Manuales y llamamientos
El amor enternece el corazón


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El amor enternece el corazón

“Nadie puede ayudar en [esta obra] a menos que sea humilde y lleno de amor” (D. y C. 12:8).

Una nueva maestra tenía problemas con algunos miembros de la clase que se comportaban mal. Entonces, procuró el consejo de un miembro de la presidencia de la Escuela Dominical, quien le sugirió que hiciera cierto experimento. Tendría que escoger a uno de esos miembros y demostrarle en cinco maneras diferentes cuánto le apreciaba. Semanas más tarde, el líder le preguntó qué resultados estaba obteniendo. La maestra le informó que la persona que había escogido de entre los miembros de la clase ya no se comportaba como antes, por lo que estaba planeando escoger a otro de ellos. Al cabo de otras dos semanas, el líder volvió a preguntarle lo mismo y ella le respondió que estaba teniendo dificultades en seleccionar a otro. La tercera vez que el líder inquirió sobre el experimento, la maestra le dijo que había escogido a tres miembros diferentes de la clase, uno por uno, y que cuando había demostrado interés por ellos, habían dejado de comportarse mal. En cada caso, el amor había enternecido el corazón.

El poder del amor de un maestro

A medida que les demostremos amor, aquellos a quienes enseñamos serán cada vez más receptivos al Espíritu; serán más entusiastas con respecto al aprendizaje y tendrán una mejor disposición hacia nosotros y hacia los demás en el grupo. Por lo general, obtendrán un concepto renovado de su valor eterno y un mayor deseo de obrar rectamente.

El élder Dallas N. Archibald, de los Setenta, explicó lo siguiente:

“La buena enseñanza ennoblecerá el alma.

“Por ejemplo, comparemos un niño con un vaso vacío, y nuestro conocimiento y experiencia, que se ha acumulado a través de los años, con un balde lleno de agua… No es posible vaciar un balde lleno de agua en un vaso pequeño. No obstante, mediante el uso de principios correctos para transmitir conocimiento, el vaso se puede ensanchar.

“Esos principios son la persuasión, la longanimidad, la benignidad, la mansedumbre, el amor sincero, la bondad y el conocimiento puro; éstos ensancharán el vaso, que es el alma del niño, permitiéndole recibir mucho más de lo que contenía el balde original” (“Nacido de buenos padres”, Liahona, enero de 1993, pág. 30).

Una maestra de la Primaria comentó en cuanto a ciertas experiencias gratificantes que tuvo con sus alumnos después de que ella los visitó en sus hogares y expresó el interés que tenía en ellos. Un niño pequeño había sido un poco reacio a permanecer en la clase y aun cuando se quedaba no participaba en ella; pero después que la maestra lo visitó en su casa y habló con él acerca de cosas que para él eran predilectas, comenzó a mostrar interés en asistir a la Primaria. Otra niña que nunca hablaba en la clase conversó con entusiasmo cuando la maestra fue a visitarla y después empezó a participar en las lecciones.

Cómo el amor cristiano influye en nuestra enseñanza

El apóstol Pablo escribió: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:1–2). En esta dispensación, el Señor ha dicho que “nadie puede ayudar en [esta obra] a menos que sea humilde y lleno de amor, y tenga fe, esperanza y caridad” (D. y C. 12:8).

Si queremos ejercer una influencia positiva en aquellos a quienes enseñamos, no debemos solamente amar la oportunidad de enseñar; tenemos que amar a cada persona que enseñamos. Es necesario evaluar nuestro éxito de acuerdo con el progreso de quienes enseñamos y no de acuerdo con la excelencia de nuestro desempeño.

El amor nos inspira a prepararnos y a enseñar de una manera diferente. Cuando amamos a quienes enseñamos, oramos por cada uno de ellos, y hacemos todo lo posible por saber cuáles son sus intereses, sus logros, sus necesidades y sus preocupaciones (véase “El comprender a quienes enseña”, págs. 35–36). Adaptamos nuestra enseñanza para satisfacer sus necesidades, aunque ello nos requiera dedicar más tiempo y esfuerzo. Advertimos cuando están ausentes y los reconocemos cuando están presentes. Les ofrecemos ayuda cuando la necesitan. Nos dedicamos a su bienestar eterno, haciendo todo lo que podemos para promoverlo, y evitando hacer cualquier cosa que lo entorpezca.

Muchas de las cualidades más importantes de un maestro del Evangelio eficaz se relacionan con el principio del amor. El profeta Mormón enseñó:

“La caridad es sufrida y es benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

“Por tanto… si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser. Allegaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;

“pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien” (Moroni 7:45–47).

Información adicional

Para mayor información acerca de la importancia de amar a quienes enseña, véase la lección 2 del curso“Enseñanza del Evangelio” (págs. 221–225).