Historia de la Iglesia
8 Esta época de escasez


“Esta época de escasez”, capítulo 8 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo 8: “Esta época de escasez”

Capítulo 8

Esta época de escasez

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colmena

Louisa Pratt y sus hijas llegaron al valle de Lago Salado junto con la compañía de carromatos de Brigham Young la tarde del 20 de septiembre de 1848. Toda la mañana habían estado pensando que en la tierra prometida comerían vegetales frescos y, finalmente, luego de saludar a viejos amigos y estrecharles la mano, se sentarían a saborear unas mazorcas de maíz cosechadas en el valle.

Como la compañía de Addison aún no había llegado de California, Mary Rogers, la esposa de un hombre que había ayudado a Louisa en Winter Quarters, la invitó a que se quedara con su familia. Louisa no conocía mucho a Mary, pero aceptó gustosamente la invitación. Mary estaba próxima a dar a luz y el permanecer con ella mientras esperaban que Addison llegara, les daba una oportunidad a Louisa y a sus hijas de ayudarla y corresponder a las bondades que les habían prodigado a su familia.

Los días pasaban sin que se supiera nada de Addison. Mary tuvo su bebé, Louisa la atendió a ella y a su bebé día y noche. Entonces, el 27 de septiembre, llegaron a la ciudad varios antiguos miembros del Batallón Mormón y trajeron la noticia de que Addison se hallaba a un día de camino. Las niñas estaban emocionadas. “Ellas me dicen que tengo un papá, pero yo no lo conozco”, contaba Ann, la hija de ocho años, a sus amigas. “¿No es extraño tener un papá y no conocerlo?”.

Al día siguiente, amaneció claro y brillante. Louisa fue a su carromato a vestirse para el reencuentro1. Ellen, la hija de dieciséis años, restregaba el suelo de los Rogers de rodillas en el piso, cuando llegó un amigo de la familia y entró en la cabaña. “Ellen”, le dijo, “aquí está tu padre”.

Ellen se puso de pie de un salto y un hombre de aspecto curtido y quemado por el sol entró en la sala. “¡Papá!”, dijo Ellen tomando sus manos entre las de ella, “¿llegaste?”. Habían pasado más de cinco años y ella casi no lo reconocía.

Frances y Lois entraron rápidamente en la sala y el aspecto despeinado de Addison las sorprendió. Llamaron a Ann, quien estaba afuera jugando. Ella entró en la cabaña, miró a Addison con recelo y mantuvo sus manos a la espalda. “Él es papá”, le dijo una de las hermanas. Ellas intentaron que Ann le diera la mano, pero ella salió corriendo de la sala.

“No, no lo es”, gritó2.

Enseguida entró Louisa y vio el rostro de Addison demacrado por el viaje. Su aspecto era casi el de un extraño y ella no sabía bien qué decir. Al darse cuenta de cuánto había cambiado su familia durante la ausencia de él, la invadió la tristeza. Nada que fuera menos que la edificación del reino de Dios, pensó ella, podía justificar una separación tan larga3.

Addison también se sintió embargado por la emoción. Sus hijas ya no eran las niñas pequeñas que él recordaba, especialmente Ann, que tenía tres años cuando él se marchó. La voz de Louisa había cambiado por la pérdida de algunos dientes debido al escorbuto que padeció en Winter Quarters. Addison se sintió como un extraño y deseó volver a conocer a su familia nuevamente.

A la mañana siguiente, Ann aún no le hablaba a Addison. Entonces, Addison la llevó hasta su carromato, abrió un baúl y colocó varias conchas marinas y otros objetos curiosos en un montón a su lado. A medida que iba colocando cada objeto, él le contaba de dónde provenía y le decía que lo había recogido solo para ella. Luego, sacó confites, pasas y caramelos de canela y los puso sobre el montón.

“¿Ahora me crees que yo soy tu padre?”, le preguntó.

Ann miró los regalos y luego lo miró a él. “¡Sí!”, gritó ella animada4.


Al mes siguiente, Oliver Cowdery se puso de pie sobre una plataforma para dirigirse a los santos en una conferencia cerca de Kanesville, en la ribera oriental del río Misuri. Él no reconocía a muchas de las personas que tenía frente a él. La Iglesia había crecido rápidamente desde que la había dejado hacía una década. Su cuñado, Phineas Young, era uno de los pocos que él conocía en la conferencia.

