Jesucristo
Capitulo 5: Se Predice el Advenimiento Terrenal de Cristo


Capitulo 5

Se Predice el Advenimiento Terrenal de Cristo

LA venida de Cristo a la tierra para ser revestido de carne, no era un acontecimiento inesperado ni desconocido. Siglos antes de este gran suceso, los judíos profesaban la creencia de estar esperando el advenimiento de su Rey; y en las ceremonias de su adoración, así como en las devociones privadas, la venida del Mesías prometido figuraba prominentemente en las súplicas de Israel a Jehová. Es cierto que había mucha diversidad entre la opinión laica y la exposición rabínica concerniente al tiempo y manera de su aparición; pero la certeza del hecho se hallaba establecida fundamentalmente en las creencias y esperanzas de la nación hebrea.

Los anales que conocemos como los libros del Antiguo Testamento, junto con otros escritos inspirados—en un tiempo considerados auténticos, pero excluidos de recopilaciones posteriores por no ser estrictamente canónicos—existían entre los hebreos no sólo al tiempo del nacimiento de Cristo, sino desde mucho antes. El origen de estas Escrituras se halla en la proclamación de la Ley, por conducto de Moisés,a que también la escribió y entregó a la custodia oficial de los sacerdotes, con el mandamiento expreso de que se leyera en las asambleas del pueblo en ocasiones especiales. Con el transcurso de los siglos se añadieron a estos primeros escritos las declaraciones de profetas divinamente comisionados, los anales de cronistas designados y los cánticos de poetas inspirados; de modo que en los días del ministerio de nuestro Señor, los judíos poseían una importante recopilación de escritos que ellos aceptaban y reverenciaban como autorizados.b Estos anales, así como otras Escrituras que los antiguos israelitas poseían, abundan en predicciones y promesas referentes al advenimiento terrenal del Mesías.

El patriarca de la raza humana, Adán, se regocijó por la certeza del ministerio señalado del Salvador, mediante cuya aceptación, él, el transgresor, podría lograr la redención. En la promesa de Dios, pronunciada a raíz de la caída, se hace breve mención del plan de salvación—cuyo autor es Jesucristo—en el cual se dice que aun cuando el diablo, representado por la serpiente en el Edén, tuviera el poder para herir el calcañar de la posteridad de Adán, la fuerza para herir la cabeza del adversario vendría por conducto de la descendencia de la mujer.c Es significativo que por medio de la posteridad de la mujer se iba a realizar esta promesa de la victoria final sobre el pecado y su efecto inevitable, la muerte, ambos traídos al mundo a causa de Satanás, el enemigo mortal del género humano. Observemos que no se extendió la promesa al hombre en forma particular, ni a la pareja. El único caso en que una mujer ha concebido sin conocer varón en la carne, fue el nacimiento de Jesús el Cristo, Hijo terrenal de una madre mortal, engendrado por un Padre inmortal. El es el Unigénito del Padre Eterno en la carne, y nació de mujer.

Por medio de las Escrituras, aparte de las que están incorporadas en el Antiguo Testamento, nos enteramos con mayor claridad de las revelaciones que Dios otorgó a Adán sobre la venida del Redentor. Como resultado natural e inevitable de su desobediencia, Adán perdió el alto privilegio del cual previamente había podido disfrutar, el de una asociación directa y personal con su Dios. No obstante, un ángel del Señor lo visitó en su estado caído y le reveló el plan de redención: “Y pasados muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán, y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó. Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es a semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Por consiguiente, harás cuanto hicieres en el nombre del Hijo; y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás. Y ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio, desde ahora y para siempre, para que así como has caído puedas ser redimido; también todo el género humano, aun cuantos quisieren.”d

Enoc, hijo de Jared y padre de Matusalén, dio fe de esta revelación dada por el Señor a Adán, en la que se dio a saber el plan ordenado por medio del cual el Hijo de Dios iba a revestirse de carne en el meridiano de los tiempos, y ser el Redentor del mundo. Las palabras de Enoc nos dan a entender que también a él, así como a Adán, su gran progenitor, se reveló el nombre preciso por el cual sería conocido el Salvador entre los hombres: “El nombre de Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres.”e El convenio de Dios con Abraham, reiterado y confirmado a Isaac, y luego a Jacob—de que por medio de su posteridad serían bendecidas todas las naciones de la tierra—vaticinó el nacimiento del Redentor por medio de ese linaje escogido.f Su cumplimiento constituye la herencia bendita de las edades.

