Jesucristo
Capitulo 8: El Niño De Belen


Capitulo 8

El Niño De Belen

El nacimiento de Jesús

TAN definitivas son las profecías que designan a Belén, pequeño poblado de Judea, como el lugar de su nacimiento, como las que declaran que el Mesías nacería del linaje de David. Parece que nunca hubo diversidad de opinión entre los sacerdotes, escribas o rabinos sobre el asunto, ni antes del gran acontecimiento, ni después. Belén, a pesar de ser pequeño y casi sin importancia en lo concerniente a tráfico y comercio, gozaba de doble estimación entre los judíos por ser el sitio donde había nacido David, así como el lugar del cual habría de venir el Mesías esperado. María y José vivían en Nazaret de Galilea, muy lejos de Belén de Judea; y en la época a que nos estamos refiriendo, se acercaba rápidamente la maternidad de la virgen.

En esos días llegó un decreto de Roma, en el cual se ordenaba un empadronamiento del pueblo en todos los reinos y provincias que eran tributarios del Imperio. El mandato era de aplicación general, pues disponía “que todo el mundo fuese empadronado”. a El empadronamiento de los súbditos romanos tenía por objeto formar una base, de acuerdo con la cual se podrían determinar las contribuciones de los distintos pueblos.

Este censo particular fue el segundo de tres empadronamientos generales de la misma naturaleza, que, según los historiadores, ocurrieron en intervalos de aproximadamente veinte años. De haberse efectuado el censo en la manera romana acostumbrada, cada persona se habría empadronado en el sitio donde residía; mas la costumbre judía, respetada por la ley romana, exigía el empadronamiento en las ciudades o pueblos que las familias respectivas declaraban como el lugar de su origen. En lo que respecta a que si era estrictamente mandatoria esta exigencia de que cada familia se registrase en la ciudad de sus antepasados, no es de incumbencia particular para nosotros; el hecho es que José y María fueron a Belén, la ciudad de David, para inscribirse de acuerdo con el decreto imperial. b

El pequeño pueblo se encontraba lleno de gente en esa época, lo más probable por motivo de la multitud que había llegado para dar cumplimiento al decreto de referencia. Como consecuencia, José y María no pudieron hallar un hospedaje más deseable, y tuvieron que conformarse con las condiciones de un campo improvisado, como antes lo habían hecho viajeros sin número, y como desde ese día lo han hecho innumerables personas, en esa región y en otras partes. No tenemos razón para considerar estas circunstancias como evidencia de pobreza extremada; no cabe duda que causó inconveniencias, pero no constituye prueba concluyente de grave aflicción o sufrimiento. c Fue mientras se hallaba en esta situación, que María la Virgen dio a luz a su primogénito, el Hijo del Altísimo, el Unigénito del Padre Eterno, Jesús el Cristo.

De las circunstancias consiguientes al nacimiento, pocos son los detalles que nos son dados. No nos es dicho el tiempo que transcurrió entre la llegada de María y su esposo a Belén, y el nacimiento. Bien pudo haber sido la intención del evangelista que escribió la historia, referirse a los asuntos netamente de interés humano con cuanta brevedad lo permitiera la narración de los hechos, a fin de que los incidentes sin importancia no ocultaran ni sobrepujaran la verdad central. Todo lo que hallamos en las Santas Escrituras del propio nacimiento es lo siguiente: “Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dió a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.” d

Contrastan vivamente la sencillez y brevedad de la narración bíblica con su escasez de detalles incidentales, y la acumulación de circunstancias fabricadas por la imaginación de los hombres, la mayoría de las cuales ningún apoyo tienen en la historia autorizada, y en muchos respectos son plenamente incongruentes y falsas. En un asunto de tanta trascendencia, no es sino prudente y propio segregar y conservar aparte las afirmaciones auténticas de los hechos, y los comentarios imaginativos de historiadores, teólogos y escritores de novelas, así como también las rapsodias emocionales de poetas y fantasías artísticas labradas, ora con cincel, ora con pincel.

Desde el principio de su existencia, Belén había sido la morada de gente que se dedicaba principalmente a ocupaciones pastorales y agrícolas. Por lo que se sabe del pueblo y sus alrededores, es congruente hallar que al tiempo del nacimiento del Mesías—que fue en la primavera del año— había rebaños en los campos, así de día como de noche, bajo el solícito cuidado de sus apacentadores. Fue a un grupo de estos humildes pastores que se comunicó la primera proclamación de que el Salvador había nacido. La historia dice sencillamente:

“Había pastores es la misma región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres !” e

Nunca jamás había comunicado un ángel, ni recibido hombre alguno, nuevas de tan magna importancia: nuevas de gran gozo reveladas a pocos, por cierto, a los más humildes de la tierra; nuevas que estaban destinadas a extenderse entre todos los pueblos. No sólo hay una grandeza sublime en el cuadro, sino una autoridad divina en el mensaje; y el punto culminante es algo que los pensamientos del hombre nunca jamás habrían podido concebir: la aparición repentina de una multitud de los ejércitos celestiales cantando, a oídos de seres humanos, el más breve, más congruente y más verdaderamente completo de todos los himnos de paz jamás entonados por un coro de mortales o de espíritus. ¡Qué consumación tan anhelada! ¡En la tierra paz! Pero ¿cómo la puede haber sino por la preservación de la buena voluntad para con los hombres? ¿y en qué otra forma podría tributarse más eficazmente gloria en las alturas a Dios?

