Historia de la Iglesia
11 Un glorioso privilegio


“Un glorioso privilegio”, capítulo 11 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo 11: “Un glorioso privilegio”

Capítulo 11

Un glorioso privilegio

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se escribe una página del Libro de Mormón en hawaiano

Casi todas las mañanas, Ann Eliza Secrist escuchaba cómo su hijo de dos años, Moroni, llamaba a su padre. Ya le faltaban pocos días para dar a luz y, hasta hacía poco, su esposo, Jacob, atendía él mismo al niño, pero el 15 de septiembre de 1852, ella y sus tres hijos pequeños vieron desde la entrada de su casa en Salt Lake City, que estaba aún sin terminar, cómo Jacob ascendía con su yunta de caballos por una colina al este de la ciudad. Al llegar a la cima, se volvió para saludarlos con su sombrero, echó un último vistazo a la ciudad y desapareció de su vista1.

Jacob se hallaba entre las decenas de misioneros que en la conferencia de agosto de 1852 habían sido llamados a servir. Siguiendo las instrucciones de partir lo antes posible, Jacob se unió a una compañía de ochenta élderes que se dirigían principalmente a Gran Bretaña y otras naciones europeas. Él era uno de los cuatro misioneros enviados a Alemania, donde debía servir por tres años2.

Hasta el momento, Ann Eliza se las arreglaba sin su esposo lo mejor que podía. Ella y Jacob habían crecido juntos en una pequeña población del este de los Estados Unidos. Cuando eran novios, Jacob se fue a trabajar a otro estado y, durante su ausencia, ellos se escribieron extensas cartas de amor. Se casaron en 1842; poco después se unieron a la Iglesia y, posteriormente, se fueron con los santos al oeste. Ambos tenían fuertes testimonios del Evangelio restaurado y Ann Eliza no deseaba quejarse en cuanto al llamamiento misional de Jacob; mas el tiempo transcurría muy lentamente durante su ausencia y ella se sentía abrumada por la tristeza3.

Trece días después de la partida de su esposo, Ann Eliza dio a luz a su bebé, un niño de cabello oscuro. Al día siguiente, le escribió a Jacob: “Hemos pesado al bebé y tiene casi 4,8 kg”, le contaba. “Aún no tiene nombre. Si tienes un nombre para él, escríbemelo en tu carta”4.

Ann Eliza solo podía adivinar cuánto tiempo tomaría hasta que Jacob recibiera la noticia. El correo llegaba esporádicamente al valle la mayor parte del año, pero en invierno la nieve en las planicies interrumpía virtualmente la circulación por las rutas postales. Ella tenía pocas esperanzas de recibir una respuesta de su esposo antes de la primavera.

Sin embargo, poco después del nacimiento del bebé, Ann Eliza recibió una carta de Jacob que él había enviado cuando iba de camino hacia el este. Por su contenido, ella supo que él aún no había recibido su carta, pero le decía que había visto a su familia en un sueño. Los tres niños estaban jugando juntos en el piso, mientras que Ann Eliza yacía en cama con un niño varón recién nacido.

Si ella había dado a luz a un niño varón, escribió Jacob, él deseaba que ella le diera el nombre de Nephi.

Ann Eliza había recibido su respuesta. Ella llamó al bebé Heber Nephi Secrist5.


En el verano de 1852, un joven llamado Johan Dorius, de veinte años, llegó al distrito de Vendsyssel, en el norte de Dinamarca6. Él era aprendiz de zapatero de Copenhague y había dejado a un lado sus herramientas para servir una misión en su tierra natal. Johan se había unido a la Iglesia junto con su padre, Nicolai, y su hermana menor, Augusta, poco después de que llegaran a Dinamarca los primeros misioneros. Su hermano mayor, Carl, se había unido a la Iglesia un año después7.

La Iglesia había crecido rápidamente en Dinamarca desde que Peter Hansen y Erastus Snow habían abierto la misión. A los dos años de su llegada, ellos habían publicado el Libro de Mormón en danés —fue la primera edición del libro en otro idioma— y habían comenzado a publicar un periódico mensual llamado Skandinaviens Stjerne. Ahora había en Dinamarca más de quinientos miembros, organizados en doce ramas8.

No obstante, la madre de Johan, Ane Sophie, despreciaba la iglesia nueva e impopular, y planteó que la religión de su esposo era un motivo para el divorcio. Por el tiempo en que Ane Sophie y Nicolai se separaron, Johan fue llamado junto con otros nuevos conversos a servir misiones locales, y Augusta partió de Dinamarca con el primer grupo de santos escandinavos para ir a congregarse en Sion9.

