Historia de la Iglesia
30 Un curso constante y hacia adelante


“Un curso constante y hacia adelante”, capítulo 30 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020

Capítulo 30: “Un curso constante y hacia adelante”

Capítulo 30

Un curso constante y hacia adelante

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Una niña y un niño caminan hacia un edificio de la Iglesia

Cuando Wilford Woodruff llegó a Salt Lake City tres días después de la muerte de Brigham Young, miles de dolientes formaban fila para entrar y luego salir del tabernáculo, donde Brigham yacía de cuerpo presente. El féretro del profeta era sencillo y tenía un panel de vidrio en la tapa, lo cual permitía que los santos vieran su rostro una vez más.

Los santos de Utah creían que el liderazgo de Brigham había ayudado a cumplir la profecía de Isaías de que el yermo florecería como la rosa. Bajo la dirección de Brigham, los santos habían irrigado los valles de las montañas, regando granjas, jardines, huertos y pasturas que eran el sustento de varios centenares de asentamientos de Santos de los Últimos Días. La mayoría de esos asentamientos se habían arraigado y habían fomentado comunidades de santos que se esforzaban por vivir los principios de la unidad y la cooperación. Algunos asentamientos, como Salt Lake City, se estaban convirtiendo rápidamente en centros urbanos de manufactura y comercio.

No obstante, el éxito de Brigham como planificador y pionero no sobrepasó su servicio como profeta de Dios. Muchas de las personas que honraban a Brigham aquella mañana lo habían oído hablar o lo habían visto entre los santos del territorio. Algunos lo habían conocido como misionero en la región del este de los Estados Unidos o en Inglaterra; otros recordaban cómo había guiado a la Iglesia a salvo a través de la incertidumbre que siguió a la muerte de José Smith; algunos otros incluso habían cruzado las Grandes Llanuras y las Montañas Rocosas a su lado. Muchas personas, incluso las decenas de miles de santos que se habían congregado en Utah procedentes de Europa y otras partes del mundo, nunca hubieran conocido la Iglesia sin él.

Cuando Wilford estuvo junto al féretro, pensó que su viejo amigo se veía natural; el león del Señor descansaba en paz1.

El 2 de septiembre de 1877, el día después del velatorio, los santos colmaron el tabernáculo para el funeral de Brigham, mientras miles más permanecían afuera. Hileras de círculos de guirnaldas colgaban del techo abovedado del tabernáculo y un lienzo negro cubría el órgano. Los santos no vestían de negro, como era costumbre en los funerales de los Estados Unidos; Brigham les había pedido que no lo hicieran2.

La Iglesia aún no había sostenido a una nueva Primera Presidencia después de la muerte de Brigham, por lo que John Taylor ofició en la reunión como Presidente del Cuórum de los Doce3. Varios Apóstoles rindieron tributo al profeta fallecido. Wilford habló sobre el gran deseo de Brigham de edificar templos y redimir a los muertos. “Entendía el peso de esta dispensación que descansaba sobre sus hombros”, dijo Wilford. “Me regocijo en que haya vivido lo suficiente para entrar en un templo y asistir a su dedicación, y para comenzar la obra de los demás”4.

John testificó que Dios continuaría guiando a la Iglesia a través de la agitación de los últimos días. El Salt Lake Tribune ya había predicho que la muerte de Brigham conduciría a disputas entre los líderes de la Iglesia y al distanciamiento entre los santos5. Otros detractores tenían la esperanza de que los tribunales llevaran la Iglesia a la ruina. George Reynolds, a quien se había vuelto a juzgar y se había condenado por bigamia, ahora apelaba la condena ante la Corte Suprema de los Estados Unidos. Si el tribunal dejaba firme la condena, los santos estarían prácticamente sin poder para defender su forma de vida6.

Sin embargo, John no sentía temor del futuro. “La obra a la que estamos consagrados no es una obra de hombres. José Smith no la originó; tampoco Brigham Young lo hizo”, declaró. “Provino de Dios; Él es su autor”.

