Historia de la Iglesia
13 Por todos los medios posibles


“Por todos los medios posibles”, capítulo 13 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo13: “Por todos los medios posibles”

Capítulo 13

Por todos los medios posibles

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campamento indígena con tipis

Ya en el otoño de 1853, Augusta Dorius llevaba un año viviendo en Salt Lake City. La ciudad no era comparable con el tamaño de Copenhague. La mayoría de las edificaciones eran cabañas de troncos o estructuras de adobe de uno o dos pisos. Aparte de la gran Casa del Consejo, donde se efectuaban muchas reuniones gubernamentales y eclesiásticas, los santos habían construido una oficina y un depósito para la recolección de los diezmos, y un salón social para bailes, obras teatrales y otros eventos de la comunidad. Cerca de ello, en la manzana del templo, había varios talleres para la construcción del templo y recientemente habían construido un tabernáculo de adobe con una capacidad para casi tres mil personas1.

Al igual que la mayoría de las mujeres inmigrantes en el valle, Augusta trabajaba como empleada doméstica para una familia. Al trabajar para ellos y vivir con ellos, aprendió inglés rápidamente. No obstante, extrañaba Dinamarca y su familia2. Su hermano Johan había sido liberado de la prisión en Noruega, y ahora él y Carl predicaban el Evangelio en Dinamarca y Noruega, a veces como compañeros. Su padre también predicaba por todo Dinamarca cuando no estaba atendiendo a las tres hermanas menores de Augusta. La madre de Augusta vivía en Copenhague y seguía sin sentir interés por la Iglesia3.

A finales de septiembre, Augusta se regocijó con la llegada a Salt Lake City de una compañía con más de doscientos santos daneses. Si bien su familia no se hallaba entre el grupo, la llegada de otros daneses ayudó a que Augusta, aunque en Utah, se sintiera más como en casa; pero apenas llegó la compañía, Brigham Young llamó a los daneses recién llegados a que ayudaran a colonizar otras partes del territorio4.

Desde su llegada a las Montañas Rocosas, los santos habían establecido asentamientos más allá del valle del Lago Salado; entre ellos, Ogden, al norte, y Provo, hacia el sur. Otros poblados habían surgido tanto en los parajes intermedios como más allá de esas poblaciones. Además, Brigham había enviado familias para que construyeran herrerías en el sur de Utah para manufacturar productos de hierro y contribuir a que el territorio fuese más autosuficiente5.

Brigham envió a los daneses a fortalecer los asentamientos en el valle de Sanpete, a unos 160 kilómetros al sureste de Salt Lake City6. Los primeros colonos habían llegado a Sanpete en el otoño de 1849, por invitación de Walkara, un poderoso líder de los ute, quien fue bautizado en la primavera siguiente7. Sin embargo, surgieron problemas cuando tres colonos del vecino valle de Utah mataron a un ute llamado Old Bishop en una discusión por una camisa.

Los utes tomaron represalias y Brigham les pidió a los colonos que no respondieran al ataque. Su política general consistía en enseñar a los santos a vivir en paz con sus vecinos indígenas; pero luego de deliberar con el líder del asentamiento de Provo, quien le ocultó el asesinato de Old Bishop, Brigham finalmente ordenó a la milicia realizar una campaña contra los utes que los atacaban. A comienzos de 1850, la milicia atacó un campamento de unos setenta utes junto al río Provo. Luego de dos días de combates, el campamento se dispersó y la milicia persiguió a la banda hasta el sur del lago Utah, donde la milicia los rodeó y mató a los hombres ute que quedaban.

La campaña veloz y sangrienta había dado fin a las luchas en los alrededores de Provo8, pero generó una tensión que se trasladó rápidamente al valle de Sanpete, donde los colonos habían reclamado los mejores terrenos y habían excluido a los indígenas del acceso a las zonas de pesca y caza. Movidos por el hambre y la desesperación, algunos indígenas comenzaron a robar reses o a exigir alimentos de los colonos9.

