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Capítulo 36: Doctrina y Convenios 93


“Capítulo 36: Doctrina y Convenios 93”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno, 2017

“Capítulo 36”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 36

Doctrina y Convenios 93

Introducción y cronología

El 6 de mayo de 1833, el profeta José Smith recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 93. En esta revelación, el Salvador enseñó a los santos cómo adorar y “ven[ir] al Padre en mi nombre, y… recib[ir] de su plenitud” (D. y C. 93:19). También enseñó cómo podemos recibir verdad y luz, y mandó al Profeta y a otros líderes de la Iglesia que pusieran sus propias casas en orden para que sus familias pudieran fortalecerse y ser protegidas (véase D. y C. 93:43–50).

2 de febrero de 1833José Smith finaliza su traducción del Nuevo Testamento.

8 de marzo de 1833José Smith continúa con la traducción del Antiguo Testamento.

Abril de 1833Se suspende la Escuela de los Profetas en Kirtland, Ohio, durante el verano.

4 de mayo de 1833Se elige un comité a los efectos de recaudar dinero para edificar una sede para la Escuela de los Profetas en Kirtland, Ohio.

6 de mayo de 1833Se recibe Doctrina y Convenios 93.

Doctrina y Convenios 93: Antecedentes históricos adicionales

En una revelación que se recibió a finales de diciembre de 1832, el Señor mandó a los santos que establecieran “una casa de instrucción” y “una casa de Dios” (D. y C. 88:119). Posteriormente, en enero de 1833, el profeta José Smith escribió a William W. Phelps en Independence, Misuri, hablándole de esa revelación y declarando: “El Señor nos ha mandado edificar una casa de Dios [y] establecer una escuela para los profetas en Kirtland” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo II, julio de 1831–enero de 1833, editado por Matthew C. Godfrey y otros, 2013, pág. 367). Poco después, siguiendo las instrucciones del Señor, los miembros de la Escuela de los Profetas comenzaron a reunirse en una pequeña habitación en la planta alta de la tienda de Newel K. Whitney. Las reuniones continuaron por un tiempo y luego se suspendieron durante el verano.

El 4 de mayo de 1833, se reunió un grupo de sumos sacerdotes para hablar de la construcción de una sede donde la Escuela de los Profetas pudiera efectuar sus reuniones en el futuro. Se nombró a un comité de tres hombres: Hyrum Smith, Jared Carter y Reynolds Cahoon, a fin de recaudar los fondos necesarios para la construcción (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, editado por Gerrit J. Dirkmaat y otros, 2014, pág. 82). El comité envió una carta a los santos en la que se los invitaba a contribuir con dinero a la construcción, y se explicaba que el propósito de la edificación era “establecer una casa y preparar todas las cosas necesarias para que los élderes puedan congregarse en una escuela, llamada la Escuela de los Profetas, y recibir la instrucción que el Señor dispone que deben recibir” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1824, pág. 82). El Señor aclararía posteriormente que ese edificio sería también una casa de adoración (véase D. y C. 95:8–17).

El 6 de mayo de 1833, dos días después de haberse reunido el grupo de sumos sacerdotes, el profeta José Smith recibió una importante revelación acerca de la naturaleza de Dios y del hombre, y del destino eterno de los hijos de Dios. Aunque se desconoce por qué el Señor dio la revelación registrada en Doctrina y Convenios 93 en ese momento concreto, resulta interesante notar que justo cuando los santos estaban preparándose para edificar un templo donde adorar al Señor y una sede en la cual la Escuela de los Profetas pudiera recibir instrucción, el Señor dio una revelación en la que compara el cuerpo humano con “el tabernáculo de Dios” o un “templo” (D. y C. 93:35) y hace hincapié en la necesidad de que los hijos de Dios reciban verdad y luz (véase D. y C. 93:28, 31–32, 42, 53). La revelación también contiene instrucciones específicas para José Smith, Sidney Rigdon y Frederick G. Williams, quienes constituían la Primera Presidencia, así como para el obispo Newel K. Whitney.

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Mapa 7: Kirtland, Ohio, EE. UU., 1830–1838

Doctrina y Convenios 93:1–20

El Señor enseña cómo podemos llegar a conocerlo y recibir una plenitud de gloria

Doctrina y Convenios 93:1–3. “… verá mi faz y sabrá que yo soy”

El Señor inició la revelación registrada en Doctrina y Convenios 93 con una gloriosa promesa que resalta el propósito de Su evangelio y del gran Plan de Salvación. El Señor declara a toda alma fiel que se arrepienta de sus pecados, venga a Él, invoque Su nombre y obedezca Sus mandamientos, que “verá mi faz y sabrá que yo soy” (D. y C 93:1).

