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Capítulo 37: Helamán 10–12


Capítulo 37

Helamán 10–12

Introducción

Contar con la confianza total de Dios es un gran honor. En Lectures on Faith [Disertaciones sobre la fe] se enseña que para la fe de cada uno es necesario ser consciente de la aprobación de Dios: “Un conocimiento real para toda persona de que el curso que lleva en su vida se ajusta a la voluntad de Dios es esencialmente necesario para permitirle a ella tener esa confianza en Dios sin la cual nadie puede obtener la vida eterna” (1985, pág. 7).

La confianza y la aprobación llegan por la obediencia a los mandamientos de Dios. Los capítulos 10–12 de Helamán resaltan lo importante que es dar oído a los susurros del Espíritu. Sólo al hacerlo podemos estar seguros de que vivimos de conformidad con la voluntad de Dios. Estos capítulos además destacan cuán importante es hacer lo que Dios desea. El Señor sabía que Nefi no pediría “lo que sea contrario a [la] voluntad” de Dios (Helamán 10:5). En la medida en que seamos fieles en las cosas pequeñas, el Señor nos confiará cosas mayores.

Comentario

Helamán 10:1–3. Meditar

  • Meditar es “pensar o reflexionar profundamente, a menudo sobre las Escrituras u otras cosas divinas. Al combinarse con la oración, la meditación… puede traer consigo la revelación y la comprensión” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Meditar”). Nefi y otros profetas recibieron revelación al meditar. El élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Todos nos beneficiaríamos si dejáramos algo [de tiempo] para pensar y meditar. El Espíritu nos puede enseñar mucho durante los silenciosos momentos de introspección” (Liahona, enero de 1996, pág. 6).

  • El élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce Apóstoles, sugirió que los lugares callados son aptos para la meditación: “Busca un retiro de paz y tranquilidad donde periódicamente reflexiones y permitas que el Señor dé dirección a tu vida” (Liahona, julio de 2001, pág. 9).

  • El élder Russell M. Nelson, del Quórum de los Doce Apóstoles, nos contó de los beneficios de la meditación: “Al meditar y orar en cuanto a principios de doctrina, el Espíritu Santo hablará a sus mentes y a sus corazones [véase D. y C. 8:2]. De los acontecimientos de las Escrituras, destilarán a sus corazones nuevas perspectivas y principios pertinentes a su situación” (Liahona, enero de 2001, pág. 21).

Helamán 10:4–5. “No pedirás lo que sea contrario a mi voluntad”

  • Al igual que Nefi, si aprendemos a pedir “en el Espíritu” (Helamán 10:17) y según la voluntad de Dios, entonces “es hecho conforme a lo que” pedimos (véase D. y C. 46:30; 50:29–30). El presidente Marion G. Romney (1897–1988), de la Primera Presidencia, compartió algunos aspectos necesarios de las solicitudes apropiadas:

    “Cuando oramos al Padre en el nombre de Jesús pidiéndole cosas personales específicas, deberíamos sentir en lo más profundo del alma que estamos dispuestos a someter nuestra solicitud a la voluntad del Padre Celestial…

    “Llegará el momento en que conoceremos la voluntad de Dios antes de pedir, y entonces todo lo que pidamos será ‘preciso’. Todo lo que pidamos será ‘correcto’, cosa que sucederá cuando, como resultado de vivir rectamente, gocemos de la compañía del Espíritu de tal forma que nos indique qué pedir” (en Conference Report, octubre de 1944, págs. 55–56).

    El presidente Romney tuvo una experiencia en la cual el Señor le hizo una promesa parecida a la de Nefi. El élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló al respecto:

    “En 1967, la hermana Ida Romney sufrió un grave derrame cerebral. Los médicos le dijeron al entonces élder Romney que el daño causado por la hemorragia era severo, y ofrecieron mantenerla viva por medios artificiales, aunque no lo recomendaban. La familia se preparó para lo peor. El hermano Romney confesó a las personas más allegadas a él que, a pesar de su angustiado anhelo personal de que la salud de Ida se restaurase y el deseo de contar con su compañía de forma prolongada, más que nada quería ‘que se hiciera la voluntad del Señor, y poder aceptar lo que tenga que aceptar sin lloriqueos’.

