1990–1999
Lecciones que aprendemos de Lamán y de Lemuel
October 1999


Lecciones que aprendemos de Lamán y de Lemuel

“Lamán y Lemuel se volvieron rebeldes en lugar de líderes, con resentimiento en lugar de rectitud, y todo por su falta de comprensión tanto del carácter como de los propósitos de Dios”.

Como lo acaban de demostrar sus proféticas palabras, somos muy bendecidos de tener al presidente Hinckley.

Hermanos y hermanas, en páginas muy delgadas, repletas de significado, hay pasajes de las Escrituras que están como escondidos; de ahí que se nos exhorte a escudriñarlas, a deleitarnos con ellas y a meditarlas (véase Juan 5:39; Alma 14:1; Alma 33:2; Moroni 10:3; 2 Nefi 9:51). Pero, especialmente, debemos hacer más de lo que hizo Nefi, o sea, aplicar “todas las Escrituras a nosotros mismos” (1 Nefi 19:23).

Como ilustración, las palabras que debemos aplicar aparecen dos veces con respecto a Lamán y Lemuel, a quienes algunos consideran erróneamente nada más que como figuras vagas. Consideremos, por lo tanto, cómo la aplicación de las siguientes palabras va mucho más allá de ellos dos: “Y así era como Lamán y Lemuel… murmuraban… porque no conocían la manera de proceder de aquel Dios que los había creado” (1 Nefi 2:12; véase también Mosíah 10:14).

La falta de comprensión de los “tratos” del Señor con Sus hijos —de Su relación con ellos y de Su forma de tratarlos— es fundamental. El murmurar no es más que un síntoma, tampoco es su única consecuencia; en realidad, hermanos y hermanas, esa falta ¡afecta a todo lo demás!

La mala interpretación de algo tan crucial hace imposible conocer a Dios, que erradamente aparece así como un ser inalcanzable, inaccesible, indiferente e inepto, una deidad incapacitada y disminuida, de cuyas aparentes limitaciones hay quienes, irónicamente, se quejan.

Desde el principio, Lamán rechazó la función que le correspondía y quería, en cambio, ser el mandamás, resentido constantemente ante la dirección espiritual de Nefi; y Lemuel no sólo era fiel seguidor de Lamán sino que también le facilitaba el camino, prestándole atención cuando lo “incitaba” (véase 1 Nefi 16:37–38). Si Lamán hubiera estado completamente aislado, algunas consecuencias habrían sido muy diferentes. En nuestra sociedad también tenemos personas “facilitadoras”, que se dejan incitar para oponerse a lo bueno; a ésas tampoco se les puede considerar inocentes. Aunque, como Lemuel, pasan relativamente inadvertidas, su hipocresía se destaca.

Las admoniciones que se dieron a Lamán y Lemuel “eran difíciles de comprender, a menos que uno recurriera al Señor; y como eran duros de corazón, no acudían al Señor como debían” (1 Nefi 15:3).

Esta falta de creencia en un Dios que se revela a sí mismo era una falta fundamental. Algunos contemporáneos que quieren distanciarse de Dios tratan de considerarlo como algo del pasado. Al creer en un Dios incapacitado, la gente puede hacer más o menos lo que le dé la gana. Eso no está muy lejos de decir que no hay Dios, por lo tanto, ¡no hay ley ni pecado! (véase 2 Nefi 2:13; véase también Alma 30:28).

Como Lamán y Lemuel, muchos tratan de relegarlo al pasado, y así Él deja de ser el Dios constante de ayer, hoy y mañana (véase 2 Nefi 27:23). En realidad, Dios tiene continuamente ante Sí el pasado, el presente y el futuro, lo cual constituye “un eterno hoy” (Enseñanzas del profeta José Smith, pág. 267; véase también D. y C. 130:7).

En resumen, la propia falta de carácter de Lamán y Lemuel fue lo que les impidió entender ¡el carácter perfecto de Dios! No es de extrañar que el profeta José Smith haya dicho que “si los hombres no entienden el carácter de Dios, no se entienden a sí mismos” (Enseñanzas del profeta José Smith, págs. 424–425).

Lamán y Lemuel tampoco se dieron cuenta de que un Dios amoroso tiene que ser, inevitablemente, un Padre que enseñe, que quiera que Sus hijos sean felices y regresen al hogar. Al no comprender bien los tratos de Dios, no pudieron entender el atributo más importante de Su carácter: Su amor. Por eso, sus murmuraciones eran síntoma de un profundo y patético mal espiritual.

