Historia de la Iglesia
38 Mi propio y debido tiempo y manera


“Mi propio y debido tiempo y manera”, capítulo 38 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020

Capítulo 38: “Mi propio y debido tiempo y manera”

Capítulo 38

Mi propio y debido tiempo y manera

Imagen
dos hombres en un pequeño velero

A principios de 1889, Joseph Dean estaba teniendo problemas para encontrar personas para enseñar en Samoa. Poco después de que él y su esposa Florence llegaran a la isla de Aunu’u el verano anterior, la obra había progresado rápidamente y la isla pronto tuvo suficientes santos como para formar una rama con una Escuela Dominical y una Sociedad de Socorro. También se habían enviado nuevos misioneros desde Salt Lake City para ayudar a los Dean y a los santos de Samoa.

Sin embargo, Samoa estaba en medio de una guerra civil y los bandos que luchaban por tener el control libraban cruentas batallas en las islas. Para empeorar las cosas, el rey se oponía a la Iglesia. Se difundieron rumores de que él había declarado ilegal bautizarse como Santo de los Últimos Días y que cualquiera que lo hiciera iría a parar a la cárcel. Ahora, cada vez menos personas pedían ser bautizadas1.

A pesar de esos desafíos, los santos de Samoa construyeron un centro de reuniones, cubriendo el techo con hojas de cocotero y revistiendo el piso con piedrecitas blancas y conchas marinas. Florence Dean y Louisa Lee, otra mujer que prestaba servicio en la misión con su esposo, llevaban a cabo reuniones de la Sociedad de Socorro todos los viernes. Los élderes, mientras tanto, compraron un pequeño velero para poder predicar el Evangelio en otras islas de Samoa. A la nueva embarcación la bautizaron Faa’aliga, la palabra samoana que significa “revelación”2.

A fines de 1888, Joseph, Florence, el hijo pequeño de estos y varios misioneros se habían mudado de Aunu’u a una isla vecina más grande, Tutuila; pero la isla tenía una población pequeña y la mayoría de sus hombres estaban fuera, luchando en la guerra. Pocas personas estaban interesadas en el Evangelio y Joseph pronto sintió que él y los otros misioneros no estaban teniendo más progreso. Decidió ir a la isla de Upolu y visitar Apia, la ciudad que constituía el centro del Gobierno y comercio de Samoa3.

En Upolu, Joseph planeaba ponerse en contacto con el cónsul estadounidense y hablar sobre los rumores de amenazas por parte del rey contra los santos. También quería encontrar a un hombre llamado Ifopo, que había sido bautizado por el misionero hawaiano Kimo Belio unos veinticinco años antes. Ifopo ya había enviado dos cartas a Joseph y estaba ansioso por reunirse con misioneros que pudieran ayudar a establecer la Iglesia en su isla4.

En la noche del 11 de marzo, Joseph y sus dos compañeros, Edward Wood y Adelbert Beesley, zarparon hacia Upolu en un viaje de 115 kilómetros. Entendían el peligro que suponía el hecho de que tres marineros inexpertos viajaran en una pequeña embarcación sobre aguas potencialmente agitadas; sin embargo, Joseph sentía que el Señor deseaba que hicieran el viaje.

Después de una noche de difícil navegación, los misioneros se acercaron a Upolu; pero, al ir acercándose a la orilla, una fuerte ráfaga de viento los tomó por sorpresa. El bote se inclinó e inmediatamente se llenó de agua. Los hombres intentaron aferrarse a los remos, las cajas y los baúles de viaje que ahora se balanceaban junto a ellos entre las olas. Cuando vieron otro bote a unos quinientos metros de distancia, gritaron y silbaron hasta que este finalmente se dio la vuelta.

Los samoanos que acudieron al rescate de los misioneros pasaron más de una hora enderezando la embarcación, buceando bajo las olas para recuperar las velas y el ancla, y ayudando a los misioneros a recoger sus posesiones. Joseph lamentaba no tener dinero para darles a los hombres por su servicio, pero ellos amablemente aceptaron su apretón de manos y él le pidió al Señor que los bendijera.

