Jesucristo
Capitulo 26: El Ministerio de Nuestro Señor en Perea y Judea


Capitulo 26

El Ministerio de Nuestro Señor en Perea y Judea

DEL tiempo o circunstancias acompañantes en que nuestro Señor partió de Jerusalén después de la Fiesta de los Tabernáculos, el último otoño de su vida terrenal, nada nos es dicho. Los autores de los evangelios sinópticos relatan numerosos discursos, parábolas y milagros, efectuados en el curso de un viaje hacia Jerusalén, durante el cual Jesús, acompañado de los apóstoles, recorrió partes de Samaria, Perea y las regiones remotas de Judea. Leemos acerca de la presencia de Cristo en Jerusalén al tiempo de la Fiesta de la Dedicación,a unos dos o tres meses después de la Fiesta de los Tabernáculos, y es probable que durante este intervalo se efectuaron algunos de los acontecimientos que consideraremos en seguida.b Cierto es que Jesús partió de Jerusalén poco después de la Fiesta de los Tabernáculos, pero no se nos informa conclusivamente si volvió a Galilea o se pasó a la región de Perea, posiblemente desviándose y cruzando la frontera de Samaria durante una breve visita. Como previamente lo hemos hecho, dedicaremos nuestro estudio principalmente a sus palabras y obras, y sólo daremos importancia pasajera al lugar, tiempo u orden cronológica de las mismas.

Al acercarse el momento de su prevista traición y crucifixión, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén”,c aunque, como veremos, se dirigió hacia el norte en dos ocasiones, una cuando se apartó a la región de Betábara, y nuevamente cuando fue a Efraín.d

Es rechazado en Samariae

Jesús envió mensajeros delante de sí para anunciar su venida y hacer los preparativos para su recepción. Una de las aldeas samaritanas se negó a alojarlo y escucharlo “porque su aspecto era como de ir a Jerusalén”. El prejuicio racial había sobrepujado las reglas de la hospitalidad. Contrastan desfavorablemente este desprecio y las circunstancias de su primera visita a los samaritanos, cuando lo recibieron gozosos y le rogaron que permaneciera; pero en aquella ocasión no viajaba hacia Jerusalén, antes se alejaba de la ciudad.f

Esta falta de respeto manifestada por los samaritanos fue más de lo que sus discípulos pudieron tolerar sin protestar. Santiago y Juan, los impulsivos “Hijos del Trueno”, se resintieron tanto que desearon vengarse. “Señor—dijeron— ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”g Jesús reprendió la falta de caridad expresada por sus siervos: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.” Menospreciados en aquella aldea, la pequeña compañía se dirigió a otra, de acuerdo con las instrucciones dadas a los Doce sobre la manera de proceder en circunstancias semejantes.h Esta demostración fue sólo una de las impresionantes lecciones que recibieron los apóstoles sobre el tema de la tolerancia, la indulgencia, caridad, paciencia y longanimidad.

S. Lucas coloca en siguiente término el episodio de los tres hombres que sentían deseos, o estaban dispuestos a ser discípulos de Cristo. Parece que uno de ellos se desanimó al considerar los rigores consiguientes al ministerio; los otros deseaban ser dispensados momentáneamente del servicio, uno para asistir a los funerales de su padre, el otro para despedirse primeramente de sus amados. Esta narración, u otra semejante, aparece en el evangelio según S. Mateo en relación con otro asunto, y ya se ha considerado brevemente en estas páginas.i

Los Setenta son comisionados y enviados

La importancia suprema del ministerio de nuestro Señor, junto con la brevedad del tiempo que le quedaba en la carne, exigía más obreros misionales. Los Doce habrían de permanecer con El hasta el fin, ya que era necesario utilizar toda hora disponible para instruirlos y capacitarlos, y de esa manera continuar preparándolos para las grandes responsabilidades que caerían sobre ellos tras la partida del Maestro. Para ayudar en la obra del ministerio, Jesús llamó y comisionó a los Setenta, a los cuales inmediatamente “envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir”.j La necesidad de sus servicios quedó expresada en la introducción al impresionante cometido mediante el cual fueron instruidos respecto de sus deberes. “Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.”k

Se repitieron a los Setenta muchos asuntos comprendidos en las instrucciones dadas a los Doce antes que éstos emprendieran su gira misional. Les fue dicho que debían esperar ser tratados fríamente y aun con hostilidad; su situación sería comparable a la de corderos en medio de lobos. Debían viajar sin bolsa o alforja, de modo que necesariamente tendrían que depender de la ayuda que Dios les proporcionara por conducto de aquellos entre quienes obraran. Dada la urgencia de su misión, no debían demorar en el camino para iniciar o renovar amistades personales. Al entrar en una casa debían invocar su paz sobre ella; si la familia merecía el don, tendría paz; de lo contrario, los siervos del Señor sabrían que su invocación no surtiría efecto.l

A toda familia que los recibiese, habían de conferir su bendición, sanando a los enfermos y proclamando que el reino de Dios había llegado a esa casa. No debían ir de una casa a otra buscando alojamiento más cómodo, ni esperar o desear ser agasajados, antes debían aceptar lo que se les ofreciera, comiendo lo que les fuera puesto por delante, compartiéndolo en esa forma con la familia. Si una ciudad los rechazaba, habían de apartarse de allí, dejando, sin embargo, su testimonio solemne de que aquella ciudad había menospreciado el reino de Dios que le fue llevado a sus puertas, y dando fe de ello sacudiendo el polvo de los pies contra ese lugar.m No era su prerrogativa pronunciar un anatema o maldición, pero el Señor les aseguró que un castigo peor que la destrucción de Sodoma sobrevendría a tal ciudad.n Les recordó que eran sus siervos y, por tanto, quienes los escucharan o se negaran a escucharlos serían juzgados de haber hecho lo mismo con El.

