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Capítulo 28: Doctrina y Convenios 76:50–119


Capítulo 28

Doctrina y Convenios 76:50–119

Introducción y cronología

El 16 de febrero de 1832, mientras el profeta José Smith y Sidney Rigdon estaban trabajando en la traducción inspirada de la Biblia y meditando en el significado de Juan 5:29, se les mostró la visión que está registrada en Doctrina y Convenios 76. En la parte de la visión que se encuentra en Doctrina y Convenios 76:50–119, a José y a Sidney se les mostraron los habitantes de los Reinos Celestial, Terrestre y Telestial, y la importancia de recibir el testimonio de Jesucristo y de ser valiente en él.

25 de enero de 1832José Smith es ordenado Presidente del Sumo Sacerdocio durante una conferencia de la Iglesia en Amherst, Ohio.

Finales de enero de 1832José Smith y Sidney Rigdon regresan a Hiram, Ohio, para trabajar en la traducción inspirada del Nuevo Testamento.

16 de febrero de 1832Se recibe Doctrina y Convenios 76.

24–25 de marzo de 1832Un populacho toma de noche a José Smith y a Sidney Rigdon en Hiram, Ohio, los golpea violentamente y los llena de alquitrán y de plumas.

Doctrina y Convenios 76:50–119: Antecedentes históricos adicionales

Muchos de los primeros miembros de la Iglesia habían participado activamente en otras denominaciones cristianas y, naturalmente, habían mantenido algunas de sus creencias anteriores. Las verdades doctrinales reveladas mediante el profeta José Smith en ocasiones desafiaban la instrucción religiosa anterior de los miembros, pero les proporcionaba un entendimiento más correcto del plan de Dios. El responder preguntas que surgieron durante la traducción inspirada de la Biblia, la cual el Profeta comenzó en junio de 1830 y continuó durante aproximadamente tres años, fue una forma importante en la que el Señor reveló las verdades del Evangelio restaurado a los santos. La traducción inspirada de Juan 5:29 en el Nuevo Testamento precipitó la visión que se dio a José Smith y a Sidney Rigdon, la cual amplió en gran manera el entendimiento de los santos en cuanto a la vida después de la muerte.

En la época de José Smith, los cristianos por lo general creían que en la vida venidera Dios asignaría a algunas personas al cielo y condenaría al resto a sufrir por la eternidad en el infierno. Esa idea era común entre los primeros miembros de la Iglesia. El padre del Profeta, Joseph Smith, y el bisabuelo del Profeta, Asael Smith, creían en el universalismo, un tipo de salvación universal en la que Dios finalmente salvaría a los inicuos después de que hubieran padecido lo suficiente. Las verdades que fueron reveladas en la visión que está registrada en Doctrina y Convenios 76 describían distintos niveles de cielo, o reinos de gloria, y cómo el juicio de los inicuos y de los justos diferiría en gran manera de las ideas religiosas tradicionales en cuanto a la vida después de la muerte (véase Matthew McBride, “La visión”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, págs. 159–160, o history.lds.org).

Cuando los santos se enteraron de la visión que recibieron el profeta José Smith y Sidney Rigdon, algunos miembros tuvieron dificultad para aceptar la doctrina que el Señor había revelado. El presidente Brigham Young (1801–1877) relató: “Cuando Dios les reveló a José Smith y a Sidney Rigdon que había un lugar preparado para todos de acuerdo con la luz que hubieran recibido, su rechazo a lo malo y su práctica del bien, resultó un gran problema para muchos; y algunos apostataron porque Dios no iba a enviar a los paganos y a los niños a un castigo sempiterno, sino que tenía un lugar para la salvación de todos, en el debido tiempo; y bendeciría a los honrados, a los virtuosos y a los veraces, ya fuera que perteneciesen a una iglesia o no. Fue una nueva doctrina para esta generación y muchos tuvieron dificultades en aceptarla” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 306).

El mismo Brigham Young tuvo dificultades para entender esa doctrina al principio. Él recordó: “Mis tradiciones eran tales que cuando escuché de la visión por primera vez, era tan directamente opuesta y tan en contra de mis estudios anteriores, que dije: ‘un momento’; no la rechacé, pero tampoco la entendía”. Dijo que “[tuvo] que pensar y orar, leer y pensar, hasta que [supo] y [comprendió] plenamente por [sí] mismo” (citado en McBride, “La visión”, págs. 160–161).

