Historia de la Iglesia
19 Los aposentos del Señor


“Los aposentos del Señor”, capítulo 19 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019

Capítulo 19: Los aposentos del Señor

Capítulo 19

Los aposentos del Señor

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soldados marchan con rifles

El 13 de septiembre de 1857, Johan y Carl Dorius entraron en Salt Lake City tirando de sus carros de mano junto a sus esposas, Karen y Elen. Habiéndose deshecho del equipaje extra a lo largo del camino para aligerar sus cargas, ellos y su compañía entraron en la ciudad con la misma ropa raída que habían estado usando durante semanas. Algunas de las mujeres habían reemplazado sus zapatos desgastados por áspera tela de arpillera con la que se habían envuelto los pies. Aun así, luego de transitar la ruta durante varios meses, los emigrantes estaban agradecidos de hallarse en Sion y con orgullo enarbolaron la bandera danesa en el carro de mano que iba a la cabeza1.

Mientras los emigrantes se abrían paso por la ciudad, los santos les llevaban pasteles y leche para darles la bienvenida. Los hermanos Dorius pronto vieron a su padre en la multitud. Nicolai los saludó con alegría y les presentó a su nueva esposa, Hannah Rasmussen, que también era de Dinamarca. Luego, los hermanos y sus familias llevaron sus carros de mano a un campamento en la ciudad, descargaron sus pocas pertenencias y siguieron a Nicolai y Hannah hasta una casa pequeña y cómoda en el extremo sur de la ciudad2.

Nicolai y Hannah habían venido al oeste en la misma compañía de carromatos dos años antes. Hannah estaba casada para ese entonces, pero durante el trayecto, su esposo la había abandonado a ella y a su hijo adolescente, Lewis. Conociendo el dolor que ocasiona un matrimonio fallido, Nicolai sintió compasión por ella. Fueron sellados en la Casa de Investiduras el 7 de agosto de 1857 y Lewis pronto adoptó el apellido Dorius como suyo3.

Mientras Johan, Carl y sus esposas descansaban del viaje, los santos de todo el territorio se preparaban para la llegada del ejército. Siendo cauteloso, Brigham Young declaró la ley marcial el 15 de septiembre y emitió una proclamación que prohibía al ejército entrar en el territorio. Aunque los mensajeros del ejército insistieron en que las tropas venían simplemente a ver que el nuevo gobernador territorial tomara posesión de su cargo, los espías de los santos habían visitado los campamentos del ejército y habían oído a los soldados alardear de lo que harían con los santos una vez que llegaran a Utah.4

Atormentado por el recuerdo de milicias y populachos que saqueaban casas, incendiaban asentamientos y mataban a los santos en Misuri e Illinois, Brigham estaba preparado para evacuar el valle y destruir Salt Lake City si el ejército los invadía. “Antes que sufrir lo que he sufrido en tiempos pasados”, declaró a mediados de septiembre, “no habrá un solo edificio, ni un trozo de madera, ni una vara, ni un árbol, ni una partícula de hierba o heno que permanezca sin quemar al alcance de nuestros enemigos”5.

Él continuó hablando sobre el asunto en los días previos a la conferencia de octubre. “Caminemos en los preceptos de nuestro Salvador”, dijo a los santos. “Sé que todo se enmendará y una Providencia superior e infinitamente sabia nos hará salir victoriosos”6.

Aunque no hablaban inglés, Johan y Carl Dorius asistieron a una conferencia general por primera vez el 7 de octubre. Al final de la reunión, Brigham ofreció la última oración. “Bendice a tus santos en los valles de las montañas”, rogó. “Ocúltanos en los aposentos del Señor, donde has reunido a Tu pueblo, donde hemos descansado en paz durante muchos años”7.

