Obsequiar el mejor regalo
La autora vive en Texas, EE. UU.
Le di a mi amiga el mejor regalo que jamás había recibido.
Cuando yo tenía trece años, el profeta pidió a los miembros de la Iglesia que leyeran el Libro de Mormón en cinco meses, para el final del año; y prometió bendiciones por hacerlo. Un día, cuando leía en el autobús, una chica que se llamaba Cynthia se sentó junto a mí y me preguntó qué libro estaba leyendo. Le dije que era el Libro de Mormón y que era un libro especial. También le dije que quería terminar de leerlo para el final del año; así podría recibir bendiciones.
Comenzó a hacerme más preguntas y le dije que podía ir a mi casa y hablaríamos más al respecto. Aceptó mi invitación y durante los próximos días pasamos varias horas hablando del Libro de Mormón y de la Iglesia.
El lunes siguiente, la invité a la noche de hogar, y allí le presenté a los misioneros. Ellos comenzaron a enseñarle las lecciones y ella empezó a ir a la Iglesia, a todas las actividades de los jóvenes y a las demás reuniones de la Iglesia.
Decidió que quería bautizarse y, con el permiso de sus padres, se bautizó el día de su cumpleaños ese año. Dijo que había sido el mejor regalo que hubiese recibido jamás. Su madre y sus hermanos asistieron al bautismo. Me pidió que cantara “El Espíritu de Dios” (Himnos, Nº 2) y le pidió a mi padre que efectuara el bautismo. Después de que salió del agua, nos abrazamos y lloramos. Nunca olvidaré ese día, porque sentí una felicidad increíble.
Un año después, mi familia se mudó. Fue difícil, ya que Cynthia y yo habíamos llegado a ser muy amigas y hermanas en el Evangelio.
Aunque ya no vivimos cerca la una de la otra, todavía somos buenas amigas. Hablamos a menudo por teléfono y recientemente me llamó para decirme que su mamá estaba recibiendo las lecciones misionales. Eso me hizo sentir muy feliz, pues antes su madre no quería recibir las lecciones. Cynthia me dijo que espera algún día ir a la Iglesia con toda su familia; y me agradeció que le hubiese hablado de la Iglesia.