2004
Los padres, las madres y el matrimonio
agosto de 2004


Mensaje de la Primera Presidencia

Los padres, las madres y el matrimonio

En tiempos recientes, la sociedad se ha visto plagada con un cáncer del cual pocas familias han escapado; me refiero a la desintegración de nuestros hogares, por lo que es imperativo aplicar un tratamiento correctivo de urgencia. Con lo que voy a decir, no deseo ofender a nadie: afirmo mi profunda convicción de que la mujer es la más grandiosa de las creaciones de Dios; también creo que no existe un bien más grande en la tierra que la maternidad. La influencia que una madre tiene en sus hijos es incalculable; y los padres solteros, que mayormente son las madres, llevan a cabo un servicio especialmente heroico.

Me apresuro a reconocer que hay demasiados esposos y padres que abusan de su esposa y de sus hijos, y de los cuales esas esposas e hijos necesitan protección. No obstante, los estudios sociológicos modernos reafirman de modo convincente la influencia esencial que un padre abnegado tiene en la vida del niño, ya sea varón o mujer. En los últimos veinte años, a medida que los hogares y las familias se han esforzado por permanecer intactos, los estudios sociológicos han revelado este hecho alarmante: gran parte de los delitos y de los desórdenes de conducta que ocurren en los Estados Unidos se originan en hogares en los que el padre ha abandonado a sus hijos. En muchas sociedades, la pobreza de los niños, los delitos, el abuso de las drogas y la decadencia de la familia tienen su origen en las condiciones en las que se carece del cuidado del padre. Desde el punto de vista sociológico, es dolorosamente obvio que los padres no son componentes optativos de la familia.

Los padres deben hacer todo lo que esté a su alcance por ser la fuente principal del sostén físico y espiritual. Lo digo sin reservas porque el Señor ha revelado que esta obligación recae sobre los maridos. “Las mujeres tienen el derecho de recibir sostén de sus maridos hasta que éstos mueran…”1. Además: “Todos los niños tienen el derecho de recibir el sostén de sus padres hasta que sean mayores de edad”2. Y también, su bienestar espiritual debe llevarse “a cabo por la fe y el convenio de sus padres”3. Con respecto a los niños pequeños, el Señor ha prometido que se requerirán “grandes cosas de las manos de sus padres”4.

Funciones complementarias

Es inútil entrar en un debate en cuanto a cuál de los padres es más importante. Nadie puede dudar de que la influencia de la madre es de suma trascendencia para los recién nacidos y durante los primeros años de la vida del niño. La influencia del padre cobra importancia a medida que el hijo crece; sin embargo, ambos padres son necesarios en las diversas etapas del desarrollo del niño. Tanto los padres como las madres hacen muchas cosas intrínsecamente diferentes por sus hijos; ambos reúnen las características para criarlos, pero sus métodos de hacerlo son diferentes; parecería que la madre toma un papel preponderante en preparar al niño para vivir con la familia en el presente y en el futuro; el padre parece estar mejor habilitado para prepararlo a desenvolverse en un entorno fuera de la familia.

Una autoridad en la materia declara: “Los estudios demuestran que el padre tiene una función muy importante en edificar el autorrespeto del niño; también es importante, en formas que en realidad no comprendemos, para determinar la habilidad que tiene el niño para dominar la frustración”. Y continúa diciendo: “La investigación indica también que el padre es fundamental en el establecimiento de la identidad sexual de los hijos. Es interesante notar que la participación del padre crea una identidad sexual y un carácter más fuerte tanto en los niños como en las niñas. Es un hecho comprobado que tanto la masculinidad en los varones como la femineidad en las niñas son mucho más pronunciadas cuando los padres toman parte activa en la vida familiar”5.

Sea cual sea la situación marital en la que se encuentren, los padres tienen la obligación de dejar de lado sus diferencias personales y fomentar la buena influencia mutua en sus hijos.

¿Sería posible darle a la mujer todos los derechos y las bendiciones que provienen de Dios y de la autoridad legal sin disminuir la nobleza de la otra grandiosa creación divina, el hombre? En 1872 se registró la siguiente reflexión al respecto:

“La condición social de la mujer es uno de los asuntos de mayor actualidad, y el mundo se ve obligado a prestarle atención tanto en el aspecto social como en el político. Hay quienes… se niegan a reconocer que la mujer esté capacitada para disfrutar de cualquier derecho aparte de los que… los caprichos, las modas o la justicia… de los hombres puedan decidir otorgarle. Critican y se burlan de las razones que no pueden rebatir, un antiguo ardid que emplean los que se oponen a principios correctos que les es imposible cambiar. Otros… no sólo reconocen que la condición de igualdad social de la mujer debe aceptarse, sino que además son tan intransigentes con sus teorías exageradas que la colocarían en abierto antagonismo con el hombre, la forzarían a una existencia separada y opuesta, y demostrarían al mundo lo absolutamente independiente que ella puede ser […] Querrían que [la mujer] adoptara algunos aspectos desagradables de carácter que a veces presenta el hombre y que él debería desechar o mejorar en lugar de pretender que la mujer los imitara. Éstos son los dos extremos. Entre ambos se encuentra la situación ideal”6.