Una semana después, Nicolai y Hannah se mudaron al fuerte Ephraim, en el valle de Sanpete, donde vivían las hijas de Nicolai, Augusta y Rebekke. Johan y Karen, mientras tanto, se quedaron en la ciudad con Carl y Elen. Al igual que la mayoría de los santos que emigraron al valle, ellos se bautizaron nuevamente para renovar sus convenios. También comenzaron a prepararse para recibir las ordenanzas del templo en la Casa de Investiduras.

Johan y Carl también se mantenían disponibles para defender la ciudad8.


Por estos días, John D. Lee se reunió con Brigham Young y Wilford Woodruff en Salt Lake City para informar sobre la masacre que había tenido lugar en Mountain Meadows. Gran parte de lo que John les contó acerca de la compañía de Arkansas era engañoso. “Muchos de ellos pertenecían al populacho de Misuri e Illinois”, dijo mintiendo. “Mientras viajaban por el sur, iban maldiciendo a Brigham Young, a Heber C. Kimball y a los líderes de la Iglesia”9.

John también repitió un falso rumor acerca de que los inmigrantes habían envenenado al ganado y provocado a los paiutes. “Los indios lucharon contra ellos cinco días hasta que mataron a todos sus hombres”, afirmó, sin decir nada sobre la participación de los santos. “Luego corrieron a su corral y les cortaron las gargantas a sus mujeres e hijos, excepto a unos ocho o diez niños que trajeron y vendieron a los blancos”.

Ocultando el papel que él mismo había desempeñado en el ataque, John afirmó que solo había ido al sitio después de la masacre para ayudar a enterrar los cuerpos. “Fue un trabajo horrible, espantoso”, informó. “Todo el aire estaba impregnado de un hedor terrible”.

“Es desgarrador”, dijo Brigham, creyendo en el informe10. John escribió su relato de la masacre dos meses después y lo envió a Salt Lake City. Brigham luego incluyó largos extractos de la carta en su informe oficial de la masacre al comisionado de Asuntos Indígenas en Washington, D.C11.


Entretanto, los rumores de la masacre se extendieron hasta California. Un mes después de la masacre, el primer relato detallado de los asesinatos apareció en un periódico de Los Ángeles12. Otros periódicos pronto imprimieron artículos sobre la historia13. La mayoría de esos informes especulaban que los santos habían estado involucrados en el ataque. “¿Quién puede ser tan ciego como para no ver que las manos de los mormones están manchadas con esa sangre?”, preguntaba una editorial14.

Sin conocer el papel protagónico que habían desempeñado los santos de Cedar City en la masacre, George Q. Cannon menospreció esos informes. Escribiendo como editor de Western Standard, el periódico de la Iglesia en San Francisco, acusó a los periodistas de incitar al odio contra los santos. “Estamos cansados de escuchar este continuo abuso y acumulación de acusaciones falsas”, escribió. “Sabemos que los mormones de Deseret son personas laboriosas, pacíficas y temerosas de Dios, y que han sido maltratadas y vilipendiadas de la manera más ruin”15.

Por estos días, misioneros provenientes de diversas partes del mundo comenzaron a regresar a casa, respondiendo al llamado de Brigham Young para ayudar a sus familias y proteger a Sion contra el ejército. El 22 de octubre, Joseph F. Smith, de dieciocho años, y otros élderes de la Misión Hawaiana llegaron sin un centavo a la oficina de Western Standard, en San Francisco. George le dio a Joseph un abrigo y una cálida manta y los envió a él y a sus compañeros rumbo a casa16.

Poco más de un mes después, el 1 de diciembre, los apóstoles Orson Pratt y Ezra Benson llegaron a San Francisco con unos élderes de la Misión Británica. Sabiendo que el presidente de los Estados Unidos había declarado que los santos estaban en abierta rebelión contra el gobierno, los apóstoles habían viajado con nombres falsos para evitar ser detectados en su camino a Utah. En la ciudad, visitaron a George y lo instaron a regresar con ellos a Sion.