Walkara y su pueblo también se habían enojado con los líderes territoriales porque estos habían regulado el comercio en la región, afectando cuestiones tales como la antigua costumbre entre los indígenas de tomar cautivos de otras tribus para venderlos como esclavos. Aun cuando las leyes de Utah prohibían a los indígenas la venta de cautivos a los comerciantes de esclavos españoles y mexicanos, Walkara y otros indígenas todavía podían venderlos a los santos como siervos no remunerados. Muchos de los cautivos eran mujeres y niños, y los santos solían comprarlos, creyendo que con esto los rescataban de que fuesen torturados o desatendidos y muriesen. Algunos santos empleaban a los antiguos cautivos como trabajadores, mientras que otros los trataban como miembros de la familia.

La pérdida del mercado español y mexicano fue un duro golpe para la subsistencia de los ute, en especial porque, luego de perder sus tierras debido a los nuevos asentamientos, ellos se habían vuelto más dependientes del comercio de esclavos10.

Las tensiones aumentaron hasta desbordarse en julio de 1853, cuando un hombre en el valle de Utah mató a un ute en una pelea y Walkara tomó represalias11. Los líderes de la milicia en Salt Lake City dieron órdenes a las unidades de la milicia de responder defensivamente y abstenerse de matar a los utes, pero algunos colonos actuaron en desobediencia a estas órdenes y ambos bandos se atacaron brutalmente12.

Aunque mudarse al valle de Sanpete implicaría colocarse en medio de este conflicto, Augusta decidió unirse a los santos daneses. Mientras viajaban al sur, vieron cómo los colonos, por prudencia, habían abandonado las granjas y los poblados más pequeños y habían erigido fuertes13.

La compañía llegó al valle de Sanpete y se asentó en un lugar llamado Spring Town. Las quince familias del poblado habían construido sus cabañas formando un estrecho círculo. Como no había cabañas disponibles, Augusta y los nuevos colonos vivían en sus carromatos. Cada mañana y cada noche, el redoble del tambor invitaba a los habitantes a presentarse para pasar lista, y el obispo Reuben Allred daba las asignaciones de vigilancia y señalaba otros deberes. Como Augusta había aprendido inglés trabajando para la familia en el valle del Lago Salado, el obispo la contrató para ser su intérprete para los santos daneses14.

Con el tiempo, escasearon los alimentos en el poblado; por ello, el obispo envió a veloces mensajeros para pedir ayuda en la cercana población de Manti. Cuando el grupo regresó, trajeron la noticia de que Walkara se había desplazado hacia el sur y ya no representaba una amenaza15. En otras partes del territorio parecía que la guerra estaba llegando a su fin16.

Sin embargo, las intensas tormentas de nieve y las bajas temperaturas de ese invierno hicieron que tanto los colonos como los utes se desesperaran más debido a la escasez de provisiones. Temiendo un ataque inminente sobre su poblado, los líderes de Spring Town decidieron que todos debían mudarse a Manti por su seguridad. En diciembre, Augusta y los demás colonos abandonaron el poblado mientras una fuerte tormenta de nieve se arremolinaba a su alrededor17.


En tanto que Augusta se establecía en Manti y el conflicto con el pueblo de Walkara permanecía sin resolverse, Matilda Dudley, de treinta y cinco años, se reunía con varias de sus amigas en Salt Lake City para analizar lo que podían hacer para ayudar a las mujeres y los niños indígenas18.

Desde que había comenzado el conflicto con Walkara, Brigham Young y otros líderes de la Iglesia habían instado a los santos a que cesaran las hostilidades hacia los utes y otros pueblos indígenas. “Por todos los medios posibles procuren llegar a los indígenas con un mensaje de paz”, les imploraba.

En la Conferencia General de octubre de 1853, Brigham señaló que los misioneros estaban viajando por el mundo para recoger a Israel, mientras que los indígenas, que eran un remanente de la casa de Israel, ya vivían entre ellos. Entonces, llamó a más de veinte misioneros para que aprendieran durante el invierno las lenguas indígenas, de modo que pudieran servir entre ellos en la primavera.

Asimismo, Brigham aconsejó a los santos a no buscar venganza si los indígenas les quitaban caballos, ganado u otros bienes. “Avergüéncense si sienten el deseo de matarlos”, les dijo. “En lugar de asesinarlos, predíquenles el Evangelio”19. Parley Pratt también instó a los santos a alimentar y vestir a las mujeres y a los niños indígenas20.