    “Con el lento pasar de los días, la hermana Romney respondía cada vez menos. Había recibido, por supuesto, una bendición, pero el élder Romney se mostraba ‘reacio a darle consejos al Señor en cuanto al asunto’. Por causa de su experiencia anterior en que había orado sin éxito para que él e Ida pudieran tener hijos, sabía que nunca podría pedir en oración algo que no estuviese en armonía con la voluntad del Señor. Ayunó para saber cómo demostrarle al Señor que tenía fe y que aceptaría la voluntad de Dios. Quería estar seguro de haber hecho todo cuanto podía, pero ella seguía debilitándose.

    “Una tarde, hallándose en un estado especialmente depresivo y sin que Ida pudiera hablar o reconocerlo, el hermano Romney regresó a su casa y acudió, como siempre lo hacía, a las Escrituras en un esfuerzo por comunicarse con el Señor. Recogió el Libro de Mormón y siguió leyendo donde había quedado la noche anterior. Había estado leyendo en Helamán sobre el profeta Nefi, quien había sido acusado falsamente y a quien se le habían presentado cargos injustos de sedición. Después de ser librado milagrosamente de sus acusadores, Nefi regresó a su casa meditando lo que había experimentado, y al hacerlo oyó una voz.

    “Aunque Marion Romney ya había leído ese relato muchas veces, esa noche le impactó como que fuera una revelación personal. Las palabras de las Escrituras le conmovieron el corazón de tal manera que por primera vez en semanas sintió una paz palpable. Le pareció que el Señor le hablaba directamente a él. El pasaje decía: ‘Bienaventurado eres tú… por las cosas que has hecho… no… te has afanado por tu propia vida, antes bien, has procurado mi voluntad y el cumplimiento de mis mandamientos. Y porque has hecho esto tan infatigablemente, he aquí, te bendeciré para siempre, y te haré poderoso en palabra y en hecho, en fe y en obras; sí, al grado de que todas las cosas te serán hechas según tu palabra, porque tú no pedirás lo que sea contrario a mi voluntad’ (Helamán 10:4–5).

    “Allí estaba la respuesta. Lo único que había buscado era saber y obedecer la voluntad del Señor, y el Señor le habló. Cayó de rodillas y derramó su corazón, y al terminar la oración con la frase ‘Hágase Tu voluntad’, sintió o escuchó una voz real que decía: ‘No es contrario a mi voluntad que Ida sea sanada’.

    “El hermano Romney se puso de pie con prisa. Eran más de las dos de la madrugada, pero sabía lo que tenía que hacer. Rápidamente se puso una corbata y un saco, y salió a la noche para visitar a Ida en el hospital. Llegó un poco antes de las tres en punto. El estado de su esposa no había cambiado. No se movió cuando él puso las manos sobre su frente pálida. Con una fe invariable, invocó el poder del sacerdocio a favor de ella, y pronunció una bendición simple, tras lo cual hizo la increíble promesa de que ella recobraría la salud y las facultades mentales y que todavía le quedaba por llevar a cabo ‘una gran misión’ en la tierra.

    “A pesar de que el élder Romney no dudaba, se asombró al ver que los ojos de Ida se abrían cuando él terminó la bendición. Algo aturdido por todo lo que había sucedido, se sentó en el borde de la cama y de pronto oyó por primera vez en meses la voz débil de su esposa, que le dijo: ‘Vamos, Marion, ¿qué haces aquí?’. Él no sabía si reír o llorar. Contestó: ‘Ida, ¿cómo estás?’. Con un chispazo de humor, de esos que los caracterizaban a los dos, ella respondió: ‘¿En comparación con qué, Marion? ¿En comparación con qué?’.

