Historia de la Iglesia
36 Lo débil de este mundo


“Lo débil de este mundo”, capítulo 36 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020

Capítulo 36: “Lo débil de este mundo”

Capítulo 36

Lo débil de este mundo

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flores silvestres en la pradera

El 29 de julio de 1887, Wilford Woodruff, George Q. Cannon y Joseph F. Smith se encontraban ante la ventana de la oficina del Presidente de la Iglesia, en Salt Lake City. Juntos, vieron cómo el cortejo fúnebre de John Taylor avanzaba lentamente por la ciudad. Multitudes de personas se alineaban en las calles mientras pasaban más de cien carruajes, calesas y carromatos. Emmeline Wells expresó lo que muchos santos sentían cuando escribió que el presidente Taylor “como líder, era un hombre del cual las personas siempre podían estar seguras y de quien también podían estar orgullosas a toda ley”1.

Solo la amenaza de arresto impidió que Wilford y los otros dos Apóstoles salieran del edificio para presentar sus respetos a su amigo y profeta. Al igual que la mayor parte de los miembros del Cuórum, Wilford rara vez aparecía en público, para evitar ser arrestado por poligamia o cohabitación ilegal. Cuando su esposa Phebe falleció en 1885, Wilford había estado a su lado, pero no asistió a su funeral tres días después, temiendo que lo capturaran. Ahora, como Presidente del Cuórum de los Doce y líder de mayor antigüedad de la Iglesia, Wilford se había convertido en un objetivo mayor para los alguaciles.

Wilford nunca había aspirado a dirigir la Iglesia. Cuando recibió la noticia del fallecimiento de John, sintió que la carga de la responsabilidad lo agobiaba. “Maravillosos son Tus caminos, oh Señor Dios Todopoderoso”, había orado, “porque ciertamente has escogido lo débil de este mundo para realizar Tu obra en la tierra”2.

Wilford reunió a los Doce unos días después del funeral para hablar sobre el futuro de la Iglesia. Como había sido el caso después de la muerte de José Smith y de Brigham Young, el Cuórum no organizó de inmediato una nueva Primera Presidencia. Más bien, en una declaración pública, Wilford reafirmó que, en ausencia de una Primera Presidencia, los Doce Apóstoles tenían la autoridad para dirigir la Iglesia3.

Durante los siguientes meses, los Apóstoles lograron mucho bajo el liderazgo de Wilford. Si bien el Templo de Manti estaba casi listo para dedicarse, el Templo de Salt Lake, más grande y complejo, aún estaba lejos de terminarse. Los planos originales para el templo contemplaban dos grandes salones de asambleas que ocuparían los pisos superior e inferior del edificio. Sin embargo, mientras estaba en la clandestinidad, John Taylor había considerado un nuevo plano que eliminaría el salón de asambleas inferior y proporcionaría mucho más espacio para salas de investiduras. Ahora, Wilford y los Doce consultaron con los constructores sobre cuál sería la mejor manera de llevar a cabo esos planes. También aprobaron una propuesta para terminar las seis torres del templo en granito en lugar de madera, como se había pensado originalmente4.

Wilford y otros líderes de la Iglesia se prepararon discretamente para hacer otro intento por obtener la categoría de estado para Utah también. Dado que los esfuerzos por arrestar a los líderes de la Iglesia habían impedido que los santos efectuaran las conferencias generales en Salt Lake City durante los tres años anteriores, los Doce también negociaron con alguaciles locales para que permitieran que Wilford y los Apóstoles que no habían sido acusados de poligamia o cohabitación ilegal salieran de sus lugares de resguardo y llevaran a cabo la conferencia en la ciudad5.

Wilford notó que, cuando los Apóstoles se reunían, comenzaba a surgir discordia en sus reuniones. Desde el fallecimiento de Brigham Young, una década antes, se había llamado a varios nuevos Apóstoles, entre ellos Moses Thatcher, Francis Lyman, Heber Grant y John W. Taylor. Ahora, cada uno de ellos parecía tener dudas con respecto a George Q. Cannon. Pensaban que este había tomado muchas malas decisiones como empresario, político y líder de la Iglesia.