Los confiados y sencillos guardianes de las ovejas no habían pedido una señal o confirmación; su fe obró al unísono con la comunicación celestial; y sin embargo, el ángel les dió una señal, como él la llamó, para orientarlos en su búsqueda. Sin esperar más, se dieron prisa para ir, porque dentro de su corazón creían, y más aún, sabían; por tanto, determinaron: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado.” f Hallaron al Niño en el pesebre, y cerca de El a su madre y a José y habiendo visto, salieron y testificaron de la verdad concerniente al Niño. Volvieron a sus rebaños, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto.

Se encierra un significado tan profundo como la emoción que todos deben sentir al leer la afirmación, al parecer parentética, del evangelista: “Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” g Es evidente que la gran verdad concerniente a la persona y misión de su Hijo divino aún no se desenvolvía por completo en su mente. Todo el conjunto de acontecimientos, desde la salutación de Gabriel hasta el testimonio reverente de los pastores concerniente al anuncio del ángel y las huestes celestiales, constituía en su mayor parte un misterio para aquella inmaculada madre y esposa.

La observancia estricta de los requisitos de la ley

El Niño nació judío; la madre era judía y José, el padre según la ley, era judío. Eran pocos los que sabían acerca de la verdadera paternidad del Niño, quizá en esa época sólo María, José y posiblemente Elisabet y Zacarías; y mientras se crió, el pueblo lo conoció como el hijo de José. h Se dió fiel cumplimiento a los requisitos de la ley en todos los asuntos pertenecientes al Niño. A los ocho días de edad fue circuncidado, como era exigido a todo niño varón que nacía en Israel; i y al mismo tiempo recibió, como prenda terrenal el nombre que se había prescrito en la anunciación. Fué llamado JESUS, que interpretado significa Salvador: nombre legalmente suyo, pues vino para salvar al pueblo de sus pecados. j

Parte de la ley dada a los israelitas en el desierto por conducto de Moisés, que continuó en vigor con el correr de los siglos, se refería a la manera en que habían de proceder las mujeres después de dar a luz. k De conformidad con lo requerido, María permaneció apartada cuarenta días después del nacimiento de su Hijo; entonces ella y su esposo llevaron al niño para presentarlo delante del Señor, como estaba prescrito para el primer varón nacido en toda familia. Es manifiestamente imposible que todas estas presentaciones pudiesen haberse efectuado en el templo, porque muchos judíos vivían a grandes distancias de Jerusalén; sin embargo, la regla era que los padres presentasen a sus hijos en el templo cuando fuera posible. Jesús nació a unos ocho o nueve kilómetros de Jerusalén, y por consiguiente, fue llevado al templo para la ceremonia de la exención del rescate que se aplicaba al primogénito de todos los israelitas, con excepción de los hijos de Leví. Se tendrá presente que los hijos de Israel habían sido libertados de la esclavitud de Egipto al acompañamiento de señales y maravillas. Por motivo de que Faraón repetidas veces se negó a dejar ir al pueblo, los egipcios fueron heridos con plagas, una de las cuales fue la muerte del primogénito en todo el país, salvo únicamente entre el pueblo de Israel. Para recordar esta manifestación de poder, se exigió a los israelitas que apartasen a sus hijos primogénitos para el servicio del santuario. l Subsiguientemente, el Señor dio instrucciones de que todos los varones de la tribu de Leví quedasen consagrados para ese servicio especial, en lugar del primogénito de toda tribu; mas con todo, aún se consideraba que el hijo mayor era del Señor en forma particular, y era menester eximirlo formalmente del requisito anterior de servicio mediante el pago de un rescate. m

Con respecto a la ceremonia de la purificación, a toda madre le era requerido llevar un cordero de un año para holocausto y una tórtola como ofrenda para el pecado; pero en caso de que una mujer no pudiese llevar un cordero, podría ofrendar dos palomas o tórtolas. Nos enteramos de las circunstancias humildes de José y María porque llevaron la ofrenda menos costosa, es decir, dos tórtolas o palomas en lugar de una ave y un cordero.

Entre los israelitas justos y devotos había algunos que, a pesar del tradicionalismo, el rabinismo y la corrupción sacerdotal, aún vivían con una esperanza justa de confianza inspirada, aguardando pacientemente el consuelo de Israel. n Uno de éstos era Simeón, que por esos días moraba en Jerusalén. Por el poder del Espíritu Santo, había obtenido la promesa de que no gustaría la muerte hasta que hubiese visto al Cristo el Señor en la carne. Impelido por el Espíritu fue al templo el día de la presentación de Jesús, y reconoció en el Niño al Mesías prometido. Al momento de comprender que la esperanza de su vida había llegado a una gloriosa consumación, Simeón tomó al Niño reverentemente en sus brazos y con la sencilla pero inmortal elocuencia que viene de Dios, expresó esta hermosa súplica, en la cual ricamente se confunden la acción de gracias, resignación y alabanza:

“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” o

Entonces, bajo la influencia del espíritu profético, Simeón habló de la grandeza de la misión del Niño y de la angustia que la madre tendría que soportar por causa de El, la cual sería a semejanza de una espada que traspasaría su alma.

