Historia de la Iglesia
15 En la tormenta y en la calma


“En la tormenta y en la calma”, capítulo 15 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo 15: “En la tormenta y en la calma”

Capítulo 15

En la tormenta y en la calma

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hombres despidiéndose desde un muelle a los pasajeros de un barco

El 26 de enero de 1856, el apóstol Franklin Richards publicó la epístola de la Primera Presidencia en Latter-day Saints’ Millennial Star, el periódico de la Iglesia en Inglaterra. Como editor responsable del periódico, Franklin dio su apoyo entusiasta al plan de los carros de mano. “Los fieles que son pobres y viven en el extranjero tienen el consuelo de saber que no se les ha olvidado”, comentó con regocijo1.

Desde los primeros días de la Iglesia, el Señor había mandado a los santos a congregarse para prepararse para las tribulaciones que precederían a la segunda venida de Jesucristo2. Franklin creía que esas dificultades vendrían en breve y que los santos europeos necesitaban actuar prontamente para evitarlas.

Sabiendo que a algunos santos les preocupaban las dificultades que implicaba el recogimiento por medio de carros de mano, presentó la propuesta como una prueba de fe. También les recordó a los emigrantes que las ordenanzas de exaltación les aguardaban en la Casa de Investiduras. “Vengan todos los que son fieles, que se han mantenido firmes en la tormenta y en la calma”, declaró. “Estamos listos para darles la bienvenida a casa y derramar sobre ustedes esas bendiciones que han ansiado desde hace tiempo”3.

Como estaba casi al final de su servicio como presidente de misión, Franklin también planeaba regresar a Utah. Le escribió a otros misioneros que regresaban y les aconsejó que ayudaran a los emigrantes con carros de mano hasta que todos hubieran llegado al valle sanos y salvos.

“En el viaje de vuelta a casa”, les indicó, “deben ver constantemente cómo ayudarles con su experiencia, cómo dirigirlos y consolarlos con sus consejos, animarlos con su presencia, fortalecer su fe y mantener el espíritu de unión y paz entre ellos”.

“Los santos confían en que ustedes sean los ángeles de su liberación, y tienen derecho a hacerlo”, les escribió. “Como hombres de Dios que son, cumplan con la responsabilidad que descansa sobre ustedes”4.


Ese invierno, Jesse Haven viajó a Londres luego de haber servido durante casi tres años como presidente de la Misión Sudafricana. Sus compañeros, William Walker y Leonard Smith, habían viajado a Inglaterra hacía pocos meses con quince santos sudafricanos que iban rumbo a Sion5. En cuestión de días, William y Leonard partirían desde Liverpool con casi quinientos miembros de la Iglesia que emigraban6.

Ansioso por reunirse con su familia, Jesse aguardaba su propio viaje de regreso a casa; no obstante, ya extrañaba a los santos de Sudáfrica. En una región tan vasta y diversa, había sido un constante desafío encontrar personas para enseñar; sin embargo, él y sus compañeros habían tenido mucho éxito y dejaban atrás a muchos amigos7. Más de 170 personas se habían bautizado en Sudáfrica y la mayoría de ellas seguían siendo fieles.

Si bien a Jesse le hubiera gustado haber logrado más en su misión, creía que la Iglesia en Sudáfrica crecería con el tiempo y que muchos más miembros irían a Sion.

“No es un asunto tan sencillo, como uno pudiera suponer de buenas a primeras, establecer el Evangelio en un país”, escribió en su informe oficial a la Primera Presidencia, “donde las personas hablan tres o cuatro idiomas distintos y son de todas clases, grados, condiciones, castas y complexiones, y donde apenas doscientos o trescientos mil habitantes están esparcidos por un territorio que es el doble de grande que Inglaterra”8.

En un soleado día de marzo, poco después de la llegada de Jesse a Gran Bretaña, otro grupo de cerca de quinientos santos partía de Liverpool hacia Sion. Estos santos provenían del Reino Unido, Suiza, Dinamarca, la India Oriental y Sudáfrica. Antes de partir, Jesse se despidió de los santos sudafricanos que emigraban, entristecido por no poder unirse a ellos en el viaje. Él iba a partir de Inglaterra dos meses más tarde con un grupo más numeroso de emigrantes9.

Muchos de esos emigrantes esperaban poder viajar con carros de mano una vez que llegaran a las grandes planicies. Desde su llegada a Inglaterra, Jesse había oído mucho acerca de los carros de mano, pero no estaba seguro de poder utilizarlos. “No sé si van a funcionar bien y no tengo mucha fe en ellos”, escribió en su diario. “Me inclino a pensar que el plan va a ser un fracaso; no obstante, dado que el presidente Brigham Young lo recomienda, lo respaldaré y recomendaré también”10.

