2019
Mi Bautismo
Julio de 2019


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Mi Bautismo

Desde mi infancia, recuerdo a los misioneros tocando a nuestra puerta algún que otro domingo y siempre era mi papá quien salía a atender su llamado. Con apenas 7 u 8 años, una vez le pregunté a mi padre: “¿Por qué no los dejas pasar?, parecen buenos”.

Crecí teniendo un diálogo silencioso con Dios. Y digo diálogo porque yo sentía que Él me escuchaba. Ese diálogo siguió, y nunca perdí esa ingenuidad o pureza con que le hablaba en silencio a Dios. Ninguna adversidad hizo que me sintiera abandonada por Dios, jamás. Al contrario, siempre le pedí ayuda para salir adelante. Y así sigo hoy en día, orando para recibir su ayuda por medio de mi fe y humildad.

En febrero del año 2013, una mañana soleada, miré al cielo y le pedí a Dios que me mostrara el propósito con que había venido a esta vida. Sentía que la vida tenía un propósito más significativo que las tareas cotidianas.

Finalmente, en abril, mi pregunta tuvo respuesta. Vinieron los élderes a mi casa. Los había enviado el esposo de mi amiga Linka; quien, a pedido de los élderes, les dio mi nombre como referencia.

Ese día que vinieron acordaron volver a dar la primera charla el jueves. Ese jueves, cuando los vi llegar, no salí a atenderlos. Se fueron luego de esperar un rato y volvieron con mi amiga Linka. Tampoco salí. Temía que el contacto con ellos pusiera en evidencia mi malestar espiritual, la necesidad de estar conectada con Dios, algo que no había logrado hacer hasta ese momento.

Sabía que mis oraciones silenciosas no eran suficientes, que necesitaba saber más de Dios, de mi Padre Celestial; que Él me había dado un hogar y una familia con un propósito que iba más allá de lo que yo sabía hasta ese entonces. También quería que mi hija estuviera a mi lado en ese cambio. Yo sabía que habría un antes y un después de los misioneros, de su visita; y así fue.

Mi Invitación Bautismal

La primera visita fue a mediados de abril. Recibí un ejemplar del Libro de Mormón, que aún conservo, y leí lo que me asignaron. Cuando me preguntaron que sentí al leer, les dije: “Es el mejor mensaje de amor que puedo recibir para volver a estar con Dios”.

Los primeros dos domingos que asistí a la capilla, fui sola con los élderes. Mi hija no quiso ir, pero yo sabía que en la medida que yo continuara firme en asistir a la Iglesia, ella también lo haría.

Luego de tres visitas, acordamos una fecha de bautismo. Sería el 8 de junio del año 2013. Fue el momento de recibir las respuestas de Dios, culminando con mis oraciones más sentidas y al confiar en que Dios no me había abandonado nunca en mis tribulaciones.

Claro, había una cuestión, lo ideal era que nos bautizáramos como familia, pero al comienzo mi hija no parecía estar interesada en un cambio. Sin embargo, fue invitada por los élderes a bautizarse y demostró interés en saber todo lo que representaba el compromiso del bautismo. Fue maravilloso, porque ella sentía en su corazón que el bautismo era convertirse a Jesucristo, aceptar Su expiación, al dejar en el agua todo nuestros errores y faltas.

Testifico que el Espíritu de Dios estuvo acompañándonos en ese proceso. Lucía entró a las aguas del bautismo y luego yo. Ese día nos unimos más como familia. El amor de Dios empezó a crecer en nuestros corazones fuertemente, ayudado por el testimonio personal de cada una, ambas dedicadas a la lectura diaria de las Escrituras y sabiendo que estábamos en el lugar correcto: en la Iglesia de Jesucristo.

Fui recibida con amor y atenciones por los miembros del barrio; pero siempre fue más fuerte lo que yo sentía, que estaba “reconectándome” con mi interior, con mi corazón, al descubrir lo que no había hallado hasta ese momento: el camino verdadero hacia Dios, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Y la misma postura tengo hasta hoy. Es importante pertenecer a un buen barrio, tener el templo tan cerca; pero lo más importante es saber que Dios está primero y, por sobre todo, que todo viene por Él y que Su amor infinito me bendice en tanto que soy humilde y obedezco Sus mandamientos sin dudar.

Y como Su hija debo proyectar la luz que me da, todo sea para Su gloria y para algún día morar con mi amada familia junto a Jesucristo y a nuestro Padre Celestial.