Jesucristo
Capitulo 39: Ministerio del Cristo Resucitado en el Hemisferio Occidental


Capitulo 39

Ministerio del Cristo Resucitado en el Hemisferio Occidental

NUESTRO estudio del ministerio apostólico, a raíz de la ascensión del Señor sobre el Monte de los Olivos, nos ha desviado del orden cronológico de las varias manifestaciones personales del Salvador resucitado a los hombres, porque poco después de su última despedida de los apóstoles en Judea, visitó a sus “otras ovejas”, no del redil oriental, cuya existencia había declarado en su impresionante sermón relacionado con el Buen Pastor y sus rebaños.a Las “otras ovejas” que habrían de escuchar la voz del Pastor, y finalmente formar parte del redil unido, eran los descendientes de Lehi, el cual, acompañado de su familia y algunos otros, salió de Jerusalén 600 años antes de Cristo y atravesó los grandes mares hasta llegar a lo que hoy conocemos como el hemisferio americano, sobre el cual sus descendientes llegaron a ser un pueblo fuerte pero dividido.b

La muerte del Señor es anunciada por grandes calamidades en el hemisferio americano

Como previamente se dijo en estas páginas, el nacimiento de Jesús en Belén se declaró por revelación divina a la nación nefita sobre el continente occidental; y tan gozoso acontecimiento se vio señalado por la aparición de una nueva estrella, una noche sin obscuridad—de modo que dos días y la noche intermedia fueron como un solo día—y otros acontecimientos maravillosos, todos los cuales los profetas del mundo occidental habían anunciado.c Samuel el Lamanita, que por medio de su fidelidad y buenas obras llegó a ser un profeta poderoso en palabras y hechos, debidamente escogido y comisionado de Dios, había proclamado, además de sus predicciones de los gloriosos acontecimientos que indicaríanel nacimiento de Cristo, otras profecías y señales de tinieblas, terror y destrucción, por medio de las cuales se daría a conocer la muerte del Salvador sobre la cruz.d Todas las palabras proféticas respecto de los fenómenos consiguientes al nacimiento del Señor se habían cumplido, y a causa de ello muchos fueron persuadidos a creer en Cristo como el Redentor prometido; pero como suele suceder con aquellos cuya creencia se basa en los milagros, gran parte del pueblo nefita “empezó a olvidarse de aquellas señales y prodigios que había presenciado, y a asombrarse cada vez menos de las señales o prodigios del cielo, de tal modo que comenzaron a endurecer sus corazones, a cegar sus almas y a dudar de todo lo que habían visto y oído”.e

Habían pasado y corrido su curso treinta y tres años, desde aquella noche iluminada y demás señales del advenimiento del Mesías. Entonces, el cuarto día del primer mes, o según nuestro calendario, durante la primera semana de abril del año treinta y cuatro, se desató una grande y terrible tempestad, con truenos, relámpagos y elevaciones y depresiones de la superficie de la tierra, de modo que se rompieron las calzadas, se hendieron las montañas y muchas ciudades fueron completamente destruídas por los terremotos, fuego y las irrupciones del mar. Durante tres horas continuó el holocausto inigualado; y entonces descendió una densa obscuridad, en la cual no fue posible encender ninguna lumbre; y estas tinieblas espantosas fueron semejantes a la obscuridad de Egiptof porque se podían palpar sus espesos vapores. Esta condición duró hasta el tercer día, de modo que una noche, un día y otra noche fueron como una noche sin interrupción; y el terror de la impenetrable obscuridad aumentó con los lamentos de la gente, cuyos agudos gritos angustiosos eran los mismos en todas partes: “¡Oh, si nos hubiésemos arrepentido antes de este grande y terrible día!”g

Entonces penetró las tinieblas una Vozh que hizo callar el espantoso coro de lamentación humana. Por toda la tierra resonó, diciendo: “¡Ay, ay, ay de este pueblo!” La Voz proclamó otros ayes sobre el pueblo, a menos que se arrepintiera. Les había sobrevenido aquella devastación por motivo de su maldad, y el diablo se reía del número de los muertos y la causa retributiva de su destrucción. Se detalló la extensión de la terrible calamidad, y se nombraron las ciudades incendiadas con sus habitantes, así como las que se habían hundido en las profundidades del mar y las que habían quedado sepultadas en la tierra; y claramente se explicó que el propósito divino de aquella vasta destrucción fue quitar de la superficie de la tierra las maldades y abominaciones del pueblo. Se calificó de ser los más justos a los que habían quedado con vida, y les fue ofrecida una esperanza, con la condición de que manifestaran un arrepentimiento y reforma más completos.

La Voz se identificó en esta forma: “He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Yo cree los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay. Fui con el Padre desde el principio. Yo soy en el Padre, y el Padre en mí; y en mí ha glorificado el Padre su nombre.” El Señor mandó que el pueblo ya no le ofreciera holocaustos y sacrificios cruentos, porque la ley de Moisés se había cumplido; y de allí en adelante el único sacrificio aceptable sería el corazón quebrantado y el espíritu contrito; éstos nunca serían rechazados. El Señor recibiría como suyos a los humildes y penitentes, y declaró: “He aquí, por éstos he dado mi vida, y la he vuelto a tomar; así pues, arrepentíos y venid a mí, vosotros, los extremos de la tierra, y salvaos.”

