Historia de la Iglesia
29 Morir en el trayecto


“Morir en el trayecto”, capítulo 29 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020

Capítulo 29: “Morir en el trayecto”

Capítulo 29

Morir en el trayecto

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Estetoscopio sobre la cama de una persona enferma

Brigham Young dejó los rojizos acantilados de la región sur de Utah a mediados de abril de 1877. Al dirigirse a casa en Salt Lake City, sabía que sus días estaban contados. “Muchas veces siento que no podré vivir ni una hora más”, dijo a los santos de St. George antes de partir. “No sé cuán pronto me llamará el mensajero, pero calculo que moriré en el trayecto”1.

Algunos días después, se detuvo en Cedar City para hablar con un periodista sobre John D. Lee y la masacre de Mountain Meadows2. El gobierno federal había pasado más de una década investigando quiénes habían cometido los asesinatos. John y otros hombres, entre ellos William Dame, presidente de la Estaca Parowan, habían sido arrestados hacía varios años para que se les juzgara por su participación en la masacre, generándose así un renovado interés nacional en el crimen de hacía casi veinte años3. Las acusaciones contra William y otras personas ya se habían desestimado, pero John había ido a juicio dos veces antes de ser condenado; y un pelotón de fusilamiento lo había ejecutado por su papel al frente del ataque.

Durante los juicios, los fiscales y los periodistas esperaban que John implicara al profeta en la masacre. Sin embargo, aunque estaba enojado con Brigham por no protegerlo del castigo, John se había negado a inculparlo por los asesinatos4.

La ejecución de John había desencadenado un furor nacional entre las personas que suponían erróneamente que Brigham había ordenado la masacre5. En algunos lugares, el encono hacia la Iglesia dificultaba que los misioneros encontraran personas para enseñar y algunos élderes decidían regresar a casa. Por lo general, Brigham no respondía a tales ataques contra él o contra la Iglesia, pero quería hacer una declaración pública sobre la masacre y accedió a contestar las preguntas del periodista6.

El periodista preguntó a Brigham si John había recibido órdenes procedentes de la sede de la Iglesia de matar a los inmigrantes. “Ninguna de la que yo tenga conocimiento y ciertamente ninguna de mí”, replicó Brigham. Dijo que si hubiera sabido en cuanto al plan de matar a los inmigrantes, hubiese intentado detenerlo.

“Habría ido a aquel campamento y combatido a muerte contra los indígenas y los hombres blancos que tomaron parte en perpetrar la masacre, antes que permitir que se hubiese cometido tal acto”, expresó7.

Varios días después, Brigham se detuvo en el valle de Sanpete para dedicar el solar del templo en Manti. Mientras estaba allí, el Espíritu le susurró que tenía que reorganizar la estructura del sacerdocio de la Iglesia8.

Brigham ya había comenzado a hacer algunos cambios en la organización de la Iglesia. Dos años antes, había reestructurado el Cuórum de los Doce a fin de otorgar antigüedad a los Apóstoles que habían permanecido fieles a su testimonio desde el momento de su llamamiento. Aquella medida había concedido mayor antigüedad a John Taylor y a Wilford Woodruff que a Orson Hyde y a Orson Pratt, quienes habían dejado el Cuórum brevemente mientras José Smith estaba con vida. El cambio hizo que John Taylor fuera el miembro de mayor antigüedad de los Doce y el probable sucesor de Brigham como Presidente de la Iglesia9.

No obstante, al viajar y en las reuniones con los líderes locales de la Iglesia, Brigham veía que tenían que hacerse otros cambios. Algunas de las trece estacas de la Iglesia eran supervisadas por presidentes de estaca, mientras que a otras, las presidían algunos miembros de los Doce, en ocasiones sin consejeros ni sumo consejo. Algunos barrios tenían obispos y otros tenían obispos presidentes, y casi nadie sabía de qué modo diferían los dos llamamientos. Algunos barrios no tenían obispo en absoluto10.

Los cuórums del Sacerdocio Aarónico también estaban desorganizados. Los poseedores de dicho sacerdocio se encargaban del edificio del barrio, visitaban familias y enseñaban el Evangelio. Sin embargo, muchos barrios carecían de suficientes poseedores del Sacerdocio Aarónico para formar cuórums, porque solo se daba ese sacerdocio, por lo general, a los hombres adultos, y usualmente se los ordenaba poco después al Sacerdocio de Melquisedec.