Para cuando Joseph y sus compañeros llegaron a la ciudad de Apia, estaban exhaustos. Ofrecieron una oración de agradecimiento a Dios por protegerlos durante el viaje. En los días que siguieron, se dispusieron a buscar al cónsul estadounidense y a ir en busca de Ifopo5.


Entretanto en Utah, Lorena Larsen, de veintinueve años, estaba embarazada de su cuarto hijo. Su esposo, Bent, había terminado recientemente de cumplir una condena de seis meses de prisión por cohabitación ilegal. Como Lorena era una esposa plural, su embarazo podía usarse como evidencia de que Bent había infringido la ley nuevamente. A fin de mantener segura a su familia, ella decidió pasar a la clandestinidad6.

Lorena primero halló refugio sirviendo en el Templo de Manti. El templo se encontraba a 95 kilómetros de su pueblo natal de Monroe, Utah, y se le había pedido al barrio de Lorena que proporcionara obreros para el templo. Lorena se mudó a Manti y sirvió en el templo por un tiempo, pero era difícil estar separada de sus hijos, que habían quedado al cuidado de Bent y otros miembros de la familia. Después de casi sufrir un aborto espontáneo, Lorena fue relevada honorablemente por el presidente del templo, Daniel Wells7.

Lorena y Bent decidieron entonces alquilar una casa para ella y sus hijos en la ciudad de Redmond, a medio camino entre Monroe y Manti. Como había informantes por todas partes, Lorena tuvo que mantener su identidad en secreto. Ahora se llamaba Hannah Thompson, les dijo a sus hijos, y si su padre los visitaba debían llamarlo “tío Thompson”. Una y otra vez, Lorena puso énfasis en la importancia de no revelar sus nombres verdaderos8.

Cuando la familia llegó a Redmond, Lorena evitó los lugares públicos y pasó la mayor parte de su tiempo en casa. Una tarde, sin embargo, se juntó con un grupo de amigables hermanas de la Sociedad de Socorro, y estas le dijeron a Lorena que cuando le preguntaron a su hijita de dos años cómo se llamaba, ella respondió: “Tío Thompson”.

Los amorosos santos de Redmond se apresuraron a prestarle servicio a la familia de Lorena. El domingo de Pascua, Lorena encontró en la puerta de su casa una cubeta de huevos frescos y medio kilogramo de mantequilla. Aun así, echaba de menos su casa en Monroe. Embarazada y sola, se esforzaba todos los días por cuidar a tres niños en un pueblo desconocido9.

Entonces, una noche, ella tuvo un sueño. Vio el césped en Monroe cubierto de arbustos y enredaderas. Le dolía ver su casa en ruinas, por lo que inmediatamente se puso a trabajar para quitar las malezas del jardín. Al comenzar a tirar de raíces profundas, Lorena se encontró de repente junto a un hermoso árbol cargado con la mejor fruta que ella había visto en su vida. Oyó una voz que decía: “El árbol escondido también produce fruta muy selecta”.

En el sueño, Lorena se vio acto seguido rodeada de sus seres queridos. Sus hijos, ahora crecidos, se acercaron a ella con platos, cuencos y pequeñas cestas. Juntos, llenaron los cuencos con la deliciosa fruta y los pasaron entre la multitud, algunos de los cuales Lorena se percató de que eran sus descendientes.

Su corazón se regocijó y se despertó llena de gratitud10.


Poco después de llegar a Apia, Joseph Dean y sus compañeros se reunieron con el vicecónsul estadounidense en Samoa, William Blacklock, y le preguntaron si los rumores sobre el encarcelamiento de los Santos de los Últimos Días en Samoa eran ciertos. “No es más que una argucia”, les aseguró el vicecónsul. Un tratado realizado entre los bandos enfrentados en las islas permitía a las personas adorar como quisieran11.