Al conferirle su bendición patriarcal a Judá, Jacob profetizó: “No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos.”g El cumplimiento de las condiciones expuestas en la predicción, concernientes a la situación de la nación judía al tiempo del nacimiento de nuestro Señor, confirmó que Siloh significa el Cristo.h

Moisés proclamó la venida de un gran profeta en Israel, cuyo ministerio iba a ser de tan grave importancia, que todos los hombres que no lo aceptaran caerían bajo condenación; y las Escrituras posteriores muestran de una manera conclusiva que esta predicción se refería exclusivamente a Jesucristo. Así fue como el Señor habló a Moisés: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta.”i

El sistema de sacrificios, expresamente requerido por el código mosaico, era esencialmente un prototipo de la muerte expiatoria que habría de efectuar el Salvador sobre el Calvario. La sangre de innumerables víctimas del altar, inmoladas por los sacerdotes de Israel en el curso de sus rituales prescritos, fluyó como corriente profética durante el transcurso de los siglos, desde Moisés hasta Cristo, a semejanza de la sangre del Hijo de Dios, señalada para ser vertida como sacrificio propiciatorio para la redención de la raza humana. Sin embargo, como ya se ha indicado, la institución de los sacrificios cruentos, como sombra de la muerte futura de Jesucristo, data desde el principio de la historia humana, pues a Adán le fue requerido ofrendar sacrificios de animales por el derramamiento de sangre, y le fue explicado categóricamente que el significado de la ceremonia era una “semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre”.j

El cordero pascual, muerto en cada familia israelita durante la celebración anual de la Pascua, era un tipo particular del Cordero de Dios, el cual en el debido tiempo padecería la muerte por los pecados del mundo. Fué en la época de la Pascua que se efectuó la crucifixión de Cristo, y esta consumación del Sacrificio supremo, del cual los corderos pascuales sólo habían sido prototipos menores, causó que el apóstol Pablo afirmara más tarde: “Porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.”k

En medio de sus graves aflicciones, Job se regocijó por su testimonio del Mesías que habría de venir, y lleno de convicción profética, declaró: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo.”l En los himnos del Salmista David abundan frecuentes alusiones a la vida terrenal de Cristo, de la cual se describen en detalle muchas circunstancias; y en cuanto a éstas, hallamos en las Escrituras del Nuevo Testamento la corroboración de lo declarado.m

Isaías, cuyo oficio profético fue honrado por el testimonio personal de Cristo y de los apóstoles, manifestó en numerosos pasajes el peso de su convicción respecto del importante suceso del advenimiento y ministerio del Salvador en la tierra. Con la fuerza de la revelación directa habló de la maternidad divina de la virgen, de la cual habría de nacer Emmanuel; y más de siete siglos después, el ángel del Señor reiteró su predicción.n Mirando lo que habría de acontecer al cabo de las edades, el profeta vió el cumplimiento de los propósitos divinos, tal como si ya se hubiesen realizado, y cantó triunfalmente: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.”o

Gabriel, enviado de la presencia de Dios a la virgen escogida de Nazaret, repitió la bendita promesa poco antes de su cumplimiento.p De acuerdo con lo que le fue revelado al profeta Isaías, y lo que éste proclamó, el futuro Señor representaba la Rama viva que brotaría del tronco imperecedero simbolizado por la familia de Isaí;q la Piedra de fortaleza que surtiría estabilidad a Sión;r el Pastor de la casa de Israel;s la Luz del mundo, así a los gentiles como a los judíos;t Jefe y Maestro de su pueblo.u Esta misma voz inspirada predijo al precursor que clamaría en el desierto: “Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.”v