Jesse partió de Inglaterra el 25 de mayo a bordo de un barco con más de 850 miembros de la Iglesia. La mayoría de ellos eran santos británicos de larga data que habían recibido ayuda económica del Fondo Perpetuo para la Emigración. Formaban la compañía más grande hasta ese entonces en cruzar el océano Atlántico. Antes de su partida, el presidente Franklin Richards llamó a Edward Martin para dirigirlos y nombró a Jesse como uno de sus consejeros. Edward era un líder muy capaz; había sido uno de los primeros conversos británicos, había participado en el Batallón Mormón y era uno de los muchos misioneros que se envió a todo el mundo en 185211.

Franklin y otros líderes de la misión se despidieron de los santos en los muelles de Liverpool. Antes de que la embarcación izara las velas, dieron tres vivas a los santos que emigraban. Por su parte, estos respondieron con otros tres vivas, y Franklin y los otros líderes les dijeron adiós y dieron un viva final a modo de bendición de despedida12.


La embarcación llegó a Boston alrededor de un mes más tarde. Al igual que otros a bordo, Elizabeth y Aaron Jackson eran miembros de la Iglesia desde hacía unos años. Los padres de Elizabeth se habían unido a la Iglesia en 1840, poco después de la llegada de los primeros misioneros a Inglaterra, y Elizabeth se había bautizado un año más tarde, a la edad de quince años. En 1848 se casó con Aaron, un élder de la Iglesia. Ambos habían trabajado en las fábricas de seda británicas13.

Los Jackson viajaban con sus tres hijos: Martha, de siete años; Mary, de cuatro años; y Aaron Jr., de dos años. Además, iba con ellos Mary Horrocks, de diecinueve años y hermana de Elizabeth.

En Boston, la familia abordó un tren junto con la mayoría de su compañía y llegaron a Iowa City, el punto de partida de los santos hacia el oeste. A su llegada, Elizabeth y Aaron esperaban conseguir carros de mano listos para ellos, pero la cantidad de santos que migraban al oeste esa temporada resultó más alta de lo esperado. Ese verano ya habían salido de Iowa City tres compañías de carros de mano y pronto partiría una cuarta dirigida por el misionero James Willie, que regresaba a casa. No había suficientes carros de mano listos para todos14.

Sabiendo que necesitaban partir pronto para poder llegar al valle del Lago Salado antes del invierno, los emigrantes recién llegados ayudaron a armar los carros de mano. Se dividieron en dos compañías de carros de mano, una dirigida por Edward Martin y la otra por Jesse Haven. Otros emigrantes se unieron a dos compañías de carromatos también dirigidas por misioneros que regresaban15.

Las cuatro compañías salieron de Iowa City a fines de julio y principios de agosto. Se asignaron alrededor de cinco personas a cada carro de mano y a cada una se le permitió llevar 7,5 kilogramos de artículos personales. Un carro de mano pesaba unos 90 kilogramos cuando estaba plenamente cargado. Cada compañía de carros de mano viajaba además con yuntas de mulas y carromatos cargados con tiendas y provisiones16.

Hacia finales de agosto, las compañías se detuvieron en un pueblo llamado Florence, no muy lejos de donde había estado Winter Quarters. Allí se encontraron con Franklin Richards, que viajaba con una compañía más pequeña y rápida, conformada por misioneros que regresaban a Utah y que se estaban aprestando para llegar a tiempo a la próxima conferencia general. Franklin se reunió con los líderes de las compañías y analizó si los emigrantes debían pasar el invierno en Florence o continuar viaje hacia Sion, a pesar del riesgo de enfrentar mal tiempo en la ruta que tenían por delante17.

En epístolas a los santos de todo el mundo, la Primera Presidencia había advertido repetidas veces acerca de los peligros de empezar un viaje hacia Utah cuando la temporada ya estaba avanzada. Las compañías de carromatos debían partir de Florence a más tardar a finales de la primavera o a principios del verano, para poder llegar a Salt Lake City en agosto o septiembre. Aunque los líderes de la Iglesia creían que las compañías de carros de mano podían avanzar más rápidamente que las de carromatos, nadie estaba seguro de ello, porque las primeras compañías de carros de mano estaban aún de camino. Si la compañía de Martin partía de Florence a finales de agosto, se hallarían aún en la ruta hacia fines de octubre o principios de noviembre, que era cuando a veces comenzaba a nevar18.

