Historia de la Iglesia
41 Tanto tiempo sumergido


“Tanto tiempo sumergido”, capítulo 41 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020

Capítulo 41: “Tanto tiempo sumergido”

Capítulo 41

Tanto tiempo sumergido

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mazo del juez

La tarde del 25 de febrero de 1891, Jane Richards, la primera consejera en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, se preparaba para hablar en Washington D. C., en la primera conferencia del Consejo Nacional de Mujeres. Durante dos días y medio, ella había disfrutado de la conferencia al oír hablar a mujeres de todos los Estados Unidos exponiendo sus luchas a favor de la educación, la obra caritativa, la reforma y la cultura. Ahora era su turno de dirigirles la palabra y el auditorio estaba lleno de centenares de personas que habían venido a escuchar lo que iban a decir las mujeres Santos de los Últimos Días1.

Durante sus casi cincuenta años de historia, la Sociedad de Socorro se había centrado en atender las necesidades de los santos. No obstante, la presidenta general, Zina Young, tenía la firme convicción de que las organizaciones de mujeres en la Iglesia debían trabajar con otras agrupaciones a fin de promover causas como la del sufragio femenino. El poder participar en el Consejo Nacional de Mujeres era una oportunidad para las líderes de la Sociedad de Socorro y la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes de reunirse y colaborar con otras personas que compartían valores y objetivos similares2.

Se nombró a Jane para asistir a la conferencia porque Emmeline Wells deseaba enviar a mujeres instruidas y bien informadas acerca de los temas que concernían a las mujeres de Utah. Ella quería, además, enviar a alguien que fuese valiente, una cualidad que ella pensaba que Jane poseía en abundancia.

Jane iría a Washington con la propia Emmeline, con Sarah Kimball y otras líderes de las mujeres de la Iglesia. Antes de partir, un Apóstol o un miembro de la Primera Presidencia bendijo y apartó a estas hermanas para que representaran a sus organizaciones.

A diferencia de otras visitas anteriores de mujeres Santos de los Últimos Días prominentes a Washington, ellas no iban para procurar apoyo político para los santos; iban en calidad de líderes de las organizaciones de mujeres para hablar acerca de su labor, no solo en Utah sino también en los demás lugares donde se habían establecido Sociedades de Socorro y A.M.M. de las Mujeres Jóvenes3.

Antes de que Jane y las demás delegadas de Utah pudieran unirse al Consejo, un comité había estado deliberando respecto a admitirlas o no [en el evento]. La mayoría de las mujeres del comité reconocían la labor emprendida por la Sociedad de Socorro para promover el sufragio de la mujer, organizar a las mujeres en el ámbito nacional e internacional y establecer buenas relaciones con líderes prominentes del movimiento nacional de las mujeres4; pero una de las mujeres había objetado su admisión pensando que ellas habían venido a predicar sobre la poligamia.

Otras miembros del comité salieron en defensa de las mujeres Santos de los Últimos Días, citando el Manifiesto como prueba de que se podía confiar en la delegación de Utah. Finalmente, el comité votó unánimemente para dar la bienvenida a la Sociedad de Socorro y a la A.M.M. de las Mujeres Jóvenes a su liga5.

Cuando le tocó el turno para hablar, Jane pronunció un breve mensaje. Ella dijo a la asamblea que la Sociedad de Socorro creía en la labor de brindar amor, buena voluntad, paz y alegría a todas las personas. También expresó gratitud hacia todas las mujeres de todas partes que pensaban de forma similar.

“Puede que tengamos opiniones diferentes en otras cuestiones”, dijo ella, “pero nuestro gran objetivo es hacer el bien a todas las personas”6.

Durante su estadía en Washington, Jane conversó con muchas personas acerca de la Sociedad de Socorro y los santos. Sentía admiración hacia las mujeres que conoció y la obra que estaban realizando, y deseó haber tenido quinientos ejemplares del Manifiesto para compartirlos con quienes tenían preguntas en cuanto al matrimonio plural. Antes de volver a casa, ella invitó a muchas de sus nuevas amigas a que visitaran Utah.