La revelación se llegó a conocer entre los miembros de la Iglesia simplemente como “la visión”. Cuando se registró, se convirtió en la primera relación impresa del testimonio del Profeta sobre el Padre y el Hijo que estuvo a disposición de los miembros de la Iglesia.

En la lección anterior de este manual, en los antecedentes históricos adicionales de Doctrina y Convenios 76:1–49, se encuentra más información sobre el contexto histórico de Doctrina y Convenios 76.

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Mapa 5: La región de Nueva York, Pensilvania y Ohio, Estados Unidos.

Doctrina y Convenios 76:50–70

José Smith y Sidney Rigdon ven a quienes recibirán gloria celestial

Doctrina y Convenios 76:50–70. “… concerniente a los que saldrán en la resurrección de los justos”

Después de que el profeta José Smith y Sidney Rigdon recibieron la visión que está registrada en Doctrina y Convenios 76, la comprensión de los santos en cuanto a la vida después de la muerte aumentó. Los miembros de la Iglesia aprendieron que Dios ha preparado diferentes niveles de cielo y que todos Sus hijos serán salvos en un reino de gloria, salvo unos cuantos que lo negarán y desafiarán Su poder (véase D. y C. 76:31, 42–44, 89–98). Esa visión es también la primera de varias revelaciones registradas en Doctrina y Convenios que hacen hincapié en que los seguidores fieles del Padre y del Hijo pueden recibir la exaltación y la vida eterna, las cuales incluyen las mayores bendiciones que Dios puede otorgar a Sus hijos. Por ejemplo, se promete a los justos que recibirán una gloriosa resurrección, que vivirán en la presencia de Dios, que recibirán todo lo que Él tiene y que llegarán a ser como Él y recibirán una plenitud de Su gloria (véanse D. y C. 76:54–59; 81:6; 84:33–38; 88:28–29, 107; 93:19–22, 27–28).

Doctrina y Convenios 76:51–53. “… los que recibieron el testimonio de Jesús”

Al profeta José Smith y a Sidney Rigdon se les mostró en visión los que saldrían en la resurrección de los justos, y escucharon una descripción de la fidelidad y las bendiciones de esas personas. El Señor reveló que los que hereden el Reino Celestial serán “los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre” (D. y C. 76:51). El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “Poseo lo que se conoce como ‘el testimonio de Jesús’, lo cual significa que yo sé, por revelación personal del Espíritu Santo a mi alma, que Jesús es el Señor, que trajo la vida y la inmortalidad a la luz mediante el Evangelio y que ha restaurado en este tiempo la plenitud de Su verdad sempiterna a fin de que nosotros, junto con nuestros antepasados, lleguemos a ser herederos de Su presencia en la eternidad” (véase “El Testimonio de Jesucristo”, Liahona, abril de 1973, pág. 14).

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joven siendo bautizado

Los que reciben el testimonio de Jesucristo, son bautizados y reciben el Espíritu Santo, pueden vencer al mundo y recibir ricas bendiciones en la eternidad (véase D. y C. 76:50–70).

Recibir un testimonio de Jesús también significa que la persona ha aceptado el evangelio de Jesucristo, se ha bautizado y recibido el Espíritu Santo, ha vencido al mundo por la fe y ha sido “sellad[o] por el Santo Espíritu de la promesa” (véase D. y C. 76:51–53). El grado en el que la persona reciba el testimonio de Jesús y sea valiente en vivir de conformidad con ese testimonio influye en la recompensa eterna que se le otorgue (véase D. y C. 76:51, 73–75, 79, 82).

Doctrina y Convenios 76:53. “… sellados por el Santo Espíritu de la promesa”

Los que heredarán el Reino Celestial serán los que hayan vencido al mundo mediante la fe y la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio. El “Santo Espíritu de la promesa” que se menciona en Doctrina y Convenios 76:53 es el Espíritu Santo que actúa para sellar, aprobar o ratificar las ordenanzas y la rectitud de una persona fiel, a fin de que esas ordenanzas tengan efecto después de la resurrección (véase D. y C. 132:7). Mediante esa manifestación del Espíritu Santo, una persona puede recibir, con el tiempo, la certeza espiritual de que recibirá la vida eterna (véanse Efesios 1:13–14; D. y C. 88:3–5). A esa certeza a veces se la llama “la palabra profética más segura” (2 Pedro 1:19; D. y C. 131:5).