A ellos no se impuso la restricción, dada a los Doce, de no entrar en los pueblos samaritanos o en las tierras de los gentiles. Esta diferencia se debió al cambio de situación, porque ahora el itinerario proyectado de Jesús lo llevaría a territorio no judío, donde su fama ya se había extendido; y además, en su plan estaba comprendido un ensanchamiento de la difusión del evangelio que finalmente se extendería por todo el mundo. Debían hacer caso omiso del estrecho prejuicio judío contra los gentiles en general y los samaritanos en particular; ¿y qué mejor prueba de esta empresa que enviar ministros autorizados a estos pueblos? Debemos tener presente el carácter progresivo de la obra del Señor. Al principio se limitó el campo de la predicación del evangelio a la tierra de Israel,o pero durante la vida de nuestro Señor se inauguró el principio de su ensanchamiento; y expresamente lo mandó a sus apóstoles después de su resurrección.p Debidamente instruidos, los Setenta emprendieron su misión.q

Al hablar de la condenación que sobrevendría a los que intencionalmente rechazaran a los siervos autorizados de Dios, surgieron en la mente de nuestro Señor tristes memorias de los desprecios que había sufrido y de las muchas almas impenitentes que vivían en las ciudades donde había efectuado tantas obras maravillosas. Con profunda tristeza pronunció los ayes que entonces se cernían sobre Corazín, Betsaida y Capernaum.r

Vuelven los Setenta

El tiempo que transcurrió entre la salida de los Setenta y su regreso pudo haber sido considerable, tal vez semanas y posiblemente meses. No nos es dicho en qué época o lugar se volvieron a reunir con el Maestro; pero sí estamos seguros de que la autoridad y el poder de Cristo se manifestaron abundantemente en su ministerio, y que se habían regocijado a causa de ello. “Señor—le dijeron—aun los demonios se nos sujetan en tu nombre.”s Al oír este testimonio, Jesús afirmó solemnemente: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.” Estas palabras se refirieron a la expulsión del rebelde hijo de la mañana después de su derrota por Miguel y las huestes celestiales.t El Señor encomió a los Setenta por sus fieles labores, y con la condición sobrentendida de que continuarían fieles, les aseguró que gozarían de facultades más amplias: “Os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.”u En la promesa de que pisarían serpientes y escorpiones estaba comprendida la inmunidad contra el daño de los animales venenosos que encontraran en el cumplimiento de sus deberes,v así como el poder para vencer a los espíritus inicuos que sirven al diablo, expresamente llamado la serpiente en otro lugar.x No obstante la grandeza de este poder y autoridad que de la manera citada les sería comunicado, se aconsejó a estos discípulos que no se regocijaran a causa de ello, ni tampoco por el hecho de que los espíritus malos se habían sujetado a ellos, sino más bien porque el Señor los aceptaba, y porque sus nombres se hallaban escritos en los cielos.y

Jesús se regocijó al ver el justo gozo y fidelidad de sus siervos. La manera más adecuada de dar voz a su felicidad fue por medio de la oración, y se expresó de esta manera: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.” Comparados con los eruditos de la época, tales como los rabinos y escribas, cuyo conocimiento sólo servía para endurecer sus corazones contra la verdad, estos siervos devotos eran como niños en humildad, confianza y fe. Tales niños han constituido y constituyen los nobles del reino. Igual que en las horas de angustia sombría, en este momento de justo regocijo por la fidelidad de sus discípulos, Jesús se comunicó con el Padre, cuya voluntad El tenía por objeto único cumplir.

El gozo de nuestro Señor en esta ocasión se puede comparar con el que sintió cuando Pedro prorrumpió en una confesión nacida del alma, y declaró: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente.” Solemnemente dijo a los Setenta: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” Entonces, hablando más íntimamente a los discípulos, añadió: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oir lo que oís, y no lo oyeron.”

¿Quién es mi prójimo?

Ya hemos visto que los fariseos y otros de su categoría estaban continuamente al acecho para hostigar y posiblemente desconcertar a Jesús sobre cuestiones de ley y doctrina, y provocarlo a que obrara o hablara contra el orden establecido.z Posiblemente la narración que S. Lucas coloca en seguida de su relato acerca del gozoso regreso de los Setenta sea uno de tantos esfuerzos, porque nos dice que “un intérprete de la ley”, hizo una pregunta a Jesús para probarlo.a Considerando con toda la benevolencia posible el motivo del interrogante—y tomando en cuenta que la Biblia emplea la frase “para probarle”, que aun cuando no significa necesaria o principalmente incitar al mal,b sí sobrentiende el elemento de entrampar o tender un lazo—podemos suponer que deseaba poner a prueba el conocimiento y prudencia del famoso Maestro, probablemente con el objeto de ridiculizarlo. Ciertamente no tenía por objeto buscar sinceramente la verdad.

Este abogado, poniéndose de pie entre los que se habían reunido para escuchar a Jesús, preguntó: “Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”c Jesús contestó con otra pregunta, en la cual claramente se daba a entender que si este hombre, que se preciaba de estar versado en la ley, hubiese leído y estudiado debidamente, sabría sin preguntar lo que le era requerido. “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?” El hombre respondió con una admirable síntesis de los mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.”d La respuesta mereció la aprobación de Jesús, que le dijo: “Bien has respondido; haz esto y vivirás.” Estas sencillas palabras contenían un reproche que el intérprete de la ley debe haber advertido, pues ponían de relieve la diferencia entre saber y hacer. Malogrado su plan de confundir al Maestro, y probablemente comprendiendo que él, en calidad de intérprete de la ley, no había hecho descollar su erudición con tan sencilla pregunta que él mismo contestó en seguida, mansamente quiso justificarse haciendo otra interrogación: “¿Y quién es mi prójimo?” Bien podemos estar agradecidos por la pregunta del abogado, porque hizo brotar de la inagotable fuente de sabiduría del Maestro, una de sus parábolas más estimadas. La historia, conocida como la Parábola del Buen Samaritano, es la siguiente:

“Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.”