Lo que llevó a Oliver a reunirse con los santos en los asentamientos junto al río Misuri se debía, en parte, a la determinación de Phineas5. Además, Oliver había llegado a la conclusión de que la nueva iglesia de David Whitmer no contaba con la debida autoridad. El sacerdocio estaba en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Sentado junto a Oliver en la plataforma estaba Orson Hyde, el Apóstol presidente en Kanesville. Casi catorce años atrás, Oliver había ordenado a Orson como uno de los primeros apóstoles en los últimos días. Al igual que Oliver, Orson había dejado la Iglesia en Misuri, pero poco después había vuelto a la Iglesia y se había reconciliado con José Smith cara a cara6.

Tras ordenar sus ideas, Oliver se dirigió a los santos. “Mi nombre es Cowdery, Oliver Cowdery”, dijo. “Escribí con mi propia pluma todo el Libro de Mormón, salvo unas pocas páginas, a medida que brotaba de los labios del Profeta mientras él lo traducía por el don y el poder de Dios”. Oliver testificó que el Libro de Mormón era verdadero y que contenía los principios de salvación. “Si ustedes andan por su luz y obedecen sus preceptos”, les declaró, “serán salvos en el reino sempiterno de Dios”.

Luego se refirió a la restauración del sacerdocio y al llamamiento profético de José Smith. “Este santo sacerdocio lo hemos conferido a muchos”, testificó, “y es tan bueno y válido como si Dios lo hubiera conferido en persona”7.

En sus palabras a los santos, Oliver manifestó su deseo de volver a tener las bendiciones del sacerdocio nuevamente en su vida. Él entendía que ya no volvería a ocupar el mismo cargo de autoridad que una vez tuvo en la Iglesia, pero eso no le importaba. Él deseaba ser bautizado de nuevo y ser readmitido como un humilde miembro de la Iglesia de Jesucristo.

Dos semanas después de la conferencia, Oliver se reunió con los líderes de la Iglesia en el tabernáculo de troncos en Kanesville. “Hermanos, por muchos años he estado separado de ustedes”, admitió, “y ahora deseo regresar”. Él sabía que el bautismo era la puerta de entrada al Reino de Dios y deseaba entrar por ella. “Yo siento que puedo regresar honorablemente”, les dijo.

Unos pocos, sin embargo, dudaron de la sinceridad de Oliver. A ellos, Oliver les dijo: “Mi regreso y mi petición humilde para llegar a ser miembro, entrando por la puerta, cubre todos mis errores. Yo reconozco esta autoridad”.

Orson Hyde sometió a voto la decisión. “Se ha solicitado formalmente”, dijo él, “que el hermano Oliver sea recibido por el bautismo y que sean olvidadas todas las cosas del pasado”.

Los hombres votaron unánimemente a favor de Oliver. Una semana más tarde, Orson lo bautizó y le dio la bienvenida al redil del Evangelio8.


Entre tanto, los rumores del hallazgo de oro en California corrían como pólvora por las ciudades y los poblados del mundo, tentando a las personas a dejar sus casas, trabajos y familias ante la perspectiva de alcanzar una riqueza fácil. En el otoño de 1848, millares de personas —jóvenes, en su mayoría— fueron en tropel a las costas de California con la expectativa de volverse ricos9.

Sabiendo que el oro sería tentador para los emprobrecidos santos, Brigham Young abordó el tema poco después de haber regresado a Salt Lake City. “Si fuéramos a San Francisco y sacáramos trozos de oro”, dijo a los santos, “eso nos arruinaría”. Los instó a permanecer en la tierra que el Señor les había dado. “Hablar de irse de este valle por cualquier causa”, les dijo, “es como si me echaran vinagre en los ojos”10.

Resuelto a permanecer en el valle, pasara lo que pasara, Brigham comenzó a poner en orden la Iglesia y la ciudad. En la conferencia de octubre de 1848, los santos nuevamente lo sostuvieron a él, a Heber Kimball y a Willard Richards como la Primera Presidencia de la Iglesia11. Poco tiempo después, él volvió a convocar el Consejo de los Cincuenta para administrar la ciudad mientras los santos solicitaban al Congreso de los Estados Unidos que estableciera un gobierno territorial en la región.