Aun así, la amenaza de guerra se cernía sobre las islas. Siete buques de guerra estaban anclados en el puerto de Apia: tres de Alemania, tres de Estados Unidos y uno de Gran Bretaña. Cada nación estaba decidida a defender sus intereses en el Pacífico12.

Deseosos de encontrar a Ifopo, los misioneros planearon entonces viajar en bote hasta su aldea, Salea’aumua, en el extremo este de la isla13, pero una tormenta rápidamente azotó a Apia. Los vientos que bramaban y las rompientes olas hicieron que Joseph y sus compañeros corrieran en busca de refugio. Después de guarecerse en un desván sobre el granero del dueño de una tienda local, los misioneros sintieron que el destartalado edificio traqueteaba en la creciente tempestad y temieron que la estructura se derrumbara.

La tormenta se intensificó y los misioneros permanecieron de pie junto a una ventana, mirando con horror cómo el ciclón azotaba los enormes buques de guerra en el puerto. Enormes olas chocaron contra la cubierta de un barco, arrastrando a los hombres al mar. Algunos marineros en otro barco treparon rápidamente a los mástiles y aparejos, aferrándose a las cuerdas como arañas, mientras que otros saltaban al océano agitado para intentar nadar hasta un lugar seguro. Los barcos estaban a solo cien metros de la costa, pero no se podía hacer nada para ayudar a los hombres. Todo lo que Joseph podía hacer era orar por clemencia14.

Después de la tormenta, los escombros y los restos de los buques de guerra cubrían la playa, y unas doscientas personas habían perecido15. Los misioneros se sentían recelosos con respecto a aventurarse nuevamente al mar. Durante la temporada de ciclones, otra tormenta podía descender sin previo aviso16. Sin embargo, dejando a un lado sus temores, los misioneros navegaron hacia Salea’aumua para buscar a Ifopo.

Cuando llegaron, un grupo de samoanos salieron en bote para saludarlos y uno de los hombres se presentó como Ifopo. Durante dos décadas se había mantenido fiel a su testimonio del Evangelio restaurado, sin estar seguro en todo ese tiempo de si alguna vez vendrían nuevos misioneros a su isla. Ahora Joseph y sus compañeros habían llegado y era tiempo de celebrar. Conocieron a la esposa de Ifopo, Matalita, y disfrutaron de un festín de cerdo asado y fruta17.

En los días que siguieron, los misioneros se familiarizaron con los amigos y vecinos de Ifopo. Durante una reunión, cien personas se reunieron para oír hablar a Joseph y el Espíritu se sintió de forma potente. Las personas eran sinceras en sus preguntas, ansiosas por saber más sobre el Evangelio.

Una tarde, Ifopo y los misioneros caminaron hasta un arroyo cercano. Aunque Ifopo ya se había bautizado, habían pasado muchos años y pidió ser bautizado nuevamente. Joseph se metió en el agua con su nuevo amigo y lo sumergió. Ifopo se arrodilló a la orilla del agua y los misioneros lo confirmaron miembro de la Iglesia.

Unos días más tarde, el viento cambió, lo que permitió que Joseph y sus compañeros comenzaran su viaje de regreso a Tutuila. Ifopo los acompañó más allá del arrecife para mostrarles el camino. Cuando llegó el momento de decir adiós, él presionó la nariz contra la nariz de cada uno de los misioneros, despidiéndolos con un beso samoano18.


En la primavera de 1889, el esposo de Lorena Larsen, Bent, decidió evadir a los alguaciles federales al huir a la relativa seguridad de Colorado, un estado vecino donde la Ley Edmunds-Tucker no tenía vigencia. Su primera esposa, Julia, podía permanecer en Monroe con el resto de su familia; pero él quería que Lorena y sus hijos permanecieran en Utah con el hermano de ella hasta que estuviera lo suficientemente asentado en Colorado como para enviar a buscarlos19.