“Y nos corresponde a nosotros, como Santos de los Últimos Días, magnificar ahora nuestro llamamiento”, dijo, “para que conforme las escenas cambiantes que anticipamos sobrevengan a todas las naciones —revoluciones tras revoluciones— nosotros podamos tener un curso constante y hacia adelante, guiado por el Señor”7.


Luego de la muerte de su padre, Susie Young Dunford tenía dificultades para saber qué hacer con respecto a su matrimonio debilitado. Cuando Alma, su esposo, partió en una misión, ella esperaba que la experiencia lo cambiara. Sin embargo, este seguía enojado y a la defensiva en las cartas que le enviaba8.

Al no querer actuar apresuradamente, Susie consideraba las opciones que tenía ante ella y oraba continuamente en cuanto a su dilema. Poco antes de su fallecimiento, su padre le había recordado que las funciones de esposa y madre eran fundamentales para su éxito en la vida. Susie quería cumplir esas funciones con rectitud. No obstante, ¿significaba aquello que tenía que permanecer en un matrimonio en el que había maltrato?9.

Una noche, Susie soñó que ella y Alma visitaban a su padre en la Casa del León. Brigham tenía una asignación para ellos, pero en lugar de extendérsela a Alma, como solía hacerlo cuando estaba vivo, se la extendía a Susie. Al partir para cumplir con la asignación, Susie encontraba a Eliza Snow en el corredor. ¿Por qué su padre le había extendido a ella la asignación, cuando siempre se lo había pedido a Alma anteriormente?, le preguntó Susie.

“Él no entendía entonces”, decía Eliza en el sueño, “pero ahora sí”.

Las palabras de Eliza resonaban en Susie al despertar. Era un consuelo darse cuenta de que su padre podría tener una perspectiva diferente en el mundo de los espíritus de la que tenía en vida.

Susie solicitó el divorcio poco después y Alma regresó de Inglaterra y comenzó a consultar a abogados. Los líderes de la Iglesia con frecuencia trataban de reconciliar a los matrimonios que deseaban divorciarse. Sin embargo, estos también creían que cualquier mujer que quisiera el divorcio de un matrimonio desdichado debía obtenerlo10. Aquello también era así en el caso de las mujeres que tenían dificultades para adaptarse a los desafíos del matrimonio plural. Dado que el sistema judicial local no reconocía tales matrimonios, los líderes locales de la Iglesia manejaban los casos de divorcio tocantes a las esposas en los matrimonios plurales11.

Debido a que Susie era la única esposa de Alma, su caso era diferente. Ya que era una mujer en un matrimonio en el que había maltrato, podía esperar obtener el divorcio, pero ella y Alma tenían que comparecer ante un tribunal civil. Por lo general, en los casos de divorcio, los tribunales de todos los Estados Unidos y de toda Europa se inclinaban por darle la razón al hombre, en aquella época. Aunque los líderes de la Iglesia aconsejaban a los esposos que proveyeran abundantemente para sus exesposas y sus hijos, Alma insistía en obtener la custodia de sus hijos y casi todos los bienes de la familia.

La audiencia de divorcio de Susie y Alma duró dos días. Al final, Alma obtuvo la custodia completa de Leah, su hija de cuatro años; dado que Bailey, su hijo varón, tenía solo dos años, el tribunal lo dejó bajo el cuidado de Susie, al tiempo que designó a Alma su tutor legal12.

Perder a sus hijos desgarró el corazón de Susie y salió del tribunal perturbada por la sentencia. No obstante, debido a que el divorcio la había dejado sin bienes ni medios de sostén económico, tenía poco tiempo para continuar afligiéndose. Estaba en gran necesidad de planificar lo que debía hacer a continuación13.

Poco después del divorcio, Susie habló con el presidente John Taylor acerca de su futuro. Había dejado los estudios a los catorce años, pero ahora quería volver a estudiar. El presidente Taylor la apoyó y se ofreció a ayudarla a comenzar en la escuela secundaria local; pero al salir de la oficina de este, Susie se encontró con el apóstol Erastus Snow.