Con tanta hostilidad dirigida hacia los santos en California, George no necesitó que le insistieran. Ya había terminado de imprimir el Libro de Mormón en hawaiano, uno de los principales objetivos de su misión. “Me voy de San Francisco sin sentir una pizca de remordimiento”, escribió en su diario17.

Mientras tanto, muchos santos, al escuchar que algunos grupos de hombres estaban atacando a los miembros de la Iglesia para vengarse de la masacre de Mountain Meadows, huyeron de California en pequeñas compañías18. Joseph F. Smith encontró trabajo conduciendo una yunta de ganado hacia Utah. Un día, se encontraba recogiendo leña cuando algunos hombres entraron al campamento y amenazaron con matar a cualquier “mormón” que encontraran.

Algunos de los hombres del campamento se escondieron en la maleza junto a un arroyo cercano. Joseph estuvo a punto de huir al bosque también, pero luego se detuvo19. Una vez él había alentado a su hermana Martha Ann a “ser una mormona en todo y con todas”20. ¿No debía él hacer lo mismo?

Joseph entró al campamento con la leña todavía en sus brazos. Uno de los jinetes trotó hacia él con una pistola en la mano. “¿Eres mormón?”, preguntó.

Joseph lo miró a los ojos, esperando que el hombre le disparara. “Sí, señor”, contestó. “De pies a cabeza, mormón hasta los huesos”.

El hombre miró fijamente a Joseph, desconcertado. Bajó la pistola y pareció paralizarse por un momento. “Venga esa mano, joven”, dijo entonces, extendiendo la mano. “Me alegro de ver a un hombre que defiende sus convicciones”.

Él y los demás jinetes se dieron la vuelta y salieron del campamento, y Joseph y la compañía agradecieron al Señor por haberlos librado del peligro21.


Si bien muchos santos de California partieron hacia Utah de inmediato, otros no estaban preparados para irse. Varias familias también habían establecido casas y negocios rentables en San Bernardino, el mayor asentamiento de los santos en California. Ellos se enorgullecían de sus hermosas granjas y huertos. Nadie estaba ansioso por ver cómo se desperdiciaban años de arduo trabajo22.

Entre ellos se encontraban Addison y Louisa Pratt, quienes habían vivido en la ciudad desde que regresaron de las islas del Pacífico en 1852. Louisa estaba dispuesta a mudarse de nuevo, sin importar cuánto valorara su hogar y su huerto en California; pero Addison era más reacio a irse. La crisis en Utah lo inquietaba ocasionándole un gran peso y se había vuelto hosco.

Addison había experimentado varias decepciones en los últimos cinco años. Había tratado de servir otra misión en el Pacífico Sur, pero el gobierno del protectorado francés de Tahití prácticamente le había prohibido predicar. Además, su antiguo compañero, Benjamin Grouard, se había alejado de la Iglesia23.

Addison también prefería el clima cálido de California al clima a menudo impredecible de Utah; y él era extremadamente leal a los Estados Unidos. Si los soldados estadounidenses invadían Utah, no creía poder luchar contra ellos con la conciencia tranquila.

Su indisposición para mudarse molestaba a Louisa. Sus tres hijas mayores ahora estaban casadas; dos de ellas, Ellen y Lois, planeaban mudarse a Utah con sus esposos. Ann, la hija más joven, también quería ir. Solo Frances y su esposo se iban a quedar en California24.

Por la noche, mientras todo San Bernardino dormía, Louisa a menudo salía a regar los árboles de su huerto, los que ahora comenzaban a dar fruto. “¿Debo irme y dejarlos?”, se preguntaba. Hacia el norte, un camino en un cañón serpenteaba la oscura montaña hasta la cima de un paso alto. Al otro lado de la montaña se extendían cientos de kilómetros de desierto estéril. Ella pensó que la decisión de hacer el arduo viaje a Utah sería más fácil si Addison estuviera más ansioso por ir25.