Si querían llegar a conocer a los Santos de los Últimos Días, les dijo, lo mejor que podían hacer era pasar un tiempo con ellos7.


Durante aquel invierno, a Emily Grant se le hizo cada vez más difícil soportar en soledad el silbido de los vientos gélidos de Colorado8. Desde que la Iglesia había publicado el Manifiesto, la relación de esta con el Gobierno de Estados Unidos había comenzado a mejorar. Las autoridades en Washington, incluso el presidente, ya no estaban interesados en quitarles a los santos su derecho al voto ni en expropiarles los templos, y la Corte Suprema de la nación había decretado que los hijos de matrimonios polígamos podían nuevamente heredar bienes.

No obstante, las leyes antipoligamia seguían en vigor. Los alguaciles continuaban arrestando a las personas por poligamia y cohabitación ilegal, si bien en cantidades menores9. Si Emily abandonaba la relativa seguridad que tenía en Manassa, su matrimonio plural con Heber Grant podría hacerse público, lo que pondría en riesgo a su familia10.

El padre de Emily, Daniel Wells, falleció en marzo de 1891. Ella y sus hijas, Dessie y Grace, volvieron a Salt Lake City para asistir al funeral y Heber estuvo de acuerdo en que ella regresara a la ciudad. Él pensaba que mientras Emily y él mantuvieran en secreto su matrimonio, viviendo en casas separadas y no mostrándose juntos en público, la familia podría vivir más cerca unos de otros11.

La familia y los amigos quisieron hacer una fiesta para celebrar el regreso de Emily a Salt Lake City, pero ella prefirió no aparecer en público. “Tan solo deseo conversar con mis parientes y amigos sin hacerme notar en ningún lado”, le dijo a Heber12. Ella se mudó a la casa de su madre, a unas calles de la casa de Heber, y siguió comunicándose con él mayormente por medio de cartas. Esa no era exactamente la vida que Emily deseaba, pero era mucho mejor que vivir a cientos de kilómetros de distancia13.

Dessie, la hija de Emily y Heber, cumplió cinco años esa primavera. Emily se hacía llamar “Mary Harris”, a Heber le llamaba “tío Eli” y a Dessie “Pattie Harris” para proteger a su familia y a ella de los alguaciles. Ahora que su situación había mejorado, Emily y Heber dejaron de usar nombres falsos y comenzaron a usar sus nombres verdaderos en las cartas.

Para el cumpleaños de Dessie, Emily la vistió con un vestido nuevo, le rizó el cabello y se lo ató con una cinta azul nueva. “Ahora que estás convirtiéndote en una niña grande”, le dijo Emily, “te voy a revelar un gran secreto”. Le dijo a Dessie cuál era su verdadero nombre y que el tío Eli era en realidad su padre14.

Poco tiempo después, Dessie se enteró además de que dos de sus nuevas amigas, Rachel y Lutie, eran sus hermanas, las hijas de su padre y Lucy, su esposa. Un día, Lutie, de diez años, llegó a la casa de Emily con su pony amarillo, Flaxy, enganchado a un pequeño carruaje. Ella quería llevar a sus hermanas a dar un paseo. Emily dudaba que fuera seguro dejar salir a las niñas, pero accedió. Dessie y Grace se subieron al pequeño carruaje y se alejaron rápidamente15.

Emily se sentía agradecida de estar finalmente en casa en Salt Lake City. No le gustaba el tener que esconder su relación con Heber y deseaba que su familia tuviera la libertad de ir por la ciudad según sus deseos. Sin embargo, ella podía ver la mano de Dios en su reencuentro con su esposo y sabía que ambos eran felices por el amor que se tenían.

“El solo hecho de haber podido resistir me parece extraordinario”, escribió, “y oro para tener la fortaleza de sobrellevar lo que el futuro me depare”16.