A Isaías le fue permitido leer los anales de lo futuro, en lo concerniente a muchas situaciones particulares relacionadas con la vida humilde y muerte expiatoria del Mesías. El profeta vio en El a Uno que sería despreciado y desechado entre los hombres; un Varón de dolores, experimentado en quebrantos; Uno que sería herido y molido por las transgresiones de la raza humana, y a quien sería imputado el castigo de las iniquidades de todos nosotros: un Sacrificio paciente y dispuesto, mudo en la aflicción, como cordero que es llevado al matadero. Con igual certeza profética fue declarada la muerte del Señor entre pecadores, y su sepultura en la tumba de los ricos.x

A Jeremías vino con toda claridad la palabra del Señor, anunciando el advenimiento cierto del Rey, por medio del cual se aseguraría el rescate de Judá y de Israel;y el Príncipe de la casa de David, por medio de quien habría de realizarse la promesa divina otorgada al hijo de Isaí.z Bajo la influencia del mismo espíritu profetizaron Ezequiel,a Oseasb y Miqueas.c En medio de sus profecías fatídicas, Zacarías prorrumpe en acción de gracias y alabanzas, en alegre apóstrofe, al ver en visión la sublimidad sencilla de la entrada triunfal del Rey en la ciudad de David.d Entonces el profeta lamenta el llanto de la nación afligida que, como se había previsto, traspasaría al Salvador del género humano, aun hasta la muerte;e y declara que cuando su propio pueblo, agobiado por el pesar, le pregunte: “¿Qué heridas son éstas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos.”f Y aun se predijo, como si fuera en parábola, la cantidad precisa que habría de pagarse por la traición del Cristo.g

El testimonio del Señor resucitado convierte en incontrovertible el hecho de que estas afirmaciones de los profetas del Antiguo Testamento se referían a Jesucristo y a El únicamente. A los apóstoles que se hallaban reunidos El dijo: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día.”h

Juan el Bautista, cuyo ministerio precedió inmediatamente el de Cristo, proclamó la venida de Uno más poderoso que él, Uno que bautizaría con el Espíritu Santo; y categóricamente declaró que Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, el Cordero que tomaría sobre sí la carga de los pecados del mundo.i

Las predicciones hasta aquí citadas sobre la vida, ministerio y muerte del Señor Jesús, son las palabras de los profetas que, con excepción de Adán y Enoc, vivieron y murieron en el hemisferio oriental. Todos, salvo Juan el Bautista, son de la época del Antiguo Testamento, y éste, contemporáneo del Cristo en la carne, figura en los primeros capítulos de los Evangelios. Es importante saber que las Escrituras del hemisferio occidental en igual manera declaran explícitamente esta gran verdad de que el Hijo de Dios nacería en la carne. El Libro de Mormón contiene la historia de una colonia de israelitas, de la tribu de José, que salieron de Jerusalén 600 años antes del nacimiento de Cristo, durante el reinado de Sedequías, rey de Judá, en vísperas de la conquista de Judea por Nabucodonosor y la inauguración del cautiverio babilónico. Esta colonia fue llevada por dirección divina al continente americano, en el cual llegaron a ser un pueblo numeroso y fuerte; y esto a pesar de que, divididos por las disensiones, formaron dos naciones enemigas, conocidas respectivamente como nefitas y lamanitas. Mientras aquéllos fomentaron las artes de la industria y la cultura, y escribieron unos anales en los que incorporaron su historia y Escrituras, éstos se volvieron degenerados y viles. Los nefitas fueron aniquilados en el año 400 de nuestra era, pero los lamanitas siguieron viviendo en su estado degradado, y en la actualidad son conocidos como los indios americanos.j