Entre sus preocupaciones estaba el manejo reciente por parte de George de un caso de disciplina de la Iglesia que involucraba a su hijo, un destacado líder de la Iglesia que había cometido adulterio. Tampoco les gustaba que George hubiera tomado decisiones para la Iglesia por su cuenta durante la enfermedad final de John Taylor, ni que asesorara a Wilford en asuntos de la Iglesia aunque la Primera Presidencia se hubiera disuelto y George hubiera regresado a su lugar entre los Doce. En la opinión de los Apóstoles de menor antigüedad, George actuaba por interés propio y los excluía del proceso de toma de decisiones6.

En cambio, George creía que lo habían juzgado erróneamente. Admitía haber cometido pequeños errores de vez en cuando, pero las acusaciones contra él eran falsas o se basaban en información incompleta. Wilford entendía las inmensas presiones que George había enfrentado en los últimos años y continuó expresando confianza en él y contando con su sabiduría y experiencia7.

El 5 de octubre, el día antes de la conferencia general, Wilford reunió a los Apóstoles para buscar la reconciliación. “De todos los hombres bajo el cielo”, les dijo, “somos nosotros los que debemos estar unidos”. Luego escuchó durante horas a los Apóstoles más jóvenes que volvían a ventilar sus quejas. Cuando terminaron, Wilford habló sobre José Smith, Brigham Young y John Taylor, a los que había conocido y con quienes había trabajado en estrecha colaboración. Por formidables que fueran esos hombres, él había visto imperfecciones en ellos; mas ellos no tendrían que responder ante él, dijo Wilford. Ellos responderían ante Dios, que era su juez.

“Debemos tratar al hermano Cannon con consideración”, dijo Wilford. “Él tiene sus defectos; si no los tuviera, no estaría con nosotros”.

“Si he herido alguno de sus sentimientos”, agregó George, “humildemente les pido perdón”.

La reunión terminó después de la medianoche, solo unas horas antes de que fuera a pronunciarse la primera oración de la conferencia general. A pesar de que George pidió perdón, Moses Thatcher y Heber Grant todavía pensaban que él no había respondido adecuadamente por sus errores y les dijeron a los demás Apóstoles que aún no se sentían reconciliados con él.

En su diario, Wilford describió la noche en dos concisas palabras: “Fue dolorosa”8.


Entretanto, en la bahía de Pago Pago, [un hombre llamado] Samuela Manoa surcaba una mañana con su canoa las aguas azul turquesa de la bahía. Detrás de él se elevaban hacia el cielo los escarpados picos de las montañas de Tutuila, una isla de Samoa. Justo enfrente, a la entrada de la bahía, se encontraba un gran velero esperando que un marinero local ayudara a guiar el barco de manera segura a través de los arrecifes.

Como residente de la vecina isla de Aunu’u, Samuela conocía bien la bahía. Al llegar finalmente junto al barco que estaba a la espera, él llamó en voz alta al capitán y le ofreció su ayuda. El capitán le arrojó una escalera de cuerda por el costado del barco y le dio la bienvenida a bordo.

Samuela siguió al capitán hasta su oficina en la cubierta inferior. Era temprano en la mañana y el capitán preguntó si a Samuela le gustaría prepararse algo de jamón con huevos antes de navegar por la bahía. Él se lo agradeció y le dieron periódicos viejos para que encendiera fuego para cocinar.

Samuela podía leer un poco de inglés y vio que uno de los periódicos venía de California. Al colocar el papel en el fuego, un titular le llamó la atención en medio de la luz parpadeante: era el anuncio de una conferencia para miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. El corazón de Samuela dio un salto, recogió rápidamente el papel y apagó las llamas9.

La fecha de la conferencia había pasado hacía mucho tiempo, pero Samuela estaba más interesado en el nombre de la Iglesia que en el evento en sí. Esa iglesia era su iglesia y ahora, por primera vez en muchos años, se enteraba de que la Iglesia todavía existía y prosperaba en los Estados Unidos.