Cesó de hablar la Voz; y por el espacio de muchas horas callaron los angustiosos lamentos en aquella obscuridad continua, porque el pueblo quedó convencido de sus pecados y silenciosamente lloró de asombro por lo que había oído, y por la esperanza en la salvación que se le había ofrecido. Por segunda vez se oyó la Voz como si estuviera lamentando a los que se habían negado a aceptar el socorro del Salvador; pues cuántas veces los había protegido ya, y cuántas veces más lo habría hecho si hubiesen estado dispuestos, y todavía en lo futuro los cuidaría “como la gallina junta sus pollos bajo las alas”, si se arrepentían y vivían en justicia. La mañana del tercer día se desvanecieron las tinieblas, cesaron los movimientos sísmicos y se aplacaron las tormentas. Al disiparse la obscuridad de sobre la faz de la tierra, el pueblo se enteró de lo inmenso que habían sido las convulsiones de la tierra y cuán grande había sido la pérdida de sus parientes y amigos. En medio de su contrición y humildad se acordaron de las palabras de los profetas y entendieron que los juicios del Señor se habían cumplido en ellos.i

Cristo había resucitado; y tras su resurrección, muchos de los justos muertos del continente occidental se levantaron de sus sepulcros y se aparecieron como seres resucitados e inmortales a los sobrevivientes de la extensa destrucción, así como en Judea muchos de los santos muertos se levantaron inmediatamente después de la resurrección de Cristo.j

Primera visita de Jesucristo a los nefitask

Unas seis semanas o más después de los acontecimientos que acabamos de considerar,l se hallaba reunida una gran multitud de nefitas en el templo del país conocido como Abundancia,m seriamente conversando unos con otros sobre los grandes cambios que habían acontecido en el país, y particularmente acerca de Jesucristo y el cumplimiento, hasta el último detalle trágico, de las señales predichas de su muerte expiatoria. Prevalecía entre el grupo un espíritu de contrición y reverencia. Mientras se hallaban reunidos, oyeron el sonido como de una voz que venía de arriba; pero tanto la primera, como la segunda vez, les fué ininteligible. Mientras escuchaban con atención cuidadosa, se oyó por tercera vez, y esta ocasión oyeron que la Voz les decía: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre; a él oíd.”n

Mirando hacia el cielo con reverente expectación, el pueblo vio a un Varón en ropas blancas, que descendió en medio de ellos. Les habló, y dijo: “He aquí, soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo. Y he aquí, soy la luz y la vida del mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo, con lo cual he cumplido la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio.” Entonces la multitud se postró en actitud de adoración, porque todos se acordaron que sus profetas habían predicho que el Señor aparecería entre ellos después de su resurrección y ascensión.o

Obedeciendo sus instrucciones, la gente se levantó y se acercó a El; y uno por uno vio y palpó las marcas de los clavos en sus manos y pies, y la herida de la lanza en su costado. En un arrebato de veneración, clamaron unánimes: “¡Hosanna! ¡Bendito sea el nombre del Más Alto Dios!” Entonces cayeron a los pies de Jesús y lo adoraron.

Llamando a Nefi y once más a su lado, el Señor les dio la autoridad para bautizar al pueblo después de su partida, y prescribió la manera de bautizar, amonestando particularmente que no hubiera disputas en el asunto, o alteración en la manera indicada, como lo hacen constar sus palabras:

“De cierto os digo que de este modo bautizaréis a quien se arrepintiere de sus pecados a causa de vuestras palabras, y deseare ser bautizado en mi nombre: He aquí, iréis y entraréis en el agua, y en mi nombre lo bautizaréis. Y he aquí las palabras que pronunciaréis, llamando a cada uno por su nombre: Habiéndoseme dado autoridad de Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. Y entonces lo sumergiréis en el agua, y volveréis a salir del agua. Y de esta manera bautizaréis en mi nombre, porque he aquí, de cierto os digo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno. Y yo soy en el Padre, y el Padre en mí, el Padre y yo somos uno. Y de acuerdo con lo que os he mandado, así bautizaréis; y no habrá disputas entre vosotros, como hasta ahora ha habido; ni habrá controversias entre vosotros sobre los puntos de mi doctrina, como hasta aquí las ha habido.”p

Impresionantemente se amonestó al pueblo en general, y en forma particular a los Doce, llamados en la forma ya indicada, que no contendieran sobre asuntos de doctrina, porque tal espíritu, según les fue declarado, era del diablo, “que es el padre de las contenciones”. En sencilla, y a la vez comprensiva síntesis, se declaró la doctrina de Jesucristo en estas palabras:

“He aquí, en verdad, en verdad os digo que os declararé mi doctrina. Y ésta es mi doctrina, y es la doctrina que el Padre me ha dado; y yo doy testimonio del Padre, y el Padre da testimonio de mí, y el Espíritu Santo lo da del Padre y de mí; y yo testifico que el Padre manda todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan y crean en mí. Y el que creyere en mí, y se bautizare, se salvará; y éstos son los que heredarán el reino de Dios. Y el que no creyere en mí, ni fuere bautizado, se condenará.”q

El arrepentimiento, y la humildad semejante a la del niño inocente y sin malicia, habrían de ser los requisitos indispensables para el bautismo, sin el cual nadie podrá heredar el reino de Dios. Con la exactitud y sencillez que habían caracterizado sus enseñanzas en Palestina, el Señor dió estas instrucciones a los Doce recién nombrados:

“De cierto, de cierto os digo que ésta es mi doctrina; y los que edifican sobre esto, edifican sobre mi roca, y las puertas del infierno no prevalecerán en contra de ellos. Y aquellos que declaren más o menos que esto, y lo establezcan como mi doctrina, tales proceden del mal, y no están fundados sobre mi roca, sino que edifican sobre cimientos de arena, y las puertas del infierno estarán abiertas para recibirlos cuando vengan las inundaciones y los azoten los vientos. Por tanto, id a este pueblo, y declarad hasta los extremos de la tierra las palabras que he hablado.”r