Mientras reflexionaba sobre la decisión que tenía ante ella, Louisa sintió que su corazón rebosaba de amor por la Iglesia. Al bautizarse, había prometido unirse a los santos, y ella sabía que si los miembros de la Iglesia elegían seguir sus propios caminos, pronto se convertirían en una comunidad de extraños. Tuvo muy en claro cuál sería su decisión. Ella volvería a Utah.

Louisa y Ann partieron de California a principios de enero con Ellen, Lois y sus familias. Nada de lo que Louisa dijo pudo convencer a Addison de ir con ellos. Simplemente dijo que se uniría a ella en el valle al año siguiente, tal vez llevando a Frances y a su esposo con él. Él acompañó a su familia hasta el otro lado de la montaña y se aseguró de que tuvieran un lugar en la compañía de carromatos.

Por muchos días, Louisa y sus hijas lloraron por los seres queridos que habían dejado atrás26.


Para fines de marzo de 1858, las tropas de los Estados Unidos, ahora bajo el mando del general Albert Sidney Johnston, estaban acampadas a las afueras del territorio de Utah. Tratando de frenar el avance de estas, la milicia de los santos había pasado parte del otoño asaltando los suministros del ejército y quemando los carromatos y los fuertes. Los asaltos habían frustrado y humillado a los soldados, que pasaron el invierno acurrucados en la nieve junto a las ruinas carbonizadas de sus carretas, sobreviviendo con escasas raciones y maldiciendo a los santos.

Ese invierno, Thomas Kane, el aliado de confianza de los santos en el este, también había llegado a Salt Lake City, habiendo realizado un arriesgado viaje por mar hasta California a través del istmo de Panamá y continuado luego el trayecto por tierra hasta Utah. Con el apoyo no oficial del presidente James Buchanan, se reunió con Brigham y otros líderes de la Iglesia antes de ir a los campamentos del ejército para tratar de negociar la paz. Sin embargo, los líderes del ejército se burlaron de las expresiones de paz de Thomas27.

“Nuestros enemigos están decididos a hacernos desaparecer si pueden”, dijo Brigham a los santos en una conferencia especial en Salt Lake City28. Con el fin de salvar vidas y tal vez ganarse la compasión de aliados potenciales en los estados del este, anunció un plan para trasladar a los santos que vivían en Salt Lake City y en las áreas circundantes a Provo y otros asentamientos más al sur29. La audaz jugada alteraría la vida de muchos miembros de la Iglesia y Brigham no estaba del todo seguro de que fuera la decisión correcta.

“‘¿Puede un profeta o un apóstol estar equivocado?’. No me hagan tal pregunta, porque lo reconoceré todo el tiempo”, declaró. “Pero no reconozco haber desviado intencionalmente a este pueblo de la verdad en el más mínimo grado, ni cometo a sabiendas ninguna injusticia, aunque pueda cometer muchas injusticias”30.

Brigham creía que era mejor actuar con decisión en lugar de arriesgarse a que los santos tuvieran que soportar los mismos horrores que habían experimentado en Misuri e Illinois. A los pocos días, llamó a quinientas familias para que se mudaran al sur de inmediato y sembraran cultivos para los miles de santos que les seguirían. También envió hombres para explorar y hallar un nuevo lugar para establecerse y dio instrucciones a los santos de los pueblos del sur para que se prepararan para recibir a los exiliados31. Pronto, los santos del valle del Lago Salado estaban cargando carromatos y preparándose para la mudanza32.

Unas semanas más tarde, Alfred Cumming, el recién nombrado gobernador del territorio de Utah, llegó a Salt Lake City por invitación de Thomas Kane. Como gesto de paz, vino sin una escolta del ejército33. Alfred tenía cincuenta y cinco años y había servido al gobierno de los Estados Unidos en diversos cargos durante su carrera. También parecía carecer de los prejuicios habituales hacia los santos.