Cuando era un hombre joven, en la década de 1850, unos misioneros Santos de los Últimos Días habían bautizado a Samuela en Hawái. Sin embargo, en 1861, Walter Gibson había tomado el control del asentamiento de los santos en Lanai y le había dicho a Samuela y a otras personas que la Iglesia en Utah había sido destruida por el ejército de los Estados Unidos. Desconociendo el engaño de Walter, Samuela le había creído y había apoyado el liderazgo de este. Cuando Walter los envió a él y a otro santo hawaiano, Kimo Belio, a una misión en Samoa en 1862, él había aceptado el llamamiento10.

Samuela y Kimo fueron los primeros misioneros Santos de los Últimos Días en Samoa y habían bautizado a unos cincuenta samoanos durante sus primeros años allí; pero el servicio de correo no era confiable y los misioneros tuvieron dificultades para mantenerse en contacto con los santos de Hawái11. Como los líderes de la Iglesia en Utah no habían extendido el llamamiento de abrir una misión en Samoa, no se enviaron nuevos misioneros para ayudar a Samuela y Kimo y la congregación de santos de Samoa disminuyó12.

Desde entonces, Kimo había muerto, pero Samuela se había quedado en Samoa y lo había convertido en su hogar. Se casó y comenzó un negocio; sus vecinos continuaron conociéndolo como el misionero Santo de los Últimos Días de Hawái, pero algunos de ellos comenzaron a dudar de la existencia de la iglesia a la cual afirmaba representar13.

Samuela se había preguntado durante mucho tiempo si Walter le había mentido sobre la destrucción de la Iglesia en los Estados Unidos14. Ahora, veinticinco años después de haber llegado a Samoa, finalmente tenía una razón para esperar que si escribía a la sede de la Iglesia, alguien podría responderle15.

Sujetando con fuerza el periódico, Samuela se apresuró a buscar al capitán del barco para pedirle ayuda para escribir una carta a los líderes de la Iglesia en Utah. En la carta, solicitaba que se enviaran misioneros a Samoa lo antes posible. Él había estado esperando durante muchos años, escribió, y estaba ansioso por ver el Evangelio predicado una vez más entre los samoanos16.


Para el otoño de 1887, Anna Widtsoe y sus dos hijos, John y Osborne, llevaban ya casi cuatro años viviendo en la ciudad de Logan, en el norte de Utah. La hermana de Anna, Petroline, también se había unido a la Iglesia en Noruega y había llegado a Utah, estableciéndose en Salt Lake City, a unos 130 kilómetros al sur17.

Anna ahora trabajaba como costurera, dedicando a ello largas horas para ganar suficiente dinero para mantener a sus hijos. Quería que ellos fueran maestros de escuela, como lo había sido su difunto padre, e hizo de la educación una prioridad en sus vidas. Ya que John, de quince años, trabajaba en la tienda cooperativa local para ayudar a ganar dinero para la familia, no podía asistir a la escuela durante el día. En cambio, aprendió álgebra por su cuenta, en su tiempo libre, y tomó clases privadas de inglés y latín de un santo británico. Mientras tanto, Osborne, de nueve años, asistió a la escuela primaria local y se destacó en sus estudios18.

Unos años antes de que llegaran los Widtsoe, Brigham Young había donado tierras para una escuela en la zona, similar a la que había establecido en Provo. El Colegio Universitario Brigham Young abrió en Logan en 1878 y Anna estaba decidida a enviar a sus hijos allí tan pronto como estuvieran listos, incluso si eso significaba que John ya no pudiera trabajar en la tienda. Algunas personas pensaban que estaba equivocada en poner el énfasis en la educación por sobre el trabajo manual, pero ella creía que desarrollar la mente era tan importante como desarrollar el cuerpo19.

Anna también se aseguró de que los niños participaran en los programas y las reuniones de la Iglesia. Los domingos asistían a la reunión sacramental y a la Escuela Dominical. Osborne asistía a la Primaria de barrio durante la semana y John concurría a las reuniones del Sacerdocio Aarónico los lunes por la noche. Como diácono, había cortado leña para las viudas y había ayudado a cuidar el tabernáculo de la estaca, donde el barrio celebraba sus reuniones. Ahora, como presbítero, se reunía con el obispado y con otros presbíteros y visitaba a algunas familias cada mes como “maestro del barrio”. John también pertenecía a la Asociación de Mejoramiento Mutuo de los Hombres Jóvenes.

