1990–1999
“Nadie es una isla”
October 1999


“Nadie es una isla”

“Los nuevos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no pueden subsistir por sí solos… ellos necesitan de nosotros y nosotros de ellos”.

Hermanos y hermanas, me da mucho gusto estar con ustedes esta tarde. Mientras preparaba mi discurso, me puse a pensar que ésta es la primera vez que se me pide hablar en el Tabernáculo y que también ¡será la última! Pero me complace estar con ustedes en este histórico edificio en esta histórica ocasión.

Quisiera cambiar de ubicación geográfica y hablarles de otro bello lugar. La costa norte de California es albergue de los árboles más altos del mundo. Una caminata por el antiguo bosque virgen de secoyas puede ser una de las experiencias más impresionantes e inspiradoras que jamás puedan tener.

En ocasiones, esos árboles sobrepasan los dos mil años y pueden alcanzar hasta más de 92 metros de altura. El secoya más alto que se ha registrado medía 113 metros de altura, lo cual es una altura mayor que una cancha de fútbol y cerca de un tercio más alto que el Templo de Salt Lake. Los gigantescos secoyas hacen parecer diminutos a los demás coníferos y árboles de los alrededores, convirtiéndose así en el “Monte Everest de todos los seres vivientes”.

“Sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón;

“sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma.

“Y complace a Dios haber dado todas estas cosas al hombre; porque para este fin fueron creadas, para usarse con juicio, no en exceso, ni por extorsión.

“Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos” (D. y C. 59:18–21).

Los secoyas de la costa son en verdad señores en su reino y una de las creaciones más extraordinarias de nuestro Padre Celestial. Ellos reinan sobre los demás árboles a causa de su impresionante altura y su majestuosa belleza. Sin embargo, estos imponentes gigantes poseen otra característica realmente excepcional y en cierta forma desconocida para la mayoría de nosotros. Aun cuando pueden alcanzar una altura de hasta 92 metros y pueden pesar más de 460.000 kilogramos, estos árboles tienen un sistema de raíces sumamente superficial. Dichas raíces sólo tienen uno o dos metros de profundidad pero pueden extenderse más de cien metros. A medida que esas raíces se extienden, se entrelazan con las de sus hermanos y hermanas secoyas y también con otros tipos de árboles, formando una especie de malla entretejida. La mayoría de los expertos les dirían que de todos modos es imposible que ese sistema de raíces poco profundas mantenga a los secoyas intactos y protegidos de los fuertes vientos y de las inundaciones. Sin embargo, los sistemas de raíces entrelazadas son el secreto de su fortaleza y nos enseñan una gran lección.

Primero, debemos reconocer que esos magníficos gigantes no podrían sobrevivir por sí solos, ya que sin la ayuda de otros miembros de la familia y de sus serviciales vecinos no podrían subsistir.

Me gustaría que meditaran en los dos primeros versos de la canción adaptada de una meditación de John Donne:

Nadie es una isla,

nadie está solo.

Feliz me hacen las alegrías del hombre,

Como triste sus dobres.

Los dos nos necesitamos,

por b que habré de defender

A todo hombre como hermano,

a todo hombre como amigo.

(John Donne, “No Man Is an Island” en A Collection of Inspirational Verse, Bryan B. Gardner y Calvin T. Broadhead, pág. 69 [traducción libre]).

Los nuevos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no pueden subsistir por sí solos; tal vez den la impresión de que son tan fuertes e independientes como los secoyas, pero ellos necesitan de nosotros y nosotros de ellos. El presidente Hinckley, en una transmisión vía satélite efectuada en febrero del corriente año, relató la historia de una mujer que se convirtió a la Iglesia el año pasado. Ella escribió:

‘“Mi jomada en la Iglesia fue muy especial y bastante difícil. Este año ha resultado ser el más duro de toda mi vida. También ha sido el de mayor satisfacción. Como miembro nuevo, continúo enfrentando desafíos todos los días’.

“Sigue entonces diciendo que, al unirse a la Iglesia, no sintió el apoyo de los líderes de su barrio. Como nuevo miembro, parecía serle indiferente a su obispo y, sintiéndose rechazada, recurrió a su presidente de misión quien le ofreció algunas oportunidades.