Lamán y Lemuel tampoco entendieron que en los tratos de Dios está implícito el hecho de que haya profetas que adviertan a la gente. El Señor había llamado para ello a Lehi, pero aparentemente a Lamán y Lemuel les avergonzaba el papel tan poco popular de su padre y su firme desafío en cuanto a la manera de pensar prevaleciente en Jerusalén.

Por estar espiritualmente ador-mecidos, pensaban que la gente de Jerusalén no merecía las críticas proféticas que había recibido (véase 1 Nefi 2:13). No obstante, se extendía una penetrante decadencia espiritual que tuvo lugar, como sucede muchas veces, “en el término de no muchos años” (Helamán 4:26). Hay muchos que no se dan cuenta de la arrolladora decadencia similar que existe en la actualidad. Irónicamente, los que siguen a las multitudes en pos de esa marcha que lleva a la destrucción están muchas veces orgullosos de su ¡individualidad! Toman cualquier consejo como un insulto y una restricción de su albedrío.

Algo sumamente fundamental era también la falta de comprensión de Lamán y Lemuel de que un Dios que enseña a Sus hijos puede requerir de ellos cosas difíciles. La función de la adversidad se nota en esta explicación severa pero inspirada: “Con todo, el Señor considera conveniente castigar a su pueblo; sí, él prueba su paciencia y su fe” (Mosíah 23:21). Su patética esperanza de vida fácil fue evidente en sus quejas por tener que buscar las planchas de Labán, por sufrir en el inhóspito desierto, por construir el barco y por cruzar el vasto océano (véase 1 Nefi 3–4). Apáticos e insensibles, Lamán y Lemuel no sentían la misma confianza de Nefi acerca del hecho de que el Señor nunca mandará a Sus hijos hacer nada difícil sin prepararles antes el camino (véase 1 Nefi 3:7).

Sus errores garrafales los llevaron a contradicciones casi cómicas, como la de creer que Dios podía vencer al poderoso Faraón y al gran ejército egipcio en el Mar Rojo, ¡pero no al pueblerino Labán! ¿Cuántos de nuestra época se someten de modo similar a los bravucones y tratan de ganarse su favor?

En la división final entre lamanitas y nefitas, adviertan los límites espirituales que predominaron sobre los geográficos: “…yo, Nefi, tomé a mi familia… y a todos los que quisieron ir conmigo… que creían en las amonestaciones y revelaciones de Dios; y por este motivo escucharon mis palabras” (2 Nefi 5:6).

Ellos no participaron del fruto del árbol de la vida, que es el amor de Dios (véase 1 Nefi 11:25). El amor de Dios por Sus hijos se manifiesta más profundamente en Su don de Jesús como nuestro Redentor: “…de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo Unigénito…” (Juan 3:16). El participar del amor de Dios es participar de la expiación de Jesús y de las liberaciones y los gozos que ella brinda. Evidentemente, Lamán y Lemuel no tenían ese tipo de fe, menos aún en un Cristo que todavía estaba por venir (véase Jarom 1:11).

En contraste, Nefi había “logrado un conocimiento grande de… Dios”; de ahí su firme declaración: “Sé que [Dios] ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas” (1 Nefi 1:1; 1 Nefi 11:17). Si sentimos amor por Dios y conocemos Su bondad, confiaremos en Él aun cuando estemos perplejos.

Por eso, Lamán y Lemuel no entendían la relación del hombre con Dios y, peor aún, tampoco querían entender. Lo que trataron de hacer fue mantenerse distanciados de Dios; además, como eran intelectualmente holgazanes, no contaron sus bendiciones cuando la gratitud podría haber disminuido la distancia. Pero para ellos nunca llegó el momento de hacer un inventario.

Lamán y Lemuel demostraron también escasa y efímera curiosidad espiritual. Una vez, es cierto, hicieron preguntas directas sobre el significado de la visión del árbol, el río y la barra de hierro; pero sus preguntas estaban dirigidas más bien a entender puntos doctrinales que a entender su propia conexión con Dios y con Sus propósitos para ellos. Ciertamente, no “aplicaron” las respuestas a ellos mismos (véase 1 Nefi 19:23).

Su contrición nunca duró mucho, como en el intervalo que hubo entre el momento en que se les apareció el ángel y el momento en que volvieron a murmurar (véase 1 Nefi 3:31). Bajo coerción, hasta reconocieron superficialmente: “sabemos con certeza que el Señor está contigo”, Nefi; pero muy pronto “se entregaron a… rudeza desmedida” en el barco (véase 1 Nefi 17:55; véase también 1 Nefi 18:8, 9). Su violencia periódica indica que sus resentimientos no eran meras diferencias abstractas e intelectuales.