En la primavera y el verano de 1877, Brigham, sus consejeros y el Cuórum de los Doce trabajaron en conjunto para reorganizar barrios y estacas, y para fortalecer los cuórums del Sacerdocio Aarónico y de Melquisedec. Dieron la directiva de que todos los miembros de la Iglesia debían pertenecer a un barrio donde un obispo pudiera velar por ellos, con la ayuda de dos consejeros. Designaron a un hombre, Edward Hunter, para que sirviera como el único Obispo Presidente de la Iglesia.

La Primera Presidencia y los Doce además solicitaron a los líderes locales del sacerdocio que ordenaran a hombres jóvenes a oficios del Sacerdocio Aarónico. Pidieron específicamente a los maestros y presbíteros adultos que llevaran consigo a hombres jóvenes al visitar a los santos, para así capacitar a los muchachos en sus deberes del sacerdocio. Se solicitó a cada colonia que organizara una Asociación de Mejoramiento Mutuo (A. M. M.) para las mujeres jóvenes y los hombres jóvenes.

La Primera Presidencia y los Doce viajaron por todo el territorio semana tras semana relevando a los Apóstoles de las presidencias de estaca y llamando a nuevos presidentes de estaca a ocupar su lugar. Se aseguraron de que todo presidente de estaca tuviera dos consejeros, y de que cada estaca tuviese un sumo consejo. Además, solicitaron a cada estaca que efectuara una conferencia trimestral11.

La tensión de viajar y predicar pronto agotó a Brigham, lucía pálido y cansado. “En mi ansiedad por ver que la casa de Dios se pusiera en orden he exigido demasiado de mis fuerzas”, admitió12.


El 20 de junio, Francis Lyman recibió un telegrama de George Q. Cannon, quien en ese momento prestaba servicio como consejero de la Primera Presidencia. “El presidente pregunta: ¿está dispuesto a actuar como presidente de la Estaca Tooele?”, decía. “Si es así, ¿puede presentarse aquí para acompañar a los Doce el sábado por la mañana?”13.

Francis vivía en Fillmore, Utah. La Estaca Tooele estaba a más de ciento sesenta kilómetros al norte; jamás había vivido allí y conocía a pocas personas de la estaca. En Fillmore, donde había residido durante más de una década, había ocupado altos cargos en el gobierno local. Si accedía a servir en Tooele, tendría que llevarse a su familia de allí y mudarse con ella a un sitio nuevo.

Y el sábado por la mañana estaba a solo tres días.

A los treinta y siete años, Francis era un dedicado Santo de los Últimos Días que había servido en una misión en las Islas Británicas y había participado activamente en su cuórum del sacerdocio. Además, había investigado su genealogía familiar, esperando anhelosamente el día en que se pudiera efectuar la obra de ordenanzas en la Casa del Señor.

Cierta vez había escrito en su diario personal: “Mi máxima ambición es llevar la vida de un Santo de los Últimos Días y guiar a mi familia a hacer lo mismo”14.

Sin embargo, aún estaba tratando de digerir la decisión de su padre, Amasa Lyman, de unirse al Nuevo Movimiento, de William Godbe. Siempre había tenido la esperanza de que su padre volviera a la Iglesia. Habían trabajado juntos en la genealogía familiar y recientemente habían disfrutado de algunos contactos de manera feliz; pero Amasa había fallecido en febrero, mientras todavía estaba separado de la Iglesia.

Cerca del final, Francis había visitado a su padre en el lecho de muerte. “No te marches”, había dicho Amasa. “Quiero que estés cerca de mí”.

“¿Por cuánto tiempo?”, preguntó Francis.

“Para siempre”, susurró15.

Tras la muerte de Amasa, Francis estaba ansioso de que se restaurara a su padre la condición de miembro de la Iglesia y el sacerdocio, lo que permitiría a la familia sentirse completa de nuevo. En abril, Francis había preguntado a Brigham Young qué podía hacerse. Nada por el momento, Brigham había dicho. La cuestión estaba en manos del Señor.

Francis había aceptado la decisión de Brigham y voluntariamente emprendió la nueva asignación que el profeta le había dado en Tooele. “Estaré con los Doce el sábado por la mañana”, le telegrafió a George Q. Cannon16.

