Manuales y llamamientos
Cómo entender y enseñar a los adultos


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Cómo entender y enseñar a los adultos

Una consejera de la Sociedad de Socorro necesitaba frecuentemente pedir a las hermanas que enseñaran algunas clases en lugar de las maestras regulares. Le sorprendía notar que muchas de ellas vacilaban en aceptar tales asignaciones. Algunas decían sentirse inadecuadas para enseñar a tantas hermanas que, seguramente, sabían más y estaban mejor preparadas para enseñar que ellas.

Quizás usted mismo se haya sentido inadecuado para enseñar a personas adultas. Quizás se haya preocupado no sólo en cuanto al conocimiento aparentemente superior y a la experiencia de muchos de aquellos a quienes enseña, sino también acerca de las marcadas diferencias entre esas personas. Con frecuencia, los miembros de una clase de adultos difieren bastante con respecto a sus ocupaciones, educación académica, experiencia en la Iglesia, problemas de familia, conocimiento de las Escrituras, grado de confianza en sí mismos y desarrollo espiritual. Esto podría presentar algunos problemas en cuanto a cómo preparar un material que resulte interesante y significativo para cada uno de ellos. Pero usted podría aprovechar esa diferencia en características y experiencias personales —esos mismos atributos que podrían haberle hecho a usted mismo sentirse inadecuado— para enriquecer las lecciones que enseña.

Usted puede magnificar su llamamiento como maestro al aprovechar los diferentes atributos de quienes enseña. Puede utilizar las perspectivas y la experiencia de ellos. Puede planear lecciones de un modo tal que los haga aprender unos de otros. No es necesario que usted tenga todas las respuestas o que asombre a sus alumnos con presentaciones extraordinarias. Estos no son requisitos para ser un maestro eficaz del Evangelio. Por lo contrario, usted debe tener espíritu de oración, ser humilde, dedicado, y estar deseoso de que todos los miembros de la clase contribuyan a las lecciones. A medida que siga adelante en tal espíritu, el Señor le ayudará a convertir su preocupación por sus deficiencias en confianza completa en Él.

Él magnificará sus esfuerzos, le brindará tranquilidad e inspirará a quienes enseña para que acrecienten su participación en las lecciones. El Señor nos confiere una medida especial de Su inspiración cuando nos reunimos para estudiar Su Evangelio.

Cualidades comunes de los alumnos que son adultos

A medida que procura aprovechar la fortaleza y las ideas de las personas adultas a quienes enseña, preste atención a las características individuales que tienen en común. La mayoría de los alumnos adultos comparten las siguientes características:

Necesitan sentir que se les ama y respeta y que están contribuyendo algo de valor

La necesidad de ser amado y respetado no disminuye con el paso de los años y tampoco lo es el deseo de hacer alguna contribución significativa. Un entendimiento cabal de estas necesidades le impulsará a escuchar y apreciar las ideas de las personas a quienes enseñe. Considere con el debido respeto todas las ideas que ofrezcan los miembros de su clase y expréseles agradecimiento por sus contribuciones sinceras. Tenga cuidado de no avergonzar a nadie en la clase. Evite el sarcasmo y el humorismo degradante.

Desean aprender por medio del Espíritu

Los adultos traen consigo a la clase una valiosa fuente de experiencias. Muchos han aprendido por sí mismos el poder de los principios verdaderos y pueden dar testimonio de cómo han sido bendecidos por el Evangelio. A raíz de las dificultades y los momentos de gozo que han experimentado, sienten una gran necesidad de entender el Evangelio y recibir la guía del Espíritu.

Desean hablar acerca de cómo el Evangelio se aplica a su propia vida

Los adultos pueden aportar las perspectivas personales que han obtenido al practicar sus creencias y al reflexionar sobre las Escrituras. Pueden enseñarse y fortalecerse mutuamente al compartir sus experiencias. Invíteles a que compartan sus experiencias durante los análisis de la clase.

Ayúdeles a entender y analizar cómo es que los principios que están estudiando pueden tener una influencia positiva en su propia vida y en la vida de los miembros de sus respectivas familias.