Al entrar en Salt Lake City, vio personas que cargaban muebles y mercancías en carromatos, reunían ganado y se dirigían al sur. “¡No se vayan! ¡No serán lastimados!”, les gritó Alfred. “¡No seré gobernador si no me quieren!”34. Sus palabras no lograron hacerlos cambiar de idea.

Mientras estaban en Salt Lake City, Alfred y Thomas examinaron algunas de las acusaciones de rebelión que se habían hecho contra los santos y se reunieron con Brigham y otros líderes de la Iglesia. Después de unos días, Alfred estaba convencido de que las acusaciones habían sido exageradas35.

Más de una semana después de su llegada, le habló a una congregación en Salt Lake City. “Si cometo errores en mi administración”, dijo a los santos, “deseo, amigos, que vengan a aconsejarme”. Reconoció que, fuera de Utah, se había mostrado una imagen totalmente falsa de los santos y prometió cumplir con sus responsabilidades de buena fe36.

Cuando terminó, los santos seguían estando recelosos, pero Brigham se puso de pie y expresó su apoyo. Fue una tibia bienvenida, pero Alfred tenía motivos para esperar que los santos lo aceptaran como su nuevo gobernador37.


A pesar de las palabras tranquilizadoras del gobernador, el camino del sur hacia Provo estaba congestionado por los carromatos, los carruajes y el ganado a lo largo de sesenta y cinco kilómetros o más38. La familia de Brigham ocupó varias edificaciones en Provo. Otros santos no tenían mucha idea de dónde vivirían una vez que llegaran a los asentamientos del sur. No había suficientes casas para todos y algunas familias no tenían dónde vivir sino en carromatos o tiendas de campaña. Y con el ejército aún en camino, muchas personas se preguntaban cuán pronto verían ascender el humo desde el valle del Lago Salado39.

El 7 de mayo, Martha Ann Smith Harris se mudó con su suegra y el resto de la familia Smoot a un lugar llamado Pond Town, a unos veinticinco kilómetros al sur de Provo40. Antes de abandonar Salt Lake City, el obispo Smoot colocó cinco barriles de pólvora en los cimientos de su casa para facilitar su destrucción en caso de que el ejército se apoderara de la ciudad. Otros miembros del Barrio Sugar House siguieron a la familia Smoot hasta Pond Town y el obispo Smoot y sus consejeros pronto recomendaron organizar un nuevo barrio allí41.

La mudanza interrumpió la rutina habitual de Martha Ann de hilar y hacer telas, ordeñar vacas, hacer mantequilla, enseñar en la escuela y ayudar a su suegra a aprender a leer y escribir; pero también les dio a ella y a todos los demás miembros de la familia nuevos trabajos para hacer42. Los santos de Pond Town y otros asentamientos se establecieron cerca de donde había agua dulce, construyeron refugios, plantaron cultivos y huertas, abrieron tiendas y edificaron molinos43.

Los vientos primaverales eran fríos al comienzo y los toscos refugios ofrecían poca protección de los elementos44. El agua insalubre y la escasez de suministros afectaban a los asentamientos temporales, pero la mayoría de los santos estaba conforme porque prefería mantenerse alejado del ejército. Con el tiempo, se adaptaron a sus nuevos hogares45.

La mayor parte de la familia de Martha Ann, por el lado de los Smith, se mudó al sur, pero su hermano Joseph, que acababa de regresar de Hawái, permaneció en Salt Lake City para servir en la milicia con otros jóvenes, entre ellos Johan y Carl Dorius. “Aquí estoy haciendo poco o nada ahora”, informó Joseph en una carta. “La ciudad, las casas y el campo parecen desiertos y solitarios”46.

Martha Ann sabía poco de su esposo, William, quien todavía estaba en una misión en Inglaterra. Él le había escrito por última vez a fines de noviembre de 1857, poco después de que Brigham Young llamara a los misioneros a casa. “Querida Martha, mi mente está llena de reflexión y casi no sé por dónde empezar”, había escrito William. “Considerando las perspectivas actuales, cruzaré el océano en breve hacia mi hogar en el oeste”.