Entonces Jesús le preguntó: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Vé, y haz tú lo mismo.”e

Podemos conceptuar que el motivo por el cual preguntó el intérprete de la ley, “¿Quién es mi prójimo?”—aparte del deseo de justificarse y hallar la mejor manera de salir de una situación embarazosa—se fundaba en el deseo de buscarle un límite a la aplicación de la ley, fuera del cual no tendría la obligación de obrar. Si tenía que amar a su prójimo como a sí mismo, procuraría el menor número posible de prójimos. Sus pensamientos pudieron haber sido semejantes a los de Pedro, que anhelaba saber precisamente cuántas veces tenía la obligación de perdonar al hermano que lo ofendiera.f

La parábola con la cual nuestro Señor contestó la pregunta del abogado rebosa de interés como narración solamente, y con más particularidad porque en ella se incorporan lecciones preciosas. Y sin embargo, se acomodaba tan adecuadamente a las condiciones existentes, que, como sucede con la anécdota del sembrador que salió a sembrar, y otras parábolas narradas por el Señor Jesús, pudo haber sido un acontecimiento real a la vez que una parábola. Era bien sabido que los salteadores de caminos infestaban el tramo entre Jerusalén y Jericó; de hecho, se daba el nombre de Vía Sangrienta a una sección de la calzada por motivo de las frecuentes atrocidades cometidas allí. Jericó descollaba prominentemente como residencia de muchos sacerdotes y levitas. El sacerdote, que por respeto a su oficio, cuando no por ninguna otra causa, debía haber estado dispuesto y presto para hacer un acto de misericordia, vió al caminante herido y se pasó del otro lado. Siguió un levita; se detuvo brevemente para mirar, y también se pasó de largo. Estos deberían haberse acordado de los requerimientos categóricos de la ley, que si una persona veía un asno o buey caído en el camino, no debía apartarse sin ayudar al dueño a levantarlo otra vez.g Si tal era su obligación hacia el animal de un prójimo, cuanto más grave su responsabilidad cuando el hermano mismo se hallaba en una situación tan crítica.

Indubablemente el sacerdote y el levita tranquilizaron su conciencia con una amplia disculpa por su conducta inhumana; tal vez iban de prisa, o quizá tenían miedo de que los salteadores volviesen y ellos mismos fueran víctimas de su violencia. Cuán fácil es hallar disculpas; brotan tan espontánea y abundantemente como las hierbas al lado del camino. Cuando el samaritano pasó por allí y vio el lamentable estado del herido, no halló ninguna excusa, porque no la necesitaba. Habiendo hecho lo que pudo en materia de primeros auxilios, de acuerdo con las atenciones médicas de la época, colocó a la víctima sobre su propia bestia, probablemente una mula o asno, y lo llevo al mesón más próximo donde lo atendió personalmente e hizo arreglos para que le dieran el cuidado adicional que requiriese. La diferencia esencial entre el samaritano y los otros consistió en que aquél tenía un corazón compasivo, mientras que éstos eran desamorosos y egoístas. Aunque no lo dice en forma definitiva, es casi seguro que la víctima de los ladrones era judío; así lo requiere la parábola. El hecho de que el misericordioso era samaritano indica que aquellos a quienes los judíos despreciaban y llamaban herejes, podían sobrepujarlos en buenas obras. Para un judío, sólo otro judío era su prójimo. No hay justificación para juzgar al sacerdote, el levita y el samaritano de ser representantes típicos de los de su clase; indudablemente había muchos judíos bondadosos y caritativos, y también muchos samaritanos despiadados. No obstante, los personajes de la parábola ilustraron admirablemente la lección del Maestro; y las palabras de la aplicación que El hizo fueron penetrantes por su sencillez y pertinencia.

Marta y Maríah

En una de sus visitas a Betania, pequeña aldea a unos tres kilómetros de Jerusalén, Jesús se hospedó en el hogar de dos hermanas, Marta y María. Marta era la ama de casa, y por tal razón asumió la responsabilidad de recibir debidamente al distinguido Huésped. Mientras se afanaba con los preparativos y “se preocupaba con muchos quehaceres”—todo ello con la buena intención de dar comodidad y hospedaje a Jesús—María estaba sentada a los pies del Maestro escuchando sus palabras con atención reverente. Marta, turbada por el mucho trabajo, entró y dijo: “Señor, no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.” Se dirigió a Jesús, pero realmente le hablaba a María. Momentáneamente había perdido su tranquilidad preocupándose indebidamente por detalles insignificantes. Es razonable inferir que Jesús gozaba de cierta intimidad con la familia, de lo contrario esta buena mujer difícilmente habría solicitado su ayuda en un pequeño asunto de quehaceres domésticos. El Señor contestó su queja con notable ternura: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.”