    “Ida Romney comenzó desde ese mismo instante su recuperación; pronto dejó la cama del hospital, y vivió para llegar a ver a su marido ser sostenido como miembro de la Primera Presidencia de la Iglesia, sin duda ‘una gran misión en la tierra’ (F. Burton Howard, Marion G. Romney: His Life and Faith, Salt Lake City, Bookcraft, 1988, págs. 137–142)” (Jeffrey R. Holland y Patricia T. Holland, On Earth As It Is in Heaven, 1989, págs. 133–135).

Helamán 10:7. El poder de sellar

  • Nefi sirvió con tal diligencia que el Señor le confirió gran poder. Recibió poder sobre las personas y los elementos de la tierra. También se le otorgó el sagrado poder de sellar, el mismo poder que tenía Elías el profeta: “El poder de Elías el profeta es el poder de sellar que corresponde al sacerdocio, poder mediante el cual todo lo que se ate o se desate en la tierra se atará o se desatará también en los cielos (D. y C. 128:8–18)” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Elías el profeta”).

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    Elías el profeta restaurando llaves del sacerdocio

    © 1985 Robert Barrett

  • El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó sobre el poder de sellar que se ha dado a varios profetas:

    “El Señor confirió autoridad a algunos de Sus siervos escogidos y les dio poderes excepcionales… De esta manera, Elías el profeta obtuvo las llaves del poder del sacerdocio para levantar a los muertos, sanar a los enfermos y cerrar los cielos para que sólo lloviera si él lo mandaba, de modo tal que por más de tres años no hubo lluvia, y además tenía el poder de hacer que cayera fuego del cielo para destruir a los enemigos de la Iglesia…

    “El Señor le dio una autoridad semejante a Nefi, hijo de Helamán, que asimismo tenía la autoridad para cerrar los cielos y llevar a cabo otras potentes obras, sencillamente por causa de su fe y del mandamiento del Señor [véase Helamán 10:7]. Este magnífico poder se le ha otorgado a muy pocos siervos del Señor” (Answers to Gospel Questions, comp. de Joseph Fielding Smith, hijo, cinco tomos, 1957–1966, tomo IV, pág. 95).

Helamán 10:13–15. “A pesar del gran milagro”

  • El profeta José Smith enseñó que “los milagros son los frutos de la fe” (History of the Church, tomo V, pág. 355). Algunas personas procuran obtener la fe mediante milagros; sin embargo, eso va en contra del orden de los cielos. La fe precede al milagro, en vez de venir después. Nefi pudo señalar milagrosamente que Seántum era el asesino del juez superior como resultado de la fe de dicho profeta, pero lamentablemente, la mayoría de las personas que presenciaron el milagro vivían sin fe. El milagro no logró convertirlos porque “la fe no viene por las señales [ni los milagros], mas las señales siguen a los que creen” (D. y C. 63:9). El cambio que era necesario que se produjera en sus vidas tenía que empezar por la “fe para arrepentimiento” (Alma 34:15–17). Por desgracia, quienes vieron el gran milagro siguieron endureciendo sus corazones y, en lugar de arrepentirse, persiguieron a Nefi.

Helamán 11:1–16. Los profetas piden por el pueblo

  • La oración de Nefi a favor de su pueblo es un ejemplo de la inquietud que sienten los profetas por el pueblo. Además de representar a Dios ante el pueblo, los profetas a veces buscan intervenir en beneficio de su gente. Cuando los hijos de Israel se vieron afligidos por las serpientes venenosas, acudieron a Moisés y suplicaron: “…ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo” (Números 21:7).

    En América, Nefi, el hijo de Lehi, escribió: “…continuamente ruego por [mi pueblo] de día, y mis ojos bañan mi almohada de noche a causa de ellos; y clamo a mi Dios con fe, y sé que él oirá mi clamor” (2 Nefi 33:3).