Entonces volviéndose a los de la multitud, Jesús les amonestó que prestaran atención a las enseñanzas de los Doce, y continuó con un discurso en el cual incorporó los sublimes principios que había enseñado a los judíos en el Sermón del Monte.s Se presentaron las Bienaventuranzas, el Padrenuestro y el mismo espléndido conjunto de preceptos ennoblecedores. En ambas versiones de esta disertación sin paralelo, así la de Mateo como la de Nefi, aparece el mismo caudal de comparaciones eficaces e ilustraciones adecuadas; pero se nota una diferencia significativa en cada referencia que se hace al cumplimiento de la ley mosaica, porque donde en las Escrituras judías las palabras del Señor indican un cumplimiento entonces incompleto, las expresiones correspondientes en la relación nefita se hallan en tiempo pasado, en vista de que la ley había quedado enteramente cumplida mediante la muerte y la resurrección de Cristo. De modo que Jesús dijo a los judíos: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”; pero a los nefitas: “Porque en verdad os digo que ni una jota ni una tilde ha pasado de la ley, sino que en mí toda ha sido cumplida.”t

Muchos se maravillaron de esto, no sabiendo qué querría el Señor que hicieran concerniente a la ley de Moisés, “porque no entendían la palabra que las cosas viejas habían pasado, y que todas las cosas se habían renovado”. Entendiendo su perplejidad, Jesús proclamó claramente que El era el autor de la ley, y que en El se había cumplido y, por consiguiente, abrogado. Su afirmación es particularmente explícita:

“He aquí, os digo que se ha cumplido la ley que se dio a Moisés. He aquí, soy yo quien di la ley, y soy el que hice convenio con mi pueblo Israel; por tanto, la ley se ha cumplido en mí, porque he venido para cumplir la ley; por tanto, ha cesado. He aquí, no vengo para invalidar los profetas; porque cuantos no se han cumplido en mí, en verdad os digo que todos se han de cumplir. Y porque os dije que lo antiguo ha pasado, no abrogo lo que se ha dicho acerca de las cosas que están por venir. Porque he aquí, no se ha cumplido enteramente el convenio que hice con mi pueblo; mas la ley que se dio a Moisés termina en mí.”u

Dirigiéndose a los Doce, el Señor afirmó que el Padre nunca le había dado mandamiento de informar a los judíos concerniente a la existencia de los nefitas sino en forma indirecta, mencionando otras ovejas que no eran del redil judío; y en vista de que no habían podido comprender sus palabras, a causa de “la obstinación y la incredulidad”, el Padre le mandó que no les dijera más acerca de los nefitas ni del tercer redil, en el cual están comprendidas “las otras tribus de la casa de Israel que el Padre ha conducido fuera del país”. Jesús instruyó a los discípulos nefitas sobre muchos otros asuntos que no declaró a los judíos, quienes, por no ser dignos de recibirlos, fueron privados de ese conocimiento. Aun los apóstoles judíos erróneamente habían supuesto que las “otras ovejas” eran las naciones gentiles, no entendiendo que la predicación del evangelio a los gentiles sería parte de su misión particular, y pasando por alto el hecho de que Cristo no iba a manifestarse en persona a los que no fueran de la casa de Israel. Los gentiles escucharían la palabra de Dios mediante el estímulo del Espíritu Santo y el ministerio de hombres comisionados y enviados a ellos, pero no podrían recibir la manifestación personal del Mesías.v Sin embargo, grandes serán las misericordias y bendiciones del Señor a los gentiles que acepten la verdad, porque el Espíritu Santo les testificará del Padre y del Hijo, y cuantos cumplan con las leyes y ordenanzas del evangelio serán contados entre los de la casa de Israel. Su conversión e integración con el pueblo del Señor se llevará a cabo individualmente, y no por naciones, tribus o pueblos.x

La multitud adorante, compuesta de unas dos mil quinientas almas, creyendo que Jesús estaba a punto de separarse de ellos, le manifestaron con sus lágrimas su anhelo de que permaneciese. Los consoló con la promesa de que volvería al día siguiente, y les amonestó que meditaran las cosas que les había enseñado y que pidieran entendimiento al Padre en su nombre. Lo que ya había informado a los Doce ahora declaró al pueblo, que se manifestaría y ejercería su ministerio entre “las tribus perdidas de Israel, porque no están perdidas para el Padre, pues él sabe hacia dónde las ha llevado”. Expresando la compasión que sentía, el Señor mandó que le llevaran a sus afligidos, los cojos, mancos, lisiados, ciegos y sordos, los leprosos y los atrofiados; y cuando se los trajeron, los sanó a todos. Entonces, obedeciendo sus palabras, los padres llevaron a sus niños pequeños y los colocaron en un círculo alrededor de El. La multitud se arrodilló y Jesús oró por ellos; y, según Nefi: “No hay lengua que pueda hablar, ni hombre que pueda escribirlo, ni corazón de hombre que pueda concebir tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que habló Jesús; y nadie se puede imaginar el gozo que llenó nuestras almas cuando lo oímos rogar por nosotros al Padre.” Terminada la oración, Jesús dijo a la multitud que se levantara, y entonces exclamó gozoso: “Benditos sois a causa de vuestra fe. He aquí, ahora es completo mi gozo.” Jesús lloró; y entonces tomó a los niños, uno por uno, y los bendijo, orando al Padre por cada uno de ellos.

“Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo; y hablando a la multitud, les dijo: Mirad a vuestros niños. Y he aquí, al levantar la vista, dirigieron la mirada al cielo, y vieron que se abrían los cielos y que descendían ángeles, como si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos niños, y quedaron rodeados de fuego; y los ángeles ejercieron su ministerio a favor de ellos.”y

El Señor Jesús mandó traer pan y vino, e instruyó a la multitud que se sentara. Partió el pan, lo bendijo y entonces dio de él a los Doce, y éstos, después de haber comido, repartieron el pan entre la multitud. El vino fue bendecido, y todos bebieron de él, primero los Doce y después el pueblo. Con una solemnidad semejante a la que acompañó la institución del sacramento de la Cena del Señor entre los apóstoles en Jerusalén, Jesús explicó claramente la santidad y el significado de la ordenanza, diciendo que les dejaría la autoridad para poder administrarla en lo futuro; que debían comer de ella todos los que se bautizaran en la confraternidad de Cristo, y que habría de hacerse siempre en memoria de El: el pan como sagrado emblema de su cuerpo, el vino en representación de su sangre que fue derramada. Por mandamiento expreso el Señor prohibió que se diera el sacramento del pan y del vino a persona alguna, sino a los que fueran dignos, “porque quienes comen mi carne—explicó—y beben de mi sangre indignamente, comen y beben condenación para sus almas; por tanto, si sabéis que una persona no es digna de comer y beber de mi carne y de mi sangre, se lo prohibiréis”. Pero le fue vedado al pueblo echar de sus asambleas a los que no pudieran tomar la Santa Cena, si estaban dispuestos a arrepentirse y buscar la confraternidad por medio del bautismo.z

El Señor también recalcó en forma explícita la necesidad de la oración, y a los Doce y a la multitud dio, separadamente, el mandamiento de orar. En estos términos instó las súplicas individuales, oraciones familiares y adoración en las asambleas:

“Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre; y cuanto le pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justo, he aquí, os será concedido. Orad al Padre con vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidas vuestras esposas e hijos. Y he aquí, os reuniréis con frecuencia; y a nadie le prohibiréis estar con vosotros cuando os juntéis, antes les permitiréis que se alleguen a vosotros, y no se lo vedaréis; sino que oraréis por ellos, y no los desecharéis; y si sucediere que vinieren a vosotros a menudo, rogaréis al Padre por ellos en mi nombre.”a

El Señor entonces tocó con su mano a cada uno de los Doce, invistiéndolos, en palabras que nadie mas oyó, con el poder de conferir el Espíritu Santo mediante la imposición de manos a todos los creyentes arrepentidos y bautizados.b Al concluir la ordenación de los Doce, cubrió al pueblo una nube, de modo que ocultó al Señor de su vista; pero los doce discípulos “vieron y dieron testimonio que ascendió de nuevo al cielo”.

La segunda visita de Cristo a los nefitasc

Al día siguiente se hallaba reunida una multitud mucho más numerosa esperando el regreso del Salvador. Toda la noche mensajeros habían divulgado las gloriosas nuevas de la aparición del Señor y su promesa de visitar de nuevo a su pueblo. Era tan extensa la congregación, que Nefi y sus compañeros dividieron al pueblo en doce grupos, cada cual bajo la dirección de uno de los discípulos, que se encargó de darles instrucciones y orar con ellos. El tema de sus ruegos fué que se les concediera el Espíritu Santo. Guiados por los discípulos escogidos, el gran concurso de personas se dirigió a la orilla del agua, y Nefi entró primero y fue bautizado por inmersión; entonces bautizó a los otros once que Jesús había elegido. Cuando los Doce salieron del agua, “fueron llenos del Espíritu Santo y fuego. Y he aquí, fueron envueltos como con fuego que descendió del cielo; y la multitud lo vio y dio testimonio; y descendieron ángeles del cielo, y los sirvieron. Y sucedió que mientras los discípulos estaban recibiendo el ministerio de los ángeles, he aquí, Jesús llegó y se puso en medio de ellos y ministró por ellos.”d

Así fue como se apareció Jesús en medio de los discípulos y los ángeles ministrantes. De acuerdo con su mandato, los Doce y la multitud se arrodillaron para orar; y oraron a Jesús, llamándolo su Señor y su Dios. Jesús se apartó de ellos un poco y oró con humildad, diciendo, en parte: “Padre, gracias te doy porque has dado el Espíritu Santo a éstos que he escogido; y es por su fe en mí que los he escogido de entre el mundo. Padre, te ruego que des el Espíritu Santo a todos los que crean en sus palabras.” Los discípulos continuaban orando fervientemente a Jesús cuando El volvió a ellos; y al mirarlos con una sonrisa misericordiosa de aprobación, fueron glorificados en su presencia de modo que sus rostros y vestidos brillaron con un fulgor semejante al de la faz y ropa del Señor, a tal grado que “no podía haber sobre la tierra cosa tan blanca como su blancura”.

Por segunda y por tercera vez Jesús se apartó y oró al Padre, y aunque el pueblo comprendió el significado de su oración, también confesó y testificó que “tan grandes y maravillosas fueron las palabras de su oración, que no pueden ser escritas, ni tampoco puede el hombre proferirlas”. El Señor se regocijó a causa de la fe del pueblo, y dijo a los discípulos: “Jamás he visto fe tan grande entre todos los judíos; por tanto, no pude mostrarles tan grandes milagros por motivo de su incredulidad. En verdad os digo que ninguno de ellos ha visto cosas tan grandes como las que habéis visto vosotros, ni oído tan grandes cosas como las que habéis oído.”e Entonces el Señor administró la Santa Cena en la misma manera que el día anterior, pero el pan, así como el vino, fueron provistos sin ayuda humana. La santidad de la ordenanza quedó expresada en estos términos: “El que come de este pan, come de mi cuerpo para su alma; y el que bebe de este vino, bebe de mi sangre para su alma; y su alma nunca padecerá hambre ni sed, mas quedará satisfecha.”

