], ser pacificadores y vivir en paz, como matrimonios, familias y vecinos. Debemos vivir la Regla de Oro… y ensanchar nuestro círculo de amor para abarcar a toda la familia humana” (véase “Bienaventurados los pacificadores”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 41).

Imagen
muestra de la imprenta en Independence, Misuri, centro de visitantes

Una representación de la oficina de la imprenta de la Iglesia y hogar de William W. Phelps en Independence, Misuri, que fue destruida por un populacho el 20 de julio de 1833.

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó la importancia de proclamar la paz, pero también señaló que hay veces en que la guerra está justificada:

“En una democracia podemos renunciar a la guerra y proclamar la paz… No obstante, todos también debemos tener presente otra responsabilidad fundamental… 

“Está claro [de los ejemplos de las Escrituras] que hay ocasiones y circunstancias en las que las naciones tienen motivos justificados, o de hecho, la obligación de luchar por la familia, por la libertad y contra la tiranía, las amenazas y la opresión…

“Al fin de cuentas, nosotros, los de esta Iglesia, somos gente de paz. Somos seguidores de nuestro Redentor, el Señor Jesucristo, que fue el Príncipe de Paz. Pero aun Él dijo: ‘No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada’ (Mateo 10:34).

“Esto nos sitúa en la posición de los que anhelan la paz, de los que enseñan la paz, de los que trabajan por la paz, pero que también son ciudadanos de naciones, por lo que estamos sujetos a las leyes de nuestros gobiernos. Además, somos amantes de la libertad, comprometidos a defenderla en dondequiera que esté en peligro. Creo que Dios no tendrá por responsables a los hombres ni a las mujeres militares que, como agentes de su gobierno, llevan a cabo lo que legalmente están obligados a hacer. Podrá ser, aun, que Él nos haga responsables a nosotros si intentamos impedir u obstruir el camino de los que están participando en la lucha contra las fuerzas del mal y de represión” (véase “La guerra y la paz”, Liahona, mayo de 2003, pág. 80).

El 9 de agosto de 1833, varios días después de que la Presidencia del Sumo Sacerdocio enviara las revelaciones registradas en Doctrina y Convenios 94 y 97–98 a los santos en Misuri, Oliver Cowdery llegó desde el condado de Jackson e informó al profeta José Smith de las hostilidades y los ataques que se habían producido en Misuri. El Profeta escribió una carta el 18 de agosto de 1833 para consolar a los santos en Misuri. Las noticias de la violencia en Misuri también envalentonaron a los enemigos de los santos en Ohio, por lo que se hizo necesario que los miembros de la Iglesia montaran guardia de noche en sus casas “para mantener a distancia a los del populacho” (José Smith, en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 263).

En su carta del 18 de agosto a los santos en Misuri, el profeta José Smith (1805–1844) enseñó que el Señor los libraría si ellos eran fieles:

“Satanás ha descendido con gran ira contra toda la Iglesia de Dios y no hay seguridad sino en el brazo de Jehová. Nadie más puede librar, y Él no librará a menos que demostremos ser fieles a Él aun en medio de la tribulación más grave, porque quien desee que sus ropas sean lavadas en la sangre del Cordero debe pasar por gran tribulación, aun la mayor de todas las aflicciones. Pero sepan esto: cuando los hombres los traten así, cuando hablen falsamente toda clase de mal sobre ustedes por causa de Cristo, sepan que Él es su amigo, y yo sé ciertamente que Él librará prontamente a Sion, porque tengo Su convenio inmutable de que así será. Mas Dios se complace en mantener oculto de mi vista los medios exactos por los que se harán estas cosas… 

“Debemos esperar pacientemente hasta que el Señor [venga]” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, págs. 263–265; se ha estandarizado la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas).

Doctrina y Convenios 99: Antecedentes históricos adicionales

John Murdock recibió un ejemplar del Libro de Mormón cuando los misioneros procedentes de Nueva York recién llegaron a la región de Kirtland, Ohio, en noviembre de 1830. “Él escribió que ‘el Espíritu del Señor descansó sobre mí’ cuando leyó el Libro de Mormón, ‘testificándome de la verdad’. La esposa de John, Julia Clapp Murdock, ‘era llena del Espíritu cuando [él] leía’ para ella. Ambos fueron bautizados y confirmados, y él fue ordenado élder. ‘Este fue realmente un tiempo de derramamiento del Espíritu’, escribió él. ‘Yo sé que el Espíritu descansó sobre mí como nunca antes’” (Steven C. Harper, “Murdock, John”, en Dennis L. Largey y Larry E. Dahl, eds., Doctrine and Covenants Reference Companion, 2012, pág. 429). En abril de 1831, Julia murió tras dar a luz a mellizos, dejando a John a cargo del cuidado de cinco hijos. Emma Smith también había dado a luz mellizos en el mes de abril, pero ambos habían muerto al nacer. Luego de estas tragedias, John permitió que José y Emma adoptaran a sus mellizos y los criaran como si fueran sus propios hijos (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 272).