El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “El Santo Espíritu de la Promesa es el poder ratificador del Espíritu Santo. Cuando el Santo Espíritu de la Promesa sella una ordenanza, una promesa o un convenio, estos se ligan en la tierra y en los cielos (véase D. y C. 132:7). Recibir ese ‘sello de aprobación’ del Espíritu Santo es el resultado de honrar los convenios del Evangelio con fidelidad, integridad y firmeza ‘con el transcurso del tiempo’ (Moisés 7:21). Sin embargo, el sellamiento puede anularse por la falta de rectitud y por la transgresión” (“Os es necesario nacer de nuevo”, Liahona, mayo de 2007, pág. 22).

Doctrina y Convenios 76:54–62. “De modo que… son dioses, sí, los hijos de Dios”

A los santos fieles que han sido “sellados por el Santo Espíritu de la promesa” (D. y C. 76:53) se les otorga la bendición de llegar a ser “coherederos con Cristo”, quien es el Primogénito del Padre (véase Romanos 8:14–17; véanse también D. y C. 76:94–95; 93:21–22). El Señor se refiere a esos santos exaltados como “la Iglesia del Primogénito” y como herederos “en cuyas manos el Padre ha entregado todas las cosas” (D. y C. 76:54–55; véanse también D. y C. 76:94–95; 84:37–38). Quienes logran su potencial eterno y reciben una herencia en el Reino Celestial llegarán a ser reyes y sacerdotes, reinas y sacerdotisas, y su exaltación incluye la promesa de que “son dioses” (véase D. y C. 76:56, 58; véanse también Salmos 82:1, 6; Juan 10:34; D. y C. 29:13; 109:75–76; 131:1–4; 132:19–20; véase también “Llegar a ser como Dios”, ensayo en Temas del Evangelio, topics.lds.org).

El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó que, debido a que somos hijos de Dios, nuestro destino eterno yace en nuestro potencial de llegar a ser como Él:

“Teniendo en cuenta que toda forma de vida sigue el modelo de su progenitor, ¿debemos suponer que Dios tenía pensado para Su progenie alguna otra forma distinta? Seguramente nosotros, Sus hijos, no somos, expresándonos en el lenguaje de la ciencia, una especie diferente a la que Él es…

“No hay duda de que en el momento presente nos encontramos en un estado joven de progreso en comparación con Él. Sin embargo, en las eternidades futuras, si somos dignos, podremos llegar a ser como Él, entrar en Su presencia, ‘ve[r] como [somos] vistos’, y ‘conoc[er] como [somos] conocidos’, y recibir la ‘plenitud’ (D. y C. 76:94)” (véase “El modelo de nuestro progenitor”, Liahona, enero de 1985, págs. 54–55).

Si deseas más información acerca de “la Iglesia del Primogénito”, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 93:21–22 en este manual.

Doctrina y Convenios 76:63–65. “… la primera resurrección”

El profeta José Smith y Sidney Rigdon recibieron la visión que está registrada en Doctrina y Convenios 76 a medida que meditaban sobre la doctrina de la resurrección. Los cambios inspirados que se revelaron en cuanto a Juan 5:29 les ayudaron a entender que habría un orden en la resurrección: “… los que hayan hecho el bien [saldrán] en la resurrección de los justos; y los que hayan hecho el mal [saldrán] en la resurrección de los injustos” (D. y C. 76:17). La resurrección de los justos también se conoce como “la primera resurrección” (D. y C. 76:64) e incluye a todos los que heredarán los Reinos Celestial y Terrestre (véase D. y C. 88:96–99). La primera resurrección comenzó cuando los sepulcros de los justos fueron abiertos después de la resurrección de Jesucristo (véanse Mateo 27:52–53; Mosíah 15:21–24; 3 Nefi 23:9–10). Doctrina y Convenios se refiere a la primera resurrección como el tiempo en que los justos saldrán de sus sepulcros en la segunda venida de Jesucristo (véanse D. y C. 29:13; 45:54; 88:96–99). La resurrección de los injustos, o la “última resurrección” (D. y C. 76:85), abarcará a los que heredarán el Reino Telestial y a los que sean hijos de perdición, y ocurrirá al final del Milenio (véanse D. y C. 76:85; 88:32, 100–102).