Siguieron entonces instrucciones concernientes al pueblo del convenio, Israel, del cual los nefitas eran parte, y la manera en que se relacionarían con las naciones gentiles en el futuro desenvolvimiento de los propósitos divinos. Jesús declaró que El era el Profeta cuya venida Moisés predijo, y el Cristo acerca de quien todos los profetas habían testificado. Además de la supremacía provisional de los gentiles, mediante la cual se efectuaría un esparcimiento adicional de Israel, se predijo el recogimiento final del pueblo del convenio, y se hicieron frecuentes referencias a las palabras inspiradas de Isaías sobre el asunto.f Se declaró que en un tiempo futuro los descendientes de Lehi caerían en la incredulidad a causa de sus iniquidades, y que como consecuencia de ello los gentiles llegarían a ser un pueblo fuerte sobre el continente occidental, a pesar del decreto de que esa tierra llegaría a ser la herencia final de la casa de Israel. Así fue como se predijo el establecimiento de la entonces futura y hoy existente nación norteamericana, a la cual se caracterizó de ser “un pueblo libre”. Los propósitos de Dios en ello quedaron expresados en estas palabras: “Porque en la sabiduría del Padre, deben ser establecidos en esta tierra e instituidos como pueblo libre por el poder del Padre, para que estas cosas procedan de ellos al resto de vuestra posteridad, a fin de que se cumpla la alianza que el Padre ha hecho con su pueblo, oh casa de Israel”.g

Como indicación de la época en que habría de efectuarse el recogimiento de las varias ramas de Israel de su larga dispersión, el Señor señaló la prosperidad de los gentiles en América y la parte que desempeñarían en llevar las Escrituras al remanente degenerado de la posteridad de Lehi, o sea los indios americanos.h Claramente se explicó que todos los gentiles que quisieran arrepentirse y aceptar el evangelio de Cristo por medio del bautismo, serían contados entre el pueblo del convenio y disfrutarían de las bendiciones consiguientes a los postreros días, en los cuales se establecería la Nueva Jerusalén sobre el continente americano. Jehová resucitado también repitió a su redil nefita la gozosa noticia del recogimiento de Israel, tal como lo había anunciado previamente por boca de su profeta Isaías.i Amonestándoles que estudiaran las palabras de los profetas que entonces existían entre ellos, y que prestaran atención a las nuevas Escrituras que El les había revelado, e instruyendo a los Doce en forma especial que continuaran enseñando al pueblo las cosas que El había explicado, el Señor les hizo saber las revelaciones dadas por conducto de Malaquías y mandó que se escribieran.j

Las profecías reiteradas por El—fuente de la inspiración mediante la cual Malaquías las profirió—palpablemente se referían entonces a una época futura, y aún hoy no se han cumplido totalmente. El advenimiento del Señor, que estas Escrituras testifican, es futuro todavía; pero el hecho de que Elías el Profeta, que había de venir antes de ese día, ha aparecido para dar cumplimiento a su misión particular—de hacer volver el corazón de los hijos vivientes a sus progenitores muertos, y el corazón de los padres fallecidos a su posteridad que aún estuviese en el estado terrenal—atestigua que ese tiempo, conocido como el grande y terrible día del Señor, “está próximo”.k

El ministerio personal de Cristo durante su segunda visita duró tres días, y en esta ocasión comunicó al pueblo muchas Escrituras que previamente había dado a los judíos, porque así mandó el Padre; y les explicó los propósitos de Dios, desde el principio hasta el día en que Cristo ha de volver en su gloria, “y hasta aquel grande y postrer día en que todos los pueblos, familias, naciones y lenguas comparecerán ante Dios para ser juzgados según sus obras, ya fueren buenas o malas. Si fueren buenas, a la resurrección de vida eterna; y si fueren malas, a la resurrección de condenación; y constituyen un paralelo, unos por un lado y los otros por el otro, según la misericordia, justicia y santidad que hay en Cristo, que existía desde antes del principio del mundo”. Con su misericordioso ministerio sanó a sus enfermos y levantó a un hombre de entre los muertos. En épocas posteriores no especificadas, se manifestó a los nefitas “y partía pan a menudo y lo bendecía, y se lo daba”.l

Después de su segunda ascención, el espíritu de profecía se manifestó entre el pueblo, espíritu que se extendió aun hasta los niños de todas las edades, muchos de los cuales anunciaron cosas maravillosas de acuerdo con lo que el Espíritu les daba que hablaran. Los Doce emprendieron su ministerio con vigor, enseñando a cuantos estaban dispuestos a escuchar, y bautizando a los que mediante el arrepentimiento deseaban unirse a la Iglesia. A todos los que en esta forma cumplían los requisitos del evangelio se confería el Espíritu Santo; y los que así eran bendecidos vivían juntos en amor, y eran conocidos como la Iglesia de Cristo.m

La visita de Cristo a los Doce que escogió entre los nefitasn

Bajo la administración de los doce discípulos ordenados, la Iglesia creció y prosperó en en país de Nefi.o Los discípulos, en calidad de testigos especiales del Cristo, viajaron, predicaron, enseñaron y bautizaron a cuantos profesaban tener fe y mostraban arrepentimiento. En cierta ocasión los Doce “se unieron en poderosa oración y ayuno” para solicitar instrucciones sobre un asunto particular, el cual, no obstante la amonestación del Señor de que no hubiera contiendas, había dado motivo a que surgieran disputas entre el pueblo. Mientras suplicaban al Padre en el nombre del Hijo, les apareció Jesús, y preguntó: “¿Qué queréis que os dé?” La respuesta de los discípulos fue: “Señor, deseamos que nos indiques el nombre que hemos de dar a esta iglesia; porque hay cuestiones entre el pueblo concernientes a este asunto.” Provisionalmente se había dado el nombre de la Iglesia de Cristo a la comunidad de los creyentes bautizados, pero tal parece que este nombre verdadero y distintivo no se había aceptado en forma general sin que hubiera desacuerdos.

