1990–1999
El espíritu de revelación
October 1999


El espíritu de revelación

“Jóvenes Santos de los Últimos Días, ipongan su vida en orden! ¡Acepten responsabilidades! ¡Lleven las riendas de su vida! ¡Dominen su mente y sus pensamientos!”

Me dirijo a nuestros niños y a nuestros jóvenes y les propongo que digan a sus padres y a sus abuelos que se sienten en silencio y no los distraigan por algunos minutos.

Quisiera contarles algo que aprendí de mi hermano y que ha sido como una protección para mí. Ya he hablado de ello anteriormente, pero no con tanto detalle como pienso hacerlo hoy.

Me gradué de piloto y recibí mis alas de plata dos días antes de cumplir 20 años. Más tarde, fui destinado a la base Langley Field, en el estado de Virginia, como copiloto de un bombardero B-24 capacitado para utilizar una nueva arma secreta: el radar.

Mi hermano, el coronel Leon C. Packer, estaba destinado en el Pentágono, en Washington, D. C. Habiendo recibido muchas condecoraciones como piloto del bombardero B-24, llegó a ser General de Brigada en la Fuerza Aérea.

Mientras me encontraba en la base Langley Field, terminó la guerra en Europa y se nos ordenó ir al Pacífico. Antes de partir para el frente de batalla, pasé algunos días con mi hermano en Washington.

Él me contó cosas que había aprendido bajo el zumbido de las balas. Había volado desde África del Norte en ataques aéreos por el sur de Europa; muy pocos aviones habían regresado.

El 16 de abril de 1943 era capitán de un bombardero B-24 que regresaba a Inglaterra después de un ataque aéreo sobre Europa. Su avión, el “Yard Bird”, había sostenido daños considerables por fuego antiaéreo y tuvo que separarse del resto de la formación.

Luego se encontraron solos y bajo un fuerte ataque por parte de los cazas enemigos.

En el relato que escribió de una sola página dijo: “El motor número tres echaba humo y perdió la hélice. El abastecedor de combustible número cuatro quedó destrozado. Los cables del alerón y del estabilizador derecho también resultaron dañados. El timón de cola apenas responde. La radio no funciona. Perforaciones muy grandes en el ala derecha. Los alerones están deshechos. Toda la parte trasera del fuselaje está llena de perforaciones. El sistema hidráulico inservible. La torreta de la cola no funciona”.

Un relato de la Octava Fuerza Aérea, publicado hace apenas dos años, hace un recuento detallado de ese vuelo, escrito por un integrante de la tripulación.1

Con uno de los motores en llamas, los otros tres perdieron potencia. Iban a estrellarse. La alarma dio órdenes de que se lanzaran en paracaídas. El artillero, el único que pudo salir, se lanzó en paracaídas al Canal de la Mancha.

Los pilotos abandonaron sus asientos y empezaron a dirigirse hacia la plataforma del compartimiento de las bombas. De pronto, mi hermano oyó que uno de los motores hacía ciertos ruidos, como si quisiera arrancar, y sin demora volvió a su asiento y logró conseguir suficiente potencia de los motores para llegar a las costas de Inglaterra, en donde los motores fallaron y el avión se estrelló.

El tren de aterrizaje se desprendió al chocar contra la cima de una colina; el avión se abrió camino por entre los árboles y se hizo pedazos. El fuselaje quedó cubierto de tierra.

De manera increíble, no obstante que algunos estaban muy mal heridos, todos sobrevivieron. El artillero se perdió, pero posiblemente salvó la vida de los otros nueve, ya que, cuando el enemigo vio salir humo de uno de los motores y aparecer un paracaídas, cesaron el ataque.

Ésa no fue la única vez que un avión piloteado por mi hermano se estrelló en un aterrizaje.

Mientras conversábamos, me explicó cómo había logrado permanecer calmo durante un ataque. Me dijo: “Tengo un himno predilecto” —el cual nombró— “y cuando las cosas se complicaban, lo cantaba en silencio y entonces me invadía una fe y una seguridad que me mantenían en el curso correcto”.

Con esa lección, me despidió para el frente de batalla.

En la primavera de 1945, tuve la oportunidad de poner en práctica la lección que mi hermano me había enseñado meses atrás.