Doctrina y Convenios 76:69. “… hombres justos hechos perfectos mediante Jesús”

Quienes amoldan su vida en obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio son conocidos como justos (véanse ejemplos en Mateo 1:19; Enós 1:1; Mosíah 2:4; Moisés 8:27). Mediante la expiación de Jesucristo, los hombres justos son santificados y hechos perfectos. El proceso de santificación o de llegar a ser santo se produce mediante la gracia de Jesucristo y es para “todos los que aman y sirven a Dios con toda su alma, mente y fuerza” (D. y C. 20:31; véase también Moroni 10:32–33). El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó sobre el proceso mediante el cual llegamos a ser perfeccionados:

“… hermanos y hermanas, hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por tratar de mejorar cada día. Cuando surjan nuestras imperfecciones, continuemos corrigiéndolas; podemos ser más indulgentes con nuestros propios defectos, así como con los de las personas que amamos. Podemos recibir consuelo y ser tolerantes. El Señor enseñó: ‘No podéis aguantar ahora la presencia de Dios… por consiguiente, continuad con paciencia hasta perfeccionaros’ [D. y C. 67:13].

“No debemos desalentarnos si nuestros esfuerzos más sinceros en busca de la perfección nos parecen demasiado arduos e interminables. La perfección queda pendiente; llegará en su totalidad únicamente después de la resurrección y solo por medio del Señor; está en espera de todos los que le aman a Él y guardan Sus mandamientos; abarca tronos, reinos, principados, potestades y dominios [véase D. y C. 132:19]. Es el fin para el cual hemos de perseverar. Es la perfección eterna que Dios tiene reservada para cada uno de nosotros” (véase “La inminencia de la perfección”, Liahona, enero de 1996, págs. 101–102).

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representación del padecimiento de Jesucristo en el Jardín de Getsemaní

Jesucristo es “el mediador del nuevo convenio, que obró esta perfecta expiación derramando su propia sangre” (D. y C. 76:69).

Doctrina y Convenios 76:70. La gloria de los cuerpos resucitados

Queda claro en las Escrituras que todos los hijos de Dios resucitarán (véanse 1 Corintios 15:22; Alma 11:42; 40:4). Sin embargo, el reino eterno que la persona resucitada herede, así como la naturaleza de su cuerpo resucitado, serán determinados por su fidelidad y obediencia a las leyes de Dios (véanse 1 Corintios 15:40–42; D. y C. 76:96–98; 88:22–24, 28–31). Los que hereden el Reino Celestial tendrán cuerpos que son celestiales, “cuya gloria es la del sol” (D. y C. 76:70). Los que estén en el Reino Terrestre tendrán cuerpos que se distinguen de los del Reino Celestial, “así como la [gloria] de la luna difiere [de la] del sol en el firmamento” (D. y C. 76:71; véase también D. y C. 76:78). Los cuerpos telestiales tendrán una gloria menor, “así como la gloria de las estrellas difiere de la gloria de la luna en el firmamento” (D. y C. 76:81).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó:

“En Doctrina y Convenios, sección 88, se nos informa que habrá diferencias en los cuerpos de los habitantes de los diferentes reinos a fin de satisfacer toda necesidad y restricción.

“‘Y aquellos que no son santificados por la ley que os he dado, a saber, la ley de Cristo, deberán heredar otro reino, ya sea un reino terrestre o un reino telestial.

“‘Porque el que no es capaz de obedecer la ley de un reino celestial, no puede soportar una gloria celestial.

“‘Y el que no puede obedecer la ley de un reino terrestre, no puede soportar una gloria terrestre.

“‘Y el que no puede obedecer la ley de un reino telestial, no puede soportar una gloria telestial; por tanto, no es digno de un reino de gloria. Por consiguiente, deberá soportar un reino que no es de gloria’ [D. y C. 88:21–24]…

“Puesto que los cuerpos serán levantados en la resurrección adaptados a la condición de cada persona, el Señor asignará a cada hombre y a cada mujer al lugar que se haya ganado” (Answers to Gospel Questions, compilado por Joseph Fielding Smith Jr., 1963, tomo IV, págs. 64–65).