Sabiendo esto, algunos hombres instaron a Franklin que recomendara que la compañía pasara el invierno en Florence; otros le aconsejaron que enviara a los emigrantes a Sion sin importar los peligros. Dos semanas antes, la compañía de carros de mano de Willie había enfrentado el mismo dilema y la mayoría de los miembros había decidido continuar adelante acatando el consejo del capitán Willie y de otros líderes, quienes prometieron que Dios los protegería del mal. Franklin también tenía fe en que Dios abriría una vía para que los emigrantes llegaran bien al valle, pero deseaba que decidieran por sí mismos si debían quedarse o irse19.

Juntaron a todas las compañías y Franklin les advirtió de los peligros de viajar estando tan avanzada la estación. Algunos niños y algunas personas mayores podrían perecer, les dijo. Otros miembros de la compañía podrían padecer enfermedades o agotamiento. Si los emigrantes querían, podrían permanecer en Florence durante el invierno, sosteniéndose con las provisiones que habían adquirido para el viaje. Franklin incluso se ofreció a comprar provisiones adicionales para su estadía20.

Después de Franklin hablaron varios misioneros que regresaban a casa. La mayoría de ellos animaron a los santos a continuar el viaje al valle. Joseph, hijo de Brigham Young, los instó a no seguir avanzando esa temporada. “Si lo hacen, habrá indecibles agonías y enfermedades, y se perderán muchas vidas”, les dijo. “No deseo cargar con eso sobre mi consciencia, sino que deseo que todos se queden a pasar el invierno aquí y salgan luego en la primavera”.

Cuando los misioneros terminaron de hablar, Franklin se levantó de nuevo y pidió a los emigrantes que votaran sobre el asunto. “Si supieran que las tormentas los van a engullir”, les preguntó, “¿se detendrían o darían la vuelta?”21.

Dando vítores, la mayoría de los emigrantes agitaron sus sombreros, alzaron las manos y votaron por continuar hacia Sion22. Franklin combinó las dos compañías de carros de mano en una bajo la dirección de Edward Martin y asignó a Jesse Haven para que ayudara a dirigir una compañía de carromatos con el capitán William Hodgetts. Las compañías partieron de Florence pocos días después con una gran cantidad de ganado.

Aunque Elizabeth y Aaron Jackson eran jóvenes y gozaban de buena salud, el esfuerzo diario de tirar de sus pesados carros de mano por rutas rocosas, senderos de arena profunda y arroyos no tardó en debilitarlos. Algunos emigrantes tuvieron dificultades para mantener el paso de la compañía debido a que se rompían sus carros de mano, pues habían sido fabricados defectuosamente. Al final de cada día, los santos acampaban en algún sitio con el estómago vacío y la certeza de que la extenuante experiencia empezaría de nuevo a la mañana siguiente23.


En septiembre de 1856, mientras las compañías de carros de mano y de carromatos se desplazaban hacia el oeste, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce comenzaron a predicar el arrepentimiento y la reforma moral por todo el territorio de Utah. Si bien muchos santos vivían en rectitud, a los líderes de la Iglesia les preocupaba que hubiera demasiados que no se esforzaban activamente por llegar a ser un pueblo de Sion ni por prepararse para la Segunda Venida. Asimismo les preocupaba la influencia en el territorio de aquellas personas que no pertenecían a la Iglesia, la débil fe y el poco compromiso de algunos emigrantes, y las personas que habían dejado la Iglesia y ahora luchaban contra ella.

Jedediah Grant, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, dirigió los esfuerzos de reforma bajo la dirección de Brigham Young. A comienzos de septiembre, Jedediah empezó a instar a los santos a apartarse del mal y a bautizarse nuevamente para renovar sus convenios y abandonar sus pecados. Pronto se le unieron otros líderes de la Iglesia que llevaron el mensaje a todos los rincones hasta que el espíritu de reforma estuvo por doquier24.

Sus sermones solían ser vehementes. “Les hablo en el nombre del Dios de Israel”, proclamó Jedediah el 21 de septiembre en Salt Lake City. “Deben bautizarse y ser limpios de sus pecados, reincidencias, apostasías, inmundicias, mentiras, juramentos, lascivias y de todo lo que es malo ante el Dios de Israel”25.

En el Barrio Sugar House, Martha Ann Smith ya estaba interesada en su mejoramiento personal, gracias en parte a los consejos que recibía constantemente de su hermano Joseph desde Hawái. Al principio pensó que asistir a la escuela le ayudaría. Como en el territorio no había un sistema de escuela pública, asistía a una escuela administrada por su barrio; pero ahora que había terminado el año escolar, estaba buscando otras maneras de mejorar.