Esa primavera, John Widtsoe, de diecinueve años, celebró su graduación del Colegio Universitario Brigham Young de Logan. En la ceremonia de graduación, recibió un reconocimiento especial por su excelente desempeño en Retórica, Alemán, Química, Álgebra y Geometría17.

En el transcurso de sus estudios, John se emocionaba con los nuevos conocimientos que iba adquiriendo. El colegio universitario era aún nuevo, no contaba con muchos libros en la biblioteca ni muchos aparatos en el laboratorio. El personal docente tampoco tenía una avanzada certificación académica, aunque los maestros eran excelentes instructores que sabían cómo simplificar un tema y enseñarlo a los alumnos.

El director de la institución, Joseph Tanner, había sido alumno de Karl Maeser, el afamado director de la Academia Brigham Young de Provo, quien ahora se desempeñaba como superintendente de más de tres docenas de escuelas. Joseph había sido misionero en Europa y el Oriente Medio y enseñaba además clases de religión; él fue quien instruyó a John y a sus compañeros de estudio acerca del Plan de Salvación y la restauración del Evangelio. La asignatura de Teología llegó a ser una de las favoritas de John. Eso moldeó su carácter y su perspectiva de la vida, y le hizo discernir mejor las diferencias entre lo bueno y lo malo18.

En uno de esos días de la graduación, Joseph invitó a John a que lo acompañara a él y a un grupo de jóvenes estudiantes Santos de los Últimos Días a matricularse ese verano en la Universidad de Harvard, que era la universidad de mayor antigüedad y prestigio en los Estados Unidos. Joseph deseaba que estos jóvenes estudiantes obtuvieran una formación de primer nivel, que luego podrían utilizar para mejorar la calidad de la educación en las escuelas de Utah19.

Harvard era exactamente el tipo de institución que Anna, la madre de John, siempre había querido para él, por lo que apoyó su decisión de ir allí, segura de que él sobresaldría en sus estudios. Para poder pagar la matrícula, John sacó un préstamo de un banco local. Cinco amigos de la familia —entre ellos, Anthon Skanchy, el misionero que bautizó a Anna en Noruega— también le brindaron ayuda económica.

John se marchó a Harvard menos de un mes después de su graduación. Poco tiempo después, Anna negoció un préstamo hipotecario por su vivienda, la puso en alquiler y se mudó a Salt Lake City, donde ella y su hijo menor, Osborne, podrían conseguir más trabajo para mantener a la familia y pagar los estudios de John.

Anna le escribía a John con regularidad. “Probablemente tendrás muchas pequeñas dificultades y puede que al principio confrontes pequeñas desilusiones”, le escribió en una carta, “pero todo eso te puede resultar de gran utilidad para tu futuro”.

“Dios está contigo y Él te bendecirá con el doble de lo que tú te atrevas a imaginar o pedir”, le prometió. “Tan solo inclínate diariamente ante el Señor en oración, y cada vez que lo desees, y hazlo con un corazón agradecido y humilde”20.


En Salt Lake City, Joseph F. Smith continuó viviendo en la clandestinidad, aun cuando se había reducido la amenaza de que lo arrestaran y enjuiciaran. A diferencia de los matrimonios plurales de Heber Grant, los de Joseph eran conocidos públicamente y su posición en la Primera Presidencia lo había convertido desde hacía tiempo en un objetivo de los alguaciles federales.

Durante la semana, Joseph visitaba a sus esposas e hijos al anochecer y volvía a su oficina en la Casa Gardo para dormir. Los fines de semana se arriesgaba a pasar veladas más extensas, incluso a pasar la noche con su familia, alternando los fines de semana entre las casas de sus cinco esposas21. Vivir como un fugitivo era desalentador. “Hasta que el Señor me libere de una forma que actualmente no se vislumbra, estoy condenado a permanecer escondido por algún tiempo”, le escribió a su tía Mercy Thompson22.