En Vendsyssel, Johan se dirigió hacia el sur para reunirse con los santos en una villa rural llamada Bastholm10. Se reunieron en la casa de un miembro local de la Iglesia. Johan se sintió lleno de gozo e inspiración al dirigirse a la congregación. Como ya había predicado en la región, conocía a la mayoría de los que estaban en la sala.

Cerca del mediodía, justo antes de que concluyera la reunión, un populacho de granjeros, armados con herramientas y mazos, ingresaron en la propiedad y se escondieron cerca de la entrada. Unos meses antes, los santos daneses habían solicitado a la legislatura de la nación protección de las turbas y populachos, pero ellos no hicieron nada al respecto. Los nuevos conversos en la vecina nación de Suecia habían confrontado una oposición similar, lo que hizo que algunos creyentes se bautizaran en una cisterna de curtir pieles, para no arriesgarse a ser vistos en un río11.

Al concluir la reunión, Johan se aproximó a la puerta para salir. La turba se acercó y Johan sintió un pinchazo en la pierna. Haciendo caso omiso del dolor, salió afuera, pero enseguida los granjeros lo sujetaron y golpearon con mazas por la espalda. Un dolor agudo le corrió por el cuerpo, en tanto que los hombres lo golpeaban con palos y herramientas filosas que lo dejaron en carne viva y sangrando.

Johan logró escapar de alguna manera y huyó hasta la casa de un miembro llamado Peter Jensen. Allí, sus amigos le quitaron las ropas rasgadas, limpiaron sus heridas y lo acostaron. Un hombre lo ungió y bendijo, y una mujer anciana quedó haciendo guardia en su habitación. Una hora y media después, unos hombres borrachos golpearon la puerta. La anciana se puso de rodillas y oró pidiendo ayuda. “Tendrán que golpearme a mí antes de que te puedan golpear a ti”, le dijo a Johan.

Unos instantes después, los hombres borrachos irrumpieron en la habitación. La mujer intentó detenerlos, pero ellos la empujaron contra la pared. Los hombres rodearon la cama y comenzaron a golpear el cuerpo magullado y lacerado de Johan. Tratando de mantenerse consciente y en control, Johan pensó en Dios, pero los de la turba lo tomaron de los brazos y lo arrastraron afuera de la casa12.


Soren Thura iba pasando cerca de la casa de los Jensen cuando vio cómo los del populacho llevaban a Johan hasta un río cercano. Algunos de los hombres gritaban y maldecían salvajemente; otros vociferaban canciones. Soren avanzó rápidamente hacia el grupo y se abrió paso a empujones entre ellos, que apestaban a brandy. Soren vio a Johan; el joven se veía pequeño y frágil en su ropa de cama.

Los hombres reconocieron a Soren inmediatamente. Él era un veterano de la caballería de Dinamarca y era conocido en Bastholm por ser un vigoroso atleta. Dando por hecho que él quería unírseles, los hombres le dijeron que habían capturado a un “predicador mormón” y que lo iban a lanzar al agua. “Le vamos a mostrar a este sacerdote mormón cómo bautizar”, le dijeron.

“Déjenlo ir”, dijo Soren. “Yo me encargo de este muchacho, y les advierto, cobardes, que ninguno de ustedes me va a detener”. Soren era mucho más alto y fornido que cualquiera de los del populacho, por lo que ellos soltaron al misionero, lo golpearon varias veces más y se marcharon rápidamente13.

Soren llevó a Johan de vuelta a casa de los Jensen y regresó al día siguiente para ver cómo seguía. Johan creía que Dios había enviado a Soren para rescatarlo. “Esto no es más de lo que le ocurrió al pueblo de Dios en los tiempos antiguos”, dijo Johan a modo de testimonio, “y estas tribulaciones tienen el propósito de que nos humillemos ante el Señor”.

El mensaje de Johan conmovió a Soren y él volvió día tras día para conversar con el joven acerca de su misión y el Evangelio restaurado14.


Mientras Johan se recuperaba de sus lesiones, su hermana de catorce años, Augusta, cruzaba las Montañas Rocosas junto con una caravana de carromatos integrada por un centenar de santos emigrantes. El camino que transitaban era arenoso y mostraba el desgaste que se había producido en cinco años de intensa emigración hacia el valle del Lago Salado; y aun cuando la senda se hallaba despejada, ellos estaban preocupados por lo que les aguardaba más adelante en la ruta. El clima otoñal ya se sentía en las planicies, vientos helados azotaban las llanuras y las temperaturas descendieron hasta que el frío era casi insoportable.