La guerra en el Pacífico terminó antes de que llegáramos a las Filipinas, por lo que se nos mandó ir a Japón.

Despegamos del aeródromo de Atsugi, cerca de Yokohama, en un bombardero B-17 con destino a Guam para recoger un reflector.

Después de nueve horas en el aire, descendimos a través de las nubes y nos dimos cuenta de que estábamos completamente perdidos. Nuestra radio no funcionaba y, como nos dimos cuenta, nos encontrábamos en medio de un tifón.

Volamos a ras del océano tratando de buscar un indicio que nos indicara en dónde estábamos. En esa situación desesperante, recordé las palabras de mi hermano y aprendí que se puede orar y hasta cantar sin emitir un solo sonido.

Después de cierto tiempo, volamos sobre una serie de rocas que sobresalían del agua. ¿Serían parte del archipiélago de las Islas Marianas? Las seguimos y de pronto la Isla Tinian apareció en el horizonte y pudimos aterrizar con el tanque de combustible casi vacío. Al avanzar por la pista de aterrizaje, los motores se fueron parando uno por uno.

Fue así que aprendí que la oración y la música sagrada pueden ser algo muy privado y personal.

Aun cuando esa experiencia fue dramática, el valor más grande de la lección que me enseñó mi hermano tuvo efecto más tarde en la vida cotidiana, cuando enfrenté las tentaciones que ustedes enfrentan ahora.

Con el correr de los años, me di cuenta de que, aunque no era muy fácil, podía controlar mis pensamientos si sabía hacia dónde dirigirlos. Ustedes pueden reemplazar los pensamientos de tentación, de enojo, de desilusión y de miedo por otros mejores mediante la música.

Me encanta la música de la Iglesia. Los himnos de la Restauración brindan inspiración y protección.

¡También sé que cierta música es espiritualmente destructiva, mala y peligrosa! ¡Deséchenla!

Sé también por qué mi hermano aconsejó a sus hijos: “Recuerden que el fuego antiaéreo es más tupido cerca del blanco”.

Los pensamientos son conversaciones que sostenemos con nosotros mismos. ¿Entienden por qué las Escrituras nos dicen “…[dejad] que la virtud engalane [vuestros] pensamientos incesantemente”, y nos prometen que si lo hacemos, nuestra “confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre [nuestras almas] como rocío del cielo”, y entonces, “el Espíritu Santo será [nuestro] compañero constante”?2.

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”3.

Jovencitos, la voz del Espíritu no se oye, sino que se siente. Ustedes pueden aprender desde muy pequeños cómo obra el Espíritu Santo.

Las Escrituras están repletas de consejos sobre cómo lo bueno puede influir en su manera de pensar y cómo la maldad puede controlarlos, si se lo permiten. Esa lucha nunca acabará. Pero recuerden esto:

Toda el agua de este mundo,

por más que lo intente,

no hundirá el pequeño barco

a menos que en él entre.

Y toda la maldad del mundo,

ni el pecado en su crueldad,

penetrarán el alma del hombre

si él no los deja entrar4.

Cuando aprendan a dominar sus pensamientos, estarán a salvo.

Alguien a quien conozco hace lo siguiente: Siempre que lo invade un pensamiento impropio, comienza a rozar el anillo de bodas con el pulgar, lo cual rompe el ciclo y se convierte en una manera casi instantánea de bloquear pensamientos e ideas indeseables.

No puedo dejar de contarles algo más acerca de la vez que estuve con mi hermano en Washington. Él tenía que volar un bombardero B-25 hasta Texas para recoger algo y luego volver a Washington al día siguiente. Yo fui con él, siendo ésa la única vez que volamos juntos.

Muchos años después fui honrado por la Universidad Weber State, donde ambos nos graduamos y él había sido un líder estudiantil durante su época universitaria. Como yo me encontraba en Sudamérica, él accedió a asistir al banquete y aceptar el reconocimiento por mí.

Durante el discurso que pronunció al aceptarlo, relató lo siguiente, parte de lo cual es verdad. Dijo que en Texas nos encontrábamos en dos aviones diferentes, uno junto al otro en la pista, listos para despegar. Entonces me dijo por radio: “¡Te espero arriba, si piensas que puedes llegar!”.