El uso del sacerdocio

Muchas personas no entienden nuestra creencia de que Dios ha establecido, en Su sabiduría, una autoridad para dirigir las instituciones más importantes del mundo; esa autoridad guiadora es el sacerdocio, el cual es una mayordomía que se debe emplear para bendecir a todos los hijos de Dios. El sacerdocio no es una cuestión de sexo; es una de las bendiciones de Dios para todos mediante los siervos que Él ha designado. En la Iglesia, esta autoridad del sacerdocio bendice a todos los miembros por la ministración de maestros orientadores, presidentes de quórumes, obispos y presidentes de rama, padres y todos los demás hermanos fieles a quienes se les ha encomendado la administración de los asuntos del reino de Dios. El sacerdocio es el poder y la influencia de rectitud por los cuales se enseña a los varones, desde su infancia y a través de toda su vida, a honrar la castidad, a ser honrados e industriosos, y a sentir respeto por la mujer y salir en su defensa. El sacerdocio es una influencia moderadora. A las niñas se les enseña que muchos de sus deseos se verán cumplidos mediante la influencia y el poder para bendecir que provienen del sacerdocio.

Honrar el sacerdocio significa seguir el ejemplo de Cristo y procurar imitar Su ejemplo de padre; significa un interés y una abnegación constantes por los que son de nuestra propia carne y sangre. El hombre que posea el sacerdocio lo ha de honrar atesorando eternamente a su esposa y madre de sus hijos, con absoluta fidelidad; y durante toda su vida debe proporcionar cuidado y atención a sus hijos y a los hijos de éstos. La súplica de David por su hijo rebelde es una de las más conmovedoras de todas las Escrituras: “…¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!”7.

Exhorto a los esposos y padres de esta Iglesia a ser la clase de hombres sin los cuales sus esposas no querrían vivir. Exhorto a las hermanas de esta Iglesia a ser pacientes, afectuosas y comprensivas con su marido. Los que contraen enlace deben estar completamente preparados para establecer su matrimonio como la primera prioridad en su vida.

Es destructivo para el sentimiento que es esencial para un matrimonio feliz el que uno de los cónyuges le dijera al otro: “No te necesito”. Y es así porque el consejo del Salvador fue y es que sean una sola carne. Él dijo: “Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne… Así que no son ya más dos, sino una sola carne”8.

Ser uno de corazón

Es mucho más difícil ser uno de corazón y pensamiento que ser uno físicamente; esta unidad de corazón y de pensamiento se manifiesta en expresiones sinceras como “¡Te quiero!” y “¡Me siento tan feliz contigo!”. Tal armonía doméstica es el resultado de perdonar y olvidar, que son elementos esenciales de una relación matrimonial que está madurando. Alguien ha dicho que se deben tener los ojos bien abiertos antes de casarse y semicerrados después de la boda9. La verdadera caridad debería comenzar en el matrimonio, ya que ésta es una relación que se debe reforzar todos los días.

Me pregunto si sería posible que uno de los cónyuges se alejara del otro y aun así pudiera ser una unidad completa. Cualquiera de los dos que degrade la función divina del otro en presencia de los hijos rebaja también la incipiente femineidad de sus hijas y la masculinidad emergente en sus hijos. Supongo que siempre surgen algunas diferencias sinceras entre marido y mujer, pero éstas se deben ventilar en privado.

Se debe reconocer que algunos matrimonios fracasan. Extiendo mi comprensión a los que se encuentren en esas circunstancias, pues todo divorcio lleva consigo el sufrimiento. Los matrimonios deben evitar por todos los medios quebrantar los convenios. En mi opinión, cualquier promesa que se haga entre un hombre y una mujer durante la ceremonia del matrimonio se eleva a la dignidad de un convenio. La relación familiar del padre, la madre y el hijo es la institución más antigua y permanente del mundo, y ha sobrevivido a enormes diferencias geográficas y culturales. Esto sucede porque el matrimonio entre el hombre y la mujer es un estado natural y es ordenado por Dios; es una obligación moral. Por lo tanto, los casamientos que se realizan en el templo, con el fin de establecer relaciones eternas, son los convenios más sagrados que podamos concertar. En ellos se invoca el poder sellador que Dios concedió por medio de Elías y el Señor se convierte en una de las partes contratantes de las promesas.