Esas palabras habían inspirado a Matilda, quien era una madre sola con un hijo. Cuando ella era bebé y vivían en el este de Estados Unidos, unos indígenas habían matado a su padre y habían secuestrado a su madre y a ella; pero un anciano indígena le había mostrado compasión e intervino para salvarles la vida. Desde entonces, ella apreciaba los valores de la unión, la humildad y el amor, y creía que era importante que ella y sus amigas organizaran una sociedad de mujeres para confeccionar ropa para los indígenas21.

Una de sus amigas, Amanda Smith, accedió a ayudar. Amanda era una sobreviviente de la masacre de Hawn’s Mill y una de las primeras miembros de la Sociedad de Socorro Femenina de Nauvoo. Aunque Brigham Young había suspendido las reuniones de la Sociedad de Socorro nueve meses después de la muerte de José Smith, Amanda y otras mujeres de la Iglesia habían continuado prestando servicio a sus comunidades y sabían el bien que las sociedades de socorro podían hacer22.

El 9 de febrero de 1854, Matilda convocó la primera reunión oficial de su nueva organización de socorro. Mujeres provenientes de diversas partes de la ciudad se reunieron en su casa y eligieron oficiales para su agrupación. Matilda fue nombrada presidenta y tesorera y pidió que cada miembro pagase veinticinco centavos para poder unirse a la sociedad. Propuso, además, que juntas elaboraran una alfombra hecha de trapos para venderla y obtener fondos para comprar tela y elaborar ropa para las mujeres y los niños indígenas23.

Las mujeres se fueron reuniendo semanalmente durante el resto del invierno y la primavera, y cosieron trapos para la alfombra, al tiempo que disfrutaban de su mutua compañía. “El Espíritu del Señor estaba con nosotras”, escribió Amanda Smith, “y prevalecía la unión”24.


Cuando la primavera llegó al valle de Lago Salado, los hombres que habían sido llamados a la misión indígena se dirigieron hacia el sur, acompañados de un grupo de veinte misioneros asignados a las islas hawaianas. Por esa misma época, Brigham Young y varios líderes de la Iglesia también partieron de Salt Lake City para visitar los asentamientos del sur y reunirse con Walkara. El líder de los ute recientemente había prometido dar fin al conflicto a cambio de regalos y la promesa de acabar con la oposición del territorio al comercio de esclavos25.

Sabiendo que el conflicto persistiría hasta que los colonos y los utes honraran las leyes del territorio y respetaran mutuamente sus derechos, Brigham hizo arreglos para reunirse con Walkara en un lugar llamado Chicken Creek, no muy lejos del asentamiento de Salt Creek, donde los colonos habían matado a nueve utes el otoño anterior26.

La comitiva de Brigham llegó a Chicken Creek el 11 de mayo. Cerca de una docena de personas en el campamento ute, incluso una hija de Walkara, estaban enfermos. Varios guerreros vigilaban la tienda de Walkara. Con el permiso de los ute, Brigham y otros líderes de la Iglesia entraron en la tienda y hallaron a Walkara envuelto en una manta, tendido en el suelo de tierra. Otros líderes ute de los valles vecinos estaban sentados allí.

Walkara tenía aspecto de enfermo y malhumorado. “No quiero hablar. Quiero escuchar al presidente Young hablar”, dijo. “No tengo ni corazón ni espíritu y tengo temor”.

“He traído algo de ganado vacuno para ti”, dijo Brigham. “Quiero que se mate a un animal para que ustedes puedan tener una celebración mientras estamos aquí”. Ayudó a Walkara a sentarse y, entonces, se sentó a su lado27.

“Hermano Brigham, coloca tus manos sobre mí”, dijo Walkara, “porque mi espíritu se ha apartado de mí y deseo que regrese nuevamente”. Brigham le dio una bendición y, aunque Walkara pareció mejorar prontamente, aún se rehusaba a hablar28.

“Dejemos que Walkara duerma un poco y descanse un rato, y después quizás pueda hablar”, dijo Brigham a los otros hombres en la tienda29. Entregó a los utes, como obsequio, ganado, tabaco y harina y esa noche todo el campamento festejó30.