“Y el Señor les respondió: De cierto, de cierto os digo: ¿Por qué es que el pueblo disputa y murmura por causa de esto? ¿No han leído las Escrituras que dicen que debéis tomar sobre vosotros el nombre de Cristo, que es mi nombre? Porque por este nombre seréis llamados en el postrer día; y el que tomare sobre sí mi nombre, y persevarare hasta el fin, éste se salvará en el postrer día. Por tanto, cuanto hagáis, hacedlo en mi nombre; de modo que daréis a la iglesia mi nombre; y pediréis al Padre en mi nombre, que bendiga a la iglesia por mi causa. ¿Y cómo será mi iglesia si no lleva mi nombre? Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés; y si se le da el nombre de alguno, entonces es la iglesia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si estuvieren fundados sobre mi evangelio. En verdad, en verdad os digo que vosotros estáis fundados sobre mi evangelio. Por tanto, lo que llaméis, lo llamaréis en mi nombre; de modo que si pedís al Padre a favor de la iglesia, el Padre os escuchará, si lo hacéis en mi nombre; y si la iglesia estuviere edificada sobre mi evangelio, entonces el Padre manifestará sus propias obras en ella. Pero si no estuviere edificada sobre mi evangelio, sino en los hechos de los hombres, o en las obras del diablo, de cierto os digo que gozarán de sus obras por un tiempo, y de aquí a poco vendrá el fin, y serán cortados y echados en el fuego, del cual no hay vuelta. Pues sus obras los seguirán, porque es por sus obras que serán talados; recordad, pues, las cosas que os he dicho.”p

Así fue como el Señor confirmó, con carácter de otor-gación autorizada, el nombre que por inspiración había sido aceptado por sus hijos obedientes, a saber, La Iglesia de Jesucristo. La explicación dada por el Señor sobre el único Nombre por el cual propiamente habría de conocerse la Iglesia, es convincente y lógica. No era la Iglesia de Lehi o Nefi, de Mosíah o Alma, de Samuel o Helamán; pues en tal caso habría llevado el nombre de la persona cuya iglesia fuese, así como en la actualidad hay iglesias cuya designación proviene de algún hombre;q pero siendo la Iglesia establecida por Jesucristo, propiamente no podría llevar otro nombre más que el suyo.

Jesús entonces reiteró a los Doce nefitas muchos de los principios cardinales que previamente les había declarado a ellos y al pueblo en general; y mandó que se escribiesen sus palabras, salvo ciertas comunicaciones exaltadas que les prohibió escribir. Les fue mostrada la importancia de preservar como tesoros preciosos las nuevas Escrituras que les había comunicado, y se les aseguró que en el cielo se llevaba cuenta de todas las cosas hechas bajo orientación divina. Se dijo a los Doce que ellos serían los jueces de su pueblo, y por tal motivo se les instó a la diligencia y la santidad.r El Señor quedó complacido con la fe y diligente obediencia de los nefitas entre quienes había ejercido su ministerio, y dijo a los doce testigos especiales: “He aquí, mi gozo es grande, aun hasta la plenitud, por causa de vosotros, y también esta generación; sí, y aun el Padre se regocija, y también todos los santos ángeles, por causa de vosotros y de esta generación; porque ninguno de éstos se perderá. He aquí, quisiera que entendieseis, porque me refiero a los de esta generación que ahora viven; y ninguno de ellos se perderá; y mi gozo es completo en ellos.” Sin embargo, expresó pesar en medio de su gozo por causa de la apostasía en que caerían las generaciones posteriores, y previó que esta terrible condición alcanzaría su punto culminante durante la cuarta generación, contando desde esa época.s

Los tres nefitas

Con amorosa compasión el Señor habló a los doce discípulos, uno por uno, preguntando: “¿Qué es lo que deseáis de mí después que me haya ido al Padre?”t Todos menos tres expresaron el deseo de poder continuar en el ministerio hasta que llegaran a una edad madura, y entonces en el debido tiempo ser recibidos por el Señor en su reino. Jesús les dio este bendito consuelo: “Cuando tengáis setenta y dos años de edad, vendréis a mí en mi reino; y conmigo hallaréis descanso.” Se volvió a los tres que no se habían atrevido a expresar su solicitud, y les dijo:

“He aquí, conozco vuestros pensamientos: Habéis deseado lo mismo que de mí deseó Juan, mi amado, quien me acompañó en mi ministerio antes que yo fuese levantado por los judíos; por tanto, más benditos sois vosotros, porque nunca probaréis la muerte; sino que viviréis hasta ver todos los hechos del Padre para con los hijos de los hombres, aun hasta que se cumplan todas las cosas según la voluntad del Padre, cuando yo venga en mi gloria con los poderes del cielo. Y nunca padeceréis los dolores de la muerte; sino que cuando yo venga en mi gloria, seréis cambiados de la mortalidad a la inmortalidad en un abrir y cerrar de ojos; y entonces seréis bendecidos en el reino de mi Padre.”u

Se aseguró a los tres bienaventurados que durante el curso de su vida prolongada no padecerían dolores, y que la única tristeza que sentirían sería la aflicción por causa de los pecados del mundo. Por su deseo de continuar la obra de llevar almas a Cristo mientras el mundo permaneciera, les fue prometida una plenitud de gozo, semejante a la que el Señor mismo había alcanzado. Jesús tocó a cada uno de los nueve que habrían de vivir y morir en el Señor, pero no a los tres que habrían de permanecer hasta que El viniera en su gloria. “Y entonces se fue.”

Se efectuó un cambio en los cuerpos de estos Tres Nefitas, de modo que aun cuando permanecieron en la carne, ya no estuvieron sujetos a los cambios usuales de las vicisitudes físicas. “Se abrieron los cielos, y éstos fueron arrebatados al cielo, y oyeron y vieron cosas inefables. Y no les fue permitido que hablasen; ni tampoco les fue dado el poder para declarar las cosas que vieron y oyeron.” No obstante que vivieron y trabajaron como hombres entre sus semejantes, predicando, bautizando y confiriendo el Espíritu Santo a todos los que prestaban atención a sus palabras, los enemigos de la verdad no pudieron dañarlos. Poco más de ciento setenta años después de la última visita del Señor, se desató una enconada persecución contra los tres. Por motivo de su celo en el ministerio eran arrojados en cárceles, pero “las prisiones no podían contenerlos, porque se partían por la mitad”. Fueron encerrados en calabozos subterráneos, “pero hirieron la tierra con la palabra de Dios, de tal modo que por su poder se libraban de las profundidades de la tierra; y por tanto, no podían cavar fosos de hondura suficiente para contenerlos”. Tres veces fueron lanzados en hornos de fuego ardiendo, pero no recibieron ningún daño; y dos veces los arrojaron en cuevas de animales feroces, “y he aquí, jugaron con las fieras como un niño juega con el cordero de leche, sin recibir ningún daño”.v