En una revelación que el profeta José Smith recibió el 6 de junio de 1831, el Señor llamaba a John Murdock a predicar el Evangelio en Misuri (véase D. y C. 52:2–3, 8–9). John hizo arreglos para que sus tres hijos mayores estuvieran atendidos, y luego acompañó a los élderes a Misuri, donde continuó predicando el Evangelio por muchos meses. A su regreso a Ohio, en junio de 1832, se enteró de que uno de los mellizos que José y Emma habían adoptado había fallecido a causa del sarampión en marzo de aquel año, tras el violento ataque de un populacho en Hiram, Ohio, en el cual cubrieron con brea y plumas al Profeta (véase Lisa Olsen Tait, “‘Abandono cualquier otro asunto’: Los primeros misioneros”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, págs. 92–93, o history.lds.org).

John Murdock pasó el verano de 1832 cuidando a sus tres hijos mayores. En una revelación que recibió el profeta José Smith el 29 de agosto de 1832, John fue llamado nuevamente a servir como misionero. En esa revelación, el Señor le mandó enviar a sus tres hijos a Misuri, al cuidado del obispo Edward Partridge (véase D. y C. 99:6). Una vez hechos los arreglos para el cuidado de sus hijos, John partió a la región del este de los Estados Unidos el 24 de septiembre de 1832 (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, págs. 272–273).

La revelación registrada en Doctrina y Convenios 99 no está en la secuencia cronológica correcta con respecto a las otras secciones del libro debido a un error en la fecha de la revelación cuando se imprimió la edición de 1876 de Doctrina y Convenios. Ese error fue corregido en la edición de 1981, pero se conservó el lugar que ocupa la revelación en Doctrina y Convenios y su numeración, de modo que las referencias a esa sección en otras publicaciones siguieran siendo correctas (véase Dennis A. Wright, “Historical context and overview of Doctrine and Covenants 99”, en Doctrine and Covenants Reference Companion, pág. 805).

Imagen
Mapa 2: Algunas ubicaciones importantes de los albores de la historia de la Iglesia

Doctrina y Convenios 99

El Señor llama a John Murdock a proclamar el Evangelio

Doctrina y Convenios 99:1–4. “Y el que te reciba, me recibe a mí”

Durante el ministerio terrenal de Jesucristo, Él llamó, comisionó y envió a Sus siervos a proclamar el Evangelio. Al hacerlo, les dijo: “El que os recibe a vosotros, a mí me recibe” (Mateo 10:40). El Señor repitió esa promesa en agosto de 1832, al llamar a John Murdock a continuar proclamando el Evangelio (véase D. y C. 99:2; véase también D. y C. 84:35–38).

Este principio de recibir a aquellos a quienes el Señor llama también se aplica al sostenimiento que hacemos de los líderes de la Iglesia. El presidente Marion G. Romney (1897–1988), de la Primera Presidencia, enseñó: “Merece la pena recalcar esta declaración: ‘El que recibe a mis siervos, me recibe a mí’ [D. y C. 84:36]. ¿Quiénes son Sus siervos? Son Sus representantes en los oficios del sacerdocio: los oficiales generales, de estaca, de cuórums del sacerdocio y de barrio. Nos conviene tener esto presente cuando seamos tentados a discrepar de nuestras autoridades presidentes, obispos, presidentes de cuórum y estaca, etc., cuando, dentro de la jurisdicción de sus llamamientos, ellos nos den consejo y guía” (en Conference Report, octubre de 1960, pág. 73).

Doctrina y Convenios 99:2. “… tendrás el poder para declarar mi palabra con la demostración de mi Santo Espíritu”

El Señor prometió a John Murdock: “… tendrás el poder para declarar mi palabra con la demostración de mi Santo Espíritu” (D. y C. 99:2). Los que son llamados a enseñar el evangelio restaurado de Jesucristo deben apoyarse en el Espíritu antes que confiar en sus propias habilidades y talentos. El profeta José Smith declaró: “Ningún hombre puede predicar el Evangelio sin el Espíritu Santo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 353).