  • Los profetas actuales siguen orando por nosotros. En la conferencia general que tuvo lugar después de los trágicos sucesos de terrorismo del 11 de septiembre de 2001, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) oró:

    “Oh Dios, nuestro Padre Eterno… cuyos hijos somos, acudimos a Ti con fe en esta aciaga y solemne ocasión. Por favor, amado Padre, bendícenos con fe, bendícenos con amor, bendícenos con caridad en nuestros corazones. Bendícenos con el espíritu de perseverancia a fin de arrancar de raíz las maldades atroces que hay en este mundo. Brinda protección y guía a los que participan activamente en la batalla. Bendícelos; protégeles la vida; guárdalos del mal y de la maldad. Oye las oraciones de sus seres queridos por su seguridad…

    “Oh, Padre, considera con misericordia ésta, nuestra propia nación, y sus amigos, en estos momentos de necesidad. Compadécete de nosotros y ayúdanos a andar siempre con fe en Ti y siempre con fe en Tu Hijo Amado, con cuya misericordia contamos y a quien consideramos nuestro Salvador y nuestro Señor. Bendice la causa de la paz y devuélvenosla pronto, Te suplicamos humildemente, implorándote que perdones nuestra arrogancia, que pases por alto nuestros pecados, que seas bondadoso y misericordioso con nosotros, y que hagas que nuestros corazones se vuelvan con amor hacia Ti. Te rogamos todo esto con humildad en el nombre de Él, que nos ama a todos, sí, el Señor Jesucristo, nuestro Redentor y nuestro Salvador. Amén” (Liahona, enero de 2002, pág. 105).

Helamán 11:4–5. El Señor a veces emplea la naturaleza para corregir a Sus hijos

  • El presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) explicó que “a veces el Señor usa el clima como modo de disciplinar a Su pueblo por la violación de Sus leyes” (véase Liahona, octubre de 1977, pág. 2; véase también D. y C. 43:21–25).

Helamán 11:18–12:6. Ciclos de rectitud e iniquidad

  • En la historia del Libro de Mormón, el pueblo varias veces siguió un ciclo de rectitud, prosperidad, riquezas, orgullo, iniquidad, destrucción, humildad y otra vez rectitud. Para obtener más información al respecto y ver un diagrama que representa el ciclo del orgullo, obsérvese “El ciclo de rectitud e iniquidad” en el apéndice (página 434).

    El élder L. Tom Perry, del Quórum de los Doce Apóstoles, se lamentó de que la humanidad no logre romper los ciclos negativos: “Considero que uno de los misterios más grandes de la vida terrenal es el hecho de que el género humano no aprende de la historia” (véase Liahona, enero de 1993, pág. 16). Sin duda, el Señor ha colocado en las Escrituras estos patrones obvios de conducta para beneficiarnos, para ayudarnos a evitar tener los mismos problemas en nuestra propia vida (véase D. y C. 52:14–19).

Helamán 11:22–23. “Puntos de doctrina”

  • El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, señaló qué es lo que conforma la doctrina verdadera de Cristo: “La verdadera doctrina de Cristo es que todos los hombres deben venir a Él, obtener fe, arrepentirse, bautizarse, recibir el Espíritu Santo y perseverar con fe hasta el fin para ganar la salvación (2 Ne. 31:17–21; 3 Ne. 11:29–41; D. y C. 10:67; 68:25)” (Mormon Doctrine, segunda edición, 1966, pág. 204).

  • El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, hizo la siguiente declaración en cuanto al poder de la doctrina verdadera:

    “La verdadera doctrina, si se la entiende, cambia la actitud y el comportamiento.

    “El estudio de la doctrina del Evangelio mejorará el comportamiento de las personas más rápido que el estudio sobre el comportamiento… Por eso hacemos tanto hincapié en el estudio de la doctrina del Evangelio” (véase Liahona, enero de 1987, pág. 17).

Helamán 11:21–38. Volvió la iniquidad

  • El profeta José Smith enseñó que “el diablo siempre establece su reino al mismo tiempo para oponerse a Dios” (History of the Church, tomo VI, pág. 364). Cada vez que se establece o fortalece la Iglesia del Salvador, el adversario procura crear resistencia de una forma u otra para luchar contra el progreso logrado por los santos de Dios. En Helamán 11 vemos surgir un ejemplo de la oposición de Satanás. Se había arrasado con los ladrones de Gadiantón del país, y los miembros de la Iglesia justos, tanto nefitas como lamanitas, gozaban de gran paz (véase Helamán 11:21). No obstante, pasaron apenas unos pocos años antes de que la influencia de Satanás sobre el pueblo hiciera que éste volviera a la iniquidad y permitiera que los ladrones de Gadiantón recobraran su poder e influencia.