“En su carta dice que ‘los miembros de la Iglesia no saben lo que es ser un miembro nuevo en la Iglesia y, por consiguiente, les resulta casi imposible comprender cómo ayudarnos’” (“Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 122).

Ellos necesitan nuestro cariño y nuestro apoyo. Ya sea que nos demos cuenta de ello o no, ellos tratan de allegarse a nosotros de la misma forma que los secoyas extienden sus raíces hacia el abeto, la cicuta, la pícea y otras especies más. Debemos acercarnos a esos miembros nuevos y apoyarlos en su progreso espiritual, porque son nuestros hermanos y hermanas. ¿No desempeñamos mejor nuestras tareas cuando nuestra familia y nuestros amigos nos apoyan y nos aman? Aun hasta los árboles crecen mejor cuando lo hacen junto a otros en los bosques; crecen más altos, más derechos, más fuertes y producen mejor madera. Cuando un árbol crece solo, echa más ramas, las cuales generan nudos que podrían debilitar el árbol y disminuir la calidad de la madera.

Recordarán que cuando Cristo organizó Su Iglesia llamó a muchos a prestar servicio: apóstoles, profetas, patriarcas, obispos, diáconos, maestros, presbíteros, etc. Muchos fueron llamados a servir en Su reino. Esos llamamientos se hicieron con el fin de fortalecer a los miembros, para organizar la Iglesia y para bendecir la vida de los hijos de Dios.

Cuando el Salvador llamó a Pedro, a Santiago, a Juan y a otros más, ¿tenían experiencia? No, pero Él les dijo que los capacitaría, que los haría pescadores de hombres. ¿Cometieron errores Sus apóstoles y Sus discípulos? Claro que sí, pero se les brindó la oportunidad de aprender y lo hicieron. Del mismo modo aprenderán y progresarán nuestros nuevos hermanos y hermanas a medida que nos hagamos amigos de ellos, les demos llamamientos y los nutramos con la buena palabra de Dios.

Una de las especies que más abunda bajo la protección de las copas de los secoyas es un árbol pequeño y poco conocido de madera dura llamado “Lithocarpus densiflorus”, al cual se le llama también “roble moreno”. Pertenece a la misma familia de los robles propiamente dichos pero es un poco diferente. Hay varios millones de metros de madera de esa clase de árbol que crece entre los populares secoyas. Esos robles poseen muchas características buenas, pero casi nadie los tiene en cuenta ni los utiliza para nada. ¡Qué desperdicio, qué tragedia si se considera su potencial! La actitud de muchos madereros es: “Nos arreglamos bien con los que hemos tenido hasta ahora, ¿para qué cambiar?”. No debemos pasar por alto el potencial de los miembros nuevos ni juzgar equivocadamente sus talentos. Recuerden: “…él invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres; y se acuerda de los paganos; y todos son iguales ante Dios, tanto los judíos como los gentiles” (2 Nefi 26:33).

Estoy muy agradecido por la red de amigos que me han nutrido a lo largo de la vida; por haber nacido de buenos padres, por mis hermanos y hermanas y demás familiares. Siento agradecimiento especial por el amor y el apoyo que me brinda mi maravillosa esposa Karen y nuestros maravillosos y queridos hijos. También quisiera decir que me siento muy afortunado de haber tenido tantos buenos amigos a lo largo de los años, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella. Agradezco el haber estado recientemente vinculado con misioneros tan extraordinarios en España y por los maravillosos miembros de ese país. Hermanos y hermanas, sé que tenemos un Padre Celestial bondadoso y sabio y doy mi testimonio de Su Hijo, Jesucristo, y de Su sacrificio expiatorio, el cual nos afecta a cada uno de nosotros. Testifico también de que a la Iglesia la dirige en la actualidad un gran Profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. Ruego al Señor que nos bendiga a todos para que nos sintamos más unidos y nos preocupemos más los unos por los otros, especialmente al entrar en esta nueva era de crecimiento de la Iglesia y en este impresionante nuevo milenio, lo digo en el nombre de Jesucristo. Amén.