Como parte del tratado que daba fin a la guerra que recientemente habían tenido con México, los Estados Unidos adquirieron los territorios del norte de México. No pasó mucho tiempo antes de que colonos y políticos se afanaran por elaborar planes para la creación de nuevos territorios y estados, con muy poca consideración de la situación de los pueblos nativos ni la de los anteriores ciudadanos mexicanos en esas regiones.

Con la esperanza de poder tener libertad para gobernarse independientemente, Brigham y los líderes de la Iglesia esperaban poder organizar un territorio en la Gran Cuenca. Sin embargo, establecer un territorio conllevaba ciertos riesgos. A diferencia de los estados, donde los ciudadanos tenían el derecho de elegir a sus propios líderes, los territorios dependían del presidente de los Estados Unidos para la designación de algunos de los oficiales más importantes de su gobierno. Si el presidente nombraba oficiales que fueran hostiles hacia la Iglesia, los santos podrían enfrentar más persecuciones12.

El Consejo de los Cincuenta se reunió regularmente durante ese invierno para analizar las necesidades de los santos y para redactar su petición al Congreso. El territorio que ellos propusieron cubría la mayor parte de la Gran Cuenca y una porción de la costa sur de California: constituía una extensa región con amplio espacio para nuevos asentamientos y con un puerto al océano que ayudaría al recogimiento. Los santos dieron el nombre de “Deseret” al territorio propuesto, de acuerdo con la palabra con la cual se designa a la abeja obrera en el Libro de Mormón, símbolo de trabajo arduo, diligencia y cooperación13.

El Consejo completó la petición al Congreso en enero, mientras en el valle de Lago Salado se sufrían las inclemencias de un invierno muy crudo14. En algunos lugares, los santos tenían unos 90 cm de nieve y vientos gélidos cortantes que calaban hasta los huesos. La profundidad de la nieve en las montañas dificultaba mucho la recolección de madera para hacer fuego. Las reservas de granos estaban nuevamente a punto de agotarse y el ganado sucumbía al hambre y al frío. Algunos santos parecían sobrevivir solo por la fe. Otros hablaban nuevamente de marcharse a los climas más cálidos de California, con o sin la bendición de la Primera Presidencia15.

El 25 de febrero de 1849, Brigham profetizó que los santos que permanecieran allí progresarían y edificarían prósperos asentamientos. “Dios me ha mostrado que este es el lugar para que se establezca Su pueblo”, testificó. “Él templará los elementos para el bien de Sus santos. Él reprenderá la helada y la esterilidad del suelo, y la tierra se hará fructífera”.

Ahora no es tiempo de buscar oro, les dijo Brigham a los santos. “Es nuestro deber predicar el Evangelio, congregar a Israel, pagar nuestros diezmos y edificar templos”, les declaró. Las riquezas vendrían posteriormente.

“Lo que más temo en cuanto a este pueblo es que se hagan ricos en esta tierra, olviden a Dios y a Su pueblo, se vuelvan opulentos y se aparten de la Iglesia y vayan a parar al infierno”16.

“No estoy preocupado en cuanto a que sean pobres”, coincidió Heber Kimball en un sermón a los santos poco tiempo después. Él profetizó que pronto las mercancías serían más económicas en el valle que en las grandes ciudades del este de los Estados Unidos. “Si ustedes son fieles“, les prometió, “podrán cumplir cada deseo de su corazón”17.


Durante ese invierno, Eliza Partridge Lyman, de veintiocho años, vivía en un cuarto pequeño construido con troncos dentro del fuerte, junto con su hijo pequeño, su madre, Lydia, que era viuda, sus hermanas Emily, Caroline y Lydia, su hermano Edward Partridge, hijo y, en ocasiones, su esposo, el apóstol Amasa Lyman, quien dividía su tiempo entre ella y sus otras esposas. El hijo mayor de Amasa, Francis Lyman, de nueve años, hijo de su primera esposa, Louisa Tanner, también vivía en el cuarto, a fin de que pudiera asistir a la escuela que había en el fuerte18.

Alrededor de cuatro mil santos se habían establecido en el valle y muchos de ellos aún vivían en carromatos o tiendas19. La habitación de Eliza ofrecía algo de protección de los vientos helados, aun cuando por el tejado se filtraba la lluvia y la nieve, pero no protegía de las enfermedades ni del hambre. Durante esa estación, el hijo de Eliza y el hermano de ella enfermaron de tos ferina, y las reservas de alimentos mermaron20.