El testimonio del Espíritu concerniente a la divinidad de Jesús no se concretó a este hombre. En esos días se hallaba en el templo una mujer pía de grande edad, Ana, profetisa que se había dedicado exclusivamente al servicio de la santa casa; y ella, inspirada de Dios, reconoció a su Redentor y testificó de El a todos la que la rodeaban. Tanto José como María se maravillaron de las cosas que se decían del Niño, y parece que aún no llegaban a comprender la majestad de Aquel que había venido a ellos por medio de tan milagrosa concepción y tan asombroso nacimiento.

Los magos buscan al rey

En un fecha posterior a la presentación de Jesús en el templo, aunque no nos es dicho si transcurrió mucho o poco tiempo, posiblemente unos días, tal vez semanas o aun meses después, Herodes, rey de Judea, fue grandemente turbado, junto con los habitantes de Jerusalén en general, al oír que había nacido un Niño Profetizado, el cual estaba destinado a ser Rey de los Judíos. Herodes supuestamente era adherente de la religión de Judá, aunque por nacimiento era idumeo, descendiente de los hijos de Edom o Esaú, todos los cuales eran aborrecidos por el pueblo judío; y de entre los idumeos, nadie era odiado más enconadamente que Herodes el rey. Era tiránico y despiadado, y no perdonaba al amigo o enemigo al cual sospechaba de ser un estorbo posible a sus designios ambiciosos. Había hecho asesinar cruelmente a su esposa y varios hijos, así como a otros de sus parientes; y había hecho matar a casi todos los miembros del gran concilio nacional o Sanedrín. Su reinado se distinguió por crueldades repugnantes y opresiones desenfrenadas; y sólo se contenía en alguna empresa cuando amenazaba el peligro de encenderse una rebelión nacional o tenía miedo de incurrir en el desagrado de su amo imperial, el emperador romano. p

Las noticias del nacimiento de Jesús llegaron a oídos de Herodes de esta manera. Ciertos hombres, a quienes se ha dado el nombre de magos, llegaron a Jerusalén desde tierras lejanas, preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle.” q Herodes hizo reunir a todos “los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo”, y les requirió que le dijesen, según los profetas, dónde habría de nacer Cristo. “Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá: porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel.” r

Herodes mandó llamar en secreto a los magos y los interrogó sobre el origen de su información, y particularmente con referencia al tiempo en que había aparecido la estrella, a la cual atribuían tanto significado. Entonces los envió a Belén, diciendo:”Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore.” s Mientras se alejaban de Jerusalén, para emprender la última parte de su viaje de búsqueda e investigación, “se regocijaron con muy grande gozo”, porque de nuevo se hizo visible la estrella que habían visto en el oriente. Hallaron la casa donde vivían María, su esposo y el Niño; y al reconocer al Infante real, “postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. t Habiendo en esa forma realizado gloriosamente el objeto de su peregrinación, estos devotos y sabios viajeros se dispusieron para volver a casa; y habrían pasado por Jerusalén para informar al Rey de acuerdo con su solicitud, pero siendo “avisados por revelación en sueños que no volviesen a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”. u

Mucho se ha escrito concerniente a la visita de los magos—que en la forma ya indicada buscaron y hallaron al Niño—pero sin que la autoridad de las Escrituras lo justifique. De hecho, no tenemos información respecto de su país, nación o familia; no nos es dicho ni aun cuantos eran, aunque la tradición desautorizada los ha designado como “los tres reyes magos”, y hasta les ha dado nombres; mientras que en las Escrituras, la única narración verdadera que de ellos existe, permanecen incógnitos y pudieron haber sido dos o varios. Se ha intentado identificar la estrella, cuya aparición en el cielo oriental había asegurado a los magos que el Rey había nacido, pero la astronomía no proporciona una confirmación satisfactoria. Los intérpretes, así antiguos como modernos, han relacionado la aparición de la estrella con la profecía de Balaam, el cual, aunque no siendo israelita, bendijo a Israel, y por inspiración divina predijo: “Saldrá ESTRELLA de Jacob, y se levantará cetro de Israel.” v Por otra parte, como ya se ha indicado, el nacimiento de una estrella nueva fue una señal predicha, aceptada y reconocida por los pueblos del mundo occidental como testimonio del nacimiento del Mesías. x

