Manuales y llamamientos
La nutrición del alma


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La nutrición del alma

Hallándose en las playas del Mar de Galilea, el Señor resucitado le preguntó tres veces a Pedro: “¿Me amas?”. En cada ocasión, la contestación de Pedro fue la misma: “Tú sabes que te amo”. El Señor respondió a las declaraciones de Pedro: “Apacienta mis corderos… Pastorea mis ovejas… Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15–17).

Las instrucciones que el Señor dio a Pedro se aplican a todos los que han sido llamados a Su servicio. El presidente Gordon B. Hinckley escribió lo siguiente: “Hay hambre en la tierra y una sed genuina: una gran hambre de la palabra del Señor y una insatisfecha sed por las cosas del Espíritu… El mundo tiene hambre de alimento espiritual, y nosotros tenemos la obligación y la oportunidad de nutrir el alma” (“Alimenten el espíritu y nutran el alma”, Liahona, octubre de 1998, pág. 3; véase también Amós 8:11–12).

El Evangelio de Jesucristo: Nutrición perdurable del alma

Tal como necesitamos alimentos nutritivos para sobrevivir físicamente, también necesitamos el Evangelio de Jesucristo para sobrevivir espiritualmente. Nuestras almas se nutren de todo lo que habla de Cristo y de lo que nos conduce a Él, ya sea que esté contenido en las Escrituras, que lo comuniquen los profetas modernos o que lo enseñen otros siervos humildes de Dios. El Salvador mismo ha dicho: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sedjamás” (Juan 6:35).

La enseñanza que nutre el alma edifica a los demás, les fortalece la fe y les da la confianza necesaria para encarar los desafíos que la vida les presenta. Les impulsa a desechar el pecado y a venir a Cristo, invocar Su nombre, obedecer Sus mandamientos y permanecer en Su amor (véase D. y C. 93:1; Juan 15:10).

Algunas enseñanzas no nutren el alma

Existen muchos conceptos interesantes, importantes y aun necesarios para la vida, pero que no nutren el alma. No es nuestra comisión el enseñar tales conceptos. En lugar de ello, debemos edificar a los demás y enseñarles principios concernientes al reino de Dios y a la salvación de la familia humana.

La enseñanza que estimula el intelecto sin dirigirse al espíritu no puede nutrir. Tampoco puede nutrir aquello que provoque dudas en cuanto a la veracidad del Evangelio restaurado o en cuanto a la necesidad de dedicarnos a él con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza.

El élder Bruce R. McConkie aconsejó: “Enseñen las doctrinas de salvación; provean alimento espiritual; den testimonio de la naturaleza divina del Señor. Lo que no cumpla con estos requisitos es indigno de todo verdadero ministro que haya sido llamado por revelación. Solamente cuando la Iglesia se alimenta del pan de vida pueden mantenerse sus miembros en los senderos de la rectitud” (Doctrinal New Testament Commentary, 3 tomos [1966–1973], tomo 2, pág. 178).

El desafío de nutrir a otros

Algunas personas tal vez no parezcan estar interesadas en escuchar los principios del Evangelio. No obstante, usted debe orar a fin de encontrar alguna manera de enseñarles esos principios. No debe olvidarjamás el cometido de ayudar a otros a que sean “nutridos por la buena palabra de Dios” (véase Moroni 6:4).

Aquellos a quienes enseñe podrían ser como la mujer samaritana que encontró a Jesús junto al pozo de Jacob. Cuando Jesús le habló al principio, ella no sabía quién era Él; sin embargo, Él sabía quién era ella, conocía sus inquietudes, sus responsabilidades, sus preocupaciones y sus intereses;sabía que necesitaba “el agua viva” que sólo Él podía dar. Comenzó por pedirle que le diera un poco de agua y entonces le dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Eso despertó su interés; se interesó sinceramente en lo que él tenía que enseñarle. Cuando le testificó que Él era elMesías, ella creyó y fue y dio testimonio de Él a su pueblo (véase Juan 4:1–30).

La hermana Susan L. Warner, quien sirvió como segunda consejera de la presidencia general de la Primaria, relató la siguiente experiencia: “Nuestra familia se ha esforzado por estudiar las Escrituras por las mañanas, pero muchas veces nos frustrábamos cuando uno de nuestros hijos se quejaba y teníamos que insistir en que saliera de la cama; cuando por fin iba para estar con el resto de la familia, muchas veces recostaba la cabeza sobre la mesa. Años después, mientras estaba en la misión, ese hijo escribió una carta que decía: ‘Gracias por enseñarme las Escrituras. Quiero que sepan que todas las veces en que me hacía el dormido, en realidad estaba escuchando con los ojos cerrados’ ”.

La hermana Warner continuó diciendo: “Padres y maestros, los esfuerzos que hagamos por ayudar a nuestros hijos a establecer una rica herencia de recuerdos espirituales nunca estarán de más. Quizás las semillas que plantemos no den fruto en muchos años, pero podemos consolarnos con la esperanza de que algún día los niños a los que enseñemos recuerden la forma en que han ‘recibido y oído’ las cosas delEspíritu; recordarán lo que saben y lo que han sentido; recordarán su identidad como hijos de nuestro Padre Celestial, quien los envió aquí con un propósito divino” (véase “Acuérdate… de lo que has recibido y oído”, Liahona, julio de 1996, pág. 86).

