2010–2019
Guarden los mandamientos
Octubre 2015


Guarden los mandamientos

Aquel que nos creó y que nos ama a la perfección sabe cómo debemos vivir la vida a fin de obtener la mayor felicidad posible.

Mis amados hermanos, es un gusto estar con ustedes nuevamente. Hemos sido inspirados esta tarde con las palabras que hemos escuchado, y ruego que yo también sea guiado en lo que diga.

El mensaje que tengo para ustedes esta noche es directo. Es este: guarden los mandamientos.

Los mandamientos de Dios no son dados para que nos frustren ni para que se conviertan en obstáculos a nuestra felicidad, sino todo lo contrario. Aquel que nos creó y que nos ama a la perfección sabe cómo debemos vivir la vida a fin de obtener la mayor felicidad posible. Nos ha brindado pautas que, si las seguimos, nos guiarán por esta trayectoria terrenal que a menudo es peligrosa. Recordamos la letra del conocido himno: “Siempre obedece los mandamientos; tendrás gran consuelo y sentirás paz”1.

Nuestro Padre Celestial nos ama lo suficiente como para decir: No mentirás; no hurtarás; no cometerás adulterio; amarás a tu prójimo como a ti mismo; etc.2. Conocemos los mandamientos. Él comprende que si guardamos los mandamientos, nuestra vida será más feliz, más plena y menos complicada. Nuestros desafíos y problemas serán más fáciles de sobrellevar y recibiremos Sus bendiciones prometidas. Sin embargo, aun cuando nos da leyes y mandamientos, Él también permite que elijamos si los aceptaremos o rechazaremos. Las decisiones que tomemos en cuanto a ello determinarán nuestro destino.

Confío en que la meta suprema de cada uno de nosotros es la vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo. Es, por tanto, imprescindible que tomemos decisiones a lo largo de la vida que nos lleven a esa gran meta. No obstante, sabemos que el adversario está resuelto a que fracasemos. Él y sus huestes son implacables en su esfuerzo por impedir nuestros deseos justos. Representan una grave y constante amenaza para nuestra salvación eterna a menos que nosotros también estemos resueltos en nuestra determinación y esfuerzo por lograr nuestra meta. El apóstol Pedro nos advierte: “Sed sobrios, y velad, porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”3.

Aunque no hay una época de la vida en que estemos exentos de la tentación, ustedes jovencitos están en la edad en que podrían ser particularmente vulnerables. Los años de la adolescencia a menudo son años de inseguridad, de sentir que no son lo suficientemente buenos, de tratar de ser popular y de querer ser parte del grupo. Quizás sean tentados a rebajar sus normas y a seguir a la multitud a fin de ser aceptados por aquellos que ustedes desean que sean sus amigos. Les pido que sean fuertes y que estén alertas a cualquier cosa que pudiera robarles las bendiciones de la eternidad. Las decisiones que tomen aquí y ahora son siempre importantes.

En 1 Corintios leemos: “Tantas clases de [voces] hay… en el mundo”4. Estamos rodeados de voces persuasivas, voces cautivadoras, voces denigrantes, voces sofisticadas y voces que confunden. Podría agregar que esas voces son fuertes. Los exhorto a que bajen el volumen y más bien se dejen influenciar por la voz apacible y delicada que los guiará a un lugar seguro. Recuerden que alguien que tenía autoridad colocó las manos sobre su cabeza después de que fueron bautizados y los confirmó miembros de la Iglesia, y dijo: “Recibe el Espíritu Santo”5. Abran el corazón, abran el alma misma al sonido de esa voz especial que testifica de la verdad. Tal como el profeta Isaías prometió: “… tus oídos oirán… palabra, diciendo: Éste es el camino, andad por él”6. Ruego que siempre estemos a tono, que podamos escuchar esa voz consoladora que nos guía y que nos mantendrá a salvo.

El hacer caso omiso a los mandamientos ha abierto el camino para lo que considero que son las plagas de nuestra época. Incluyen la plaga de la permisividad, la plaga de la pornografía, la plaga de las drogas, la plaga de la inmoralidad y la plaga del aborto, para nombrar solo algunas. En las Escrituras leemos que el adversario es “el [fundador] de todas estas cosas”7. Sabemos que él es “… el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres”8.

Les suplico que eviten cualquier cosa que los prive de su felicidad aquí en la vida terrenal y en la vida eterna del mundo venidero. Con sus engaños y mentiras, el adversario los guiará por una pendiente resbaladiza que los llevará a ser destruidos si se lo permiten. Probablemente estarán en esa pendiente antes de siquiera darse cuenta que no hay manera de detenerse. Ustedes han escuchado los mensajes del adversario. Con astucia llama: Esta sola vez no importará; todos están haciéndolo; no seas anticuado; los tiempos han cambiado; no le hará daño a nadie; tu vida es tuya para que la vivas. El adversario nos conoce y sabe cuáles son las tentaciones que será difícil que ignoremos. Cuán indispensable es que ejerzamos una vigilancia constante a fin de evitar ceder a tales mentiras y tentaciones.

