2004
Inclinándose a estribor
agosto de 2004


Inclinándose a estribor

Una noche, después de que el destructor de la marina de los Estados Unidos en el que servía partió de Pearl Harbor rumbo al Pacífico Norte, se me asignó ser el oficial de guardia del turno de noche. Me retiré a mi camarote después de cenar para dormir un poco antes de comenzar mi turno. Sentía el bamboleo del barco mientras intentaba dormir. Más tarde, cuando llegó el momento de relevar a la guardia, el movimiento era más pronunciado, y al salir al exterior percibí el viento cortante.

En invierno, el Pacífico Norte suele ser bastante crudo, y aquella noche las olas eran tan grandes que el viento empezaba a sacudirlas, formando espuma en sus crestas.

“Estoy listo para relevarlo, señor”, dije.

En el rostro del oficial al mando se reflejaba el tenue brillo de la brújula, y procedió a dar un informe del curso y de la velocidad del barco. Agregó que el capitán se había retirado a su camarote y comentó: “El barómetro ha descendido tres centésimas en la última hora”. Significaba que se avecinaba una tormenta.

“¿Lo sabe el capitán?”, pregunté.

“Sí, pero no dejó ninguna orden especial”.

Cerró la puerta tras de sí y me hallé solo frente a un mar amenazador.

Cuando los barcos enfrentan el mal tiempo, los oficiales deben mantener la proa en dirección hacia el viento con la velocidad suficiente para mantener el rumbo. Si las olas golpean el casco de lado, se produce un movimiento violento que podría herir a la tripulación o volcar el barco.

Después de una hora, las olas parecían montañas; el viento rugía y cortinas de agua eran lanzadas al aire desde las crestas de las enormes olas. El navío ascendía por la ola y al llegar a la cresta parecía que se detenía por un momento, para luego deslizarse suavemente hasta caer en la concavidad y volver a salir a la superficie, con agua corriéndole por la cubierta, a la vez que todo se estremecía y se zarandeaba. Para mantener estable el barco tuve que reducir la velocidad.

A medida que la tormenta empeoraba, vi que el barómetro había descendido otras cinco centésimas, por lo que llamé al capitán para informarle del empeoramiento. Sin embargo, él se limitó a contestar: “Muy bien”, y colgó.

El timonel no tardó en advertirme: “Tengo problemas, señor. ¡El barco se inclina a estribor!”. Rápidamente comprobé la brújula y confirmé que la proa se movía lentamente hacia la concavidad de la ola. De seguir así, nos hallaríamos en una peligrosa posición de costado hacia las olas. Ordené al timonel que hiciera los ajustes necesarios, pero al rato la aguja indicaba otra vez un alejamiento del rumbo. El timonel trató de corregirlo, pero el barco no respondía.

Las condiciones empeoraban. El viento soplaba a unos 160 km por hora, las olas alcanzaban los 15 metros de altura y la proa volvía a lanzarse hacia la concavidad de la ola. Me llené de temor, pues sabía que si una de esas olas nos alcanzaba de costado, el barco se podría volcar. Llamé al capitán, que estaba despierto debido a que el movimiento violento del barco le impedía dormir. También él estaba preocupado. No tenía ningún consejo para darme, pero me dijo que me esforzara al máximo.

La voz asustada del timonel me dijo que había hecho todo lo posible, pero que la proa seguía inclinándose. Me sentía totalmente desesperado y el temor se convertía en pánico mientras proseguía con mi frenética búsqueda mental de una solución. Acudieron a mi mente los pensamientos más grotescos; me sentía desvalido y totalmente humilde.

Pareciendo un niño, supliqué al único que podía ayudarme: mi Padre Celestial. La respuesta a mi vehemente súplica fue inmediata y clara. Una voz en mi mente me dijo: “Usa los motores; usa los motores para contrarrestar el movimiento”. Lo entendí al instante.

Ordené: “Avante motor de estribor dos tercios. Motor de babor, avante un tercio”. La proa del barco respondió lentamente y salió de la concavidad de la ola. Mientras retrocedía entre las olas, me embargó un gran sentimiento de gratitud. La tormenta continuó, pero pude mantener el curso del barco al darle poder a un motor y disminuir el del otro.

Un escéptico podría decir que en todo momento tuve la solución en mi mente, pero yo sé que fue la respuesta a una oración.

Archie D. Smith es miembro del Barrio Edgemont 4, Estaca Edgemont, Provo, Utah.