Helamán 12:1–3. La inconstancia de los hombres

  • El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, exploró algunas de las posibles razones de la inconstancia espiritual:

    “¿Es sencillamente un olvido imprevisto? ¿O se trata de una falta de integridad intelectual que cometemos al rehusar revisar y reconocer nuestras bendiciones anteriores? ¿O es acaso una carencia de mansedumbre que hace necesaria la repetición de tan severas lecciones, porque hacemos caso omiso de las señales más suaves y sutiles que nos invitan a ‘recordarle’?…

    “…Necesitamos a diario el Espíritu para que todos los días nos ayude a recordar. De lo contrario, la memoria nos falla en los momentos en que somos más vulnerables. El hombre natural no tiene en su naturaleza el recordar las bendiciones del ayer con gratitud, especialmente cuando en el día de hoy las necesidades de la carne lo presionan de forma constante” (Lord, Increase Our Faith, 1994, págs. 101–102).

  • El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, añadió la siguiente perspectiva sobre por qué somos inconstantes: “El depender de Dios se puede esfumar rápidamente cuando las oraciones reciben respuesta. Y, cuando aminoran las dificultades, lo mismo sucede con las oraciones. En el Libro de Mormón se repite esa triste historia una y otra vez” (véase Liahona, enero de 2002, pág. 16).

Helamán 12:2. Cuando Dios hace prosperar a los de Su pueblo, se olvidan de Él

  • El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) describió las dificultades que pueden acompañar a la prosperidad: “La prueba que enfrentamos [en la prosperidad] entonces parece ser la más difícil de todas porque sus males son más sutiles, más ingeniosos. Todo se presenta como si fuera menos amenazante y es más difícil de detectar. Si bien toda prueba de rectitud supone una lucha, esta prueba en particular aparenta no ser prueba, no ser una lucha, y así podría ser la más engañosa de todas las pruebas. ¿Saben lo que la paz y la prosperidad pueden hacerle a un pueblo? Pueden ponerlo a dormir” (Larry E. Dahl, “Fit for the Kingdom”, en Studies in Scripture, Volume Five: The Gospels, editado por Kent P. Jackson y Robert L. Millet, 1986, tomo V, pág. 369).

  • El presidente Harold B. Lee (1899–1973) comparó la prueba del “lujo” con otras pruebas de la vida: “Se nos pone a prueba de varias formas. Tal vez no seamos conscientes de lo difícil de las pruebas que estamos enfrentando. En los primeros días de la Iglesia, se cometieron asesinatos y se vivió el acoso de los populachos. Se expulsó a los santos al desierto, donde morían de hambre, estaban desprovistos de ropas y pasaban frío. Nosotros somos los herederos de lo que nos legaron. ¿Pero qué estamos haciendo con ello? Actualmente gozamos de lujos como los que nunca hemos visto en la historia del mundo. Parecería que es probable que ésta sea la prueba más severa que jamás hayamos tenido en la historia de la Iglesia” (Dahl, “Fit for the Kingdom”, en Studies in Scripture, tomo V, pág. 369).

Helamán 12:4. “Poner su corazón en las vanidades del mundo”

  • Mormón hizo hincapié en la insensatez de quienes ponen sus corazones en las vanidades del mundo, es decir, en las cosas inútiles, vacías y sin valor del mundo. El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “Las ‘vanidades del mundo’ comprenden cualquier combinación del mundanal cuarteto de los bienes que se poseen, el orgullo, la prominencia y el poder. En lo que atañe a estas cosas, las Escrituras nos recuerdan que ‘no las puedes llevar contigo’ (Alma 39:14). Debemos andar en busca de la clase de tesoros que las Escrituras prometen a los fieles: ‘grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos’ (D. y C. 89:19)” (véase Liahona, julio de 2001, pág. 101).