“Adiós, amor”, había agregado, “hasta que nos veamos nuevamente”.

En su carta, William había indicado que estaría en casa para la primavera; pero esta ya casi había terminado y Martha Ann no había visto ninguna señal de él47.


Antes del traslado hacia el sur, unas ocho mil personas vivían en Salt Lake City. A mediados de junio, solo quedaban unas mil quinientas personas. La mayoría de las casas y tiendas habían sido abandonadas y sus puertas y ventanas estaban tapadas con tablas. Los jardines de los santos estaban verdes y florecían a pesar de la falta de cuidado. A veces, el único sonido en la ciudad era el débil goteo de las zanjas de riego que bordeaban las calles48.

Una comisión de paz del gobierno llegó para esta época y ofreció a Brigham Young y a los santos la absolución completa de sus delitos, cualesquiera que fueran, por parte del presidente a cambio de la obediencia al gobierno. Los santos no creían haber cometido delitos, pero de todos modos aceptaron la absolución.

En el este de los Estados Unidos, la gente seguía desconfiando y malinterpretando a los santos, pero ahora que los funcionarios del gobierno habían visitado Utah y Brigham le había cedido pacíficamente su cargo de gobernador a Alfred Cumming, muchos habitantes del este ya no creían que los santos estuvieran en rebelión49. Los editores de periódicos que habían criticado a Brigham Young ahora criticaban al presidente James Buchanan.

“La guerra mormona ha sido, sin duda, un amontonamiento de errores de principio a fin”, escribió un reportero. “De cualquier forma que lo veamos, es un gran amontonamiento de errores estúpidos”50.

El 26 de junio de 1858, el ejército entró en Salt Lake City. El lugar parecía un pueblo fantasma; había hierba creciendo en las calles y en los jardines de las casas. Antes de partir, los santos habían enterrado los cimientos del templo para protegerlos del saqueo de los soldados. Cuando las tropas pasaron por el terreno del templo, vieron lo que parecía un campo arado51.


Al final de la Guerra de Utah, como llegó a conocerse la crisis, Brigham Young animó a todos a regresar a sus hogares. Muchos santos regresaron desde el sur a principios de julio. En un punto estrecho, donde las montañas separan el valle de Utah del de Lago Salado, observaron cómo el ejército avanzaba hacia ellos. Las tropas se dirigían a Camp Floyd, un nuevo puesto de avanzada en un área remota llamada Cedar Valley, a sesenta y cinco kilómetros al sudoeste de Salt Lake City52.

Cuando el ejército pasó cerca de los santos, algunos soldados hostigaron a las jóvenes o a los hombres que viajaban en carruajes con sus esposas plurales. Finalmente, el camino se congestionó demasiado, por lo que los santos que regresaban esperaron tres horas a que pasara el ejército. Cuando los caminos finalmente se despejaron, los santos continuaron su camino a casa53.

El traslado hacia el sur había esparcido a la Iglesia como migajas por todos los valles de esa región, y harían falta tiempo y recursos para reunirlos de nuevo en el norte. Al regresar los santos a casa, hallaron que sus hogares, granjas y edificios públicos estaban muy desordenados. Muchos barrios habían dejado de funcionar. La mayoría de las Sociedades de Socorro y las Escuelas Dominicales se habían disuelto por completo54.

Cuando la familia Smoot abandonó Pond Town a mediados de julio, Martha Ann condujo un tiro de caballos para sus suegros. El 12 de julio, mientras rodeaba la montaña y conducía hacia el valle del Lago Salado, vio una figura en la distancia que cabalgaba hacia ella en una mula blanca. Se fueron acercando y, para sorpresa de Martha Ann, el jinete era su esposo, William, que regresaba de su misión55.