En junio de 1891, Joseph escribió una carta al presidente de los Estados Unidos, Benjamin Harrison, solicitando la amnistía o el indulto de todos los cargos penales en su contra. Como crecía la buena voluntad entre la Iglesia y el Gobierno de Estados Unidos, Joseph creía que podría recibir el indulto23.

Sin embargo, al procurar la amnistía, Joseph no estaba prometiendo abandonar a sus esposas. El Manifiesto no había dado orientación a los santos que tenían matrimonios plurales sobre cómo proceder, pero Wilford Woodruff había aconsejado en secreto a las presidencias de estaca y a las Autoridades Generales sobre cómo interpretar su mensaje. “Este Manifiesto solo se refiere a los futuros matrimonios y no afecta las condiciones pasadas”, dijo él. “Yo no prometí, no podría prometer ni prometería jamás que ustedes abandonarían a sus esposas e hijos. No pueden hacer eso y a la vez mantener su honor”24.

A pesar de esto, unos pocos decidieron poner fin a sus matrimonios plurales, pero la mayoría procuró cumplir con el Manifiesto en formas menos drásticas. Algunos hombres continuaron apoyando a sus familias plurales lo mejor que pudieron, económica y emocionalmente, sin convivir con ellas. Otros continuaron viviendo con sus familias como si no hubiera cambiado nada, aun cuando tal proceder podía causar que fuesen procesados y encarcelados.

Por su parte, Joseph continuó atendiendo a su familia como siempre, él creía que estaba cumpliendo con el Manifiesto al tiempo que obedecía la ley que prohibía la cohabitación25.

A principios de septiembre, Joseph se enteró a través de una noticia publicada en un periódico que el presidente Harrison le había concedido la amnistía. Sin embargo, él no quiso celebrar ni aparecer en público hasta que tuviera el documento en su poder. “He estado tanto tiempo sumergido bajo el diluvio de los acontecimientos que surgen”, escribió él en una carta a un amigo, “que, si obtengo la libertad de alguna forma, seré como uno que se ha levantado de entre los muertos o ha nacido de nuevo para vivir nuevas experiencias y tener que aprenderlo todo de nuevo”26.

La carta de amnistía llegó poco tiempo después. Joseph estaba henchido de gratitud y esperaba que su perdón condujera a una amnistía general para todos los santos que habían practicado el matrimonio plural antes del Manifiesto. Sin embargo, él sabía también que tal perdón no detendría al Gobierno de seguir presentando nuevos cargos en contra de hombres que continuaran viviendo con las esposas con quienes se habían casado hacía tiempo. Para estar seguro, él decidió pasar las noches en la oficina de la Primera Presidencia, en tanto que seguía enseñando a sus hijos y sostenía a su extensa familia. Él y sus cinco esposas también continuaron teniendo más hijos27.

El domingo siguiente después de recibir la amnistía, Joseph asistió a la Escuela Dominical del Barrio Salt Lake City 16. Allí habló a los niños en la clase y, posteriormente, habló con viejos amigos y conocidos. Ese día, más tarde, asistió a una reunión vespertina en el tabernáculo, donde se le pidió hablar.

Al mirar a los santos, a Joseph lo embargó la emoción. “Han pasado algo más de siete años desde la última vez que tuve el privilegio de estar ante la congregación del pueblo en este tabernáculo”, dijo. Tantas cosas habían cambiado en su ausencia que se sentía como un niño que ha estado fuera de casa por mucho tiempo.

Dio su testimonio de la Restauración y testificó que era la obra del Señor. “Doy gracias a Dios, el Padre Eterno, que he tenido este testimonio en mi alma y corazón”, declaró, “porque me brinda luz, esperanza, gozo y consuelo, que ningún hombre puede dar ni quitar”.