Mormón asevera que, respondiendo a sus oraciones, el Señor le hizo saber que el cambio efectuado en el cuerpo de los Tres tuvo por objeto privar a Satanás de todo poder en ellos, y que “fueron santificados en la carne, a fin de que fuesen santos, y no los pudiesen contener los poderes de la tierra. Y en este estado habrían de quedar hasta el día del juicio de Cristo; y en ese día sufrirán un cambio mayor, y serán recibidos en el reino del Padre para nunca más salir, sino morar con Dios eternamente en los cielos”.x Los Tres Nefitas ejercieron su ministerio en forma visible entre sus semejantes por casi trescientos años, y posiblemente más; pero al aumentar la maldad del pueblo, se retiraron estos tres ministros especiales, y de allí en adelante sólo se manifestaban a los pocos justos que permanecían. Mientras Moroni, que fue el último profeta de los nefitas, completaba la historia de Mormón, su padre, añadió a ella asuntos de su propio conocimiento, y escribió concerniente a estos tres discípulos del Señor, diciendo que permanecieron “hasta que las iniquidades de la gente aumentaron tanto, que el Señor no les permitió estar más entre el pueblo; y nadie sabe si están o no sobre la faz de la tierra. Mas he aquí, mi padre y yo los hemos visto, y ellos nos han atendido”.y Su ministerio habría de extenderse hasta los judíos y gentiles, entre quienes obran sin que se sepa su origen antiguo, y son enviados a las tribus esparcidas de Israel y a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos, de entre los cuales han traído y están trayendo muchas almas a Cristo, “a fin de que se cumplan sus deseos, y también por causa del poder convincente de Dios que hay en ellos”.z

Apostasía de la nación nefita tras el crecimiento de la Iglesia

La Iglesia de Jesucristo se desarrolló rápidamente en el país de Nefi y trajo a sus fieles miembros bendiciones sin precedente. Aun la animosidad hereditaria entre nefitas y lamanitas quedó olvidada, y todos vivieron en paz y prosperidad. Fue tan grande la unidad en la Iglesia, que sus miembros “tenían en común todas las cosas; por tanto, no había ricos ni pobres, esclavos ni libres, sino que todos tenían su libertad y participaban del don celestial”.a Populosas ciudades reemplazaron la desolación y la ruina que sobrevinieron al tiempo de la crucifixión del Señor. El país fué bendecido y el pueblo se gozaba en la justicia. “Y ocurrió que no había contenciones en el país, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo. Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna clase; y ciertamente no podía haber pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios.”b Nueve de los doce testigos especiales escogidos por el Señor pasaron a su descanso al llegar su tiempo señalado, y otros fueron ordenados en su lugar. Esta condición de bendita prosperidad y de tener los bienes en común continuó por un período de ciento sesenta y siete años; pero poco después ocurrió un cambio angustioso en extremo. El orgullo desalojó a la humildad, y la ostentación de ropas lujosas reemplazó la sencillez de días más felices; la rivalidad dio lugar a las contiendas, y de allí en adelante “dejaron de tener sus bienes y posesiones en común. Y empezaron a dividirse en clases, y a edificarse iglesias con objeto de hacerse ricos; y comenzaron a negar la verdadera Iglesia de Cristo”.c Se multiplicaron las iglesias establecidas por los hombres, y la persecución, hermana de la intolerancia, se hizo general. Los lamanitas pieles rojas volvieron a sus costumbres degeneradas y nació en ellos una hostilidad asesina contra sus hermanos blancos; y en ambas naciones se generalizó todo género de prácticas corruptas. Por muchos años los nefitas retrocedieron ante sus tenaces enemigos, dirigiéndose hacia el nordeste a través de lo que actualmente es el país de los Estados Unidos. Unos cuatrocientos años después de Cristo se libró la última gran batalla cerca del Cerro de Cumora,d y fue aniquilada la nación nefita.e Los lamanitas o indios americanos, resto degenerado de la posteridad de Lehi, han continuado hasta el día de hoy. Moroni, último de los profetas nefitas, escondió la historia de su pueblo en el Cerro de Cumora, de donde ha salido por medio de interposición divina en la dispensación actual. Esta historia, traducida por el don y el poder de Dios, y publicada para la edificación de todas las naciones, hoy está presente delante del mundo y es conocida como EL LIBRO DE MORMON.

Notas al Capitulo 39

  1. El país de Abundancia.—Comprendía la parte norte de la América del Sur y se extendía hasta el Istmo de Panamá. Hacia el norte colindaba con el País de Desolación, que comprendía la América Central, y en la última parte de la historia nefita era una extensión indefinida al norte del Istmo. El continente sudamericano generalmente es conocido en el Libro de Mormón como el País de Nefi.