“Si quieres ir a estudiar, yo te diré el lugar a dónde ir”, dijo. “Es un lugar en el que puedes colmar el alma de la abundante luz de la inspiración, así como rebosar la mente con el conocimiento de los sabios antiguos y modernos. Ese lugar es la Academia Brigham Young, en Provo”.

Al día siguiente, Susie tomó un tren hacia el sur para ver la academia. A pesar de que su padre había fundado la institución académica, ella conocía poco sobre esta y su propósito. Cuando llegó, se reunió con el director, Karl Maeser, que había sido su maestro de escuela. La recibió con calidez y añadió su nombre a las listas de inscritos a la academia14.


Mientras tanto, en la península de Kalaupapa, en la isla de Molokai, la salud de Jonathan Napela había cambiado para peor. Cuando Napela había empezado a vivir entre las personas con lepra de la península, no lo afligía la enfermedad que asolaba a tantos otros hawaianos, e incluso a Kitty, su esposa. Ahora, casi cinco años después, la dolencia también lo había afectado a él. Tenía el rostro inflamado al punto de que casi no se lo podía reconocer y había perdido muchos de los dientes. Las manos, que habían bendecido a innumerables personas durante más de veinte años, estaban llenas de llagas15.

El 26 de enero de 1878, Napela y Kitty recibieron en su casa a dos misioneros, Henry Richards y Keau Kalawaia, así como a Nehemia Kahuelaau, que era la autoridad que presidía la Iglesia en Molokai. Keau y Nehemia eran santos hawaianos desde hacía mucho tiempo y ambos habían servido en varias misiones. Henry era el hermano menor del apóstol Franklin Richards y había servido su primera misión en las islas en la década de 1850, pocos años después del bautismo de Napela. Henry había visto por última vez a Napela en Salt Lake City en 1869, pero ahora, menos de una década después, se sorprendió al ver lo mucho que había cambiado la apariencia de este16.

El día siguiente era día de reposo y Napela pensaba llevar a sus invitados a visitar las ramas de la península. A pesar de su enfermedad, Napela continuaba liderando la Iglesia en Kalaupapa, supervisando a setenta y ocho santos de dos ramas. Sin embargo, antes de que Henry pudiera viajar por todos los asentamientos, tenía que presentar un permiso de visitante al padre Damien, el sacerdote católico que servía como superintendente de la colonia. Debido a que la mesa directiva de salud pública hawaiana desaconsejaba que los visitantes durmieran en casa de personas que tuvieran lepra, Henry se alojaría en la casa del padre Damien hasta la mañana.

En realidad, el padre Damien ya había contraído la lepra, pero la enfermedad aún estaba en sus primeras etapas y nadie sabía de su afección. Al igual que Napela, había dedicado su vida a cuidar del bienestar espiritual y físico de los exiliados en Kalaupapa. Aunque él y Napela estuviesen en desacuerdo en cuanto a algunas cuestiones religiosas, se habían convertido en buenos amigos17.

Por la mañana, Napela y Henry asistieron a una reunión de rama en la casa de Lepo, el presidente de rama de los santos de la costa este de la península; asistieron entre cuarenta y cincuenta personas, muchas de las cuales no eran miembros de la Iglesia. Algunas de ellas parecían estar sanas; otras estaban cubiertas de llagas de los pies a la cabeza. Ver aquel sufrimiento conmovió a Henry hasta las lágrimas. Él y Keau hablaron durante cuarenta y cinco minutos cada uno. Cuando terminaron, Nehemia y Napela ofrecieron mensajes breves.

Después de la reunión de la mañana, Napela llevó a Henry y a Keau a visitar la otra rama de la península. Henry entonces dedicó el resto de la tarde y la mañana siguiente a visitar a las personas más enfermas del asentamiento con el padre Damien.

Cuando Henry regresó, Napela, Nehemia y Keau estaban aguardándolo. Antes de que partieran los visitantes, Napela les pidió una bendición. No pasaría mucho tiempo antes de que él y Kitty quedaran postrados en cama, y probablemente nunca volverían a ver a Henry.