Luego les dijo que después que se me llamó como Autoridad General de la Iglesia yo solía vigilar su conducta y decirle: “¡Te espero arriba, si piensas que puedes llegar!”.

Bueno, mi buen hermano llegó y ahora está en donde yo espero estar algún día.

Jovencitos Santos de los Ultimos Días, ¡pongan su vida en orden! ¡Acepten responsabilidades! ¡Lleven las riendas de su vida! ¡Dominen su mente y sus pensamientos! Si tienen amigos que no son una buena influencia para ustedes, hagan cambios, incluso si eso les causa soledad y aun el rechazo.

Si ya hubieran cometido errores serios, hay formas de arreglar las cosas y al final será como si nunca hubiesen ocurrido.

A veces el sentido de culpa domina nuestros pensamientos y nos hace prisioneros. ¡Qué insensatez es quedamos allí si la puerta pennanece abierta! No se digan a sí mismos que el pecado en realidad no tiene importancia. Eso no les servirá de nada, pero el arrepentimiento sí.

Háganse cargo de su vida ahora. Qué extraordinario es ser Santo de los Últimos Días en estos tiempos maravillosos y desafiantes.

Pablo dijo al joven Timoteo: “Ninguno tenga en poco tu juventud”5.

Y Louisa May Alcott tenía sólo 14 años cuando escribió:

Un pequeño reino poseo,

Donde los pensamientos moran;

Y cuán difícil es, según veo,

Gobernarlo a toda hora…

No pido corona ninguna,

Sino lo que todos pueden lograr.

Ni busco tomar tierra alguna

Sólo el reino de mi mente conquistar6.

Ustedes pueden y deben conquistar su mente. Nuestro futuro depende de ustedes, nuestros niños y jovencitos.

Y bien, ése es el consejo que les hago llegar. Ahora despierten a sus padres y díganles que han aprendido una manera de ayudarse a ustedes mismos a ser perfectos. Quizás no sean del todo perfectos, pero pueden acercarse a la perfección.

Les doy este incentivo: Un maestro, al intentar explicar lo que es una teoría, formuló esta pregunta: “Si al llevar una carta al buzón te detienes a medio camino y luego prosigues y recorres la mitad de la distancia que quede y te vuelves a detener; y si así sigues avanzando y repitiendo el procedimiento una y otra vez, teóricamente, ¿llegarás finalmente al buzón? Un alumno vivaz dijo: “No, pero llegará lo suficientemente cerca para echar la carta”.

Ustedes llegarán lo suficientemente cerca de la perfección para tener una vida llena de retos y problemas, con inspiración, felicidad y gozo eternos.

El Señor ha prometido: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”7.

“Sí, he aquí, hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón…

“Éste es el espíritu de revelación…

“Por tanto, éste es tu don; empéñate en él y serás bendecido, porque te librará…”8.

Que Dios los bendiga. Ustedes acaban de cantar “Yo sé quien soy; sé el plan de Dios”9. Algún día darán su testimonio a sus nietos, y ellos a los nietos de ellos, y éstos a otra generación y así sucesivamente.

Contemplen la larga vida, el largo futuro ante esta Iglesia, ante los niños y los jóvenes, ante todos los Santos de los Ultimos Días. Les testifico a ustedes, jovencitos, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Como abuelo y bisabuelo que soy, sé cuanto les amamos a ustedes. Les digo cuánto les amamos, cuánto se les ama en esta Iglesia, e invoco las bendiciones del Señor sobre ustedes a medida que hacen frente a la maravillosa vida que les aguarda como jóvenes Santos de los Ultimos Días. Todo lo cual hago como siervo del Señor y en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Gerald Astor, The Mighty Eighth: The Air War in Europe told by the Men Who Fought It, 1997.

  2. D. y C. 121:45-46.

  3. Juan 14:26.

  4. Autor desconocido, “All the Water in the World,” Best-Loved Poems of the LDS People, editado por Jack M. Lyon y otros, 1996, pág. 302.

  5. 1 Timoteo 4:12.

  6. Louisa May Alcott, “My Little Kingdom,” Louisa May Alcott—Her Girlhood Diary, ed. por Cary Ryan, 1993, págs. 8-9

  7. Juan 14:18.

  8. D. y C. 8:2-4; cursiva agregada.

  9. “La Iglesia de Jesucristo”, Canciones para los niños, pág. 48.