No fue una reprensión del deseo que sentía Marta de atenderlo debidamente; ni aprobación de posible negligencia por parte de María. Podemos suponer que ésta había estado ayudando con toda voluntad antes de la llegada del Maestro; pero habiendo venido, prefirió permanecer con El. Si culpablemente hubiera estado desatendiendo sus deberes, Jesús no habría encomiado su preferencia. El buscaba no solamente comodidades físicas y comidas bien dispuestas y servidas, sino la compañía de las dos hermanas, y más que todo, su atención receptiva a lo que tenía que decir. El podía darles más de lo que a ellas les era posible disponer para El. Jesús amaba a estas dos hermanas, así como a su hermano.i Ambas mujeres eran muy apegadas a Jesús, y cada cual se expresó en su propia manera. Marta era de naturaleza práctica, preocupada por el servicio material; mujer de carácter hospitalario y abnegado. María, contemplativa y más inclinada hacia lo espiritual, mostró su devoción mediante el servicio del compañerismo y agradecimiento.j

Por haber descuidado los deberes de la casa, esos pequeños detalles que producen o interrumpen la paz de la familia, más de una mujer ha convertido su hogar en una casa incómoda; y muchas otras han eliminado los elementos esenciales del hogar a causa de su persistente afán, asumido por ellas mismas, con el cual niegan a sus queridos el aliento de su compañerismo amoroso. El servicio que se lleva hasta un extremo o el otro puede convertirse en descuido, pese a lo devoto que sea. Hay un tiempo para trabajar dentro del hogar, así como fuera de casa; toda familia debe hallar el tiempo para cultivar la mejor parte, lo esencial, a saber, el verdadero desarrollo espiritual.

“Pedid, y se os dará”k

“Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar.” El ejemplo de nuestro Señor y el espíritu de la oración que se manifestaba en su vida diaria, impulsó a los discípulos a solicitar instrucciones sobre la manera de orar. La ley no estipulaba ninguna forma de oración particular, pero las autoridades judías habían prescrito oraciones formales, y Juan el Bautista había instruido a sus discípulos respecto de la manera de orar. Correspondiendo a la solicitud de los discípulos, Jesús repitió el breve epítome de adoración y súplica nacida del alma que nosotros llamamos comúnmente el Padrenuestro. Previamente lo había hecho en relación con el Sermón del Monte,l y al repetir la oración en esta oportunidad, el Señor le añadió un suplemento, explicando la necesidad imperativa de orar con sinceridad y perseverancia continua. Ilustró la lección con la Parábola del Amigo a la Medianoche:

“Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite.”

El hombre a cuyo hogar había llegado el amigo a la medianoche no podía permitir que su retrasado y fatigado huésped se quedara sin comer; sin embargo, no había pan en la casa. Convirtió en suyas las necesidades de su visitante y suplicó ante la puerta del vecino como si estuviese pidiendo para sí mismo. El vecino no quería levantarse de su cómoda cama y molestar a toda la familia para ayudar a otro; pero, vista la importunidad del que llamaba a su puerta, por fin se levantó y le dio lo que necesitaba para que se fuera y lo dejara dormir en paz. En calidad de comentario e instrucción, el Maestro añadió: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.”

El hombre hospitalario de la parábola no permitió que se le desantendiera; continuó llamando a la puerta hasta que fué abierta; y como resultado recibió lo que quería, encontró lo que había salido a obtener. Algunos consideran la parábola difícil de aplicar, en vista de que se relaciona con el aspecto egoísta de la naturaleza humana, el elemento amante de las comodidades, y aparentemente se emplea para simbolizar la dilación intencional de Dios. Sin embargo, la explicación se aclara cuando se considera debidamente el contexto. La lección que el Señor quiso enseñar fue ésta: Si el hombre con todo su egoísmo y falta de inclinación para dar, le concede a su vecino lo que pide y sigue pidiendo para un propósito adecuado, a pesar de las objeciones y desprecios momentáneos, entonces con doble seguridad otorgará Dios lo que persistentemente se pide con fe y con justo deseo. No existe ningún paralelo entre la egoísta negación del hombre y la prudente y benéfica detención de Dios. A fin de que la oración resulte eficaz, uno debe estar consciente de que hay verdadera necesidad de orar, así como verdadera confianza en Dios; y el Padre en su misericordia a veces demora la concesión, a fin de que la súplica sea más ferviente. De modo que, según las palabras de Jesús: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”

Algún tiempo después Jesús pronunció otra parábola, cuyo mensaje es tan similar al relato del huésped nocturno, que conviene considerarla en esta oportunidad. Se conoce como la Parábola del Juez Injusto o de la Viuda Importuna:

“Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.”m

El juez era de carácter impío; no quería hacerle justicia a la viuda, la cual de nadie más podía obtener reparación. Se vio impelido a obrar por el deseo de verse libre de la importunidad de la mujer. No cometamos el error de comparar este hecho egoísta con las vías de Dios. Jesús no quiso decir que así como el juez impío finalmente cedió a los ruegos, en igual manera lo hará Dios; pero sí indicó que si aun tal persona como este juez, que “ni temía a Dios, ni respetaba a hombre”, finalmente escuchó y concedió la súplica de la mujer, nadie debe dudar de que Dios, Justo y Misericordioso, también oirá y contestará. La obstinación del juez, totalmente inicua en lo que a él concernía, pudo al fin haber redundado en beneficio de la viuda; pues si fácilmente hubiese podido ella obtener reparación, tal vez se habría vuelto descuidada nuevamente, con la posibilidad de que le resultara un adversario peor que el primero. Se declara en forma categórica el propósito para el cual el Señor relató esta parábola; fue, como lo dicen las Escrituras, para hacerles ver “la necesidad de orar siempre, y no desmayar”.n

Crítica de los fariseos y abogadoso

La obra misericordiosa de nuestro Señor, de echar fuera a un demonio que se había posesionado de un hombre, tra-yéndole como consecuencia la mudez, nuevamente hizo surgir una variedad de comentarios respecto del origen de sus poderes sobrehumanos. Se revivió la antigua teoría farisaica de que sujetaba los demonios “por Beelzebú, príncipe de los demonios”. Igual que en esa ocasión anterior, a la cual ya nos referimos, se demostró la absoluta ridiculez de tal concepto.p Continuando su discurso, Jesús habló de las tinieblas espirituales que impelen a los inicuos a buscar señales, mencionó el desengaño y condenación que los esperan, y declaró otros preciosos preceptos.q