La escasez era un problema generalizado y los santos tenían que comer frugalmente si aspiraban a sobrevivir el invierno. Los timpanogos, sus vecinos de la tribu Ute que vivían en el cercano valle de Utah, también padecían hambre. Desde su llegada, los santos habían consumido muchos de los recursos naturales de la zona, en especial, de los ríos con pesca, que eran una importante fuente de sustento para los timpanogos. Aun cuando los santos y los timpanogos habían tratado de mantener buenas relaciones entre ellos, unos pocos de los timpanogos empezaron a saquear y a robar el ganado de los santos con el fin de aliviar su propia hambre21. Ansioso por mantener la paz, Brigham instó a los santos a no buscar venganza sino, más bien, a predicar el Evangelio a los indígenas22.

El hermanastro de Eliza, Oliver Huntington, a veces trabajaba como traductor y explorador entre los utes. Viendo que los saqueos persistían, Little Chief, un líder de los timpanogos, le pidió a Oliver y a Brigham que castigaran a los asaltantes antes de que sus acciones volvieran a los santos en contra de su pueblo. Brigham respondió enviando a Oliver con una compañía armada hacia el valle de Utah para detener los saqueos.

Con la ayuda de Little Chief, la compañía le siguió el rastro a los asaltantes, los rodearon y les ordenaron rendirse. La banda se rehusó a entregarse y atacaron a la compañía. Se enfrascaron en una lucha y la compañía mató a cuatro de los asaltantes23.

La contienda hizo que cesaran los saqueos, pero el hambre y la escasez persistieron. “Hoy horneamos la última harina que nos quedaba y no hay perspectivas de que recibamos más hasta después de la cosecha”, escribió Eliza en su diario el día 8 de abril. Por esta época, la Primera Presidencia llamó a su esposo a una misión a San Francisco para supervisar las ramas de California y recoger los diezmos. En el otoño, él conduciría una compañía de los santos de California hasta el valle24.

Amasa partió cinco días más tarde y era tan pobre que no pudo comprar más harina para su familia. El 19 de abril, Eliza y algunos de su familia se mudaron del fuerte y establecieron su residencia en tiendas y en carromatos en un terreno de la ciudad. Ella hiló pabilo e hizo mechas de velas y las vendió a cambio de maíz y harina, que luego repartió entre la gran familia Lyman25.

Otros le ayudaron también. Su hermana Emily, que era una de las esposas de Brigham Young, trajo siete kilos de harina para la familia, luego que Brigham se enterara de que se les había acabado el pan. El 25 de abril, Jane Manning James, quien había conocido a Eliza y Emily cuando las hermanas vivían en la Mansión de Nauvoo como esposas plurales de José Smith, le dio a Eliza un kilo de harina, que era la mitad de lo que ella misma tenía26.

Eliza hiló más mechas de vela, planificó un huerto e hizo que se sembraran árboles frutales en su terreno. Los vientos y las tormentas de nieve continuaron asolando el valle hasta bien entrado el mes de mayo, y la tienda de Eliza se incendió un día en que estaba visitando a su madre. Pero hacia el final del mes, ella encontró razones para albergar esperanzas debido a los cultivos de los santos que estaban madurando.

“Vi una espiga de trigo”, escribió en su diario, “lo que resulta prometedor en esta época de escasez”27.


A lo largo del crudo invierno de 1848–1849, Louisa Pratt observó cómo su esposo luchaba por adaptarse a la vida después de la misión. Muchas cosas habían cambiado en la Iglesia desde que él se había ido. Los santos habían recibido la investidura del templo, habían aceptado la doctrina del matrimonio eterno y la exaltación y habían creado nuevas relaciones de convenio con Dios y unos con otros. El matrimonio plural, que era practicado privadamente entre los santos, también era nuevo para Addison28.

A veces, Addison no estaba de acuerdo con Louisa en cuanto a los nuevos principios revelados. Lo que a ella le resultaba familiar, a él le parecía peculiar. A él también le molestaba que los santos en el valle no obedecieran estrictamente las advertencias de la Palabra de Sabiduría en cuanto a las bebidas calientes y el tabaco. No obstante, Louisa estaba feliz de tenerlo en casa. En el día de reposo, él asistía a las reuniones con la familia y servía como presidente de su cuórum de setentas29.