Desean poder guiarse a sí mismos

Las personas adultas desean responsabilizarse por aprender el Evangelio. Usted debe emplear métodos de enseñanza que les ayude a lograrlo (véase “El ayudar a las personas a aceptar la responsabilidad que tienen de aprender el Evangelio”, págs. 66–67). Aliénteles a completar las lecturas que les asigne en preparación para las lecciones. Invíteles a venir a la clase preparados para hacer preguntas y compartir sus percepciones y experiencias.

Un maestro del curso de Doctrina del Evangelio instaba con regularidad a sus alumnos a que emplearan los primeros cinco minutos de la clase para compartir las percepciones o la inspiración que habían obtenido mediante su estudio personal de las Escrituras durante la semana. Tales experiencias invitaban la presencia del Espíritu y alentaban a otros miembros de la clase a aprender con mayor dedicación. Sus comentarios solían entonces proporcionar una introducción eficaz a las lecciones.

Se interesan por sus responsabilidades para con la familia

Las personas adultas desean encontrar soluciones a las dificultades que enfrentan dentro de sus familias. Tienen el deseo de aprender cómo puede el Evangelio aplicarse a tales desafíos y les interesa saber en cuanto a las percepciones y experiencias de los demás. Los análisis en clase sobre tales temas es una buena manera de emplear el tiempo que se dedique al estudio en conjunto del Evangelio.

El maestro de un quórum de élderes se hallaba enseñando una lección basada en “La Familia: Una proclamación para el mundo”. Uno de los miembros del quórum había leído parte de dicha declaración y el instructor estaba a punto de proseguir con la lección cuando otro miembro del quórum levantó la mano y dijo: “Yo tengo una pregunta”. Citando una frase de la proclamación, preguntó: “¿Cómo he de enseñar a mis hijos a ‘amar y a servirse el uno al otro’?”. Esto suscitó un valioso análisis durante el cual todos los miembros del quórum contribuyeron sugerencias sobre diversas maneras prácticas de aplicar ese principio.

Cuando vemos cómo comparten lo que van aprendiendo, comenzamos a reconocer la importancia del llamamiento de enseñar a personas adultas, particularmente cuando lo comparten con los miembros de su familia.

En cierto grupo de sumos sacerdotes, el instructor enseñó una lección acerca de la obra misional. Como parte de esa lección, dirigió una conversación acerca de la necesidad de contar con matrimonios adultos que sirvieran en una misión. Muchos de los hermanos habían servido como misioneros en su juventud o en la madurez de su vida junto con sus esposas, y algunos de ellos dieron testimonio de las responsabilidades y bendiciones de tal servicio.

Un miembro de la clase de sumos sacerdotes regresó a su casa y le contó a su esposa en cuanto a la conversación que habían tenido. Ambos se habían sentido satisfechos con las contribuciones que hacían para con los miembros de su familia. Pero las palabras y el espíritu de la lección comenzaron a influir en su corazón. Menos de dos meses después, los dos hablaron en una reunión sacramental antes de salir en una misión de 18 meses en otro país. Con marcada emoción, el esposo expresó su aprecio por el instructor del grupo de sumos sacerdotes y la influencia que aquella lección había ejercido en su decisión. Dijo que estaba seguro de que su decisión de servir como misioneros redundaría en una bendición en su propia vida y en la vida de los miembros de su familia.

Cómo proceder con las diferencias individuales

Las personas adultas se diferencian ampliamente entre sí en cuanto a sus experiencias y sus aptitudes. Algunas conocen bastante bien las Escrituras; algunas saben responder con prontitud, mientras que otras necesitan más tiempo para meditar sobre una pregunta; algunas vacilan en responder voluntariamente aunque tengan mucho que decir; otras tienen dificultad para leer. Si piensa con cuidado acerca de tales diferencias, usted podrá programar actividades de aprendizaje que fomenten la participación de todos los miembros de la clase.

Usted podrá enseñar con mayor eficacia a un grupo heterogéneo si llega a conocer individualmente a sus integrantes y adapta su forma de enseñar a las necesidades e intereses de cada uno de ellos (véase “El comprender a quienes enseña”, págs. 35–36). Es particularmente importante estimular la participación de los nuevos conversos, los miembros menos activos, los miembros nuevos del barrio y los jóvenes mayores que acaban de salir del quórum del Sacerdocio Aarónico y de la clase de las MujeresJóvenes. Estas personas tienen experiencias y opiniones, pero quizás vacilen en compartirlas.