La Estaca Tooele se creó el 24 de junio de 1877 y se apartó a Francis como su presidente el mismo día17. Previamente, las seis colonias principales de la zona de Tooele tenían ramas de la Iglesia que supervisaba un obispo presidente de nombre John Rowberry. Tras la creación de la nueva estaca, todas las ramas se convirtieron en barrios, cuyos tamaños oscilaban entre veintisiete y doscientas familias18.

Al comprender que algunos santos de Tooele podrían murmurar porque su nuevo presidente era un hombre de otra estaca y joven, Francis pronto compró una casa en el centro de la ciudad y llamó a dos hombres del lugar como sus consejeros. Luego invitó al obispo Rowberry a acompañarlo en las visitas a los diversos barrios, donde organizaron nuevos cuórums y presidencias del sacerdocio, y hablaron a los santos alentándolos en su dedicación al Señor19.

“Nuestros intereses temporales y espirituales del reino están inseparablemente unidos”, enseñó Francis a los miembros de la nueva estaca. “Sean humildes ante el Señor y posean la luz de Su Santo Espíritu como nuestra guía constante”20.


A mediados de julio de 1877, Jane Richards se sentó en el estrado junto a Brigham Young en el tabernáculo de la Estaca Weber, en Ogden. Fue en ocasión de una conferencia para las Sociedades de Socorro y las Asociaciones de las Mujeres Jóvenes de la ciudad. Jane, que era la presidenta de la Sociedad de Socorro del Barrio Ogden, había organizado el evento y había invitado a Brigham a hablar21.

Dirigir un grupo tan numeroso de mujeres no siempre había resultado sencillo para Jane. Inicialmente se había unido a la Sociedad de Socorro cuando era una mujer joven, en Nauvoo22. Sin embargo, cuando se la llamó a dirigir la Sociedad de Socorro del Barrio Ogden en 1872, había titubeado; su salud siempre había sido débil, a pesar de la fortaleza que hallaba en las bendiciones del sacerdocio, pero para cuando recibió el llamamiento, su salud era particularmente mala.

Un día, su amiga Eliza Snow la había visitado e instado a vivir, con la certeza de que Jane aún tenía algo más que hacer en su vida. Mientras ministraba a Jane, Eliza le prometió que si aceptaba el llamamiento de dirigir la Sociedad de Socorro de Ogden, recibiría salud y bendiciones del Señor.

Jane sanó poco tiempo después mediante el poder de Dios, pero aun así pasó semanas meditando si debía aceptar el llamamiento o no. Finalmente, el obispo y las hermanas de la Sociedad de Socorro le imploraron que lo hiciera. “El Señor te ha levantado del lecho de enferma para hacernos el bien y queremos que aceptes el oficio”, dijeron. Entonces Jane comprendió que su servicio contribuía a un bien mayor, sin importar cuán cansada y temerosa se sintiera23.

Ahora, cinco años después, el tabernáculo de la Estaca Weber estaba repleto de mujeres y hombres ansiosos por escuchar al profeta. Después que Brigham se hubo dirigido a los santos, hablaron otros líderes de la Iglesia. Entre ellos se hallaba el esposo de Jane, el apóstol Franklin Richards, a quien recientemente se había relevado como presidente de la Estaca Weber, como parte de la reorganización del sacerdocio.

Durante uno de los discursos, Brigham se volvió hacia Jane y le preguntó en voz baja qué opinaba sobre organizar Sociedades de Socorro de estaca y pedirles que celebraran conferencias trimestrales. Recientemente había considerado hacerlo como parte de su esfuerzo por organizar mejor la Iglesia y ya había consultado a varias personas al respecto, entre ellas a Bathsheba Smith, otra mujer de activo liderazgo en la Sociedad de Socorro24.

La pregunta sorprendió a Jane, pero no porque la idea de una Sociedad de Socorro de estaca fuera difícil de imaginar. Si bien las Sociedades de Socorro hasta ese momento funcionaban solo a nivel de barrio, ella y sus consejeras del Barrio Ogden ya actuaban como una presidencia informal de la Sociedad de Socorro de estaca al asesorar a las Sociedades de Socorro más pequeñas de la zona. Lo que en verdad la sorprendió fue la idea de que las Sociedades de Socorro tuvieran conferencias con regularidad.