En la antigüedad, el Señor mandó a Moisés que llevara a los hijos de Israel al Sinaí después de sacarlos de Egipto, y que preparase al pueblo para presentarse ante Él (véase Éxodo 19:1–17). Lamentablemente, el pueblo se rebeló y, por causa de su pecado, el Señor declaró que no verían Su faz (véase Traducción de José Smith, Éxodo 33:20 [en el apéndice de la Biblia]).

En estos últimos días, el Señor ha renovado la promesa a los de Su pueblo de que ellos pueden ver Su faz, conocerlo, y “recibi[r] de su plenitud” (D. y C. 93:20). La revelación de los últimos días enseña que ver a Dios es una bendición que se concede conforme a Su propio tiempo y voluntad (véanse D. y C. 88:68; 130:3), y solo se otorga a los que han vencido al hombre natural, han recibido las ordenanzas del Sacerdocio de Melquisedec y han venido a Jesucristo (véanse Mosíah 3:19; D. y C. 67:10–13; 84:21–23; 93:1). Para muchos, la promesa de ver la faz de Dios podrá cumplirse cuando Jesucristo regrese a la tierra en Su segunda venida (véanse D. y C. 29:11; 35:21; 38:8; 45:44; 101:23). Cuando los justos reciben la bendición de ver al Señor, llegan a saber con certeza que Él vive (véase D. y C. 93:1), que Él es “la luz verdadera” (D. y C. 93:2) y que “el Padre y [Jesucristo] [son] uno” (véase D. y C. 93:3).

El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) enseñó: “Sé que dondequiera que haya un corazón humilde y sincero, un deseo de ser recto, abandono del pecado y obediencia a los mandamientos de Dios, el Señor derrama más y más luz hasta que finalmente se tiene poder para traspasar el velo celestial y saber más de lo que el hombre sabe. Una persona de tal rectitud tiene la invalorable promesa de que un día verá la faz del Señor y sabrá que Él es (véase D. y C. 93:1)” (véase “Sed leales al Señor”, Liahona, noviembre de 1980, pág. 3).

Doctrina y Convenios 93:3–5. “… el Padre y yo somos uno”

En la Primera Visión, José Smith vio que el Padre Celestial y Jesucristo son dos personajes separados (véase José Smith—Historia 1:17). Sus naturalezas distintas se aclaran en Doctrina y Convenios 130:22: “El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo” (véase también Artículos de Fe 1:1). Sin embargo, estas revelaciones también demuestran la unión y la unidad que existe entre Dios el Padre, Su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo (véase D. y C. 20:28; 93:3).

El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “El Padre y el Hijo son uno; tienen el mismo carácter, las mismas perfecciones y los mismos atributos. Tienen los mismos pensamientos, hablan las mismas palabras, realizan los mismos actos, tienen los mismos deseos y hacen las mismas obras. Poseen el mismo poder, piensan igual, saben las mismas verdades, moran en la misma luz y gloria. Conocer a uno es conocer al otro; ver a uno es ver al otro; escuchar la voz de uno es escuchar la voz del otro. Su unidad es perfecta” (The Promised Messiah: The First Coming of Christ, 1978, pág. 9).

Cada hijo de Dios que elige creer en Jesucristo y vencer al mundo también puede llegar a ser “uno” con el Padre y con el Hijo (véanse D. y C. 35:2; 50:40–43; véanse también Juan 17:20–23; 3 Nefi 11:27, 31–36; 19:20–23).

Doctrina y Convenios 93:6–18. ¿Qué es el “testimonio de Juan”?

El Evangelio según San Juan, en el Nuevo Testamento, fue escrito por Juan el Amado, uno de los antiguos Apóstoles de Jesucristo. En el primer capítulo de sus escritos, el apóstol Juan incluyó un fragmento del registro que escribió Juan el Bautista (véase Juan 1:6–34). Tal como se registra en Doctrina y Convenios 93, el Señor reveló al profeta José Smith una porción de los escritos de Juan el Bautista, y le prometió además que “la plenitud del testimonio de Juan más adelante ha de ser revelada” (D. y C. 93:18; véase también D. y C. 93:6). Las referencias a “Juan” en Doctrina y Convenios 93 se refieren a Juan el Bautista.