A la mañana siguiente, Brigham bendijo a la hija de Walkara y el doctor de la compañía le administró medicamentos a ella y a los otros enfermos en el campamento. Brigham prometió, entonces, continuar con su amistad con los utes y les ofreció suministrarles alimentos y ropa si ellos prometían no luchar más. Sin embargo, él no acordó levantar la prohibición sobre el comercio de esclavos31.

Walkara estuvo de acuerdo en no atacar más a los colonos. “Ahora nos entendemos unos a otros”, dijo él. “Todos podremos ir ahora por el camino en paz y no temer”. Los dos hombres estrecharon las manos y fumaron la pipa de la paz32.

Brigham continuó viajando hacia el sur junto con su grupo de líderes de la Iglesia y misioneros, y habló de asentamiento en asentamiento sobre el tema de los indígenas33. “El Señor me ha dicho que es el deber de este pueblo salvar los remanentes de la casa de Israel, que son nuestros hermanos”, dijo Brigham a una congregación.

Les recordó que muchos santos, antes de venir al oeste, habían profetizado o visto visiones de cómo compartían el Evangelio con los indígenas y les enseñaban oficios como el de coser y el de sembrar; pero ahora esas mismas personas no querían tener nada con los indígenas. “Ha llegado la hora”, les declaró, “en que tendrán que llevar a cabo aquello que vieron años y años atrás”34.

Luego de visitar Cedar City, el asentamiento de santos más al sur del territorio, Brigham se separó de los hombres que iban a las misiones indígenas y hawaianas. Al regresar al norte, empleó su primer domingo en casa para hablar a las mujeres de Salt Lake City para que cada barrio organizara sociedades de socorro como la de Matilda Dudley a fin de ayudar a vestir a las mujeres y a los niños indígenas35.

Los barrios del valle de Lago Salado enseguida organizaron más de veinte sociedades de socorro para el indígena. Las mujeres visitaban los hogares y pedían donaciones de telas o alfombras, implementos de costura y cosas que podían vender para tener dinero en efectivo36.


Entre los misioneros que viajaron al sur con Brigham Young se hallaba Joseph F. Smith, que tenía quince años. Joseph era el hijo menor de Hyrum Smith, el patriarca que fue martirizado. La noche del 20 de mayo de 1854, luego de que Brigham hubo emprendido el regreso a casa, Joseph extendió una manta en el suelo duro, en Cedar City, y se acostó a dormir. Había estado de camino toda la tarde, abriéndose paso por el territorio rumbo a la costa de California, pero no lograba conciliar el sueño. Miró al cielo y vio las innumerables estrellas de la Vía Láctea y sintió nostalgia.

Joseph era el más joven de los veinte misioneros que iban a Hawái. Aunque habían llamado a dos primos de su padre junto con él, aun así él se sentía separado de las personas que amaba y reverenciaba37. No se solía llamar a jóvenes de su edad a la misión. Joseph era un caso especial.

Durante casi diez años —desde que asesinaran a su padre y a su tío—, su temperamento se había vuelto irascible, y había ido empeorando conforme iba creciendo y comenzó a pensar que las personas no habían mostrado el respeto debido hacia su madre, Mary Fielding Smith. Joseph pensaba que ella a menudo había sido dejada de lado luego de la muerte de su esposo, en particular durante el éxodo al oeste38.

Él recordaba cómo el capitán de su compañía se quejaba de que Mary y su familia hacían que su caravana de carromatos se retrasara. Mary había jurado que ella y su familia iban a llegar antes que él al valle, y Joseph la quiso ayudar a cumplir su juramento. Aunque solo tenía nueve años en ese entonces, él condujo el carromato, cuidó del ganado e hizo todo lo que su madre le pidió. Al final, la fuerza de voluntad y la fe de ella hicieron que su familia llegara al valle antes que el capitán, tal como ella dijo que haría39.

La familia se estableció al sur de Salt Lake City y Mary falleció de una infección pulmonar en el otoño de 1852. Joseph se había desmayado al enterarse de su muerte40. Por un tiempo, él y su hermanita, Martha Ann, vivieron en la granja de una amable mujer, pero ella también falleció. Su tía, Mercy Thompson, se hizo cargo de Martha Ann, mientras que el apóstol George A. Smith, que era primo de su padre, tomó a Joseph bajo su cargo.