Henry colocó las manos sobre la cabeza de Napela y pronunció las palabras de la bendición. Luego, con el corazón acongojado, los viejos amigos se despidieron, y Henry, Keau y Nehemia emprendieron el ascenso por el empinado sendero de la montaña18.


Más adelante aquel verano, en las zonas rurales de Farmington, Utah, Aurelia Rogers cenaba con dos prominentes líderes de la Sociedad de Socorro de Salt Lake City: Eliza Snow y Emmeline Wells. Las mujeres habían llegado a Farmington para una conferencia de la Sociedad de Socorro y Aurelia, que era secretaria de la Sociedad de Socorro local, tenía una idea que deseaba compartir con ellas con urgencia19.

Aurelia estaba muy al tanto de las necesidades de los niños. Su madre había muerto cuando Aurelia tenía doce años y la había dejado a ella y a su hermana mayor a cargo de cuatro hermanos menores mientras su padre servía en una misión. Ahora, con más de cuarenta años, tenía siete hijos vivos, el menor de los cuales era un niñito de solo tres años de edad. Últimamente, le preocupaban los muchachos de su comunidad. Eran alborotadores y con frecuencia salían hasta tarde en la noche.

“¿Cómo tendrán buenos esposos nuestras jovencitas?”, preguntó Aurelia durante la cena. “¿No podría haber una organización para los niños pequeños y que se les enseñe para que sean mejores hombres?”.

Eliza estaba interesada; estaba de acuerdo en que los niños varones necesitaban más guía espiritual y moral de la que recibían en la Escuela Dominical o en la escuela de todos los días.

Eliza presentó la idea a John Taylor, quien dio su aprobación. Asimismo, procuró el apoyo del obispo de Aurelia, John Hess. Eliza le escribió acerca de la organización propuesta y el obispo Hess pronto llamó a Aurelia como presidenta de la nueva Asociación Primaria de Mejoramiento Mutuo del barrio.

Conforme Aurelia planificaba cómo ayudar a los niños del barrio, comprendió que las reuniones estarían incompletas sin las niñas. Escribió a Eliza para preguntarle si también podía invitar a las niñas a tomar parte en la Primaria.

“Debemos tener a las niñas así como a los niños”, respondió Eliza. “Debe enseñárseles juntos”20.

Un domingo de agosto de 1878, Aurelia y el obispo Hess se reunieron con los padres en Farmington para organizar la Primaria. El obispo habló primero. “Espero que los padres entiendan la importancia de esta organización”, dijo. “Si hay algo en esta vida que deba absorber la atención de los padres, debe ser el cuidado de los hijos”. Apartó a Aurelia y a sus consejeras, y Aurelia habló con vigor sobre la necesidad de que hubiese una organización para apoyar a los padres en la enseñanza de los hijos.

“Siento que esta organización será de mucho beneficio”, expresó. Luego comparó a los niños de Farmington con un huerto de árboles jóvenes. “Las raíces de los árboles deben cuidarse”, dijo, “porque si la raíz es firme, el árbol será firme y habrá pocas dificultades en las ramas”21.

Dos domingos después, se congregaron más de doscientos niños para la primera reunión de la Primaria. Aurelia hizo el máximo esfuerzo por mantener el orden. Organizó a los niños en clases por edad y asignó al mayor de cada clase para que fuera quien los vigile. En la siguiente reunión, invitó a los niños a levantar la mano para sostenerla a ella y a los demás líderes.

Las enseñanzas de Aurelia a los niños eran sencillas y sinceras: ningún niño es mejor que otro, eviten la contención con los demás, siempre devuelvan bien por mal22.


En septiembre de 1878, aproximadamente un mes después de la organización de la Primaria, el presidente Taylor envió a los apóstoles Orson Pratt y Joseph F. Smith en una misión para recabar más información sobre la historia de los comienzos de la Iglesia. Orson era el historiador de la Iglesia y Joseph había trabajado durante mucho tiempo en la Oficina del Historiador.