Abundan en los anales nefitas, desde su origen hasta el tiempo del nacimiento de nuestro Señor, predicciones y promesas concernientes al Cristo; y a esta historia sigue una relación de la visita real del Salvador resucitado entre los nefitas, así como del establecimiento de su Iglesia entre ellos. El Señor había revelado a Lehi, director de la colonia, el tiempo, lugar y manera del entonces futuro advenimiento de Cristo, junto con muchos datos importantes de su ministerio y la obra preparatoria de Juan como su precursor. Se recibió esta revelación mientras la compañía viajaba por el desierto de Arabia, antes de cruzar las grandes aguas. Nefi, uno de los hijos de Lehi y sucesor suyo en el nombramiento profético, escribió la profecía en esta forma:

“Sí, seiscientos años después que mi padre saliera de Jerusalén, el Señor Dios levantaría un profeta entre los judíos: sí, un Mesías, o en otras palabras, un Salvador del mundo. Y también les habló concerniente a los profetas: del gran número de ellos que habían testificado de estas cosas relativas a este Mesías de quién él había hablado, o de este Redentor del mundo. Por lo tanto, toda la humanidad se hallaba en un estado caído y perdido; y así estarían siempre, a menos que confiasen en este Redentor. Y también les habló acerca de un profeta que había de preceder al Mesías para preparar la vía del Señor; sí, y que proclamaría en el desierto: Preparad la vía del Señor y enderezad sus senderos, porque entre vosotros está aquel a quien no conocéis; más poderoso es que yo, y la correa de su zapato no soy digno de desatar. Y mi padre habló mucho de estas cosas. Y también dijo que bautizaría en Betábara, al otro lado del Jordán; y añadió que bautizaría en el agua, y que aun el Mesías mismo sería bautizado por él en el agua; y que después de haber bautizado al Mesías en el agua, vería y daría testimonio de haber bautizado al Cordero de Dios, que quitaría los pecados del mundo. Y aconteció que después de haber dicho esto, mi padre habló con mis hermanos tocante al evangelio que sería predicado entre los judíos, y tocante a la caída de los judíos en la incredulidad. Y luego que hubiesen matado al Mesías que había de venir, sí, después de haberlo matado, resucitaría de entre los muertos y se manifestaría a los gentiles por medio del Espíritu Santo.”k

Nefi escribió en una época posterior, ya no como el cronista de su padre, sino como profeta y revelador que declaraba la palabra de Dios cual ahora le era revelada. Le fue permitido ver en visión y declarar a su pueblo las circunstancias del nacimiento del Mesías, su bautismo por Juan y el ministerio del Espíritu Santo con el signo acompañante de la paloma; vio a nuestro Señor obrar como Maestro de justicia entre el pueblo, y sanar a los afligidos y echar fuera a los espíritus malos; vio y dio testimonio de las escenas trágicas sobre el Calvario; presenció y predijo el nombramiento de los Doce escogidos, los apóstoles del Cordero, porque así los llamó el ángel que le manifestó la visión. Además, habló de la iniquidad de los judíos, a quienes vio combatiendo a los apóstoles. La portentosa profecía termina diciendo: “Y me dijo otra vez el ángel del Señor: Así serán destruídas todas las naciones, familias, lenguas y pueblos que combatan contra los doce apóstoles del Cordero.”l Poco después de la defección que estableció la separación en nefitas y lamanitas, Jacob, hermano de Nefi, volvió a profetizar acerca de la venida segura del Mesías, declarando particularmente que ejercería su ministerio en Jerusalén y afirmando la necesidad de su muerte expiatoria como el medio designado para redimir a la humanidad.m En el curso de su atrevida denunciación del pecado, delante del impío rey Noé, el profeta Abinadí predijo acerca del Cristo que habría de venir;n y el justo rey Benjamín, que era a la vez profeta y rey, proclamó la misma verdad importante a su pueblo unos 125 años antes de Cristo.o Lo mismo predicó Alma en su amonestación inspirada a Coriantón, su hijo rebelde;p y también Amulek,q mientras discutía con Zeezrom. Igual cosa proclamó el profeta lamanita Samuel, apenas cinco años antes del acontecimiento. Además, enumeró las señas por medio de las cuales se daría a conocer al pueblo del mundo occidental el nacimiento de Jesús en Judea. Sus palabras fueron: “He aquí, os doy una señal, porque han de pasar cinco años más, y he aquí, entonces vendrá el Hijo de Dios para redimir a todos los que creyeren en su nombre. Y he aquí, esto os daré por señal del tiempo de su venida: porque he aquí, aparecerán grandes luces en el cielo, de modo que no habrá obscuridad durante la noche que precederá su venida, y a los hombres les parecerá que es de día. Por tanto, habrá un día, una noche y otro día, como si fuera un solo día y no hubiera noche; y esto os será por señal; porque veréis la puesta y la salida del sol; y así sabréis de seguro que habrá dos días y una noche; sin embargo, no habrá obscuridad durante la noche; y será la noche antes de su nacimiento. Y he aquí, aparecerá una estrella nueva, como nunca habéis visto; y esto os será también por señal. Y he aquí, esto no es todo, porque se verán muchas señales y prodigios en el cielo.”r