Jane tuvo poco tiempo para acostumbrarse a la idea; antes de que terminara la conferencia, Brigham la llamó para servir como la presidenta de la Sociedad de Socorro de la Estaca Weber y le pidió que recabara informes de las presidentas de Sociedad de Socorro de barrio sobre las condiciones espirituales y económicas de las mujeres que había en sus congregaciones. Si la salud se lo permitía, él tenía la intención de reunirse con ellas de nuevo en la siguiente conferencia para escuchar sus informes.

Tras la conferencia, Brigham solicitó a Jane que viajara con su grupo a las colonias vecinas. Por el camino, le enseñó acerca de los deberes de su nuevo llamamiento y de la importancia de llevar registros minuciosos de lo que ella y la Sociedad de Socorro lograran. Dirigir una Sociedad de Socorro de estaca sería una empresa importante. Antes de la reciente reorganización de la Iglesia, Jane había asesorado a tres Sociedades de Socorro de Ogden. En cambio, la recién formada Estaca Weber tenía dieciséis barrios25.

Cuando Jane regresó a Ogden, se reunió con la Sociedad de Socorro de su barrio. “Me gustaría escuchar a todas las hermanas y saber cómo se sienten en cuanto a lo que el presidente Young nos dijo”, expresó.

Durante el resto de la reunión, Jane escuchó conforme las mujeres daban testimonio y compartían sus experiencias de la conferencia. Muchas de ellas expresaban su amor por el Evangelio. “Tenemos la luz y el conocimiento del Santo Espíritu, y cuando perdemos eso, grande es la obscuridad”, dijo Jane a las hermanas.

En la siguiente reunión, unos días después, Jane añadió tras su testimonio: “Deseo vivir mi religión y hacer todo el bien que pueda”, declaró26.


Aquel verano, mientras la Iglesia pasaba por una gran reorganización, Susie Young Dunford se preguntaba si era hora de hacer cambios en su propia vida. Alma, su esposo, acababa de partir en una misión a Gran Bretaña; pero en lugar de extrañarlo, estaba agradecida de que se hubiera ido.

Su matrimonio había sido desdichado casi desde el principio. Alma, al igual que su primo Morley, que se había casado con Dora, hermana de Susie, bebía alcohol con regularidad. Después de que se reveló la Palabra de Sabiduría en 1833, muchos santos no habían seguido su consejo de forma estricta. Sin embargo, en 1867, el padre de Susie, Brigham Young, había comenzado a instar a los santos a obedecerla más cabalmente al abstenerse de café, té, tabaco y bebidas alcohólicas fuertes.

No todos aceptaron el consejo y Alma, a menudo, estaba a la defensiva en cuanto a su hábito de beber. En ocasiones, incluso se tornaba violento. Una noche, después de haber bebido, había echado de la casa a Susie y a Leah, su hija de seis meses, gritándoles que jamás volvieran.

Susie había regresado con la esperanza de que las cosas cambiarían. Ahora ella y Alma tenían además un hijo, Bailey, y Susie quería lograr que su matrimonio tuviera éxito; no obstante, nada cambió. Cuando Alma recibió el llamamiento misional, ella se sintió aliviada. A veces se enviaba a algunos hombres jóvenes como Alma en una misión para ayudarlos a madurar y reformar su comportamiento.

Susie disfrutaba de la nueva paz y tranquilidad que había en su hogar. Cuanto más tiempo pasaba apartada de Alma, tanto menos quería verlo de nuevo27.

La familia de Alma vivía junto al lago Bear, cerca de la frontera norte de Utah, y Susie pensaba visitarlos ese verano. Sin embargo, antes de dirigirse al norte, fue a ver a su padre por otra cuestión que la preocupaba28.

Los santos habían publicado recientemente un libro en la ciudad de Nueva York llamado The Women of Mormondom [Las mujeres del mormonismo] para contrarrestar las representaciones que se hacían de las mujeres Santos de los Últimos Días y que aparecían en los libros y las disertaciones de Fanny Stenhouse, Ann Eliza Young y otros críticos de la Iglesia. En The Women of Mormondom aparecían los testimonios de varias mujeres prominentes de la Iglesia que presentaban sus experiencias de manera positiva.

Para ayudar a promocionar el libro, Susie quería ir en una gira de presentaciones a nivel nacional con dos de las esposas de su padre: Eliza Snow y Zina Young, y con su hermana Zina Presendia Williams. Susie siempre había anhelado ser una gran oradora y escritora, y estaba ansiosa por viajar por el país y dar conferencias29.