Anna asistía a las reuniones de la Sociedad de Socorro los jueves. Los santos de Logan provenían de todo Estados Unidos y Europa, pero su fe en el Evangelio los unía. En las reuniones locales de la Sociedad de Socorro era común escuchar a las mujeres hablar o dar testimonio en su idioma materno, mientras otras las interpretaban. Anna aprendió inglés después de un año de vivir en Logan pero, con tantos santos escandinavos en la región, tenía muchas oportunidades de hablar noruego20.

En las reuniones de la Iglesia, Anna llegó a aprender y comprender más sobre el Evangelio restaurado. Cuando estaba en Noruega, no se le había enseñado la Palabra de Sabiduría, por lo que ella continuó tomando café y té en Utah, en especial cuando tenía que trabajar hasta altas horas de la noche. Luchó durante dos meses para renunciar a esas bebidas, sin éxito; pero un día se dirigió con paso enérgico hacia sus armarios, sacó los paquetes de café y té y los arrojó al fuego.

“Nunca más”, dijo21.

Anna y sus hijos también participaban en la obra del templo. En 1884, ella y John habían presenciado la dedicación del Templo de Logan, efectuada por el presidente Taylor. Unos años más tarde, John fue bautizado y confirmado en el templo a favor de su padre, John Widtsoe Sr. El mismo día, él y Osborne también fueron bautizados y confirmados por otros familiares fallecidos, entre ellos sus abuelos y bisabuelos. Anna y su hermana Petroline fueron luego al templo y recibieron su investidura. Anna regresó para ser bautizada y confirmada por su madre y por otros familiares fallecidos.

El Templo de Logan había llegado a ser preciado para ella. El cielo había parecido abrirse el día en que fue dedicado, recompensándola por todos los sacrificios que había hecho para venir a Sion22.


Durante gran parte de 1887, la salud de Eliza Snow se fue deteriorando. Ahora con ochenta y tres años, la amada poeta y Presidenta General de la Sociedad de Socorro ya había sobrevivido a muchos de los santos de su generación y sabía que su muerte estaba por llegar. “No tengo elección en cuanto a si moriré o viviré”, les recordó a sus amigos. “Estoy perfectamente dispuesta a irme o a quedarme, como lo disponga nuestro Padre Celestial. Estoy en Sus manos”.

El estado de Eliza empeoró a medida que avanzaba el año. Zina Young y otros amigos cercanos velaban por ella constantemente. A las diez de la mañana del 4 de diciembre de 1887, el patriarca John Smith la visitó en su lecho de enferma en la Casa del León en Salt Lake City. Él le preguntó si lo reconocía y ella sonrió. “Por supuesto que sí”, dijo. John le dio una bendición y ella le dio las gracias. Temprano a la mañana siguiente, Eliza falleció pacíficamente con su hermano Lorenzo a su lado23.

Como líder de las mujeres Santos de los Últimos Días, Eliza había organizado y ministrado Sociedades de Socorro, Asociaciones de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes y Primarias de casi todos los asentamientos del territorio. También había presidido la obra del templo de las mujeres en la Casa de Investiduras durante más de treinta años. En cada uno de esos entornos, Eliza había inspirado a las mujeres a emplear sus talentos para ayudar a Dios a salvar a la familia humana.

“Es el deber de cada una de nosotras ser una mujer santa”, les había enseñado una vez. “Sentiremos que somos llamadas a realizar importantes tareas. Ninguna está exenta de ellas. No hay hermana que esté tan aislada ni que su influencia sea tan limitada que no pueda hacer mucho para establecer el Reino de Dios sobre la tierra”24.