Mientras viajaban al este, Orson y Joseph se detuvieron en Misuri para visitar a David Whitmer, uno de los Tres Testigos del Libro de Mormón. Los Apóstoles querían entrevistarlo y ver si este quería venderles el manuscrito que había utilizado el impresor para componer tipográficamente la primera edición del Libro de Mormón. Martin Harris había fallecido en Utah en 1875 y David era el único de los Tres Testigos que aún estaba vivo.

David accedió a hablar con los Apóstoles en la habitación del hotel de estos. No había vuelto a la Iglesia tras su excomunión en 1838, aunque recientemente había ayudado a fundar una iglesia que usaba el Libro de Mormón como Escritura. Ahora, con más de setenta años, David expresó su sorpresa cuando Orson se presentó. En 1835, David había ayudado a José Smith, Oliver Cowdery y Martin Harris a llamar a Orson como uno de los primeros Apóstoles de la dispensación. En aquel momento, Orson era un joven tímido y delgado; ahora tenía una amplia cintura, una calvicie incipiente y una larga barba blanca23.

Poco después de comenzar la entrevista, Orson le preguntó a David si recordaba cuando había visto las planchas de oro que José Smith usó para traducir el Libro de Mormón.

“Fue en junio de 1829”, dijo David. “Fue como si José, Oliver y yo estuviéramos sentados en un tronco aquí, y entonces nos rodeó una luz”. David relató que entonces un ángel había aparecido con los anales antiguos, el Urim y Tumim, y otros artefactos nefitas.

“Los vi tan claramente como veo esta cama”, dijo y golpeó con la mano la cama que estaba junto a él. “Escuché la voz del Señor del modo más claro en que jamás haya escuchado cosa alguna en mi vida, la cual declaró que los anales de las planchas del Libro de Mormón se habían traducido por medio del don y el poder de Dios”.

Orson y Joseph hicieron más preguntas acerca del pasado de la Iglesia y David les respondió con tanto detalle como pudo. Preguntaron sobre el manuscrito del Libro de Mormón, el cual Oliver Cowdery había entregado a David. “¿No lo entregaría a un comprador?”, preguntó Orson.

“No. Oliver me encargó que lo guardara”, dijo David. “Considero sagradas esas cosas y no las vendería ni canjearía por dinero”24.

Al día siguiente, David mostró el manuscrito a los Apóstoles. Al hacerlo, él indicó que el Señor quería que Sus siervos llevaran el Libro de Mormón a todo el mundo.

“Sí”, replicó Joseph, “y hemos llevado ese libro a los daneses, los suecos, los españoles, los italianos, los franceses, los alemanes, los galeses y a las islas del mar”.

Joseph continuó: “Así que, Padre Whitmer, la Iglesia no ha estado ociosa”25.


Más adelante ese otoño, en Utah, Ane Sophie Dorius, de sesenta y siete años, viajó al Templo de St. George con Carl, su hijo mayor. Habían pasado casi treinta años desde que Ane Sophie se había divorciado del padre de Carl, Nicolai, luego que este se uniera a los Santos de los Últimos Días. Ya había dejado de lado su rencor contra la Iglesia, había aceptado el Evangelio sempiterno y había dejado su país natal, Dinamarca, para congregarse en Sion. Ahora estaba a punto de participar en ordenanzas sagradas que comenzarían a sanar a su familia dividida26.

Ane Sophie había emigrado a Utah en 1874, dos años después de que Nicolai falleciera. Antes de morir, Nicolai había expresado su esperanza de que un día él y Ane Sophie se sellaran por la eternidad27.

Cuando Ane Sophie llegó a Utah, se estableció en el valle de Sanpete, cerca de las familias de los tres hijos vivos que tenía con Nicolai: Carl, Johan y Augusta. A lo largo de los años, Ane Sophie había visto a sus hijos varones durante sus varias misiones a Escandinavia; pero cuando se reunió con Augusta, que tenía treinta y seis años y era madre de siete hijos, fue la primera vez que se veían la una a la otra en más de dos décadas28.