Los Pratt pasaron el invierno en el fuerte. La hermana de Louisa, Caroline, y su esposo, Jonathan Crosby, vivieron con ellos hasta que tuvieron una vivienda propia. Addison trabajaba para sostener a su familia y daba clases del idioma tahitiano a los futuros misioneros30.

Al llegar la primavera, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce llamaron a Addison y a su familia a las islas del Pacífico, junto con otros once misioneros, entre los cuales había seis familias. Los Pratt estaban emocionados de poder ir y se prepararon para partir después de la cosecha de otoño. El 21 de julio, Addison había recibido la investidura en la cima del monte Ensign Peak, el cual los líderes de la Iglesia habían consagrado, a falta de templo, para ese propósito. La familia comenzó a deshacerse de los bienes y las propiedades que ya no necesitarían31.

Mientras tanto, millares de buscadores de oro, provenientes de los estados del este, se abrieron paso por las Montañas Rocosas en su viaje a California. Pronto, Salt Lake City se convirtió en un lugar predilecto para descansar y reabastecerse antes de continuar la jornada hacia los campos de oro. La mayoría de los buscadores de oro eran granjeros, jornaleros o vendedores jóvenes. Muchos de ellos jamás se habían aventurado a ir muy lejos de los poblados donde vivían, y menos aún, a intentar atravesar todo un continente32.

La llegada de estos dio cumplimiento a la profecía de Heber Kimball mucho antes de lo que nadie esperaba33. Los buscadores de oro tenían harina, azúcar, mercaderías de todo tipo, zapatos, ropa, telas y herramientas. Desesperados por encontrar vegetales frescos, animales de carga y por aligerar la carga de sus carromatos, se detenían en el fuerte a hacer trueques. Con frecuencia vendían a los santos mercancías que eran difíciles de encontrar y a precios muy bajos. Otras veces, simplemente se deshacían de objetos porque estaban cansados de cargar con ellos34.

Los buscadores de oro impulsaban la economía de Salt Lake City pero cuando se marchaban, también agotaban todas las tierras de pastoreo que había entre Salt Lake y California, por lo que el viaje por tierra se tornó casi imposible cuando la estación estaba avanzada. Y abundaban las historias de hombres peligrosos que asaltaban a los viajeros, haciendo que la ruta fuese insegura para las familias35. Esas historias no asustaban a Louisa, pero Brigham se preocupaba por la seguridad de las familias que partían, así que los líderes de la Iglesia decidieron enviar a Addison sin Louisa y sin las niñas.

La familia estaba desconsolada. “Papá no va a estar seguro”, insistía Frances. “Los ladrones asaltarán con más probabilidad a un hombre solo para robarle el caballo o la yunta de animales, que si va con su familia”.

“Hija mía”, dijo Louisa, “tú sabes muy poco acerca de ladrones”.

Louisa entendía que el Evangelio requería sacrificios y si alguien le preguntaba, ella decía que estaba completamente dispuesta a dejar marchar a Addison. Mas ella pensaba que su familia no estaba en condiciones de estar separada, luego de estar juntos tan solo un año36.

Brigham planeó posponer la misión hasta la primavera, cuando los pastos estuviesen mejor y hubiera menos buscadores de oro en la ruta. Sin embargo, ese otoño, una caravana de carromatos que pasaba por Salt Lake contrató al capitán Jefferson Hunt, un antiguo miembro del Batallón Mormón, para guiarla con seguridad hasta California, siguiendo una ruta menos frecuentada hacia el sudoeste. Cuando Brigham se enteró de esa compañía, le pidió a Addison y a dos misioneros que fueran con ellos para ayudar al capitán Hunt y que, al llegar a California, se embarcaran hacia las islas37.

Louisa sintió como si el cielo y la tierra se hubieran combinado en su contra. Ella y Addison apenas se hablaban uno al otro. Cuando se encontraba sola, ella oraba y desahogaba su aflicción y dolor ante Dios. “¿Nunca tendrán fin mis sufrimientos?”, gemía ella38.

El día que Addison salió del valle, Louisa y Ellen cabalgaron con él hasta el lugar donde acamparía y pasaron allí la noche. A la mañana siguiente, él las bendijo y se despidió de ellas. Aunque por varias semanas ella había estado temiendo el momento de la despedida, Louisa se sintió consolada cuando cabalgaba de regreso al fuerte; su corazón se sentía menos oprimido de como se venía sintiendo desde hacía un tiempo39.