La huída a Egipto

Frustróse la perfidia de Herodes—que consistió en dar instrucciones a los magos de volver para informarle dónde se hallaba el Infante real, falsamente declarando que también él deseaba adorarlo, mientras que en su corazón pensaba arrebatarle la vida—por motivo de la amonestación divina dada a los magos, como ya hemos indicado. Partidos ellos, el ángel del Señor le apareció a José, diciendo: “Levántate, y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo.” y Obedeciendo este mandamiento, José tomó a María y su Niño, y emprendió de noche el viaje a Egipto, donde la familia permaneció hasta que divinamente le fue mandado que volviera. Cuando el Rey quedó convencido de que los magos habían menospreciado sus órdenes, se enojó en extremo, y calculando la época más temprana en que pudo haber sucedido el nacimiento, según las afirmaciones de los magos sobre la aparición de la estrella, cruelmente ordenó la matanza de “todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores”. z En este asesinato de los inocentes el evangelista vio el cumplimiento de la palabra del Señor, hablada por boca de Jeremías seis siglos antes, y expresada vigorosamente en tiempo pasado como si ya se hubiera llevado a cabo: “Voz fue oída en Ramá, grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque perecieron.” a

El nacimiento de Jesús es manifestado a los nefitas

Como anteriormente se ha mostrado, los profetas del hemisferio occidental habían predicho con amplia claridad el advenimiento terrenal del Señor, y señalado en forma particular el tiempo, lugar y circunstancias de su nacimiento. b Al acercarse el tiempo, el pueblo se vió dividido por opiniones contendientes respecto de la veracidad de estas profecías, y los incrédulos intolerante y cruelmente persiguieron a aquellos que como Zacarías, Simeón, Ana y otros justos de Palestina, habían conservado con fe y confianza su esperanza inflexible en la venida del Señor. Samuel, un lamanita justo, bendecido con el espíritu y poder proféticos, por motivo de su fidelidad y devoción abnegada, intrépidamente proclamó que el nacimiento de Cristo estaba cerca. “Y les dijo: He aquí, os doy una señal, porque han de pasar cinco años más, y he aquí entonces vendrá el Hijo de Dios para redimir a todos los que creyeren en su nombre.” c El profeta habló de muchas señales y maravillas que habrían de señalar el gran acontecimiento. Al pasar estos cinco años, los creyentes se tornaron más firmes y los incrédulos más violentos, hasta que llegó el último día del período especificado; y era el que los incrédulos habían fijado, “en el cual se iba a aplicar la pena de muerte a todos los que creyeran en aquellas tradiciones, a menos que se verificase la señal anunciada por el profeta Samuel”. d

Nefi, otro profeta de aquella época, clamó al Señor con la angustia de su alma por motivo de la persecución que estaba padeciendo su pueblo. “Y he aquí, la voz del Señor vino a él, diciendo: ¡Alza la cabeza y regocíjate, pues he aquí, el tiempo se acerca; y esta noche se dará la señal, y mañana vendré al mundo para mostrar a los hombres que he de cumplir todas las cosas que he hecho anunciar por boca de mis santos profetas! He aquí, vengo a los míos para cumplir todas las cosas que he manifestado a los hijos de los hombres desde el principio del mundo, y para cumplir la voluntad así del Padre como del Hijo: del Padre por causa de mí, y del Hijo a causa de mi carne. He aquí, el tiempo se acerca y esta noche se dará la señal.” e

Esa noche se cumplieron las palabras del profeta, pues aunque el sol se puso de acuerdo con su movimiento normal, no hubo obscuridad; y a la mañana siguiente salió el sol sobre una tierra que ya estaba iluminada; un día, una noche y otro día habían sido como un solo día; y ésta no fue sino una de muchas señales. Apareció una estrella nueva en el firmamento del occidente tal como la habían visto los magos en el oriente; y se efectuaron muchas otras manifestaciones maravillosas, de acuerdo con las palabras de los profetas. Todas estas cosas acontecieron en los que hoy son conocidos como los continentes americanos, seiscientos años después que Lehi y su pequeña compañía partieron de Jerusalén para venir aquí.

El tiempo del nacimiento de Jesús

El año en que nació el Mesías es un asunto sobre el cual no han llegado a ningún acuerdo aquellos que especializan en teología e historia, y los que en la literatura son conocidos como “los eruditos”. Se han estudiado numerosas fuentes de investigación, sólo para llegar a conclusiones divergentes, así en lo que respecta al año, como al mes y día en que realmente comenzó la “era cristiana”. Fue como en el año 532 de nuestra era, que un monje llamado Dionisio primeramente estableció el nacimiento de Cristo como el acontecimiento que había de servir de punto de partida para empezar a calcular los datos cronológicos. Este método es conocido como el sistema de Dionisio, y toma por fecha fundamental A.U.C.753, es decir, 753 años después de la fundación de Roma, como el año del nacimiento de nuestro Señor. En lo que concierne a las opiniones de investigadores posteriores que han estudiado el asunto, su conclusión es que el cálculo de Dionisio es incorrecto, pues fija el nacimiento de Cristo con un retraso de entre tres y cuatro años; y por consiguiente, nuestro Señor habría nacido en el tercero o cuarto año antes de principiar lo que los eruditos de Oxford y Cambridge han designado como “el Cálculo Común llamado Anno Domini”.

