2022
Practicar la perfección
Febrero de 2022


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Practicar la perfección

De un discurso de la Conferencia de la Mujer de la Universidad Brigham Young de 2021.

El Salvador, cuya gracia hace posible la perfección eterna, nos da oportunidades de practicar la perfección en esta vida.

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ilustración de las manos del Salvador extendiéndose hacia a una mujer

Durante los últimos 30 años o más he estado practicando la abogacía. Creo que hay una razón por la que se refieren a esto como la práctica de la abogacía.

Nunca he hecho una declaración perfecta ni he realizado un interrogatorio perfecto; siempre hubo alguna otra pregunta o alguna pregunta mejor que podría haber hecho.

Nunca he preparado un escrito perfecto porque, en retrospectiva, siempre hubo algún punto que podría haber expresado con más claridad.

Y nunca presenté un alegato oral perfecto ante un juez o un magistrado. Casi siempre en medio de la noche después del alegato, pensaba en algo realmente inteligente y convincente que podría haber dicho.

No obstante, creo que el servicio que brindé a mis clientes no solo fue satisfactorio, sino también de valor. Practicaba la abogacía con miras a cambiar, mejorar y perfeccionar. Mis esfuerzos, aunque imperfectos, fueron suficientes porque estaba practicando.

El ejemplo de Saríah

Una de mis mejores amigas del Libro de Mormón es Saríah. Siempre disfruto leer sobre ella en 1 Nefi. Me identifico con ella; sus reacciones me parecen correctas. Saríah practicó la fe cuando dejó Jerusalén, su oro y plata, y no se llevó nada al desierto, excepto a su familia y algunas provisiones necesarias. Luego, recordarán que, en el capítulo 3, Lehi tuvo un sueño en el que los hijos de Lehi y Saríah debían regresar a Jerusalén para recuperar las planchas de bronce de Labán.

La situación se intensificó para Saríah, según leemos dos capítulos más adelante en 1 Nefi 5. Sus hijos se habían ido desde hacía ya algún tiempo; no sabemos con certeza cuánto, pero sabemos que habían viajado de regreso a Jerusalén, habían ido a casa y tomado todas sus cosas de valor, y empleado varias estrategias para obtener las planchas del renuente Labán. ¡Y Saríah estaba preocupada!

Saríah reaccionó de la manera que creo que yo lo habría hecho. Estaba preocupada por sus hijos, lloró por ellos, se quejó un poco y, en cierto momento, le dijo algo a Lehi que probablemente más tarde lamentó: que era un hombre visionario.

Sin embargo, Saríah practicó la fe. Escuchó las reconfortantes palabras que le dijo Lehi; practicó la paciencia; practicó esperar en Jehová; practicó apoyar a su esposo; y cuando sus hijos regresaron con las planchas de bronce, ¡se llenó de gozo! Y entonces supo “con certeza” (1 Nefi 5:8) que estaban en una misión del Señor. La fe que puso en práctica era tan intensa, de hecho, que estuvo dispuesta a subirse a una embarcación construida por sus hijos, que no eran constructores de barcos, para navegar hacia un destino desconocido, que resultó ser la tierra prometida.

Saríah practicaba; practicaba fe en el Señor Jesucristo, y la paciencia y la longanimidad. Practicaba la perfección.

La perfección terrenal versus la perfección eterna

Podemos ser perfectos en tareas específicas. Por ejemplo, podemos ser perfectos al leer el Libro de Mormón todos los días. Podemos pagar nuestro diezmo con perfección. O podemos tocar una pieza musical con precisión, acertando cada nota, pero me pregunto si un músico que interpreta una pieza musical sin cometer un error todavía se pregunta si expresó la cantidad correcta de emoción. Para mí, esa es la diferencia entre la perfección terrenal —tocar bien cada nota— y la perfección eterna —crear una canción celestial—; ese cántico celestial solo se puede tocar con el Salvador y gracias a Él.

El presidente Nelson nos ha enseñado: “La perfección es inminente; llegará en su totalidad únicamente después de la resurrección y solo por medio del Señor; está en espera de todos los que le aman a Él y guardan Sus mandamientos”1.

En su ruego final a nosotros, Moroni dijo: “Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con todo vuestro poder, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo…” (Moroni 10:32).

El ejemplo de los jareditas

¿Recuerdan al hermano de Jared y a su pueblo, a quienes se les ordenó construir barcos de acuerdo con las instrucciones del Señor? Los barcos eran pequeños, ligeros en el agua y ajustados como un vaso.

Y en un acto de gran fe, esos jareditas subieron a los barcos que habían construido y “muchas veces fueron sepultados en […] [el] mar, a causa de las […] olas que rompían sobre ellos […]. Y […] el viento no dejó de soplar […] mientras estuvieron sobre las aguas”, hasta que después de 344 días llegaron a la tierra prometida (véase Éter 6:6, 8, 11, 12).

No obstante, recordarán que antes de que los jareditas subieran a los barcos hacia la tierra prometida, mientras viajaban por el desierto, “construyeron barcos, en los cuales atravesaron muchas aguas, y la mano del Señor los guiaba continuamente” (Éter 2:6). Habían estado practicando construir barcos y practicando la fe en el Señor antes de que comenzara su viaje de 344 días. Por supuesto, el Señor podría haberlos guiado alrededor de esas masas de agua mientras viajaban por el desierto. ¡Pero no lo hizo! Les permitió practicar construir barcos y, lo que es más importante, les dio la oportunidad de practicar su fe en Él. Creo que su práctica los preparó para ese largo viaje a la tierra prometida.

El Salvador hace posible la perfección

Estamos practicando la perfección para regresar a nuestro hogar celestial. Y el Salvador, cuya gracia hace posible la perfección eterna, nos da oportunidades de practicar.

La perfección, terrenal y eterna, es nuestro objetivo. Con el Salvador, la práctica hace al maestro. Él marca toda la diferencia. El presidente Russell M. Nelson nos ha aconsejado: “… hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por tratar de mejorar cada día. Cuando surjan nuestras imperfecciones, continuemos corrigiéndolas; aprendamos a perdonar los defectos en nosotros mismos, así como en las personas que amamos; recibiremos consuelo y paciencia”2.

¡Sigamos practicando! Nuestro amado profeta nos ha recordado: “… el Señor se deleita con el esfuerzo, porque el esfuerzo brinda recompensas que no pueden recibirse sin él”3.

Testifico que el Señor los ama y quiere que regresen a casa. La perfección es inminente en Él y con Él.

Notas

  1. Russell M. Nelson, “La inminencia de la perfección”, Liahona, enero de 1996, pág. 102.

  2. Véase Russell M. Nelson, “La inminencia de la perfección”, pág. 100.

  3. Russell M. Nelson, en Joy D. Jones, “Un llamamiento especialmente noble”, Liahona, mayo de 2020, pág. 16.