“Luego que hubo hablado, le rogó un fariseo que comiese con él.” Los acompañaron otros fariseos así como intérpretes de la ley, y Jesús intencionalmente omitió el lavamiento ceremonial de manos, que todos los demás de la compañía escrupulosamente observaron antes de sentarse a la mesa. La omisión provocó un murmullo de desaprobación, cuando no censura audible. Jesús empleó la ocasión para expresar una punzante crítica de la exterioridad farisaica, comparándola al lavamiento de un receptáculo por fuera mientras que el interior permanece sucio. “Necios—les dijo—¿el que hizo lo de afuera no hizo también lo de adentro?” Podríamos darle esta otra forma a la pregunta: “¿Acaso Dios, que estableció las observancias exteriores de la ley, no ordenó también los requerimientos interiores y espirituales del evangelio?” Respondiendo a la interrogación de uno de los intérpretes de la ley, Jesús los incluyó en su reproche comprensivo. Los fariseos y los escribas se ofendieron por esta censura dirigida en contra de ellos, por lo que “comenzaron a estrecharle en gran manera, y a provocarle a que hablase de muchas cosas; acechándole, y procurando cazar alguna palabra de su boca para acusarle”. En vista de que las palabras que nuestro Señor habló en esta ocasión, son las mismas que más tarde pronunció en el templo, conviene aplazar un estudio más extenso del asunto hasta que consideremos, en su orden, ese notable acontecimiento.r

Los discípulos son amonestados y alentadoss

El interés popular en los movimientos de nuestro Señor se manifestó con la misma intensidad en la región allende el Jordán, que la que había suscitado en Galilea. Leemos que lo rodeaba “por millares la multitud, tanto que unos a otros se atropellaban”. Dirigiéndose a la muchedumbre, y más particularmente a sus discípulos, Jesús les advirtió que se cuidaran de la levadura de los fariseos, que El tildó de hipocresía.t Con los hechos que tan recientemente se habían desarrollado en la mesa del fariseo, la amonestación cobró significado especial. Se repitieron algunos de los preceptos a que nos referimos en relación con su ministerio en Galilea, y se hizo particular hincapié en la superioridad del alma sobre el cuerpo, y de la vida eterna comparada con la breve duración de la existencia terrenal.

Uno de la compañía, pensando sólo en sus intereses egoístas, incapaz de ver más allá del aspecto material de la vida, levantó la voz y exclamó: “Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia.” Jesús inmediatamente se negó a actuar como mediador o juez en el asunto, y respondió: “Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” Se manifiesta claramente la prudencia de su no intervención. Como en el caso de la mujer adúltera que le habían traído para que se le pronunciara juicio,u igualmente se refrenó de interponerse en asuntos de administración legal en esta ocasión. Si hubiera obrado en forma contraria, probablemente se habría visto envuelto en una disputa inútil, y posiblemente dado apoyo a la imputación de que estaba arrogándose las funciones de los debidamente establecidos tribunales. Sin embargo, la súplica del hombre sirvió de núcleo a varias instrucciones útiles; su demanda de que se le diera parte de la herencia de la familia causó que Jesús dijera: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.” Esta amonestación, que es al mismo tiempo una profunda declaración de verdad, se destaca en la Parábola del Rico Insensato. La narración es la siguiente:

“La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”v

Este hombre había acumulado su abundancia por medio del trabajo y la frugalidad; los campos abandonados o indebidamente cultivados no producen copiosamente. La narración no lo representa como dueño de riquezas que no eran legalmente suyas. Sus planes para almacenar debidamente sus cosechas y bienes no eran malos en sí, aunque pudo haber considerado mejores maneras de distribuir su hacienda socorriendo a los necesitados. Fueron dos sus pecados: En primer lugar, veía su gran abundancia principalmente como el medio de lograr su comodidad personal y satisfacciones sensorias; en segundo, engreído con su prosperidad material, no sólo había hecho caso omiso de reconocer la mano de Dios, sino que aun contaba los años como propios. En el momento de su holganza egoísta fue herido. No se nos informa si la voz de Dios le llegó en forma de un temible presentimiento de su muerte inminente, o si fué por conducto de un mensajero angélico o de alguna otra manera; como quiera que sea, la voz decretó su destino: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma.”x

Había utilizado su tiempo y las facultades de su cuerpo y mente para sembrar, segar y almacenar … todo para él. ¿Y qué fue de todo aquello? ¿Para quién fueron las riquezas por las cuales puso en peligro su alma, empeñado en acumularlas? Si no hubiera sido tan necio, tal vez habría llegado a comprender, como Salomón antes de él, la vanidad de acumular riquezas para otro, quizá incapaz de manejarlas.y

Volviéndose a los discípulos, Jesús reiteró algunas de las gloriosas verdades que había proclamado al predicar sobre el monte,z y citó las aves del aire, los lirios y la hierba del campo como ejemplos del solícito cuidado del Padre. Amonestó a sus oyentes a que buscaran el reino de Dios, pues haciéndolo verían que todas las cosas necesarias les serían añadidas. “No temáis, manada pequeña—continuó con tono cariñoso y de consideración paternal—porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino.” Les fue instado a que guardaran sus tesoros en bolsas que no se envejecen,a en receptáculos dignos del tesoro celestial, los cuales, a distinción de los bienes del rico necio, el alma no dejará atrás cuando fuere llamada. El hombre cuyo tesoro es terrenal lo deja todo al morir; aquel cuya riqueza se halla en los cielos va a lo que es suyo, y la muerte no es sino la puerta que lo conduce a su caudal.

