1990–1999
“¡He aquí el hombre!”
October 1999


“¡He aquí el hombre!”

“Un verdadero hombre es lo suficientemente fuerte para resistir las asechanzas de Satanás y lo suficientemente humilde para someterse a los poderes redentores del Salvador”.

Hace pocos meses recibí una carta de una amiga de la familia a la que no había visto durante muchos años. La carta era una expresión de desesperanza, una súplica de ayuda. Después de luchar para criar ella sola a sus hijos, ahora se había vuelto a casar. Su esposo, que no era miembro de la Iglesia, era un tipo rudo que intentaba expresar su hombría por medio de la bebida, el vocabulario indecente, la conversación irrespetuosa y un comportamiento cuestionable. La preocupación más grande que ella tenía era que el ejemplo de su esposo le estuviera enseñando a su hijo que ésas eran en verdad las características de la hombría. Me suplicaba si habría alguna manera, aunque nos separara una gran distancia, mediante la cual yo pudiera hablar con su hijo, a quien llamaremos Ben, sobre las características de la verdadera hombría. Esta noche trataré de responder a esa súplica. Dirijo, por tanto, mis palabras a un amigo lejano, y a todos los “Bens” de la Iglesia que intentan estar a la altura de lo que es un hombre.

Así que, hablemos, Ben. Todos deseamos ser aceptados y reconocidos cuando entramos en la edad adulta. Si vivimos lo suficiente, la edad adulta nos llega de una manera u otra. La verdadera hombría, sin embargo, llega sólo cuando la ganamos y si logramos ganarla.

A Satanás se le conoce como el gran impostor. Su religión, su filosofía y su obra están basados en el engaño y la mentira. Su objetivo es frustrar la obra del Señor engañándonos y, al final, haciéndonos “miserables como él” (2 Nefi 2:27). Desea que nosotros creamos que él es todo un hombre y que sus caminos nos llevan a la hombría.

Por el contrario, Jesús se entregó voluntariamente a la voluntad del Padre. Como resultado fue traicionado, acusado, golpeado y juzgado. Su sacrificio no fue obligatorio, sino que fue el resultado de Su valentía, deber y amor, lo que lo llevó a probar la amarga copa que le hizo sangrar por cada poro. Después que Pilato fue testigo del enorme sufrimiento y humillación de Jesús, e incluso abogó en su defensa para que se le dejara libre, finalmente sucumbió a las demandas de los judíos. Cuando lo entregó para que lo crucificaran, lo hizo con las simples pero claras palabras: “¡He aquí el hombre!” (Juan 19:5). Sí, Jesús es el hombre. Posee todas las características del hombre verdadero e ideal. Sus caminos, y no los de Satanás, conducen a la hombría. Cualquiera que crea lo contrario ya está enredado en las sempiternas cadenas del engaño de Satanás (véase 2 Nefi 28:19).

Ben, todos los jóvenes deben elegir entre el bien y el mal y entre los caminos de Dios y los de Satanás. Cuando un joven empieza a fumar para probar que es hombre, ¿hacia el terreno de cuál de ellos se va encaminando? Cuando un joven empieza a beber, a tomar drogas, a participar en el sexo, y a ser escandaloso y grosero, ¿hacia el terreno de cuál de ellos se va encaminando? Se ha dicho que muchos jovencitos empiezan a fumar cuando son adolescentes para probar que son hombres y tratan de dejar el cigarrillo a los 30 por la misma razón. No hay hombría en sucumbir ante Satanás. No hay hombría en ser derrotado por sus principios.

De modo que, Ben, con estos antecedentes, permíteme darte mi opinión sobre la verdadera hombría. Debido a la falta de tiempo, me voy a limitar a sólo dos observaciones que en realidad podrían ser muchas más.

  1. Un verdadero hombre es lo suficientemente fuerte para resistir las asechanzas de Satanás.

  2. Un verdadero hombre es lo suficientemente humilde para someterse a los poderes redentores del Salvador.

Supongo que es natural para nosotros comparar la fuerza, el machismo, y quizás incluso el comportamiento grosero y escandaloso con la hombría. Sin embargo, los atributos de la verdadera hombría no son necesariamente físicos. Permíteme intentar explicarlo.

El apóstol Pablo amonestó: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne [lo cual no es la prueba real de la hombría], sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad” (Efesios 6:12). La verdadera valentía incluye el estar firmes en contra del maligno, aun si nos encontramos solos, y a menudo ante el desdén y el ridículo de los demás. Eso es valentía; eso es fuerza; eso es hombría, y puede resultar difícil.

Conozco a un joven que estaba muy emocionado por haber sido seleccionado para jugar en el equipo oficial de básquetbol en un campeonato fuera del estado. La primera noche que estuvieron en el hotel los compañeros decidieron ver películas pornográficas. El joven salió de la habitación y caminó solo por la ciudad hasta bien entrada la noche, y hasta que se hubieron terminado las películas. Estoy seguro de que pasó vergüenza y se sintió solo y desafiado, pero eso es valentía; eso es hombría en todo el sentido de la palabra. Y yo digo. “¡He aquí el hombre!”; un muchacho de 18 años convertido en hombre. Sé de cientos de jóvenes que han enfrentado el ridículo y la vergüenza al rechazar drogas, alcohol y sexo para servir a sus semejantes, dar un buen ejemplo o defender los principios de rectitud. Todos los jóvenes tienen que hacer frente a las asechanzas de Satanás; es imposible escapar a esta lucha. Pero siempre es posible salir victorioso. Sí, un verdadero hombre es lo suficien-teniente fuerte como para resistir las asechanzas de Satanás.

