Manuales y llamamientos
El poder de la palabra


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El poder de la palabra

Al finalizar su misión de catorce años entre el pueblo lamanita, Ammón exclamó: “He aquí, acuántos miles de nuestros hermanos ha librado [Dios] de los tormentos del infierno, y se sienten movidos a cantar del amor redentor; y esto por el poder de su palabra que está en nosotros” (Alma 26:13).

Cuando Alma, el sumo sacerdote de los nefitas, se enteró de que los zoramitas se habían apartado de los nefitas y se estaban dedicando a prácticas malignas, “su corazón empezó… a afligirse a causa de la iniquidad del pueblo. Porque le era motivo de mucho pesar a Alma saber de la iniquidad entre su pueblo”. Además, los zoramitas significaban un verdadero peligro militar para los nefitas. Éstos “temían en gran manera que los zoramitas establecieran relaciones con los lamanitas, y resultara en una pérdida muy grande para los nefitas” (véase Alma31:1–4).

En situaciones similares, muchos líderes querrían tomar las armas y entrar en guerra. Pero preocupándose por sus hermanos zoramitas, Alma propuso algo mejor: “Y como la predicación de la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido— por tanto, Alma consideró prudente que pusieran a prueba la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5).

La palabra de Dios puede tener una poderosa influencia. A veces podríamos estar tentados a pensar que aquellos a quienes enseñamos quizás prefieran hablar sobre otras cosas o divertirse. Pero los padres, lí-deres, maestros orientadores, maestras visitantes y maestros de clases en la Iglesia que son eficientes saben que cuando enseñan la doctrina por el poder del Espíritu, aquellos a quienes enseñan suelen con frecuencia empezar a desear las cosas de Dios.

Por qué debemos enseñar la palabra de Dios

Cuando les predicaba a los zoramitas, Alma hablaba a un grupo de personas cuyas mismas aflicciones les habían preparado para que recibieran la palabra de Dios. Les enseñó en cuanto al poder de la palabra. Al estudiar lo que él les dijo, nosotros podemos entender por qué debemos emplear la palabra de Dios como fuente esencial de toda nuestra enseñanza del Evangelio.

Alma comparó la palabra a una semilla que puede plantarse en nuestro corazón. Si alguna vez usted ha cuidado de una hortaliza, habrá visto que las semillas que haya plantado, aunque pequeñitas, pueden germinar con abundancia poco tiempo después de haber recibido un poco de humedad. La energía que una semilla contiene es tan poderosa que podría aun abrir un suelo endurecido para hacer salir su primer retoño. Eso es lo que sucede cuando“damos cabida” a la palabra de Dios para que se plante en nuestro corazón. Si no rechazamos la semilla —o en otras palabras, si no resistimos al Espíritu del Señor— la semilla irá abriéndose y brotando. Alma dijo: “Empezará a hincharse en vuestro pecho; y al sentir esta sensación de crecimiento, empezaréis a decir dentro de vosotros: Debe ser que ésta es una semilla buena, o que la palabra es buena, porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí” (Alma 32:28).

Cuando esto sucede dentro de nosotros, sabemos que esa semilla —la palabra de Dios—, es buena: “He aquí, al paso que la semilla se hincha y brota y empieza a crecer, entonces no podéis menos que decir que la semilla es buena… Y he aquí, por haber probado el experimento y sembrado la semilla, y porque ésta se hincha, y brota, y empieza a crecer, sabéis por fuerza que la semilla es buena” (Alma 32:30, 33). Alma continuó diciendo: “Si cultiváis la palabra, sí, y nutrís el árbol mientras empiece a crecer, mediante vuestra fe, con gran diligencia y con paciencia, mirando hacia adelante a su fruto, echará raíz; y he aquí, será unárbol que brotará para vida eterna” dando un fruto “sumamente precioso” (Alma 32:41–42).

El élder Boyd K. Packer dijo: “Si la verdadera doctrina se entiende, ello cambia la actitud y el comportamiento. El estudio de la doctrina del Evangelio mejorará el comportamiento de las personas más fácilmente que el estudio sobre el comportamiento humano” (véase Liahona, enero de 1987, pág. 17). Ninguna idea, ningún principio mundano tiene este poder. No hay conferencia cautivante ni presentación amena que pueda ser tan profunda para volver a Cristo el corazón de los hombres. El concentrar nuestra enseñanza en las verdades del Evangelio es la única manera de llegar a ser instrumentos en las manos de Dios para ayudar a cultivar la fe que habrá de llevar a otros al arrepentimiento y venir a Cristo.

La enseñanza de la doctrina nos protege contra la rebeldía espiritual. Puede orientarnos cuando nos alejamos. Elélder Russell M. Nelson explicó lo siguiente:

“Hace años, cuando yo era un joven estudiante de medicina, vi a muchos pacientes que padecían enfermedades que ahora se previenen. Hoy en día es posible inmunizar a las personas en contra de males que antes las dejaban lisiadas o les producían la muerte. Un modo de inmunizar a las personas es la inoculación de vacunas. El vocablo inocular es fascinante; proviene de dos raíces latinas; in, que significa ‘dentro de’, y oculus, que significa ‘ojo’. Por tanto, el verbo inocular significa literalmente ‘poner un ojo dentro’, advertir del mal.