Se amonestó a los discípulos a que siempre estuviesen preparados, esperando la vuelta de su Señor como los siervos que velan durante la noche con la luz encendida; y en vista de que el señor de la casa viene cuando a él le place, en las primeras o postreras velas de la noche, si al llegar encuentra a sus fieles siervos listos para abrir inmediatamente en cuanto toque, serán honrados como lo merecen. Así también ha de venir el Hijo del Hombre, quizá cuando menos lo esperen. A la pregunta de Pedro, que si “esta parábola” era para los Doce solamente o para todos, Jesús no contestó directamente; sin embargo, la respuesta quedó comprendida en la continuación de la alegoría contrastante de los siervos fieles y malvados.b “¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración?” El mayordomo fiel sirve de tipo adecuado de los apóstoles, individualmente o en conjunto. En su categoría de mayordomos tenían la responsabilidad de vigilar a los demás siervos así como la casa; y en vista de que a ellos les fue dado más que a los otros, en igual manera les sería requerido más; y tendrían que dar cuenta más exacta de su mayordomía.

El Señor entonces se refirió con algún sentimiento a su propia misión, y especialmente a los espantosos acontecimientos que pronto le sobrevendrían, diciendo: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!” Una vez más habló de las contiendas y disenciones que acompañarían la predicación de su evangelio, y se refirió al significado de los acontecimientos que en esa época eran corrientes. A los que siempre estaban listos para interpretar las señales del tiempo, y sin embargo permanecían intencionalmente ciegos a los importantes desarrollos de la época, tachó cáusticamente de hipócritas.c

“Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”d

Algunos de los que habían estado escuchando el discurso de nuestro Señor le relataron las circunstancias de un acontecimiento trágico que se había verificado, probablemente poco antes, dentro de los muros del templo. Los soldados romanos habían dado muerte a un número de galileos al pie del altar, de modo que su sangre se había mezclado con la de las víctimas sacrificadas. Es probable que la matanza de estos galileos vino como consecuencia de alguna demostración violenta de resentimiento judío contra la autoridad romana, acto que el procurador Pilato interpretó como una insurrección incipiente que era necesario sofocar rápidamente a fuerza de armas. Como estas sublevaciones no eran infrecuentes, se había erigido la torre o fortaleza romana de Antonia en posición tal que dominaba los patios del templo, con los cuales estaba unida por medio de una ancha gradería; y así los soldados podían llegar rápidamente al patio en cuanto surgía la primera señal de algún disturbio. No se declara con qué propósito los informantes comunicaron este asunto a Jesús; pero cabe la probabilidad de que al hablarles de las señales de los tiempos, se acordaron de la tragedia y les vino el deseo de especular sobre el significado más profundo de lo ocurrido. Quizá algunos se preguntaban si la suerte que sobrevino a estas víctimas galileas acaso no fue una retribución merecida. Como quiera que sea, Jesús se refirió al concepto que se habían formado. Por medio de preguntas y respuestas les aseguró que no había razón para juzgar a los que habían sido muertos en esa manera, de ser más pecadores que el resto de los galileos, y luego añadió: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”

Entonces, refiriéndose por su propia cuenta a otra catástrofe, citó la ocasión en que dieciocho personas habían muerto al caer sobre ellos una torre en Siloé, y afirmó que no por eso debería considerárseles de ser más pecadores que cualquier otro jerosolimitano. Y volvió a reiterar: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” Quizá algunos creían que los hombres sobre quienes había caído la torre se habían merecido tal castigo; y aumentaría la probabilidad de este concepto si resultara ser correcta la suposición generalmente aceptada, de que esta calamidad les sobrevino mientras trabajaban, empleados por los romanos, en la construcción de un acueducto, para lo cual Pilato había echado mano del “corbán” o sagrado tesoro entregado por voto al templo.e

No es prerrogativa del hombre decidir sobre los propósitos y designios de Dios, ni juzgar, sin más razonamiento que el humano, si tal o cual persona padeció un desastre como consecuencia directa de sus pecados individuales.f Sin embargo, los hombres siempre han mostrado propensión a juzgar en esta forma. Son muchos los que heredan el espíritu de los amigos de Job, los cuales dieron por sentada su culpabilidad, de bido a las grandes calamidades y sufrimientos que le habían sobrevenido.g Aun mientras Jesús hablaba, se cernía sobre el templo, la ciudad y la nación una calamidad sombría y espantosa; y a menos que el pueblo se arrepintiera y aceptara al Mesías, que entonces se hallaba en medio de ellos, se verificaría el decreto de destrucción hasta su terrible cumplimiento. De ahí, pues, que como dijo Jesús, a menos que el pueblo se arrepintiera, tendría que perecer. La necesidad imperativa de una reforma quedó ilustrada en la Parábola de la Higuera Estéril.

“Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? El entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después.”h

En la literatura judía, particularmente en la doctrina rabínica, frecuentemente se menciona la higuera como símbolo de la nación. La amonestación comprendida en la parábola es clara; el elemento de la posibilidad de escapar es igualmente palpable. Si la higuera representa al pueblo del convenio, entonces la viña naturalmente ha de ser el mundo en general, y el viñador, el Hijo de Dios, el cual por medio de su ministerio personal y solícito cuidado intercede por el árbol estéril, con la esperanza de que aún llegue a dar fruto. La parábola es de aplicación universal; pero en lo que respecta a su aplicación especial a la “higuera” judía de aquella época, la consumación consiguiente fue espantosa. Juan el Bautista había proclamado la amonestación de que el hacha ya estaba puesta a la raíz de los árboles, y que todo árbol infructuoso sería talado.i