Al establecerse en Ephraim, Ane Sophie recibió con los brazos abiertos su nueva vida como madre y abuela. Cuando Brigham Young y otros líderes de la Iglesia reorganizaron los barrios y las estacas en 1877, dividieron el Barrio Ephraim en dos y llamaron a Carl a servir como obispo del Barrio Ephraim Sur. Desde entonces, cada vez que Ane Sophie asistía a una obra teatral o musical en el pueblo, ella se presentaba sin boleto y simplemente declaraba con una sonrisa: “Soy la madre del obispo Dorius”.

Ane Sophie había sido una pastelera de gran éxito en Dinamarca y su familia en Utah se benefició de sus talentos tras su llegada. Le gustaba vestirse de forma elegante para las reuniones sociales en las cuales se servían pasteles daneses. Para su cumpleaños, se ponía un geranio rojo en el vestido, horneaba un gran pastel e invitaba a todos sus familiares y amigos a celebrar con ella29.

Ane Sophie y Carl entraron en el Templo de St. George el 5 de noviembre, y ella se bautizó por su madre y por su hermana, quien había fallecido cuando ella era joven. Carl recibió la ordenanza a favor del padre de Ane Sophie. Ane Sophie recibió su investidura al día siguiente y más tarde efectuó la ordenanza por su madre y por su hermana, mientras Carl la efectuaba por su abuelo. Además, sellaron a los padres de Ane Sophie en matrimonio; ella y Carl actuaron como sus representantes.

El día en que recibió la investidura, Ane Sophie se selló a Nicolai, con Carl actuando como representante de él, sanando así los lazos que se habían roto en la vida terrenal. Luego Carl se selló a sus padres y el apóstol Erastus Snow, uno de los primeros misioneros que fueron a Dinamarca, fue el representante de su padre30.


A principios de enero de 1879, Emmeline Wells y Zina Presendia Williams, una de las hijas de Brigham Young, partieron de Utah para asistir a una convención nacional de líderes de los derechos de la mujer en Washington, D. C.31. Desde las reuniones de protesta de 1870, las mujeres Santos de los Últimos Días habían seguido defendiendo los derechos de la mujer públicamente en Utah y el resto del país. Su labor incluso había atraído la atención de algunas de las principales activistas por los derechos de la mujer de la nación, entre ellas, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton, quienes fueron juntas a Salt Lake City y dirigieron la palabra a mujeres Santos de los Últimos Días en el verano de 187132.

Mientras asistían a la convención en Washington, Emmeline y Zina Presendia tenían la intención de abogar en el Congreso por la Iglesia y las mujeres de Utah. Recientemente, en los continuos esfuerzos por debilitar a los santos políticamente, algunos legisladores habían propuesto quitar el derecho al voto de las mujeres de Utah. Emmeline y Zina Presendia querían defender su derecho a votar, expresarse contra los esfuerzos del gobierno por interferir en la Iglesia, y buscar apoyo político en un momento en el que la Corte Suprema de los Estados Unidos revisaba la condena de George Reynolds por bigamia33.

Aquella no era la primera vez que Emmeline había emprendido un enorme desafío para la Iglesia. En 1876, en el peor momento de una invasión de saltamontes, Brigham Young, Eliza Snow y los líderes del movimiento por la moderación la habían llamado para que dirigiera las labores de almacenamiento de granos en el territorio. Hacia finales de 1877, había dirigido las Sociedades de Socorro y las Asociaciones de las Mujeres Jóvenes para reunir más de 350 metros cúbicos de granos y construir dos graneros en Salt Lake City. Siguiendo sus instrucciones, muchas Sociedades de Socorro del territorio también habían almacenado granos en depósitos de sus salones o en los edificios de los barrios34.