En la edición del 15 de diciembre de Woman’s Exponent [El adalid de la mujer], Emmeline Wells la honró como una “dama elegida” y la “poetisa de Sion”. “La hermana Eliza ha sido valiente, fuerte y resuelta en los puestos que ha ocupado”, escribió Emmeline. “Las hijas de Sion deberían emular su sabio ejemplo y seguir sus pasos”25.


El siguiente mes de abril, los santos sostuvieron a la amiga de Eliza, Zina Young, como la nueva Presidenta General de la Sociedad de Socorro. Al igual que Eliza, Zina había sido esposa plural tanto de José Smith como de Brigham Young26. Cuando Eliza llegó a ser Presidenta General de la Sociedad de Socorro en 1880, había elegido a Zina como su consejera. Con los años, las dos mujeres habían trabajado, viajado y envejecido juntas27.

Zina era conocida por su amorosa ministración personal y sus poderosos dones espirituales. Durante años había presidido la Asociación de Seda Deseret, uno de los programas cooperativos de la Sociedad de Socorro. También era una partera con experiencia, que se desempeñó como vicepresidenta del Hospital Deseret, un hospital que operaba la Sociedad de Socorro en Salt Lake City. Aunque aceptó su nuevo llamamiento con cierta inquietud, estaba decidida a ayudar a que la Sociedad de Socorro prosperara como lo había hecho con Eliza28.

Poco después de recibir su llamamiento, Zina viajó al norte hasta Canadá para visitar a su única hija, Zina Presendia Card. Antes de su muerte, John Taylor le había pedido al esposo de Zina Presendia, Charles, que estableciera un asentamiento en Canadá para los santos polígamos en el exilio29. Hasta ahora, la enfermedad y la temporada invernal habían impedido que Zina visitara a su hija, pero Zina Presendia estaba esperando un bebé y Zina quería estar a su lado30.

Zina llegó a Cardston, el nuevo asentamiento canadiense, cuando las flores silvestres comenzaban a florecer. Rodeada de campos de hierba ondulante, la población parecía estar perfectamente situada para florecer31.

Zina pudo ver que su hija también estaba floreciendo, a pesar de los años de adversidad vividos. Viuda a los veinticuatro años, Zina Presendia había criado sola a dos hijos pequeños durante varios años antes de que el niño más pequeño, Tommy, muriera de difteria a la edad de siete años. Tres años después, ella se casó con Charles como esposa plural32.

Aunque Zina Presendia no estaba acostumbrada a vivir en los confines de la civilización, había conformado un hogar confortable en una pequeña cabaña de troncos. Había cubierto el interior tosco de la cabaña con una suave tela de franela que ella misma había hecho, cada habitación de un color diferente. Una vez llegada la primavera, también trataba de tener siempre un ramo de flores frescas en la mesa del comedor33.

Zina Young pasó unos tres meses en Cardston. Durante su estadía, se reunió regularmente con la Sociedad de Socorro. El 11 de junio, les enseñó a las mujeres que Cardston había sido apartado para los santos de Dios. Había un espíritu de unión entre el pueblo, dijo ella, y el Señor tenía grandes bendiciones reservadas para ellos34.

El día después de la reunión, Zina Presendia entró en trabajo de parto. Zina estaba a su lado, como partera y como madre. Después de solo tres horas de trabajo de parto, Zina Presendia dio a luz a una niña regordeta y saludable, su primera hija.

La madre, la abuela y la bisabuela de la bebé llevaban el nombre de Zina; pareció apropiado llamarla Zina también35.


Incluso antes de que llegara la carta de Samuela Manoa a Salt Lake City, el Espíritu había estado obrando en los líderes de la Iglesia para expandir los esfuerzos misionales en Samoa. A principios de 1887, el apóstol Franklin Richards había llamado a Joseph Dean, de treinta y un años, y a su esposa Florence para servir una misión en Hawái. Cuando los apartó, les había dado instrucciones de llevar el Evangelio a otras islas del Pacífico, incluida Samoa36.