De manera que las Escrituras de ambos hemisferios, así como las de todas las épocas de los tiempos antemeridianos, dan testimonio solemne de la certeza del advenimiento del Mesías; y así fue como los santos profetas de la antigüedad proclamaron la palabra de revelación y predijeron la venida del Rey y Señor del mundo, únicamente por medio de quien se provee la salvación y se asegura la redención de la muerte. Es rasgo característico de los profetas enviados de Dios, que ellos posean y proclamen una convicción personal del Cristo, “porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”.s No ha habido ni una sola palabra vana en las profecías inspiradas que se refieren a este gran acontecimiento. El cumplimiento literal de las predicciones es amplio testimonio de que su origen estriba en la revelación divina, así como prueba concluyente de la divinidad de Aquel cuya venida se predijo tan abundantemente.

Notas al Capitulo 5

  1. La antigüedad del sacrificio como prototipo de la muerte expiatoria de Cristo.—Aun cuando los anales bíblicos expresamente atestiguan que se ofrecían sacrificios mucho antes del éxodo de Israel de Egipto—v.gr. por Abel y por Caín (Gén. 4:3, 4); por Noé después del diluvio (Gén. 8:20); por Abraham (Gén. 22:2, 13); por Jacob (Gén. 31:54; 46:1)—nada dicen en lo concerniente al origen divino del sacrificio como requisito propiciatorio que simbolizaba la muerte expiatoria de Jesucristo. Con excepción de aquellos que admiten la validez de la revelación moderna, todos los investigadores reconocen la dificultad de determinar el tiempo y las circunstancias de conformidad con las cuales se originó entre el género humano la ofrenda del sacrificio simbólico. Muchos de los eruditos bíblicos han afirmado la necesidad de suponer que Dios, en épocas remotas, dio instrucciones al hombre sobre este asunto. De modo que el autor del artículo “Sacrificios”, en Cassell’s Bible Dictionary (Diccionario Bíblico de Cassell), dice: “El concepto de los sacrificios figura prominentemente en todas las Escrituras, y es uno de los ritos religiosos más antiguos y más ampliamente conocidos en el mundo. Existe también una similitud notable en cuanto al desarrollo y aplicación de la idea. Por estos y otros motivos, razonablemente se ha deducido que el sacrificio fue uno de los elementos de la adoración primordial del hombre; y que su universalidad no constituye meramente un argumento indirecto a favor de la unidad de la raza humana, sino más bien una ilustración y confirmación de las primeras páginas inspiradas de la historia del mundo. La idea de los sacrificios difícilmente puede ser considerada como producto de la naturaleza humana sola, y consiguientemente, es necesario seguir su rastro hasta una fuente más elevada y considerarla como revelación divina al hombre primitivo.”