Joseph también contó con el apoyo de sus hermanos mayores. Aunque su hermana mayor, Lovina, había permanecido en Illinois con su esposo y sus hijos, su hermano mayor, John, y sus hermanas mayores, Jerusha y Sarah, vivían en las cercanías.

Al igual que muchos jóvenes de su edad, Joseph trabajaba como pastor, atendiendo el ganado y las ovejas de su familia41; pero aun cuando su trabajo lo mantenía ocupado, su carácter se tornó salvaje y volátil. Cuando recibió su llamamiento misional, él podía haberlo rechazado como hacían algunos hombres y, dejándose llevar por el enojo, podía haber seguido otros rumbos, pero el ejemplo de sus padres significaba muchísimo para él. En cuestión de semanas, fue ordenado al Sacerdocio de Melquisedec e investido y apartado para predicar el evangelio de Jesucristo42.

Esa noche, al contemplar las estrellas en Cedar City, él no sabía mucho acerca del sitio adonde iba ni qué esperar cuando llegara allí. Tenía tan solo quince años, después de todo. En ocasiones, se sentía fuerte e importante y, a veces, podía sentir su debilidad e insignificancia.

¿Qué sabía él sobre el mundo o la prédica del Evangelio?43.


En el verano de 1854 se sentía una discreta paz en el valle de Sanpete; para entonces, Augusta Dorius se había ido con el obispo Reuben Allred y con una compañía de quince familias para edificar un fuerte a once kilómetros al norte de Manti. La mayoría de los integrantes de la compañía eran daneses de Spring Town, pero un santo canadiense llamado Henry Stevens, su esposa, Mary Ann, y sus cuatro hijos habían ido con ellos. Henry y Mary Ann habían sido miembros de la Iglesia por muchos años y estaban entre los pioneros más recientes que habían llegado al valle de Sanpete44.

El obispo Allred estableció el asentamiento de la compañía junto a un arroyo, cerca de unas montañas no muy altas. El lugar parecía ideal para un asentamiento, aunque el temor a los ataques de los indígenas, que vivían de los recursos de la zona, había mantenido a las personas alejadas de ese lugar.

Los santos empezaron inmediatamente a edificar su fuerte. Con piedra caliza, que extraían de las montañas cercanas, edificaron paredes de 2,70 m de altura, con aberturas o troneras cada seis metros para la defensa. En la parte delantera de la estructura, a la que llamaron fuerte Ephraim, edificaron una torre y una entrada maciza que los guardias podían usar de mirador para advertir los peligros. Dentro del fuerte había suficiente espacio para los corrales en los que guardarían los caballos, el ganado y las ovejas de los colonos durante la noche. Del lado interno de las murallas del fuerte, construyeron casas hechas de barro y troncos para los colonos.

Augusta vivía con el obispo Allred y su esposa, Lucy Ann. Los Allred tenían siete hijos viviendo con ellos, incluyendo a Rachel, una joven indígena que ellos habían adoptado. Si bien los colonos de Ephraim contaban con poco equipamiento, estaban llenos de esperanza en cuanto al futuro de su nuevo asentamiento. De día, los niños jugaban en el fuerte mientras las mujeres y los hombres trabajaban45.

Habían transcurrido más de dos años desde que Augusta salió de Dinamarca. Muchas familias la habían acogido y habían cuidado de ella, pero ella deseaba tener su propia familia. Con dieciséis años, había alcanzado la edad en la que algunas mujeres de la zona fronteriza se casaban. Ella había recibido algunas propuestas matrimoniales, pero se había sentido demasiado joven para casarse.

Luego, Henry Stevens le propuso matrimonio y ella estaba considerando seriamente la propuesta. Algunas mujeres prosperaban en los matrimonios plurales, pero otras encontraban que la práctica era difícil y, a veces, solitaria. A menudo, quienes elegían vivir el principio lo hacían más por fe que por amor romántico. Desde el púlpito, y en privado, los líderes de la Iglesia a menudo aconsejaban a quienes practicaban el matrimonio plural que cultivaran la abnegación y el amor puro de Cristo en sus hogares46.