Joseph había sido enviado al Pacífico, en parte, para protegerlo a él y a su familia de los alguaciles. Él había cumplido una misión en Hawái con su primera esposa, Sally, diez años antes. Después de regresar a tierra firme, se había casado con Florence como esposa plural y luego pasó tiempo en prisión por cohabitación ilegal. Los fiscales continuaron persiguiendo a Joseph hasta que él y Florence se fueron a Hawái. Mientras tanto, Sally permaneció en Salt Lake City con los cinco hijos que había tenido con Joseph37.

Joseph le escribió a Samuela varios meses después de haber llegado a Hawái y Samuela pronto respondió, ansioso por ayudar en la obra38. En mayo de 1888, unos meses después de que Florence diera a luz a un niño a quien llamaron Jasper, Joseph le envió una carta a Samuela en la que le notificaba que él y su familia irían a Samoa al mes siguiente. Poco tiempo después, Susa y Jacob Gates organizaron una fiesta de despedida para los Dean y Joseph, Florence y su hijo pequeño partieron hacia Samoa poco después39.

La primera etapa de su viaje de 3200 kilómetros transcurrió sin incidentes, pero el capitán del barco no tenía planes de llegar hasta la isla de Aunu’u, donde vivía Samuela. En cambio, detuvo el barco cerca de Tutuila, a unos treinta kilómetros al oeste de Aunu’u.

Joseph no conocía a nadie en Tutuila, pero buscó ansiosamente a algún líder entre las personas que habían venido a recibir al barco. Al ver a un hombre que parecía estar a cargo, Joseph extendió la mano y dijo una de las pocas palabras que conocía en samoano: “¡Talofa! [¡Hola!]”.

Sorprendido, el hombre le devolvió el saludo a Joseph, quien entonces trató de decirle a dónde se dirigían él y su familia, hablando en hawaiano y poniendo énfasis en las palabras “Aunu’u” y “Manoa”.

De repente, los ojos del hombre se iluminaron. “¿Usted, amigo de Manoa?”, preguntó en inglés.

“Sí”, dijo Joseph, aliviado.

El hombre se llamaba Tanihiili. Samuela lo había enviado para que buscara a Joseph y a su familia y los transportara a salvo a Aunu’u. Él los condujo a una pequeña embarcación abierta con una tripulación de otros doce hombres samoanos. Después de que los Dean subieron a bordo, diez de los hombres comenzaron a remar hacia el mar mientras otros dos quitaban el agua de la embarcación y Tanihiili manejaba el timón. Luchando contra los fuertes vientos, los remeros maniobraron la embarcación por sobre las amenazadoras olas hasta que la llevaron a salvo al puerto de Aunu’u.

Samuela Manoa y su esposa, Fasopo, saludaron a Joseph, Florence y Jasper en la costa. Samuela era un hombre delgado, mucho mayor que Joseph, y de aspecto algo frágil. Las lágrimas surcaban su rostro curtido por la intemperie mientras les daba la bienvenida en hawaiano. “Me siento grandemente bendecido de que Dios nos haya reunido y de que pueda encontrarme con Su buen siervo aquí en Samoa”, dijo.

Fasopo tomó a Florence de la mano y la llevó a la casa de tres habitaciones que todos compartirían. El domingo siguiente, Joseph pronunció su primer discurso en Samoa ante una casa llena de vecinos curiosos. Él hablaba en hawaiano y Samuela traducía. Al día siguiente, Joseph volvió a bautizar y a confirmar a Samuela, como lo hacían a veces los santos en ese tiempo para renovar sus convenios.

Una mujer llamada Malaea estaba entre los que se hallaban reunidos para observar la ordenanza. Movida por el Espíritu, le pidió a Joseph que la bautizara. Este ya se había cambiado sus ropas de bautismo, que estaban mojadas, para efectuar la confirmación, pero volvió a colocárselas y entró al agua.

En las semanas que siguieron, se bautizaron catorce samoanos más. Lleno de entusiasmo esperanzado, Joseph le escribió a Wilford Woodruff el 7 de julio para compartir la experiencia de su familia. “Sentí el impulso de profetizar en el nombre del Señor que miles de personas aceptarían la verdad”, informó. “Ese es mi testimonio hoy y creo que viviré para verlo cumplido”40.