Brigham habló favorablemente con Susie en cuanto a la gira, pero quería que la emprendiera por las razones correctas. Él sabía que ella tenía sanas ambiciones y siempre había tratado de apoyarla para que desarrollara sus talentos al enviarla a estudiar con algunos de los mejores docentes del territorio, pero no quería que procurara la aclamación del mundo a expensas de su familia.

“Si llegaras a ser la mujer más importante del mundo y descuidaras tu deber como esposa y madre, despertarías en la mañana de la primera resurrección y descubrirías que has fracasado en todo”, le dijo.

Como de costumbre, su padre no suavizaba las palabras. No obstante, Susie no sintió que se la reprendiera; su tono era amable y comprensivo, y parecía como si viera el interior de su alma. “Todo lo que puedas hacer luego de haber satisfecho las demandas rectas de tu hogar y tu familia redundará para mérito tuyo, y para la honra y la gloria de Dios”, le dijo reconfortándola.

“Ojalá supiera que el Evangelio es verdadero”, admitió Susie conforme continuaban conversando. Ella quería saber con toda el alma que era verdad, tal como lo sabían sus padres30.

Brigham simplemente dijo: “Hija, solo hay una manera de que puedas obtener el testimonio de la verdad y es la manera en yo logré mi testimonio, y la manera en que tu madre obtuvo el de ella. De rodillas ante el Señor, acude en oración y Él escuchará y contestará”.

Susie se sintió embargada por la emoción y supo que lo que su padre decía era verdad. Luego él le dijo: “Si no hubiera sido por el mormonismo, hoy sería un carpintero en una aldea de campo”.

Brigham había dejado su oficio mucho antes de que Susie naciera, pero seguía siendo el mismo hombre de fe que había dejado su casa en Nueva York para estrechar la mano de un profeta de Dios en Kirtland. Susie quería que él supiera antes de morir lo que él significaba para ella.

“Cuán orgullosa y agradecida estoy de que se me haya permitido venir a la tierra como tu hija”, le dijo31.


En la noche del 23 de agosto de 1877, Brigham conversó con Eliza Snow en la habitación donde su familia normalmente oraba. Hablaron sobre el plan de enviar a Eliza, Zina, Zina Presendia y Susie al este para promover The Women of Mormondom y brindar a la gente una mejor comprensión de la Iglesia.

“Es un experimento, pero quisiera verlo puesto a prueba”, afirmó Brigham.

Se puso de pie y tomó su vela. Más temprano, aquella tarde, había hablado con obispos de Salt Lake City y les había indicado que se aseguraran de que los presbíteros y maestros visitaran mensualmente a cada miembro de su barrio. Luego había designado un comité para supervisar la construcción de un salón de asambleas junto al Templo de Salt Lake. Ahora estaba cansado.

“Creo que ahora iré a descansar”, dijo a Eliza.

Durante la noche, fuertes dolores aquejaron a Brigham en el abdomen. Por la mañana, su hijo Brigham Young Jr. se apresuró a su lado y lo tomó de la mano. “¿Cómo te sientes?”, le preguntó, “¿crees que te recuperarás?”.

“No lo sé”, respondió Brigham. “Pregunta al Señor”.

Permaneció en cama durante dos días, sobrellevando la agonía y durmiendo poco. A pesar del dolor, hacía chistes para tratar de aliviar la preocupación de la familia y los amigos que se reunieron a su alrededor. Cada vez que alguien le preguntaba si sufría, decía: “No, no me entero que lo hago”.

Algunos Apóstoles y otros líderes de la Iglesia le daban bendiciones y le levantaban el ánimo. Sin embargo, luego de cuatro días, empezó a perder y recobrar la consciencia por momentos. Los síntomas empeoraron y el médico le operó el abdomen, pero sin éxito.

El 29 de agosto, el médico le dio medicamentos para el dolor y acercó la cama a la ventana para que tuviera aire fresco. Afuera, había una multitud de santos en reverente silencio en el parque de la Casa del León. Mientras tanto, la familia de Brigham se arrodilló en oración alrededor de la cama.

Recostado junto a la ventana, Brigham revivió por un momento, abrió los ojos y miró hacia el techo. “José”, dijo, “José, José, José”.

Luego, su respiración empezó a acortarse cada vez más hasta que cesó del todo32.