Doctrina y Convenios 76:71–80

José Smith y Sidney Rigdon ven a quienes recibirán gloria terrestre

Doctrina y Convenios 76:71–80. Más de un reino en los cielos

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ilustración de sol, luna y estrellas

Los tres grados de gloria se comparan al sol, la luna y las estrellas (véase D. y C. 76:71–72, 81).

La visión de los reinos de gloria reveló que el plan de Dios para nuestra vida después de la mortalidad comprende mucho más que el punto de vista tradicional de un cielo y de un infierno que no tiene fin. Debido a que no todas las personas son igualmente buenas o igualmente inicuas, el profeta José Smith (1805–1844) explicó: “… en el capítulo 14 de Juan: ‘En la casa de mi Padre muchas moradas hay’ [Juan 14:2]… [debería] decir: ‘En el reino de mi Padre muchos reinos hay’… Hay moradas para aquellos que obedecen una ley celestial, y hay otras moradas para aquellos que no cumplen con la ley, cada cual en su propio orden” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 231).

El profeta José Smith y Sidney Rigdon vieron que el mundo terrestre fue preparado para aquellos “cuya gloria se distingue de la gloria de los de la iglesia del Primogénito” (D. y C. 76:71). Eso quiere decir que la gloria terrestre está por debajo de la gloria celestial, pero por encima de la gloria telestial (véase D. y C. 76:81, 91). El Profeta aprendió más adelante que el Reino Celestial consta de “tres cielos o grados” (D. y C. 131:1). El Reino Telestial también se compone de diversas glorias (véase D. y C. 76:98).

El evangelio de Jesucristo es la senda que todos los hijos de Dios pueden seguir para recibir una herencia en el Reino Celestial. Esa gloriosa recompensa eterna está al alcance de toda persona que elija recibir el Evangelio y hacer convenios sagrados con el Señor y cumplirlos (véanse D. y C. 10:50; 14:7; 20:14; 50:24).

Doctrina y Convenios 76:72–74. “… estos son los que murieron sin ley”

La revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 76 brinda solamente una descripción general de los habitantes del mundo terrestre. Por ejemplo, según Doctrina y Convenios 76:72–73, algunos de los que estén en el Reino Terrestre serán personas “que murieron sin ley” y a quienes se enseñó el Evangelio en el mundo de los espíritus. Es importante entender que algunas personas a quienes se enseñe el Evangelio en el mundo de los espíritus heredarán el Reino Celestial, mientras que otros a quienes se les enseñe no recibirán el Evangelio de la misma manera y por tanto heredarán un reino menor (véanse D. y C. 137:7–9; 138:30–37, 58–59). Además, hay otras personas que morirán sin el conocimiento del Evangelio que heredarán el Reino Telestial. El reino de gloria que cada persona finalmente herede será en concordancia con la ley que él o ella elija aceptar y vivir (véase D. y C. 88:21–24).

Doctrina y Convenios 76:74–75, 79. “… valientes en el testimonio de Jesús”

Algunos de los que heredarán el Reino Terrestre serán aquellos “que no son valientes en el testimonio de Jesús” (D. y C. 76:79). En otras palabras, esas personas obtuvieron un testimonio de Jesucristo pero no fueron lo suficientemente valientes como para aceptar o vivir la plenitud del Evangelio a fin de obtener una recompensa celestial. El élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó sobre la importancia de ser valientes en el testimonio de Jesús: “Mi oración es que… hagamos que nuestra conducta esté acorde con los nobles propósitos que se requieren de aquellos que están al servicio del Maestro. En todas las cosas debemos recordar que ser ‘valientes en el testimonio de Jesús’ es la gran prueba que dividirá el Reino Celestial y el Terrestre [D. y C. 76:79]. Deseamos ser hallados en el lado celestial de esa línea divisoria” (“Elijan sabiamente”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 49).

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representación de Jesús enseñando a la gente, sentado en la ladera de una colina

Los seguidores de Jesucristo deben ser valientes en su testimonio de Jesús; de otra manera, no obtendrán la exaltación (véase D. y C. 76:79).