El élder Bruce R. McConkie explicó:

“Juan el Bautista [estaba] destinado a escribir… el evangelio del Señor de quién él es testigo; pero, hasta ahora, su registro no ha sido dado a los hombres, quizás porque contiene verdades y conceptos que los santos y el mundo no están preparados aún para recibir. No obstante, el 6 de mayo de 1833 el Señor reveló a José Smith once versículos de los escritos de Juan el Bautista, y prometió que ‘la plenitud del testimonio de Juan’ sería revelada cuando la fe de los hombres los faculte para recibirlo (véase D. y C. 93:6–18)…

“Juan el Apóstol tenía ante sí los escritos de Juan el Bautista cuando escribió su evangelio” (The Mortal Messiah: From Bethlehem to Calvary, 1979, tomo I, págs. 426–427).

Doctrina y Convenios 93:8. “… en el principio era el Verbo… sí, el mensajero de salvación”

En la antigüedad, el apóstol Juan testificó: “En el principio era el Verbo” (véase Juan 1:1), y luego identificó al “Verbo” como Jesucristo, que “fue hecho carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Cuando era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, el presidente Russell M. Nelson explicó el significado de ese título del Salvador: “En el griego del Nuevo Testamento, la palabra Verbo era Logos, que significa ‘palabra’ o ‘expresión’. Se trataba de otro nombre del Maestro. Esa terminología puede parecernos extraña, pero es apropiada. Empleamos palabras para expresarnos. Así que Jesús era el Verbo, o la expresión, de Su Padre para el mundo” (véase “Jesús el Cristo: Nuestro maestro y más”, Liahona, abril de 2000, págs. 4, 6).

Tal como le fue revelado al profeta José Smith, Juan el Bautista testificó que Jesucristo es el “Unigénito del Padre” (D. y C. 93:11) y “la luz y el Redentor del mundo” (D. y C. 93:9). El presidente Russell M. Nelson testificó de la importancia de estas verdades:

“El Plan de Salvación se preparó antes de la fundación de la tierra; contenía la gloriosa posibilidad de obtener una herencia divina en el Reino de Dios.

La parte central de ese plan era la expiación de Jesucristo. En los consejos preterrenales, Él fue preordenado por Su Padre para expiar nuestros pecados y romper las ligaduras de la muerte física y de la espiritual. Jesús declaró: ‘… yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo… En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre’ [Éter 3:14]” (véase “Qué firmes nuestros cimientos”, Liahona, julio de 2002, pág. 83).

Doctrina y Convenios 93:11–17. El Salvador “continuó de gracia en gracia hasta que recibió la plenitud”

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ilustración del joven Jesús en el templo

Jesucristo “no recibió de la plenitud al principio, mas recibía gracia sobre gracia” (véase D. y C. 93:12–14).

Tal como se registra en Doctrina y Convenios 93:16–17, Juan el Bautista testificó que Jesucristo “recibió la plenitud de la gloria del Padre”, o “todo poder, tanto en el cielo como en la tierra, y la gloria del Padre fue con él”. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) testificó: “El Salvador no tuvo la plenitud al principio, sino que tras recibir Su cuerpo y la Resurrección, le fue dada toda potestad en el cielo y en la tierra” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph Fielding Smith, 2013, pág. 332). En el mundo preterrenal, Jesucristo era el Gran Jehová, que tenía todo poder y representaba al Padre como Creador de todas las cosas. Sin embargo, cuando Jesús nació en la tierra, “no recibió de la plenitud al principio” (véase D. y C. 93:12–14; véase también Filipenses 2:5–7).

El presidente Lorenzo Snow (1814–1901) explicó: “Cuando Jesús estaba en el pesebre, un niño indefenso, Él no sabía que era el Hijo de Dios y que anteriormente había creado la tierra. Cuando se emitió el edicto de Herodes, Él no sabía nada de ello; no tenía el poder para salvarse a Sí mismo, y [José y María] tuvieron que llevarlo y [huir] a Egipto para preservarlo de los efectos de dicho edicto… Llegó a la edad adulta, y durante Su desarrollo le fue revelado quién era y con qué fin estaba en el mundo. La gloria y el poder que poseía antes de venir al mundo le fueron dados a conocer” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Lorenzo Snow, 2012, pág. 293).

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ilustración de la huida a Egipto

José y María protegieron al niño Jesús —como en el caso de cuando lo llevaron a Egipto— hasta que tuvo poder para protegerse a Sí mismo.

El presidente Joseph Fielding Smith enseñó:

“Nuestro Salvador era un Dios antes de nacer en este mundo y trajo consigo ese mismo estado al venir aquí. Era tan Dios cuando nació en esta tierra como lo fue antes. Pero en lo concerniente a esta vida, parece que tuvo que comenzar igual que todos los demás niños, y debió obtener Su conocimiento línea por línea… 

“Sin duda, Jesús vino al mundo sujeto a las mismas condiciones requeridas a cada uno de nosotros; Él olvidó todo y tuvo que crecer de gracia en gracia” (Enseñanzas: Joseph Fielding Smith, págs. 331–332).