El presidente Brigham Young (1801–1877) enseñó lo siguiente con respecto al poder del Espíritu para convencer:

“Cualquier cosa que no sea esa influencia [del Espíritu] no podrá convencer a ninguna persona acerca de la veracidad del Evangelio de salvación… 

“Cuando vi a un hombre sin elocuencia ni talento para hablar en público que solo pudo decir: ‘Yo sé, por el poder del Espíritu Santo, que el Libro de Mormón es verdadero, que José Smith es un profeta del Señor’, el Espíritu Santo que provenía de ese hombre iluminó mi entendimiento, y vi la luz, la gloria y la inmortalidad ante mí. Me sentí rodeado y lleno de ello, y supe por mí mismo que el testimonio de ese hombre era verdadero… Mi propio juicio, mis dones naturales y mi educación se inclinaron ante este sencillo pero poderoso testimonio” (“A Discourse”, Deseret News, 9 de febrero de 1854, pág. 4).

Doctrina y Convenios 99:6. Dejar la familia para servir una misión

Imagen
John Murdock

John Murdock fue uno de los primeros conversos en Kirtland, Ohio, y sirvió como misionero y líder de la Iglesia durante toda su vida.

Cortesía de los archivos de la Iglesia

Siendo obediente a la revelación registrada en Doctrina y Convenios 99, John Murdock envió a sus tres hijos mayores al obispo Edward Partridge en Misuri, quien hizo los arreglos para que vivieran con familias Santos de los Últimos Días en Sion, y luego partió a su misión en la región del este de los Estados Unidos (véase D. y C. 99:1). Unos años más tarde se mudó a Misuri, y luego a Nauvoo, Illinois, donde sirvió como obispo. Tras emigrar con los santos al oeste, a Utah, John sirvió nuevamente como obispo, y fue uno de los primeros misioneros en Australia (véase Harper, “Murdock, John” en Doctrine and Covenants Reference Companion, pág. 429).

El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) relató un ejemplo similar de compromiso cuando habló de su padre, George T. Benson:

“Cuando pienso en la forma en que ponemos de manifiesto nuestra fe, pienso inevitablemente en el ejemplo de mi propio padre. Recuerdo vívidamente cómo llegó a mi vida el espíritu de la obra misional. Yo tenía casi trece años de edad cuando mi padre recibió su llamamiento de ir a la misión… 

“Nos reunimos alrededor del viejo sofá de la sala, y papá nos habló de su llamamiento misional. Entonces, mamá dijo: ‘Nos enorgullece saber que a papá se le considera digno de ir a una misión. Hemos llorado un poco porque eso significa que estaremos dos años separados’… 

“Y mi padre se fue a la misión. Aun cuando en aquella época yo no comprendía en toda su amplitud la intensidad de la dedicación de mi padre, ahora comprendo mejor que su pronta aceptación de ese llamamiento fue evidencia de su gran fe. Todo poseedor del sacerdocio, ya sea joven o mayor, debe esforzarse por adquirir esa clase de fe” (“Las características divinas del Maestro”, Liahona, enero de 1987, págs. 46–47).

Doctrina y Convenios 100: Antecedentes históricos adicionales

Freeman Nickerson vivía en Perrysburg, Nueva York, y fue bautizado en abril de 1833 junto con su esposa, Huldah. Dos meses después, el hijo de los Nickerson, Moses, fue a visitarlos desde el Alto Canadá y expresó interés en escuchar el Evangelio. En septiembre de 1833, Freeman y Huldah viajaron a Kirtland, Ohio, y pidieron al profeta José Smith que fuera a Nueva York y al Alto Canadá a predicar el Evangelio a sus familiares. En respuesta a su petición, el profeta José Smith y Sidney Rigdon partieron con los Nickerson el 5 de octubre de 1833, y llegaron a su casa en Perrysburg, Nueva York, el 12 de octubre de 1833.

El día que llegaron a Perrysburg, el Profeta escribió en su diario: “Siento claramente que el Señor está con nosotros, pero siento mucha ansiedad por mi familia” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1833, pág. 323; véanse las páginas 321–323). Ese mismo día recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 100, que contiene palabras de consuelo del Señor. El Profeta y Sidney Rigdon continuaron entonces su viaje a Canadá, predicaron el Evangelio durante más de una semana y bautizaron a catorce personas, entre ellas a Moses Nickerson y a su hermano, Eleazer.

