2007
Una tierra de templos donde los corazones se vuelven a los padres
Octubre de 2007


Una tierra de templos donde los corazones se vuelven a los padres

En 1971, cuando los miembros o los misioneros hablaron de sus respectivos bautismos con Li, Chiun-tsan, quien se preparaba para su propio bautismo, le describieron una experiencia potente y vivificante. Por eso, la debilidad abrumadora que el hermano Li sintió al salir de las aguas bautismales no era lo que él esperaba y, por cierto, se trataba de algo fuera de lo común.

Después de haber aceptado el cristianismo varios años antes y de haber sido bautizado y confirmado a los diecisiete años en Taipei, Taiwán, el hermano Li no encontró la paz que buscaba hasta que el Libro de Mormón le tocó el corazón.

“Sentí el Espíritu muy fuerte”, dice. “El Espíritu Santo me dijo que ésta era la Iglesia verdadera”.

Por ese motivo, no podía comprender por qué se sentía tan débil ahora que era miembro de la Iglesia, y oró para averiguar cuál era la causa de esa pérdida repentina de fortaleza. La inesperada respuesta que recibió marcó el curso de su vida.

“Iba a hallar fortaleza a medida que buscara a mis antepasados para llevar a cabo la obra del templo por ellos”, fue la inspiración que recuerda haber recibido del Espíritu.

En el transcurso de más de treinta y cinco años que han pasado, el hermano Li, miembro del Barrio Hu Wei, Estaca Chung Hsing, Taiwán, se ha dedicado a la historia familiar y a la obra del templo. Él y su esposa, Li-hsueh, han averiguado los orígenes de su familia, remontándose a casi 5.000 años, hasta el Emperador Amarillo Huang Ti, que según se dice es el antepasado de todos los chinos Han; y han enviado al templo más de 100.000 nombres.

“La historia familiar puede resultar abrumadora a veces”, comenta el hermano Li, “pero el deseo de bendecir a nuestros antepasados se ve ricamente recompensado”.

Las experiencias de los Santos de los Últimos Días de Taiwán dan testimonio de las bendiciones que se reciben al participar en las responsabilidades de la historia familiar y la obra del templo, que están estrechamente entrelazadas.

Una tierra de templos

Taiwán es una tierra de muchos y variados templos, donde el honrar a los antepasados es parte de una historia larga y abundante y donde muchas familias llevan registros mediante los cuales averiguan su línea patriarcal, remontándose a muchas generaciones. En innumerables templos y santuarios tradicionales se encuentran lugares donde la gente cree que puede conectarse con sus antepasados; esos edificios cuidadosamente tallados, algunos de cientos de años, se encuentran por todos los rincones de la concurrida Taipei y parecen surgir repentinamente entre la abundante vegetación que cubre las tranquilas campiñas.

“Las creencias tradicionales de nuestra gente hacen mucho hincapié en los antepasados”, explica el hermano Li. “El volver el corazón hacia nuestros padres es parte de nuestra cultura”.

Aunque la mayoría de la gente utiliza esos templos tradicionales con el fin de obtener bendiciones de sus antepasados, en Taiwán hay un templo diferente en el que las personas brindan bendiciones para sus antepasados por medio de las ordenanzas del Evangelio restaurado.

Desde que el Templo de Taipei, Taiwán, se dedicó en 1984, ha ofrecido a los miembros de la Iglesia la oportunidad de obtener bendiciones para sí y, por brindar la oportunidad de bendecir a sus parientes muertos, también ha dado un significado eterno a sus registros de historia familiar.

Una conexión especial

Al igual que la familia Li, la familia Wu también ha descubierto que los orígenes de su familia se remontan hasta el Emperador; al hacerlo, descubrieron que los hijos de los Wu eran parte de la generación 150 a partir de aquél. La historia captó la atención de los medios de comunicación y, en 2005, Wilford Wu, que tenía diecinueve años, fue seleccionado para representar a los jóvenes de Taiwán durante una ceremonia anual en el sepulcro tradicional del Emperador Amarillo.

Para los Wu, que son miembros del Barrio Ching Hsin, de la Estaca Taipei Taiwán Oeste, la historia familiar ha sido una tarea de toda la familia. El hermano Wu, Chi-Li y su esposa Shirley, han llevado a cabo gran parte de la investigación genealógica, y Wilford y su hermana mayor, Camilla, han ayudado a organizarla y han participado en las ordenanzas del templo de más de tres mil de sus antepasados.

La obra que han realizado juntos ha contribuido a estrechar más los lazos que unen a la familia Wu, y ellos dicen que también les ha ayudado a sentir una conexión especial con sus antepasados.

“El llevar a cabo la obra por mis padres me trajo una felicidad del cielo que nunca había sentido”, dice la hermana Wu. “Siento un gran deseo de estar eternamente unida con mis antepasados, y ruego que estén preparados”.

Una gran ayuda

La tarea de conectar ciento cincuenta generaciones no fue fácil. Como muchos otros que se dedican a buscar a sus antepasados, la familia Wu reconoce que recibió ayuda especial.

Después de remontarse a veintiséis generaciones, se quedaron atascados.

“Todo lo que teníamos era un apellido”, comenta la hermana Wu.