Oró además pidiendo que Dios ayudara a los santos a hacer lo que era correcto y honorable ante el Señor y ante la ley. “Debemos vivir en el mundo en el que estamos”, dijo. “Tenemos que hacer lo mejor de las circunstancias en que nos hallemos. Esto es lo que requiere el Señor de los Santos de los Últimos Días”28.


Poco después de que Joseph F. Smith recibiera la amnistía, Wilford Woodruff declaró que era la disposición y la voluntad de Dios que los santos terminaran la edificación del templo. Dos años antes, los trabajadores habían colocado un tejado sobre el edificio, lo que permitía que los carpinteros y otros artesanos pudieran trabajar todo el año. Sin embargo, aún quedaba mucho por hacer en el exterior del edificio y faltaba instalar una gran estatua de un ángel sobre la torre central más alta. El renombrado artista Cyrus Dallin, quien se había criado en Utah y se capacitó ampliamente en el este de Estados Unidos y en París sobre arte, sería quien haría la escultura.

A principios de octubre, docenas de oficiales de la Iglesia acordaron ayudar a recolectar 100 000 dólares para la construcción, aunque probablemente se necesitaría más para completar la obra29. En esa época, la Primera Presidencia y varios de los Apóstoles solicitaron la devolución de unos 400 000 dólares en propiedades de la Iglesia, que el Gobierno había confiscado bajo la ley Edmunds-Tucker30.

Si recuperaban las propiedades confiscadas a la Iglesia se aliviaría significativamente la carga económica de los santos, pero esto requeriría que algunos miembros de la Primera Presidencia y de los Doce asistieran a una audiencia para responder preguntas de los fiscales del Gobierno en cuanto al compromiso de la Iglesia de obedecer las leyes antipoligamia31.

En las semanas previas a la audiencia, los abogados de la Iglesia presentaron a los miembros de la Primera Presidencia y de los Doce algunas preguntas que los fiscales podrían plantearles. Varios de los Apóstoles se preocuparon por saber cómo responder las preguntas relativas al futuro del matrimonio plural en la Iglesia. ¿Se había acabado para siempre la práctica o era el Manifiesto una medida temporal? ¿Y cómo debían responder a las preguntas respecto a si los esposos debían continuar viviendo con sus esposas plurales y mantenerlas?

Dependiendo de cómo respondieran, los líderes de la Iglesia corrían el riesgo de perder la buena fe del Gobierno y podían confundir, e incluso ofender, a los santos32.

El día de la audiencia, el 19 de octubre de 1891, Charles Varian, un abogado del Gobierno de los Estados Unidos, interrogó a Wilford durante varias horas33. Sus preguntas estaban diseñadas para que Wilford aclarara la posición de la Iglesia en cuanto al matrimonio plural y al propósito del Manifiesto. Wilford, por su parte, procuró responder con honestidad a los abogados sin pronunciarse concluyentemente en cuanto al estatus de las uniones existentes.

Al comenzar el interrogatorio, Charles le preguntó a Wilford en cuanto al significado del Manifiesto para las personas que ya se hallaban en matrimonios plurales. ¿Se esperaba de ellos que cesaran de asociarse unos con otros como esposo y esposa?

Wilford no respondió esa pregunta directamente. “Yo busqué que la proclamación cubriera todo el asunto”, dijo él, “para obedecer las leyes del país en su totalidad”. Él sabía que los santos en matrimonios plurales habían hecho convenios con Dios y él nunca podría pedirles que violaran sus votos maritales. Sin embargo, cada persona era individualmente responsable de obedecer las leyes del país de acuerdo con su propia conciencia34.

“¿Fueron estas leyes la única razón para emitir esta declaración?”, preguntó Charles, tratando de precisar la sinceridad de los líderes de la Iglesia al expedir el Manifiesto.

“Cuando fui nombrado Presidente de la Iglesia, estuve considerando este asunto”, contestó Wilford, “y luego de hacerlo durante un buen tiempo, fue claro para mí que debíamos detener los matrimonios plurales en esta Iglesia”.