“Un mal como la poliomielitis puede lisiar o destruir el cuerpo. Un mal como el pecado puede lisiar o destruir el espíritu. Los estragos de la poliomielitis pueden ahora prevenirse con la inmunización, pero los estragos del pecado exigen otros medios de prevención. El médico no puede inmunizar en contra de la iniquidad. La protección espiritual proviene sólo del Señor— y según Su propia manera… La opción que Jesús ha tomado no es la de inocular, sino la de adoctrinar. Su método no emplea ninguna vacuna; utiliza la enseñanza de la divina doctrina —‘un ojo interior’ que dirige— para proteger el espíritu eterno de Sus hijos” (véase “Los hijos del convenio”, Liahona, julio de 1995,págs. 36–37).

Cómo enseñar con las Escrituras y las palabras de los profetas de los últimos días

Cuando empleamos las Escrituras y las palabras de los profetas de los últimos días como la fuente de toda nuestra enseñanza, invitamos al Espíritu a que testifique. Esto trae a nuestra enseñanza “el poder de Dios para convencer a los hombres” (D. y C. 11:21).

Un obispo relató en una reunión de liderazgo de estaca la siguiente experiencia:

“Hace unos treinta años serví como asesor del quórum de presbíteros en nuestro barrio. En las lecciones del quó-rum siempre nos asegurábamos de leer las Escrituras y las palabras de los profetas vivientes y de hacer resaltar la doctrina. Siendo que contábamos allí con el Espíritu, nuestras reuniones eran memorables y agradables.

“Integraba nuestro quórum un joven presbítero llamado Paolo, quien rara vez paraba en su casa; sus padres por lo general no sabían dónde se encontraba. De vez en cuando, yo podía comunicarme con él y lograba que ocasionalmente asistiera a las reuniones del quórum, en donde nos esforzábamos por entender mejor los principios del Evangelio y nos concentrábamos en aprender las lecciones basándonos en las Escrituras. Cuando Paolo venía a la clase, yo percibía espiritualmente que esas verdades le llegaban al corazón aunque a veces después solía desaparecer de la ciudad por varias semanas seguidas.

“Un domingo de mañana, Paolo vino a la Iglesia bien afeitado y vestido de traje, camisa blanca y corbata. Todos nos sentimos felizmente sorprendidos. Después nos enteramos de que la noche anterior había tenido cierta experiencia muy lejos de su hogar. Se sentía muy deprimido, y a eso de la medianoche su mente fue abierta y tuvo una experiencia espiritual y se dio cuenta de que Dios y Satanás estaban luchando por conquistar su alma y que Satanás estaba ganando la batalla. En ese preciso instante, a altas horas de la noche, se levantó de donde se encontraba y caminó muchos kilómetros hasta llegar a su casa. Despertó a sus padres, les contó lo que había sucedido y entonces, al amanecer, se aseó, se vistió y fue a la Iglesia.

“Nunca volvió a mirar hacia atrás. Se arrepintió de los errores que había cometido y tiempo después se enamoró y se casó con una de las más nobles jovencitas de nuestro barrio. En la actualidad, es un padre recto, un poseedor del sacerdocio y un honrado ciudadano.

“Con frecuencia he pensado que las cosas que Paolo escuchó en aquellas reuniones de quórum tuvieron mucho que ver con el notable cambio que se produjo en su vida. Comprendí en esos días que lo que tratábamos acerca de las verdades del Evangelio estaba influyendo en su corazón. Creo que esas verdades continuaban recordándole quién realmente era y lo que Dios esperaba deél. Creo que tuvieron un efecto en su mente y en su corazón hasta el punto de hacerle sentirse cada vez más incómodo con el estilo de vida que estaba escogiendo. A través de esa pequeña ranura en su endurecido corazón, el Espíritu podía ir hablándole y advirtiéndole. ¡Cuán agradecido estoy de que no hayamos malgastado el tiempo en nuestro quórum hablando acerca de automó-viles ni deportes o sobre mis propias ideas en cuanto a la forma en que deberían estar viviendo! Creo que Paolo sintió el llamado del Señor por medio de las verdades del Evangelio que estudiamos juntos”.

Podemos demostrarles a quienes enseñamos lo que se debe hacer para encontrar ese poder en las Escrituras. El élder Boyd K. Packer declaró lo siguiente: “Ustedes tienen que enseñar las Escrituras… Si sus alumnos se familiarizan con las revelaciones, no habrá pregunta —personal, social, política o laboral— que no podrían contestar. Ellas contienen la plenitud del Evangelio sempiterno. En ellas encontramos principios de la verdad que resolverán toda confusión, todo problema y todo dilema que deba enfrentar la familia humana o cualquiera de sus integrantes” (Teach the Scriptures [discurso ante instructores de religión, 14 de octubre de 1977], pág. 5).