En la primavera, Martha Ann había empezado a vivir con su hermano mayor, John, y su familia; su nuevo hogar le brindaba oportunidades de mejoramiento personal. Aun cuando a Martha Ann le caía bien John, no se preocupaba por su esposa, Hellen, ni por sus otros parientes. “Mienten a mis espaldas, se burlan de tus hermanas y las llaman mentirosas”, le confió a Joseph en una carta. Sabiendo que Joseph podría regañarla por hablar mal de la familia, agregó: “Si las conocieras tan bien como yo, no me culparías”26.

Ese verano, sin embargo, recibió una carta del este que desvió la atención de Martha de las disputas familiares. Lovina, su hermana mayor, le comunicaba que finalmente ella, su esposo y sus cuatro hijos se mudaban al valle. Enseguida, John se dirigió al este para llevar provisiones y ayudarles en la ruta.

Martha Ann y sus hermanas esperaban que John llegara ese otoño con Lovina y su familia en una de las compañías de carros de mano o de carromatos, mas cuando llegaron las primeras compañías de la temporada, John y Lovina no venían con ellas. De hecho, no recibieron noticias de su ubicación hasta que llegó la tercera compañía de carros de mano a comienzos de octubre.

“La compañía de carros de mano ha llegado al valle”, le informó Martha Ann a Joseph, “y dicen que la compañía en la que está John viene con tres semanas de retraso”.

Seguían sin noticias de Lovina y su familia27.


John Smith no venía con tres semanas de retraso. Llegó al valle dos días después con Franklin Richards y la pequeña compañía de misioneros que regresaban a casa. Durante el viaje al este se cruzó en el camino con ellos en Independence Rock, a unos 560 kilómetros de Salt Lake City. Le informaron que la familia de Lovina había llegado a Florence tarde en la temporada y había decidido no continuar el viaje ese año28.

Desilusionado, John pensó en seguir viajando hacia el este. El clima en las planicies aún era cálido y despejado. Podría viajar más de mil cien kilómetros hasta Florence, pasar el invierno con Lovina y su familia y ayudarles a venir al oeste en la primavera; pero si hacía eso, tendría que dejar a Hellen y sus hijos solos en Utah para proveerse el sustento. John le preguntó a Franklin lo que debía hacer y el Apóstol le aconsejó regresar al valle con él y su compañía29.

Cuando llegaron a Salt Lake City el 4 de octubre por la noche, Franklin informó a la Primera Presidencia que las compañías de Willie y Martin y dos compañías de carromatos se hallaban a unos ochocientos o quizás novecientos cincuenta kilómetros de distancia. En conjunto, aún había más de mil santos al este de las Montañas Rocosas y Franklin no creía que la compañía de Martin pudiera llegar antes de finales de noviembre30.

El informe de Franklin alarmó a la presidencia. Sabiendo que algunas compañías habían partido de Inglaterra estando ya avanzada la temporada, habían supuesto que Franklin y los agentes de emigración les darían instrucciones de esperar hasta la primavera para venir al oeste. La Iglesia no había enviado nuevas provisiones para reabastecer a las compañías restantes, lo que significaba que los emigrantes no tendrían suficiente comida para sostenerse durante el viaje. Si las compañías no perecían por el hielo y la nieve, morirían de inanición, a menos que los santos del valle fueran a rescatarlos31.

En los servicios religiosos del día siguiente, Brigham habló con tono de urgencia acerca de los emigrantes en peligro. “Es preciso traerlos aquí; tenemos que enviarles socorro”, les declaró. “Esta es mi religión; esto es lo que dicta el Espíritu Santo que está conmigo: que salvemos a esas personas”32.

Brigham pidió a los obispos que consiguieran yuntas de mulas y suministros inmediatamente. Pidió a los hombres que se alistaran para partir lo antes posible y que las mujeres comenzaran a organizar donaciones de mantas, ropa y calzado.

“Su fe, su religión y su profesión de la fe no salvarán ni una sola de sus almas en el reino celestial de nuestro Dios”, les dijo, “a menos que pongan en práctica estos principios que les enseño ahora. Vayan y traigan a esas personas que se encuentran en las planicies”33.

Antes de salir de la reunión, algunas mujeres se despojaron de sus combinaciones [enaguas largas], sus calcetines y de todo lo que podían prescindir, y los apilaron en los carromatos34. Otros hombres y mujeres comenzaron inmediatamente a recolectar alimentos y suministros, y a prepararse para atender a los emigrantes a su llegada.

Dos días después, más de cincuenta hombres y veinte carromatos de socorro salieron del valle y comenzaron a cruzar las montañas. En las semanas siguientes, les siguieron otros más. Entre los primeros rescatistas se hallaban cinco de los misioneros que habían llegado en la compañía de Franklin Richards hacía tan solo tres días35.