Lamán y Lemuel se sentían intimidados por el poder de Labán, pero su temor al poder sólo demuestra el poder del temor. Como “el amor perfecto desecha todo temor”, es evidente que su capacidad de amar era muy pequeña (véase Moroni 8:16; véase también 1 Juan 4:18). A pesar de que no tenían principios, lo más triste era que ino tenían amor!

De ahí que los endurecidos Lamán y Lemuel raramente respondieran al cariño de los demás; estaban ajenos a la empatía, que es un atributo eterno. Cuando Lehi los exhortó con toda la emoción de un tierno padre, por lo general el resultado fue aún más resentimiento, lo que provocó una cruel reacción hacia los padres y los hermanos (véase 1 Nefi 8:37). Cuando Nefi demostró pesar por el comportamiento de ellos, ambos “se regocijaron” de su aflicción (véase 1 Nefi 17:19). No tomaban a bien las admoniciones, ¡menos cuando provenían de Nefi!

Propensos a la furia y rápidos para quejarse, apenas recordaban la última vez que se les había rescatado al presentárseles la próxima dificultad. En cambio, por faltarles la perspectiva del Evangelio, las preocupaciones cotidianas, como la de un arco roto encima de todo lo demás, predominaban sobre lo eterno. La nuestra es también una época de egoísmo, de conducta circunstancial, ¡como si los Diez Mandamientos provinieran de un grupo de tertulia!

Al llegar a ambas tierras de Abundancia, ¿habrán podido pensar Lamán y Lemuel que el rumbo tan correcto que habían seguido era pura casualidad? Quizás Nefi hubiera “adivinado acertadamente” (véase Helamán 16:16). Su ingratitud por la Liahona provoca estas preguntas: ¿Qué pensarían realmente ellos de tan excepcional instrumento? ¿Creerían que era nada más que un aparato conveniente o una sencilla pieza de equipo para cualquier barco?

Irónicamente, muchos que como Lamán y Lemuel son los primeros en exigir señales, después son los primeros en desecharlas. Algunos exigen más milagros al mismo tiempo que consumen su diario menú de maná y olvidan la extraordinaria Fuente de la que procede.

Por lo tanto, hermanos y hermanas, mejor que los milagros periódicos es el tener el Espíritu Santo como “compañero constante” (véase D. y C. 121:46). Sin embargo, es preciso recordar que aunque el Espíritu Santo es un Consolador, ino es un invasor!

La forma en que Lamán y Lemuel rechazaron a los profetas y a las Escrituras indica que no eran propensos a la aplicación práctica, a los recordatorios ni a la nueva revelación personal; sencillamente, no entendían que los caminos de Dios son más elevados que los del hombre (véase Isaías 55:9). Gozaban de la bajeza intelectual en su equivalente portátil al ostentoso “edificio grande y espacioso” (1 Nefi 8:26, 31).

De ahí que se hayan vuelto rebeldes en lugar de líderes, con resentimiento en lugar de rectitud, y todo por su falta de comprensión tanto del carácter como de los propósitos de Dios y de Sus tratos con Sus hijos.

En cuanto a su importancia espiritual, Lamán y Lemuel fueron lamentables ceros. Es cierto que podríamos saber más acerca de ellos, pero eso no afectaría el análisis final. Si parecen, en ciertos aspectos, personajes vagos, es porque el suyo era un vacío tétrico, que podría haberse llenado con el “amor de Dios”. En la visión hubo una desolada escena en la que Lehi miró ansiosamente buscando a Lamán y Lemuel, “por si acaso los veía”; finalmente los vio “pero no quisieron venir… para comer del fruto” (1 Nefi 8:17–18; véase también 1 Nefi 11:25; 1 Nefi 8:35; 2 Nefi 5:20). De todos los castigos que nos acarreamos nosotros mismos, este epitafio describe el más terrible y grave.

Misericordiosamente, mis hermanos, la espléndida Restauración nos provee otras formas de “entender los tratos de Dios con Sus hijos”, incluso con cada uno de nosotros personalmente. Podemos participar de Su amor aplicando la gloriosa expiación de Jesús a fin de llegar a ser más como Él; y si aplicamos las inestimables Escrituras a nosotros mismos apresuraremos ese preciado proceso. Que así lo hagamos, en el nombre de Jesucristo. Amén.