Hay una diferencia entre tener un testimonio de Jesucristo y vivir de tal manera que nuestra vida refleje ese testimonio. El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) describió cómo podemos ser valientes en el testimonio de Jesús: “¡‘… los que son justos y fieles’ [D. y C. 76:53]! ¡Qué expresión tan apropiada para los valientes en el testimonio de Jesús! Ellos tienen el valor de defender la verdad y la justicia; son miembros de la Iglesia que magnifican sus llamamientos (véase D. y C. 84:33), pagan sus diezmos y ofrendas, viven vidas moralmente limpias, sostienen a los líderes de la Iglesia en palabra y en acción, guardan el día de reposo como un día santo y obedecen todos los mandamientos de Dios” (véase “Valientes en el testimonio de Jesús”, Liahona, julio de 1982, pág. 121).

Doctrina y Convenios 76:81–112

José Smith y Sidney Rigdon ven a quienes recibirán gloria telestial

Doctrina y Convenios 76:84–85. “Son aquellos que son arrojados al infierno”

Los que recibirán una herencia en el Reino Telestial son los que elijan no recibir el Evangelio ni un testimonio de Jesucristo (véase D. y C. 76:82, 101). No han negado al Espíritu Santo como lo hacen los hijos de perdición, pero han escogido un camino de iniquidad y son “arrojados al infierno” (D. y C. 76:84). En este caso, infierno se refiere a esa parte del mundo de los espíritus en el que los que fueron desobedientes en la vida terrenal sufren por sus propios pecados porque no se arrepintieron (véase D. y C. 19:15–18). Esas personas permanecerán en ese estado de infierno hasta que salgan en “la última resurrección”, la cual tendrá lugar después del Milenio (D. y C. 76:85; véanse también D. y C. 43:18; 63:17–18; 76:106; 88:100–101).

El élder Quentin L. Cook explicó: “Al morir, los espíritus justos viven en un estado temporal llamado paraíso. Alma hijo nos enseña que el paraíso es ‘un estado de descanso, un estado de paz’, en donde los justos ‘descansarán de todas sus aflicciones, y de todo cuidado y pena’ [Alma 40:12]. Los espíritus injustos moran en la prisión espiritual, a veces llamada ‘infierno’ [véanse 2 Nefi 9:10–14; D. y C. 76:84–86], que se describe como un lugar terrible y oscuro donde los que esperan la ‘indignación de la ira de Dios’ permanecerán hasta la resurrección [Alma 40:14]. Sin embargo, debido a la expiación de Jesucristo, todos los espíritus bendecidos con el nacimiento, al final, resucitarán; el espíritu y el cuerpo volverán a unirse y heredarán reinos de gloria superiores a nuestra existencia terrenal [véase D. y C. 76:89]. Las excepciones se limitan a los que, al igual que Satanás y sus ángeles, se rebelen deliberadamente contra Dios [véanse Isaías 14:12–15; Lucas 10:18; Apocalipsis 12:7–9; D. y C. 76:32–37]. En la resurrección, la prisión espiritual o infierno entregará a los espíritus cautivos” (“El plan de nuestro Padre: lo suficientemente amplio para todos Sus hijos”, Liahona, mayo de 2009, pág. 37).

Doctrina y Convenios 76:88–89. La gloria del Reino Telestial “sobrepuja a toda comprensión”

Con el tiempo, los inicuos que sufran en el infierno serán redimidos (véase D. y C. 76:85), llegarán a ser “herederos de la salvación” (D. y C. 76:88) y “siervos del Altísimo” (D. y C. 76:112), y heredarán un grado de gloria telestial (véase D. y C. 76:98). Ese entendimiento doctrinal hace hincapié en la abundante misericordia y gracia de Jesucristo y confirma que “a todos salva él”, con la excepción de los hijos de perdición (D. y C. 76:44). El élder John A. Widtsoe (1872–1952), del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó:

“[Doctrina y Convenios] explica claramente que la menor gloria a la que el hombre puede ser enviado es tan gloriosa, que sobrepasa al entendimiento del hombre. El peor pecador, en el juicio final, recibirá una gloria que el ser humano no puede concebir ni comprender, tan grande que somos incapaces de describirla adecuadamente; este es un principio fundamental del mormonismo. Los que obren bien recibirán un lugar aún más glorioso…

“El Evangelio es un evangelio de inmenso amor; el amor es su fundamento mismo. El hijo más pecador [de Dios] es amado de tal manera que su recompensa estará por encima de todo entendimiento humano” (The Message of the Doctrine and Covenants, editado por G. Homer Durham, 1969, pág. 167).