A Lorena no le gustaba el plan. Su hermano era pobre, le recordó a Bent, y su cuñada recientemente había luchado contra la fiebre tifoidea. No estaban en condiciones de ayudar a Lorena y a sus hijos. Lorena también se acercaba a los últimos meses de embarazo y quería tener a su esposo a su lado.

Bent estuvo de acuerdo, y Lorena y sus hijos no tardaron en partir para Colorado con él. El trayecto abarcaba más de ochocientos kilómetros a través de desiertos y montañas. Era una tierra salvaje y los hombres que encontraron por el camino a menudo parecían peligrosos. En un punto del camino, la única agua disponible se hallaba acumulada en hoyos en la ladera rocosa de la montaña. Bent salía a buscar agua mientras Lorena conducía lentamente el carromato por el cañón, gritando periódicamente el nombre de él para asegurarse de no haberlo perdido en la oscuridad.

Lorena se sintió agradecida cuando su familia finalmente llegó a Sanford, Colorado, y se unió a la pequeña comunidad de santos de allí. Cuando llegó el momento de que Lorena diera a luz, todavía estaba débil por el viaje. Su trabajo de parto fue tan difícil que algunos temieron que pudiera perder la vida. El hijo de Lorena, Enoch, finalmente nació el 22 de agosto, y la partera declaró que era el bebé más grande que ella había ayudado a nacer en veintiséis años20.

Mientras tanto, las leyes y prácticas ideadas para dañar a la Iglesia continuaron oprimiendo a familias como los Larsen. Incluso los santos que no practicaban el matrimonio plural se vieron afectados.

En Idaho, la legislatura territorial había aprobado una ley que requería que los posibles votantes juraran que no pertenecían a una iglesia que enseñara o fomentara la poligamia. No importaba si los votantes participaban en la práctica ellos mismos. Esto efectivamente impidió que todos los santos de Idaho, que eran casi un cuarto de la población, votaran u ocuparan cargos. Los Santos de los Últimos Días que habían emigrado a los Estados Unidos también fueron marginados por los funcionarios del Gobierno y los jueces, quienes se negaron a permitirles que se convirtieran en ciudadanos.

Los procedimientos legales iniciados para desafiar la legalidad de dichas medidas circularon a través del sistema judicial de los EE. UU., pero el sentimiento público contra la Iglesia era fuerte y las decisiones a favor de la Iglesia fueron pocas. Sin embargo, los abogados de la Iglesia habían impugnado la legalidad de la Ley Edmunds-Tucker poco después de que el Congreso la aprobara y los santos tenían la esperanza de que la Corte Suprema la anulara. La corte había comenzado recientemente a considerar la causa, pero aún no había emitido su fallo, dejando a los santos en suspenso21.

Incluso en una ciudad remota como Sanford, Lorena sabía que su familia y la Iglesia permanecerían fragmentadas y temerosas mientras el Gobierno continuara negando a los santos sus derechos religiosos22.


Al tiempo que los Larsen y otros miembros de la Iglesia pasaban a la clandestinidad para preservar a sus familias y practicar su religión, la Primera Presidencia buscó nuevas formas de proteger la libertad religiosa de los santos. Decidido a ganar aliados en Washington D. C. y finalmente alcanzar la condición de estado para Utah, Wilford Woodruff había comenzado a alentar a los editores de periódicos Santos de los Últimos Días a que dejaran de atacar al Gobierno en sus publicaciones. Instó a los líderes de la Iglesia a que dejaran de hablar públicamente sobre el matrimonio plural para no provocar a los críticos de la Iglesia en el Gobierno, y le había pedido al presidente del Templo de Logan que dejara de celebrar matrimonios plurales en la Casa del Señor23.

Bajo estas nuevas normas, cada vez menos santos concertaban nuevos matrimonios plurales. Sin embargo, algunos santos todavía esperaban observar el principio tal y como se había enseñado anteriormente. Por lo general, se los alentaba a ir a México o a Canadá, donde los líderes de la Iglesia realizaban los matrimonios en privado, fuera del alcance del Gobierno de los Estados Unidos. Ocasionalmente, no obstante, todavía se realizaban matrimonios plurales en el territorio de Utah24.