Sin intentar hacer un análisis del cúmulo de cálculos y datos referentes a este asunto, nosotros aceptamos como correcto el sistema de Dionisio en lo que respecta al año, lo cual quiere decir que creemos que Cristo nació en el año conocido entre nosotros como 1 antes de J.C., y como se mostrará en seguida, en uno de los primeros meses del año. Para apoyar esta creencia citamos el documento inspirado conocido como la “Revelación sobre el gobierno de la Iglesia, dada por conducto de José el profeta en abril de 1830”, la cual empieza con estas palabras: “El origen de la Iglesia de Cristo en los últimos días, siendo el año mil ochocientos treinta de la venida de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, en la carne.” f

La historia del Libro de Mormón proporciona otra evidencia de lo correcto de nuestra cronología comunmente aceptada. Allí leemos que “al comenzar el primer año del reinado de Sedequías, rey de Judá”, la palabra del Señor llegó a Lehi, en Jerusalén, en la cual se le indicó que tomara a su familia y saliera para el desierto. g Durante la primera parte de su viaje hacia el mar, Lehi profetizó, de acuerdo con lo que le había mostrado el Señor, sobre la destrucción inminente de Jerusalén y el cautiverio de los judíos. Además, predijo el regreso del pueblo de Judá de su destierro en Babilonia, así como el nacimiento del Mesías; y respecto de este acontecimiento, declaró en forma definitiva que habría de realizarse seiscientos años después de la época en que él y su pueblo salieran de Jerusalén. h En profecías posteriores i se reiteró este tiempo especificado; y está escrito que las señales del cumplimiento se realizaron cuando “hacía seiscientos años que Lehi había salido de Jerusalén”. j Estas Escrituras fijan el comienzo del reinado de Sedequías 600 años antes del nacimiento de Cristo. Según la cronología comunmente aceptada, Sedequías fue nombrado rey en el año 597 antes de J.C. k En esto se ve una diferencia de aproximadamente tres años entre la fecha comunmente aceptada de la inauguración de Sedequías como rey, y la que se da en la historia del Libro de Mormón; y como ya se ha mostrado, existe una diferencia de tres o cuatro años entre los cálculos de Dionisio y el concepto sostenido por la mayoría de los eruditos sobre el principio de la era común. De modo que la cronología del Libro de Mormón apoya en forma general la era común de acuerdo con el sistema de Dionisio.

En cuanto a la época del año en que nació Cristo, existe entre los sabios tan grande diversidad de opinión como la que hay con respecto al año mismo. Muchos de los que han examinado la Biblia afirman que el 25 de diciembre, fecha en que los cristianos celebran la Navidad, no puede ser correcta. Nosotros creemos que el 6 de abril es el cumpleaños de Jesucristo, de conformidad con lo indicado en la revelación ya citada de la dispensación actual, l en la que claramente se fija ese día como el cumplimiento de mil ochocientos treinta años desde el advenimiento del Señor en la carne. Admitimos que nuestra aceptación se basa sobre la fe en las revelaciones modernas, y de ninguna manera se presenta como el resultado de una investigación o análisis cronológicos. Nosotros creemos que Jesucristo nació en Belén de Judea, el 6 de abril del año 1 antes de J. C.

Notas al Capitulo 8

  1. El empadronamiento.—Con respecto a la presencia de José y María en Belén, lejos de su hogar en Galilea, y el decreto imperial, a consecuencia del cual tuvieron que viajar hasta ese sitio, vale la pena considerar las siguientes observaciones. Farrar dice en su obra Life of Christ, página 24 y nota: “Parece que hay un poco de incertidumbre sobre el asunto de que si el viaje de María con su esposo fue obligatorio o voluntario. … Las mujeres estaban sujetas a un impuesto de capitación, si es que este empadronamiento se relacionaba con las contribuciones. Sin embargo, aparte de la obligación legal, podemos fácilmente imaginar que en aquellos días María no querría estar sola. Las crueles sospechas que habían surgido en torno de ella, y que casi habían sido el motivo de la abrogación de sus esponsales (Mateo 1:19) la obligarían a que buscara más solícitamente la protección de su esposo.” El siguiente extracto es de la obra de Geikie, Life and Words of Christ, tomo 1, capítulo 9, página 108: “La nación judía había pagado tributo a Roma, por conducto de sus príncipes, desde los días de Pompeyo; y el metódico Augusto que ahora reinaba—y el cual se vio obligado a restablecer el orden y solidez del sistema económico del Imperio, después de la confusión y destrozos de las guerras civiles—tuvo buen cuidado de que esta obligación no se olvidara o se eludiera. Acostumbraba exigir que periódicamente se levantara un censo en toda provincia de sus vastos dominios, a fin de saber el número de soldados que podía reclutar en cada uno de ellos, así como la cantidad de impuestos que se debía a la tesorería … En un imperio que comprendía el mundo entonces conocido, difícilmente podría haberse efectuado tal censo simultáneamente o dentro de un período corto o fijo; lo más probable es que se trataba de una tarea que duraba varios años consecutivos en las provincias o reinos. Sin embargo, tarde o temprano aun los dominios de los reyes tributarios, como Herodes, tenían que suministrar las estadísticas que su señor exigía. Herodes había recibido el reino en calidad de súbdito, y con el transcurso de los años llegó a depender casi enteramente de Augusto, pues solicitaba su aprobación cada vez que se proponía hacer alguna cosa. De modo que estaría más que dispuesto a satisfacer sus deseos, obteniendo las estadísticas solicitadas, como se puede juzgar por el hecho de que en uno de los últimos años de su vida, poco antes del nacimiento de Cristo, hizo que toda la nación judía prestara solemne juramento de fidelidad al Emperador, así como a su propia persona.

