2015
Un servicio que cerró el círculo
Enero de 2015


Un servicio que cerró el círculo

Krisi Church Summers, Utah, EE. UU.

illustration for lds voices

El tío Joe vivía solo y se sentía solitario, de modo que tratábamos de visitarlo con tanta frecuencia como nos fuera posible.

Ilustraciones por Bradley Clark.

Cuando estaba en el primer año de la universidad, solía visitar junto con mi compañera de cuarto al hermano de su tatarabuelo, un hombre de 98 años de edad, a quien llamábamos cariñosamente “tío Joe”. Vivía solo y se sentía solitario, de modo que tratábamos de visitarlo con tanta frecuencia como nos fuera posible. Durante nuestras visitas, nos contaba anécdotas sobre la época en que había vivido en México y en diversas localidades fronterizas de Arizona, entre ellas, Nogales.

Cuando mi compañera de cuarto regresó a su casa por un tiempo, sentí que debía seguir visitando al tío Joe. Llegó a ser un gran amigo para mí y lo visité hasta que falleció un año y medio después. Estaba triste por perder a mi amigo, pero agradecida por el valioso tiempo que habíamos pasado juntos.

Diez años después de que el tío Joe falleciera, me hallaba leyendo el diario personal de mi tatarabuela. El diario narraba que su esposo la había abandonado dejándola sin dinero, con un alquiler de $30 dólares estadounidenses por pagar y nueve bocas que alimentar.

Luego añadió: “En Bisbee, [Arizona, EE. UU.] la gente fue muy buena con nosotros. Aunque vivíamos fuera de la ciudad, al sur de Bisbee, nos llevaban de regreso a casa [de la Iglesia]. El hermano Joseph Kleinman, que vivía en México, nos llevaba a casa muchas veces, y no sólo eso, sino que [su familia] nos llevaba a todos a cenar con ellos. Preparaban conejo frito con todas las guarniciones, lo que nos gustaba mucho. Los trasladaron a Nogales… y nos regalaron sus conejos —blancos y muy bonitos— y así tuvimos todo lo que necesitábamos para comer”.

Al leer aquella anotación del diario, me di cuenta de que el mencionado Joseph Kleinman que había ayudado a mi tatarabuela era el tío Joe. Sentí al Espíritu susurrarme que se me había inspirado a seguir visitando al tío Joe como un pequeño agradecimiento por la bondad que él había mostrado hacia mi tatarabuela y su familia.

Me sentí emocionada por ser parte de una historia de amor y servicio que había cerrado el círculo. Sé que el Señor tiene presentes a Sus hijos. Si damos oído a los susurros del Espíritu Santo, podemos bendecir la vida de otras personas y, a su vez, ser bendecidos nosotros mismos.