Wilford describió entonces cómo las leyes antipoligamia castigaban no solamente al pequeño porcentaje de santos que practicaban el matrimonio plural, sino que castigaban además a decenas de miles de santos que no lo hacían. “Fue sobre ese terreno que expedí el Manifiesto; diré que por inspiración”, explicó35.

“¿Por qué no presentó usted este Manifiesto a su iglesia como una revelación en lugar de como su sugerencia y consejo personales?”, preguntó Charles.

“Desde mi punto de vista, la inspiración es revelación”, contestó Wilford. “Proviene de la misma fuente. Creo que no se requiere que el hombre siempre diga: ‘Así dice el Señor’”.

Charles le preguntó entonces a Wilford si el Manifiesto era la consecuencia directa de las dificultades que la ley había impuesto sobre los santos.

“El Señor requiere, y lo ha hecho muchas veces, que Su pueblo lleve a cabo una obra que ellos no podrían hacer, porque bajo ciertas circunstancias se les impidió el poder realizarla”, declaró Wilford. “Es en este terreno —si se me entiende bien— que yo veo que nos hallamos actualmente”36.


El día después de la audiencia, Deseret News y otros periódicos locales publicaron transcripciones del testimonio de Wilford ante la corte37. Algunas personas no entendieron la manera cautelosa del profeta para aclarar el significado del Manifiesto y malinterpretaron sus palabras pensando que él esperaba que los esposos abandonaran a sus esposas plurales38.

“Este anuncio que él hizo como Presidente de la Iglesia ha causado un malestar entre el pueblo”, registró un hombre en St. George, “y algunos creen que él ha revertido la revelación sobre el matrimonio plural y sus convenios y obligaciones”. Unos pocos de ese poblado se valieron de ese testimonio como excusa para abandonar a sus familias plurales39.

En reuniones privadas, Wilford admitió la vaguedad de sus respuestas, pero insistió en que él no podía haber contestado las preguntas del abogado de ninguna otra forma. También reiteró a los Doce que todo hombre que abandonara o desatendiera a sus esposas e hijos por causa del Manifiesto no era digno de ser miembro de la Iglesia40.

Wilford no condenó a hombres como Joseph F. Smith o George Q. Cannon, quienes continuaron teniendo hijos con sus esposas plurales; pero él creía también que los hombres debían obedecer la ley y honrar sus convenios, viviendo separados de sus familias plurales en tanto que continuaban proveyendo para sus necesidades. En el caso de su propia familia, Wilford vivía con su esposa Emma públicamente, pero él continuó apoyando y proveyendo para sus otras esposas, Sarah y Delight, y sus hijos41.

Cuando Wilford se enteró de que algunas personas se preguntaban si él estaba desviando a la Iglesia, decidió hablar más sobre el asunto. En una conferencia en Logan, reconoció que había muchos santos a los que les costaba aceptar el cambio. Él preguntó: ¿Era más prudente continuar efectuando matrimonios plurales, sin considerar las consecuencias? O ¿vivir de conformidad con las leyes de la nación, de modo que los santos pudieran disfrutar de las bendiciones del templo y no fueran llevados a la cárcel?

Él dijo: “Si no hubiéramos terminado esta práctica […] todas las ordenanzas se habrían suspendido en toda la tierra de Sion. Habría reinado la confusión por todo Israel, y muchos hombres hubieran sido encarcelados. Esta dificultad habría sobrevenido a toda la Iglesia y se nos habría obligado a dar fin a la práctica”.

“Sin embargo, quiero decir esto”, agregó Wilford, “yo habría permitido que todos los templos se escaparan de nuestras manos; yo mismo habría dejado que me encarcelaran y habría permitido que encarcelaran a todos los demás hombres si el Dios del cielo no me hubiera mandado hacer lo que hice; y cuando llegó la hora en que se me mandó que hiciera eso, todo era muy claro para mí. Fui ante el Señor y escribí lo que Él me dijo que escribiera”42.