El término gracia se refiere a la “ayuda o fortaleza divina [que] proviene de la misericordia y el amor de Dios” (véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Gracia”, scriptures.lds.org). En la vida terrenal, Jesucristo tuvo que aprender y crecer “línea sobre línea”. Él procuró la gracia del Padre Celestial —o la ayuda y fortaleza divinas— diariamente, y creció en conocimiento y poder hasta que recibió una plenitud de la gloria de Su Padre.

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ilustración del bautismo de Jesús

El Espíritu Santo descendió sobre Jesucristo cuando fue bautizado, y una voz del cielo declaró: “Este es mi Hijo Amado” (D. y C. 93:15).

Doctrina y Convenios 93:19–20. El Señor nos invita a llegar a ser como Él y como el Padre

El Señor ha revelado que quienes hereden la gloria celestial recibirán de Dios “de su plenitud y de su gracia” (D. y C. 76:94). Esa “plenitud” es la promesa de vida eterna: entrar en la presencia de Dios y llegar a ser como el Padre y el Hijo (véase D. y C. 76:53–62). El Señor explicó por qué reveló las enseñanzas de Juan el Bautista en cuanto a Él:

“Os digo estas palabras para que comprendáis y sepáis cómo adorar, y sepáis qué adoráis, para que vengáis al Padre en mi nombre, y en el debido tiempo recibáis de su plenitud.

“Porque si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud y seréis glorificados en mí como yo lo soy en el Padre” (D. y C. 93:19–20).

El 7 de abril de 1844, el profeta José Smith (1805–1844) enseñó lo siguiente a los santos en Nauvoo:

“Esta, pues, es la vida eterna: conocer al único Dios sabio y verdadero; y ustedes mismos tienen que aprender a ser dioses, y a ser reyes y sacerdotes de Dios… al avanzar de un pequeño grado a otro, y de una capacidad pequeña a una mayor; de gracia en gracia, de exaltación en exaltación, hasta que logren la resurrección de los muertos y puedan morar en fulgor eterno y sentarse en gloria, como aquellos que se sientan sobre tronos de poder sempiterno… 

“[Los justos que han muerto] se levantarán nuevamente para morar en fuegos eternos en una gloria inmortal, para nunca más volver a afligirse, sufrir o morir, sino que serán herederos de Dios y coherederos con Jesucristo. ¿Qué significa esto? Heredar el mismo poder, la misma gloria y la misma exaltación hasta llegar al estado de un dios y ascender al trono de poder eterno, al igual que los que se han ido antes” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, págs. 233–234).

Doctrina y Convenios 93:21–39

El Señor enseña a los santos cómo recibir verdad y luz

Doctrina y Convenios 93:21–22. “… la iglesia del Primogénito”

Jesucristo es el Primogénito de todos los hijos del Padre Celestial procreados en espíritu. Como tal, Él se “constituyó heredero” de todo lo que el Padre tiene (Hebreos 1:2). Sin embargo, Él desea que todos los hijos del Padre Celestial tengan parte en esa herencia. Al recibir y obedecer las ordenanzas y los convenios del evangelio de Jesucristo, podemos llegar a ser “coherederos con Cristo” (Romanos 8:17), y ser contados entre “la iglesia del Primogénito” en la eternidad (D. y C. 93:22; véase también D. y C. 76:51–54). De esta forma, también podemos recibir todo lo que el Padre tiene (véanse D. y C. 76:55; 84:37–38).

Doctrina y Convenios 93:21–28. “Yo soy el Espíritu de verdad”

Jesucristo declaró a Sus discípulos en Jerusalén: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). En nuestros días, el Señor testificó que Él es “el Espíritu de verdad”, porque “recibió la plenitud de la verdad, sí, aun de toda la verdad” (D. y C. 93:26). En revelaciones anteriores registradas en Doctrina y Convenios, se señala al Espíritu de Cristo como la fuente de toda verdad y luz (véanse D. y C. 84:45–46; 88:6–13). En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 93, el Señor explicó que también nosotros podemos crecer en verdad y luz al guardar los mandamientos hasta que seamos “glorificado[s] en la verdad y [sepamos] todas las cosas” (D. y C. 93:28; véase también D. y C. 50:24). Eso es un ejemplo de cómo Jesucristo hace posible que Sus seguidores lleguen a ser como Él.