Se requerirá gran valor al permanecer fieles y leales en medio de las presiones y las influencias insidiosas cada vez mayores que nos rodean y que distorsionan la verdad, destruyen lo bueno y lo decente, y procuran sustituirlos con las filosofías del mundo creadas por el hombre. Si los mandamientos hubieran sido escritos por el hombre, entonces el cambiarlos por preferencia o legislación o por cualquier otro medio sería la prerrogativa del hombre. Sin embargo, los mandamientos fueron dados por Dios. Al hacer uso del albedrío, podemos dejarlos de lado. Sin embargo, no podemos cambiarlos, así como no podemos cambiar las consecuencias que resultan de desobedecerlos y quebrantarlos.

Ruego que nos demos cuenta que la mayor felicidad en la vida vendrá como resultado de seguir los mandamientos de Dios y obedecer Sus leyes. Me encantan las palabras que se encuentran en Isaías capítulo 32, versículo 17: “Y el efecto de la rectitud será paz; y el resultado de la rectitud, reposo y seguridad para siempre”. Tal paz y tal seguridad solo pueden ser producto de la rectitud.

No podemos permitirnos ser flexibles en lo más mínimo cuando se trata del pecado. No podemos permitirnos creer que podemos participar “solo un poco” en desobedecer los mandamientos de Dios, ya que el pecado puede asirnos con una mano de hierro de la que es terriblemente doloroso liberarse. Las adicciones que pueden resultar de las drogas, el alcohol, la pornografía y la inmoralidad son reales y casi imposibles de vencer sin una gran lucha y mucha ayuda.

Si alguno de ustedes ha tropezado en su jornada, les aseguro que hay una manera de regresar. El proceso se llama arrepentimiento. Aun cuando el camino sea difícil, su salvación eterna depende de ello. ¿Qué podría ser más digno de sus esfuerzos? Les suplico que decidan ahora mismo tomar los pasos necesarios para arrepentirse completamente. Cuanto más pronto lo hagan, más pronto podrán sentir la paz, el reposo y la seguridad de los que habla Isaías.

Hace poco escuché el testimonio de una mujer que, junto con su esposo, se había apartado del camino de seguridad, había quebrantado mandamientos y, en el proceso, casi había destruido a su familia. Cuando cada uno de ellos finalmente pudo ver por entre la espesa bruma de la adicción y reconocer cuán infeliz se había vuelto su vida, así como cuánto estaban lastimando a sus seres queridos, comenzaron a cambiar. El proceso de arrepentimiento fue lento y, en ocasiones, doloroso, pero con la ayuda de líderes del sacerdocio, de familiares y de amigos fieles, regresaron.

Comparto con ustedes parte del testimonio de esa hermana en cuanto al poder sanador del arrepentimiento: “¿Cómo puede uno cambiar de ser una de las ovejas perdidas y presa del [pecado] a la paz y felicidad que ahora sentimos? ¿Cómo ocurre eso? La respuesta… es gracias a un Evangelio perfecto, al Hijo perfecto y a Su sacrificio por mí… Donde había tinieblas, ahora hay luz. Donde había desesperación y dolor, hay gozo y esperanza. Hemos sido infinitamente bendecidos por el cambio que solo puede ocurrir mediante el arrepentimiento hecho posible por la expiación de Jesucristo”.

Nuestro Salvador murió a fin de brindarnos a ustedes y a mí ese bendito don. A pesar del hecho de que el camino es difícil, la promesa es real. El Señor dijo a los que se arrepienten:

“… aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”9.

“… y no me acordaré más de [ellos]”10.

A lo largo de nuestra vida tendremos que cultivar testimonios fuertes mediante el estudio de las Escrituras, la oración y la reflexión en cuanto a las verdades del evangelio de Jesucristo. Cuando esté firmemente plantado, nuestro testimonio del Evangelio, del Salvador y de nuestro Padre Celestial influirá en todo lo que hagamos.

Testifico que todos somos hijos amados de nuestro Padre Celestial, enviados a la tierra en este momento y época con un propósito, y que se nos ha dado el sacerdocio de Dios para que podamos prestar servicio a los demás y llevar a cabo la obra de Dios aquí en la tierra. Se nos ha mandado vivir la vida de manera que permanezcamos dignos de poseer ese sacerdocio.

Mis hermanos, ruego que guardemos los mandamientos. Si lo hacemos, la recompensa que nos aguarda será gloriosa y maravillosa. Ruego que esa sea nuestra bendición. Lo ruego en el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador y nuestro Redentor. Amén.