2004
El cuidado de Wasel
agosto de 2004


El cuidado de Wasel

“[Invoca] el nombre de [tu] Dios, pidiéndole protección” (3 Nefi 4:30).

Basado en una historia real

El sol caía después de un cálido día de verano en Pacheco, en las colonias de los Santos de los Últimos Días en México. Mae, de cinco años, y Wasel, de dos, jugaban afuera y podían oler el humo procedente de las chimeneas de adobe y de las hogueras. La cena no tardaría en estar lista. Y así fue; mamá las llamó: “¡Mae! ¡Wasel!, lávense las manos”. Las niñas obedecieron rápidamente y entraron para cenar.

Después de cenar, su madre dijo: “Ven, Wasel”. Cada noche, Wasel iba con mamá y papá a dar de comer a las vacas, mientras Mae y el bebé David se quedaban en casa con la tía Hattie. A Wasel le encantaban estos momentos que pasaba a solas con sus padres; estaba tan animada que salió corriendo afuera con la cucharita de cenar en la mano.

“No creo que Wasel deba acompañarnos hoy. Tenemos que atender a algunos caballos y tal vez sea muy lejos para que camine hasta allá”, dijo papá.

Mamá asintió. “Wasel: mamá y papá van a caminar mucho esta noche. Lleva la cuchara a la casa y dásela a la tía Hattie. Juega con los niños y mañana nos podrás acompañar a ver las vacas”.

Wasel se quedó allí, con la cuchara en la mano. No quería volver a la casa.

“Vete ya”, dijo mamá. Wasel se volvió y corrió hacia la casa, pero cuando sus padres se perdieron de vista, dejó la cuchara cerca de la puerta y decidió después de todo ir por las vacas. Conocía el camino hasta las pasturas, pero no sabía que sus padres no habían ido directamente a ese lugar.

Las sombras se oscurecieron y el sol se metió completamente. Wasel caminó y caminó por los campos y los sembrados de maíz mientras los lobos aullaban en la lejanía. Wasel llegó a una zona pantanosa y caminó por ella durante un buen rato. Le gustaba sentir el barro por entre sus pies descalzos.

Cuando mamá y papá regresaron de los campos de las vacas, mamá entró para acostar a los niños, mientras papá iba al establo a cuidar de los animales.

“Hattie, ¿dónde está Wasel?”, preguntó mamá.

La tía Hattie se quedó helada. “¿No estaba con ustedes?”

“Sí, pero la mandamos de vuelta”.

“¡Pues yo no la he visto!”, exclamó la tía Hattie.

Mamá y la tía Hattie llamaron a Wasel; buscaron en todos los cuartos y en el patio; luego, mamá se fue corriendo al establo.

“Wasel no está aquí; voy a buscarla”, le dijo a papá.

“Lo más probable es que se haya quedado dormida en algún lugar”, dijo papá. “Miraré en la casa”.

Mamá sabía que Wasel no estaba en la casa. Corrió hasta el río y el campo de maíz exclamando: “¡Wasel! ¡Wasel! ¿Puedes oírme, Wasel?”. No hubo respuesta, así que regresó a la casa.

“Creo que necesitamos ayuda”, dijo papá.

En ese mismo instante, la tía Hattie señaló a la ventana. “¡Miren! Es el hermano Carroll”.

Papá salió y lo detuvo. “Wasel se ha perdido”, le explicó.

“Voy de camino a la capilla para una reunión”, dijo el hermano Carroll. “Les diré a todos que necesitan ayuda para buscarla”.

Cuando el hermano Carroll le dijo al obispo Hardy que Wasel se había perdido, el obispo concluyó la reunión y pidió a los hermanos que salieran a buscarla.

Todos buscaron bajo las camas, en las demás partes de la granja y en la casa, pero mamá empezó a temer por la vida de Wasel. “Perdemos el tiempo buscándola aquí. Eso ya lo hemos hecho nosotros y sabemos que no está en casa”, dijo sollozando.

El abuelo de Wasel reunió a todos los hombres. “Dividámonos en grupos pequeños y rodeemos la zona”, dijo. “El primero que la encuentre volverá aquí y hará cinco disparos para avisar a los demás”.

Un grupo fue con el obispo por el camino hacia el pasto de las vacas.

“¡Mire, obispo!”, gritó alguien. “Pisadas pequeñas”.

Sostuvieron las linternas en alto y siguieron las huellas hasta llegar al pantano. El terreno era demasiado húmedo para conservar huella alguna.

El obispo Hardy dio instrucciones a los hombres de que se arrodillaran en el terreno lodoso y él oró por la seguridad de Wasel y por ayuda para encontrarla.

El obispo Hardy se levantó con lágrimas en los ojos. Creyó haber oído algo y se detuvo a escuchar. Era un sonido vago, pero… ¡sí! ¡Podía oírla! Los demás aguzaron el oído pero no oyeron nada. “¡Está llamando a su madre!”, exclamó.

El obispo Hardy corrió hacia donde oía el sonido con tanta claridad. Se detenía de vez en cuando para escuchar “¡Mamá!” y volvía a apresurarse. Corrió por campos y colinas una distancia de 3 kilómetros hasta llegar a un cañón bastante escarpado donde la luz de la luna se proyectaba débilmente. De repente vio a Wasel caminando desorientada por una ladera. El obispo corrió hacia ella y la estrechó entre sus brazos. “Mamá”, suspiró la niña al quedarse dormida.

El obispo llevó a Wasel de regreso a su casa tan rápido como pudo. La madre la tomó entre sus brazos mientras las lágrimas de gozo le bañaban el rostro. Ofreció una silenciosa oración de gratitud a nuestro Padre Celestial por haber llevado a Wasel de regreso a casa.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! El obispo disparó su arma con gozo. Al llegar, el padre abrazó a su esposa y a su hija, llorando de gratitud. Entonces, todos se arrodillaron en un círculo y el obispo Hardy dio gracias al Señor por haber protegido a Wasel. Él sabía que no habría podido oír a la pequeña por sí mismo; pero el Señor cuidaba de ella y le había ayudado a encontrarla.

Julia Oldroyd es miembro del Barrio Rose Canyon 2, Estaca Herriman Oeste, Utah.

“Dios se acuerda de nosotros y está dispuesto a responder cuando depositamos nuestra confianza en Él… [Busquen] la guía divina mediante la oración.”

Élder L. Tom Perry, del Quórum de los Doce Apóstoles, “Volver a los principios básicos del Evangelio”, Liahona, julio de 1993, pág. 17.