  2. Las versiones judía y nefita del “Sermón del Monte.”—Como se indica en el texto, uno de los contrastes más impresionantes entre el Sermón del Monte y la virtual repetición del mismo tema por parte de nuestro Señor cuando visitó a los nefitas, es el de las profecías concernientes al cumplimiento de la ley de Moisés en el primer discurso, y la afirmación absoluta en el segundo, de que la ley se había cumplido. En las Bienaventuranzas aparecen ciertas diferencias, en cada una de las cuales el sermón nefita es más explícito. De manera que en lugar de: “Bienaventurados los pobres en espíritu” (Mateo 5:3), leemos: “Bienaventurados los pobres de espíritu que vienen a mí” (3 Nefi 12:3). En lugar de: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo), leemos: “Y bienaventurados todos los que padecen hambre y sed de justicia, porque ellos serán llenos del Espíritu Santo” (3 Nefi). En lugar de: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia” (Mateo), leemos: “Bienaventurados todos los que son perseguidos por causa de mi nombre” (3 Nefi). En lugar del difícil pasaje: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?” (Mateo), tenemos la expresión más clara: “Os concedo ser la sal de la tierra; pero si la sal perdiere su sabor, ¿con qué será salada la tierra?” (3 Nefi). Y como ya se ha dicho, en lugar de: “Ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo), tenemos: “Ni una jota ni una tilde ha pasado de la ley, sino que en mí toda ha sido cumplida” (3 Nefi). Las variaciones en los versículos subsiguientes son el resultado de esta diferencia entre el cumplimiento esperado (Mateo) y el cumplimiento efectuado (3 Nefi). En lugar de la fuerte analogía relacionada con el acto de echar fuera un ojo o cortar la mano que comete iniquidad (Mateo), leemos: “He aquí, os doy el mandamiento de no permitir que ninguna de estas cosas entre en vuestro corazón. Porque mejor es que os abstengáis de estas cosas, tomando así vuestra cruz, que ser arrojados en el infierno” (3 Nefi). Tras los ejemplos ilustrativos de la forma en que los requisitos del evangelio reemplazan los de la ley, la narración nefita presenta este espléndido resumen: “Por tanto, estas cosas que existían en la antigüedad, que se hacían bajo la ley, se han cumplido todas en mí. Las cosas antiguas han pasado, y todo se ha renovado. Por tanto, quisiera que fueseis perfectos como yo, o como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”

    En la narración del Sermón según S. Mateo, hallamos pocas distinciones entre los preceptos dirigidos a la multitud en general y las instrucciones dadas particularmente a los Doce. De manera que suponemos que en Mateo 6:25-34 se habló a los apóstoles, porque ellos, no el pueblo en general habrían de dejar a un lado toda actividad mundana; pero en el sermón pronunciado a los nefitas se aclara la distinción, de esta manera: “Y aconteció que cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, miró hacia los doce que había elegido, y les dijo: Acordaos de las palabras que he hablado. Porque he aquí, vosotros sois los que he escogido para ejercer el ministerio entre este pueblo. Os digo, pues: No os afanéis por vuestra vida, sobre lo que habéis de comer o lo que habéis de beber; ni tampoco por vuestro cuerpo, sobre lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Véase 3 Nefi 13:25-34) El capítulo 7 de S. Mateo empieza con las palabras: “No juzguéis, para que no seáis juzgados,” sin ninguna indicación si ha de tener aplicación general o especial. En cambio, el capítulo 14 de Tercer Nefi comienza en esta forma: “Y aconteció que después de haber pronunciado estas palabras, Jesús se volvió de nuevo hacia la multitud, y abriendo otra vez su boca, les dijo: No juzguéis, para que no seáis juzgados.” Sinceramente se recomienda a todo estudiante una comparación cuidadosa, versículo por versículo, del Sermón del Monte según S. Mateo, y el discurso del Señor resucitado a su pueblo sobre el continente occidental.

  3. Bautismos entre los nefitas después de la visita del Señor.—Leemos que antes de la segunda aparición de Cristo a los nefitas, los doce discípulos escogidos se bautizaron. (3 Nefi 19:10-13) Estos hombres indudablemente se habían bautizado antes, pues se había facultado a Nefi no sólo para bautizar a otros, sino ordenarlos con la autoridad necesaria para efectuar bautismos (3 Nefi 7:23-26). El bautismo de los discípulos en la mañana de la segunda visita del Salvador fue una reiteración de la ordenanza, es decir, fueron rebautizados para renovar sus convenios y confesar su fe en el Señor Jesús.

    Es posible que en los previos bautismos nefitas haya habido alguna irregularidad en la manera, o impropiedad en el espíritu de administrar la ordenanza; pues como ya hemos visto, el Señor, al dar sus instrucciones concernientes al bautismo, mandó al pueblo que no hubiera más disputas entre ellos en este respecto. (3 Nefi 11:28-33)

    En lo concerniente a un segundo o posteriores bautismos, el autor ha escrito (véase Artículos de Fe, págs. 158-160) substancialmente lo siguiente en otra parte: Las Escrituras citan pocos ejemplos de personas que hayan sido rebautizadas, y en cada uno de estos casos se manifiestan las circunstancias especiales que justificaron tal hecho. Así pues, leemos que Pablo bautizó a ciertos discípulos en Efeso, aunque ya habían sido sumergidos en el agua según la manera del bautismo de Juan. Pero en este caso el apóstol evidentemente estaba convencido de que el bautismo no se había efectuado con la autoridad debida, o que no se había instruido propiamente a los creyentes sobre la importancia de la ordenanza. Cuando puso a prueba la eficacia de su bautismo, preguntando: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?,” ellos respondieron: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.” Con sorpresa aparente les preguntó entonces: “¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.” (Véase Hech. 19:1-6)

    Actualmente se permite en la Iglesia una repetición del rito bautismal de una persona solamente de acuerdo con ciertas condiciones particulares. Por ejemplo, si uno que ha entrado en la Iglesia por el bautismo se aparta de ella, o es excomulgado, y entonces se arrepiente y desea volver a ser miembro, sólo por medio del bautismo puede lograrlo. Sin embargo, esto solamente constituye una repetición de la ordenanza iniciativa cual se le administró previamente. No hay en la Iglesia ninguna ordenanza de “rebautizar” que sea distinta en naturaleza, forma o propósito del bautismo anterior; por tanto, cuando se administra el bautismo a una persona que ha sido bautizada previamente, la forma de la ceremonia es exactamente igual que en el primer bautismo.