En septiembre de 1889, mientras visitaban a los santos al norte de Salt Lake City, Wilford Woodruff y George Q. Cannon se reunieron con un presidente de estaca que les preguntó si debía extender recomendaciones para el templo a los santos que querían contraer matrimonio plural.

Wilford no respondió de inmediato la pregunta del presidente de estaca. En cambio, le recordó que a los santos se les había mandado una vez construir un templo en el condado de Jackson, Misuri, pero que se habían visto obligados a abandonar sus planes cuando la oposición se hizo demasiado grande. A pesar de eso, el Señor había aceptado la ofrenda de los santos y las consecuencias de no haber construido un templo recayeron sobre las personas que lo habían impedido.

“Así es ahora con esta nación”, dijo Wilford, “y las consecuencias de ello tendrán que recaer sobre quienes llevan este rumbo para evitar que obedezcamos este mandamiento”.

Luego respondió directamente la pregunta del presidente de estaca. “Siento que en este momento no es adecuado que se efectúe ningún matrimonio de este tipo en este territorio”, dijo. Luego, señalando a George, agregó: “Aquí está el presidente Cannon. Él puede decir lo que piensa en cuanto a este asunto”.

George estaba estupefacto. Nunca antes había escuchado a Wilford hablar tan claramente sobre el tema y no sabía si estaba de acuerdo con él. ¿Debía la Iglesia dejar de efectuar matrimonios plurales en el territorio de Utah? Él, personalmente, no estaba tan listo como Wilford para responder esa pregunta, por lo que no contestó, dejando que la conversación pasara a otros asuntos.

Sin embargo, al registrar la conversación en su diario, George continuó luchando con lo que Wilford había dicho. “Para mí, es un asunto extremadamente serio”, escribió, “y es la primera vez que se ha pronunciado algo de este tipo, que yo sepa, por parte de alguien que posee las llaves”25.


En medio de las crecientes preguntas sobre el curso futuro de la Iglesia, Susa Gates publicó el primer ejemplar de Young Woman’s Journal [Gaceta de la mujer joven] en octubre de 1889.

Susa había comenzado a promocionar la publicación después de que ella y Jacob hubieron regresado a Utah a principios de ese año. En junio, su hermana, Maria Dougall, consejera de la Presidencia General de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes, había alentado a las mujeres jóvenes de la Estaca Salt Lake a que apoyaran y contribuyeran con la nueva revista. Unos meses después, varios periódicos publicaron anuncios de su inminente publicación26.

Susa también había invitado a varias escritoras Santos de los Últimos Días a enviar su poesía y prosa a la gaceta. Durante años, los santos con talentos literarios habían perfeccionado sus aptitudes para la escritura en periódicos y diarios apoyados por la Iglesia, tales como Woman’s Exponent [El adalid de la mujer], Juvenile Instructor [Instructor juvenil] y Contributor [El colaborador]. En Europa, los santos también habían proporcionado escritos para Millennial Star [La estrella milenaria], la publicación de la Misión Británica; Skandinaviens Stjerne y Nordstjarnan, de la Misión Escandinava; y Der Stern, de la Misión Suizo-Alemana27.

Los santos a veces llamaban a estos escritos “literatura doméstica”, un término que evocaba la noción de Brigham Young de las “industrias domésticas”, es decir, los productos de fabricación local como el azúcar, el hierro y la seda. En un discurso de 1888, el obispo Orson Whitney había alentado a los jóvenes de la Iglesia a crear más literatura doméstica a fin de presentar los más grandes talentos literarios de los santos y testificar del evangelio restaurado de Jesucristo.

“Escriban para los periódicos, escriban para las revistas, especialmente para nuestras publicaciones domésticas”, les había instado. “Hagan libros ustedes mismos, los cuales no solo serán un honor para ustedes y para la tierra y las personas que los produjeron, sino que también serán una bendición y un beneficio para la humanidad”28.