José Smith y Sidney Rigdon volvieron a casa con sus familias en Kirtland el 4 de noviembre de 1833, tras lo cual el Profeta escribió que su familia estaba “bien, de acuerdo con la promesa del Señor, por cuyas bendiciones deseo agradecer a Su santo nombre” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 323; se ha estandarizado la puntuación).

Imagen
Mapa 5: La región de Nueva York, Pensilvania y Ohio, Estados Unidos

Doctrina y Convenios 100

El Señor consuela e instruye a José Smith y a Sidney Rigdon

Doctrina y Convenios 100:1. “… vuestras familias están bien; están en mis manos”

En octubre de 1833, el profeta José Smith había dejado ya su hogar y a su familia en varias ocasiones para predicar el Evangelio y atender los asuntos de la Iglesia haciendo, incluyendo dos largos viajes al condado de Jackson, Misuri, de ida y vuelta. Es comprensible que, el 5 de octubre de 1833, cuando partió para servir una misión en Nueva York y el Alto Canadá junto con Sidney Rigdon, el Profeta sintiera preocupación por tener que dejar a su familia. Emma y él habían perdido cuatro hijos en los primeros seis años de matrimonio, y en octubre de 1833, José y Emma tenían dos hijos pequeños en casa: Julia, de dos años de edad, y Joseph III, que estaba a punto de cumplir un año. Al Profeta le preocupaba también la seguridad de su familia, dado que la oposición a los santos en Kirtland, Ohio, iba en aumento (véase Eric Smith, “Una misión a Canadá”, en Revelaciones en contexto, págs. 216–217, o history.lds.org). El Señor calmó la ansiedad del Profeta en cuanto a su familia cuando les aseguró a Sidney y a él: “… vuestras familias están bien; están en mis manos” (D. y C. 100:1).

El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, dio el siguiente consejo y esta promesa reconfortantes a quienes sirven al Señor:

“Al prestarle servicio devoto, Él se acerca más a los de nuestra familia a quienes amamos. Cada vez que en mi servicio al Señor se me ha pedido que me mude o que deje a mi familia, he podido ver que el Señor estaba bendiciendo a mi esposa y a mis hijos… 

“Recuerden la promesa que el Señor les hizo a José Smith y a Sidney Rigdon cuando estaban lejos de su familia al servicio de Él: ‘Mis amigos Sidney y José, vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder’ [D. y C. 100:1]… 

“Mi promesa a ustedes, los que oran y prestan servicio al Señor, no puede ser que recibirán toda bendición que deseen para ustedes y su familia; pero sí puedo prometerles que el Salvador se acercará a ustedes y los bendecirá, igual que a su familia, con lo que sea mejor. Tendrán el consuelo de Su amor y, como respuesta, sentirán Su proximidad a medida que extiendan sus brazos para servir a los demás. Al vendar las heridas de los necesitados y ofrecer la purificación de Su expiación a los que estén afligidos por el pecado, el poder del Señor los sostendrá. Sus brazos se extienden junto con los de ustedes para socorrer y bendecir a los hijos de nuestro Padre Celestial, incluso a aquellos en su familia” (véase “Venid a mí”, Liahona, mayo de 2013, pág. 24).

Doctrina y Convenios 100:3–4. “… se abrirá una puerta eficaz… para la salvación de almas”

A principios de 1833, los misioneros recorrieron el oeste de Nueva York y bautizaron a muchos conversos (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 321). Durante su misión de un mes al norte del estado de Nueva York y al Alto Canadá, el profeta José Smith y Sidney Rigdon vieron cumplirse la promesa del Señor de abrir “una puerta eficaz”, dado que predicaron el Evangelio a muchas personas (véase D. y C. 100:3). Moses Nickerson, el hijo de Freeman Nickerson, fue bautizado luego de escuchar el mensaje del Evangelio de esos misioneros. En 1836, el élder Parley P. Pratt regresó a esa misma región del Alto Canadá para predicar el Evangelio. Moses Nickerson le dio una carta de presentación al élder Pratt, la cual este usó para reunirse con John Taylor, quien más tarde llegaría a ser el tercer Presidente de la Iglesia (véase Smith, “Una misión a Canadá”, en Revelaciones en contexto, pág. 221, o history.lds.org).