Ben, algunas cargas que se nos llama a sobrellevar son tan pesadas que sólo se pueden conquistar por medio de la humildad, la sumisión y la contrición. El ganar fortaleza y poder por medio de la humildad, la sumisión y la contrición parece ser una contradicción, ¿no es cierto? Pero ésa es una de las grandes ironías de la vida: Podemos recibir poder más allá de nuestras posibilidades naturales sometiendo nuestra voluntad al Padre. Hasta cierto grado, todos somos víctimas del Tentador. Incluso a veces nos enredamos en transgresiones serias— transgresiones que tienen consecuencias eternas. Aquellos que han cometido transgresiones serias deben seguir el camino cuidadosamente planeado del arrepentimiento que proporciona el Salvador y que a menudo dirige el obispo o el presidente de la estaca. Esto viene a ser la verdadera prueba de la hombría y no todos son lo suficientemente hombres para enfrentar ese desafío.

Hace algunos meses se me asignó entrevistar a un joven de 21 años de edad, para determinar si su arrepentimiento era suficiente para que él sirviera una misión. Me dolió el alma al leer de los serios problemas y transgresiones de su pasado. Me pregunté si sería posible que alguien con ese pasado pudiera prepararse para ser digno de ir a una misión. A la hora de la entrevista vi a un joven bien parecido que se dirigía hacia mí. Estaba inmaculadamente vestido y su apariencia era muy agradable. Tenía aspecto de ex misionero recientemente relevado y me pregunté quién sería. Al acercarse, me extendió la mano y, para mi sorpresa, se presentó como el joven a quien debía entrevistar.

Durante la entrevista le pregunté simplemente: “¿Cuál es la razón por la que ha venido a verme?”. Entonces procedió a exponer los sórdidos detalles de su pasado. Luego de repasar y confesar nuevamente su transgresión, me empezó a hablar de la Expiación y de los años de doloroso arrepentimiento que lo habían llevado hasta esa entrevista. Expresó su amor por el Salvador y luego explicó que la expiación de Cristo era suficiente para rescatar incluso a un muchacho como él. Al finalizar la entrevista puse mi mano sobre su hombro y dije: “Cuando regrese a las Oficinas Generales de la Iglesia, mi recomendación será que a usted se le permita servir una misión”; y luego agregué: “Sólo le pido una cosa, sólo una: Si se le concede el privilegio de servir, deseo que sea el mejor misionero de toda la Iglesia. Eso es todo”.

Aproximadamente cuatro meses después hablé en una reunión espiritual en el Centro de Capacitación Misional, en Provo, Utah. Luego de la reunión me encontraba frente al púlpito saludando a los misioneros, cuando me di cuenta de que una cara conocida se me acercaba. Mi primera impresión fue que iba a ser embarazoso saludarlo porque seguramente debía conocer a ese joven. No podía recordar dónde lo había conocido y sabía cuál sería la primera pregunta que me haría. Y así fue, me extendió la mano y preguntó: “¿Se acuerda de mí?”. Me disculpé y algo abochornado, contesté: “Lo lamento, sé que debería conocerlo, pero no logro recordar”. Él dijo: “Entonces le diré quién soy. Soy el mejor misionero del Centro de Capacitación Misional”. No pude contener las lágrimas que lentamente corrían por mis mejillas al pensar: “He aquí un hombre; ha superado su Getsemaní; ha pagado el doloroso precio del arrepentimiento; se ha humillado y sometido al poder redentor del Salvador; ha vencido los desafíos; se ha elevado a la estatura de la verdadera hombría”. Y digo: “He aquí el hombre”, un hombre lo suficientemente humilde para someterse a los poderes redentores del Salvador.

Ben, puedes describir a un hombre en centímetros, kilos, complexión o físico, pero se mide a un hombre por su carácter, compasión, integridad, ternura y principios. Dicho en palabras simples, las medidas de un hombre están grabadas en su corazón y en su alma, no en sus atributos físicos (véase 1 Samuel 16:7), pero se pueden ver en su conducta y en su comportamiento. Muchas veces las cualidades de la hombría son evidentes en aquello a lo que llamamos semblante. Cuando Alma inquirió: “¿Habéis recibido su imagen [refiriéndose al Salvador—el verdadero hombre] en vuestros rostros?”(véase Alma 5:14), él estaba hablando, amigo mío, sobre los atributos de la verdadera hombría.

Sí, Ben, Satanás tiene a su hombre y Dios tiene al Suyo; Satanás tiene sus características de la hombría y Dios tiene las Suyas. Satanás presentará sus características como la verdadera medida de la hombría y las de Dios como débiles y cobardes. Pero uno debe entender que el criterio de Satanás casi siempre será el más fácil y el más cobarde. Los caminos de Satanás no necesitan valentía, ni carácter, ni fortaleza personal y no demuestran hombría en absoluto.

Un verdadero hombre no necesita que Satanás lo guíe por los senderos fáciles con sus cadenas perpetuas de destrucción. Un verdadero hombre es lo suficientemente fuerte para resistir las asechanzas de Satanás y lo suficientemente humilde para someterse a los poderes redentores del Salvador.

Moisés, en un momento de motivación y a la vez de reprensión, preguntó a los israelitas: “¿Quién está por Jehová?” (Éxodo 32:26). Lo que en realidad preguntaba era: “¿Al lado de quién están ustedes?”. A nuestro Padre Celestial se le llama “Hombre de Santidad” (Moisés 6:57; Moisés 7:35). Éste es un título que reservamos con reverencia para el Ser Supremo; no es un título que tomamos sobre nosotros, Ben. Pero todo poseedor del sacerdocio debe tratar de que se le conozca simplemente como un hombre de Dios. Eso, mi querido amigo, es la hombría. En el nombre de Jesucristo. Amén.