    En la obra, Dictionary of the Bible, por Smith (Diccionario de la Biblia), se encuentra lo siguiente: “Al examinarse la historia de los sacrificios, desde sus orígenes más remotos hasta su desarrollo perfecto en los rituales mosaicos, tropezamos casi en el acto con el asunto, por tanto tiempo discutido, concerniente al origen de los sacrificios: si nacieron del instinto natural del hombre, aprobados y orientados por Dios, o si fueron el tema de una revelación antigua particular. No hay duda de que la ley de Dios sancionaba los sacrificios, y se les relacionaba en forma especial y típica con la expiación de Cristo. Su prevalencia universal—sin contar con los razonamientos naturales del hombre concernientes a su relación con Dios, a los cuales frecuentemente se oponía—muestra que fue original y que se hallaba profundamente arraigada en los instintos del género humano. Mas si se instituyó originalmente por mandamiento externo, o se fundó en esa sensación de culpabilidad y comunicación perdida con Dios, la cual por su mano se ha inculcado en el corazón del hombre, plantea una pregunta histórica quizá insoluble.”

    La dificultad se desvanece y la “pregunta histórica” relacionada con el origen de los sacrificios queda resuelta por las revelaciones de Dios en la dispensación actual, mediante las cuales se han restaurado al conocimiento humano algunas partes de la historia de Moisés que no están contenidas en la Biblia. Los pasajes que citamos en el texto (págs. 43, 44) aclaran el hecho de que después de la transgresión de Adán, se le requirió que ofreciera sacrificios, y que le fué explicado detalladamente al patriarca de la raza humana el significado del divinamente establecido requisito. El derramamiento de la sangre de animales sacrificados a Dios, como prototipo “del sacrificio del Unigénito del Padre”, data desde la época inmediatamente posterior a la caída. Su origen se basa en una revelación particular dada a Adán. Véase Perla de Gran Precio, Moisés 5:5-8.

  2. La profecía de Jacob concerniente a “Siloh”.—La predicción del patriarca Jacob, que “no será quitado el cetro de Judá, hasta que venga Siloh”, ha causado muchas disputas entre los estudiantes bíblicos. Algunos insisten en que “Siloh” es el nombre de un lugar y no el de una persona. No hay la más leve duda de que existía un lugar que llevaba el nombre de Siloh o Silo (véase Jos. 18:1; 19:51; 21:2: 22:9; 1 Sam. 1:3; Jer. 7:12); pero el nombre que se halla en Génesis 49:10 es claramente el de una persona. Aquí conviene aclarar que muchas autoridades eminentes consideran como correcto el uso del nombre en la versión de la Biblia. De modo que en Commentary of the Holy Bible (Comentario a la Santa Biblia) por Dummelow, leemos: “Los judíos, así como los cristianos, siempre han considerado este versículo como una admirable profecía de la venida del Mesías… En la forma en que se ha citado, el versículo completo predice que Judá retendría la autoridad hasta el advenimiento del Rey legal, el Mesías, al cual se congregarían todos los pueblos. Y hablando en forma general, se puede decir que los últimos vestigios del poder legislativo judío (representado por el Sanedrín) no desapareció sino hasta la venida de Cristo y la destrucción de Jerusalén, época en que se estableció su reino entre los hombres.”

    Adán Clark analiza brevemente, en su amplísimo Bible Commentary (Comentario a la Biblia), las objeciones presentadas contra la admisión de este pasaje como evidencia de que se refiere al advenimiento del Mesías, y las declara sin fundamento. Su conclusión en cuanto al significado del pasaje está expresada en estos términos: “Judá continuará como tribu separada hasta que venga el Mesías, lo cual efectivamente sucedió; y después de su venida, la tribu de referencia se confundió con las otras, de manera que toda distinción ha quedado perdida desde esa época.”