Helamán 12:5–6. “Prestos están para ensalzarse en el orgullo”

  • En su clásico discurso sobre el orgullo, el presidente Ezra Taft Benson representó las muchas facetas del orgullo:

    “El orgullo tiene una naturaleza esencialmente competitiva. Oponemos nuestra voluntad a la de Dios. Cuando con nuestro orgullo nos enfrentamos a Dios, es con la actitud de decir: ‘Que se haga mi voluntad y no la Tuya’…

    “Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios dé dirección a su vida (véase Helamán 12:6). Ellos oponen sus percepciones de la verdad contra el enorme conocimiento que tiene Dios, su capacidad contra el poder del sacerdocio de Dios, sus propios logros contra las poderosas obras de Él.

    “…Los orgullosos quieren que Dios esté de acuerdo con ellos; pero no tienen interés en cambiar de opinión para que la suya esté de acuerdo con la de Dios…

    “El orgullo da como resultado combinaciones secretas que se establecen para lograr poder, riquezas y la gloria del mundo (véase Helamán 7:5; Éter 8:9, 16, 22–23; Moisés 5:31). Este fruto del pecado del orgullo, es decir, las combinaciones secretas, destruyó las civilizaciones de los jareditas y los nefitas, y ha sido y será todavía la causa de la caída de muchas naciones (véase Éter 8:18–25)” (véase Liahona, julio de 1989, págs. 4–6).

  • El élder Joe J. Christensen, de los Setenta, enseñó que el orgullo lleva a las comparaciones injustas y también puede conducir a nuestra caída:

    “El orgullo hace que, al compararnos con los demás, nos preocupemos demasiado por cuán inteligentes pensamos que somos, por la marca de nuestros jeans [pantalones vaqueros o de mezclilla] u otras prendas de vestir —la ‘ropa lujosa’ que nos ponemos—, por las organizaciones a las que pertenecemos, la zona de la ciudad en que vivimos, cuánto dinero tenemos, cuál es nuestra raza o nacionalidad, qué tipo de coche conducimos, incluso a qué iglesia pertenecemos, cuánta instrucción formal hemos tenido el privilegio de adquirir, etcétera, etcétera.

    “En las Escrituras existen muchas indicaciones de que el objetivo del orgullo es el de destruir personas, naciones y, en algunos casos, incluso a la Iglesia misma…

    “Se ha calculado que a lo largo del Libro de Mormón los ciclos de prosperidad y paz fueron destruidos no menos de treinta veces, principalmente por los efectos del orgullo humano” (One Step at a Time: Building a Better Marriage, Family, and You, 1996, págs. 138–139). (Véase “El ciclo de rectitud e iniquidad” en la página 434 del apéndice.)

Helamán 12:7–19. La insignificancia del hombre

  • El presidente Joseph Fielding Smith nos ayudó a entender que la frase “la insignificancia de los hijos de los hombres” (Helamán 12:7) no es un reflejo de cuánto vale el hombre: “Ahora bien, este profeta no tuvo la intención de decir que el Señor se preocupa más por el polvo de la tierra y le tiene más amor que a Sus hijos… Lo que está señalando es que el polvo de la tierra es obediente, ya que se mueve de aquí a allá cuando el Señor lo manda. Todas las cosas se encuentran en armonía con Sus leyes. Todo lo que hay en el universo obedece las leyes establecidas, según tengo entendido, excepto el hombre. Doquier que se mire se encuentran la ley y el orden, y los elementos, fieles a su llamado, obedecen las leyes que reciben; mas el hombre se rebela, y en este aspecto el hombre es menos que el polvo de la tierra puesto que rechaza los consejos del Señor” (en Conference Report, abril de 1929, pág. 55).