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representación de Jesús

Mediante la gracia de Jesucristo, Sus seguidores pueden llegar a ser como Él “en poder, en fuerza y en dominio” (véase D. y C. 76:94–95).

Doctrina y Convenios 76:98–101. “… los que dicen ser de Pablo, y de Apolos, y de Cefas”

Algunos de los que heredarán el Reino Telestial son aquellos que profesan seguir a Jesucristo o a profetas en particular, pero que, sin embargo, rechazan intencionalmente al Salvador y rehúsan aceptar Su evangelio o seguir a Sus profetas. A fin de condenar la desunión que existía entre los santos de su época, el apóstol Pablo escribió a los corintios:

“Porque se me ha informado acerca de vosotros, hermanos míos… que hay entre vosotros contiendas.

“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo.

“¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Corintios 1:11–13).

Una expresión similar en Doctrina y Convenios 76:99–101 se refiere a los que no están en armonía con Jesucristo ni Sus profetas.

Doctrina y Convenios 76:111. “… cada hombre recibirá, conforme a sus propias obras”

Durante Su ministerio terrenal, Jesucristo explicó: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). La necesidad de ser obedientes a los mandamientos y las ordenanzas del Evangelio siempre ha sido un mensaje central del evangelio de Jesucristo. El presidente Brigham Young (1801–1877) enseñó: “Los hijos de los hombres serán juzgados de acuerdo con sus obras, ya sean buenas o malas. Si los días de una persona estuvieran repletos de buenas obras, será debidamente recompensada. Por otro lado, si sus días abundan en malas acciones, se le recompensará de acuerdo con las mismas… La gente tiene que reconocer que este es el período en el cual debe comenzar a establecer los cimientos de su exaltación por tiempo y eternidad, que este es el tiempo para crear y producir, con todo su corazón, frutos para honrar y glorificar a Dios, como lo hizo Jesús” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 300).

Doctrina y Convenios 76:113–119

José Smith y Sidney Rigdon explican cómo otras personas pueden recibir el conocimiento que ellos recibieron por revelación

Doctrina y Convenios 76:113–116. José Smith vio más en esta visión de lo que está escrito

Refiriéndose a la visión que está registrada en Doctrina y Convenios 76, el profeta José Smith dijo: “Podría explicar cien veces más [cosas] de lo que he hecho en cuanto a las glorias de los reinos que se me manifestaron en la visión, si se me permitiera hacerlo y si la gente estuviera preparada para recibirlo” (en Manuscript History of the Church, tomo D-1, página 1556, josephsmithpapers.org).

La riqueza de la doctrina y las perspectivas espirituales que se dieron en la visión de los reinos de gloria nos brindan un entendimiento de la vida posterrenal que está muy por encima de lo que se encuentra en las Escrituras de la antigüedad. El presidente Wilford Woodruff (1807–1898) dijo: “Si me refiero solamente a la ‘Visión’ [de D. y C. 76], es una revelación que da más luz, más verdad y más principios que cualquier otra contenida en cualquier otro libro que podamos leer. Nos aclara… nuestra condición presente, de dónde vinimos, por qué estamos aquí y hacia dónde vamos. Mediante esa revelación, cualquier persona puede saber cuál será su destino y condición; porque toda persona sabe qué ley obedece, y las leyes que se obedezcan aquí determinarán la posición que se tenga en el más allá” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Wilford Woodruff, 2005, págs. 124–125).

El presidente Woodruff, que se convirtió a la Iglesia en 1833, recordó su reacción personal a la revelación que está registrada en Doctrina y Convenios 76:

“Se me enseñó desde niño que había un cielo y un infierno, y se me dijo que los inicuos tendrían todos un castigo, y los justos una gloria…

“Cuando leí la visión… me iluminó la mente y me dio mucho gozo. Me parecía que Dios, quien había revelado ese principio al hombre, era sabio, justo y veraz, que poseía los mejores atributos, sentido común y conocimiento. Sentí que Él estaba en armonía con el amor, la misericordia, la justicia y el juicio; y sentí amar al Señor como nunca antes en mi vida” (“Remarks on the Necessity of Adhering to the Priesthood in Preference to Science and Art”, en Deseret News, 27 de mayo de 1857, pág. 91).