El profeta José Smith enseñó por qué debemos procurar obtener verdad y luz: “Consideramos que Dios ha creado al hombre con una mente capaz de recibir instrucción, y una facultad que puede ser ampliada en proporción al cuidado y diligencia que se dé a la luz que se comunica del cielo al intelecto; y que cuanto más se acerca el hombre a la perfección, tanto más claros son sus pensamientos y tanto mayor su gozo, hasta que llega a vencer lo malo de su vida y pierde todo deseo de pecar; y al igual que los antiguos, llega a ese punto de la fe en que se halla envuelto en el poder y gloria de su Hacedor, y es arrebatado para morar con Él. Pero consideramos que este es un estado que ningún hombre alcanzó jamás en un momento” (véase Enseñanzas: José Smith, pág. 222).

Doctrina y Convenios 93:29. “La inteligencia… no fue creada ni hecha”

Se puede emplear el término inteligencia para describir “el elemento espiritual que existía antes de que fuéramos engendrados como hijos espirituales” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Inteligencia(s)”, scriptures.lds.org). Sin embargo, el Señor ha revelado muy pocos detalles concernientes a la naturaleza de las inteligencias. El presidente Joseph Fielding Smith enseñó:

“Algunos de nuestros escritores han procurado explicar lo que es una inteligencia, pero hacerlo es en vano, porque nunca se nos ha dado conocimiento sobre este asunto más allá de lo que el Señor ha revelado en forma fragmentada. Sabemos, sin embargo, que existe algo llamado inteligencia que siempre ha existido, que es la verdadera parte eterna del hombre, y que no fue creada ni hecha. Esa inteligencia, combinada con el espíritu, constituye una identidad espiritual, o una persona.

“El espíritu del hombre es, entonces, la combinación de la inteligencia y el espíritu, el cual es una entidad engendrada por Dios” (The Progress of Man, 1936, pág. 11).

El profeta José Smith enseñó lo siguiente en cuanto a la naturaleza eterna de la inteligencia:

“Tengo otro asunto que tratar, que tiene por objeto exaltar al hombre… Se relaciona con el tema de la resurrección de los muertos, a saber, el alma, la mente del hombre, el espíritu inmortal. ¿De dónde vino? Todos los sabios y los doctores de teología dicen que Dios lo creó en el principio; pero no es así. Según mi concepto, la sola idea rebaja al hombre. No creo en esa doctrina; tengo mejor criterio. Óiganlo, todos los confines del mundo, porque Dios me lo ha dicho; y si no me creen, no por eso invalidan el efecto de la verdad… 

“Estoy hablando de la inmortalidad del espíritu del hombre. ¿Es lógico decir que la inteligencia de los espíritus es inmortal y, sin embargo, que tuvo un principio? La inteligencia de los espíritus no tuvo principio, ni tendrá fin… 

“La inteligencia es eterna y existe sobre un principio de autoexistencia. Es un espíritu que va de edad en edad y no hay creación en cuanto a ella… 

“Los primeros principios del hombre existen por sí mismos con Dios. Dios, hallándose en medio de espíritus y gloria, porque era más inteligente, consideró propio instituir leyes por medio de las cuales los demás podrían tener el privilegio de avanzar como Él lo había hecho. La relación que entre Dios y nosotros existe nos coloca en una situación tal, que podemos ampliar nuestro conocimiento. Él tiene el poder de instituir leyes para instruir a las inteligencias más débiles, a fin de que puedan ser exaltadas con Él y recibir una gloria tras otra, así como todo conocimiento, poder, gloria e inteligencia que se requiere para salvarlos en el mundo de los espíritus” (Enseñanzas: José Smith, págs. 220–221).

El presidente Marion G. Romney (1897–1988), de la Primera Presidencia, explicó la relación que existe entre la inteligencia eterna y nuestra identidad como hijos de Dios procreados como espíritus: “Los espíritus de los hombres ‘son engendrados hijos e hijas para Dios’ (D. y C. 76:24). A través de ese proceso de nacimiento, las inteligencias autoexistentes fueron organizadas en seres espirituales individuales” (véase “El valor de las almas”, Liahona, febrero de 1979, pág. 19).

Doctrina y Convenios 93:30–32. El albedrío para actuar

La guerra preterrenal que se libró en el cielo se produjo cuando Satanás se rebeló contra Dios “y pretendió destruir el albedrío del hombre” (Moisés 4:3), y los que siguieron a Satanás usaron su albedrío para elegir el mal y rebelarse contra Dios (véase D. y C. 29:36). Aquí en la tierra tenemos el albedrío para actuar por nosotros mismos (véase D. y C. 58:26–29). Sin el albedrío y la capacidad de actuar, “no hay existencia” (D. y C. 93:30; véase también 2 Nefi 2:11–13).

