2007
Una oración con el maestro orientador
Octubre de 2007


Una oración con el maestro orientador

Tengo vergüenza de admitirlo, pero hubo un tiempo en que pensaba que los maestros orientadores eran más una molestia que una bendición. En esa época encontraba excusas para ausentarme cuando iban de visita, así podía hacer mis tareas.

Por eso, me sentí especialmente molesta cuando asignaron a Lincoln como nuestro maestro orientador. Él nunca fallaba en sus visitas; siempre tenía una lección preparada y llevaba a cabo fielmente sus deberes de la orientación familiar. Yo apreciaba su empeño, pero no lo suficiente para darles a él y a su compañero toda mi atención cuando iban a hacernos su visita mensual. Lincoln era siempre cordial; yo era siempre un tanto descortés.

Un año, a principios de primavera, me encontraba trabajando en el jardín; el día era hermoso y tibio. Generalmente, la jardinería me resultaba terapéutica, pero aquel día en particular estaba afligida; mi esposo acababa de pasar por una debilitante operación quirúrgica en la columna y nuestra familia se enfrentaba a algunas decisiones difíciles.

Sin pensarlo y con la necesidad de recibir respuestas, me arrodillé en el jardín. Empezaron a correrme las lágrimas al orar fervientemente pidiendo al Señor que me guiara. Me conformaba con sentir algo de paz, alguna seguridad de que el futuro no iba a ser tan sombrío como parecía en aquel momento. Oré con fervor, hablando por instantes en voz alta, suplicando al Señor que me diera esperanza pero sobre todo, paz.

Cuando volví a entrar en la casa después de implorar al Señor, me sentía agotada. Me alegré de que no hubiera nadie a mi alrededor a fin de tener tiempo de recuperarme. Pero en el momento en que me quité los zapatos de trabajar en el jardín, sonó el timbre de la puerta. En aquel momento, Lincoln era la última persona en quien habría pensado, pero allí estaba, con su esposa y sin los materiales para la lección

Por primera vez, me quedé sinceramente contenta al verlo y los invité a pasar. Nos pusimos a charlar y él me preguntó acerca del trabajo de mi marido, de nuestras cinco hijas y de otros asuntos familiares. No se quedaron mucho tiempo, pero al ponerse de pie para partir, Lincoln me preguntó si podía dejar una bendición en nuestro hogar. Me sentí agradecida y me preguntaba cómo habría sabido que yo necesitaba tanto una oración. Nos arrodillamos y, mientras escuchaba las palabras reconfortantes que pronunciaba, pidió específicamente una bendición de paz para nuestro hogar.

En aquellos momentos sentí que una ola de consuelo me llenaba el alma y supe que el Señor nos tenía en Sus manos y que todo iba a salir bien.

Mis oraciones habían sido contestadas con claridad y tranquilidad por medio de Lincoln, nuestro fiel maestro orientador. Al honrar su mayordomía y seguir las impresiones del Espíritu Santo, él me dejó con un testimonio de su sagrado llamamiento.