Es sanada una mujer en el día de reposoj

Un cierto día de reposo, Jesús enseñaba en una sinagoga; en qué lugar no nos es dicho, pero probablemente fue en una de las aldeas de Perea. Se hallaba presente una mujer que durante dieciocho años había estado padeciendo de una enfermedad que había torcido y atrofiado los músculos de su cuerpo a tal grado que andaba encorvada, “y en ninguna manera se podía enderezar”. Jesús la llamó a su lado y sin esperar que le hiciera una solicitud, dijo sencillamente: “Mujer, eres libre de tu enfermedad.” Acompañó a estas palabras el acto de la imposición de manos, rasgo de su ministerio sanador que no siempre efectuaba. La mujer sanó en el acto y se enderezó; y, reconociendo la fuente del poder mediante el cual fue librada de su aflicción, glorificó a Dios con una oración ferviente de acción de gracias. Indudablemente muchos de los presentes se regocijaron con ella; pero hubo uno cuya alma solamente sintió indignación, y éste era el principal o director de la sinagoga. En lugar de dirigirse a Jesús, cuya potestad tal vez temía, virtió sus malos sentimientos sobre el pueblo, declarando que había seis días en los cuales los hombres debían trabajar, y que en esos días podían presentarse todos los que desearan ser sanados, pero no en el día de reposo. La represensión aparentemente fue para el pueblo, especialmente la mujer que había recibido la bendición, pero en realidad la dirigió a Jesús; porque si en la curación había habido algún elemento de trabajo, fue El quien lo efectuó, no la mujer, ni ninguno de los otros. El Señor respondió directamente al principal de la sinagoga: “Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?”

De esto se puede inferir que el padecimiento de la mujer se debía a una causa mayor que la condición de sus músculos; pues S. Lucas, siendo él mismo médico,k nos dice que “tenía espíritu de enfermedad”, y repite las palabras significativas del Señor, de que Satanás la había tenido atada dieciocho años. Sin embargo, cualquiera que haya sido su enfermedad, ora física en su totalidad, ora en parte mental y espiritual, la mujer quedó libre de su aflicción. Una vez más el Cristo resultó triunfante; y “se avergonzaban todos sus adversarios”, al grado de no osar decir más, mientras que los creyentes se regocijaban. Tras el reproche dirigido al principal de la sinagoga, Jesús pronunció un breve discurso en el cual quedaron comprendidas algunas de las enseñanzas presentadas anteriormente en Galilea, incluso las parábolas de la semilla de mostaza y de la levadura.l

¿Se salvarán muchos o pocos?m

Mientras continuaba su viaje hacia Jerusalén, Jesús enseñó en muchas de las ciudades y aldeas de Perea. Los Setenta, a quienes envió a fin de preparar al pueblo para recibir su ministerio, probablemente habían anunciado su venida. Uno de aquellos a quienes su doctrina había impresionado, le hizo esta pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Jesús respondió: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.”n Amplió luego este consejo para mostrar que el descuido o la postergación de la obediencia a los requisitos de la salvación puede resultar en la pérdida del alma. Al cerrarse la puerta del juicio, muchos empezarán a llamar y algunos dirán que conocieron al Señor porque comieron y bebieron con El, y oyeron sus enseñanzas en sus propias casas; pero a los que no aceptaron la verdad cuando les fue ofrecida, el Señor dirá: “Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad.” También se amonestó al pueblo que su linaje israelita en ninguna manera los salvaría, porque muchos que no eran del pueblo del convenio creerían y se salvarían, mientras que los israelitas indignos serían echados fuera.o Por consiguiente, “hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros”.

Se advierte a Jesús del complot de Herodesp

El día en que pronunció el discurso que acabamos de considerar, llegaron a Jesús ciertos fariseos con esta amonestación y consejo: “Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.” Hasta aquí hemos visto la hostilidad manifiesta de los fariseos hacia el Señor, o sus maquinaciones secretas en contra de El; y algunos comentadores ven en esta advertencia otra prueba de la astucia farisaica, cuyo fin posiblemente era remover la presencia de Cristo de esa provincia, o encaminarlo hacia Jerusalén donde su tribunal supremo nuevamente podría echarle mano. ¿No conviene que seamos liberales y caritativos en nuestro juicio de las intenciones de otros? Indudablemente había hombres buenos en la fraternidad de los fariseos,q y los que informaron a Cristo del complot contra su vida posiblemente fueron impulsados por razones compasivas, y aun pudieron haber sido creyentes en sus corazones.

La respuesta de Jesús parece apoyar la probabilidad de que Herodes estaba tramando contra la libertad o vida de nuestro Señor. Recibió la información con toda seriedad, y lo que comentó al respecto constituye una de sus declaraciones más severas dirigidas contra cualquier individuo. “Id, y decid a aquella zorra—les declaró—he aquí, echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra.” La mención de hoy, mañana y el tercer día fue la manera de expresar el tiempo presente en el que el Señor obraba entonces, el futuro inmediato durante el cual continuaría su ministerio—El sabía que el día de su muerte no ocurriría sino hasta dentro de algunos meses—y el tiempo en que habría de terminar su obra terrenal y El fuera perfeccionado. Incontrovertiblemente dio a entender que no tenía la intención de apresurarse, acortar su viaje o cesar sus obras por temor de Herodes Antipas, de cuya astucia y mañas no había mejor tipo que la artera y carnívora zorra. No obstante, Cristo se proponía seguir adelante, y dentro de poco, en el curso ordinario de su obra, saldría de Perea, que era parte del dominio de Herodes, y llegaría a Judea; y en la hora conocida de antemano haría su entrada final en Jerusalén, porque en tal ciudad tendría que efectuar su sacrificio. “No es posible—explicó—que un profeta muera fuera de Jerusalén.”

