2007
¿Quién me dio vuelta la cabeza?
Octubre de 2007


¿Quién me dio vuelta la cabeza?

En 1972, en una reunión sacramental que hubo en Piura, Perú, el discursante que habló sobre la importancia de la obra de historia familiar me miraba fijamente durante su discurso. Al terminar, para mi sorpresa, anunció: “Sé que el hermano Rosillo va a hacer esta obra”.

Yo había sido miembro de la Iglesia hacía menos de un año, pero me establecí la meta de empezar a trabajar en mi historia familiar, no por lo que él había dicho, sino porque sentía el deseo de hacerlo. Conseguí una hoja del cuadro genealógico de cuatro generaciones y empecé a hablar con mis padres y con parientes para averiguar qué sabían ellos. Cada vez que trabajaba en esa obra, oraba y le pedía ayuda al Señor.

A fin de encontrar las fechas de fallecimiento de mis bisabuelos maternos, viajé hasta el pueblo de Zorritos, en el norte de Perú, donde ellos estaban sepultados. El cementerio se hallaba en las afueras del pueblo y la mayoría de los muertos se encontraban en nichos.

Entré en el cementerio y empecé a buscar, pero no encontré nada. Decidí entonces ir hasta el pueblo para preguntar a una prima si estaba segura de que nuestros bisabuelos habían sido sepultados allí; cuando me contestó que sí, le dije: “Entonces no me iré hasta encontrar esas fechas”.

Regresé al cementerio y empecé una búsqueda metódica, recorriendo fila por fila de nichos y leyendo cada una de las inscripciones. A pesar de eso, no pude hallar sus nichos, por lo que me arrodillé para pedir ayuda al Señor. Luego, volví a buscar, pero con los mismos resultados. Estaba cansado, se hacía tarde y tenía que salir de allí para dedicarme a otras búsquedas que pensaba hacer.

“Y bueno, yo hice mi parte”, pensé. Tendría que irme sin alcanzar la meta que había establecido.

Pronto para partir, me di vuelta para dirigirme al portón de entrada. Pero justo cuando di el primer paso, sentí que dos manos me agarraban la cabeza desde atrás y le daban vuelta hacia un punto determinado en el suelo; mis ojos se fijaron en una lápida pequeña y sucia que estaba a nivel del terreno. Me di vuelta a mirar para ver quién me había agarrado la cabeza, pero allí no había nadie.

Me dirigí hasta la lápida, me arrodillé en la tierra y limpié la inscripción; con enorme gratitud, leí los datos que estaba buscando: Isidro García Rosillo, falleció el 1º de agosto de 1934. Francisca Espinoza Berrú, falleció el 31 de enero de 1954.

La larga espera de mis antepasados para recibir las ordenanzas salvadoras llegó a su fin en 1980, año en que mi esposa y yo fuimos al Templo de São Paulo, Brasil, a recibir nuestra investidura. Allí me sellé a mi esposa y fui bautizado por mis seres queridos que habían muerto.

Al entrar en la pila bautismal, recordé aquella pequeña lápida en el cementerio. Me sumergí en el agua serena sabiendo que el Señor había guiado mis pasos en la búsqueda de mis antepasados.