En el primer ejemplar de Young Woman’s Journal [Gaceta de la mujer joven], Susa publicó obras de literatura doméstica de algunas de las escritoras más reconocidas de la Iglesia, entre ellas, Josephine Spencer, Ruby Lamont, Lula Greene Richards, M. A. Y. Greenhalgh, y las hermanas Lu Dalton y Ellen Jakeman. También incluyó algunos de sus propios escritos, una carta de la Presidencia General de la A. M. M. M.J. y una columna sobre salud e higiene escrita por Romania Pratt29.

En su primer editorial para la gaceta, Susa expresó su esperanza de que la revista pronto presentara escritos de las mujeres jóvenes de toda la Iglesia. “Recuerden, muchachas, esta es su revista”, escribió. “Que su esfera de utilidad se extienda de Canadá a México, de Londres a las islas Sandwich”30.


Más tarde ese otoño, un juez federal de Utah negó la ciudadanía estadounidense a varios inmigrantes europeos porque eran Santos de los Últimos Días y, por lo tanto, en opinión del juez, desleales a los Estados Unidos. Durante las audiencias, miembros distanciados de la Iglesia afirmaron que los santos hacían juramentos hostiles en contra del Gobierno dentro de los templos. Los fiscales de distrito también citaron discursos de ocasiones en las que los líderes de la Iglesia habían hablado enérgicamente contra los funcionarios corruptos del Gobierno y las personas que habían abandonado la Iglesia. Esos discursos, así como otras enseñanzas de la Iglesia sobre los últimos días y el reino de Dios, se interpretaron como evidencia de que los santos desestimaban la autoridad del Gobierno31.

Wilford y otros líderes de la Iglesia sabían que tenían que responder a esas afirmaciones, pero sería difícil responder a las declaraciones relacionadas con el templo, sobre el cual los santos habían hecho promesas solemnes de no hablar32.

A fines de noviembre, Wilford se reunió con abogados que aconsejaron a los líderes de la Iglesia que le proporcionaran al tribunal más información sobre el templo. También le recomendaron que hicieran un anuncio oficial de que la Iglesia no efectuaría más matrimonios plurales. Wilford no estaba seguro de cómo responder a las solicitudes de los abogados. ¿Eran tales acciones realmente necesarias, solo para apaciguar a los enemigos de la Iglesia? Necesitaba tiempo para procurar conocer la voluntad de Dios33.

La noche había caído cuando los abogados se fueron y dejaron solo a Wilford. Durante horas, él meditó y oró pidiendo guía sobre qué hacer34. Él y los santos habían venido al valle del Lago Salado en 1847 buscando otra oportunidad para establecer Sion y reunir a los hijos de Dios dentro de la paz y seguridad de sus fronteras. Ahora, más de cuarenta años después, los opositores a la Iglesia estaban destrozando a las familias, despojando a las mujeres y a los hombres de sus derechos de voto, creando obstáculos para la inmigración y el recogimiento, y negando los derechos de ciudadanía a las personas simplemente por pertenecer a la Iglesia.

En poco tiempo, los santos podían perder aún más, incluso los templos. ¿Qué pasaría entonces con la salvación y la exaltación de los hijos de Dios en ambos lados del velo?

Mientras Wilford oraba, el Señor le respondió. “Yo, Jesucristo, el Salvador del mundo, estoy en medio de vosotros”, dijo Él. “Todo lo que he revelado y prometido y decretado concerniente a la generación en la que vives acontecerá, y ningún poder detendrá Mi mano”.

El Salvador no le dijo a Wilford exactamente qué hacer, pero prometió que todo estaría bien si los santos seguían al Espíritu.

“Tened fe en Dios”, dijo el Salvador. “Él no os desamparará. Yo, el Señor, libraré a mis santos del dominio de los inicuos en mi propio y debido tiempo y manera”35.