La terrible realidad de que El, el Cristo, sería muerto en la ciudad principal de Israel lo impulsó a declarar su conmovedora profecía contra Jerusalén, que volvió a repetir cuando por última vez se escuchó su voz dentro de los recintos del templo.r

Notas al Capitulo 26

  1. El ministerio de Cristo después que partió de Galilea por la última vez.—Juan nos dice que Jesús viajó “no abiertamente, sino como en secreto” (7:10), al dirigirse de Galilea a Jerusalén para asistir a la Fiesta de los Tabernáculos. Parece improbable que las numerosas obras, que en las narraciones sinópticas caracterizan el ministerio de nuestro Señor desde Galilea hasta Perea, Samaria y partes de Judea, se hayan efectuado durante este viaje especial y con aspecto sigiloso, en la ocasión de la Fiesta de los Tabernáculos. Es notable la falta de concordancia entre los escritores sobre el orden de Jos acontecimientos verificados durante la vida de Cristo. Basta hacer una comparación de las “concordancias” publicadas en las más prominentes Ayudas Bíblicas (v. gr.: Las ayudas de Oxford y Bagster), para poner de relieve estos conceptos divergentes. El tema de las enseñanzas de nuestro Señor conserva su propio valor intrínseco a pesar de incidentes puramente circunstanciales. El siguiente pasaje de Farrar (Life of Christ, capítulo 42) podrá serle útil al estudiante, el cual, sin embargo, debe tener presente que se trata, según lo declarado, de una disposición tentativa o posible: “Es bien sabido que toda esta importante sección de S. Lucas—de 9:51 a 18:30—constituye un solo episodio de la narrativa evangélica, muchos de cuyos acontecimientos únicamente este evangelista relata, y en la cual las escasas referencias en cuanto a tiempo y lugar indican un progreso lento y solemne de Galilea hacia Jerusalén (9:51; 13:22; 17:11; 10:38). Después de la Fiesta de la Dedicación nuestro Señor permaneció en Perea hasta el tiempo de la muerte de Lázaro (Juan 10:40-42; 11:1-46); después de la resurrección de Lázaro se retiró a Efraín (11:54); y no salió de este sitio sino hasta que partió para Betania, seis días antes de su última Pascua (12:1).

    “De manera que esta importante jornada de Galilea a Jerusalén, tan pródiga en sucesos que ocasionaron algunas de sus palabras más notables, debe haber sido un viaje a la Fiesta de los Tabernáculos o bien a la Fiesta de la Dedicación. Podemos descartar el primero de los dos, no sólo por otras razones, sino principalmente porque fue rápido y secreto, mientras que el segundo se distinguió por su carácter público y pausado.

    “Casi todo investigador parece diferir en un grado mayor o menor en lo que respecta al orden y cronología exactos de los acontecimientos subsiguientes. Sin entrar en una disertación minuciosa y cansada, en la que es imposible la certeza absoluta, voy a narrar este período de la vida de nuestro Señor de acuerdo con el orden en que, después de estudiar repetidamente los evangelios, me parece el más probable, y cuyos detalles separados me han sido confirmados una y otra vez por las conclusiones de otros investigadores independientes. Así que, sólo asentaré la premisa de mi convicción:

    “1. De que la serie de acontecimientos narrados en S. Lucas hasta 18:30 se refiere principalmente a un solo viaje, aunque por motivo de la correspondencia de temas u otras causas, el escritor sagrado tuvo necesidad de intercalar en su narrativa algunos acontecimientos o palabras que pertenecen a una época anterior o posterior.

    “2. De que el orden de los hechos narrados aun por S. Lucas únicamente, no es, ni afirma en manera alguna ser, estrictamente cronológico; de manera que el lugar en que se coloca tal o cual suceso en la narración, en ningún sentido indica su posición verdadera de acuerdo con el orden de tiempo.

    “3. De que son idénticos este viaje y lo que parcialmente se ha narrado en S. Mateo 18:1; 20:16; Marc. 10:1-31.

    “4. De que (como palpablemente se ve por la evidencia interna) los acontecimientos relatados en S. Mateo 20:17-28; S. Marcos 10:32-45; S. Lucas 18:31-34, no pertenecen a este viaje, sino al último emprendido por Jesús en su vida, a saber, de Efraín a Betania y Jerusalén.”

  2. Jesús en Betania.—Algunos escritores (v. gr.: Edersheim) fijan el tiempo de este acontecimiento durante el curso del viaje de nuestro Señor a Jerusalén para asistir a la Fiesta de los Tabernáculos; otros (v. gr.: Gieke) suponen que ocurrió inmediatamente después de dicha fiesta; y todavía hay otros (v. gr.: Farrar) que lo colocan en la víspera de la Fiesta de la Dedicación, casi tres meses después. El lugar que se le ha dado en el texto es el mismo que aparece en la narración bíblica.

  3. ¿Son pocos los que se salvan?—Por medio de las revelaciones de los últimos días nos es dado a saber que en la otra vida hallaremos condiciones graduadas, y que, además de la salvación, existen las altas glorias de la exaltación. Los reinos o glorias particulares de los redimidos, exceptuando los hijos de perdición, son el celestial, el terrestre y el telestial. Se indica que los que logren un lugar en el telestial, el menor de los tres, serán “innumerables como las estrellas en el firmamento del cielo, o como las arenas sobre las playas del mar”. Y éstos no serán iguales, ‘‘porque serán juzgados de acuerdo con sus obras, y cada hombre recibirá, conforme a sus propias obras, su dominio correspondiente en las mansiones que son preparadas; y serán siervos del Altísimo, mas a donde Dios y Cristo moran, no podrán venir, por los siglos de los siglos”. Véase Doc. y Con. 76:111, 112; léase toda la sección; véase también Artículos de Fe, por el autor, capítulo 22, páginas 445-450; además, la página 632 de esta obra.