El último día del Año Nuevo chino, la hermana Wu había hecho planes de asistir a una celebración de la festividad después de prestar servicio en el templo; pero cuando una amiga que trabajaba allí en el mismo horario le mencionó que iba al centro de historia familiar que se encuentra en el terreno del templo, la hermana Wu sintió la impresión de que debía ir con ella.

Estando allí, encontró un libro que contenía datos con el apellido del antepasado que la familia no había podido hallar. Al abrirlo, se abrió en una página donde estaban los datos sobre aquel antepasado en particular; con esa información, la familia pudo conectarse con otras líneas que se remontaban a muchas generaciones.

“Fue para mí una experiencia muy especial”, dice la hermana Wu. “Siento que nuestros antepasados están ansiosos por que se realicen las ordenanzas por ellos”.

Una bendición para la posteridad

El deseo de participar de las bendiciones del templo ha llevado a Chiang, Jung-feng y a su esposa, Chun-mein, de la Rama Chi An, Distrito Hua Lien, Taiwán, a percibir otro aspecto de la promesa de Malaquías (véase Malaquías 4:6): al mismo tiempo que se ha vuelto su corazón hacia sus padres, por ser padres ellos mismos, su corazón se ha vuelto hacia sus hijos.

El hermano y la hermana Chiang son parte de un grupo cada vez mayor de miembros de la Iglesia en Taiwán que están a la cabeza de familias de tres generaciones que han sido selladas.

“Sentimos placer al ver a nuestros nietos asistir a la Iglesia”, dice el hermano Chiang, que hace poco fue relevado como primer consejero de la presidencia del Templo de Taipei, Taiwán. “Tenemos la gran obligación de ayudarles a venir a Cristo mediante las ordenanzas del Evangelio. No podemos romper esa cadena”.

Los hermanos Li creen que los efectos que tienen las ordenanzas del templo comienzan con una pareja.

“Nuestro matrimonio fue mejor después de haber sido sellados en el templo, aun cuando antes ya vivíamos de acuerdo con las normas de la Iglesia”, comenta el hermano Li. “El hecho de estar sellados cambia la relación. Cuando la vida llega a su fin, uno pierde todo aquello por lo que haya trabajado: el auto, el empleo, la casa, el dinero; pero no tiene por qué perder a su familia”.

“Y contribuye a que uno se dé cuenta de lo que es eterno y lo que no lo es”, agrega la hermana Li. “De esa manera, uno concentra sus esfuerzos y atención en la familia”.

A partir de ese comienzo, los efectos se extienden más allá.

“Cuando sabemos que somos una familia eterna, amamos más a nuestro cónyuge y a nuestros hijos”, dice el hermano Li. “Y como resultado de ello, se siente más cariño en nuestro hogar; es más reconfortante. El Espíritu está allí”.

Una bendición suprema

Estas familias de Taiwán afirman que la historia familiar y la obra del templo les han brindado bendiciones en esta vida y que encuentran consuelo en las que se les han prometido para la eternidad.

“Al trabajar en el templo, hemos observado un cambio gradual en nuestra vida”, dice el hermano Chiang, que con su esposa ha llevado a cabo la obra por dieciséis generaciones de sus líneas familiares. “Nos hemos sentido rejuvenecidos en el Evangelio”.

El hermano Chiang también opina que la influencia de Satanás es menor en las personas que participan en la obra del templo. “La asistencia al templo nos hace sentir profunda reverencia”, dice. “Y nos olvidamos de las cosas mundanas”.

El hermano Wu concuerda con él: “Si aprendemos a llevar con nosotros a nuestro hogar la espiritualidad y la felicidad que encontramos allí, eso contribuirá a que nuestra familia venza la atracción hacia lo mundano y se acerque más a Dios”.

Estas familias creen que el recibir las ordenanzas del templo y proporcionarlas a aquellos que no las recibieron en esta vida son acciones esenciales para alcanzar sus metas eternas.

El presidente Gordon B. Hinckley ha enseñado esto: “Las ordenanzas del templo se convierten en las bendiciones supremas que la Iglesia tiene para ofrecer”1.

“La meta suprema de nuestra condición de miembros es regresar a nuestro Padre Celestial como una familia eterna”, dice el hermano Chiang. “Para ello, debemos recibir todas las ordenanzas esenciales que se encuentran en el templo”.

Una manifestación de amor

En la misión, Camilla Wu aprendió cuán importante es toda alma para Dios, y sintió el gran amor que el Salvador brindaba a cada una de las muchas personas a las que enseñó el Evangelio.

“Cuando regresé a casa y me dediqué a nuestra historia familiar”, comenta, “me di cuenta de que, trabajando en ella y en la obra del templo, tal vez pudiese tener una influencia igualmente grande en la salvación de las almas”.

La familia Wu considera que, por todo lo que ofrece, el templo es una de las más grandiosas manifestaciones del amor que nuestro Padre Celestial tiene por Sus hijos.

“Lo más importante que encuentro en el templo”, comenta Wilford, hermano de Camilla, “es el significado del amor de Dios por Sus hijos”.

Nota

  1. “Nuevos templos para proporcionar ‘las bendiciones supremas’ del Evangelio”, Liahona, julio de 1998, pág. 96.