2022
“Tengo mucho tesoro en este mundo”
Febrero de 2022


Sección doctrinal

“Tengo mucho tesoro en este mundo”

En el año 1836, en medio de las preocupaciones por las finanzas de la Iglesia, llegó a Kirtland, Ohio, un miembro de la Iglesia llamado Burgess, y dijo a José Smith “que había una gran cantidad de dinero oculto en el sótano de una casa que había pertenecido a una viuda en Salem, Massachusetts, y que él era el único que conocía la existencia de este tesoro y del lugar donde estaba la casa” (The Joseph Smith Papers, Documents, Volume V: October 1835–January 1838, p. 274).

El deseo de liquidar las deudas de la Iglesia, que se habían convertido en una carga difícil de llevar, hizo que José Smith, Sidney Rigdon, Oliver Cowdery y Hyrum Smith salieran de viaje desde Kirtland hasta Salem, a pesar de lo extraña que resultaba toda aquella historia.

Al llegar a Salem, se encontraron con el hermano Burgess; pero, cuando fueron a buscar la casa, Burgess no fue capaz de encontrarla y, poco después, se marchó de Salem, dejando a José Smith y a sus compañeros de viaje en la ciudad, perplejos ante lo que les estaba pasando.

La revelación que encontramos en la sección 111 de Doctrina y Convenios se recibió en Salem y empieza con las siguientes palabras: “Yo, el Señor vuestro Dios, no estoy disgustado con vuestro viaje hasta acá, no obstante vuestras imprudencias” (D. y C. 111:1). El Señor consideró una imprudencia hacer ese viaje, apoyándose solamente en las palabras de una persona con una información no muy fiable, como pudieron comprobar después de tanto esfuerzo para llegar hasta allí.

¿Qué significaba que José Smith y sus compañeros de viaje habían cometido una imprudencia? El Señor quería decir que se habían equivocado o que habían cometido un error; pero a continuación les dijo lo siguiente: “Tengo mucho tesoro para vosotros en esta ciudad, para el beneficio de Sion, y muchas personas en este lugar, a quienes recogeré a su debido tiempo por medio de vosotros, para el bienestar de Sion” (D. y C. 111:2).

¿Qué tesoro tenía reservado el Señor para ellos en Salem?

Hablando de un tesoro oculto en casa de una viuda, y yendo a otra época y a otro lugar en busca de tesoros, nos encontramos con una mujer llamada Cornelia, que era hija del famoso general Publio Cornelio Escipión el Africano. Cornelia se casó con el cónsul Tiberio Sempronio Graco; con él tuvo doce hijos y se la conocía como la “madre de los Gracos”. De sus doce hijos, sólo tres llegaron a la edad adulta: Sempronia, Tiberio y Cayo.

Cuando murió su esposo, Cornelia decidió retirarse a vivir con sus tres hijos a una villa alejada de Roma, rechazando proposiciones de matrimonio de importantes hombres del imperio; declinó incluso una oferta del rey egipcio Ptolomeo VIII, porque su deseo era dedicarse a educar a sus hijos.

Cornelia tuvo el honor de ver cómo se erigía una estatua suya en el Foro Romano. Era la primera vez que se daba ese privilegio a una mujer. En el epígrafe de la base se puede leer: “Cornelia, hija del Africano y madre de los Gracos”. Como patricia de alcurnia, cuando iba a las reuniones sociales con otras damas patricias, que hacían gala del lujo de sus vestidos y de sus joyas, le solían preguntar por qué no se vestía ella también con sus joyas; ella, entonces, mostraba a sus hijos y les decía: “He aquí mis joyas”.

Tenemos, pues, a dos viudas: la de Salem y la de Roma; y de ambas se cuenta que tenían un tesoro escondido en sus casas: dinero en la casa de la viuda de Salem y personas en la casa de la viuda de Roma.

Cuando fracasaron en el intento de encontrar un tesoro en casa de la viuda de Salem, el Señor dijo a José Smith lo siguiente: “Tengo mucho tesoro para vosotros en esta ciudad, para el beneficio de Sion […]. Conviene, pues, que lleguéis a conocer a hombres de esta ciudad, según seáis guiados y os sea indicado” (D. y C. 111:2−3). El Señor les estaba diciendo, como en el caso de Cornelia, señalando a los habitantes de Salem: “He aquí mi tesoro”. Estaba hablando de los vivos: “… muchas personas en este lugar, a quienes recogeré a su debido tiempo por medio de vosotros” (D. y C. 111:2); y de los muertos: “… inquirid diligentemente en lo que concierne a los habitantes y a los fundadores más antiguos de esta ciudad” (D. y C. 111:9). Y se estaba refiriendo a la salvación de todos ellos, por medio de la obra misional y de la obra vicaria, respectivamente.

El Señor ya había enseñado a José Smith, a Oliver Cowdery y a David Whitmer en 1829, cuando estaban en Fayette, Nueva York, que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10); y reveló a Moisés que su obra y su gloria es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Y, en nuestros días, el Presidente de la Iglesia, Russell M. Nelson, enseñó que, “como Santos de los Últimos Días, nos hemos acostumbrado a pensar en la Iglesia como algo que ocurre en nuestros centros de reuniones, respaldado por lo que ocurre en el hogar. Necesitamos un ajuste de este modelo: ha llegado la hora de una Iglesia centrada en el hogar, respaldada por lo que se lleva a cabo dentro de los edificios de nuestros barrios, ramas y estacas” (octubre de 2018).

¿Qué deberíamos aprender de todo esto? Algo que se nos olvida con demasiada frecuencia: que las personas son más importantes que los bienes materiales y que las capillas, los llamamientos, las organizaciones y las reuniones; es decir, que las personas son fines, y todo lo demás son medios al servicio de la obra de salvación de los hijos de Dios. Y así como Cornelia renunció a la vanidad de presumir de sus joyas, para poder dedicarse a la formación de sus hijos, nosotros debemos dejar de presumir de nuestros llamamientos y dedicarnos a ayudar al Señor en la obra de salvación y exaltación de los hijos de Dios.