Helamán 12:15. Conocimientos de astronomía

  • En Helamán 12:14–15 se demuestra que Mormón tenía una comprensión básica de las leyes físicas del universo: “Se hace referencia aquí al relato bíblico en el que Josué manda al sol y a la luna detenerse para que su ejército pueda completar la derrota de los amorreos (Josué 10:12–14). Aquí se agrega una observación correctiva a dicho relato, el cual daba por sentado que el sol rotaba alrededor de una tierra fija. (Véanse también Isaías 38:7–8; 2 Reyes 20:8–11.) Estos versículos ofrecen una certeza sutil pero segura de que el profeta y editor Mormón, al igual que muchos de los líderes espirituales de la antigüedad, no eran en lo más mínimo primitivos en su entendimiento de Dios, el hombre y el universo” (Joseph Fielding McConkie y Robert L. Millet, Doctrinal Commentary on the Book of Mormon, cuatro tomos, 1987–1991, tomo III, pág. 397).

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    Representación del universo

    © Corbis

Helamán 12:23–24. El arrepentimiento nos conduce a la gracia de Cristo

  • El élder David A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, habló acerca del poder de la gracia de Dios:

    “Del Bible Dictionary [Diccionario Bíblico], aprendemos que la palabra gracia a menudo se usa en las Escrituras para indicar un poder que fortalece o habilita:

    “‘La idea principal de la palabra es la ayuda o fortaleza que se dan a través de la abundante misericordia y amor de Jesucristo.

    “‘…Es igualmente mediante la gracia del Señor que las personas, por medio de la fe en la expiación de Jesucristo y el arrepentimiento de sus pecados, reciben fortaleza y ayuda para realizar buenas obras que de otro modo no podrían mantener si contaran sólo con sus propios medios. Esta gracia es un poder habilitador que les permite a los hombres y a las mujeres asirse de la vida eterna y la exaltación después de haber dedicado su mejor esfuerzo’ (pág. 697).

    “Es así que el aspecto de la Expiación que nos habilita y fortalece nos ayuda a ver y a hacer el bien y a convertirnos en personas buenas en modos que jamás reconoceríamos o lograríamos con nuestra limitada capacidad mortal. Doy testimonio de que el poder habilitador de la Expiación del Salvador es real” (véase Liahona, noviembre de 2004, págs. 76–77; véase también D. y C. 93:20, 27–28).

  • El élder Gene R. Cook, de los Setenta, habló acerca de la naturaleza personal de la gracia del Salvador:

    “La gracia del Señor, mediante la Expiación, puede limpiar nuestros pecados y a la vez ayudarnos a perfeccionarnos por medio de las pruebas, las enfermedades y aun los defectos del carácter… Cristo puede enmendar nuestras imperfecciones y faltas que de otra forma no se pueden corregir (véase Génesis 18:14; Marcos 9:23–24).

    “Esta gran verdad nos debería llenar de esperanza, con tal de que seamos prestos en recordar que el efecto que la gracia tenga en nuestra vida depende del que nos arrepintamos de nuestros pecados…

    “Las condiciones que se requieren para que se nos restaure la gracia son un corazón arrepentido y buenas obras. Cuando alguien pide fervientemente una respuesta en oración, la respuesta puede depender más del arrepentimiento de nuestros propios pecados que de ningún otro factor (véase D. y C. 101:7–8; Mosíah 11:23–24)…

    “Para obtener la gracia, uno no tiene que ser perfecto, pero sí tiene que estar tratando de guardar los mandamientos lo mejor que pueda, y así el Señor le permitirá recibir ese poder” (véase Liahona, julio de 1993, págs. 90–91).

Para meditar

  • ¿Qué pasos está dando usted para evitar que su vida caiga en el ciclo del orgullo?

  • ¿En qué partes de su vida ha visto funcionar el poder del sacerdocio?

  • ¿Qué puede hacer para llegar al punto de que al orar no pida nada que se oponga a la voluntad del Señor?

Tareas sugeridas

  • En una noche de hogar, comparta lo que ha aprendido de Helamán 12–14 sobre cómo y por qué el Señor disciplina a Sus hijos.

  • En su diario, anote en qué forma afronta usted el cíclo del orgullo.