Doctrina y Convenios 100:5–8. “… expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón”

El Señor mandó al profeta José Smith y a Sidney Rigdon que predicaran el Evangelio expresando “los pensamientos que [Él] [les] pondr[ía] en [el] corazón” (véase D. y C. 100:5). Luego el Señor prometió: “porque os será dado en la hora, sí, en el momento preciso, lo que habéis de decir” (D. y C. 100:6), haciendo eco de la promesa que Él había hecho a Sus discípulos durante Su ministerio terrenal (véase Mateo 10:19–20).

El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó cómo el Señor pone pensamientos en nuestro corazón: “El Espíritu Santo es el que confirma tus palabras cuando enseñas y testificas. Es el Espíritu Santo que, al hablar en situaciones hostiles, te pone en el corazón las palabras que debes decir y cumple la promesa del Señor de que ‘no seréis confundidos delante de los hombres’ (D. y C. 100:5)” (véase “El poder de los convenios”, Liahona, mayo de 2009, pág. 22).

El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

“Confíen en el Señor. Él es el Buen Pastor. Él conoce a Sus ovejas y Sus ovejas conocen la voz de Él; y hoy, la voz del Buen Pastor es la de ustedes y la mía… 

“No es necesario ser una persona extrovertida ni un maestro elocuente ni persuasivo. Si tienen amor y esperanza perdurables, el Señor ha prometido: ‘… alzad vuestra voz a este pueblo [y] expresad los pensamientos que pondré en vuestro corazón, y no seréis confundidos delante de los hombres;

“‘[y] os será dado… en el momento preciso, lo que habéis de decir’ (véase D. y C. 100:5–6)” (véase “Confíen en el Señor”, Liahona, noviembre de 2013, pág. 44).

Doctrina y Convenios 100:9–11. “… portavoz para este pueblo”

En cumplimiento con una profecía registrada en el Libro de Mormón, el Señor nombró a Sidney Rigdon para ser “portavoz” del profeta José Smith (véanse 2 Nefi 3:17–18; D. y C. 100:9–11). El presidente George Q. Cannon (1827–1901), de la Primera Presidencia, dijo: “Quienes conocimos a Sidney Rigdon sabemos la forma maravillosa en que Dios lo inspiraba, y con cuánta elocuencia declaraba la palabra de Dios al pueblo. Él era un hombre poderoso en las manos de Dios, como un portavoz, mientras el Profeta vivía, o hasta un poco antes de su muerte” (“Discourse by Prest. George Q. Cannon”, Deseret News, 23 de abril de1884, pág. 210).

Sidney sería un “portavoz” para el Profeta, pero José Smith sería un “revelador” para Sidney y, de ese modo, Sidney Rigdon obtendría “la certeza de todas las cosas pertenecientes [al] reino [del Señor] sobre la tierra” (véase D. y C. 100:11). Tristemente, fue ese llamamiento de “portavoz” lo que Sidney Rigdon usó pocas semanas después del fallecimiento del profeta José Smith para reclamar erróneamente su derecho a ser “un guardián del pueblo”, o la persona que debía dirigir la Iglesia (véase History of the Church, tomo VII, págs. 229–230).

Doctrina y Convenios 100:13–17. “… levantaré para mí un pueblo puro”

A finales de agosto de 1833, el profeta José Smith envió a Orson Hyde y a John Gould al condado de Jackson, Misuri, con cartas y otros documentos para consolar a los atribulados miembros de la Iglesia en esa región. Esos dos hombres regresaron a Kirtland, Ohio, el 25 de noviembre de 1833 con las lamentables noticias de que los ataques contra los santos en el condado de Jackson se habían reanudado (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 325, nota 39).

El 12 de octubre de 1833, el profeta José Smith había recibido la promesa del Señor de que Sion sería redimida después de ser disciplinada por un tiempo (véase D. y C. 100:13). Esa disciplina sería el medio para preparar “un pueblo puro” que “servir[ía] [al Señor] en rectitud” (véase D. y C. 100:16). El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Para la Iglesia, las Escrituras indican una acelerada separación de justos e injustos, y un acelerado progreso numérico y espiritual; todo eso precederá a los días en que el pueblo de Dios tendrá ‘por armas su rectitud’ —no armas de guerra— y en que la gloria de Dios se derramará sobre ellos (véase 1 Nefi 14:14; véanse también 1 Pedro 4:17; D. y C. 112:25). El Señor ha dispuesto que los de Su pueblo sean probados y sean puros (véanse D. y C. 101:4; 100:16; 136:31) porque ‘no hay nada que el Señor tu Dios disponga en su corazón hacer que él no haga’ (Abraham 3:17)” (véase “Porque yo os guiaré”, Liahona, julio de 1988, pág. 8).