    En el diccionario de Smith el profesor Douglas afirma que “parte del cetro de Judá permaneció, pues un eclipse total no es prueba de que el día ha terminado; y que el cumplimiento correcto de la profecía no empezó sino hasta la época de David y se consumó en Cristo, según S. Lucas 1:32, 33”.

    Por derivación, el significado aceptado de la palabra es “Pacífico”, y esto se aplica a los atributos del Cristo, el cual en Isaías 9:6 es llamado Príncipe de Paz.

    Eusebio, que vivió entre los años 260 y 339 de nuestra era, y es conocido en la historia eclesiástica como el obispo de Cesarea, escribió: “En la época del rey Herodes, que fue el primer rey extranjero que reinó al pueblo judío, fué cumplida la promesa escrita por Moisés, a saber, ‘que no faltaría príncipe de Judá, ni dejaría de haber rey de sus lomos, hasta que viniera Aquel para quien estaba reservado, la esperanza de las naciones.’ “ (El pasaje citado se funda en la interpretación de Gén. 49:10, según la Versión de los Setenta.)

    Algunos críticos han sostenido que no fue la intención de Jacob emplear la palabra “Siloh” como nombre propio. El autor del artículo “Siloh”, en el Diccionario Bíblico de Cassell, dice: “Predomina la evidencia en favor de la interpretación mesiánica, pero hallamos gran variedad de opiniones respecto de la retención de la palabra Siloh como nombre propio. No obstante todas las objeciones que se presenten en contra de esta interpretación, nosotros opinamos que justificadamente se considera como nombre propio y que la versión actual representa el sentido verdadero del pasaje. Recomendamos a aquellos que deseen entrar más detalladamente en un asunto que no puede discutirse muy bien sin la crítica hebrea, las excelentes notas sobre Génesis 49:10 en Commentary on the Pentateuch, por Keil y Delitzsch. Allí se expresa el pasaje en esta forma: ‘No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh, y de su propia voluntad le rindan obediencia las naciones.’

    “A pesar de esta impugnación de la interpretación mesiánica por parte de algunos escritores, aun de aquellos de quien difícilmente lo esperaríamos, vemos que los sucesos históricos confirman esta explicación en lugar de debilitarla. No se interpreta el texto en el sentido de que en ninguna época estaría Judá sin su propio gobernador real, sino que el poder para gobernar no cesaría finalmente en Judá sino hasta que viniera Siloh. Las objeciones que se fundan en la cautividad babilónica y otras interrupciones similares no son válidas, porque es la terminación completa y final lo que se designa, y esto no sucedió sino hasta después del tiempo de Cristo.” Véase también The Book of Prophecy por G. Smith, pág. 320. También Compendium of the Doctrines of the Gospel, por Franklin D. Richards y James A. Little, artículo “La primera venida de Cristo.”