Dios proporciona verdad y luz para ayudar a Sus hijos a ser conscientes de las alternativas. Aquellos que eligen no recibir la luz de Dios estarán “bajo condenación” (D. y C. 93:32), aun cuando rechacen la luz de Dios creyendo que eso los hará más felices. El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, observó: “Muchos han errado al pensar que la libertad consistía tanto en la libertad de obedecer como de desobedecer las leyes eternas, y han creído erróneamente que incluía la libertad de modificar esas leyes. No es así. En definitiva, la libertad consiste en elegir entre alternativas eternas, pero no en alterar las alternativas. Podemos elegir entre la iniquidad y la felicidad, pero no podemos elegir la iniquidad con la felicidad” (“Insights from My Life”, devocional en la Universidad Brigham Young, 26 de octubre de 1976, pág. 7, speeches.byu.edu).

Doctrina y Convenios 93:33–35. “… espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo”

El Señor enseñó que, finalmente, el cuerpo espiritual y el cuerpo físico estarán “inseparablemente unidos”, lo que producirá “una plenitud de gozo” (D. y C. 93:33; véase también D. y C. 138:16–17). El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) enseñó: “Se nos llama seres mortales porque en nosotros se hallan las semillas de la muerte; pero en realidad somos seres inmortales, porque también dentro de nosotros se encuentra el germen de la vida eterna. El hombre es un ser dual, que está compuesto del espíritu que le da vida, fuerza, inteligencia y capacidad, y del cuerpo, que es la morada del espíritu… Los dos, combinados, constituyen el alma” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, 1998, págs. 93–94). La única forma en que podemos recibir una plenitud de gozo, como la tiene el Salvador, es que nuestro “espíritu y elemento” estén “inseparablemente unidos” (D. y C. 93:33).

Debido a que fuimos creados a imagen de Dios y recibimos vida mediante el Espíritu de Cristo, nuestros cuerpos son llamados “tabernáculo[s] de Dios”, o “templos” (D. y C. 93:35; véanse también 1 Corintios 6:19–20; D. y C. 88:12–13; Moisés 2:26–27).

El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos recordó la importancia de nuestro cuerpo físico:

“Ya que el cuerpo físico es un elemento tan esencial del plan de felicidad del Padre y de nuestro progreso espiritual, no nos debe sorprender que Lucifer procure impedir nuestro progreso, incitándonos a utilizar el cuerpo de manera inapropiada… 

“Nuestro cuerpo físico ciertamente es un templo de Dios. Por consiguiente, ustedes y yo debemos considerar detenidamente qué introducimos en nuestro templo, qué colocamos sobre nuestro templo, qué le hacemos a nuestro templo y qué hacemos con nuestro templo. También podemos aprender varias lecciones importantes al comparar los templos de la Iglesia con nuestro cuerpo físico como un templo” (“Ye Are the Temple of God”, Ensign, septiembre de 2001, pág. 18).

Doctrina y Convenios 93:36. “La gloria de Dios es la inteligencia”

El Señor enseñó a los santos: “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad” (D. y C. 93:36). Esta inteligencia no es solo conocimiento, sino la sabiduría para usar el conocimiento de una manera recta, conforme al plan de Dios (véase D. y C. 130:18–19). El presidente Joseph F. Smith enseñó:

“Si aman la verdad, si han recibido en su corazón el Evangelio y lo aman, su inteligencia aumentará, su comprensión de la verdad se expandirá más que de cualquier otra manera. La verdad es, por sobre cualquier otra cosa en el mundo, lo que hace libre al hombre… Si aprenden la verdad y andan en su luz, serán libres de los errores de los hombres… estarán por encima de cualquier tipo de desconfianza y error.  Dios los aprobará y los bendecirá… 

“El aprender la verdad o dejar de ser ignorante no es todo, sino que a continuación viene la aplicación del entendimiento y del conocimiento que obtengamos a las obras y a los actos necesarios para nuestra protección y la de nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestro hogar, nuestra felicidad.

“Busquen la verdad de la palabra escrita; escuchen y acepten la verdad declarada por boca de los profetas y maestros actuales; ensanchen la mente con lo mejor del conocimiento y de los hechos. El Señor requiere humildad, no ignorancia, de parte de aquellos que hablan en Su nombre. La inteligencia es la gloria de Dios, y ninguna persona puede salvarse en la ignorancia [véase D. y C. 93:36; 131:6]” (Enseñanzas: Joseph F. Smith, págs. 337, 342).

