2004
Se abrieron los cielos
agosto de 2004


Se abrieron los cielos

Los polinesios tienen una fe sencilla y profunda. Cuando oyen la verdad y la sienten, la aceptan.

Mientras servía en la Presidencia del Área Islas del Pacífico, tuve la maravillosa experiencia de relacionarme con los habitantes de las islas, personas de enorme fe. Al observarlos y conocer a sus hijos, no tardé en descubrir que, para ser feliz, no hacen falta todas esas cosas que se compran con dinero.

Estando en Tonga en cierta ocasión, me hallaba de viaje entre las islas para asistir a una conferencia de distrito; me acompañaban mi esposa, un intérprete y el presidente de misión y su esposa. Para llegar de una isla a otra, la gente empleaba un barco; el viaje entre Ha’apai y Ha’afeva nos llevó cuatro horas, y cuando llegamos a Ha’afeva, los santos aguardaban en la orilla y cantaban para nosotros. Nos remangamos los pantalones, nos quitamos los zapatos y caminamos por el agua hasta la orilla.

No tardamos en enterarnos de que esas personas habían estado sufriendo debido a la sequía. En las islas, el agua potable proviene de la lluvia que se recoge de los tejados de las casas y se conserva en barriles. Pero si no llueve, no tienen agua para beber ni tampoco crecen las cosechas. Llevaban tanto tiempo con la sequía que casi no tenían agua y aquella noche nos dieron de cenar sus últimos alimentos. Me dije: “¡Qué gran fe!”. Habían estado ayunando y nos preguntaron si nos gustaría unirnos a ellos en una oración para implorar la lluvia, lo cual hicimos.

Una vez que concluyó la conferencia y nos dispusimos a partir, la gente de la isla no sólo oró por lluvia, sino que oró para que tuviéramos buen tiempo hasta que llegáramos a nuestro destino. Nos subimos a los barcos y regresamos con buen tiempo; pero nada más llegamos a nuestro destino final, los cielos se abrieron y las islas fueron bendecidas con lluvia.

Ése es el tipo de fe de muchos polinesios y la clase de milagros que llegan a obrar. Su fe es sencilla y profunda; no tienen que tener señales; no dudan en absoluto de que el Señor vive y que les ama. Cuando oyen la verdad y la sienten, la aceptan; luego prosiguen a edificar sobre ese testimonio.