Si usted enseña a los jóvenes, quizás llegue a pensar a veces que no quieren hablar acerca de las doctrinas y los principios del Evangelio. Podría sentirse inclinado a ser simplemente amigable con ellos, manteniéndolos entretenidos y hablando con ellos acerca de sus actividades sociales y sus experiencias escolares. Eso sería un grave error. El presidente J. Reuben Clark, Jr., dijo:

“Los jóvenes de la Iglesia tienen hambre de las cosas del Espíritu; están ansiosos por aprender el Evangelio, y lo quieren en su forma más pura y clara…

“Estos alumnos, al acudir a ustedes, están esforzándose espiritualmente por lograr una madurez que alcanzarán pronto si ustedes tan sólo les dan el alimento adecuado…

“…Ustedes no tienen que ubicarse detrás de [ellos]… a fin de susurrarle[s] la religión al oído; pueden ubicarse delante de [ellos], cara a cara, y hablar con [ellos]. No tienen necesidad de disfrazar las verdades religiosas con un manto de cosas mundanas; pueden presentarle[s] estas verdades de manera natural… No hay necesidad de encaramientos graduales, ni cuentos, ni mimos, ni apadrinamientos” (véase “El curso trazado por la Iglesia en la educación”, edición revisada, [folleto, 1994]).

Una hermana miembro de la Iglesia fue llamada a enseñar a los jovencitos de 12 y 13 años de edad en la Escuela Dominical. Su esposo escribió después que ella había estado hablando largamente con él acerca de cuál sería “el alimento apropiado” para los que iban a ser sus alumnos, aunque “pudieran exigirle un ‘postre’ más entretenido”.

Él entonces refirió así la experiencia que tuvo su esposa al nutrir el alma de los jovencitos de su clase:

“Ella les ofreció el alimento de nutrición y crecimiento, alentándolos a que trajeran a la clase sus libros canónicos y a que consideraran las magníficas doctrinas del reino.

“Tal cambio de dirección llevó tiempo, pero más importante aún, le requirió confiar en que sus alumnos realmente necesitaban y apetecían la nutrición del Evangelio y que la presentación de ese alimento por medio de las Escrituras y del Espíritu era lo que les sostendría. Durante los meses siguientes se produjo un cambio gradual en el que sus alumnos comenzaron a llevar con regularidad sus libros canónicos a la clase, a participar más libre y voluntariamente en los comentarios sobre el Evangelio y a percibir un cierto sentido de maravilla en cuanto al mensaje.

“Los padres comenzaron a preguntarle qué es lo que estaba ocurriendo en la clase, por qué era que sus hijos insistían en llevar sus libros canó-nicos a la Iglesia y aun, casi en broma, cómo debían responder a las preguntas que sus hijos les hacían a la hora de la cena cada domingo con respecto a las doctrinas y principios que se les enseñaba ese día en la clase. Los alumnos estaban apeteciendo el Evangelio porque tenían una maestra que… comprendía… cuál era el alimento nutritivo y la forma en que era necesario ofrecérselos” (Jerry A. Wilson, Teaching with Spiritual Power [1996], págs. 26–27).

Si usted enseña a los niños pequeños, sabe que puede ser muy difícil enseñarles el Evangelio; pero ellos desean y tienen que conocer las verdades del Evangelio. Los niños pequeños responderán al esfuerzo que usted dedique para presentarles lecciones sobre el Evangelio que sean cordiales, variadas y animadas. Una maestra de la Primaria relató la siguiente experiencia:

“En verdad, lo que ocurrió fue inusitado. Sin embargo, demostró lo que realmente les interesaba a los niños de nueve años de edad a quienes yo estaba enseñando. Sin darse cuenta de lo que sucedía, se hicieron cargo del análisis de la clase por su propia cuenta. Empezó con Catalina al responder a cierta pregunta del manual de lecciones acerca del plan de salvación. Luego prosiguió haciendo ella misma una pregunta. Otro miembro de la clase le ofreció una contestación, la cual contribuyó a aclarar el entendimiento de Catalina. Entonces Juan hizo una pregunta sobre el mismo tema que parecía indagar más profundamente de lo que lo había hecho la pregunta de Catalina. Se le dio una respuesta y luego Karla hizo otra pregunta complementaria. Los niños continuaron haciendo preguntas y ofreciendo respuestas durante el resto de la clase, demostrando un interés y una atención que iba mucho más allá de su edad. No hubo interrupciones y ninguno de ellos trataba de hablar fuera de turno. Sus honradas y francas perspectivas, ocasionalmente complementadas por mí, abarcaron todo el material de la lección. Tenían curiosidad; querían respuestas; estaban verdaderamente interesados; lo que dijeron requirió meditación y entendimiento. Supe entonces que estos hijos de nuestro Padre Celestial estaban preparados y ansiosos por aprender las verdades que el Evangelio ofrece”.

El presidente Spencer W. Kimball relató lo siguiente:

“Hace varios años visitamos un país en el que cada día se enseñaban extrañasideologías y se promulgaban doctrinas disolutas en las escuelas y en la prensa conspiradora. Los niños escuchaban todos los días las doctrinas, filosofías e ideales que sus maestros les contaban.

“Alguien ha dicho que ‘el goteo constante desgasta la piedra más dura’. Yo ya lo sabía, así que pregunté en cuanto a los niños:‘¿Retienen su fe? ¿No son doblegados por la constante presión que ejercen sus maestros? ¿Cómo pueden estar seguros de que no abandonarán la simple fe en Dios?’

“La respuesta que obtuve equivalía a decir‘Reparamos cada noche la gotera. Enseñamos a nuestros niños la rectitud positiva para que no les afecten las falsas filosofías. Nuestro niños están creciendo con fe y rectitud a pesar de las casi abrumadoras presiones externas’.

“Aun las represas resquebrajadas pueden repararse y conservarse, y las inundaciones pueden detenerse con bolsas de arena. Y la verdad reiterada, las oraciones renovadas, las enseñanzas del Evangelio, las expresiones de amor y el interés de los padres pueden salvar a los niños y mantenerlos en el buen sendero” (“Faith Precedes the Miracle” [1972], págs. 113–114).