    “Es muy probable que la manera de recoger las estadísticas necesarias se dejó principalmente en manos de Herodes no sólo para manifestarle respeto delante de su pueblo, sino por la oposición conocida de los judíos a cualquier actividad que tuviera la apariencia de ser una numeración general, aun aparte de las contribuciones que tenía por objeto determinar. En la época a la cual se refiere nuestra narración parece que se llevó a cabo una inscripción sencilla, de acuerdo con el antiguo plan hebreo de empadronar a las familias en el distrito de su origen, por supuesto para uso futuro; y de este modo pudo efectuarse tranquilamente … Habiéndose hecho la proclamación por todo el país, José no tuvo más recurso que ir a Belén, la ciudad de David, en donde, por ser de la casa y linaje de David, su descendencia familiar lo obligaba a inscribirse.”

  2. Jesús nació en circunstancias humildes.—Indudablemente fueron escasas y de mala calidad las comodidades físicas entre las cuales Jesús nacío; y sin embargo, tomando en cuenta el ambiente a la luz de las costumbres del país y la época, distaba mucho del estado de privación abyecta que las costumbres modernas y occidentales quieren atribuirle. Pasar la noche a la intemperie no era una necesidad infrecuente entre los viajeros de Palestina en la época del nacimiento de nuestro Señor; ni es considerada como tal en la actualidad. Sin embargo, es indisputable que Jesús nació de una familia comparativamente pobre, entre circunstancias humildes que son parte de las inconveniencias consiguientes a un viaje. Cunningham Geikie dice en su obra, Life and Words of Christ, capítulo 9, páginas 112, 113: “Era a Belén donde se dirigían José y María, la ciudad de Ruth y Booz, ciudad nativa de su gran antepasado David. Viniendo de Jerusalén, en el curso del último kilómetro antes de llegar, pasarían por un lugar sagrado en la memoria de los judíos, donde se apagó la luz de la vida de Jacob, cuando murió Raquel, su primer amor, y fue sepultada, como todavía se ve por su sepultura sobre el camino de Efrata, que es Belén … La manera de viajar en el oriente siempre ha sido muy distinta de los conceptos occidentales. Como en todos los países de poca población, la hospitalidad privada suplía la necesidad de mesones en épocas remotas; pero fue el carácter particular del oriente lo que causó que esta costumbre continuara por muchas edades. En los caminos importantes que pasaban por sitios desiertos o inhabitados, la necesidad de hallar abrigo dio lugar, desde épocas tempranas, a la construcción de edificios rústicos y sencillos de diferentes tamaños, conocidos como kans, los cuales ofrecían al viajero la protección de paredes, un techo y agua, pero casi nada más. Los edificios más pequeños solían a veces ser un solo cuarto vacío, en el piso del cual el viajero tendía su alfombra para dormir; los más grandes, siempre edificados en un cuadro, tenían un patio para los animales, en el cual había agua para ellos y sus amos. Desde épocas antiquísimas la construcción de estos refugios ha sido aceptada como una forma favorita de benevolencia, como se ve en la época de David, cuando Chimham construyó un gran kan cerca de Belén, por el camino que transitan las caravanas que van a Egipto.”

    El teólogo inglés, Guillermo Federico Farrar, en su obra, Life of Christ, capítulo 1, acepta la creencia tradicional de que el abrigo, a la sombra del cual nació Jesús, fue una de las numerosas cuevas de piedra caliza que abundan en la región, y en las cuales los viajeros aún se recogen para descansar. Dice así: “En Palestina no es raro que todo el kan, o por lo menos la parte en que se guardan los animales, sea una de esas cuevas innumerables que abundan en la roca caliza de sus colinas centrales. Tal parece haber sido el caso en el pequeño pueblo de Belén-Efrata, en la tierra de Judá. El apologista, Justino Mártir—que, por motivo de su nacimiento en Siquem, estaba familiarizado con Palestina, y vivió cuando todavía no pasaba un siglo de la época de nuestro Señor—fija el sitio de la natividad en una cueva. Por cierto, ésta es la antigua y constante tradición de ambas Iglesias, así la de Oriente como la de Occidente; y es una de las pocas a la cual podemos atribuir una probabilidad razonable, aunque no se menciona en la historia evangélica.”

  3. Herodes el Grande.—La historia de Herodes I, también conocido como Herodes el Grande, debe buscarse en obras especiales, en las cuales el tema se trata con amplitud. Convendría considerar algunos de los hechos principales en nuestro estudio actual, y para ayudar al lector se presentan algunos extractos de obras consideradas fidedignas.