Durante toda una vida de ocuparme de problemas humanos, me he esforzado por entender lo que se podría considerar una “causa justificada” para quebrantar los convenios, y confieso que no creo poseer ni la sabiduría ni la autoridad para definir lo que es una “causa justificada”; sólo los cónyuges pueden determinarlo, y sobre ellos recae la responsabilidad de la cadena de consecuencias que inevitablemente tienen lugar cuando no se honran esos convenios. En mi opinión, una “causa justificada” no debe ser nada menos serio que una situación prolongada y evidentemente irreversible en la que se va destruyendo la dignidad de una persona como ser humano.

Al mismo tiempo, tengo una firme convicción de lo que no es motivo para romper los sagrados convenios del matrimonio: indudablemente, no puede ser por “crueldad mental” o “diferencias de personalidad”, ni por “haberse alejado el uno del otro” o por haber “dejado de quererse”, especialmente cuando se tienen hijos. De Pablo recibimos este consejo divino y permanente:

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella”10.

“Que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos”11.

El remedio más eficaz

Considero que los miembros de la Iglesia poseen el remedio más eficaz para el deterioro de la vida familiar, y consiste en que hombres, mujeres y niños honren y respeten las funciones divinas tanto del padre como de la madre en el hogar. Al hacerlo, la rectitud que se logrará hará crecer entre ellos el respeto y el aprecio mutuos. De esa manera, se pondrán en acción las grandes llaves selladoras restauradas por Elías, a las que se refiere Malaquías con estas palabras: “El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”12.

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) dijo lo siguiente con respecto a las llaves de Elías: “El poder sellador conferido a Elías es el poder que liga a marido y mujer, y a los hijos a sus padres, por esta vida y por la eternidad. Es el poder ligador que existe en toda ordenanza del Evangelio… La misión de Elías era venir y restaurarlo a fin de que la maldición de la confusión y el desorden no prevaleciera en el reino de Dios”13. La confusión y el desorden son algo muy común en la sociedad actual, pero no por ello debemos permitir que destruyan nuestros hogares.

Al pensar en el poder conferido por Elías, quizás lo relacionemos solamente con las ordenanzas más solemnes que se llevan a cabo en lugares sagrados; pero para que esas ordenanzas sean activas y produzcan el bien tienen que reflejarse en nuestra vida diaria. Malaquías dijo que el poder de Elías volvería el corazón de los padres hacia los hijos y viceversa. El corazón es el centro de donde provienen las emociones y un medio para recibir revelación14. De ese modo, dicho poder sellador se revela en las relaciones familiares, en los atributos y las virtudes que se desarrollan en un buen ambiente familiar y al prestar un servicio abnegado. Éstos son los lazos que unen a las familias, mientras que el sacerdocio promueve su desarrollo. De maneras imperceptibles pero muy reales “la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo” (y sobre el hogar también)15.

Testifico que las bendiciones del sacerdocio, cuando el padre y esposo lo honra y cuando la esposa y los hijos lo respetan, puede ciertamente ser el remedio de ese cáncer que aflige a nuestra sociedad. Suplico a los padres que magnifiquen su llamamiento en el sacerdocio; que bendigan a su familia por medio de esa sagrada influencia y experimenten así las recompensas prometidas por nuestro Padre y Dios.

Ideas Para los Maestros Orientadores

Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe.

  1. En “La familia: Una proclamación para el mundo”, lea el párrafo que comienza así: “El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos” ( Liahona, octubre de 1998, pág. 24). Pregunte cómo comparte esta responsabilidad cada miembro de la familia y cada hijo de Dios.

  2. Lean el tercer párrafo tras el encabezamiento “Ser uno de corazón”, en el mensaje del presidente Faust y pregunte a los integrantes de la familia qué son los convenios y con quién se conciertan los convenios del templo. Destaque la naturaleza sagrada de los convenios del matrimonio eterno.

  3. Cite la declaración del presidente Faust referente a que “los miembros de la Iglesia poseen el remedio más eficaz para la corrupción de la vida familiar”. Pregunte a la familia cuál podría ser este remedio y a continuación lean el primer párrafo tras el encabezamiento “El remedio más eficaz”.

Notas

  1. D. y C. 83:2.

  2. D. y C. 83:4.

  3. D. y C. 84:99.

  4. D. y C. 29:48.

  5. Karl Zinsmeister, “Fathers: Who Needs Them?” [“Padres, ¿quién los necesita?”], discurso pronunciado ante el Consejo de Investigaciones Familiares el 19 de junio de 1992.

  6. “Woman’s Status”, Woman’s Exponent, 15 de julio de 1872, pág. 29.

  7. 2 Samuel 18:33.

  8. Mateo 19:5–6.

  9. Magdeleine Scudéry, en John P. Bradley et al., The International Dictionary of Thoughts, 1969, pág. 472.

  10. Efesios 5:25.

  11. Tito 2:4.

  12. D. y C. 110:15; véase también Malaquías 4:6.

  13. Elijah the Prophet and His Mission [Elías el Profeta y su misión], 1957, pág. 5.

  14. Véase Malaquías 4:5–6.

  15. D. y C. 121:45.