Las cosas empeoraron cuando los bueyes comenzaron a fatigarse y se agotaron las provisiones de harina de los santos, lo que los obligó a enviar a un jinete por delante para buscar provisiones. Sin tener forma de saber cuándo llegaría la ayuda, los santos caminaban con el estómago vacío. Se hallaban a más de 240 km de Salt Lake City y aún les aguardaba el trayecto más empinado de la ruta15.

Augusta y sus amigas con frecuencia caminaban por delante de la caravana y luego esperaban hasta que esta las alcanzaba. Mientras andaban, pensaban en sus hogares que habían dejado atrás. Los veintiocho daneses en la compañía habían navegado hasta los Estados Unidos junto con Erastus Snow, quien ya había partido hacia Salt Lake City, mientras que Augusta y el resto de la compañía lo siguieron en otra caravana de carromatos. La mayoría de los inmigrantes escandinavos, Augusta entre ellos, no sabía decir una palabra en inglés; pero cada mañana y cada noche se unían a los santos de habla inglesa para orar y cantar himnos16.

Hasta entonces, el viaje a Salt Lake City había probado ser mucho más difícil y largo de lo que esperaba Augusta. Al oír a los estadounidenses hablar en su idioma incomprensible, se dio cuenta de cuán poco conocía a su nueva patria. También sentía mucha nostalgia. Además de sus hermanos Carl y Johan, ella tenía tres hermanas menores llamadas Caroline, Rebekke y Nicolena. Ella deseaba que toda su familia se uniera a ella en Sion algún día, pero no sabía si eso llegaría a ocurrir alguna vez, en especial tras el divorcio de sus padres17.

En su viaje al oeste, Augusta se sostenía alimentándose con magras raciones mientras la caravana ascendía escarpadas cuestas, descendía por empinados desfiladeros y cruzaba angostos arroyos de montaña. A la entrada de Echo Canyon, a unos sesenta y cinco kilómetros de Salt Lake City, las mujeres de la compañía avistaron al hombre que habían enviado a buscar provisiones. Poco después, llegó un carromato cargado de pan, harina y galletas saladas, que los capitanes distribuyeron entre los aliviados santos18.

La caravana de carromatos entró en el valle del Lago Salado unos días después. Erastus Snow saludó a los santos daneses a su arribo a la ciudad y los invitó a su casa a cenar arroz y pan con pasas. Luego de varios meses de estar comiendo poco más que un pan insípido y carne de búfalo, Augusta pensó que nunca antes había probado algo tan delicioso19.


El 8 de noviembre de 1852, George Q. Cannon abrió su pequeño diario personal marrón y escribió: “He estado muy ocupado escribiendo”. Había estado todo el día encorvado sobre una mesa en la casa de Jonathan y Kitty Napela, traduciendo el Libro de Mormón al hawaiano. Al reflexionar en su labor de ese día, rogó al Señor que le ayudara a finalizar el proyecto.

“Lo considero un glorioso privilegio”, anotó George reflexivamente en su diario. “Me regocijo al hacerlo, y mi pecho arde y se ensancha al contemplar los principios gloriosos que allí se encuentran”20.

Cuando George conoció a Jonathan Napela en marzo de 1851, no podía imaginarse cuán importante llegaría a ser Napela para la obra del Señor en Hawái. Mas no fue sino hasta enero de 1852, casi un año después de su primer encuentro, que Napela aceptó el bautismo21. Napela sabía que el Evangelio restaurado era verdadero, pero la oposición de los miembros de la comunidad y de la iglesia protestante de su localidad impidieron que se uniera a la Iglesia antes. George, entre tanto, había podido bautizar a muchas personas y había organizado cuatro ramas en Maui22.

Con la ayuda y el estímulo de Napela, George había comenzado a traducir el Libro de Mormón poco después del bautismo de este. Hora tras hora, George estudiaba los pasajes del libro y hacía su mejor esfuerzo por escribir la traducción al hawaiano en una hoja de papel. Luego la leía a Napela, quien le ayudaba a mejorar la traducción. Napela, quien era un abogado muy instruido, estaba excelentemente capacitado para guiar a George por entre los complejos aspectos de su lengua materna. Además, él había estudiado los principios del Evangelio meticulosamente y había captado la verdad con rapidez.