Doctrina y Convenios 93:37–39. “La luz y la verdad desechan a aquel inicuo”

Los hijos de Dios nacen en el mundo “inocente[s] delante de Dios”, porque son redimidos por Jesucristo de las consecuencias que resultan de la caída de Adán y Eva (D. y C. 93:38). La luz de Cristo se da “a [toda persona] que viene al mundo” (D. y C. 84:46). Los padres tienen el deber de “criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40). Sin embargo, cuando los hijos de Dios son desobedientes, el “inicuo viene y despoja a los hijos de los hombres de la luz y la verdad” (D. y C. 93:39). El élder Robert D. Hales, del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló de la oscuridad que sobreviene cuando no guardamos los mandamientos:

“La luz hace desvanecer la oscuridad. Cuando la luz está presente, la oscuridad… debe retirarse; y lo que es más, la oscuridad no puede conquistar la luz a menos que esta disminuya o desaparezca. Cuando está presente la luz del Espíritu Santo, la oscuridad de Satanás se aleja.

“Amados jóvenes y jovencitas de la Iglesia, estamos embarcados en una batalla entre las fuerzas de la luz y de las tinieblas. Si no fuera por la luz de Jesucristo y de Su Evangelio, estaríamos destinados a la destrucción. Pero el [Salvador] dijo: ‘Yo, la luz, he venido al mundo’ [Juan 12:46]. ‘El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida’ [Juan 8:12]… 

En este mundo, la oscuridad nunca está lejos; de hecho, siempre está a la vuelta de la esquina, a la espera de una oportunidad para entrar. ‘Si no hicieres bien’, dijo el Señor, ‘el pecado está a la puerta’ [Génesis 4:7].

“Es tan predecible como cualquier ley física: Si dejamos que la luz del Espíritu, oscile o disminuya al dejar de cumplir los mandamientos o no participar de la Santa Cena, orar y estudiar las Escrituras, la oscuridad del adversario entrará con toda seguridad. ‘Y aquel inicuo viene y despoja a los hijos de los hombres de la luz y la verdad, por medio de la desobediencia’ [D. y C. 93:39]” (véase “De la oscuridad a Su luz maravillosa”, Liahona, julio de 2002, pág. 78).

Doctrina y Convenios 93:40–53

El Señor manda a Sus siervos criar a sus hijos en la luz y la verdad

Doctrina y Convenios 93:40. “… criar a vuestros hijos en la luz y la verdad”

Imagen
ilustración de Jesús con los niños

El Señor mandó a los santos “criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (véase D. y C. 93:38–40).

Así como Dios el Padre ha provporcionado luz y verdad a Sus hijos, se manda a los padres “criar a [sus] hijos en la luz y la verdad” (véase D. y C. 93:40). El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:

“He oído decir a algunos padres que no quieren imponer el Evangelio a sus hijos, sino que desean que ellos tomen sus propias decisiones sobre lo que vayan a creer y a seguir; piensan que de esa manera les permiten ejercer su albedrío. Lo que olvidan es que el uso inteligente del albedrío exige un conocimiento de la verdad, de las cosas como realmente son (véase D. y C. 93:24). Sin eso, es muy difícil que los jóvenes entiendan y evalúen las posibilidades que se les presenten. Los padres deberían considerar cómo llega el adversario a sus hijos; él y sus seguidores no fomentan la objetividad sino que son vigorosos promotores del pecado y del egoísmo, y utilizan muchos y variados medios.

“El pretender ser neutrales en cuanto al Evangelio es, en realidad, rechazar la existencia de Dios y Su autoridad. En cambio, si deseamos que nuestros hijos vean claramente las opciones de la vida y sean capaces de pensar por sí mismos, debemos reconocerlo a Él y Su omnisciencia” (véase “La disciplina moral”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 107).

Véanse también los comentarios sobre Doctrina y Convenios 68:25–28 y sobre Doctrina y Convenios 68:25 en este manual.