A Emmeline, quien se había casado en matrimonio plural con Daniel Wells, también se la conocía como una férrea defensora del matrimonio plural y de los derechos de las mujeres Santos de los Últimos Días. En 1877, llegó a ser la editora del periódico Woman’s Exponent y utilizó sus columnas para expresar sus opiniones sobre una diversidad de asuntos, tanto políticos como espirituales. Aunque estaba colmada de trabajo desde que había asumido la dirección del periódico, creía que su publicación era crucial para la causa de los Santos de los Últimos Días35.

“Nuestro periódico mejora y beneficia a la sociedad”, señaló Emmeline en su diario personal poco después de hacerse cargo de Woman’s Exponent. “Deseo hacer todo lo que esté en mi poder para ayudar a elevar la condición de mi propio pueblo, en especial, la de la mujer”36.

Cuando Emmeline y Zina Presendia llegaron a Washington, George Q. Cannon, Susan B. Anthony y Elizabeth Cady Stanton les dieron la bienvenida a la ciudad. También se enteraron de que dos días antes, la Corte Suprema había confirmado por unanimidad la condena de George Reynolds, dictaminando que la Constitución de los Estados Unidos protegía las creencias religiosas, pero no necesariamente la acción religiosa. La decisión de la corte, que no podía ser apelada, significaba que el gobierno federal era libre de aprobar y hacer cumplir las leyes que prohibían el matrimonio plural37.

En los días posteriores, Emmeline y Zina Presendia asistieron a la convención de mujeres y defendieron el matrimonio plural y su derecho al voto. “Las mujeres de Utah jamás han infringido ninguna ley de dicho territorio”, declaró Emmeline, “y sería injusto, así como imprudente, privarlas de ese derecho”.

“Las mujeres de Utah no tienen la intención de renunciar a sus derechos”, agregó Zina Presendia, “sino más bien de ayudar a sus hermanas de todo el país”38.

El 13 de enero, Emmeline, Zina Presendia y otras dos mujeres de la convención fueron a la Casa Blanca para reunirse con el presidente Rutherford Hayes. El presidente invitó al grupo a su biblioteca y las escuchó cortésmente mientras las mujeres leían las resoluciones de la convención, incluso algunas que lo reprendían por no hacer más a fin de apoyar los derechos de la mujer.

Emmeline y Zina Presendia también previnieron al presidente en cuanto a poner en vigor la Ley de Antibigamia de Morrill de 1862. “Se marginaría a muchos miles de mujeres y sus hijos serían ilegítimos ante el mundo”, dijeron.

El presidente Hayes expresó su solidaridad, pero no hizo ninguna promesa de ayudar. Su esposa, Lucy, enseguida entró en la sala, escuchó con cortesía la súplica de Emmeline y Zina Presendia, y ofreció a las visitantes un recorrido por la Casa Blanca39.

Durante las semanas siguientes, Emmeline y Zina Presendia testificaron ante un comité del Congreso y hablaron con políticos prominentes a favor de los santos. También presentaron un memorial al Congreso para solicitar que se aboliera la ley Morrill. En el memorial, pedían al Congreso que aprobara leyes que reconocieran la condición legal de las esposas y los hijos en los matrimonios plurales ya existentes40. A algunas personas les impresionó su valiente defensa de las creencias de los santos; otras las trataban como una curiosidad o se quejaban de que se permitiera hablar a las esposas plurales en la convención nacional de los derechos de la mujer41.

Antes de partir de Washington, Emmeline y Zina Presendia asistieron a dos fiestas que ofreció Lucy Hayes. A pesar de sus esfuerzos, no habían podido cambiar el punto de vista del presidente sobre los santos y este se mantuvo resuelto a destruir el “poder temporal” de la Iglesia en Utah. Sin embargo, Emmeline apreciaba la amabilidad de Lucy y admiraba sus gustos sencillos, sus modales encantadores y su firme negativa a servir alcohol en la Casa Blanca.

En una recepción que se realizó el 18 de enero, Emmeline le obsequió a Lucy un ejemplar de The Women of Mormondom y una carta personal. Adentro del libro, ella había escrito un breve mensaje:

“Por favor, acepte esta muestra de la estima de una esposa mormona”42.