En el valle de Sanpete, cerca de una cuarta parte de los colonos pertenecían a familias que practicaban el matrimonio plural47. Al reflexionar sobre el principio, Augusta sintió que era correcto. Aunque apenas conocía a Henry y Mary Ann, quien a menudo estaba enferma y en una condición frágil, ella creía que eran buenas personas que querían cuidar de ella y proveer para sus necesidades. No obstante, unirse a su familia constituiría un acto de fe.

Finalmente, Augusta decidió aceptar la propuesta de Henry y no tardaron en viajar a Salt Lake City para ser sellados en la Casa del Consejo. Al regresar al fuerte Ephraim, Augusta ocupó su lugar en la familia. Al igual que la mayoría de las mujeres casadas, ella ordeñaba vacas; confeccionaba velas, mantequilla y queso; hilaba lana y tejía telas; confeccionaba ropa para la familia y, en ocasiones, adornaba los vestidos de las mujeres con finos trabajos de ganchillo.

La familia no tenía una cocina, por lo que Augusta y Mary Ann cocinaban en la hoguera que a la vez calentaba e iluminaba su sencilla vivienda. Por las noches, a veces asistían a los bailes y otras actividades con sus vecinos48.


El 26 de septiembre, Joseph F. Smith y los otros misioneros que se dirigían al puerto de Honolulú no alcanzaban a ver las islas hawaianas debido a que la lluvia las ocultaba. Al final de la tarde cesaron las lluvias y el sol se abrió paso por entre la niebla revelando una hermosa vista de la isla más cercana. Desde la cubierta del barco, los misioneros podían ver cómo el agua de la lluvia se desbordaba y caía en cascada por un estrecho cañón hacia el océano Pacífico49.

Los misioneros llegaron a Honolulú al día siguiente, y Joseph fue enviado a la casa de Francis y Mary Jane Hammond en la isla de Maui. La mayoría de los misioneros que habían comenzado la obra en Hawái, entre ellos George Q. Cannon, ya habían regresado a los Estados Unidos. Bajo el liderazgo de Francis, la obra misional continuó prosperando en la isla, aunque muchos santos se estaban preparando para mudarse al nuevo lugar de recogimiento en Lanai, donde los santos habían establecido un asentamiento en el valle Palawai50.

Joseph enfermó apenas llegó al hogar de los Hammond; había contraído lo que los misioneros llamaban la “fiebre lahaina”. Mary Jane, quien dirigía una escuela para los hawaianos mientras su esposo predicaba, comenzó a atender a Joseph para que recuperase la salud y lo presentó a los miembros locales de la Iglesia51.

El 8 de octubre de 1854, el primer domingo de Joseph en Maui, ella lo llevó a una reunión del día de reposo con seis santos hawaianos. Habiendo escuchado que Joseph era el sobrino del profeta José Smith, los santos estaban ansiosos de escucharlo predicar. Parecieron sentir amor por él de inmediato, aun cuando no les pudiera hablar una sola frase en su idioma.

En los días que siguieron, la salud de Joseph empeoró. Luego de enseñar en la escuela, Mary Jane le daba infusiones de hierbas y humedecía sus pies para tratar de bajar la fiebre. Él sudaba toda la noche y en la mañana se sentía mejor.

Poco después, Francis pudo llevarlo a hacer un recorrido por Lanai. Allí vivían solo un centenar de santos, pero los misioneros esperaban que más de mil se congregaran en ese lugar en los meses venideros. Preparándose para su llegada, algunos misioneros habían comenzado a arar los campos, a sembrar cultivos y a trazar una ciudad52.

Luego de su visita a Lanai, Joseph regresó a Maui, donde vivían Jonathan y Kitty Napela. Joseph deseaba ser un buen misionero, por lo que se dedicó a la obra, a aprender el idioma y a reunirse frecuentemente con los santos hawaianos.

“Me complace decir que por esta causa en la cual estoy embarcado estoy listo a pasar por lo bueno y por lo malo”, escribió a George A. Smith, “y verdaderamente espero y oro para ser hallado fiel hasta el final”53.