  3. Nefitas y lamanitas.—Los progenitores de la nación nefita salieron de Jerusalén en el año 600 antes de Cristo bajo la dirección de Lehi, profeta judío de la tribu de Manasés. Su propia familia, al partir de Jerusalén, se componía de Saríah, su esposa, y sus hijos, Lamán, Lemuel, Sam y Nefi. En una época posterior de su historia se habla de hijas, pero de que si nacieron antes o después del éxodo de la familia, nada se dice. Además de la familia de Lehi, acompañaban a esta colonia Zoram e Ismael, este último un israelita de la tribu de Efraín. Ismael y su familia se unieron a la compañía de Lehi en el desierto, y sus descendientes fueron contados entre los de las naciones que estamos tratando. Parece que la compañía viajó hacia el sudeste, siguiendo la costa del Mar Rojo; y entonces, alterando su curso hacia el Este, atravesó la península árabe y allí, a orillas del Mar de Omán, construyeron y abastecieron un barco con el cual se lanzaron al mar, encomendándose a la divina providencia. Se cree que viajaron hacia el Este, cruzando el océano Indico, después el Pacífico y llegando por fin a la costa occidental de América, donde desembarcaron más o menos en el año 590 antes de Cristo. … El pueblo se estableció en lo que para ellos era la Tierra Prometida; nacieron muchos hijos, y en el curso de pocas generaciones una posteridad numerosa habitaba el país. Después de la muerte de Lehi ocurrió una división. Unos aceptaron como director a Nefi, el cual había sido debidamente designado al oficio profético, mientras que los demás proclamaron jefe a Lamán, el mayor de los hijos de Lehi. De allí en adelante, estos pueblos divididos se llamaron nefitas y lamanitas, respectivamente. Había ocasiones en que observaban relaciones amistosas entre unos y otros; pero generalmente se hallaban en pugna, y los lamanitas manifestaban un odio y hostilidad implacables hacia sus hermanos nefitas. Estos impulsaron las artes de la civilización, construyendo grandes ciudades y estableciendo comunidades muy prósperas; sin embargo, con frecuencia caían en transgresión, y el Señor, para castigarlos, permitía que sus enemigos hereditarios triunfaran de ellos. Se extendieron hacia el norte y ocuparon el norte de Sudamérica y entonces, atravesando el Istmo, extendieron sus dominios por las regiones del sur, centro y este de lo que en la actualidad son los Estados Unidos del Norte. Los lamanitas, aun cuando aumentaron en número, sufrieron el anatema del desagrado de Dios; su cutis se tornó obscuro, su espíritu se extravió, se olvidaron del Dios de sus padres, se entregaron a una vida salvaje y nómada y degeneraron en el estado caído en en que se encontraban los indios de América, sus descendientes directos, cuando nuevamente se descubrió el continente occidental en una época posterior. Véase Artículos de Fe, por el autor, págs. 280-290.

  4. La primera dispensación del evangelio.—El evangelio de Jesucristo fue revelado a Adán. Desde el principio de la historia humana se proclamaron, como elementos esenciales de la salvación, la fe en Dios, el Eterno Padre, y en su Hijo, como Salvador de Adán y del resto de su posteridad; el arrepentimiento del pecado; el bautismo por inmersión en el agua; y la recepción del Espíritu Santo como don divino. Los siguientes pasajes de las Escrituras atestiguan este hecho: “Y así fue que desde el principio se empezó a predicar el evangelio, declarándolo santos ángeles enviados de la presencia de Dios, y su propia voz, y el don del Espíritu Santo.” (P. de G. P., Moisés 5:58) El profeta Enoc testificó en estos términos: “Mas Dios ha hecho notorio a nuestros padres que todos deben arrepentirse. Y por su propia voz llamó a Adán, nuestro padre, diciendo: Yo soy Dios; yo hice el mundo y los hombres, antes que existiesen en la carne. Y también le dijo: Si te volvieres a mí y escuchares mi voz, y creyeres y te arrepintieres de todas tus transgresiones, y te bautizares, aun en el agua, en el nombre de Jesucristo, mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el único nombre que se dará debajo del cielo mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del Espíritu Santo, pidiendo todas las cosas en su nombre, y te será dado cuanto pidieres.” (Ibid. 6:50, 52; léanse también los versículos 53-61) “Y he aquí, ahora te digo: Este es el plan de salvación para todos los hombres, mediante la sangre de mi Unigénito, quien vendrá en el meridiano de los tiempos.” (vers. 62) “Y cuando el Señor hubo hablado con Adán, nuestro padre, sucedió que Adán clamó al Señor, y lo arrebató el Espíritu del Señor, y fue llevado al agua y sumergido en el agua, y sacado del agua. Y de esta manera fue bautizado y el Espíritu de Dios descendió sobre él, y así nació del Espíritu, y fue vivificado el hombre interior. Y oyó una voz del cielo que decía: Has sido bautizado con fuego y con el Espíritu Santo. Este es el testimonio del Padre y del Hijo, desde ahora y para siempre.” (vers. 64-66; compárese con Doc. y Con. 29:42.)