    Esta condensación es parte de un artículo que se encuentra en el Standard Bible Dictionary, editado por Jacobus, Nourse y Zenos; publicado por Funk and Wagnalls Company, en 1909: “Desde muy joven, Herodes I, hijo de Antípater, recibió un puesto de su padre, el cual había sido nombrado Procurador de Judea. El primer puesto que ocupó Herodes fue el de Gobernador de Galilea. Era por esa época un joven de unos veinticinco años, enérgico y atlético. Inmediatamente emprendio la destrucción de las bandas de ladrones que infestaban su distrito, y al poco tiempo pudo ejecutar al jefe de los bandidos, Ezequías, y a varios de sus hombres. Por motivo de ello fue emplazado por el Sanedrín para comparecer en Jerusalén, donde fue juzgado y condenado; pero con la complicidad de Hircano II [sumo sacerdote y etnarca], se fugó de noche. Huyó a Roma donde fue nombrado Rey de Judea por Antonio y Octavio. Pasó los siguientes dos años combatiendo las fuerzas de Antígono, al cual por fin logró derrotar, y en el año 37 antes de J.C., logró posesionarse de Jerusalén. En calidad de rey, Herodes luchó con graves dificultades. Los judiós se le oponían por motivo de su nacimiento y reputación. La familia de los Asmoneos lo tachaba de usurpador, no obstante el hecho de haber contraído matrimonio con Mariamne. Los fariseos se espantaban de sus simpatías helénicas, así como de sus métodos severos de gobernar. Por otra parte, los romanos lo tenían por responsable del orden de su reino y la protección de la frontera oriental de la república. Herodes hizo frente a estas varias dificultades con energía característica y aun crueldad, y generalmente con una sagacidad fría. Aunque imponía pesadas contribuciones al pueblo, les devolvía sus pagos en épocas de hambre y aun llegó a vender su vajilla a fin de tener con que comprarles alimento. A pesar de que nunca trabó amistad con los fariseos, éstos salieron beneficiados por su hostilidad hacia el partido de los Asmoneos, hecho que ocurrió al principio de su reinado, en la ejecución de un número de saduceos que eran miembros del Sanedrín.”

    Lo siguiente es del Comprehensive Dictionary of the Bible, por Smith: Los últimos años “del reinado de Herodes se vieron libres de dificultades externas, pero su vida doméstica fue agraviada por una sucesión casi incesante de ofensas y crueles actos de venganza. Los terribles hechos sanguinarios que Herodes cometió en su propia familia fueron acompañados de otros igualmente terribles entre sus súbditos, a juzgar por el número de personas que fueron sus víctimas. Según la narración bien conocida, dio órdenes de que los nobles, a quienes había citado a su presencia en sus últimos momentos, fuesen ejecutados inmediatamente después de su fallecimiento, a fin de que hubiera lamentación universal cuando él muriese. Fue en la época de su enfermedad fatal que debe haber decretado la matanza de los niños en Belén”. (Mateo 2:16-18)

    Farrar describe en esta forma el fin del tirano y multiasesino, en su Life of Christ, páginas 54, 55: “Debe haber sido después del asesinato de los inocentes que ocurrió la muerte de Herodes. Apenas cinco días antes de su muerte había hecho un esfuerzo desesperado por suicidarse y había ordenado la ejecución de su hijo mayor, Antípater. Su lecho de muerte, que nuevamente nos recuerda a Enrique VIII, estaba rodeado de circunstancias de horror particular; y se ha afirmado que murió de una enfermedad asquerosa, raras veces mencionada en la historia, salvo en casos de hombres que se han hecho infames por la atrocidad de su celos rencorosos. Sobre su cama de angustias intolerables, en aquel espléndido y lujoso palacio que se había construido bajo las palmeras de Jericó, hinchado a causa de la enfermedad y atormentado por la sed, cubierto de llagas por fuera y consumido por dentro a causa de un ‘fuego lento’, rodeado de hijos conspiradores y esclavos rapaces, aborreciendo a todos y aborrecido de todos, ansiando la muerte para verse libre de sus tormentos y a la vez temiéndola como el principio de peores horrores, herido por el remordimiento, pero aún con deseos de asesinar, objeto de horror para todos los que lo rodeaban y al mismo tiempo, dentro de su conciencia, un terror más grande para sí mismo, devorado por la corrupción prematura de la tumba que lo esperaba, consumido de gusanos como si visiblemente lo hubiese herido el dedo de la ira de Dios después de setenta años de infamias, aquel miserable a quien los hombres habían apodado el Grande, esperaba furibundo su último aliento. Como sabía que nadie iba a verter una sola lágrima por él, determinó que todos las derramarían por causa de sí mismos, y expidió una orden de que, bajo pena de muerte, las familias principales del reino y las cabezas de familias debían acudir a Jericó. Llegaron, y entonces encerrándolos en el hipódromo, secretamente mandó a su hermana Salomé que en el momento en que él expirase, todos fueran asesinados. Así que, ahogándose como si fuera en sangre, ideando asesinatos en su delirio, el alma de Herodes pasó a las sombras de la noche.”

    Para las referencias al Templo de Herodes, véase la Nota 5 que acompaña el capítulo 6.

