2015
Luciérnagas
Enero de 2015


Reflexiones

Luciérnagas

El autor vive en Florida, EE. UU.

¿Mantenemos la vista en las recompensas eternas, o en alguna otra cosa?

Imagen
Illustration of a fireflies in the night sky

Ilustración por Supansa Wongwiraphab.

Hace algunos años trabajé en un sitio arqueológico llamado Aguateca, ubicado en una región hermosa y remota de Guatemala, a la cual únicamente se puede llegar por lancha tras un largo viaje por el sinuoso Río Petexbatún.

Una noche, regresaba a Aguateca con varios arqueólogos después de pasar el día en un sitio cercano. Mientras viajábamos por el río, con sólo el suave zumbido del motor y el chirrido de los insectos, me recosté en un costado de la lancha para disfrutar del paseo tranquilo y la noche sin luna, más clara de lo común. Mientras la lancha zigzagueaba por el río, traté de mantener mi sentido de la orientación siguiendo la Estrella Polar. La estrella a veces desaparecía tras las oscuras siluetas de los árboles que bordeaban las riberas, pero en poco tiempo, siempre volvía a aparecer.

En un recodo del río, volví a perderla detrás de las copas de los árboles. Una vez que la lancha siguió rumbo al sur, la volví a localizar, sintiéndome como un viejo marinero, orgulloso por la habilidad que tenía de mantener la orientación. Sin embargo, después de observarla unos momentos, me di cuenta de que había cometido un error: no había localizado la Estrella Polar ni ninguna otra estrella; lo que observaba era una luciérnaga.

Fue entonces que me di cuenta de que las muchas “estrellas” que divisaba eran en realidad luciérnagas que revoloteaban silenciosamente en el aire cálido de la noche. Sorprendentemente, el resplandor de las docenas de luciérnagas que estaban encima de nosotros era casi idéntico al brillo de las estrellas y galaxias distantes, y con los giros y las vueltas de la embarcación sobre el río, era fácil confundirlas.

“¿Cómo pude confundir una minúscula luciérnaga con una estrella de un brillo casi infinito?”, me pregunté. La respuesta era clara: era cuestión de perspectiva. La luz relativamente débil y fugaz de las luciérnagas se parecía a la de las estrellas sólo porque las luciérnagas estaban a pocos metros por encima de mí y las estrellas estaban muy distantes. Desde mi perspectiva, las dos parecían casi idénticas.

Al igual que las luciérnagas, las tentaciones y las pruebas parecen grandes porque están a la mano, mientras que las bendiciones prometidas, al igual que las estrellas, pueden parecer muy distantes.

Nuestra miopía espiritual puede tener muchas consecuencias. Cuanto más distante parezca estar la recompensa, más grande es la tentación de pensar que podemos postergar el día de nuestro arrepentimiento y aún regresar a nuestro Padre Celestial a fin de reclamar nuestra herencia eterna (véase Alma 34:33–34). Quizás empecemos a dudar de la recompensa eterna o decidir que es más divertido satisfacer al hombre natural ahora en vez de esperar las bendiciones que tal vez lleguen mucho más tarde. Tal vez tengamos temor a la implacable y larga lucha contra el pecado, o no tengamos la fe de que nuestro Salvador nos ayudará a soportar los bofetones de Satanás.

De vez en cuando, todos perdemos nuestra perspectiva eterna; el desafío es recuperarla lo antes posible. Aunque el mundo nos ofrezca recompensas atractivas y falsas, podemos dirigir la mirada hacia Jesucristo al navegar por los giros y las vueltas de la vida y confiar en que Él es el “galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).

Ya han transcurrido años desde que hice ese viaje por el río, pero aun hoy me detengo cuando me enfrento a la tentación, y me digo a mí mismo: “Es sólo una luciérnaga”.