Doctrina y Convenios 93:41–50. “… poner tu propia casa en orden”

Hacia el final de la revelación registrada en Doctrina y Convenios 93, el Señor reprendió a cada miembro de la Primera Presidencia, así como al Obispo Newel K. Whitney, por la manera en que estaban criando a su familia. Las instrucciones divinas que se impartieron a estos líderes de la Iglesia son palabras de consejo importantes para todos los padres que procuran criar una familia en rectitud (véase D. y C. 93:41–50). El élder Robert D. Hales ofreció la siguiente guía inspirada a los padres:

“… la Primera Presidencia emitió un llamado a todos los padres ‘para que dediquen sus mejores esfuerzos a la enseñanza y crianza de sus hijos con respecto a los principios del Evangelio, lo que los mantendrá cerca de la Iglesia. El hogar es el fundamento de una vida recta y ningún otro medio puede ocupar su lugar ni cumplir sus funciones esenciales en el cumplimiento de las responsabilidades que Dios les ha dado’.

“… la Primera Presidencia enseñó que los padres pueden proteger a sus familias de los elementos corrosivos al enseñar y criar a sus hijos en los principios del Evangelio. Además, aconsejaron a los padres y a los hijos ‘dar una prioridad predominante a la oración familiar, a la noche de hogar, al estudio y a la instrucción del Evangelio, y a las actividades familiares sanas. Sin importar cuán apropiadas puedan ser otras exigencias o actividades, no se les debe permitir que desplacen los deberes divinamente asignados que solo los padres y las familias pueden llevar a cabo en forma adecuada’ (carta de la Primera Presidencia, 11 de febrero de 1999, citada en el Manual 2: Administración de la Iglesia, 2010, pág. 5).

“Con la ayuda del Señor y de Su doctrina, se pueden entender y sobrellevar todos los efectos nocivos que provengan de los desafíos que pueda encontrar una familia. Cualesquiera sean las necesidades de los miembros de la familia, podemos fortalecer nuestras familias siguiendo los consejos que nos dan los profetas.

“La clave para fortalecer a nuestras familias es hacer que el Espíritu del Señor more en nuestros hogares. La meta de nuestras familias es estar en el camino estrecho y angosto” (“El fortalecimiento de las familias: nuestro deber sagrado”, Liahona, julio de 1999, págs. 37–38).

En el consejo que recibió Newel K. Whitney, el Señor lo alentó a “poner en orden a su familia, y procurar que sean más diligentes y atentos en el hogar” (D. y C. 93:50). El élder David A. Bednar usó este pasaje para ilustrar las maneras en que los padres pueden crear un hogar que esté lleno del Espíritu del Señor:

“Para empezar a ser más diligentes y atentos en el hogar podemos decir a los seres queridos que los amamos. Dichas expresiones no tienen que ser floridas ni extensas; simplemente debemos expresar amor de manera sincera y frecuente… 

“Para ser más diligentes y atentos en el hogar, también podemos expresar testimonio a nuestros seres amados acerca de las cosas que sabemos que son verdaderas por el testimonio del Espíritu Santo. Al testificar, no es necesario que la expresión sea larga ni elocuente… Dentro de las paredes de nuestro propio hogar podemos y debemos dar testimonio puro de la divinidad y la realidad del Padre y del Hijo, del gran plan de felicidad y de la Restauración… 

“Cada oración familiar, cada episodio de estudio de las Escrituras en familia y cada noche de hogar es una pincelada en el lienzo de nuestras almas… Nuestra constancia en acciones aparentemente pequeñas puede llevarnos a alcanzar resultados espirituales significativos. ‘Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes’ (D. y C. 64:33). La constancia es un principio clave para poner los cimientos de una gran obra en nuestra vida personal y para ser más diligentes y atentos en nuestro hogar… 

“Al esforzarnos por buscar la ayuda del Señor y Su fortaleza, lograremos reducir gradualmente la disparidad que existe entre lo que decimos y lo que hacemos, entre expresar amor y demostrarlo constantemente, entre dar testimonio y vivir firmemente de acuerdo con él. A medida que seamos más fieles para aprender, vivir y amar el Evangelio restaurado de Jesucristo, llegaremos a ser más diligentes y atentos en nuestro hogar” (“Más diligentes y atentos en el hogar”, Liahona, noviembre de 2009, págs. 17–20).

Doctrina y Convenios 93:51–53. ““… apresúrense”

El Señor mandó a Sidney Rigdon, al profeta José Smith y a Frederick G. Williams que se apresurasen a predicar el Evangelio (véase D. y C. 93:51–52). El Señor también mandó al Profeta que se “[diera] prisa para traducir mis Escrituras” (D. y C. 93:53), refiriéndose a la traducción inspirada que el Profeta estaba haciendo de la Biblia. Como demostración de la disposición de estos hombres de ser obedientes al consejo del Señor, José Smith y Sidney Rigdon finalizaron la traducción de la Biblia el 2 de julio de 1833, tan solo dos meses después de recibir esta revelación (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo III, febrero de 1833–marzo de 1834, pág. 166).