  4. Los dones de los magos a Jesús.—La narración bíblica de la visita de los magos a Jesús y su madre declara que “postrándose, lo adoraron”, y además, que “abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. La ofrenda de dones a una persona de rango superior, ora en lo que concernía a posición mundana o gracia espiritual reconocida, era costumbre de los días antiguos y aún continúa en muchos países orientales. Conviene observar que nada se dice de que estos hombres del oriente ofrecieron dones a Herodes en su palacio; pero sin embargo, dieron de sus tesoros al humilde Infante, en el cual ellos reconocieron al Rey que habían salido a buscar. La tendencia de atribuir un significado oculto aun a los detalles más insignificantes mencionados en las Escrituras, y particularmente en lo que concierne a la vida de Cristo, ha dado lugar a muchas suposiciones imaginativas concernientes al oro, incienso y mirra de que se habla en este acontecimiento. Algunos se han imaginado un simbolismo medio oculto en ello: el oro, un tributo a su posición real; el incienso, una ofrenda para reconocer su sacerdocio, y la mirra para su sepultura. La historia sagrada no ofrece ningún fundamento para tal conjetura. La mirra y el incienso son resinas o gomorresinas aromáticas que proceden de plantas nativas de los países orientales, y se han usado desde épocas muy antiguas en medicinas y en la confección de perfumes e inciensos. Se supone que eran productos naturales de los países de donde procedían los magos, aunque probablemente aun allí eran muy costosos y estimados. Estos, junto con el oro, que siempre es de valor entre todas las naciones, eran dones propios para un rey. Cualquier significado místico que uno quiera atribuir a estos dones debe considerarse como su propia suposición o imaginación, pero sin ningún fundamento en las Escrituras.

  5. Los testimonios de los pastores y los magos.—Del manual de la Young Men’s Mutual Improvement Association, de 1897-98, se ha tomado la siguiente nota instructiva sobre los testimonios que se refieren al nacimiento del Mesías, “Se observará que los testimonios concernientes al nacimiento del Mesías provienen de dos extremos; los humildes pastores de los campos de Judea y los sabios magos del lejano oriente. No podemos creer que sea el resultado de una simple casualidad, antes en ello se puede discernir el propósito y sabiduría de Dios. Todo Israel esperaba la venida del Mesías, y en el nacimiento de Jesús en Belén se realizaba la esperanza de Israel, aunque el pueblo no lo sabía. Nació el Mesías, de quien el profeta había hablado: pero debía haber quienes pudieran testificar esa verdad. De ahí que fue enviado un ángel a los pastores que velaban sus rebaños de noche, para que les proclamase: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.” Y como señal de la certeza del mensaje, hallarían al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre en Belén. Fueron aprisa y hallaron a María y José, y al Niño en el pesebre; y en cuanto hubieron visto, hicieron notorias las cosas que les habían sido dichas concernientes al Niño. Dios se había levantado testigos de entre el pueblo para que testificasen que el Mesías había nacido y se había realizado la esperanza de Israel. Pero había algunas clases sociales entre los judíos, a las cuales los testimonios de estos humildes pastores no podrían llegar; y aun cuando hubieran podido comunicarse con ellos, la historia de la visita del ángel y del concurso de ángeles que cantaron el hermoso himno de ‘en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres’, indudablemente habría sido tratada como fábula de gente supersticiosa, engañada por su fértil imaginación o sueños locos. De manera que Dios preparó otra clase de testigos, los magos del oriente, testigos que podían entrar en el palacio real del altivo rey Herodes y preguntar osadamente: ‘¿Donde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle’—testimonio que turbó a Herodes y a toda Jerusalén con él. De manera que Dios efectivamente levantó testigos para todas las clases y situaciones de los hombres: el testimonio de los ángeles para los pobres y humildes; el testimonio de los magos para el soberbio rey y altivos sacerdotes de Judea. De modo que de las cosas relacionadas con el nacimiento del Mesías, así como de las que concernían a su muerte y resurrección de los muertos, sus discípulos pudieron decir: ‘No se ha hecho esto en algún rincón.’”

  6. La fecha del nacimiento de Cristo.—Tratando este asunto, el Dr. Charles F. Deems, después de considerar cuidadosamente las cuentas, cálculos y suposiciones de los hombres que han empleado muchos medios en sus investigaciones y sólo han llegado a resultados discordantes, el autor dice en la página 28 de su obra, The Light of the Nations: “Causa enfado ver a hombres sabios emplear el mismo método de calcular y llegar a los resultados más diversos. Es una confusión tratar de reconciliar estos cálculos tan variados.” En una nota a lo anterior el mismo autor declara: “Por ejemplo, el nacimiento de nuestro Señor aconteció en el año 1 antes de J.C. según Pearson y Hug; 2 a. de J.C. según Scalinger; 3 a. de J.C. según Baronius y Paulus; 4 a. de J.C. según Bengel, Wieseler y Greswell; 5 a. de J.C. según Usher y Petavius; 6 a. de J.C. según Strong, Luvin y Clark; 7 a. de J.C. según Ideler y Sanclemente.”