Este proceso ocurrió lentamente al principio, pero el deseo de ellos de compartir el mensaje del Libro de Mormón con los hawaianos los motivó a seguir adelante. Pronto sintieron que el Espíritu descansaba sobre ellos y notaron que avanzaban rápidamente en el libro, aun cuando llegaban a pasajes que expresaban doctrina e ideas complejas. Asimismo, George mejoraba diariamente su fluidez en el idioma hawaiano, conforme Napela le daba a conocer nuevas palabras y expresiones23.

El 11 de noviembre, los compañeros misioneros que trabajaban en otra isla le trajeron a George tres cartas y siete ediciones de Deseret News que habían llegado de Utah. Ansioso de tener noticias de su casa, George leyó las tres cartas y los periódicos tan pronto le fue posible. En una de las cartas, le hacían saber que el apóstol Orson Pratt había leído la revelación sobre el matrimonio plural a los santos y había predicado abiertamente al respecto. La noticia no lo tomó por sorpresa.

“Eso es lo que he estado esperando”, escribió en su diario. “Creo que es el momento apropiado”24.

En otra carta, le informaban que los líderes de la Iglesia se habían enterado acerca de la traducción del Libro de Mormón al hawaiano y aprobaban el proyecto. En la tercera carta, le decían que su tío, el apóstol John Taylor, había regresado recientemente de su misión a Francia y deseaba que George regresara a casa también. Elizabeth Hoagland, la joven que George había cortejado antes de su misión, también anticipaba su regreso. Por otra parte, Willard Richards, de la Primera Presidencia, deseaba que George considerara la conveniencia de terminar la traducción antes de volver a casa.

George sabía que había servido una misión fielmente. Él había progresado de ser un joven nostálgico, de poca capacidad comunicativa, a convertirse en un poderoso predicador y misionero. Si elegía irse a casa ahora, nadie podría decir que él no había magnificado el llamamiento que había recibido del Señor.

No obstante, él creía que los antepasados del pueblo hawaiano habían orado pidiendo que sus descendientes tuviesen la oportunidad de escuchar el Evangelio y recibir sus bendiciones; y él ansiaba poder regocijarse con sus hermanos y hermanas hawaianos en el Reino Celestial. ¿Cómo podría él irse de Hawái antes de concluir la traducción?25. Se quedaría a completar su trabajo.

Unos días más tarde, luego de pasar la mañana con los santos de Maui, George reflexionó sobre la bondad de Dios y su corazón rebosó de gozo y de una dicha inefable.

“Mi lengua e idioma son demasiado débiles para expresar los sentimientos que experimento al meditar en la obra del Señor”, escribió él con admiración en su diario. “Oh, que mi lengua, mi tiempo y mis talentos, y todo lo que tengo o poseo puedan emplearse en Su honor y gloria, para glorificar Su nombre y esparcir el conocimiento de Sus atributos dondequiera que me sea requerido”26.


Ese otoño, se envió a Johan Dorius y a otros misioneros daneses a predicar el Evangelio en Noruega. Al igual que Dinamarca, Noruega concedía algo de libertad religiosa a los cristianos que no pertenecían a la iglesia del estado, pero por más de una década se había estado advirtiendo a los noruegos, en libros y periódicos, acerca de los peligros de los Santos de los Últimos Días y la opinión pública se había volcado contra la Iglesia27.

Un día, Johan y su compañero hicieron una reunión en una casa pequeña en las afueras de la ciudad de Fredrikstad. Luego de que la congregación cantara “El Espíritu de Dios”, Johan habló acerca de los orígenes de la Iglesia y declaró que Dios se había revelado nuevamente a la humanidad. Al terminar, una joven mujer le exigió que demostrara la veracidad de sus palabras con la Biblia. Él lo hizo y ella quedó impresionada por lo que él enseñó28.

Dos días después, Johan y su compañero se detuvieron a pasar la noche en una posada en las afueras de Fredrikstad. La dueña del albergue les preguntó quiénes eran ellos y los jóvenes se presentaron como misioneros Santos de los Últimos Días. La dueña mostró preocupación. Los oficiales del condado le habían prohibido estrictamente dar hospedaje a los Santos de los Últimos Días.

Mientras los misioneros hablaban con la señora, salió un oficial de policía de una de las habitaciones y le pidió a Johan su pasaporte. “Lo tengo en Fredrikstad”, le explicó Johan.

“Usted está detenido”, le dijo el oficial y, acto seguido, le pidió el pasaporte al compañero de Johan. Como el misionero no pudo mostrárselo, el oficial lo arrestó también y condujo a los dos a una sala para esperar a que se los interrogara. Para su sorpresa, Johan y su compañero vieron que la sala estaba llena de santos noruegos, hombres y mujeres, que también habían sido arrestados. En el grupo había varios misioneros daneses, entre ellos, uno que había estado en custodia por dos semanas29.

Los oficiales gubernamentales habían comenzado recientemente a arrestar e interrogar a los misioneros y a los miembros de la Iglesia. Muchos noruegos sentían demasiada desconfianza hacia los santos y creían que su fe en el Libro de Mormón los descalificaba del beneficio de las protecciones concedidas por las leyes de libertad religiosa de la nación.

Las noticias de que los miembros de la Iglesia en Estados Unidos practicaban el matrimonio plural habían causado que los noruegos considerasen a los santos como agitadores que deseaban corromper la fe y los valores tradicionales del pueblo noruego. Con estos interrogatorios y encarcelamientos de Santos de los Últimos Días, los oficiales esperaban exponerlos públicamente como no cristianos y detener así el crecimiento de la nueva religión30.

Johan fue trasladado rápidamente a Fredrikstad y encarcelado junto con otros cuatro misioneros, entre ellos Christian Larsen, un líder de la Iglesia en Noruega. El carcelero y su familia los trataron con cortesía y permitieron que los misioneros oraran, leyeran, escribieran, cantaran y hablaran acerca del Evangelio; pero nadie tenía la libertad de marcharse31.

Luego de varias semanas, el juez del condado y otros oficiales interrogaron a algunos de los misioneros. El juez los trató como a criminales, apenas escuchó lo que dijeron y se rehusó a dejarlos hablar cuando ellos intentaron explicar que su mensaje estaba en armonía con la cristiandad y la Biblia.

“¿Con qué propósito han venido a este país?”, preguntaron los oficiales a Christian.

“Para enseñarles a las personas el verdadero evangelio de Jesucristo”, respondió Christian.

“¿Regresará a Dinamarca si es liberado de la cárcel?”.

“No, hasta que Dios me haya relevado por medio de Sus siervos, quienes me enviaron aquí”.

“¿Se abstendrá de predicar y bautizar?”.

“Si usted o alguno de sus sacerdotes pueden convencerme de que nuestra doctrina y religión no están de acuerdo con las doctrinas de Cristo”, dijo Christian, “ya que es mi deseo recibir la salvación y hacer la voluntad de Dios”.

“Nosotros consideramos que sería rebajar la dignidad de nuestros sacerdotes el que ellos discutieran con usted”, dijo el interrogador principal. “Ahora le prohíbo que pervierta un alma más con sus falsas doctrinas”32.

Mientras Johan y los misioneros aguardaban el día en que comparecerían en la corte, compartían la celda con Johan Andreas Jensen. Jensen había sido capitán de barcos, sus profundas convicciones religiosas lo habían llevado a dar sus bienes terrenales a los pobres y había comenzado a predicar por las calles llamando al arrepentimiento. En su fervor por proclamar la palabra de Dios, él había procurado compartir sus creencias religiosas con el rey Oscar I de Suecia y Noruega, pero lo habían rechazado cada vez que solicitaba una audiencia. Sintiéndose frustrado, Jensen había llamado al rey un “pecador exaltado” y rápidamente lo arrestaron y encarcelaron.

Los misioneros no tardaron en compartir el Evangelio restaurado con Jensen. Al principio, el capitán no estaba interesado en el mensaje, pero él oraba por ellos y ellos por él. Un día, mientras los misioneros daban testimonio a Jensen, de repente todos en la celda se llenaron de gozo. Jensen rompió a llorar y su rostro irradiaba. Él les declaró que sabía que el Evangelio restaurado era verdadero.

Los misioneros solicitaron a la corte que se liberase a Jensen el tiempo suficiente como para bautizarlo, pero la solicitud fue denegada. Jensen, sin embargo, les aseguró a los misioneros que se bautizaría tan pronto lo liberasen de la prisión33.

“Esto hizo que nos humilláramos en gratitud hacia Dios, en verdad ha sido un día glorioso para nosotros”, escribió Johan en su diario. “Cantamos y alabamos a Dios por Su bondad”34.